“Mondújar. Leyenda granadina”1(1882). de Manuel del Palacio

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Dedicada “al maestro de poetas y autores dramáticos, Manuel Tamayo y Baus”.

Motivo central de la narración legendaria es la defensa y reconquista de la fortaleza. La narración poética consta de cinco partes y un epílogo, sigue el orden lineal en el relato de los acontecimientos y es de estructura cerrada.


NOTA 1 Esta leyenda se reeditaría con leves variantes ortográficas y de puntuación dentro del volumen de poesía En serio y en broma ( 1904). Argumento.- En plena contienda de los Reyes Católicos con los moros, Pedro de Zafra gobernaba el castillo de Mondújar, fortaleza emplazada en la alpujarra granadina, que había mandado erigir Muley Hacén. Pasado algún tiempo, Granada se había rendido a los Reyes Católicos. Los moros hostigaban cuanto podían, pues llevaban seis semanas sitiando el castillo defendido valerosamente por Guiomar de Acuña, esposa de P edro de Zafra y alcaide provisional de la plaza, y una cincuentena de hombres.
En la tensa calma de cierta noche, Guiomar avisó a un vigía de la llegada de refuerzos durante la madrugada, por lo que solicitó que se dejara abierto el postigo. El centinela dio parte de que nuevos refuerzos habían llegado durante la noche para los moriscos, sumándose a los cuatro mil que ya vivaqueaban en los alrededores. Poco después, apareció por el portillo Hernando del Pulgar, que se había infiltrado audazmente entre la morisma y venía en su ayuda, pero Guiomar le rogó que se abstuviera de intervenir, pues confiaba en defender por sí misma el honor de Zafra. Pedro de Zafra había estado en Córdoba tratando de dar con los medios de sojuzgar la Alpujarra, pero ha regresado a Granada con credenciales y poderes, sabedor del riesgo que corría su esposa, ha parlamentado sin éxito con los moros levantiscos, por lo que solicita refuerzos militares a los Reyes y resistencia a Guiomar, ya que se proponía llegar pronto en su auxilio. En plena noche, un arquero refirió que había divisado al atardecer una partida de doce o catorce jinetes cristianos que se dirigían al castillo, y mostraba su extrañeza de que aún no hubieran llegado. Guiomar ordenó a una partida de zapadores que salieran a explorar el campo. Al amanecer, supieron por boca de un pastor que don P edro y diez servidores habían caído víctimas de una emboscada agarena. Los moros se apoderaron del castillo al día siguiente.
Cuando los Reyes tuvieron noticia de semejante pérdida, organizaron una escuadra que, comandada por don Alonso Téllez, socorriera Mondújar y vengara el honor de don Pedro. No fue preciso combatir, pues los rebeldes huyeron en cuanto tuvieron conocimiento de su inmediata llegada. Allí dejó Téllez bien resguardada la plaza, y Guiomar partió donde se hallaban los Reyes, los cuales la agasajaron. Apenas quedan “ informes peñascos”, alguna higuera bravía y un arroyuelo cristalino.


Poema poliestrófico de arte menor que posee cuatrocientos veinticinco versos, en el que se combina el romance octosílabo predominante –partes I, II, IV, y V–, con rima asonante en los pares, diferente para cada uno de los apartados; y veintiuna quintillas octosílabas, que cubren al completo la parte III.

La leyenda está referida en tercera persona, de forma objetiva, y hay amplios e intensos pasajes dialogados, que muestran la preocupación por parte de las huestes cristianas de la defensa de la plaza y el arrojo de los combatientes. Debe consignarse, en especial, la posición nuclear que ocupa el diálogo que sostienen Hernán Pérez del Pulgar y doña Guiomar de Acuña. En menor medida, hay también algunos pasajes descriptivos.

