EL LATERAL SUR

El lateral sur de la Plaza era el más señorial; diríamos que estaba pensado para el descanso. Si en el del norte se calentaban los obreros a la recacha, las frías mañanas de invierno, esperando que algún hacendado labrador, disimuladamente, para no herir al resto, les ofreciera trabajo ese día, en el sur, a la sombra de plátanos y acacias, tomaban café, las calurosas tardes de verano, la gente más distinguida del pueblo, en tertulias animadas, a la puerta del bar de Frasquito Benito, que adquiría casi rango de casino local.

El Ayuntamiento, ubicado en el mismo sitio que el actual, constaba, como todos los edificios de entonces, de bajo y una planta. En la entrada, un amplio pasillo distribuía dos habitaciones a la izquierda: la primera, de reducidas proporciones, el cuerpo de guardia y la segunda, más grande, un almacén que, a veces, se ocupó como academia de música y, ocasionalmente, servía de cárcel. Al fondo una ancha escalera de granito artificial (del mismo que están hechos los bancos del Paseo, posiblemente de aquella misma época) y un pequeño patio. Arriba, un estrecho pasillo repartía las dependencias principales: las oficinas a la derecha, la alcaldía a la izquierda y, al fondo, un amplio salón tapizado de damasco rojo que acogía los Plenos del Consistorio. Personajes muy populares de este edificio eran sus alguaciles Antonio y Paco, sus escribientes Valentín y Paco Gutiérrez y su alcalde D. José Puerta.

Frente al ayuntamiento se alzaba un romántico kiosco de finales del XIX, para la música, seguramente construido con alguna ayuda oficial tras ganar nuestra banda el segundo premio en los festivales que se organizaron en Granada-para coronar a José Zorrilla poeta universal.

Era este kiosco, de forma poligonal con techo de latón, del que colgaban estalagmitas metálicas, descendentes, como almenas desmayadas y que se encontraban también adornando el cobertizo del andén del tranvía y una pequeña techumbre que cubría la cruz de madera de la puerta de la Iglesia. En el kiosco nos refugiábamos los días de lluvia a jugar a "hay lumbre". Consistía este juego en plantarse un niño en cada ángulo interior del polígono y otro chaval los recorría preguntando -¿Hay lumbre? -Le contestaban- "en la casa la costumbre". Mientras, los demás se trasladaban de ángulo. El que preguntaba había de cazar a alguno de los que se mudaban de sitio.

En la primera casa colindante al Ayuntamiento se encontraba la botica, servida por doña Amparo, una señora mayor, que siempre venía en el tranvía y que cerraba un día sí otro no y el de en medio; su titularidad fue adquirida por Conchita Martín. Las siguientes viviendas, todas con amplio jardín, estaban habitadas por, en primer lugar, "las Guzmanas", unas señoritas solteras, muy aficionadas a la música; Magdalena, la mayor, fue largos años la organista de la Parroquia. Le seguía Frasquito Benito, que regentaba tienda de comestibles, en cuyo mostrador se podía observar una máquina, de hierro fundido, para moler café y que contaba con una rueda casi tan grande como el timón de una embarcación a motor moderna. También era dueño del bar Central, ya mencionado y único que por entonces sacaba las mesas a la calle en verano. Seguía la casa de Ángel Medel, tienda de ropa de hogar y que ha sido el último edificio derribado en la plaza.

Este paseo refrescado con sombras de acacias y plátanos, rodeado de cañas en celosía, fue siempre el sitio de la verbena de San Ramón, colindante con los columpios, las casetas de tiro o de turrón, las pilas de melones y chumbos que se ubicaban en la plaza.

Al final un mojón recuerda que por aquí pasó la carretera Nacional 323, que este es el kilómetro 460 desde la Puerta del sol de Madrid, constituyendo una constante en piedra de la historia de este pueblo junto al clavo de hierro del pie de la torre que indica la altitud 858 metros, el reloj de sol en su arista sur, la fecha 1792 en la comisa (seguramente indicativa de grandes obras, tal vez la reforma que añadió al templo las naves laterales) y las inscripciones del pilar de la Plaza, regalo de Isabel Segunda, año 1866, en una época en que su confesor, el Cardenal Bonel y Orbe era de Pinos del Valle, el Presidente de la Diputación de Granada Don Nicolás Orbe (¿pariente del Cardenal?) y su Primer Ministro el General Narváez, natural de Loja.

Entre la carretera y el pilar se levantó, a finales de los cincuenta, un kiosco de obra, atendido por Garraspiche, un hombre minusválido que rifaba bastones de caramelo en el tranvía y que constituyó el primer puesto de prensa de Dúrcal. En él comprábamos el Tebeo y los cuentos de Roberto Alcázar y Pedrín, el Capitán Trueno, Mendoza Coll, Sissi, novelas del Oeste y de amor y también las primeras de Julio Verne, Sánchez Silva...