Historia de Granada sacado publicaciones de La General

Etapas de la historia de Granada

La antigüedad y el alba del cristianismo

El sur de España siempre ha sido una región rica en ciudades, muy urbanizada, y este intenso urbanismo es reflejo de unas favorables condiciones económicas, una producción rural rica y variada, una riqueza minera que actuaba como imán sobre los pueblos extranjeros más avanzados y de la que, por desgracia, sólo nos quedan ya vestigios, de una situación privilegiada en un cruce de caminos entre Europa y África, con costas a dos mares de inmensas posibilidades. Tampoco serían ajenas al desarrollo de este urbanismo causas sociales, humanas, como la tradicional concentración de la propiedad y el carácter sociable de sus habitantes.

Aunque no tan marcada como en la Occidental, también la Andalucía Oriental fue desde sus orígenes una tierra de ciudades, entendiendo esta palabra en su sentido amplio, como asentamiento humano con autonomía económica y defensiva, con actividades no exclusivamente rurales. Debemos transportarnos con la imaginación a épocas muy distintas de la actual, en las que no existían las multitudinarias aglomeraciones que hoy padecemos, en las que bastaban muy pocos millares de habitantes, a veces sólo tres o cuatro, para que un núcleo humano tuviera cualidad y honores de ciudad. Su emplazamiento debía reunir ciertos requisitos: suelo capaz de alimentar una población relativamente densa, proximidad a vías de comunicación, terrestres, marítimas o fluviales, aprovisionamiento de agua, posición defensiva, ya en lo alto de empinada colina o, si estaba en llano, amparándose en el cauce de algún río, porque el fraccionamiento del Poder y la inseguridad no permitían otra cosa. Los primitivos habitadores de las ciudades andaluzas escogieron con tal acierto su emplazamiento que en la mayoría de los casos no han cambiado durante milenios: Cádiz ocupa el de la antigua Gades, Sevilla el de Hispalis, Córdoba el de Corduba..., y este hecho, si por un lado dificulta la exploración arqueológica, por otro ha hecho posible la conservación de importantes restos, preservados de la erosión natural, soterrados bajo construcciones posteriores. Toda la antigua Bética es una inmensa cantera que los arqueólogos, con escasos medios, sólo en pequeña parte han conseguido aún explorar.

La compleja orografía de la Andalucía Oriental ha planteado al hombre difíciles retos para la ocupación de las zonas más ricas y accesibles. Desde tiempos remotos valoró el interés de la gran depresión que conocemos como la Vega de Granada; entre su planicie, aún pantanosa y en parte lacustre y las altas montañas se asentó en unas alturas intermedias ricas en aguas, aptas para la defensa y que además se hallaban en la ruta entre las tierras de Jaén, ricas en minas de plata, y los establecimientos y puertos que navegantes extranjeros, especialmente púnicos, habían establecido en la costa. Antes de la llegada de los romanos ya había importantes poblados ibéricos en las cercanías de Pinos Puente, en Atarfe (Sierra Elvira) y también en la Granada actual. En el transcurso de siglos y milenios los avatares de la historia han reducido el primero a un núcleo rural. El segundo también ha decaído, tras conocer momentos de esplendor, mientras que el asentado en las colinas que dominan el Darro y el Genil conquistó y mantiene un rango universal. No sin atravesar profundos avatares, que arrojan sombras no bien esclarecidas sobre sus etapas más lejanas.

Hemos dicho que los emplazamientos de la mayoría de las ciudades andaluzas se han mantenido, de suerte que cada una de ellas es un conjunto de ciudades que han ido superponiendo y sedimentando sus ruinas; pero el caso de Granada es más complejo; Sevilla tuvo un doble, Itálica, ciudad residencial romana. Granada también lo tuvo; una ciudad situada donde hoy está Atarfe, promovida al rango de capital en la época califal, que arrebató a la ciudad del Darro su nombre, Iliberri, lo que le obligó a tomar otro tardío, Garnata. Una peripecia bastante singular, un trastrueque de nombres del que con dificultad se encontraría otro ejemplo y que no ha dejado de producir incertidumbre pero que no altera el hecho esencial: en las alturas del actual Albaicín hubo un asentamiento indígena, íbero, donde luego se implantó, con elementos romanos o romanizados, una ciudad que tenía todos los atributos del avanzado urbanismo que Roma difundió por todo el Occidente: edificios públicos de gran belleza, traída y evacuación de aguas, estatuaria, una epigrafía en la que aparecen el nombre de Iliberri y el de algunas familias notables de la ciudad, aparato administrativo, religión oficial, basada en cultos cívicos y en un complicado panteón que mezclaba divinidades romanas e indígenas. Era una ciudad, según nuestros criterios, muy pequeña; no abarcaba quizás ni la mitad de lo que hoy llamamos, con criterio extensivo, el Albaicín; no tendría, a lo sumo, más de ocho mil habitantes. Pero ello no le impedía ser una concentración de poder porque albergaba autoridades civiles y militares, funcionarios, grandes propietarios que dominaban un amplio entorno. Plinio la llamó celebérrima, pero la verdad es que las menciones literarias de la Granada romana son escasísimas; más que saber, imaginamos, y sólo sabremos algunas cosas más sobre ella intensificando las excavaciones en su área y también en las necrópolis y villas de placer que se hallaban en su entorno.

Hay que llegar hasta el Bajo Imperio para que Iliberri salga del anonimato e ingrese en las páginas de la Historia de España (e incluso en la universal) gracias a un concilio que hacia el año 300, es decir, apenas terminada la persecución de Diocleciano, y antes de la conversión de Constantino, reunió en ella obispos y presbíteros de sedes episcopales de toda España. Prescindiendo del interés teológico de los decretos de este concilio, que es muy grande, el hecho nos indica que Iliberri era una ciudad importante dentro de la Geografía religiosa de Hispania, porque siendo excéntrica su situación en el conjunto de la misma, sólo se explica su elección si estaba en una comarca de fuerte implantación cristiana. Prescindiendo de tradiciones más o menos legendarias, parece razonable pensar que el cristianismo tuviera en España una vía de acceso en esa fachada marítima del sureste, puerta de ingreso de mercaderes, extranjeros, judíos, vehículos todos ellos de las nuevas ideas religiosas.

Este carácter fronterizo y cosmopolita de Iliberri se nos pone también de manifiesto en su situación entre bastetanos de las altas mesetas esteparias y turdetanos del Bajo Guadalquivir, herederos de la cultura tartésica. Cerca de Granada corría el límite entre las provincias Bética y Tarraconense, integrantes ambas de la diócesis de Hispania. De nuevo volvemos a encontrar a Iliberri en zona fronteriza y disputada en la época visigótica. A pesar de la desesperante escasez de noticias durante los tres siglos de dominio visigótico parece deducirse de los escasos restos conservados que esta ciudad no llegó a ser incluida en la zona de ocupación bizantina, pero quedó muy cerca de ella. El municipio de Iliberri debió participar de la decadencia que afectó a toda la vida urbana del Occidente romano. Probablemente el perímetro urbano se redujo, sus moradores serían menos y más pobres. Los judíos, cruelmente perseguidos, habitarían un barrio extramuros, posiblemente en las proximidades de Torres Bermejas; su nombre, Garnata al Yahud, se convertiría más tarde en el nombre de la ciudad entera. La presencia de numerosos judíos es un indicio de que, a pesar de todo, el papel comercial de la ciudad continuaba siendo vigente. Su profundo sentimiento de malestar y rechazo al gobierno establecido era un caso particular del generalizado sentimiento de aversión hacia un régimen político y social basado en la violencia, la injusticia y las más monstruosas desigualdades. Buen caldo de cultivo para fomentar la caída de todo un reino por un puñado de invasores.

La perla del Islán español

El nombre de Granada se asocia universalmente con el esplendor de Al-Andalus, y es muy lógico, porque es la ciudad donde más tiempo se rindió adoración a Alá y veneración a su profeta, y si no alcanzó el apogeo cultural de Córdoba tuvo el honor de protagonizar la resistencia final. Pero no alcanzó de golpe esta situación preeminente; en sus casi ochocientos años de adscripción islámica Granada atravesó varias fases, desde la imagen desdibujada de los dos primeros siglos hasta la etapa final, enmarcada en el emirato nazarí, con mucho la más brillante. Entre ambas, casi tres siglos (X-XIII) agitados, revueltos, en los que destaca el reino de taifas constituido por la dinastía zirí.

A través de su larga historia Granada siempre ha estado conectada con Oriente a través de los puertos del Mediterráneo suroriental, desde Málaga hasta Almería. Muy antigua esta vinculación, desde los pueblos protohistóricos que llegaban en busca de metales y trajeron la semilla de civilizaciones avanzadas. La reconquista parcial de Bética por los bizantinos también puede interpretarse dentro de esta constante histórica, pero es con el Islam cuando incide con más fuerza la corriente orientalizante coincidiendo con una honda fase depresiva de la cristiandad occidental, europea. El norte de Africa estaba más cerca, pero el Oriente era un foco intelectual de mucha mayor fuerza; por eso, si los hombres llegaron mayoritariamente del Magreb pobre y superpoblado, las ideas, las artes, las innovaciones llegaron de más lejos, de unos países árabes vivificados por su contacto con el substrato helenístico y algunas aportaciones del remoto Oriente.

Granada, como toda España, se encontró inmersa en este remolino de razas y culturas, importadas y autóctonas, que se mezclan, se combinan, se combaten durante toda la duración del emirato cordobés. El Califato trató de ordenar este caos, y lo consiguió, al menos en los aspectos externos, en cuanto a la imposición de una autoridad superior que impusiera el orden y la pacífica convivencia bajo la égida del Islam. Pero no debió calar en profundidad esta labor pacificadora por cuanto al caer en circunstancias dramáticas el califato cordobés reaparecieron las luchas tribales y religiosas.

Dentro de la obscuridad que reina acerca de los primeros siglos islámicos podemos asegurar que Granada sufrió con especial intensidad de este ambiente turbulento a causa de su heterogeneidad racial; sabemos que hubo una presencia visigótica, aunque fuera minoritaria; sabemos también que moraba en ella una numerosa comunidad judía, muy apegada a su fe a pesar de las persecuciones. La invasión complicó este panorama porque los conquistadores estaban también muy divididos; si la supremacía política y social correspondía a los árabes, la preponderancia numérica pertenecía a bereberes escasamente islamizados. En cuanto al fondo hispanorromano se dividió: unos conservaron su fe cristiana, otros se afiliaron al Islam triunfante sin lograr por ello la paridad con los árabes. Fuertes contrastes sociales y económicos se enmascaraban bajo la apariencia de divergencias religiosas, y Granada resultó muy afectada por este torbellino de pasiones e intereses contrapuestos.

La constitución de un reino propio parecía ofrecer un marco adecuado para la pacificación, y para que Granada, junto con su entorno, conquistara o recobrara su identidad. Entre los microestados que surgieron de la desintegración del califato el reino granadino tuvo un perfil propio, aunque con fronteras cambiantes, como todos aquellos microestados de taifas cuyo ámbito territorial, a partir de un prestigioso centro urbano, cambiaba en función de los avatares de incesantes luchas. No escapó a esta ley el reino granadino, situado entre los de Málaga y Almería (que deberían haber sido sus salidas naturales al mundo exterior) dominado por unos soberanos de origen bereber y minado por discordias internas. En este agitado siglo XI, contrafigura del brillante siglo anterior, debió producirse el traslado de la capitalidad a su primitiva sede, a la ciudad del Darro y el Genil, que, abandonado su primitivo nombre de Iliberis, adoptaba el de Granada.

Entre tanto, la marea cristiana avanzaba incontenible, aprovechando los conflictos internos del Islam. Alfonso VI conquistó Toledo en 1085; la caída de la vieja y prestigiosa metrópoli señalaba el punto de no retorno, el desequilibrio definitivo a favor de unos reinos cristianos que eran la punta de lanza de un Occidente en plena expansión y lleno de agresividad hacia el Islam, como mostraría el contemporáneo fenómeno de las Cruzadas. Frente a esta situación a los débiles soberanos de taifas sólo se les ofrecían dos alternativas: someterse al cristianismo y pagarle parias hasta el momento en que fueran definitivamente sojuzgados o apelar a sus correligionarios del otro lado del Estrecho, los almorávides arabizados, luego los almohades que representaban el viejo fondo bereber, ambos igualmente fanatizados, cruzados del Islam, pero con una base cultural harto más pobre que los cruzados europeos. La presión cristiana de una parte y la presión interna a que estaban sometidos por otra obligaron a los soberanos de taifas a solicitar la peligrosa ayuda norteafricana con el resultado previsto: a cambio de una contención temporal del avance cristiano, la supeditación del Al-Andalus al Magreb, la persecución de los judíos, la extinción de los mozárabes, el deterioro de la convivencia.

La batalla de las Navas de Tolosa (1212) asestó un golpe mortal al poder almohade en la Península. Las subsiguientes campañas de Fernando III de Castilla y Jaime I de Aragón redujeron el territorio de Al-Andalus al territorio de Granada. Nadie hubiera vaticinado larga vida a un reino residual, de ámbito montuoso, en el que se apiñaba una población desmoralizada por las repetidas derrotas. Sin embargo, el reino fundado por el nazarí Muhamad I no sólo prolongaría su existencia durante dos siglos y medio sino que en este capítulo final de la historia del Islam español habría páginas brillantes que prolongarían, con resonancias míticas, su recuerdo hasta nuestros días. La escabrosidad del terreno, el valor de sus habitantes, que combatían con la resolución de quien defiende las últimas parcelas de libertad que le restan, las discordias de los reinos cristianos y su creciente desinterés por finalizar la tarea reconquistadora explican esta paradoja. No obstante, entre los granadinos más reflexivos no podía dejar de insinuarse el pesimismo cuando meditaban sobre el destino de su patria. La desproporción de fuerzas era enorme, el apoyo norteafricano débil e inseguro, sobre todo desde que los castellanos dominaron el Estrecho, y por si fuera poco, el fantasma de la discordia se introdujo entre los nobles y ambiciosos linajes que aspiraban a la supremacía.

Brillara en las magníficas construcciones que hoy son el ornato de Granada y que no faltara una élite intelectual que, sin alcanzar las cimas de la época califal, produjo hombres de la talla de Ibn al Jatib, escritor y hombre de acción. Aún tenía la cultura islámica suficiente atractivo como para influir en muchos aspectos de la cultura española. Y aunque el peso geopolítico del reino nazarí fuera reducido, constituía una pieza más en el tablero diplomático peninsular, ya como tributario, ya como aliado o como enemigo. Incluso anudaba relaciones exteriores, basadas, en el caso de Génova, en la posesión de productos comercializables y muy apreciados en Europa. Tal era la situación cuando, en el último cuarto del siglo XV, los profundos cambios ocurridos en Castilla al morir Enrique IV (un soberano acusado de maurofilia por sus súbditos) y triunfar en la lucha sucesoria Isabel y Fernando, portadores de un mensaje, de un programa de gobierno que incluía la destrucción del último resto del Islam español.

Entre la cruz y la media luna

En el límite entre la Edad Media y la Moderna, la ciudad de Granada atravesó las fases más críticas y dramáticas de su milenaria historia. El largo epílogo representado por el reino nazarí tenía que terminar, y terminó efectivamente en la mañana del día dos de enero de 1492; pero la brusca transición de un dominio a otro, de una fase cultural a otra se prolongó a través de avatares y circunstancias de variadas características, de suerte que la Granada musulmana sólo terminó cuando se promulgó en 1569 la orden de expulsión de los moriscos.