En el asedio al que someten las tropas moriscas a la guarnición cristiana, la desproporción es manifiestamente favorable a las levantiscas en una relación de cien a uno. Los muslimes ejercen presión como grupo acechante, pero son mero telón de fondo en la relación; ninguno tiene presencia o caracterización individual, fuera de la referencia que se hace al primitivo impulsor de la fortaleza. En el bando cristiano, descuellan Guiomar de Acuña, Hernán Pérez del Pulgar y Pedro de Zafra. El valor y la tensión caracteriza a los miembros del destacamento cristiano. Aquél se agranda por defender doña Guiomar transitoriamente la plaza, al ser requerido su marido por los Reyes. La tensión viene dada por la sensible desventaja en número, de suerte que desconfían de cuanto les rodea por instinto de supervivencia, en particular si proviene de los moriscos. Así, un soldado, Martín, expone a doña Guiomar que no debe creerse nada que tenga por fuente o mediación a los moros. No acepta Guiomar al hazañoso Hernán Pérez de Guzmán que viene a ofrecerse como “protector”. Audaz y temerosa al tiempo, Guiomar confía en defender el honor de don Pedro:

De Zafra soy compañera
Y su honor sostengo fiel,
Si vuestro amparo admitiera
Fuerais vos, que yo no fuera,
La que cumpliera con él

Por lo que le ruega que no combata por ella o, si lo desea, lo haga a su lado. Pero Hernán Pérez del Pulgar no soporta el segundo plano al que Guiomar lo relega. Pulgar ha venido en su auxilio porque sabía que pasaba por grave aprieto, creyendo así cumplir con su deber. El comportamiento de Guiomar es heroico, por eso obtiene como premio el reconocimiento real y su reposición en el cargo. No menos encomiable es la estampa que se da de Pedro de Zafra, si bien el narrador desconcierta al lector en la primera ocasión en que se le menciona en el poema. Es obediente, buen soldado y diplomático, pues escoltó al rey moro destronado; además, es valeroso al acudir en auxilio de su esposa, sabedor del peligro por el que atraviesa. De poco le sirven sus buenas relaciones ante la comunidad morisca, pues cae víctima de una emboscada tendida por ella. La desconfianza de Martín ante los moros tienen aquí su refrendo cruento.

Pero los musulmanes guardan aprecio por Mondújar, pues edificada por Muley Hacén alcanzaba valor simbólico para ellos:

A un tiempo alcázar y tumba,
Pues a su pie, y en la Rauda,
Según tradición vetusta,
Los monarcas nazaritas
Tuvieron su sepultura,

Y allí Muley Hacén, “destronado y ciego”, se refugió de la cólera de su hermano que lo había destronado como rey.

Transcurre en la época de los Reyes Católicos, poco tiempo después de la toma de Granada. Se trata de un poema histórico-legendario. El ambiente de los hechos referidos es verosímil y preferentemente rural: así, se citan, de la Alpujarra granadina, el valle de Lecrín, localidades como el pueblo que da nombre al valle, Béznar, Dúrcal, aludiendo a ciudades como Granada –El Generalife–, y Córdoba, por lo que se trata de una geografía precisa y real. Hay personajes históricos, como la figura de los Reyes o Pulgar. La presencia de éste acrece el valor de doña Guiomar.

El narrador –y autor– no precisa con exactitud el tiempo que abarca los hechos relatados en la leyenda; sí expresa en un momento determinado que el asedio musulmán a la fortaleza lleva seis semanas. A varios meses afecta el total de la refriega –conquista musulmana y reconquista cristiana–, a los que han de añadirse los varios años que transcurren desde el comienzo del relato a la toma del castillo. Debe sumarse al tiempo histórico de la narración el que transcurre hasta la anotación final hecha por el autor, cuando expone que apenas quedan vestigios de aquella fortaleza. Un fondo romántico de tristeza desolada afecta al lugar arriscado tras aquel bullir humano intenso y agitado.

Lleva con pulso firme y acertado el relato de los acontecimientos, así como la interpolación de los pasajes dialogados. Combina en la narración las formas verbales de pasado con el uso del presente histórico, con lo que aproxima la leyenda al momento presente del lector. Suele atenerse a la narración, pero acierta en la inserción de tropos, por lo demás no muy abundantes; así, la imagen metafórica del campamento morisco:

Serpiente que en la llanura
Dilata sus mil anillos,
En la codiciada presa
Teniendo los ojos fijos.

