El clero y la Iglesia en el S. XVI en el Valle de lecrín

El clero secular entre 1525-28

Sacado de "EL CLERO SECULAR DE LA DIÓCESIS DE GRANADA EN 1527" de MIGUEL A. LÓPEZ

En 1501 los habitantes de Granada, musulmanes, fueron obligados a bautizarse.

El arzobispo no contaba de momento con sacerdotes para atender pastoralmente a los cristianos nuevos. Pidió que acudieran de otras diócesis. Pocos años después, ya estaban cubiertas todas las plazas tanto de la Catedral y Capilla Real como de las parroquias de la capital y de los pueblos.

Transcurridos nueve años, durante los cuales las conversiones de naturales de estas tierras a la fe cristiana fueron realmente escasas, los musulmanes se bautizaron en masa para obviar los efectos de una rebelión que promovieron y que hubo de ser sofocada militarmente.

Siendo ya cristianos, al menos oficialmente, todos los habitantes de este reino, el arzobispo de Sevilla, don Diego Hurtado de Mendoza, erigió todas las parroquias de la diócesis y en ellas instituyó las abadías, beneficios y sacristías, que presumiblemente podrían mantener las rentas eclesiásticas. Los curatos no fueron objeto de institución. Era el prelado el que, a su discreción, debía nombrar el número de curas que estimase conveniente para el cuidado pastoral de los feligreses (cura animarum)

El clero granadino, muy escaso al principio, se fue incrementando con eclesiásticos venidos de Castilla, en respuesta a la llamada que efectuó el arzobispo y que los mismos reyes apoyaron. En pocos años estuvieron cubiertas todas las plazas instituidas.

Clero de la Taha del Val de Lecrin

Restábal con sus anexos Melexix, Mulchas, Alauxa, Buñuelas, Nayo ( No se mencionan ni Saleres ni Cantil, que aparecían en la Erección.)

El bachiller Juan de Aleonada, vicario

Domingo de Albiztur

Alonso Fernández de Piedrahita

Juan Martínez

cuatro sacristanes

Béznar con sus anexos Tablate, Pinos de Rey, Yzbor, Atalarab, Mondújar, Acequia, Chite ( En 1525 Francisco de Ávila era vicario de Loja. En 1526 sirvieron en Béznar Martín de Moreda y Diego Ceballos.)

El bachiller Francisco de Avila

Diego de Trugillo

Alonso Yáfiez de Escobar

tres sacristanes

Padul con sus anexos Concha, Coxbíxar, Dúrcal, Nihueles

Juan de Vilches

Juan de Solana

Juanes de Oíate

tres sacristanes

Lanjarón ( Anteriormente había sido beneficiado de Lanjarón Miguel de Espinosa. A Diego Calderón se le llama también Diego o Alonso García Calderón. En 1527 los canónigos mandaron que Agustín de Torres sirviera en Lanjarón el beneficio de Oviedo y que éste sirviera el suyo en el coro de la catedral.)

Diego Calderón

Juan de Oviedo

Gonzalo Bueso, vicario

Diego Fernández Fuentesdaño

Juan de Sanabria

Francisco de Segovia

Juan de Peralta

Alonso García Bezerra

seis sacristanes

Lo primero que hay que destacar es que este clero no era autóctono. No había habido tiempo para que algunos naturales o, al menos, nacidos aquí llegasen a estar ordenados de presbíteros. Su procedencia de los más diversos lugares de Castilla, como se pone de manifiesto por sus nombres, da pie a dos consideraciones: primera, no habría conciencia de presbiterio diocesano, formando unidad con su arzobispo, siendo cada uno tan distinto en origen, formación e intereses. Segunda, no debía ser un clero demasiado competente. Es de suponer que no vendrían a Granada, una diócesis nueva y pobre, los mejor formados, los más piadosos. ¿No sería más probable que viniesen los más relajados, los un tanto aventureros, los excluidos de sus diócesis?