La resistencia final, los diez años de guerra que costó a los Reyes Católicos la conquista del reino de Granada, ha sido muchas veces relatada. En los últimos tiempos las investigaciones en los grandes archivos castellanos y en los archivos de los municipios andaluces y murcianos que llevaron el peso principal de las hostilidades han completado la información suministrada por los cronistas. Mucho menos ha avanzado la investigación por la parte islámica, a causa de la pobreza historiográfica y la destrucción de la mayor parte de la documentación. Sin embargo, hoy tenemos ya una visión bastante detallada de lo que fue aquella guerra en sus aspectos materiales y espirituales, sus fases, sus características, sus efectos. Y nos asombra la capacidad de resistencia de aquel pueblo que a pesar de su aislamiento, su inferioridad material y sus discordias internas tuvo en jaque a toda la potencia de Castilla y Aragón, dos estados que, al unir sus fuerzas, resultaron ser de suficiente capacidad militar como para batir a Francia y arrojarla del reino de Nápoles.

Los vencedores rindieron, a su modo, homenaje, a los vencidos y perpetuaron su valor y caballerosidad en el romance, el drama, la novela y la tradición popular. Por desgracia, ese homenaje literario no tuvo la debida correspondencia por parte de autoridades y repobladores. Las capitulaciones fueron incumplidas, y la pacífica convivencia de dos pueblos y dos religiones fue sustituida en pocos años por la intolerancia, la opresión, el predominio absoluto del elemento conquistador, castellano y cristiano, obligando a la otra parte al exilio o a una simulación de conversión religiosa, farsa trágica que a nadie engañaba y que, a través de la actividad inquisitorial, iba a conducir a las peores violencias. Hubo, ciertamente, casos de asimilación, familias, en general nobles y ricas, que aceptaron la nueva situación y fueron origen de mayorazgos, señoríos, linajes plenamente aceptados, porque en la sociedad cristiana, tan puntillosa en cuanto a la limpieza de sangre, no se atribuía a la ascendencia islámica la infamia que recaía sobre los que tenían antepasados judíos; pero estos fueron casos raros, aislados. Puede decirse que la Granada dual de 1492 dio paso a la Granada puramente cristiana que se manifiesta con exclusividad después de 1570.

Desde el momento de la conquista los vencedores trataron de cambiar la fisonomía externa de la ciudad. Esta empresa siempre es difícil, porque una gran ciudad es un organismo que tiende a perpetuarse. Hubo que invertir grandes sumas y poner en práctica unos conceptos urbanísticos calcados de los que predominaban en tierras castellanas. Lo más resistente al cambio es la red viaria, el trazado de las calles. Aún hoy, después de tantas modificaciones, el plano de los barrios altos reproduce en lo esencial los rasgos de la Granada nazarí, el dédalo de callejuelas, la escasez de espacios abiertos, el aparente caos urbanístico. Lo que hicieron las nuevas autoridades fue edificar en las zonas bajas barrios de trazado regular, y en el casco antiguo realizar algunos tímidos ensanches y alineaciones, con especial atención a ciertas plazas que debían ejercer el papel de foros de convivencia cívica.

La estructura del caserío sufrió modificaciones más hondas, facilitadas por el desalojo de las viviendas por los moriscos emigrados o expulsados. Los cristianos necesitaban viviendas más amplias. No estaban constreñidos por el recinto amurallado puesto que no se preveían ataques de un enemigo que sólo era temible en la costa. La densa jungla urbanística del Albaicín se aclaró, surgieron los jardines y huertos que le dieron su posterior fisonomía, y en los nuevos barrios de la parte baja se edificaron viviendas sólidas y confortables.

Las transformaciones más visibles se realizaron mediante edificaciones monumentales, que impresionaban al espectador y le metían por los ojos el nuevo carácter de la ciudad; edificios civiles con variadas finalidades: Chancillería, universidad, hospicio, palacio de Carlos V. Y edificios religiosos: catedral, parroquias, conventos. En otros casos se reformaron y adaptaron antiguos monumentos: la Alhambra para residencia del Capitán General de Granada y su costa; la Madraza para albergar el Cabildo municipal.

La voluntad de ennoblecer Granada es patente a través de muchas disposiciones de los reyes conquistadores. Privilegios tributarios, concesión de voto en Cortes, traslado a Granada de la Chancillería situada en Ciudad Real, inserción de su emblema en el escudo real y, lo que es más revelador dentro de la mentalidad de la época, edificación de una real capilla para albergar los restos de los reyes que hubiera podido, con el tiempo, convertirse en el panteón real de Castilla sin el giro que a la política y a toda la orientación de los reinos de España impuso el advenimiento de los Habsburgos. Granada, en adelante, no sería una capital autónoma; sería arrastrada en el torrente de acontecimientos que, a partir de 1492 se sucedieron, unos gloriosos, otros nefastos, todos decisivos. No esperó Granada a que la expulsión de 1570 la convirtiera en urbe netamente hispana para integrarse en el conjunto de ciudades españolas. Con sus rasgos y matices propios, pero una más. Celebró con arcos y gallardetes los nacimientos y juras de reyes y príncipes; con solemnes exequias la muerte de las personas reales, que eran días de luto para todos los ciudadanos por la arraigada identificación entre Monarquía y Estado, entre Monarquía y bien público.

La población de Granada osciló al compás de los fuertes vaivenes que marcaron su historia a raíz de su conquista. Aunque los cálculos de los contemporáneos pequen de exagerados parece seguro que en 1492 era la ciudad más populosa de España, porque a su población habitual se había agregado una masa de refugiados que huían del avance cristiano. Después sobrevino el reflujo, la vuelta de muchos refugiados a sus hogares, la emigración definitiva de muchos a tierras africanas. Estos vacíos sólo en parte fueron rellenados por la aportación de los vencedores, en gran parte funcionarios que llegaban con su familia y sus servidores. Es posible que hacia 1500 hubiera, en total 60.000 plos viajeros. Hay que tener en cuenta que Sevilla, que aún no había iniciado su meteórico ascenso, tenía unos 40.000, y en parecido nivel se movían Toledo y Valencia. La expulsión de los moriscos fue un rudo golpe para la ciudad; aunque algunos consiguieron eludir la expulsión, la ciudad se vio privada de una burguesía comercial, de artesanos especializados y de mano de obra, provocando un déficit humano que la inmigración sólo en parte logró colmar. Los 9.311 vecinos censados en 1597 a lo sumo equivaldrían a 45.000 almas, teniendo en cuenta que en los núcleos urbanos la relación vecinos-habitantes era más elevada que en las villas por la aglomeración de militares, eclesiásticos y servidumbre. De todas formas, aunque Granada, superada por Sevilla y Madrid, y en menor grado por Valencia y Toledo, hubiera perdido la supremacía demográfica, seguía manteniendo un rango muy honorable dentro del conjunto peninsular.

El barroco y la ilustración

Después de los dramáticos avatares y violentos altibajos que experimentó a fines del XV y gran parte del XVI, Granada atravesó dos largas centurias casi intemporales, en las que permaneció idéntica a sí misma. No es que faltaran acontecimientos dentro del dominio de la corta duración: las crónicas están llenas de menudos sucesos, prósperos o (con más frecuencia) adversos: carestías, epidemias, regocijos públicos, crímenes famosos, visitas de personajes... La lectura de estos sucesos, aunque con frecuencia pintorescos, acaba por fastidiar por su monotonía. Inmersa en la historia episódica, alejada de los escenarios donde se desarrollaba la verdadera historia, Granada reposaba en pasadas grandezas y tragedias; ni la amenazaban enemigos, ni se cuestionaba su identidad cultural ni había grandes trasiegos humanos; apenas un hilillo inmigratorio, vago recuerdo de la inundación de otros tiempos. Para quien quiera darse cuenta del lento pulso de la Granada barroca nada mejor que la lectura de los Anales de Henríquez de Jorquera; en 1640, el año más dramático que conoció la Monarquía española. El cronista recoge, sin acentuarlos, vagos ecos de las sublevaciones de Cataluña y Portugal, noticias sobre alistamiento de soldados, consecuencia de aquellos lejanos sucesos, y a la vez nombramiento de regidores y algún crimen pasional. Pero la noticia del año, la que apasionó al pueblo, fue la injuria hecha a la Inmaculada del Triunfo, las pesquisas para descubrir al autor del libelo y las innumerables funciones de desagravio que movilizaron a toda la ciudad: cortejos multitudinarios, aclamaciones apasionadas, fuegos de artificio y alguna que otra corrida de toros. Al fin se descubrió el autor del agravio y la vida ciudadana recobró su habitual monotonía.

Visto a nivel nacional el siglo XVIII presenta una fisonomía propia ya desde el comienzo, marcado por el cambio de dinastía y la guerra que fue su consecuencia. Pero la repercusión de estos hechos en la vida de la ciudad fue austracistas, pero los cambios sólo se hicieron sentir en la segunda mitad de aquel siglo, como consecuencia de la política reformadora de los Borbones; y aún estos cambios, intelectuales y administrativos, permanecieron confinados a ciertas limitadas categorías sociales; la mentalidad y las formas de vida de la mayoría de la población no experimentaron cambios sustanciales.

Tanto la demografía como la estructura urbana apoyan este aserto. Continuó durante el siglo XVII la recuperación de las pérdidas experimentadas en el anterior, pero esta tendencia ascendente se hallaba contrariada tanto por las calamidades que abundaron en aquel siglo como por la propia limitación de las bases en las que se asentaba la existencia de la ciudad. Estas bases eran múltiples: de una parte era el centro de una región de gran riqueza agraria; de otra, era un centro de poder, gracias a sus instituciones civiles y eclesiásticas; era una ciudad residencial, donde moraban gran número de perceptores de rentas. Los artesanos y profesionales acumulaban también ingresos.

A pesar de tan variados recursos la ciudad se mantenía en un nivel mediocre; tras oscilar en el XVII entre los cuarenta y los cincuenta mil habitantes sólo a fines del XVIII llegó a rozar la cota de los sesenta mil, apenas los que tres siglos antes encerraba dentro de su recinto. Esa estabilidad demográfica era reflejo de un pulso lento; se sucedían las generaciones sin que produjeran cambios aparentes. Había corrientes ocultas, como de agua soterrada, que al aflorar en la segunda mitad del XVIII mostraron que, a pesar de todo, el tiempo no pasa en balde; algunas publicaciones periódicas, la fundación de la Sociedad Económica, la aparición de tímidas ideas reformistas testimoniaban que, por lo menos en un delgado estrato social, nuevas ideas hallaban eco, y algo del ambiente de renovación que sacudía a toda Europa se hacía sentir también en Granada. Pero, hasta el final del Antiguo Régimen, las bases ideológicas y materiales en que se asentaba no fueron seriamente cuestionadas. Incluso el Tercer Estado, postergado en muchos sentidos, aceptaba las categorías tradicionales; la burguesía tenía escaso peso, y su ideal no era derribar el orden establecido sino ganar peldaños en la escala social, escapar del purgatorio de la plebeyez e instalarse en el paraíso de la hidalguía. Si no hubo masivas promociones de títulos de Castilla como en otras provincias andaluzas no fue por falta de deseos sino porque no abundaban los gruesos caudales, y la cotización de un título de conde o marqués alcanzó en el siglo XVII valores elevados. Bajo la Ilustración se hiló más delgado y se otorgaron por servicios relevantes al Estado.

Bien merecen un recuerdo las sufridas clases populares que con su sudor sostenían toda aquella máquina. Expulsados los moriscos y en rápido descenso, los esclavos desde la separación de Portugal, la masa de la población trabajadora estaba formada por descendientes de aquellos inmigrantes que llegaron tras la conquista de las regiones limítrofes, y no pocos de otras muy alejadas. La convivencia moldeó aquel material humano y le dio una consistencia bastante homogénea. Hubo un paulatino alineamiento en cuanto a mentalidad y pautas de conducta con los andaluces del Valle Bético sin perjuicio de matices peculiares. La plebe urbana, sometida a un adoctrinamiento intelectual y a unos poderes temporales y espirituales respetados y temidos, se mantenía pasiva y obediente. Sólo el exceso de sufrimiento hizo que algunas (muy raras) veces la murmuración contra los manejos de los poderosos pasara a ser protesta pública, rara vez violenta, nunca contra el sistema en sí, sino contra intolerables abusos en materia de abastecimiento. Revueltas efímeras, sin programa ni contenido que duraban unos días y se saldaban con algunas condenas a galeras y azotes.

La profunda religiosidad del pueblo granadino era uno de los pilares en que se apoyaba aquella sociedad, y un factor de estabilidad social, una estabilidad basada en la resignación de las clases inferiores, el paternalismo de las clases superiores, patentizado en limosnas e instituciones de beneficencia y un cierto sentido igualitario de raigambre cristiana, manifestado en las frecuentes celebraciones y fiestas públicas que reunían a todas las clases sociales. La Inquisición de Granada, que en sus comienzos persiguió a los moriscos, que después hizo víctimas de sus rigores a los judaizantes, numerosos entre la colonia de origen portugués, rara vez castigó auténticos herejes; cada vez fue derivando más hacia la persecución de faltas menores, como la blasfemia o la bigamia; faltas contra las costumbres, no contra la fe. La labor de catequización popular, acentuada según las normas del concilio de Trento, estaba apoyada en el terreno sentimental por las vigorosas expresiones de la religiosidad popular, otro factor de unificación dentro del gran complejo andaluz. El intento de dos moriscos a fines del siglo XVI por realizar una especia de simbiosis entre la fe cristiana y la islámica tenía que resultar baldío; de toda la apócrifa literatura contenida en los plomos del Sacro Monte el pueblo sólo tomó aquello pasaron a engrosar el rico acervo de las tradiciones populares granadinas.

El arte operaba en el mismo sentido; hasta que el autoritarismo de los ministros ilustrados le impuso un giro radical y bastante artificial, el arte granadino, el arte barroco del XVII y XVIII desplegó todo su esplendor, al servicio primariamente e la Iglesia; después, de la nobleza y los poderes seculares, sin dejar de ramificarse en las más modestas ramificaciones del arte popular, de la rica y variada artesanía granadina. Y la vitalidad, la capacidad de cambio e innovación que señala su trayectoria desde los sobrios inicios del barroco a la desbocada imaginación que campea en la basílica de las Angustias y la sacristía de la Cartuja demuestra la potencia creadora que latía bajo la aparente atonía de la vida cultural de Granada.

Granada en la edad contemporánea

El pulso lento de la historia de España en el siglo XVIII se convirtió en ritmo desenfrenado desde que se hicieron sentir las consecuencias de la Revolución Francesa, y Granada se vio arrastrada en esa vorágine; a las guerras con Inglaterra y Francia siguieron la agresión napoleónica, el azaroso tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen, las luchas civiles, las transformaciones económicas y los profundos cambios de mentalidad, mezclándose unos acontecimientos con otros con tal precipitación que si antes había que adoptar la escala del siglo para que los cambios fueran notorios ahora estos podían medirse en decenios e incluso en lustros. No nos detendremos en analizar el difícil problema de la periodización interna, puesto que sólo disponemos de espacio para una apreciación global, forzosamente somera.