Destaca por lo abundantemente documentado en el texto el uso de diversos paralelismos en los que repite anafóricamente un término en el comienzo de cada verso –“Ni sus amenos jardines, / Ni sus pintorescas grutas”, “Bien..., / Bien ...”; “Ora..., / Ora...”–; al modo del romancero tradicional, como recurso retórico recurrente. Concede más importancia a la categoría esencial, el sustantivo, y, en menor medida, al verbo, y a las frases simples o coordinadas. Evita el nivel de lengua avulgarado, prevaleciendo el nivel medio, con cierta selección de vocabulario –así, vocablos como columbrar, coyunda, poterna, y tremolar, no habituales en el escritor– pinceladas de términos moriscos: nombres propios como Muley Hacén, Rauda, Zagal, o Alpujarra; o comunes como monarcas nazaritas o alquicel. La influencia de Zorrilla apuntada por Alonso Cortés2 se deja sentir en la selección del motivo elegido, así como en la ambientación histórica. Cossío encontraba esta leyenda granadina “muy próxima a Zorrilla en el carácter”, y propia de los tiempos juveniles de la Cuerda granadina, y ello explica su fuente y su tono”3. En conjunto, es leyenda estimable.


NOTAS

2 “ Manuel del P alacio”, op. cit., p. 118.
3 Cossío, Cincuenta años..., op. cit., p. 785.



MONDÚJAR. LEYENDA GRANADINA

AL MAESTRO DE POETAS Y AUTORES DRAMÁTICOS, MANUEL TAMAYO Y BAUS.

I.

Por Isabel y Fernando ,
Aun con los moros en lucha,
Gobierna Pedro de Zafra
El castillo de Mondújar.
Dominan de aquel castillo
Las atalayas robustas
De Lecrín el lugarejo

Y el valle que le circunda ,

Y sus anchos murallones
Que verdes huertos ocultan ,

De la riscosa Alpujarra
Defienden las angosturas.
Muley Hacen el caudillo,
El de la mala fortuna,
Labró aquella fortaleza,
Á un tiempo alcázar y tumba
,
Pues á su pié, y en la Rauda,
Según tradición vetusta,
Los monarcas nazaritas
Tuvieron su sepultura
.
Cuando destronado y ciego
Buscó allí abrigo á la furia
Del Zagal, su propio hermano,
Alzado rey por las turbas,
Ni sus amenos jardines,
Ni sus pintorescas grutas,
Del pobre Hacen alegraron
Las amargas horas últimas,
Y en el rincón más desierto
De la torre más oscura ,
Murió, bajo el peso hundido
De sus memorias confusas.

Han pasado algunos años;
No es ya la gente moruna

La que su pendón tremola
Sobre la tierra andaluza.
Dobló Granada rendida
Su cerviz á la coyunda ,

Y ayes en vez de canciones
El Generalife escucha.

Y en vano fiero y rebelde,
Pidiendo al rencor ayuda,
De la Alpujarra bravia
Puebla el moro la espesura.
Que de la cruz las enseñas
Desde el valle se columbran,

Y en ausencia de su esposo
Es doña Guiomar de Acuña
El improvisado alcaide

Del castillo de Mondújar
.

II.

Reina el silencio y la calma
En rededor del castillo ;
Ni hay luz en los ajimeces ,
Ni escuchas en el recinto.

Tan sólo en la plataforma,
Sobre el puente levadizo ,
Se ve apoyado en el muro
Un hombre medio dormido.
Brilla en el cielo la luna,

Y su fulgor indeciso
Refleja en las blancas tiendas
Del campamento morisco;
Serpiente que en la llanura
Dilata sus mil anillos,

En la codiciada presa
Teniendo los ojos fijos.
Seis semanas van corridas
De apretado y rudo sitio,

Y á cada tenaz ataque
Mayor la defensa ha sido.
Comparten con la de Acuña
La victoria y el peligro
Cuarenta soldados fieles

Y ocho ó diez allegadizos ,
Entre monteros y pajes ,

Ó muy viejos ó muy niños.

