El Valle de Lecrín tuvo una importancia predominante tanto en la conquista de Granada como en la rebelión de los moriscos. Es quizás la época donde esta tierra estaba, con mayor claridad, en primera línea de la historia de España. Esto lo demuestra bastante bien Luís Mármol Carvajal en su obra.
Nosotros hemos sacado los diferentes textos sobre el Valle que están diseminados por su libro y vamos a intentar unirlos para darle cierta continuidad local. Los textos originales están entre tablas para distinguirlos con claridad. La idea es mostrar como el Valle tuvo una importancia de primer orden, pero para ello era necesario que los pusiéramos todos juntos y así poder percibirlo mejor.
Destacamos entre otros los siguientes elementos:
Mondújar formaba parte de la corte de Abul Hassan padre de Boabdil
Los moriscos hacen verdaderos ataques en el corazón de Valle
Acequias y Padul al final de la contienda se convierten en lugares de abastecimiento de tropas
Los moriscos del Valle como todos los demás son repartidos por la península
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El libro empieza con la conquista de Granada. El Castillo de Mondújar era el lugar de retiro del monarca Abil Hascen (Abul Hassán Alí Muley Hacen -1464/1485) cuando su hijo el Zogoybi (Abú Allah - Boabdil) toma el poder (como Muhammad XII -1482/1491)
Estas cosas fueron causa de que toda a gente principal del reino
aborreciesen a Abil Hacen, y contra su voluntad trajeron de Guadix a
Abí Abdilehi, su hijo, y estando un día en los Alijares, le metieron
en la Alhambra y le saludaron por rey; y cuando el viejo vino del
campo no le quisieron acoger dentro, llamándole cruel, que había
muerto sus hijos y la nobleza de los caballeros de Granada. El cual
se fue huyendo con poca gente al valle de Lecrín, y se metió
en la fortaleza de Mondújar;.... ....También alcanzó parte del despojo desta victoria el marqués de Cádiz, el cual, yendo en busca de los enemigos, encontró con los que huían del desbarate, y prendiendo y matando muchos dellos, pasó sobre la villa de Zara y la escaló y tomó por fuerza de armas; y matando al Alcaide y a los que con él estaban, la fortaleció y pobló de cristianos. Todos estos sucesos eran causa de que el aborrecimiento de los granadinos creciese contra el Zogoybi, el cual no se teniendo por seguro en la ciudad, tomó sus mujeres y hijos y se fue a meter en Almería. Viendo esto los granadinos, enviaron luego por Abil Hascen, que estaba en Mondújar, y recibiéndole otra vez por rey, comenzó una cruel guerra entre padre y hijo. |
Castillo de Mondújar. Castillo de retiro de
Abil Hascen
Abil Hascen es ya un anciano y deciden nombrar rey al Zagal (1485-1489), su hermano, que terminará enfrentándose al sobrino. Abil Hascen. El antiguo rey vuelve a Mondújar donde termina muriendo. Se considera que está enterrado en Mondújar, según algún experto estaría bajo el antiguo cementerio.