A pesar de evidentes lacras y notorios fallos en su sistema económico y social, Andalucía gozó de fama de ser la región más rica de España, y de acuerdo con esta apreciación, no infundada pero algo exagerada, era la que más tributaba al conjunto del Estado. En la primera mitad del XIX aún mantenía esa fama y soportaba esa carga. Después, la separación de América, el fracaso de la industrialización y otros factores trasladaron el centro de gravedad de la economía española a otras regiones más dinámicas, pero se dio la paradoja de que esta decadencia económica (decadencia relativa, pues todo el conjunto español, aunque fuera con retraso, seguía la marcha ascendente de la economía mundial) iba aliada a un protagonismo político andaluz que comenzó con las Cortes de Cádiz y que llega hasta hoy, como lo demuestra la constante presencia de líderes políticos andaluces en los más altos puestos de la nación. Tuvo, y tiene también, un evidente protagonismo literario, una imagen tópica iniciada por los viajeros ingleses del XVIII y continuada con los románticos del XIX. La grave y austera Castilla dejó de representar ante los ojos foráneos al conjunto español. La sustituyó una Andalucía de pandereta en la que Granada, por su pasado islámico, desempeñó un papel esencial. Sin embargo, las realidades eran más duras; lo evidencian las cifras con su muda elocuencia. Granada, que por el número de habitantes era la primera ciudad española en 1500, había descendido al sexto puesto en 1800 y al décimo en 1900. Quizás este descenso era inevitable, pues la primacía que gozaba en 1500 se debía a circunstancias transitorias, no acordes con sus posibilidades reales; pero en el lentísimo crecimiento del siglo XIX (de 55.000 a 75.000 habitantes) influyeron factores específicos, independientes de las causas generales del retraso andaluz, del retraso español. Como en apartados anteriores hemos dicho, la prosperidad de Granada siempre se basó en dos hechos: ser el centro de una rica comarca agrícola y ser una ciudad residencial. Los dos se debilitaron en el siglo XIX, porque la Vega apenas se transformó; el caudal de agua utilizable era el mismo, mal aprovechado, disminuido por las filtraciones en sus canalizaciones de tierra; el abonado, escaso; los métodos de cultivo, arcaicos; en decadencia los cultivos comerciales, tendía ser una mera agricultura de subsistencia.

Sin embargo, las realidades eran más duras; lo evidencian las cifras con su muda elocuencia. Granada, que por el número de habitantes era la primera ciudad española en 1500, había descendido al sexto puesto en 1800 y al décimo en 1900. Quizás este descenso era inevitable, pues la primacía que gozaba en 1500 se debía a circunstancias transitorias, no acordes con sus posibilidades reales; pero en el lentísimo crecimiento del siglo XIX (de 55.000 a 75.000 habitantes) influyeron factores específicos, independientes de las causas generales del retraso andaluz, del retraso español. Como en apartados anteriores hemos dicho, la prosperidad de Granada siempre se basó en dos hechos: ser el centro de una rica comarca agrícola y ser una ciudad residencial. Los dos se debilitaron en el siglo XIX, porque la Vega apenas se transformó; el caudal de agua utilizable era el mismo, mal aprovechado, disminuido por las filtraciones en sus canalizaciones de tierra; el abonado, escaso; los métodos de cultivo, arcaicos; en decadencia los cultivos comerciales, tendía ser una mera agricultura de subsistencia.

En cuanto al otro aspecto, las causas del retraso granadino son también evidentes; Granada pasó de ser la capital de un reino independiente a ser el centro de un reino administrativo, y este se fraccionó en 1833 en tres provincias. La Capitanía General de la Costa ya se había trasladado a Granada en el siglo XVIII. El arzobispado dejó de ingresar cuantiosas rentas decimales; la Chancillería que atraía litigantes de media España, fue sustituida por una Audiencia de mucho menor radio. O sea, como centro burocrático y residencial Granada perdió mucho en el siglo XIX, y esto tenía que traducirse en el aspecto demográfico. Si añadimos que la modernización del sistema viario fue tardía y de mediocre calidad, en detrimento de la función comercial, tendremos completo el cuadro. Digamos, sin embargo, para ser justos, que hubo factores positivos, como el creciente prestigio (que nunca antes tuvo) de una universidad, capaz de atraer alumnos a su recinto.

A pesar del escaso crecimiento demográfico, la Granada del XIX experimentó notables cambios en su fisonomía, en su urbanismo, porque el aspecto material de las ciudades tiene mucho que ver con la ideología dominante; la decadencia del sentimiento religioso se manifestó en la vigorosa resurrección de los espectáculos teatrales, de los bailes y otras manifestaciones antes prohibidas o mal vistas por las autoridades eclesiásticas. La multitud de edificios de culto se vio reducida en diversas ocasiones, coincidentes con significativas rupturas sociopolíticas: la invasión francesa, la desamortización de Mendizábal, el Sexenio revolucionario. El destino que se dio a los edificios conventuales estuvo en consonancia con las preocupaciones del momento. También la destrucción de las murallas formaba parte del ideario progresista y tenía un valor simbólico. Era una guerra al pasado que si en algunos aspectos satisfacía necesidades urbanas también empobreció el patrimonio artístico y monumental. Ni siquiera se libraron de la destrucción los monumentos árabes, a pesar de la revalorización del pasado islámico; si se logró detener a tiempo la degradación de la Alhambra, otros monumentos cayeron bajo la piqueta en medio de la indiferencia general.

Como si el desastre del 98 hubiera obrado de revulsivo, el siglo actual comenzó bajo el signo de un mayor dinamismo en todos los órdenes. Contribuyó a ello la transformación de la Vega, reconvertida hacia cultivos más rentables, primero el de la remolacha, después el del tabaco, y una moderada actividad industrial, mercantil y financiera acompañó este renacimiento agrícola. Su símbolo fue la Gran Vía, tan denostada, con sus floripondios modernistas, iniciativa estética sin futuro, pero testimonio de las inquietudes que fermentaban en la ciudad. Un incremento en el crecimiento urbano (102.000 habitantes en 1920) testificaba que los esfuerzos de Granada por salir de su letargo no eran baldíos. Quedaban fallos estructurales de difícil superación; la red de comunicaciones seguía siendo de baja calidad, el enlace con la costa difícil; en cambio, crecía el papel económico de Málaga, y se establecía así una especie de división de funciones entre las dos capitales del antiguo Reino, reservándose a Granada la primacía en el terreno cultural. La constelación de escritores y artistas que ha producido en la Edad Contemporánea muy pocas ciudades la han superado.

La existencia de una minoría culta, consciente de las insuficiencias e injusticias del sistema político-social de la Restauración fue una de las causas que explican la alta temperatura del clima político en los primeros decenios del presente siglo. Como en el resto de España, la contraposición de ideas y de intereses desembocó en una confrontación amateriales y restaurar un clima de convivencia. Para la generación que ahora crece, aquella tragedia ya no es espanto personalmente vivido sino algo pasado, superado, y quizás pronto olvidado. Más cercanos están los tiempos de la escasez y las dificultades cotidianas, temas cotidianos de parangón con la sociedad de abundancia, con la sociedad de consumo en la que estamos inmersos y que también plantea agudos problemas. Nuestra Granada de 300.000 habitantes se enfrenta a ellos no sin vacilaciones acerca del camino a seguir; pero hay un punto en el que todos parecen estar de acuerdo: la herencia del pasado es un patrimonio precioso que hay que conservar. No se repetirán los destrozos del Siglo Iconoclasta; monumentos, libros, objetos, todo el legado de los hombres que durante milenios habitaron estas colinas lo asumimos como algo nuestro, conscientes de que somos eslabón de una cadena que ha ido forjando esperanzas, temores, anhelos; todo lo que constituye la Historia de Granada.

Autor

ANTONIO DOMÍNGUEZ ORTIZ

Nacido en Sevilla en 1909. Desde 1940 desempeñó su Cátedra de Historia en Sevilla, Cádiz, Granada y Madrid, residiendo en Granada desde su jubilación docente.

Académico de la Historia y Doctor "Honoris Causa" por varias Universidades, es hoy día uno de los más grandes historiadores españoles, con mayor resonancia aún en el extranjero que en España, pudiendo considerársele como el más representativo de los historiadores andaluces.

Su inmensa obra, dedicada en gran parte al esclarecimiento del pasado histórico andaluz, ocupa un lugar de excepción en la historiografía actual. Entre sus libros de historia general de España destacan títulos tan importantes como La sociedad española del siglo XVII, La sociedad española del siglo XVIII, Sociedad y estado en el siglo XVIII español, y una innumerable cantidad de obras que se encuentran entre lo más notable de la historiografía moderna de este siglo.


La arqueología prehistórica en la provincia de Granada

Introducción

Los avances que se habían producido en distintos campos de las Ciencias de la Naturaleza en los países occidentales en la primera mitad del siglo XIX, y el desarrollo alcanzado concretamente en los estudios geológicos y paleontológicos, contribuyen de forma decisiva al inicio de la investigación prehistórica en España en los primeros años de la segunda mitad de esta centuria. A partir de entonces se emprende el estudio de antiguos asentamientos humanos sobre la base de unos principios científicos y de unos métodos propios de trabajo, surgen las primeras Sociedades cuyo fin es el conocimiento del hombre y de su cultura en la larga etapa anterior a la existencia del documento escrito, se celebran los primeros Congresos y Reuniones científicas y hacen su aparición las primeras publicaciones especializadas.

En el contexto que muy someramente acabamos de esbozar ha de insertarse la publicación, en 1868, de una obra de excepcional interés para la Arqueología prehistórica de la provincia de Granada, pionera en su esencia y trascendental por su contenido para la investigación posterior. Nos referimos a las Antigüedades prehistóricas de Andalucía. Monumentos, inscripciones, armas, utensilios y otros importantes objetos pertenecientes a los tiempos más remotos de su población, del catedrático de la Universidad de Granada e inspector de Antigüedades de las provincias de Granada y Jaén don Manuel de Góngora y Martínez. El mismo subtítulo de la obra o su objetivo, "dar razón de sus descubrimientos acerca de las razas que poblaron algunas de las comarcas del antiguo reino granadino", según explicaba en su Memoria y en carta dirigida al marqués de Gerona, fechada en Granada a 5 de mayo de 1867, son indicativos de la importancia que concede el autor al conocimiento de los vestigios materiales como punto de partida de la investigación prehistórica y a la necesidad de buscar las raíces de nuestro pasado histórico en nuestro pasado más remoto.

Lo mismo podría decirse de otra publicación aparecida pocos años después, en 1870, la monografía del geólogo McPherson sobre los resultados obtenidos en su excavación de la Cueva de la Mujer de Alhama de Granada, titulada Descripción de una caverna conteniendo restos prehistóricos, descubierta en las inmediaciones de Alhama de Granada, otra de las primeras publicaciones que sobre "cuestiones prehistóricas" ven la luz en la España del XIX.

Entre los años 1872 y 1894 realizaron nuevos trabajos de excavación en la Cueva de la Mujer dos ilustres granadinos, don Manuel Gómez-Moreno González y su hijo don Manuel Gómez-Moreno Martínez, cuyas aportaciones en esta primera etapa de la investigación prehistórica en nuestra provincia no deben ser olvidadas, como tampoco las de otro investigador de gran talla, el ingeniero belga don Luis Siret.

La localización y estudio de yacimientos que llevan a cabo desde principios del siglo XX los propios Gómez-Moreno y Siret y otros investigadores como H. Obermaier, H. Breuil, J. Cabré o C. de Mergelina, proporcionan una base documental de inestimable valor para la investigación desarrollada a mediados de siglo en numerosos yacimientos arqueológicos de distintos puntos de la provincia de Granada por M. Tarradell, J. Ch. Spahni, M. Pellicer y M. García Sánchez, entre otros, a partir de la cual comienzan a clarificarse muchos de los aspectos de la problemática cronológica y La más profunda e intensa labor investigadora es, sin embargo, la que se iniciara hacia los años setenta. El amplio registro de materiales que desde entonces se ha venido llevando a cabo y la serie de prospecciones y excavaciones sistemáticas realizadas por el Departamento de Prehistoria de la Universidad, el Museo Arqueológico Provincial, el Servicio de Investigaciones Arqueológicas y Antropología de la Diputación Provincial y otros organismos nacionales y extranjeros, a cuyos resultados se hará mención en páginas posteriores, nos han permitido disponer en la actualidad de una sistematización de la Prehistoria granadina que, aun con las deficiencias y carencias que habrá de salvar la futura investigación, es referencia obligada para la comprensión y explicación del origen de la Granada que se incorpora a la Historia tras muchos milenios de andadura en la época Ibero-Romana.

Los más antiguos grupos humanos

El modelo económico o modo de subsistencia, estrechamente vinculado a otras formas de comportamiento humano de orden social, tecnológico y espiritual, es patrón esencial en la caracterización de los primeros grupos de población paleolíticos que, en función de su economía basada exclusivamente en el aprovechamiento de los recursos naturales, han sido definidos como depredadores. Junto al carroñeo y la recolección de productos vegetales y moluscos, la práctica de la caza de animales salvajes propios del ecosistema del territorio de explotación del grupo explica, al mismo tiempo, su denominación de "cazadores-recolectores".

Las primeras evidencias de la fabricación de útiles por grupos depredadores de Homo habilis aparecen en el Africa Oriental en cronologías que remontan los dos millones de años de antigüedad. En Europa los vestigios humanos más remotos bien datados son los pertenecientes a grupos cazadores-recolectores de Homo erectus, fechados en una etapa posterior del Cuaternario correspondiente a finales del Pleistoceno Inferior, con cronologías inferiores al millón de años. Por su parte, la ocupación de la Península Ibérica por este tipo humano avanzado dentro del proceso de hominización, originado en el continente africano hace más de un millón y medio de años, entra a formar parte de la problemática que plantea su posible expansión desde el África Oriental hasta el continente euroasiático a través del Estrecho de Gibraltar. Los hallazgos que han tenido lugar en los últimos años en yacimientos del sur peninsular y en otros yacimientos europeos apuntan, sin embargo, hacia una más temprana colonización de la Península y de Europa por el Homo erectus, en fechas superiores al millón de años.

Dentro de la problemática apuntada pueden insertarse los descubrimientos que desde el año 1982 han venido teniendo lugar en la comarca granadina de la Depresión de Guadix-Baza que, todavía en proceso de investigación y sujetos a discusión, podrían convertirse en las más antiguas evidencias de la presencia de grupos depredadores en nuestra provincia y en una de las más antiguas del continente europeo. Nos referimos a los hallazgos del yacimiento de Venta Micena de Orce, un extenso yacimiento al aire libre ubicado en el borde de un antiguo lago, a partir del cual puede iniciarse el recorrido arqueológico por la provincia de Granada siguiendo el orden cronológico de la secuencia existente para nuestra Prehistoria en base al registro de que disponemos en la actualidad.

Los dudosos restos humanos aquí aparecidos, como los de fauna e industria, han originado interesantes controversias en cuanto a su filiación y ubicación cronoestratigráfica, de tal modo que su atribución a un erectus arcaico y su datación cercana al millón y medio de años, que defienden el equipo interdisciplinar del Instituto de Paleontología de Sabadell, de los Departamentos de Estratigrafía y Paleontología de la Universidad de Granada y del Museo Arqueológico Provincial que ha excavado el yacimiento, están siendo puestas en tela de juicio por otros investigadores, no pudiéndose contemplar, pues, sino como una más de las posibilidades existentes en el actual estado de la investigación.