Y á ejemplo de su Señora

Y en odio contra el impío ,
Cuando al fragor del asalto

Se conmueven los rastrillos,
Hasta las dueñas pelean,
Ya con armas, ya con gritos.
En tanto Pedro de Zafra
Vive en Córdoba tranquilo,
De los Católicos Reyes
Siempre al mandato sumiso,
Sin que le lleguen mensajes
Ni le alarmen vaticinios ,
Pues cuitas de la prudencia

Las da el valor al olvido.

Reina el silencio y la calma
En rededor del castillo ;
Mas súbito lo interrumpe
El rechinar de un postigo ,
Y una sombra que avanzando
Como quien sabe el camino,
Junto al hombre se detiene
Que hace lecho el duro risco.
Sueño ligero es sin duda
El suyo, pues dando un brinco,
Ya está despierto y armado

Al combate apercibido.

— Bien , Martin , así te quiero,

La voz de la sombra dijo.
— Mi voluntad nunca duerme ,
Señora, sin mi permiso.
— Nada ocurre ?

— Nada bueno ;
Hacia la orilla del rio
Levantarse nuevas tiendas
Durante la noche he visto.
—Refuerzos para el rebelde.
— Me es igual cuatro que cinco.

— Cuatro mil eran ya muchos

— Por eso me da lo mismo.
Morir mañana ó el otro

Todo es morir.

— ¿ Y si amigo
Diera el cielo á nuestros males
Con la esperanza el alivio ?

— ¿Qué decís, Señora?

— Escucha.
Ya sabes que Bernardino
Mi montero tiene en Béznar
Varios moros conocidos.

— ¿Y bien

— Ayer uno de ellos,
Encargándole el sigilo,

Le rogó que hasta mis manos
Llegar hiciera un escrito.

— ¿De don Pedro?

— No es su letra.
— ¿Pero la firma?

— Es el signo
De la cruz quien la reemplaza.

— ¿Y dice?

— «Estad sobre aviso ;
Alguien piensa en socorreros,

Y si le abrís el portillo

De la huerta, antes del alba
Acudirá en vuestro auxilio.»

— ¿ Nada más ?

— En la memoria
Guardo entero el pergamino.
— Si es un moro el que lo trajo,
Poco de moros me fio.

— Ni yo, pero en casos tales
El temor fuera delito,

Y asunto , Martin , es éste
Que quiero arreglar contigo.
Son las tres , toma la llave ,

Y sin ser visto ni oido ,
Abre la puerta , y conduce

Al hombre aquí ; yo vigilo.

Por supuesto, que entre él solo

— Sólo entrará, vive Cristo,
Que uno siendo amigo es mucho,
Y es nada siendo enemigo.

III.

Quedóse la Castellana
Presa de angustia secreta
Y fija en la barbacana,
Por la llanura lejana
Tendiendo la vista inquieta.

Y mientras sus negros ojos ,
Ya por la vigilia rojos,
Miraban en derredor ,
De palabras y cerrojos
Le trajo el viento el rumor.

Pocos momentos después
Un bulto de otro seguido,
Avanzó mudo y cortés ,

Y de su dueña al oido,
Dijo Martin : — i Este es !

— Si sois vos doña Guiomar,
Licencia os pido de hablar,
Interrumpió el caballero :
— Hablad , más decid primero
Vuestro nombre.

— Soy Pulgar.

Y soltando el alquicel
Que le da aspecto africano,
El hazañoso doncel
Besó á la dama la mano

Cosa poco usada en él.

Tras esto se enderezó ,
El puño izquierdo apoyó
De su espada sobre el pomo,

Y así con tranquilo aplomo
Á doña Guiomar habló :

— Trajo la fama hasta mí
El grave aprieto en que aquí
La rebelión os tenía,

Y hablando en algarabía
Entre el moro me metí.

De su raza me creyeron,
Y, sin saber lo que hicieron,
Á mis planes ayudaron ,

Y con lo que me dijeron
Más á venir me alentaron.