Sucedió pues que estos mesmos días los granadinos, viendo que Abil Hascen estaba ciego, impedido de vejez y de enfermedades, y no hábil para gobernar el reino en tantos trabajos de guerra, le dejaron; y conociendo el valor y esfuerzo del Zagal, se llegaron a él todos los principales y le saludaron por rey, declarando por indigno de aquella sucesión al Zogoybi, por haberse aliado con los príncipes cristianos enemigos de su ley; y sacando de la ciudad a Abil Hascen con su familia, le metieron en la fortaleza de Mondújar. De aquí comenzó la última perdición de los moros de aquel reino, porque el Zagal, deseando reinar solo, trató con unos alfaquís de Almería que le diesen entrada una noche secretamente en la ciudad, para matar o prender a su sobrino; el cual fue avisado, y la mesma noche que los traidores pusieron en obra su traición tomó un ligero caballo, y se fue huyendo a tierra de cristianos. El Zagal entró en Almería, y ocupando el castillo, corrió luego al palacio pensando hallar en él a su enemigo; y no le hallando, con cruelísima rabia mató a otro hermano suyo niño, que el Zogoybi había llevado consigo porque el cruel viejo su padre no le matase, como había hecho a los demás; y hizo degollar a todos los del bando contrario que pudo haber a las manos. Esta traición y crueldad sintió tanto el Zogoybi, que jamás se pudo acabar con él que se confederase adelante con su tío, ni se fió dél, aunque se ofrecieron muchas ocasiones en que le pudiera ser provechoso. Dende a pocos días que esto acaeció, murió Abil Hascen en el castillo de Mondújar; y el Zagal, juntando las fuerzas de aquel reino, comenzó a hacer guerra a los cristianos, y en el mesmo año tuvo algunas victorias, entre las cuales fue una por el mes de setiembre, que yendo el rey don Hernando sobre la villa de Moclín, salió el rey de Granada, y peleó cerca della con el conde de Cabra, y matando a don Gonzalo de Córdoba, su hermano, le desbarató. |
El Zagal termina termina pactando con los reyes católicos la rendición de parte del reino. Los reyes cristianos en compensación le dejan parte del terreno para que pudiera vivir, entre lo que le dejan está el Valle de Lecrín
Lo mesmo hicieron los de la ciudad y río de Almería y de las serranías de Gádor y Filables. Quedaba la ciudad de Guadix por rendir, y el alcaide Yahaya, que procuraba que todos hiciesen lo que él había hecho, trató con el Zagal que la rindiese; el cual viendo cuán poco le aprovechaban sus armas, hizo sus capitulaciones con los Reyes Católicos, y les rindió la ciudad y las nueve villas del Cenete y las que están en la serranía entre Guadix y Granada. Y después hizo que se rindiesen las taas de los dos Ceheles, Andarax, Dalías, Berja, Ugíjar, Juviles, Ferreira y Poqueira, que todas son en la Alpujarra, y la taa de Órgiba y el valle de Lecrín, solicitando a los pueblos para ello, porque holgaba más verlos en poder de cristianos que de su sobrino. Y sus altezas le dieron para él la taa de Órgiba y el valle de Lecrín, y la mitad de las salinas de la Malaba, y otros muchos heredamientos para su sustento, y anduvieron él y el alcaide Yahaya en su servicio en ta guerra hasta el fin della. |
El rey católico intenta pactar la rendición de Granada pero Zogoybi no lo acepta y ataca el Padul en manos cristianas antes de que viniesen en su defensa
Volviendo pues a nuestra historia, no les quedando ya a los Reyes Católicos que conquistar en aquel reino más que la ciudad de Granada y algunos lugares que debajo de paces se habían mantenido por el rey Zogoybi, enviaron a decirle que cumpliese lo que les había prometido, y dentro de treinta días les entregase aquella ciudad con todas sus fortalezas, y lo darían cierta cantidad de dinero y los lugares de las taas de la Alpujarra, donde se fuese a vivir; el cual, turbado de oír semejante embajada, les respondió que la ciudad de Granada era grande y muy populosa de gente, porque demás de los vecinos naturales, se habían recogido en ella muchos de otras partes, entre los cuales había diferentes pareceres, y ansí no podía ni era parte para cumplir lo que se le pedía, y mucho menos siendo el tiempo tan breve para tratar de negocio en que habían de condescender las voluntades de tanta diversidad de pueblo. Sabida esta respuesta, sus altezas le ofrecieron más dineros y más lugares, aunque no todos los que él pedía, porque hiciese que los granadinos dejasen luego las armas y desocupasen algunas casas señaladas en sitios fuertes dentro de la ciudad, donde se metiesen los cristianos. Más tampoco lo quiso hacer; antes se declaró luego por enemigo, solicitando los de la Alpujarra, sierras y valle a que se alzasen. Y saliendo de Granada, cercó la fortaleza Padul, y la combatió y ganó antes que el rey don Hernando la pudiese socorrer, porque se hallaba a la sazón a la parte de Guadix. Y porque iba el año ya muy adelante, mandó proveer las fronteras de Alendín, Colomera, Moclín, Illora, Montefrío, Alcalá la Real, Loja y Alhama, que todas cercan la vega de Granada; y se fue a invernar a la ciudad de Sevilla, para dar orden en lo que se había de proveer para la entrada de la primavera. |
En el siguiente párrafo Luís Mármol Carvajal, nos demuestra cual fue, en parte, su labor de campo para realizar la historia de la conquista, ya que según dice el mismo entrevistaba a los ancianos para que le contaran lo sucedido. Aquí se levantaron todos los pueblos del Valle a favor del rey de Granada, menos Mondújar defendida por María de Acuña la mujer del Alcaide.