Las excavaciones llevadas a cabo en otros dos yacimientos de los bordes de la Depresión de Guadix-Baza, el de Cúllar Baza I, al noreste, y el de La Solana del Zamborino, al oeste, han puesto en cambio de manifiesto la segura presencia de grupos de Homo erectus más modernos en unas fechas que se estiman para el primero de ellos en torno a los 700 000/600 000 años. Las condiciones físicas favorables existentes en la zona y sus recursos potenciales jugaron sin duda un papel decisivo en su ocupación por el hombre. Un clima no muy diferente del actual, con índices más elevados de temperatura y humedad, la existencia de áreas lacustres y pantanosas, de una vegetación de bosque y pradera y de una abundante fauna afín a uno y otro tipo de vegetación, hicieron del lugar en que se encuentra situado el yacimiento de Cúllar Baza un medio natural adecuado para su explotación por pequeños grupos de depredadores que lo ocuparon con carácter estacional.

No se han hallado restos humanos ni en este yacimiento, excavado a partir de 1973 por A. Ruiz Bustos y M. Botella López, ni en el cercano de La Solana, en término municipal de Fonelas, excavado a partir de 1972 por M. Botella López. La aparición, sin embargo, de útiles de piedra y otros vestigios de la acción humana no permiten dudar de su consideración como sitios de ocupación del hombre paleolítico.

Los escasos instrumentos líticos hallados en Cúllar Baza I, consistentes en guijarros y cantos tallados, responden por su tipología, primitivismo y falta de especialización, a una etapa arcaica del Paleolítico Inferior, antigüedad avalada por la cronología que ha proporcionado el análisis de la fauna a ellos asociada, característica de un estadio inicial del Pleistoceno Medio. Tal instrumental es claramente indicativo de una actuación económica muy primaria sobre el medio, reducida seguramente a la recolección y al despiece y descarnado de animales que, como el ciervo, el jabalí, el bisonte, el caballo o el elefante, propios del entorno de explotación, pudieron ser aprovechados como producto más probablemente del carroñeo que de su captura mediante unas determinadas técnicas de caza de las que no ha quedado constancia alguna. La alta cronología de esta industria, en torno a los 0,7 millones de años, la convierte en una de las más antiguas del sur peninsular.

El estudio de la fauna de La Solana del Zamborino, su industria más especializada y otras evidencias de desarrollo detectadas como el empleo del fuego, materializado en la presencia de hogares con huesos quemados alrededor, suministran los suficientes datos como para situar en fechas más recientes que las de Cúllar Baza I la ocupación por el hombre de este otro lugar. Aquí se instalaron también al aire libre y con carácter temporal o estacional pequeños grupos nómadas de cazadores-recolectores cuya principal actividad fue la caza de bóvidos y équidos, especies características del paisaje estepario predominante, y, en menor proporción, de otras especies como el ciervo cuyo hábitat natural lo constituirían los más reducidos enclaves de bosque existentes en la zona. Practicaron una caza aún poco selectiva para la que pudieron utilizar la técnica del acoso a los animales hasta zonas pantanosas en que podrían hacerse más fácilmente con ellos o incluso la de utilización de trampas de tipo de zanjas cavadas en su terreno de paso.

El equipo material que poseyeron estos grupos, creado en función de la propia actividad cinegética y de otras actividades de ella derivadas, comprende una variedad de útiles capaces de golpear, serrar, descarnar, raspar, etc., tales como los bifaces ("hachas de mano") y las raederas, denticulados y otros instrumentos especializados trabajados sobre lascas, empleando como principales materias primas el cuarzo y la cuarcita de los que pudieron proveerse en los cursos fluviales existentes al sur del yacimiento; con menos frecuencia utilizaron como materia prima el sílex, del que pudieron abastecerse en las más lejanas canteras del Mencal o de Sierra Arana.

La industria de La Solana, tipológicamente variada y técnicamente más avanzada que la de Cúllar Baza I, se ha clasificado como del Achelense Superior, último estadio cultural del Paleolítico Inferior. El estudio de la fauna no ha permitido criterios unánimes acerca de la datación que deba asignársele; mientras que para unos paleontólogos hay elementos suficientes entre la población de micromamíferos para situarla cronológicamente hacia el final del interglaciar Mindel/Riss, hace unos 300 000 años, para otros esta datación habría de retrasarse hasta la parte final del Riss/Würm o incluso a comienzos del Würm, lo que rebajaría su fecha en unos doscientos mil años. Serían necesarios nuevos trabajos de excavación en el yacimiento para poder disponer de un registro más amplio y preciso que viniera a resolver la problemática cronológica y cultural que éste tiene planteada.

La secuencia del Paleolítico Inferior granadino la cierran otros yacimientos situados en la parte occidental de la poco se conocen hasta el momento otros posibles asentamientos humanos intermedios que pudieran constituir el enlace espacial entre éstos y los orientales de la Depresión de Guadix-Baza. Son los yacimientos de la Esperanza, cerca del núcleo urbano de Loja, y de Cerro Pelado, en su mismo término municipal y junto al pantano de Iznájar. Interpretado el primero como un posible lugar estacional de caza y el segundo como un probable taller de industria lítica, son en uno y otro caso estaciones al aire libre, superficiales, cuyo único registro procede de la prospección y estudio del material realizados por J. Carrasco y otros. La industria recogida, que se conserva en el Museo Arqueológico de Granada, ha sido catalogada como Achelense evolucionado. La cronología estimada para esta ocupación es la de un final del Riss/Würm o inicios del Würm, pudiendo quedar comprendida grosso modo entre los 120 000 y 80 000 años de antigüedad.

Hacia la especialización en lo explotación de recursos

La misma comarca de la Vega de Granada en que hemos dejado a los últimos cazadores achelenses constituye uno de los escenarios en que se movieron los grupos de cazadores más especializados del Paleolítico Medio, pertenecientes al tipo Homo sapiens neanderthalensis que ocupó el Würm Antiguo o primera parte de este último período glaciar encuadrado en el Pleistoceno Superior, hace entre 100 000/90 000 y 35 000 años. El otro escenario es el de las estribaciones septentrionales de Sierra Arana en el que se encuentran dos de los más importantes yacimientos españoles para el estudio de la Cultura Musteriense, la Cueva de la Carigüela de Píñar y la Cueva Horá de Darro. La visita a éstas dos áreas de poblamiento y a alguno de los yacimientos mencionados puede ser ilustrativa acerca de las condiciones del medio elegido para su explotación por los grupos de Neanderthales y sobre el emplazamiento y características de sus hábitats.

El incremento general de la población que se produce durante el Paleolítico Medio como consecuencia de una mejora de las condiciones de vida es el que debe explicar la mayor densidad de población en la comarca de la Vega con respecto al período precedente, como prueba el mayor número de yacimientos localizados con ocupación musteriense y, al mismo tiempo, la extensión del poblamiento hacia el área de Sierra Arana en donde es notable la concentración de yacimientos. Por otra parte, la mayor estabilidad económica, resultante de una más eficaz y especializada explotación de las fuentes de alimentación, permitió a las "bandas" de cazadores-recolectores neanderthalenses adquirir un modo de vida progresivamente menos nómada que les posibilitó para la creación del algunos "hábitats de base" o lugares de habitación principal, de carácter permanente o semipermanente, de los que actuarían como subsidiarios otros hábitats secundarios, de carácter más estacional, instalados en lugares relacionados con los movimientos migratorios de los animales de caza.

La caza y la recolección siguieron siendo las principales actividades de estos grupos más numerosos que introdujeron, sin embargo, una novedad importante, consecuencia seguramente de la experiencia acumulada durante miles y miles de años y base fundamental de esa estabilidad económica a que acabamos de referirnos, la de la caza más selectiva dentro, de cualquier forma, de las especies características del ecosistema próximo a los asentamientos. Con este modo de actuación más selectiva, a través de unas técnicas no bien conocidas, hay que relacionar los cambios tecnológicos que se producen en la industria Musteriense y la existencia de un instrumental ya altamente especializado.

La distinta situación geográfica y el diferente tipo de hábitat que presentan los yacimientos musterienses de la provincia de Granada pueden responder en parte a las diferentes condiciones climáticas reinantes durante los estadiales Würm I y Würm II a los cuales se han adscrito cronológicamente y en parte a su función de hábitats de base o de asentamientos secundarios.

La zona de la Vega durante el Würm I (entre 80 000 y 55 000 años), en que el clima reinante era todavía relativamente suave, los neanderthales establecieron sus campamentos al aire libre sobre las terrazas del Genil y sus afluentes. Aunque no se han realizado más que prospecciones superficiales en los yacimientos en ellas localizados y no dispongamos de estudios estratigráficos ni medioambientales, el análisis comparativo de su industria Musteriense ha llevado a situarlos cronológica y culturalmente en esta primera parte del Pleistoceno Superior. De todos ellos el más importante es el situado en el Cortijo Villa Sol en Villanueva de Mesía, en una terraza del Genil, interpretado como un gran hábitat permanente de ocupación muy prolongada a lo largo del tiempo, que actuaría como campamento base con el que estarían relacionados los demás asentamientos existentes en la zona. Así, pudieron jugar un papel secundario los hábitats estacionales prospectados en la parte exterior del Abrigo de los Cabezones, en la vertiente norte de Sierra Elvira y en término municipal de Caparacena, de Pandera Pino, en Moclín, sobre una terraza del río Velillos, considerado un taller por las características tecnológicas de su industria, y el del Cerro de los Infantes, muy cerca de la localidad de Pinos Puente y sobre otra terraza del río Velillos, posible lugar de caza y despiece.

Además de estos hábitats al aire libre se han localizado restos materiales del Hombre de Neanderthal en dos yacimientos en cueva, Cueva Colomera I, abierta sobre el cauce del río Colomera, y la Cueva del Gamberro, a orillas del Pantano del Cubillas. La falta de datos estratigráficos y paleontológicos impiden precisar la situación cronológica de ambos yacimientos, siendo también difícil su ubicación cultural a partir del análisis técnico y tipológico de la escasa industria Musteriense hasta ahora hallada en los mismos. Si se trata de hábitats en cueva paralelos a los hábitats al aire libre del Würm I o si, por el contrario, son asentamientos correspondientes al Würm II, cuando el clima más riguroso hace que se generalice el tipo de hábitat en cueva, es algo que tendrá que dilucidar la investigación todavía a realizar en dichos yacimientos.

En la zona de Sierra Arana, en donde la presencia, en la Cueva de la Carigüela de Píñar, de restos de algunos micromamíferos cuya datación en el Würm II no deja lugar a dudas, el poblamiento neanderthalense hubo de producirse en esta etapa de recrudecimiento de las condiciones climáticas en que los grupos cazadores se ven obligados a refugiarse en cuevas y abrigos (entre 55 000 y 40 000 años). No obstante, además de la Cueva de la Carigüela -situada a unos 500 metros al este de la localidad de Píñar y a 1.000 metros de altitud- y del otro importante yacimiento que es la Cueva Horá -situada en la vertiente sureste de las últimas estribaciones de la sierra, a unos 2,5 kilómetros del Darro- se conocen desde el año 1916 en que fueran descubiertos por H. Obermaier un amplio conjunto de estaciones al aire libre cuya cronología no es fácil de establecer. En general se han considerado como ocupaciones dependientes o secundarias y contemporáneas de la ocupación de Carigüela las que tuvieron lugar en la Fuente de la Zarza y el Cerrillo de Orea, en el mismo término municipal de Píñar, en la Venta de la Nava, la Loma del Rubio, el Puerto de Onítar y el Haza de la Cabaña, en término municipal de Iznalloz, y el Llano de la Estación de Huélago, así como en la Cueva del Puntal de Darro.

La importancia de la Cueva de la Carigüela para el estudio del Paleolítico Medio en la Península se comprenderá si se tiene en cuenta que es uno de los pocos yacimientos en los que aparece asociada una abundantísima y variada industria Musteriense Típico a restos humanos de Neanderthal y a una rica fauna capaz de proporcionar información para su reconstrucción paleoecológica. Una muestra representativa de la industria lítica (raederas, puntas, denticulados, cuchillos, raspadores, buriles...) se exponen en el Museo Arqueológico de Granada.

El estudio de los restos humanos, entre ellos el frontal de un niño de unos seis años de edad, ha llevado a considerarlos del tipo Neanderthal mediterráneo, algo más grácil y pequeño que los Neanderthales clásicos, y a datarlos en un momento final del Würm II, aunque sin ningún tipo de relación evolutiva directa con los Sapiens sapiens que ocuparon el yacimiento a partir del Würm III.

Con respecto al marco ecológico en que se desarrolla la Cultura Musteriense en esta zona, las aportaciones más significativas son las obtenidas del estudio de la fauna de micromamíferos realizado por A. Ruiz Bustos. A pesar de no haberse podido precisar su situación estratigráfica, como tampoco la de los útiles líticos aparecidos en la misma zona de entrada de la cueva en la que fueron recogidas las muestras, según se desprende de dicho estudio queda demostrada aquí la existencia del Würm II por la presencia de roedores como el Dicrostonyx andaluciensis, género exclusivamente ártico, asociado a un paisaje de tundra ártica originado por la presencia de nieves perpetuas en Sierra Nevada que pudieron descender hasta una altitud próxima a la del enclave del yacimiento. A este mismo ambiente riguroso responde la presencia de M. nivalis, mientras que la mayor parte del resto de la fauna se asocia a un paisaje de bosque caducifolio que ocuparía el piso inferior al del bosque de coníferas dominante en la zona de la cueva durante el Würm II.

El estudio de la fauna de roedores de Cueva Horá, realizado por C. García, entre los que no se encuentran los géneros árticos de Carigüela, indica también en general un carácter frío, si bien con variaciones significativas a lo largo de la secuencia estratigráfica. Las características del paisaje no han podido ser bien determinadas con los escasos datos faunísticos disponibles que parecen ser indicativos, no obstante, de la existencia mayoritaria de espacios abiertos asociados a enclaves de bosque.

Este yacimiento, excavado en 1977 y 1978 por M. Botella López, presenta una gran potencia estratigráfica con una abundante industria Musteriense Típico cuya cuantificación por estratos se ha creído significativa por cuanto que las fuertes oscilaciones existentes en el número de piezas líticas encontrado en cada uno de ellos parecen corresponder con las oscilaciones climáticas detectadas por el estudio faunístico y el estudio sedimentológico. A partir de esta correlación se ha deducido una ocupación preferente de la cueva durante las fases de clima menos riguroso y más húmedo y una ocupación menos importante durante las fases de clima más frío. Si por un lado este dato resultaría en contradicción con el natural instinto de protección en las fases climáticas más adversas, por otro podría interpretarse como exponente de los movimientos estacionales de los grupos cazadores que pudieron tener su núcleo principal en la Cueva de la Carigüela como antes indicábamos.

Los últimos depredadores

En un medio físico y biológico que no presenta diferencias notables con respecto al período precedente, la población neanderthalense fue sustituida al iniciarse el Würm Reciente, hace unos 35 000 años, por nuevos grupos humanos del tipo Sapiens sapiens, muy próximos al hombre actual por su aspecto físico y por su capacidad intelectual.