Mi gente tengo apostada,

Y á una señal convenida
Será nuestra la jornada,
Bien impidiendo la entrada ,
Bien guardando la salida.

Pulgar soy, y no os asombre,
Pero os juro sin braveza,
Que sólo oyendo este nombre
No queda mañana un hombre
Al pié de la fortaleza.

Vuestras órdenes espero.
¿ Qué decís ?

— Digo, Señor,

Y perdonadme primero,

Que os estimo caballero

Y os rechazo protector.

De Zafra soy compañera

Y su honor sostengo fiel ;

Si vuestro amparo admitiera
Fuerais vos , que yo no fuera ,
La que cumpliera con él.

Gracias os doy, buen Pulgar,

Y vuestro arrojo sin par
Vivo queda en mi memoria ,
Mas de esta hazaña la gloria
Entera quiero guardar.

Y ahora, si acaso el salir
Nuevo riesgo ha de añadir
Al que habéis por mí afrontado,
Juradme no combatir

Y aquí os quedad á mi lado. —

Ya unos instantes hacía
Que Pulgar, de rojo que era,
Amarillo seponia,

Y su mirada altanera

Fija en un punto tenía.

Cuando Guiomar acabó,
Como quien ahogar se siente
El caudillo respiró ,
Limpióse luego la frente
Sudorosa, y replicó :

— Ni yo os conozco , señora,
Ni vuestras frases admito,
Ni á tratar vamos' ahora
De hazaña que os enamora

Y que yo no necesito.

Ayuda vine á ofreceros
Por don Pedro y por el Rey:
Si no acerté á complaceros,
Catad que cumplí una ley
Que obliga á los caballeros.

Vasallo he sido leal

Y en ello no busqué medro;
Si os es la suerte fatal ,
Tratado habréis por igual
Al Rey, á mí y á don Pedro.

Y adiós, que el alba risueña
Luce su rostro encendido ,

Y el riesgo Pulgar desdeña ;
Quien para dueño ha nacido
Ni aun de vos puede ser dueña.

Poniendo al diálogo fin
Hernán -Pérez echó á andar,

Y empujada por Martin
Se oyó otra vez rechinar
La poterna del jardin.

IV.

Era don Pedro de Zafra
Soldado de mar y tierra,
En quien el valor tenía
Por hermana la prudencia.
Ora navegando en Flándes,
Ora riñendo en la Vega,
Lo mismo que en el Consejo
Brillar supo en la palestra,

Y cuando á suelo africano
Fueron á esconder su pena
El destronado rey moro

Y su noble descendencia ,
Escolta les dio don Pedro,
Dándoles al par con ella
La amistad que fortalece

Y el respeto que consuela.
Por eso entre los moriscos
Alcanza cuanto desea ,

Y está en Córdoba tratando
Con los Reyes la manera
De someter la Alpujarra
Antes que el incendio prenda ,

Y lo que ha nacido chispa
En un volcan se convierta.
Provisto , pues , de poderes

Y ofrecimientos en regla,
Dejó á Córdoba una tarde

Y á Granada dio la vuelta,
Donde con ira y asombro
De su mujer tuvo nuevas,

Que bien comprender le hicieron
Lo apurada que se encuentra.
Para remediar el daño,
De Dúrcal tomó la senda ,
Pueblo que sólo distaba
De su castillo una legua»

Mas en vano el cumplimiento
Reclamó de antiguas deudas ;
En vano de sus servicios
Fué á exigir la recompensa ;
Á sus frases de concordia ,
Tan dignas como sinceras ,
Del moro le contestaron
Los alaridos de guerra.
Pidió entonces á sus Reyes,
En vez de razones fuerzas,

Y mientras tanto, á su esposa
Hizo llegar estas letras :

— «Si Pedro no está mañana
Á tu lado , por él reza ;
Mas cuando el rezo concluya
Que prosiga la defensa. »

Inmóvil y pensativa ,
Recostada en una almena,
De Lecrin el ancho valle
La castellana contempla.
En grupo inquieto y curioso
Varios soldados la cercan ,

Y en torno de la muralla
Ceñudo Martin pasea.

