Dedicada “al maestro de poetas y autores dramáticos, Manuel Tamayo y Baus”.
Motivo central de la narración legendaria es la defensa y reconquista de la fortaleza. La narración poética consta de cinco partes y un epílogo, sigue el orden lineal en el relato de los acontecimientos y es de estructura cerrada.
NOTA 1 Esta leyenda se reeditaría con leves variantes
ortográficas y de puntuación dentro del volumen de poesía En serio y
en broma ( 1904). Argumento.- En plena contienda de los Reyes
Católicos con los moros, Pedro de Zafra gobernaba el castillo de Mondújar, fortaleza emplazada en la alpujarra granadina, que había
mandado erigir Muley Hacén. Pasado algún tiempo, Granada se había
rendido a los Reyes Católicos. Los moros hostigaban cuanto podían,
pues llevaban seis semanas sitiando el castillo defendido
valerosamente por Guiomar de Acuña, esposa de P edro de Zafra y
alcaide provisional de la plaza, y una cincuentena de hombres. |
Poema poliestrófico de arte menor que posee cuatrocientos veinticinco versos, en el que se combina el romance octosílabo predominante –partes I, II, IV, y V–, con rima asonante en los pares, diferente para cada uno de los apartados; y veintiuna quintillas octosílabas, que cubren al completo la parte III.
La leyenda está referida en tercera persona, de forma objetiva, y hay amplios e intensos pasajes dialogados, que muestran la preocupación por parte de las huestes cristianas de la defensa de la plaza y el arrojo de los combatientes. Debe consignarse, en especial, la posición nuclear que ocupa el diálogo que sostienen Hernán Pérez del Pulgar y doña Guiomar de Acuña. En menor medida, hay también algunos pasajes descriptivos.
En el asedio al que someten las tropas moriscas a la guarnición cristiana, la desproporción es manifiestamente favorable a las levantiscas en una relación de cien a uno. Los muslimes ejercen presión como grupo acechante, pero son mero telón de fondo en la relación; ninguno tiene presencia o caracterización individual, fuera de la referencia que se hace al primitivo impulsor de la fortaleza. En el bando cristiano, descuellan Guiomar de Acuña, Hernán Pérez del Pulgar y Pedro de Zafra. El valor y la tensión caracteriza a los miembros del destacamento cristiano. Aquél se agranda por defender doña Guiomar transitoriamente la plaza, al ser requerido su marido por los Reyes. La tensión viene dada por la sensible desventaja en número, de suerte que desconfían de cuanto les rodea por instinto de supervivencia, en particular si proviene de los moriscos. Así, un soldado, Martín, expone a doña Guiomar que no debe creerse nada que tenga por fuente o mediación a los moros. No acepta Guiomar al hazañoso Hernán Pérez de Guzmán que viene a ofrecerse como “protector”. Audaz y temerosa al tiempo, Guiomar confía en defender el honor de don Pedro:
De Zafra soy compañera
Y su honor sostengo fiel,
Si vuestro amparo admitiera
Fuerais vos, que yo no fuera,
La que cumpliera con él
Por lo que le ruega que no combata por ella o, si lo desea, lo haga a su lado. Pero Hernán Pérez del Pulgar no soporta el segundo plano al que Guiomar lo relega. Pulgar ha venido en su auxilio porque sabía que pasaba por grave aprieto, creyendo así cumplir con su deber. El comportamiento de Guiomar es heroico, por eso obtiene como premio el reconocimiento real y su reposición en el cargo. No menos encomiable es la estampa que se da de Pedro de Zafra, si bien el narrador desconcierta al lector en la primera ocasión en que se le menciona en el poema. Es obediente, buen soldado y diplomático, pues escoltó al rey moro destronado; además, es valeroso al acudir en auxilio de su esposa, sabedor del peligro por el que atraviesa. De poco le sirven sus buenas relaciones ante la comunidad morisca, pues cae víctima de una emboscada tendida por ella. La desconfianza de Martín ante los moros tienen aquí su refrendo cruento.