Particularmente a la luz de los hallazgos que han tenido lugar en los últimos años, es indudable la ocupación de la provincia de Granada por bandas de cazadores-recolectores de la última parte del Pleistoceno Superior. Sin embargo, contamos todavía con un registro muy precario para la reconstrucción del desarrollo socioeconómico y cultural de las áreas ocupadas al tiempo que limitado al Auriñaciense y Solutrense, fases inicial y media respectivamente de la secuencia de esta etapa final del Paleolítico. No habiéndose producido hasta el momento ningún hallazgo que pueda insertarse en el marco cronológico-cultural del complejo industrial Magdaleniense, al Paleolítico Superior Final, junto con el siguiente período, el Mesolítico -de evolución ya en el Postglaciar, a partir aproximadamente del 10 000 a. C.-, no representan para la Prehistoria granadina sino importantes lagunas en el conocimiento de la continuidad poblacional y cultural. Es probable que tal carencia documental pueda responder a una investigación insuficiente más que a un vacío real que vendría a significar el abandono de nuestras tierras hasta la aparición, en el V milenio, de los primeros grupos neolíticos portadores de la cerámica cardial y en posesión ya de una economía de producción. A este respecto sería de gran interés la confirmación de los indicios de época epipaleolítica que se han creído observar en la Cueva Horá y en la Cueva de la Carigüela.

Al iniciarse el Paleolítico Superior la continuidad del poblamiento de la zona de Sierra Arana se constata únicamente a través de un pequeño conjunto de útiles líticos de tipología auriñaciense procedente de la Cueva Horá, conservados en el Museo Arqueológico de Granada. Se trata de un instrumental especializado en relación con la caza que refleja claramente las nuevas tendencias tecno-tipológicas características de este primer complejo industrial del que son autores los que podemos llamar los primeros de los últimos depredadores que aprovecharon los recursos naturales del territorio granadino.

Las prospecciones llevadas a cabo por un equipo del Museo Arqueológico de Granada en el año 1979 en los términos municipales de Cozvíjar y Albolote, junto a la Vega de Granada, dieron como resultado la localización de dos yacimientos con ocupación humana durante el Solutrense medio y final; son la Cueva de los Ojos y el yacimiento de hábitat mixto en abrigo y al aire libre situado al pie de un farallón rocoso que limita la margen derecha del Pantano del Cubillas. Ambos fueron excavados por el mismo equipo en 1982 el primero y en 1982-83 el segundo.

Considerado hábitat estacional en relación con la caza de especies como la cabra pirenaica, el ciervo y el jabalí. Los análisis sedimentológicos y faunísticos realizados revelan la existencia de un clima cálido húmedo durante el período de ocupación. Su relleno arqueológico presenta el interés de sumar a una industria lítica típicamente solutrense (hojas de laurel, puntas de cara plana, puntas pedunculadas...) objetos de adorno en concha, fragmentos de ocre y restos humanos.

El hábitat mixto del Pantano del Cubillas ha sido adscrito a una fase final de este mismo período solutrense en base a la tipología de su industria lítica y a sus características de fabricación, cerrando por ahora la secuencia paleolítica de la provincia de Granada.

Las última relaciones entre el hombre y el medio. Los pastores...

La adopción de la agricultura y la ganadería suponen unas nuevas relaciones entre el hombre y su medio que originan cambios esenciales en el desarrollo de las sociedades cazadoras-recolectoras. En este sentido ha de interpretarse el término "revolución neolítica" de V. Gordon Childe, debiéndose entender que la implantación de una economía de producción no responde a una transformación súbita y radical sino a un lento proceso evolutivo que se iniciara ya a finales del Pleistoceno y comienzos del Holoceno. Determinadas formas de comportamiento de los últimos grupos de cazadores del Paleolítico Superior y del Mesolítico, como la especialización en la caza-recolección, su carácter selectivo o la tendencia a la adquisición de un modo de vida progresivamente menos nómada, constituyen de hecho el paso previo del llamado "proceso de neolitización" que conducirá, con el concurso de nuevos comportamientos sociales y de unas posibilidades naturales favorecidas por los cambios climáticos del Postglaciar, a la adopción de la agricultura y la ganadería como principales recursos económicos.

La innovación básica que es en sí misma la domesticación de animales y plantas origina a su vez importantes transformaciones en la estructura social y una renovación tecnológica de gran transcendencia. Significativos al respecto son la cada vez más acusada sedentarización, la formación de comunidades campesinas, el aumento demográfico, la aparición de un nuevo instrumental agrícola, la invención de la cerámica y el pulimento e la piedra, sin olvidar la evolución tecnológica y tipológica experimentada en la industria lítica tallada y en la industria ósea, así como las nuevas manifestaciones artístico-religiosas.

Las primeras comunidades campesinas dominadas por un modo de vida agrícola y pastoril aparecen ya a finales del VII milenio en algunas áreas del Próximo Oriente en donde existían los ancestros salvajes de las principales plantas que fueron cultivadas durante el Neolítico, como el trigo y la cebada, y los animales que fueron primordialmente objeto de domesticación, como la cabra y la oveja.

En el occidente mediterráneo, en donde no existían estos antecedentes silvestres, el acceso a la economía de producción se produce más tardíamente, configurándose al mismo tiempo como un proceso lento, complejo y diverso, a tenor de las condiciones medioambientales y del sustrato cultural existentes en los distintos núcleos que puedan ser objetos de consideración. Partiendo de la aceptación de un fenómeno de difusión cultural a partir del Sudoeste asiático, no han podido ser bien explicados aún los mecanismos que permitieron la paulatina sustitución de los modos de vida propios de la economía depredadora por unas formas de comportamiento acordes con la nueva economía productora. En la Península Ibérica la aparición de los primeros grupos de pastores y agricultores está atestiguada en la vertiente mediterránea a principios del V milenio. Mientras que la secuencia estratigráfica de algunos yacimientos levantinos ha aportado datos precisos para la valoración del proceso de transformación gradual del sustrato epipaleolítico, en la provincia de Granada al desconocimiento casi absoluto de este contexto no hace posible su evaluación en relación con los distintos aspectos confluyentes en el fenómeno de la neolitización. Las evidencias que poseemos hasta el momento nos muestran a unos grupos neolíticos ya plenamente constituidos como tales, en posesión de una economía agropastoril y de los adelantos técnicos propios del período. Este es el caso del grupo que durante el Neolítico Antiguo tuvo su hábitat en la Cueva de la Carigüela de Píñar, cuya presencia aquí podría ser consecuencia de un proceso de expansión de grupos del Neolítico Antiguo desde la cercana zona levantina en cuyos yacimientos se encuentran los paralelos más directos para la cultura material contenida en los estratos neolíticos más antiguos del yacimiento granadino. En relación con tal proceso, y teniendo en cuenta las dataciones C14 del Neolítico Antiguo y Medio de los yacimientos levantinos y del Neolítico Medio de la Cueva de los Murciélagos de Zuheros (Córdoba), cuyos elementos de cultura material también son comparables a los de los estratos del Neolítico Medio de Carigüela, el inicio del Neolítico en la provincia de Granada -para el que no disponemos de fechas absolutas- se puede situar cronológicamente en la primera mitad del V milenio.

Hacia estas mismas fechas y en la misma zona de Sierra Arana se instalaron otros grupos neolíticos iniciales en Las Majolicas de Alfacar, actualmente una brecha o cañón que debe corresponder al pasillo de una antigua cueva cuyo techo se derrumbó, situado al pie de la Sierra de Alfacar, a unos 700 metros del casco urbano de Alfacar y a unos 1.000 metros de altitud, y en la Cueva de la Ventana, situada a unos 300 metros de la de La Carigüela, a unos 980 metros de altitud sobre el nivel del mar, excavada por J. Ch. Spahni en 1954-55.

Otros grupos de poblamiento pudieron existir en la Tierra de Alhama en las cuevas y abrigos abiertos en los tajos del río Cacín y, en la región de los Montes Occidentales, en la cueva de las Cabras de Montefrío y en la Cueva de Malalmuerzo de Moclín, yacimientos todos ellos ubicados en el interior de la faja costera y a los que corresponden hallazgos aislados y fuera de contexto de cerámicas "cardiales", fósil rector del Neolítico Antiguo.

La Cueva de la Carigüela, único yacimiento que ha proporcionado una secuencia estratigráfica completa para el estudio del Neolítico en la provincia de Granada, ha de convertirse en obligado punto de referencia tanto en esta etapa inicial como en las posteriores fases de su evolución. Tras las primeras excavaciones realizadas en la misma por J. Ch. Spahni en 1954-55, fueron las campañas realizadas durante 1959 y 1960 por M. Pellicer las que permitieron establecer la secuencia neolítica del yacimiento, vuelto a ser excavado a partir de 1968 por los profesores Irwin, Fryxell y Almagro.

En los estratos inferiores de la sucesión neolítica de este yacimiento aparece netamente representado el horizonte inicial de las cerámicas impresas cardiales, común a todo el Neolítico Antiguo Mediterráneo, mostrando unos patrones socioeconómicos y tecnológicos semejantes a los de todo el ámbito occidental y básicamente diferentes de aquellos otros que caracterizaron a los últimos grupos de cazadores recolectores.

El propio tipo de hábitat en cueva puede señalarse como característico, aunque sin duda no exclusivo de las primeras comunidades productoras de alimento; así lo indican los pequeños poblados al aire libre ya detectados en la zona mediterránea peninsular, ubicados en tierras bajas en las que las labores agrícolas han hecho desaparecer en la mayoría de los casos sus débiles estructuras. Es probable que algún día puedan localizarse poblados levantados durante el Neolítico Antiguo en la zona de la Vega granadina o en sus rebordes montañosos en donde ya han comenzado a conocerse hábitats de este tipo correspondientes a la siguiente etapa, al Neolítico Medio. La doble utilización de las cuevas durante esta etapa inicial, para habitación y enterramiento, está ampliamente constatada en varios yacimientos del País Valenciano; no así en la Cueva de la Carigüela en donde no se han hallado restos humanos en los estratos antiguos. Se han registrado enterramientos en la misma área de habitación en los estratos del Neolítico Medio, así como en otros yacimientos del mismo horizonte de la zona de Alhama de Granada.

El hábitat en cuevas y su enclave en zonas montañosas, el conocimiento de las especies domésticas y salvajes a través del estudio de la fauna de Carigüela y el hallazgo de cereales en la misma, apuntan hacia una clasificación de los grupos neolíticos iniciales granadinos como comunidades regidas por una economía mixta agrícola-ganadera, pero para las que la caza continuó siendo una base fundamental de su alimentación cárnica y la recolección seguramente una actividad cotidiana. Desde establecimientos base como éste de Carigüela algunos miembros de la comunidad se desplazarían estacionalmente en busca de nuevas tierras para pasto mientras que otros pudieron instalarse, también con carácter estacional, en lugares aptos para el cultivo. Este modo de vida seminómada, con una economía todavía en buena parte de subsistencia, ha de considerarse, sin embargo, esencialmente diferente del régimen predador por cuanto que implica un nuevo tratamiento en la explotación de los recursos del territorio al que van unidos los adelantos tecnológicos y otras innovadoras manifestaciones culturales.

El desarrollo de una actividad agrícola por parte de la comunidad antigua de la Cueva de la Carigüela sólo está atestiguada por los cereales hallados en las excavaciones del equipo hispano-norteamericano en 1969. No habiéndose efectuado el estudio de sus semillas ni análisis polínicos que pudieran ser indicadores de otros cultivos, por cuanto sabemos acerca del cultivo en el área levantina, podemos aventurar que pudieron cultivarse diversas especies de trigo y cebada en cuya selección influirían las condiciones ecológicas del territorio. Entre el utillaje de piedra tallada no se han encontrado elementos o piezas de hoz. Las hoces, instrumentos íntimamente vinculados al trabajo agrícola de la recolección de cereales, son muy abundantes, en cambio, en los yacimientos levantinos. La escasa representación de hachas de piedra pulida puede en cierto modo venir a apoyar la idea de que la agricultura fuera una actividad marginal o secundaria ya que estos instrumentos, que constituyen una de las principales innovaciones materiales del Neolítico, se utilizaron para la desforestación que permitiría la creación de espacios abiertos aptos para el cultivo.

El estudio de la fauna ha puesto de manifiesto que, efectivamente, la comunidad de Carigüela desarrolló una actividad pastoril pero que no llega a alcanzar la significación que en el País Valenciano o en otros del área mediterránea. El porcentaje de los animales domésticos cuantificados es menor que en aquellos, siendo proporcionalmente superior el de la fauna salvaje. Estos datos, junto al de la posible escasa incidencia de la agricultura, pueden considerarse significativos para la consideración de nuestro Neolítico Antiguo en el que si, por un lado, están plenamente asimiladas las nuevas formas de explotación del medio, por otro se sigue manteniendo una economía en buena parte sustentada por la caza.

El conejo, la liebre, el toro, el jabalí, el caballo y la cabra hispánica, especies determinadas de fauna salvaje, se aprovecharían por su carne y sus pieles. Las especies que alcanzan los porcentajes más elevados dentro de la fauna doméstica son los ovicápridos; el cerdo y el buey fueron también producto económico pero en proporción muy inferior. Son las mismas especies que se aprovecharon en general por la mayor parte de los grupos neolíticos occidentales. La transformación económica y consiguiente reestructuración de los modos de vida influyó notablemente en el desarrollo de una cultura material cuyos principales elementos definidores son la cerámica y la piedra pulimentada. Las técnicas de manufacturación de la cerámica -cuya invención tuvo lugar en el Próximo Oriente en donde está ya ampliamente extendida desde finales del VII milenio- aparecen como perfectamente dominadas por los primeros alfareros granadinos ya al comenzar la primera mitad del V milenio. El proceso de elaboración de las vasijas requería en primer lugar la selección de la arcilla y de los elementos desengrasantes que habían de mezclársele para evitar resquebrajamientos durante su secado y posterior cocción; a continuación se efectuaba el modelado de la vasija a mano o mediante la superposición de rollos de arcilla, realizándose después el acabado de las superficies que podía hacerse mediante un simple alisado con las manos o con algún instrumento de hueso, madera o piedra, mediante una regularización más cuidadosa efectuada por una espátula o instrumento similar, o bien mediante un bruñido o frotación con pieles u otras materias blandas. La decoración se realizaba en último lugar, antes de ser sometidas a cocción las vasijas en hornos al aire libre que debieron ser simples oquedades en el suelo en donde se situarían las piezas recubiertas de leña. Las temperaturas de cocción determinadas para cerámica neolíticas de la provincia de Granada son siempre inferiores a los 800° C.

La técnica más depurada y la mayor riqueza tipolítica y decorativa de toda la alfarería neolítica corresponde precisamente a esta primera etapa de su evolución. De forma gradual, y hasta finales del Neolítico, es perceptible la pérdida de calidad tanto en el tratamiento de la pasta arcillosa como en la ejecución formal, en el acabado de las superficies y en los esquemas decorativos cada vez más simples y menos cuidados. Desde comienzos de la última fase neolítica se tenderá a la utilización de una vajilla en su mayor parte sin decoración y en la que las formas abiertas (platos, cuencos, fuentes...) son predominantes frente a las globulares y más cerradas del Neolítico Antiguo y Medio.