A la fama desta victoria los moros de la Alpujarra, sierra y valle se levantaron contra los que tenían las fortalezas por el Rey; y el Zogoybi con mucho número de gente fue a las taas de Narchena y Boloduí, que son entre Guadix y Almería, y hallando aquellas villas desapercebidas, las combatió y tomó por fuerza de armas. Decíanos un moro viejo de más de ciento y diez años, que estaba en el Albaicín de Granada cuando escribíamos nuestra historia de África, que de esta vez se rebelaron todas las taas y lugares de la Alpujarra, sierra y valle de Lecrín, y se perdieron las fortalezas que tenían ya los cristianos, sino fueron dos o tres; una de las cuales fue Mondújar, que la defendió valerosamente una noble dueña llamada doña María de Acuña, mujer del Alcaide, estando su marido fuera. También procuró el moro haber el castillo de Salobreña, que estaba por el Rey, por la comodidad de aquel portichuelo, donde pudiesen acudir los navíos de Berbería; y trató con los moros de paces que moraban en la villa que le diesen entrada una noche, para que con más facilidad le pudiese hacer escalar; los cuales lo hicieron ansí; más el Alcaide se defendió valerosamente, aunque le pusieron en tanto aprieto, que si el rey don Hernando no le socorriera, se hubiera de perder. Solicitó ansimesmo el Zogoybi a los moriscos de paces que moraban en las ciudades de Guadix, Baza y Almería, para que se alzasen; y finalmente tuvo trato con la mayor parte de los que ya eran mudéjares, y ellos con él. |
El Rey católico Don Hernando manda al Marqués de Villena a destruir todas las fortalezas levantadas del Valle de Lecrín. Tras hacerlo, regresó al Padul donde se encontraba el Rey, pero este lo volvió a mandar al valle para que lo destruyese todo. Los granadinos intentaron tomar el estratégico paso de Tablate y Lanjarón, pero fueron más rápidos los cristianos. El Rey cristiano se desplazó a Lanjarón, luego al Padul y terminó cercando y tomando Granada
Venida la primavera del año de nuestro Salvador 1491, los Católicos Reyes, habiendo estado el principio del año en Sevilla, partieron de allí pasada Pascua Florida para ir a cercar a Granada. El rey don Hernando entró en la Vega, y mandó al marqués de Villena que con tres mil caballos y diez mil peones fuese al valle de Lecrín, y destruyese todos los lugares que se habían alzado. Y porque si acaso los moros viniesen sobre él con mayor pujanza, no recibiese daño en la aspereza de aquellos cerros (como aquel que en nada se descuidaba), partió luego en su seguimiento con el resto del ejército. El marqués de Villena entró en el Valle, y destruyendo los lugares bajos que estaban mal apercebidos, volvió al Padul con muchos captivos y despojos; mas encontrándole allí el Rey, le mandó volver; y pasando más adelante, destruyó toda aquella tierra, porque esto era lo que convenía que se hiciese antes de poner cerco a Granada. Y aunque el Zogoybi, sabido el camino que el rey don Hernando llevaba, envió algunos alcaides con gente de a pie para que ocupasen los pasos de Tablate y Lanjarón, por donde necesariamente habían de pasar los cristianos, no fueron parte para defendérselo, porque los capitanes del Rey acometieron el barranco de Tablate por la puente, y por otro paso dificultosísimo que estaba a la parte de arriba una legua de allí; y echando a los moros de las cumbres de aquellos cerros, que tenían ocupadas, pasó el Rey hasta Lanjarón, y allí estuvo mientras la gente destruía los lugares del valle y de la taa de Órgiba y otros de aquellas sierras. Hecho esto, y talados todos los sembrados de la comarca, volvió el Rey con todo su ejército al Padul, y por aquella parte entró en la vega de Granada, y asintió su real junto a unas fuentes que llaman los Ojos de Huércal, y están dos leguas de aquella famosísima ciudad, con determinación, siendo Dios servido, de no le alzar hasta ganarla. Duró este cerco ocho meses y diez días con gran contienda de entrambas partes, desde 26 días del mes de abril hasta 2 de enero del año del Señor 1492. En el cual tiempo hubo hechos muy notables de caballeros y peones, así cristianos como moros, que procuraban señalarse en presencia de sus reyes, unos por fama, y otros por premio, y muchos por religión |