Algunas notas, por lo general negativas, de este clero aparecen en las actas capitulares del cabildo catedralicio, responsable de la diócesis en sede vacante. En ellas se recoge que los canónigos mandaron a unos clérigos llevar hábito adecuado; a otros, residir en su beneficio; a varios más, estudiar, porque no tenían suficiencia. También consta que impusieron castigos y multas por cuestiones más graves.

El celibato no parece que se guardara con excesivo rigor cuando manda:

“Que ningún clérigo, secular o religioso, de cualquier dignidad, estado o preheminencia y condición que sea, de nuestra diócesis o provincia sea presente al bautismo o desposorio o boda u obsequios de sus hijos e hijas, ni haga manda ni donación a mujer ninguna con quien sea infamado o tenga o haya tenido por concubina, so pena de dos mil maravedís... Y esta misma prohibición y pena extendemos contra cualquier clérigo que se acompañe de sus hijos o nietos o yernos o los trajere para que les ayudar a misa... (Cap. VI).


El estado de las iglesias a fines del siglo XVI

Sacado de ARTE Y MARGINACIÓN. LAS IGLESIAS DE GRANADA A FINES DEL SIGLO XVI de JOSÉ MANUEL GÓMEZ-MORENO CALERA

En los primeros años que siguen a la Conquista no se van a producir importantes cambios en los templos granadinos ya que la comunidad islámica mantuvo el uso las mezquitas y todas sus prerrogativas.

Es tras la primera revuelta y el bautismo forzado de los mudéjares cuando tiene lugar la primera organización parroquial de la Diócesis granadina, en 1501, valiéndose en gran medida de la anterior estructura del estado islámico. Para los edificios parroquiales se van a aprovechar, en primera instancia, estas mezquitas, convirtiéndolas en improvisados templos cristianos, con las mínimas intervenciones necesarias para erradicar su funcionamiento herético (bendiciéndolas) y acomodándolas a la nueva liturgia, para lo que se disponen tribunas, altares, torres o en su caso el campanario si carecían de él y poco más.

Las múltiples necesidades a atender, como la de costear las campanas y los objetos litúrgicos, y la escasa población cristiana, impedían una intervención más radical. Por tanto, se puede considerar que, salvo contadas excepciones que obedecían a intereses fundamentalmente simbólicos y políticos (el caso de Alhama con su iglesia gótica toda de cantería), en la mayoría de las poblaciones las iglesias parroquiales en las primeras décadas serán las anteriores mezquitas, siendo este hecho mucho más intenso y perdurable en el ámbito rural.

Hacia 1520, dependiendo de las zonas y de diversas circunstancias, estas pequeñas, incómodas y poco sólidas mezquitas, inadecuadas para el servicio litúrgico cristiano, comienzan de manera sistemática y progresiva a ser sustituidas por iglesias de nueva planta. Pero eran tantas las necesidades y tan costoso el levantar tantos edificios, que tras unos primeros intentos de monumentalización se va a imponer el modelo de iglesia mudéjar, desarrollado ampliamente con anterioridad en otras zonas de la Península.

En este intensivo programa edificatorio la mano de obra, sobre todo el peonaje, arrieros, etc., los materiales y el propio dinero, serán aportados por una importante masa morisca que harán que estos nuevos espacios se asuman como propios sin contradicción, tanto por los moriscos como por los cristiano viejos. Sus estructuras sencillas de paredes blancas y cubiertas de madera, con una sobriedad extrema en los interiores, entonces casi sin imágenes, les hacían recordar vivamente sus antiguas mezquitas, aunque aquéllas fueran más humildes.

Además, en algunas zonas, como el Valle de Lecrín, Alpujarra, Axarquía, marquesado del Cenete, etc., la escasa repoblación cristiana, obligaba a que en estas iglesias se predicara en árabe para que pudieran entender algo los feligreses, ya que muchos desconocían el castellano.

