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Fuentes de Mahina

 

En Dúrcal, en el barrio bajo del pueblo, al pasar la Fábrica de Orujo y antes de llegar al Puente de de Lata brotaba un  manantial de agua tibia. Allí estará enterrado entre la maleza, olvidado por los durqueños.  En este manantial de agua tibia y cristalina se construyeron unos lavaderos donde las mujeres hacían la colada y que estuvieron en uso hasta mediados los años 70.

El lavadero estaba techado y era de forma rectangular con piedras lisas  y con capacidad para unas 8 o diez mujeres en cada lado.

Las mujeres iban cada mañana a las fuentes  a lavar la ropa,  la tendían al sol en la maleza que había por allí hasta que se secaba y en su canasta de caña se la llevaban doblada.

El agua del manantial estaba dividida. Una parte entraba al lavadero y la otra parte iba a un laberinto de albercas pequeñas hechas por los hombres para meter el esparto que habían recolectado en el mes de agosto y septiembre. El esparto permanecía en las albercas durante veintiún días para que se cociera. Pasado ese tiempo lo sacaban lo dejaban escurrir y lo majaban allí mismo con un mazo  en una piedra grande semienterrada.

En una bancalera cercana hacían  cuerda de diferente grosor  con una rueda de hilar que se anclaba en el suelo. La rueda la hacia girar un hombre mediante una manivela, otro ponía el esparto majado en un gancho y otro lo iba hilando.

 

Con el  esparto majado también se hacía  soga. Esta soga  se empleaba entre otras cosas para hacer los cabestros de los mulos y burros y también para amarrar la carga que éstos llevaban. El cabestro servía para guiar a las bestias algunas veces hasta el monte donde se cogía la leña  para  encender  lumbre y guisar. Era, a parte del carbón, el único combustible que había.  Con el rescoldo que quedaba después de hacer la comida, la familia, en los gélidos inviernos, se sentaban alrededor de la chimenea y allí juntos pasaban la velada. Algunas noches venían a la casa los vecinos que no tenían la suerte de tener ni ese poco de rescoldo.

A la luz del candil los hombres hacían pleita para confeccionar después el soplaor de la lumbre, un esterillo para los días de lluvia, una nueva espuerta para coger aceituna o patatas…y las mujeres bordaban el ajuar o cosían algún remiendo. Mientras los mayores contaban historias , romances o si alguno tenía un libro y sabía  leer, leía en voz alta para todos. Y así transcurrían aquellas veladas de antaño, donde todos juntos se divertían compartiendo lecturas, enseñando labores, aprendiendo cosas necesarias para la vida diaria y con la lectura viviendo otras vidas imaginarias.

 

Antonia Iglesias Melguizo

 


 

 

Dúrcal añora sus campos

 

Dúrcal, Perla del Valle, estoy sollozando. ¿ Que te ha pasado? ¿has llorado?

Si he llorado…

¿Por qué has llorado?

Te lo voy a contar:

Con el progreso, mis campos poco a poco van quedando abandonados.

Cuando mi tierra sembraban, yo parecía un jardín,

Mis hijos con espero los sembrados cultivaban.

El agua limpia y cristalina por mis acequias pasaba y toda la vega regaba.

Pero no se que ha pasado

Ya no se oye el croar de las ranas, ni el canto del ruiseñor

Cantando a  su ruiseñora, cuando en su nido los huevos incubaba.

Comadrejas y abubillas, que belleza a mi me daban.

Cuando recogían las cosechas yo muy contento estaba.

Pero todo ha cambiado, ya en mi no se siembra nada.

Mi tierra y mis acequias, ¡que horror! ¡Como están de contaminadas!

Dicen que sembrar mis campos es trabajo muy pesado, porque todo lo hay que hacer con herramientas de mano.

Las que sabían trabajar, a mayores han llegado

Y los habitantes jóvenes, por dormitorio me han tomado.

Se salen por la mañana y por la noche regresan.

¡¡¡ Yo estoy tan cansado que aquí me quedo sentado!!!

 

 

Antonia Iglesias Melguizo

 


La plaza

 

El río