El tipo cerámico representativo del Neolítico Antiguo es la cerámica "cardial" así denominada por estar decorada, antes de la cocción, mediante la impresión del borde, del dorso o del natis de una concha marina, el Cardium edule. Esta cerámica, de gran riqueza decorativa, de temática variada y de gran calidad técnica, es abundante en los estratos neolíticos iniciales de la Cueva de la Carigüela y entre el material no estratificado de las Majolicas. Otros tipos cerámicos como el decorado mediante incisiones, cordones en relieve o impresiones no cardiales (de peine, ungulaciones, digitaciones, etc.) tienen el mismo carácter intrusivo que las decoradas con cardium en todos los conjuntos del Neolítico Antiguo y aparecen simultáneamente en los mismos contextos. Su evolución posterior es prolongada mientras que la  ha desaparecido de los conjuntos cerámicos; en este orden, a su valor propiamente cultural hay que sumarle el valor de indicador cronológico.

Junto a la cerámica otros elementos de cultura material que caracterizan bien a nuestro primer Neolítico son los útiles y objetos de adorno en piedra pulida (hachas azuelas, brazaletes, colgantes), los punzones y espátulas de hueso y los colgantes de hueso y concha. Ninguno de ellos alcanza en los yacimientos granadinos ni la riqueza cuantitativa ni la variedad tipológica que en los grupos iniciales del País Valenciano con los que, como ya señalábamos anteriormente, existen las relaciones más directas. Algo semejante ocurre con la industria en piedra tallada, escasa y poco significativa en nuestros yacimientos.

La cultura de las cuevas. El desarrollo del sistema productivo

La transición del Neolítico Antiguo al Neolítico Medio no es absolutamente sincrónica en las distintas áreas de la cuenca occidental del Mediterráneo en las que, por otra parte, son acusadas las particularidades regionales frente a la homogeneidad del Neolítico Inicial. En general, dicha transición se produce desde finales del V milenio o principios del IV. En la Alta Andalucía y en el País Valenciano la transición se estructura bajo unas condiciones muy similares, fruto de la continuidad en los contactos, relaciones e influencias que ya existieron desde comienzos del Neolítico Antiguo.

Desde estas fechas van configurándose en la provincia de Granada varios núcleos de poblamiento de amplia distribución geográfica constituidos por grupos de la Cultura de las Cuevas cuya uniformidad se hace patente en sus contextos culturales. El mapa de distribución de yacimientos muestra la mayor concentración en las estribaciones de Sierra Arana y en las Tierras de Alhama. En la primera de estas zonas, además de la Cueva de la Carigüela, la de la Ventana y las Majolicas de Alfacar, en las que existe una continuidad ocupacional, otros dos yacimientos cuya ocupación se inicia en esta fase son la Cueva del Agua de Prado Negro, abierta en el Tajo Grande del Jinestral, a 1.800 metros sobre el nivel del mar, en término municipal de Iznalloz, y la Cueva CV-3, en el límite de los términos municipales de Cogollos Vega y Nívar, abierta en la ladera sur del Barranco Bermejo, a unos 500 metros al sudeste de la localidad de Cogollos. Ambas han sido prospectadas por el Departamento de Prehistoria, habiéndose publicado el estudio de sus materiales de superficie.

En la Tierra de Alhama los yacimientos conocidos y estudiados, algunos de antiguo, otros más recientemente por el Departamento de Prehistoria y el Servicio de Investigaciones Arqueológicas de la Diputación Provincial, son numerosos. Al noroeste de la localidad de Alhama, en las cercanías de los baños termales, a unos 800 metros de altitud, se encuentra la Cueva de la Mujer y la Cueva del Agua. Sima Rica (o Sima de Enrique), la Sima del Conejo y la Sima del Carburero están ubicadas en el valle que se abre entre Sierra Blanquilla y la Sierra de la Palomera, en el sector oriental de Sierra Gorda, en altitudes ligeramente superiores a los 1.000 metros Sobre el cauce del río Alhama se abre, por último, la Cueva de los Molinos, en las inmediaciones del núcleo urbano de Alhama, a 840 metros sobre el nivel del mar.

En el borde septentrional de la Depresión de Granada se encuentra la Cueva de Malalmuerzo, situada al sur del Barranco de Lizán y al este del Peñón de Malalmuerzo, en término municipal de Moclín, a 820 metros de altitud, y las cuevas de las Peñas de los Gitanos de Montefrío. En el borde suroriental de la Depresión, la Cueva del Coquino abierta en un afloramiento calizo confinante con el Monte Hacho y a una altitud de 700 metros, cerca del casco urbano de Loja. En el área litoral se encuentran la Cueva del Capitán, situada en las últimas estribaciones de la Sierra de Cázulas, en la margen derecha del río Guadalfeo, a 100 metros de altitud, la Cueva de los Intentos, al sureste del núcleo urbano de Gualchos, a 340 metros de altitud, y la Cueva de las Campanas, en la ladera sur del Pico del Aguila, a 415 metros de altitud, también en término de Gualchos.

Frente a este elevado número de yacimientos en cueva solamente se han localizado hasta ahora dos asentamientos al aire libre. Uno es el situado en el lugar denominado Las Catorce Fanegas, en término municipal de Chauchina, en el mismo corazón de la Vega de Granada en donde no se conocía testimonio alguno del poblamiento neolítico hasta su aparición en 1986. En la actualidad ha sido totalmente arrasado por las labores agrícolas. El otro es el de La Molaina, enclavado en uno de los bordes montañosos de la Vega, el pie de Sierra Elvira, a escasa distancia de la localidad de Pinos Puente a cuyo término municipal pertenece.

La evolución gradual que muestran los contextos de algunos de estos yacimientos de la Cultura de las Cuevas se manifiesta más que en el aspecto económico, que representa una continuidad del sistema productivo, en la desaparición de la cerámica cardial y en el mayor relieve que alcanzan los otros tipos cerámicos que desde el comienzo de la alfarería acompañaron a la cardial. La continuidad económica no excluye, sin embargo, el desarrollo gradual de las posibilidades agrícolas y ganaderas. La más frecuente práctica de la agricultura acentúa la tendencia hacia la sedentarización que llevará al final del período a la aparición de los primeros asentamientos permanentes al aire libre. Paralelamente a la mayor actividad agrícola, la ganadería experimenta también un notable crecimiento en detrimento de la actividad cinegética. Los análisis de la fauna de la Cueva de la Carigüela y de la Cueva del Coquino muestran bajos porcentajes de fauna salvaje en relación con los de la fauna doméstica cuyas especies son las mismas que fueron objeto de cuidado en la fase anterior.

En el aspecto de la cultura material, la desaparición de la cerámica cardial va acompañada de una abundante producción de cerámicas impresas con peines, gradinas e instrumentos similares, cerámicas incisas, las decoradas mediante cordones en relieve y las pintadas a la almagra, técnicas que con frecuencia se asocian en los mismos esquemas decorativos. Las impresas son más características del primer estadio de la Cultura de las Cuevas que se inicia en el límite entre el V y el IV milenios, perdiendo significación en favor de los otros tipos en un segundo estadio que puede prolongarse hasta mediado el IV milenio; en adelante, hasta el límite del III milenio, la perduración empobrecida de las técnicas anteriores y el predominio cada vez más acusado de las cerámicas lisas son las notas más características.

Las cerámicas decoradas mediante el recubrimiento de sus paredes con una capa de pintura roja a la almagra, las vasijas provistas de pitorros para verter y los brazaletes de piedra pulida decorados con estrías paralelas se han señalado tradicionalmente como los elementos más representativos del Neolítico andaluz en general y en particular de los grupos de las cuevas de la provincia de Granada.

Las numerosas manifestaciones artísticas de carácter esquemático plasmadas en las paredes rocosas de cuevas y abrigos naturales en las mismas zonas de las Sierras Subbéticas en que se ubican muchos de los yacimientos mencionados de la Cultura de las Cuevas son el reflejo de una mentalidad muy diferente de aquella otra que inspiró el arte naturalista de los cazadores-recolectores -del que no se conocen restos en nuestro territorio-, mostrando al mismo tiempo una capacidad expresiva íntimamente relacionada con el contexto cultural que hemos venido viendo. Los estrechos paralelismos existentes entre motivos pintados en las cuevas y abrigos de Sierra Arana o de la zona de Moclín y algunas representaciones en cerámicas incisas e impresas de antropomorfos, animales, soles, motivos geométricos, etc., no parecen dejar lugar a dudas sobre los autores y cronología de la pintura rupestre esquemática cuyo origen corre paralelo al de la Cultura de las Cuevas desde sus momentos iniciales, a comienzos del IV milenio, para acabar de desarrollarse plenamente durante la Edad del Cobre.

En la zona de Sierra Arana se han localizado en el Portillo del Toril (Iznalloz), en la Cueva de Torres Bermejas o Abrigo de Sillar Baja (Diezma), en la Cueva de la Vereda de la Cruz (Diezma), en el Tajo del Aguila (Huélago), en el abrigo de Julio Martínez (Iznalloz), en las Cuevas de la Panoria (Darro), en Las Majolicas (Alfacar) y en La Molaina (Pinos Puente). En la región de Moclín se conocen pinturas esquemáticas en la Cueva del Cortijo de Hiedra Alta, en la Cueva del Hornillo de la Solana, en las Cuevas de la Araña, en la cueva de las Vereas y en la Cañada de Corcuela, todas ellas en término municipal de Moclín. Sus temas y características han sido ampliamente tratados por J. Carrasco y otros en su estudio sobre el fenómeno rupestre esquemático en la cuenca alta del Guadalquivir.

La mayor parte de los elementos que hemos venido enumerando como característicos del Neolítico Medio desaparecerán durante la última etapa neolítica, avanzada ya la segunda mitad del IV milenio. Al mismo tiempo que gradualmente van perdiendo fuerza los arraigados modos de vida y las fuertes tradiciones culturales de los grupos de las cuevas, se van dejando sentir las influencias innovadoras de comunidades campesinas de base eminentemente agrícola y con un modo de vida plenamente sedentario como las que en el Sudeste conforman la llamada Cultura de Almería o las que hacia occidente ocupan la zona del Bajo Guadalquivir.

En este momento tardío se ha situado la fundación, hacia 3 200 a. C., del poblado de los Castillejos, en el extremo occidental de las Peñas de los Gitanos de Montefrío, enclavado en un paraje natural de gran belleza y fácil acceso que recomendaríamos conocer por sí mismo, además de por el atractivo arqueológico que ofrecen las sepulturas megalíticas construidas en las cercanías del poblado, a las que más adelante haremos referencia, algunas de ellas conservadas en buen estado.

También en la segunda mitad del IV milenio -según fechas obtenidas mediante el método de C14 para algunos objetos de esparto- se sitúa la ocupación para habitación de la Cueva de los Murciélagos de Albuñol, situada cerca de esta localidad, junto a la rambla de Aldáyar, en las últimas estribaciones de la Sierra de la Contraviesa, que ya fuera dada a Andalucía publicado en 1868. De este yacimiento se han conservado en muy buen estado, gracias a determinadas condiciones ambientales, un buen número de materiales arqueológicos en su mayoría en la actualidad en el Museo Arqueológico Nacional y en parte en el Museo Arqueológico de Granada. De todos ellos llaman particularmente la atención los objetos trenzados de esparto (bolsas, cestos, esteras, sandalias) por su calidad y belleza, los objetos de madera de roble y, desde luego, la magnífica diadema de oro que portaba uno de los trece cadáveres que, dispuestos en círculo, constituyen una de las primeras evidencias del enterramiento colectivo en la Alta Andalucía. La presencia de elementos de cultura material claramente enraizados en la Cultura de las Cuevas hace sospechar una primera fase de ocupación para habitación durante la etapa final del Neolítico y una segunda fase de utilización de la cueva para enterramiento colectivo a partir de comienzos del III milenio.

La provincia de Granada durante el III milenio. Las poblaciones...

Ya iniciado el III milenio se difunde por la parte occidental de la provincia de Granada una nueva costumbre funeraria de enterramiento colectivo, conocida como "fenómeno megalítico", procedente de los focos más antiguos del Occidente peninsular. Este fenómeno que hunde sus raíces en el IV milenio para prolongarse hasta la Edad del Bronce y que se implanta de forma generalizada entre poblaciones culturalmente muy diversas de las zonas ribereñas del Mediterráneo, de la Europa báltica y de la fachada atlántica, tiene su máxima expresión en las tumbas construidas con grandes losas de piedra y concebidas para acoger múltiples inhumaciones que se conocen con el nombre de "megalitos" o, con el más popular, de "dólmenes".

Elementos definidores relevantes del megalitismo son la propia arquitectura monumental, dominadora del tiempo y del espacio en tanto que imperecedera y estructurada tumularmente en un emplazamiento concreto, presidido y dominado por la lógica de la visibilidad -como ha sido caracterizada por los investigadores gallegos Criado, Aira y Díaz Fierros-, y su finalidad para enterramiento colectivo, respondiendo a unas nuevas formas de religiosidad o a una nueva forma de sociedad concebida según una estructura más amplia que la estrictamente familiar. Por estas mismas características, así como por el atractivo de sus ajuares, mientras que la arquitectura funeraria de las poblaciones megalíticas ha sido objeto de estudio amplio y continuado desde la segunda mitad del siglo XIX, la documentación sigue siendo escasa y parcial sobre el carácter mismo de las poblaciones que aceptaron el nuevo rito y sobre la estructura y características de los poblados en que se agruparon, en particular los del primer horizonte megalítico.

En los focos originarios del occidente peninsular los más antiguos megalitos, con cronologías neolíticas, presentan un aislamiento que se ha considerado acorde con la propia dispersión de los pequeños poblados de las gentes que los levantaron, a cada uno de los cuales hubieron de corresponder las diseminadas estructuras arquitectónicas funerarias. Su monumentalidad y su emplazamiento en puntos dominantes del territorio de aprovechamiento de los poblados -de difícil localización por su poca envergadura y la débil estructura de las chozas que los conformaron- han hecho concebir la idea de que los megalitos, además de lugares de enterramiento, fueran también de algún modo indicadores de propiedad o "marcas de territorio".

El desarrollo más amplio del megalitismo en los inicios del III milenio se efectúa paralelamente al de la evolución que experimentan los antiguos grupos, posiblemente ganaderos y seminómadas, hacia poblaciones cada vez más numerosas y estables, con un modo de vida agropastoril, que acabarán estableciéndose en poblados permanentes de entidad creciente y agrupando sus tumbas en cementerios o necrópolis. Caracterizadas estas poblaciones desde el punto de vista de su estructuración social como sociedades igualitarias, este carácter ha sido matizado por los investigadores a que antes aludíamos al considerar las significativas implicaciones que se derivan de la complejidad y cantidad ingente de trabajo y esfuerzo requeridos para la construcción de los megalitos, no explicable sin la existencia de una función directora, en el sentido de que "si con éste término significamos la inexistencia de auténticas clases sociales, podemos aceptarlo, pero si con él nos referimos a la inexistencia de jerarquías o de algún tipo de distribución de la autoridad y del poder, entonces estaremos incurriendo en una grosera tergiversación". La concepción monumental de la arquitectura megalítica, que de alguna forma implica el deseo de inmortalizar el recuerdo de aquellos a quienes da cobijo, va acompañada en el plano del mundo de las creencias por otras manifestaciones como son los propios ajuares de que se acompañaba a los muertos en el momento de su inhumación y las manifestaciones artísticas que, grabadas o pintadas, con temática animal, humana o simbólica, se encuentran sobre las grandes losas de piedra del algunas tumbas, configurando un "arte megalítico" de cuya transcendencia religiosa o, en todo caso, social, no poseemos suficientes evidencias.