En Granada capital se comienzan a levantar numerosas iglesias parroquiales en la década de 1520-30, e igual proceso se seguirá en otras comarcas como la Vega y Sierra, la Costa, así como en la Alpujarra, Valle de Lecrín y el resto de las comarcas. Deteniéndonos con más detalle en estas últimas, que serán objeto de una especial atención, en el caso del Valle de Lecrín será la iglesia de Restábal la más antigua, la de Béznar (la mejor documentada) y quizá la de Cónchar, para irse reconstruyendo en los años 1540- 68 todas las demás.

En la Navidad del año 1568 se inicia la rebelión morisca, destruyendo muchas de las iglesias construidas, otras a medio hacer y otras con los materiales y madera comprados para labrarlas. Podemos entender que si esta rebelión supone una enorme tragedia humana no lo fue menos en el orden artístico y espiritual. Todo este trabajoso proceso de reconstrucción y dotación de las iglesias, soportado, costeado e incluso realizado por estos moriscos va a ser el centro principal de su ira. Los edificios que se erigían orgullosos en medio del modesto caserío (aún hoy su volumetría destaca sobre el resto) eran el símbolo más representativo de la nueva cultura dominante, por lo que su ataque visceral se encaminó con la misma crudeza contra la comunidad cristiana y contra sus templos, matando y destruyendo con igual saña tanto a unos como a otros.

Llegamos, por fin, al punto esencial de nuestra reflexión: el estado de las iglesias a fines del siglo XVI, datos que se recogen en la visita pastoral realizada por el arzobispo Pedro de Castro, nada más ocupar la silla granadina. (1591-92)

Esta visita se realizó en cuatro etapas fundamentalmente, teniendo inicio la primera en el mes de febrero de 1591 por la Costa, pasando de aquí al Valle de Lecrín hasta mediados de marzo.

En muchos de estos examinados es frecuente la expresión “examinose, supo poco” y en cuanto a sus estudios, la mayoría tenían algunos cursos (dos o tres por lo común) de artes, cánones, gramática, latinidad o teología. Este problema de ignorancia una vez más se acentuaba en la Alpujarra y Valle de Lecrín.

De la baja preparación de los sacerdotes se hace eco el memorial elaborado para la visita ad limina de 1594, en el cual Castro afirmaba, referente a la Alpujarra, que “los clérigos son idiotas y sin suficiencia y si los quiero examinar para ver lo que saben, me responden que no hay para que, que es verdad que no saben, que no quieren ser curas, que los quite, que por fuerça an ido a servir sus benefiçios...” Este desolador panorama se puede rastrear a lo largo de las informaciones de las comarcas de la Alpujarra y Valle de Lecrín, las más marginadas y castigadas por lo efectos de la rebelión de los moriscos.

Entresacando algunos casos, el beneficiado de Pórtugos se negó a ser examinado y no lo fue; el de Melegís pidió ser cesado como cura y el de Dúrcal al ser examinado no supo casi nada y en su disculpa pidió al arzobispo que se “holgaría ser cesado del curato

Por último, había otros que no solo mostraban una baja preparación sino que llevaban una vida licenciosa que movía a escándalo, como el antiguo beneficiado de Montejícar, del que se dice que era jugador empedernido, o el capellán de Padul que fue denunciado por negociador y tratante y que tenía “tomado el estanco del vino”, con lo cual no nos sorprende que al ser examinado supiera poco, “aunque basta para los lugares donde sirve”.