Sentadas en duro banco
Murmuran dos ó tres dueñas,
La negra noche que avanza
Haciendo mucho más negra,

Y el relámpago que alumbra
Los contornos de la sierra ,
Sobre los objetos todos
Vierte lividez siniestra.

— ¿Veis algo? — con tono rudo

Y alargando la cabeza ,
Dijo Martin á la turba
Que á doña Guiomar rodea.

— ¡ Nada ! — contestó un arquero
De faz curtida y morena ; —
Sueño fué sin duda

— Lope ,
El que no duerme, no sueña.
Yo lo he visto , y mi señora
Lo ha visto también.

— Pluguiera
A Dios que te equivocaras,
Pero es cierto.

— ¿ Y no recuerdas
Por qué camino tomaron?

— Sí , Martin , la historia es ésta :

Del Homenaje en la torre
Me hallaba de centinela ,
Viendo los reflejos últimos
Del sol perderse en la Vega,
Cuando hacia el lado de Dúrcal
De polvo entre nube densa
Doce ó catorce jinetes
Descubrí en traje de guerra.
Cristianos me parecieron ,

Y según todas las señas,
Al fuerte se dirigian

I Cómo será que no llegan ?

— Tan cerrada está la noche —

Murmuró Guiomar inquieta —

Que es fácil hayan perdido

De los senderos la huella;

Juntad , Martin , nuestros hombres,

Elegid los que os parezca,

Y reconoced el campo

Si no hay enemigos cerca. —

Y esto diciendo, sentóse
Doña Guiomar en la piedra,
Queriendo con sus miradas
Aclarar la sombra espesa.

Largo rato. inútilmente,
Á favor de las tinieblas ,
Martin y sus camaradas
Escudriñaron las sendas.
Sólo un pastor á la aurora ,
Desde su choza desierta,
Divisó en una angostura,
Como la traición estrecha,
Once cadáveres juntos
Cuyas mutiladas diestras
Once espadas oprimian
Tintas en sangre agarena.
Aleve fué la emboscada

Y heroica la resistencia ,
Mas allí cayó don Pedro
Luchando como un atleta,

Y allí los diez servidores
Que de fieles dieron prueba.
Mano piadosa y cristiana
Sepultó en la fortaleza
Los mártires valerosos

De la hecatombe sangrienta;

Y cuando al siguiente dia,
Redoblada su impaciencia ,
Dio al castillo nuevo asalto

La multitud que lo asedia,
Pudo ti que avanzó el primero
Ver coronando la almena
De doña Guiomar de Acuña
Las flotantes tocas negras ,
Y escuchar clara y distinta
Voz que el corazón le hiela ,
Gritándole desde el muro :
— ¡ Maldito ! ¡ maldito seas !

V.

Llegó á Córdoba el aviso
De catástrofe tamaña,
Y su ejército movieron
Los Católicos Monarcas.
De jinetes y peones
Con una lucida escuadra
Partió don Alonso Tellez,
Por voluntad soberana,
Á socorrer á Mondújar
Honrando á Pedro de Zafra.
No fué el socorro preciso ,

Que sólo al saber su marcha y
Desbandados los rebeldes t
Huyeron á la montaña.
Por lo cual , metiendo dentro
Guarnición segura y brava,
El castillo dejó Tellez,

Y con él la castellana.

Á la corte fueron ambos,
Pues los Reyes les aguardan ,

Y allí encontró la de Acuña
Tal concierto de alabanzas ,
Tanta copia de bondades

Y tal número de gracias,
Que empezó por recibirlas

Y concluyó por llorarlas.

Hoy de aquella fortaleza,
Sepulcro á un tiempo y alcázar;
De aquellos huertos floridos
Que el ambiente embalsamaban ;
De aquellos robustos muros ,
De aquellas ricas estancias ,
Quedan informes peñascos
Unidos por la argamasa ;
Alguna higuera bravia


Que con amor los abraza,
Y un cristalino arroyuelo
Que del roto aljibe mana ,
Donde, al declinar la tarde,
Bajan á beber las águilas.