Los ajuares contienen como objetos más habituales, entre otros, hachas, y azuelas de piedra pulimentada, largos cuchillos y puntas de flecha de sílex, objetos de adorno elaborados en piedra y hueso y vasijas de cerámica. La presencia de algunos objetos de metal se considera producto de comercio e intercambio y no como consecuencia de su producción por parte de las poblaciones megalíticas.

Dentro de un marco de características generales similar al brevemente esbozado, es hacia el 2700 a. C., cuando se produce el desarrollo de las poblaciones megalíticas granadinas cuyo conocimiento ha avanzado considerablemente en los últimos años tras la excavación de algunos poblados como el de Los Castillejos de las Peñas de los Gitanos de Montefrío, la excavación, reexcavación y estudio de varias necrópolis, la localización de otras y los trabajos de sistematización llevados a cabo por el Departamento de Prehistoria de Granada y el Museo Arqueológico, en cuyas salas se exponen un buen número de objetos que ilustran suficientemente sobre la cultura material de las mismas. Desde las regiones más occidentales de la provincia hasta la Depresión de Guadix, las poblaciones megalíticas están documentadas a través de los escasos poblados hasta ahora conocidos, de los sepulcros de corredor o galerías cubiertas y de otros modelos funerarios para enterramiento colectivo como las cuevas artificiales y las cuevas naturales.

El poblado y la necrópolis ubicados en las Peñas de los Gitanos de Montefrío constituyen uno de los puntos claves para el estudio del primer horizonte de la Edad del Cobre en la Alta Andalucía. Están enclavados en la región de los Montes occidentales, al oeste de Montefrío, en un paraje de gran belleza, conservándose en buen estado, como ya señalábamos antes, algunos de los dólmenes reexcavados por el Departamento de Prehistoria.

Es posible que algunas de las sepulturas comenzaran a levantarse en la Fase II del poblado, correspondiente a un Neolítico Final, en la que se siguen documentando sepulturas individuales en fosa. El gran desarrollo del megalitismo en Montefrío tiene lugar, sin embargo, a partir del Cobre Antiguo, cuando se inicia la Fase III de la secuencia del poblado, en el que se agruparon cabañas construidas con zócalos de piedra y paredes de ramaje y barro, que va a tener vigencia durante toda esta primera parte de la Edad de los Metales. Son tres las necrópolis existentes y alrededor de cien los dólmenes en ellas concentrados, las de El Castillón, La Camarilla y El Rodeo. Algunas de sus sepulturas ya fueron dadas a conocer por don Manuel de Góngora, quien también señaló la presencia del poblado, y otras por don Manuel Gómez-Moreno, siendo excavadas otras años más tarde por don Cayetano de Mergelina. Ya durante la realización de estos trabajos se pudo constatar que muchas habían sido violadas desde muy antiguo. Son sepulcros de corredor corto y de forma trapezoidal, de pequeñas dimensiones, formados en general por grandes losas hincadas verticalmente u ortostatos, aunque en algunos existan tramos de mampostería, y con cámara también de planta trapezoidal. La puerta que da acceso desde el corredor a la cámara está labrada en otra gran losa de piedra.

En la misma parte occidental de la región de los Montes se encuentra otro conjunto megalítico formado por poblado y necrópolis, el de Sierra Martilla, situado a unos 5 kilómetros de los Ventorros de San José, en término municipal de Loja, en donde en fechas muy recientes hemos llevado a cabo trabajos de excavación y limpieza de las nueve tumbas previamente localizadas así como varios sondeos estratigráficos en el área del poblado. Este último se extiende ampliamente sobre una zona alta y amesetada, en la margen derecha del río Genil cuyo valle se domina perfectamente desde el emplazamiento. La necrópolis está compuesta por cuevas artificiales y cuevas artificiales-megalitos asentadas sobre pequeñas terrazas escalonadas en la ladera oeste del afloramiento sobre cuya parte alta se extiende el poblado. La mayor parte de estas estructuras de enterramiento colectivo se han conservado en muy buen estado por lo que, unido ello a la belleza del entorno del yacimiento al que se accede sin grandes dificultades, sería otro de los lugares "megalíticos" que, como el de Montefrío, invitaríamos a visitar.

Otras cuevas artificiales para enterramiento colectivo se conocen también en El Manzanil, en la vega de Loja, y en Iznalloz, en el Cerro del Greal.

Gran interés ofrecen igualmente las necrópolis de Huélago, Fonelas, Laborcillas y Pedro Martínez, en los Montes orientales, cuyo conocimiento se remonta a finales del siglo pasado en que fueran excavadas por don Luis Siret. En Laborcillas la necrópolis se vincula al poblado del Cerro de los Castellones, situado a 1 kilómetros al este del pueblo, que fue excavado en 1973 por el Departamento de Prehistoria. Aquí el primitivo y pequeño poblado megalítico continuó y se fortaleció con estructuras defensivas en la segunda mitad del III milenio, manteniendo su continuidad durante la Edad del Bronce.

En uno de los sepulcros de la necrópolis de Fonelas, el llamado "Moreno 3", se halló una de las pocas manifestaciones artísticas grabadas sobre piedra que poseemos en el arte esquemático provincial, junto con la inscultura con motivo de cabra existente en uno de los dólmenes de La Camarilla de Montefrío y los grabados en rocas al aire libre de Baños de Alicún y Gorafe con motivos geométricos cruciformes y circulares. Se trata de una posible estela recortada sobre pizarra que tiene como tema principal una figura de antropomorfo y como motivos secundarios líneas en zig-zag que perfilan los bordes de la estela; estaba situada en el interior de un pequeño recinto a modo de cista existente dentro del dolmen y cuya función se ignora. Se encuentra expuesta en el Museo Arqueológico de Granada.

En las Tierras de Alhama existe otra interesantísima necrópolis megalítica cuyas tumbas se extienden por el valle del río Cacín, en las cercanías del pantano de los Bermejales, en la que la mayor parte de los sepulcros son galerías cubiertas, de influencia occidental, aunque tampoco esté ausente el tipo de sepulcro de corredor corto y trapezoidal habitual en las necrópolis granadinas. En los dólmenes de galería la cámara se concibe como una continuación del corredor del que aparece diferenciada únicamente por la puerta de acceso. Ni en uno ni en otro tipo encajan por su tipología los curiosos megalitos de los Vínculos, cubiertos por un mismo túmulo, uno de planta trapezoidal y otro de cámara cuadrangular y corredor lateral. Cerca de las orillas del pantano puede visitarse uno de los dólmenes de galería, que excavado tras su descubrimiento en un momento de descenso de nivel de las aguas del pantano que lo cubrían, fue reconstruido en una parte algo más elevada; es uno de los mejores ejemplos explicativos de la estructura interna y de la tumular exterior de este tipo de sepulcros. Esta necrópolis, comprendida entre los términos de Arenas del Rey y Alhama de Granada, fue descubierta en 1964 y excavada años más tarde por el Departamento de Prehistoria.

Junto a las necrópolis que venimos mencionando y a algunos otros dólmenes aislados conocidos en localidades de la Vega de Granada así como en Píñar, Illora, Montejícar, etc., hemos de hacer mención por último a la mayor necrópolis de la provincia al mismo tiempo que la de situación más oriental dentro de la geografía megalítica granadina, la necrópolis del río de Gor. Se extiende ampliamente a lo largo del valle de este río, concentrándose los alrededor de 238 sepulcros localizados -algunos de ellos ya excavados por don Luis Siret- en varios grupos: Baños de Alicún, La Sabina, Las Majadillas, Llano de la Cuesta de Guadix, Llano de los Olivares, Hoya del Conquil, Llano del Cerrillo de las Liebres, Loma de Gabiarra, Llano de Carrascosa, La Torrecilla, Puntal de la Rambla del tío Baúl. Los dólmenes son de corredor con cámara trapezoidal, rectangular, poligonal o cuadrada. Algunos de ellos debieron levantarse en los momentos iniciales del megalitismo granadino, en el Neolítico Final, si bien la utilización más amplia de la necrópolis corresponde a los comienzos de la Edad del Cobre. Teniendo como base la amplia documentación aportada por Góngora y Siret, fueron ampliamente estudiados durante 1955 y 1956 por M. García Sánchez y J. Ch. Spahni.

Cerca de la necrópolis de La Gabiarra se localiza el poblado de Las Angosturas, cultural y cronológicamente vinculado ya al horizonte de la Cultura de los Millares que desde las costas del sudeste penetra en territorio granadino extendiéndose hasta esta zona de la Depresión de Guadix a mediados del III milenio.

Otros poblados de esta parte oriental de la provincia como el de El Malagón, en término municipal de Cúllar Baza, y el de El Cerro de la Virgen de Orce, ambos en la comarca de Baza-Huéscar, ejemplifican el tipo de poblaciones de este horizonte que, conocedoras ya de la metalurgia del cobre, muestran a través de sus contextos culturales importantes innovaciones en su estructura social y económica.

Ya indicábamos también cómo el poblado de Los Castillejos de Montefrío muestra una continuidad desde el Neolítico, a través de toda la Edad del Cobre, hasta la Edad del Bronce. Una evolución similar experimentó el poblado de El Cerro de los Castellones de Laborcillas, en los Montes orientales, que en su fase correspondiente al horizonte Millares presenta, como otras poblaciones del mismo momento, una estructura amurallada de defensa que no necesitó el poblado de Montefrío debido a su enclave en un lugar naturalmente protegido. Otros poblados conocidos, la mayor parte no excavados por unas u otras razones, reflejan el mismo ambiente.

El descubrimiento de la metalurgia del cobre, como causa o exponente -según las distintas corrientes interpretativas- de la nueva situación creada a mediados del III milenio, va acompañada, en efecto, de una serie de cambios económicos y sociales que se manifiestan en el desarrollo y modificación, mediante la introducción de nuevas tecnologías, de la tradicional fuente económica de base agrícola y ganadera, en la aparición de una actividad metalúrgica y comercial que propicia la difusión de ideas y de una cultura material que se ofrece homogénea en sus características esenciales, en la aparición de estructuras defensivas en los poblados, en una nueva estructuración social y en el desarrollo de unas actividades artesanales que amén de introducir nuevos elementos modifican, en otros casos, las producciones tradicionales.

La búsqueda del cobre en estado natural, en lugares al aire libre, la explotación de los criaderos, la fundición del metal en hornos simples cavados en el suelo y la fabricación de objetos, en principio de uso exclusivamente doméstico, configuran la parte esencial de la nueva actividad que realizaron prospectores y especialistas metalúrgicos, bien documentada en el poblado minero de El Malagón. Es un poblado de cabañas de pequeñas dimensiones, de forma circular, construidas con paredes de tapial sobre zócalos de piedra, protegido por una potente muralla y por un fortín vigía situado en la parte alta.

En el poblado campesino de El Cerro de la Virgen de Orce, situado en la orilla izquierda del río, a unos 4 kilómetros de Orce, muy cerca del límite con Galera, es de mayor envergadura. Está constituido por cabañas circulares con paredes de adobe y protegido por una muralla. Su régimen económico fue básicamente agrícola y ganadero, incluyendo la caza como base económica complementaria. Los datos resultantes del estudio de la fauna indican que a lo largo de la vida del poblado, cuya primera fase es la correspondiente al Cobre Antiguo, se produce un descenso paulatino de los porcentajes de ovicápridos en favor de los bóvidos y que, dentro de la fauna salvaje, las principales especies cazadas fueron ciervos, cabras hispánicas, jabalíes y conejos, especies que nos dan idea de cuán distinto sería el paisaje en esta altiplanicie de Huéscar, entonces cubierta de bosques en alternancia con zonas de vegetación esteparia. El caballo doméstico, en pequeños porcentajes, está presente ya en el Cobre Antiguo.

La presencia en este poblado de una acequia para irrigación artificial muestra uno de los adelantos tecnológicos que, como el de la creación de pozos o la introducción del arado de tracción animal y humana, junto al cultivo de nuevas especies, impulsaron un notable desarrollo agrícola. Según algunos investigadores la intensificación de la tecnología agrícola implícita en la irrigación pudo ser la causa de transformaciones en las relaciones de propiedad, del acrecentamiento de la actividad militar y de la jerarquización social que consideran que se inicia en estas fechas -a partir de la diferenciación de ajuares y de la disposición espacial de algunas sepulturas de Los Millares-, aunque no se manifieste claramente hasta la primera parte de la Edad del Bronce. Frente a esta postura, otros investigadores defienden el origen de los cambios socioeconómicos a partir de una sociedad igualitaria en relación directa con la introducción de la metalurgia.

En otros poblados como el de El Cerro de la Virgen pudieron existir también cultivos de regadío de tipo complementario, pero por los datos de que ahora se dispone parece evidente que el cultivo primario en todos ellos fue el de cereales (trigo, cebada, escanda).

La serie de artefactos cerámicos, de metal, óseos, líticos y de marfil que se encuentran en los equipos materiales de estas poblaciones, siempre relacionados por su estrecho paralelismo con los de los focos nucleares del sudeste, permiten caracterizar como homogénea su cultura material. La producción cerámica es mayoritariamente de escasa calidad, sin decoración, y las formas predominantes son cuencos, platos y fuentes de borde engrosado; algunas cerámicas decoradas mediante la técnica de la incisión con motivos simbólicos suelen presentar una mejor factura. Desde el Cobre Antiguo comienzan a aparecer objetos de arcilla relacionados con una actividad textil que se desarrolla más ampliamente a partir del Cobre Pleno; tales son las fusayolas, los "cuernecillos" y las pesas de telar utilizadas como contrapeso en los primitivos telares.

Es también en el Cobre Pleno, en un momento cronológico en torno al 2 200 a. C., cuando tanto en los contextos megalíticos como en los del horizonte de Los Millares aparecen los primeros ejemplares del Vaso Campaniforme de estilo "marítimo", decorados con bandas de impresiones, que si en un primer momento pudieron tener un carácter algo extraordinario, en adelante se convierten en vajilla de uso diario. Más tarde, hacia 1 900 a. C., cuando ya se fabrican algunas vasijas carenadas que preludian las típicas formas argáricas de la Edad del Bronce, se introduce otra variedad de Vaso Campaniforme, la del estilo "Ciempozuelos", decorado mediante bandas incisas.

El descubrimiento de la metalurgia no llegó a desplazar a la industria lítica que, por el contrario, aparece dotada de una vitalidad renovadora; solamente a partir del Cobre Pleno será menor su importancia cuantitativa y su variedad tipológica. Mediante el proceso tecnológico del tallado se siguen fabricando útiles y armas en sílex como los grandes cuchillos, las piezas para ser enmangadas en serie formando hoces -son los elementos de hoz- y puntas de flecha de base cóncava y del tipo pedunculado y con aletas. Los útiles elaborados en piedra mediante la técnica del pulimento son principalmente azuelas, escoplos y hachas de gran tamaño; brazaletes e ídolos-placa suelen fabricarse en pizarra y cuarcita.

La industria ósea es muy abundante comprendiendo punzones, espátulas, agujas, alfileres... Los artefactos metálicos que más habitualmente usaron las poblaciones calcolíticas fueron punzones, grandes hojas de forma romboidal utilizadas seguramente como puntas de venablo, escoplos, cuchillos y unas puntas de flecha pedunculadas llamadas " La utilización del marfil como materia prima para fabricar cuentas de collar, pulseras, botones con perforación en V -que hacen su aparición en el Cobre Pleno pero que llegan a ser más característicos a finales de la Edad del Cobre- y aun ídolos como el antropomorfo masculino procedente de El Malagón que se conserva en el Museo Arqueológico de Granada, es indicativa del desarrollo del comercio por parte de estas gentes que hubieron de abastecerse, directa o indirectamente, de materias primas exóticas en lugares a veces bastante alejados; en el caso del marfil los lugares de aprovisionamiento más cercanos serían los del noroeste del continente africano en donde existieron elefantes hasta época muy tardía. Objetos de marfil como los mencionados han sido relacionados por algunos investigadores con una élite social necesitada de materiales lujosos y exóticos que pudieron conseguir por medio del intercambio comercial.