Pero peor eran dos casos flagrantes. El de un beneficiado de Íllora, denunciado por amancebado y mujeriego, tratante con doncellas y casadas, chantajista, estafador (simulaba portes de enfermos a otros lugares) y corrupto, del cual se adosa aparte un informe con diferentes testigos, llegando a decir que había comprado la voluntad del arzobispo Guerrero, al chantre Vilches y al Abad de Santa Fe (cargo canongial de la Catedral) y que no convenía que el notario Magaña realizara las averiguaciones que se solicitaban porque era su huésped y lo tenía comprado también, por lo que debía hacer las averiguaciones una persona de toda fidelidad y confianza. El otro caso, aún más escandaloso era el de los curas de Motril, iglesia que no habiendo sido quemada en la rebelión se consumía en un fuego de otra naturaleza y condición. De los beneficiados se afirma que “se tratan mal y con descortesía y esto pasa ansí muchas veces en la sacristía que lo oyen los de afuera en el pueblo y entran a les poner en paz. Térnase cuidado no pase ansí”. Sobre estos enfrentamientos tenemos noticias más explícitas por otras visitas este año y los siguientes, en que lejos de apaciguarse los ánimos arreciaron las disputas. De una información cruzada pedida a cada uno de los implicados, entre los que también estaba el sacristán, se desprende lo siguiente: que el sacristán era sucio en el aseo de la iglesia y mal hablado; que tres beneficiados se peleaban continuamente y que uno de ellos, un tal Santisteban tenía, “por oficio” pegar al sacristán y a otros compañeros; otro beneficiado denunciaba que Santisteban y Valverde se habían enzarzado a “mamporrazos” por decirle uno al otro que por qué no iba a decir misa a Pataura, como le correspondía. Pero las cosas no paraban ahí. El sacristán acusó a los citados de estar amancebados, de jugar a naipes y de pelearse entre sí, amén de otras “minucias” más. El único que parecía no entrar en esta refriega era el vicario, pero del que se dice que jugaba a las cartas “de lo que sigue gran mormuración” y ya dijimos que en el examen supo poco. Antes comentaba la preparación de los religiosos y no debe extrañarnos que Valverde y Santisteban, al ser examinados, el primero supo “muy poquito” y Santisteban “no quiso confesar, resultaron contra él cosas, mandósele ir a residir al coro de Granada”. Curiosamente, cuando a los vecinos y autoridades de Motril se les pide información al respecto todos hablan favorablemente de ellos. Así estaban las cosas en 1591, pero en 1593 no sólo no habían mejorado sino que iban a peor, diciéndose en la información que Santisteban y Valverde seguían peleándose y que el primero había jurado matar al segundo. En la visita de 1605 la marejada parece haber pasado y los beneficiados estaban bien avenidos.

LAS IGLESIAS

Los daños sufridos cuando la rebelión, tanto en sus edificios como en sus bienes litúrgicos de ropas, vasos, campanas y otros enseres, habían sido de tal magnitud que se evaluaban las pérdidas en unos 600.000 ducados, cifra por demás exagerada. Teniendo en cuenta la disminución de renta por la expulsión, la deficiente repoblación y las exenciones aplicadas para favorecer a los repobladores, la reconstrucción y dotación de estos templos se hacía extremadamente costosa y difícil.

Centrándome en el estado de los edificios, las noticias son también interesantes. Destacan en lo negativo, una vez más, las iglesias de la Alpujarra y Valle de Lecrín, algunas de ellas acomodadas (por decir algo) en casas particulares (Notáez y Cáñar) o en la del cura; otras debajo de las torres o en las antiguas sacristías y un porcentaje elevado estaban destejadas todavía, veinte años después de incendiadas.

Las mezquitas expresamente mencionadas y descritas son las de Barge (Barxis, Barjal), Beires, Benizalte y la ermita de San Sebastián en Pinos del Valle (entonces Pinos del Rey).

La ermita de San Sebastián en Pinos del Valle, que contrasta en su sencillez con la monumental iglesia neoclásica que ahora existe. Esta ermita era pequeñísima (6 x 5 m), “la qual está bien enmaderada y dizen fue mezquita”, con tres naves y cada nave con dos arcos.

ERMITAS

En el Valle de Lecrín solamente se menciona la de San Sebastián de Pinos, siendo pues las del Cristo del Zapato (con dos edificios), San Blas de Dúrcal o San Sebastián de Padul y de Albuñuelas de aparición más tardía.


Pedro de Castro y Quiñones fundador de la Abadía del Sacromonte en Granada