Tras la conquista empiezan las primeras sublevaciones de los moriscos por los asuntos religiosos (1500-1502). El mismo rey paso por el valle a tomar Lanjarón el 7 de marzo
y en aquel año y en el siguiente, que fue de 1500, se rebelaron algunos lugares, diciendo que les quebrantaban los capítulos de las paces con que se habían entregado; y que pues no habían sido culpados en el rebelión, tampoco eran obligados a pasar por lo que los otros hacían para su descargo. Sabidos estos alborotos en Sevilla, el Rey Católico partió para Granada a 27 de enero, y mandó al conde de Tendilla y a Gonzalo Hernández de Córdoba que fuesen sobre el castillo de Güejar, donde se habían recogido algunos moros de los alzados; los cuales fueron luego sobre él, y ganándole le destruyeron, no sin gran daño de la gente de armas que llevaban; porque los enemigos de Dios araron de dos o tres rejas las hazas que estaban al derredor del lugar; y echando toda el agua de las acequias por ellas, empantanaron el campo de manera que atollaban los caballos hasta las cinchas; y viéndolos embarazados en aquellos atolladeros, cargaban sobre ellos de todas partes los peones sueltos por las lindes y veredas que sabían, y los herían y mataban El conde de Lerín, que tenía su estado en el reino de Navarra, fue sobre Andarax, porque los moros de aquella taa se habían hecho fuertes en el castillo del Lauxar; y ganándole por fuerza de armas, voló con pólvora la mezquita mayor, donde se habían recogido las mujeres y niños de aquellos lugares. Y el rey don Hernando entró por el valle de Lecrín, y cercó y ganó el castillo y lugar de Lanjarón, viernes a 7 días del mes de marzo |
Preparativos de la segunda y gran Rebelión 1568. Aparece el Nacoz de Nigüeles dispuestos a tomar la Alhambra
La orden que dieron en su maldad fue ésta: que en las alcarías de la Vega y lugares del valle de Lecrín y partido de Órgiba se empadronasen ocho mil hombres tales, de quien se pudiese fiar el secreto, y que éstos estuviesen a punto para, en viendo una señal que se les haría desde el Albaicín, acudir a la ciudad por la parte de la Vega con bonetes y tocas turquescas en las cabezas, porque pareciesen turcos o gente berberisca que les venía de socorro. Que para que se hiciese el padrón con más secreto, fuesen dos oficiales por las alcarías y lugares, so color de adobar y vender albardas, y se informasen de pueblo en pueblo de las personas a quien se podrían descubrir, y aquellos empadronasen, encargándoles secreto; que de los lugares de la sierra se juntarían dos mil hombres en un cañaveral que estaba junto al lugar de Cenes, en la ribera de Genil, para que con ellos el Partal de Narila, famoso monfí, y el Nacoz de Nigüeles, y otros que estaban ya hablados, acudiesen a la fortaleza del Alhambra, y la escalasen de noche por la parte que responde a Ginalarife. |
Nacoz de Nigüeles
Que los de la puerta Guadix entrasen por la calle del río Darro abajo a dar a las casas de la Audiencia Real, y procurando matar o prender al Presidente, soltasen los presos moriscos que estaban en la cárcel de chancillería, y se fuesen a juntar todos en la plaza de Bibarrambla, donde también acudirían los ocho mil hombres de la Vega y valle de Lecrín, y de allí a la parte donde hubiese mayor necesidad, poniendo la ciudad a fuego y a sangre. |
Nacoz de Nigüeles