El II milenio el poblamiento argárico

Desde comienzos del II milenio se difunde por la provincia de Granada un nuevo modelo de poblamiento, un ritual funerario diferente al practicado durante la Edad del Cobre y una producción cerámica y de objetos metálicos que son los principales elementos diferenciadores y definidores de la Cultura Argárica.

La cuestión del origen de esta cultura, que se extiende desde su foco inicial en la cuenca del bajo Almanzora por un área restringida del sudeste -provincias de Almería y Murcia y parte de las de Granada, Jaén y Alicante- ha sido planteada por unos prehistoriadores como consecuencia de un fenómeno de aculturación, en otros casos de colonización e incluso de invasión, y por otros como el resultado de la evolución autóctona, gradual y continuada habida en la zona desde el Neolítico Reciente (A. Gilman) o de la continuidad tecnoeconómica desde el Eneolítico (V. Lull).

Su incidencia sobre la base poblacional del III milenio es diversa; mientras que las poblaciones megalíticas occidentales no alteran sus estructuras básicas, manteniendo durante mucho tiempo su régimen económico, sus antiguas y arraigadas costumbres funerarias, su sistema urbanístico y sus equipos materiales, las poblaciones orientales del horizonte de la Cultura de los Millares se incorporan más rápidamente a la dinámica interna de las poblaciones argáricas que se establecen en nuestra provincia con carácter fundacional en lugares como el de La Cuesta del Negro (hacia 1 900 a. C.), en Purullena, en el borde nordoccidental de la Depresión de Guadix, o en El Cerro de la Encina (hacia 1 800 a. C.), en Monachil, en la Vega de Granada, ambos excavados por el Departamento de Prehistoria de la Universidad de Granada. Algunos de los elementos fundamentales de la Cultura Argárica granadina pueden observarse sobre el terreno recorriendo ambos yacimientos y en particular el de Monachil por su mejor estado de conservación.

La situación de los dos poblados responde a la que, por reiterativa, se considera uno de los aspectos diferenciadores de las poblaciones argáricas. Están enclavados sobre cerros a media altura, con posibilidades de defensa y de dominio de las vías de comunicación, y próximos a surgencias de agua. En relación con la elección de los enclaves determinada por las posibilidades agrícolas, ganaderas, cinegéticas o mineras, con las que se vinculan las actividades económicas desarrolladas por las poblaciones argáricas, se ha formulado la hipótesis de la complementariedad económica de los poblados dentro de un sistema de producción especializado en cada zona biogeográfica. A este respecto, F. Molina ha explicado el asentamiento en la Cuesta del Negro de Purullena por su situación estratégica sobre un importante cruce de caminos y por sus posibilidades defensiva y de aprovechamiento agrícola, con regadío en el valle del río Fardes y secano en los llanos existentes al norte del yacimiento, aptos igualmente para el pastoreo de ovicápridos, especies más numerosas en este poblado en el que también se criaron bóvidos, cerdos y caballos.

En los poblados que se ubicaron en la comarca de la Vega, y en concreto en el de El Cerro de la Encina de Monachil, hubieron de ser factores determinantes el dominio del valle en su salida hacia la Vega, la posibilidad de una agricultura intensiva con áreas de regadío en el valle y de secano en los llanos esteparios, aptos también para la ganadería, y la existencia de filones de cobre y plata en las cercanas estribaciones montañosas de Sierra Nevada sobre cuya explotación podría ejercerse un perfecto control.

La cabaña ganadera de este poblado estaba compuesta por ovejas, cabras, bóvidos, cerdos y caballos. Se ha podido constatar que el caballo fue adquiriendo una importancia numérica tan elevada que, según se ha considerado por algunos investigadores, no puede ser explicada en términos de necesidad sino más bien en función de su utilización como símbolo de riqueza; posiblemente fuera también producto de comercio o intercambio.

Los distintos poblados situados en esta parte de la Vega pudieron tener, según F. Molina, una distinta funcionalidad económica integrándose en un sistema interdependiente de actividades complementarias.

La actividad metalúrgica, a través de la cual se ha caracterizado sistemáticamente a las poblaciones argáricas, bien documentada en los yacimientos granadinos, no fue en ningún caso, en opinión de especialistas como V. Lull, una actividad exclusiva de determinados poblados aunque sí fuera la más importante en algunos de ellos, insertándose en el sistema de producciones complementarias.

En los poblados argáricos, fuertemente fortificados, la estructura urbanística es muy diferente a la de la Edad del Cobre, siendo éste otro de los aspectos más uniformes y relevantes de la Cultura Argárica. Están constituidos por cabañas de planta rectangular o pseudorrectangular compuestas por varias habitaciones, construidas con muros de piedra seca y con cubiertas de ramaje sostenidas por postes de madera, emplazadas en laderas aterrazadas. Este cambio de vivienda evolucionando hacia una mayor complejidad es, para algunos investigadores, reflejo de una nueva estructuración social en la que el clan o agrupación familiar amplia sería sustituido por grupos familiares nucleares. Este es el modelo existente en La Cuesta del Negro y en El Cerro de la Encina en donde las fortificaciones ocupan la parte central de los yacimientos.

La asociación vivienda-enterramiento es constante en los poblados argáricos en los que las inhumaciones se realizan debajo del suelo de las viviendas según una nueva costumbre funeraria en la que ya no tiene cabida el enterramiento colectivo. Los enterramientos son normalmente individuales, en menos casos dobles y sólo en contadas ocasiones triples. Los cadáveres se depositaban en posición fetal en fosas, covachas, cistas o urnas cerámicas; las inhumaciones en este último tipo de continente corresponden generalmente a inhumaciones infantiles, lo que se ha demostrado, como en otros casos, en el estudio de las sepulturas de La Cuesta del Negro en donde el tipo común es el de sepultura en fosa con pequeña cámara lateral en la que se depositaron los cadáveres, sobre esteras de esparto en algunos casos. En El Cerro de la Encina, en donde el patrón de enterramiento es el mismo, la tipología de las sepulturas es más variada: covachas, cistas y fosas.

En el interior de las sepulturas, junto a los inhumados, se depositaron ajuares funerarios -vasijas de cerámica, armas, objetos de adorno, alimentos- cuyo desigual contenido y riqueza ha servido de base para plantear diversas hipótesis sobre la estratificación social en las comunidades argáricas, frente a los que defienden una sociedad igualitaria, así como sobre su carácter guerrero y militar, considerado avalado por algunos prehistoriadores por las armas que suelen aparecer en los ajuares y por las estructuras defensivas de los poblados. En la Cuesta del Negro se han determinado hasta cuatro clases sociales a partir del análisis de sus ajuares funerarios. En El Cerro de la Encina parece existir una estratificación más fuerte y compleja de carácter hereditario, según demuestra el rico ajuar funerario encontrado en una sepultura infantil.

En los equipos materiales tanto funerarios como domésticos son repetitivos determinados tipos de vasijas de cerámica - cuencos parabólicos y lenticulares, vasos carenados, ollas, copas- y objetos metálicos, algunos en oro y plata -puñales, collares, aretes, punzones, alfileres- que permiten diferenciar bien sus contextos. La principal novedad tipológica en la vajilla cerámica la ofrecen las copas, tan frecuentemente vinculadas a los enterramientos, sin precedentes en la alfarería de la zona. En general es una cerámica de gran calidad técnica, sin decoración, con las superficies tratadas mediante un cuidadoso acabado que le proporciona un brillo de aspecto metálico.

La pujante e innovadora Cultura Argárica granadina entra hacia el 1 300 a. C., en un período de decadencia que es general a todo su espacio cultural del sudeste. La cuestión de su extinción ha sido interpretada en función de factores casuales originados en contradicciones internas no superadas producto de nuevas estrategias socioeconómicas (V. Lull). Para A. Gilman el final del sistema argárico vendría propiciado por la ausencia de nuevas intensificaciones de la producción agrícola y por la función puramente lucrativa de las innovaciones tecnológicas de la metalurgia al servicio de la élite guerrera. para F. Molina el empobrecimiento de la Cultura Argárica granadina estaría en relación con la llegada a la Alta Andalucía de nuevos elementos culturales -los de la Cultura de Cogotas I- de los que son portadores granadino como el existente en la parte superior de la secuencia de la Cuesta del Negro de Purullena, vigente entre 1 300 y 1 100 a. C. En El Cerro de la Encina de Monachil se evidencian, igualmente, contactos entre estos grupos de la Meseta y los últimos grupos indígenas del Bronce Argárico entre 1 400 y 1 200 a. C. En la secuencia del Cerro de la Mora, en Moraleda de Zafayona, los estratos subyacentes a los del Bronce Final, muestran del mismo modo una desaparición progresiva de los elementos diferenciadores argáricos y la aparición de otros ya definidores de la última etapa prehistórica en tierras granadinas. En este yacimiento, en el que existe una amplia secuencia estratigráfica que se extiende desde el Bronce Pleno hasta época histórica, se realizan en la actualidad trabajos de consolidación y limpieza que van a permitir la conservación de las estructuras excavadas. Debe ser otro de los puntos en que detenerse al realizar un recorrido arqueológico por la provincia de Granada.

El último episodio de la prehistoria granadina y el camino hacia...

Poco antes de finalizar el II milenio confluyen sobre el sustrato cultural postargárico o del Bronce Tardío una serie de aportaciones étnicas y culturales de distinto signo y origen -continental, atlántico, mediterráneo-, dando lugar a la formación en el área del sudeste de una nueva cultura, la del Bronce Final, que se prolongará hasta el 600 a. C., en que el Bronce Final Reciente es sustituido por la Cultura Ibérica.

Los protagonistas de este último episodio de la Prehistoria en tierras granadinas fueron comunidades que, como las asentadas en el Cerro de la Mora (Moraleda de Zafayona), en El Cerro de la Encina (Monachil), en el Cerro de los Infantes, en las cercanías de Pinos Puente, y en El Cerro del Real, en Galera, muestran unos patrones sociales y económicos esencialmente diferentes a los argáricos del Bronce Inicial y Pleno y que han adoptado ya el nuevo rito funerario de la incineración.

En sus contextos culturales son múltiples las evidencias que manifiestan la fuerte influencia que sobre esta cultura ejerce la Cultura Tartésica originada en el Bajo Guadalquivir y llegada hasta el Sudeste a través de una actividad comercial en la que el principal elemento fue el bronce conseguido mediante la aleación de cobre y estaño que sustituyó al cobre arsenicado del período anterior. La aparición de cerámicas decoradas con motivos bruñidos, cerámicas con incrustaciones metálicas, armas y objetos de adorno en bronce, etc., son elementos que reflejan la vinculación de estas poblaciones granadinas del Bronce Final al mundo tartésico del occidente andaluz.

Por otra parte, coincidiendo con la última fase de desarrollo del Bronce Final del sudeste, tiene lugar el establecimiento de las primeras factorías fenicias en la costa meridional peninsular; no se ha excavado ninguna de ellas en la costa granadina mientras que la del Morro de la Mezquitilla, en la costa malagueña, es ejemplo representativo. En la costa granadina están bien documentadas, en cambio, las tumbas de la necrópolis del Cerro de San Cristóbal de Almuñécar fechadas en el siglo VIII a. C. Son tumbas en pozo, de incineración, de las que proceden las magníficas urnas de alabastro y numerosos objetos depositados como ajuares que se conservan en el Museo Arqueológico de Granada.

Las estrechas relaciones que se mantienen desde un principio entre los establecimientos fenicios y las poblaciones interiores de la cuenca del Genil, canalizadas geográficamente a través de rutas naturales como la del Boquete de Zafarraya, darán como resultado la rápida asimilación por éstas de las innovaciones orientales (torno de alfarero, horno de altas temperaturas, etc.), constituyendo éste, junto con la influencia tartésica de la Baja Andalucía, uno de los factores fundamentales que contribuyeron a la formación de la Cultura Ibérica a lo largo de un proceso que acabará de completarse en el llamado Horizonte Proto-Ibérico durante el siglo VII a. C. Es durante este período cuando se produce el cambio esencial que significa la sustitución de la Cultura del Bronce Final Reciente por una nueva cultura, la Cultura del Hierro Antiguo, que introduce nuevos planteamientos urbanísticos -casas rectangulares o cuadrangulares compartimentadas interiormente frente a las sencillas cabañas circulares u ovales del Bronce Final Reciente, entre otras características- y una cultura material claramente relacionada con las producciones tartésicas y fenicias. Desde comienzos del siglo VI a. C., se inicia el desarrollo de la Cultura Ibérica propiamente dicha en los territorios granadinos, para extenderse durante parte del siglo V a. C., sin que sus momentos iniciales estén bien documentados en los niveles protohistóricos de los yacimientos antes mencionados. Algunos indicios al respecto han proporcionado yacimientos no suficientemente investigados como el del poblado de Las Colonias, cerca del Pantano de los Bermejales, y el de los Baños, en Alhama de Granada.

En cualquier caso, la abundante documentación superficial parece subrayar que mientras que los territorios occidentales de la provincia se desvinculan paulatinamente de los modelos orientales, el poblamiento de las altiplanicies de Baza- Huéscar se muestra receptivo a las influencias y aportaciones griegas procedentes de las costas del Levante y del S A finales del siglo V a. C., se inicia el Horizonte Ibérico Pleno al que corresponde la plasmación de nuevas estructuras políticas y socio-económicas en las ciudades ibéricas que, como las de Ilurco (Cerro de los Infantes), Ilíberri (barrio del Albaicín), Basti (Cerro Cepero de Baza) y Tútugi (Galera), no bien documentadas, se sitúan en cerros de fácil defensa y en situación estratégica, reflejando algunas de sus necrópolis como la monumental de Tútugi o las no monumentales del Cerro del Santuario de Baza o la de Mirador de Rolando, en Granada, perteneciente a la ciudad de Iliberri, en el momento de mayor apogeo de esta cultura estrechamente relacionado con las influencias comerciales y culturales del mundo griego y de las que es un claro exponente la llamada Dama de Baza. A partir del siglo III a. C. estas ciudades entraron a formar parte de la dinámica histórica de la romanización.

Autora

M ª SOLEDAD NAVARRETE ENCISO

Nace en Berja (Almería) en 1945. Inicia sus estudios universitarios en Granada en 1962, licenciándose en Filosofía y Letras (Sección de Historia) en 1967. En el año 1968 inicia su actividad docente como profesora ayudante en el Departamento de Prehistoria de la Universidad de Granada, obteniendo el doctorado en Historia por esta Universidad en 1973. En la actualidad es profesora titular de Prehistoria.

Sus trabajos de investigación han estado dirigidos principalmente hacia el estudio de las poblaciones neolíticas en la Alta Andalucía, habiendo publicado entre otros el libro La Cultura de las Cuevas con cerámica decorada en Andalucía Oriental, así como numerosos artículos y ponencias en Congresos nacionales e internacionales.