Pero los musulmanes guardan aprecio por Mondújar, pues edificada por Muley Hacén alcanzaba valor simbólico para ellos:
A un tiempo alcázar y tumba,
Pues a su pie, y en la Rauda,
Según tradición vetusta,
Los monarcas nazaritas
Tuvieron su sepultura,
Y allí Muley Hacén, “destronado y ciego”, se refugió de la cólera de su hermano que lo había destronado como rey.
Transcurre en la época de los Reyes Católicos, poco tiempo después de la toma de Granada. Se trata de un poema histórico-legendario. El ambiente de los hechos referidos es verosímil y preferentemente rural: así, se citan, de la Alpujarra granadina, el valle de Lecrín, localidades como el pueblo que da nombre al valle, Béznar, Dúrcal, aludiendo a ciudades como Granada –El Generalife–, y Córdoba, por lo que se trata de una geografía precisa y real. Hay personajes históricos, como la figura de los Reyes o Pulgar. La presencia de éste acrece el valor de doña Guiomar.
El narrador –y autor– no precisa con exactitud el tiempo que abarca los hechos relatados en la leyenda; sí expresa en un momento determinado que el asedio musulmán a la fortaleza lleva seis semanas. A varios meses afecta el total de la refriega –conquista musulmana y reconquista cristiana–, a los que han de añadirse los varios años que transcurren desde el comienzo del relato a la toma del castillo. Debe sumarse al tiempo histórico de la narración el que transcurre hasta la anotación final hecha por el autor, cuando expone que apenas quedan vestigios de aquella fortaleza. Un fondo romántico de tristeza desolada afecta al lugar arriscado tras aquel bullir humano intenso y agitado.
Lleva con pulso firme y acertado el relato de los acontecimientos, así como la interpolación de los pasajes dialogados. Combina en la narración las formas verbales de pasado con el uso del presente histórico, con lo que aproxima la leyenda al momento presente del lector. Suele atenerse a la narración, pero acierta en la inserción de tropos, por lo demás no muy abundantes; así, la imagen metafórica del campamento morisco:
Serpiente que en la llanura
Dilata sus mil anillos,
En la codiciada presa
Teniendo los ojos fijos.
Destaca por lo abundantemente documentado en el texto el uso de diversos paralelismos en los que repite anafóricamente un término en el comienzo de cada verso –“Ni sus amenos jardines, / Ni sus pintorescas grutas”, “Bien..., / Bien ...”; “Ora..., / Ora...”–; al modo del romancero tradicional, como recurso retórico recurrente. Concede más importancia a la categoría esencial, el sustantivo, y, en menor medida, al verbo, y a las frases simples o coordinadas. Evita el nivel de lengua avulgarado, prevaleciendo el nivel medio, con cierta selección de vocabulario –así, vocablos como columbrar, coyunda, poterna, y tremolar, no habituales en el escritor– pinceladas de términos moriscos: nombres propios como Muley Hacén, Rauda, Zagal, o Alpujarra; o comunes como monarcas nazaritas o alquicel. La influencia de Zorrilla apuntada por Alonso Cortés2 se deja sentir en la selección del motivo elegido, así como en la ambientación histórica. Cossío encontraba esta leyenda granadina “muy próxima a Zorrilla en el carácter”, y propia de los tiempos juveniles de la Cuerda granadina, y ello explica su fuente y su tono”3. En conjunto, es leyenda estimable.
NOTAS 2 “ Manuel del P alacio”, op. cit., p. 118. |
AL MAESTRO DE POETAS Y AUTORES DRAMÁTICOS, MANUEL TAMAYO Y BAUS.
I.Por Isabel y Fernando , II.Reina el silencio y la calma Reina el silencio y la calma III.Quedóse la Castellana Tras esto se enderezó , IV.Era don Pedro de Zafra V.Llegó á Córdoba el aviso |