Los moriscos del Albaicín habían tenido más cierta nueva de lo que había en la Alpujarra, y andando todos turbados, unos se holgaban que los alpujarreños hubiesen comenzado el levantamiento con riesgo de sus cabezas; y otros, que deseaban rebelión general, les pesaba de ver que los monfís se hubiesen anticipado por cudicia de matar aquellos pocos cristianos, y que no hubiesen tenido sufrimiento de aguardar a que el Albaicín comenzase, como estaba acordado. Farax Abenfarax, que estaba a la mira, viendo que la ciudad y la Alhambra se apercebían cada hora, tomó consigo el sábado en la tarde, primer día de pascua de Navidad, al Nacoz de Nigüeles y al Seniz de Bérchul, capitanes de monfís, y a gran priesa se fue con ellos a los lugares de Güejar, Pinos, Cenes, Quéntar y Dúdar, y recogió como ciento y ochenta hombres perdidos de los primeros monfís que pudieron atravesar la sierra el viernes por la mañana, porque los otros no les pudieron acudir, ni menos les acudieron los de aquellos lugares, diciendo que los del Albaicín les habían enviado a decir aquella mañana que no hiciesen novedad hasta que ellos les avisasen. Con esta gente quiso Farax comenzar a matar cristianos |
Muestra como Hernando de Córdoba y de Valor es elegido rey como Aben Humeya en Béznar
Que trata de don Hernando de Córdoba y de Válor, y cómo los rebeldes le alzaron por rey Don Hernando de Córdoba y de Válor era morisco, hombre estimado entre los de aquella nación porque traía su origen del halifa Maruan; y sus antecesores, según decían, siendo vecinos de la ciudad de Damasco Xam, habían sido en la muerte del halifa Hucein, hijo de Alí, primo de Mahoma, y venídose huyendo a África, y después a España, y con valor proprio habían ocupado el reino de Córdoba y poseídolo mucho tiempo con nombre de Abdarrahamanes, por llamarse el primero Abdarrahamán; más su proprio apellido era Aben Humeya. Este era mozo liviano, aparejado para cualquier venganza, y sobre todo, pródigo. Su padre se decía don Antonio de Válor y de Córdoba, y andaba desterrado en las galeras por un crimen de que había sido acusado; y aunque eran ricos, gastaban mucho, y vivían muy necesitados y con desasosiego; y especialmente el don Hernando andaba siempre alcanzado, y estaba estos días preso, la casa por cárcel, por haber metido una llaga en el cabildo de la ciudad de Granada, donde tenía una veinticuatría. Viéndose pues en este tiempo con necesidad, acordó de venderla y irse a Italia o a Flandes, según él decía, como hombre desesperado; y al fin la vendió a otro morisco, vecino de Granada, llamado Miguel de Palacios, hijo de Jerónimo de Palacios, que era su fiador en el negocio sobre que estaba preso, por precio de mil y seiscientos ducados; el cual la mesma noche que había de pagarle el dinero, temiendo que si quebrantaba la carcelería la justicia echaría mano dél y del oficio por la general hipoteca, y se lo haría pagar otra vez, avisó al licenciado Santarén, alcalde mayor de aquella ciudad, para que lo mandase embargar, y en acabando de contar el dinero, llegó un alguacil y se lo embargó. Hallándose pues don Hernando sin veinticuatría y sin dineros, determinó de quebrantar la carcelería y dar consigo en la Alpujarra; y con sola una mujer morisca que traía por amiga y un esclavo negro, salió de Granada otro día luego siguiente, jueves 23 de diciembre, y durmiendo aquella noche en la almacería de una huerta, caminó el viernes hacia el valle de Lecrín, y en la entrada del encontró con el beneficiado de Béznar, que iba huyendo la vuelta de Granada; el cual le dijo que no pasase adelante, porque la tierra andaba alborotada y había muchos monfís en ella; mas no por eso dejó de proseguir su viaje, y llegó a Béznar y posó en casa de un pariente suyo, llamado el Válori, de los principales de aquel lugar, a quien dio cuenta de su negocio. Aquella noche se juntaron todos los Váloris, que era una parentela grande, y acordaron que pues la tierra se alzaba y no había cabeza, sería bien hacer rey a quien obedecer. Y diciéndolo a otros moros de los rebelados, que habían acudido allí de tierra de Órgiba, todos dijeron que era muy bien acordado, y que ninguno lo podía ser mejor ni con más razón que el mesmo don Hernando de Válor, por ser de linaje de reyes y tenerse por no menos ofendido que todos. Y pidiéndole que lo aceptase, se lo agradeció mucho; y así, le eligieron y alzaron por rey, yendo, según después decía, bien descuidado de serlo, aunque no ignorante de la revolución que había en aquella tierra. Algunos quisieron decir que los del Albaicín le habían nombrado antes que saliese de Granada, y aun nos persuadieron a creerlo al principio; mas procurando después saberlo más de raíz, nos certificaron que no él, sino Farax, había sido el nombrado, y que los que trataban el levantamiento no sólo quisieron encubrir su secreto a los caballeros moriscos y personas de calidad que tenían por servidores de su majestad, mas a éste particularmente no se osaran descubrir, por ser veinticuatro de Granada y criado del marqués de Mondéjar, y tenerle por mozo liviano y de poco fundamento. Estando pues el lunes por la mañana, a hora de misa, don Hernando de Válor delante la puerta de la iglesia del lugar con los vecinos dél, asomó por un viso que cae sobre las casas a la parte de la sierra, Farax Aben Farax con sus dos banderas, acompañado de los monfís que habían entrado con él en el Albaicín, tañendo sus instrumentos y haciendo grandes algazaras de placer, como si hubieran ganado alguna gran vitoria. El cual, como supo que estaba allí don Hernando de Válor y que le alzaban por rey, se alteró grandemente, diciendo que, cómo podía ser que habiendo sido él nombrado por los del Albaicín, que era la cabeza, eligiesen los de Béznar a otro; y sobre esto hubieran de llegar a las armas. Farax daba voces que había sido autor de la libertad, y que había de ser rey y gobernador de los moros, y que también era él noble del linaje de los Abencerrajes. Los Váloris decían que donde estaba don Hernando de Válor no había de ser otro rey sino él. Al fin entraron algunos de por medio, y los concertaron desta manera: que don Hernando de Válor fuese el rey, y Farax su alguacil mayor, que es el oficio más preeminente entre los moros cerca de la persona real. Con esto cesó la diferencia, y de nuevo alzaron por rey los que allí estaban a don Hernando de Válor, y le llamaron Muley Mahamete Aben Humeya, estando en el campo debajo de un olivo. El cual, por quitarse de delante a Farax Aben Farax, el mesmo día le mandó que fuese luego con su gente y la que más pudiese juntar a la Alpujarra, y recogiese toda la plata, oro y joyas que los moros habían tomado y tomasen, así de iglesias como de particulares, para comprar armas de Berbería. Este traidor, publicando que Granada y toda la tierra estaba por los moros, yendo levantando lugares, no solamente hizo lo que se le mandó, mas llevando consigo trecientos monfís salteadores, de los más perversos del Albaicín y de los lugares comarcanos, a Granada, hizo matar todos los clérigos y legos que halló captivos, que no dejó hombre a vida que tuviese nombre de cristiano y fuese de diez años arriba, usando muchos géneros de crueldades en sus muertes, como lo diremos en los capítulos del levantamiento de los lugares de la Alpujarra. |
Aben Humeya
Cómo Mahamet Aben Humeya entró en la Alpujarra después de electo en Béznar, y lo que proveyó en ella Partido Abenfarax de Béznar, luego le siguió Aben Humeya, acompañado de muchos moros, con temor de que se haría alzar por rey en la Alpujarra; y llegando a Lanjarón, halló que había quemado la iglesia y muerto unos cristianos que estaban dentro. De allí pasó a Órgiba, donde los cercados de la torre se defendían, y les requirió con la paz; y viendo que no querían oír su embajada, repartió la gente en dos partes: la una dejó en el cerco con el Corceni de Ugíjar, carpintero, y con él Dalay; y la otra se llevó consigo a Poqueira y a Ferreira. El día de los Inocentes estuvo en su casa en Válor, y a 29 de diciembre entró en Ugíjar de Albacete, con deseo, a lo que él decía después, de salvar la vida al Abad mayor, que era grande amigo suyo, ya otros que también lo eran; y cuando llegó ya lo habían muerto. Allí repartió entre los moros las armas que habían tomado a los cristianos, y el mesmo día fue al lugar de Andarax, y hizo que confirmasen su elección los de la Alpujarra. Y siendo jurado de nuevo por rey, dio sus patentes a los moros más principales de los partidos y más amigos suyos, para que con su autoridad gobernasen las cosas convinientes al nuevo estado y nombre real, aunque vano y sin fundamento: mandándoles que tuviesen especial cuidado de guardar la tierra, poniendo gente en las entradas de la Alpujarra; que alzasen todos los lugares del reino, y que los que no quisiesen alzarse los matasen y les confiscasen los bienes para su cámara. Hecho esto, volvió a Ugíjar, dejando por alcaide de Andarax a Aben Zigui, de los principales de aquella taa; y allí dio sus poderes a Miguel de Rojas, su suegro, y le hizo su tesorero general, porque, demás del deudo que con él tenía, era hombre principal del linaje de los Mohayguajes o Carimes, antiguos alguaciles de aquella taa en tiempo de moros; y por ser muy rico y de aquel linaje, le respetaban los moros de la Alpujarra; el cual no se tenía por menos ofendido de las justicias que Aben Humeya, porque demás de haberle tenido preso muchos días sobre delitos de monfís, le habían defendido que no trujese armas teniendo licencia para poderlas traer, y no le habían dejado acabar una torre fuerte que hacía en su casa; antes se la habían querido derribar. Finalmente Aben Humeya hizo todas las diligencias dichas en Ugíjar en un día, y aquella mesma noche se fue a dormir a Cádiar, y dio patente de su capitán general a don Hernando el Zaguer, su tío; y dejando gente de guarnición en la frontera de Poqueira y Ferreira, donde pensaba residir, a 30 días del mes de diciembre estuvo de vuelta en el valle de Lecrín, para si fuese menester defender la entrada de la Alpujarra por aquella parte al marqués de Mondéjar, y nombró por alcaide principal de aquel partido a Miguel de Granada Xaba el de Ferreira. |
El levantamiento se hace patente y empiezan los movimientos militares. Aquí se describe el Valle de Lecrín y describe que pueblos y como se sublevaron. Dúrcal, Padul y Nigüelas no se sublevaron. Saleres y Albuñuelas tampoco al principio. Diego de Quesada es enviado a Tablate con tropas, pero es atacado por los moriscos siendo hostigado hasta el mismo río de Dúrcal. Quesada termina refugiándose en el Padul
Cómo don Diego de Quesada fue a ocupar a Tablate, lugar del valle de Lecrín, y los moros le desbarataron, y la descripción de aquel valle Llámase valle de Lecrín la quebrada que hace la sierra mayor, tres leguas a poniente de Granada, donde comienza a levantarse la Sierra Nevada. Tiene a poniente la sierra de Manjara, que contina con el río de Alhama; al cierzo la vega de Granada y los llanos del Quempe; al mediodía confina con las Guájaras, que caen en lo de Salobreña, y con tierra de Motril; y a levante con Sierra Nevada y con la taa de Órgiba. Hay en este valle veinte lugares, llamados Padul, Dúrcal, Nigüelas, Acequia, Mondújar, Harat, Alarabat, el Chite, Béznar, Tablate, Lanjarón, Ixbor, Concha, Guzbíjar, Melegix, Mulchas, Restábal, las Albuñuelas, Salares, Lújar, Pinos del Rich o del Valle. Es abundante toda esta tierra de muchas aguas de ríos y de fuentes, y tiene grandes arboledas de olivos y morales y otros árboles frutales, donde cogen los moradores diversidad de frutas tempranas muy buenas, y muchas naranjas, limones, cidras y toda suerte de agro, que llevan a vender a la ciudad de Granada y a otras partes. Los pastos para los ganados son muy buenos, y cogen cantidad de pan de secano y de riego en los lugares bajos, y la cría de la seda es mucha y muy buena. Corren por este valle seis ríos, que proceden de la sierra mayor. El primero hace a la parte de poniente, y llámanle río de las Albuñuelas, porque nace de dos fuentes junto al lugar de las Albuñuelas; el cual pasa cerca de los lugares de Salares y Pinos del Valle, y se va después a juntar con el río de Motril. El segundo nace par del lugar de Melegix, y se va a juntar con el de las Albuñuelas por bajo de Restábal. El tercero nace de la Sierra Nevada, y va a dar en una laguna grande que se hace entre los lugares del Padul y Dúrcal, y de allí va a juntarse con el río de las Albuñuelas. El cuarto nace también en la Sierra Nevada, en el paraje del lugar de Acequia, y antes que llegue al lugar se parte en dos brazos, y tomándole en medio, va el uno a dar al lugar del Chite y el otro a Tablate, y de allí al río de las Albuñuelas y al de Motril. El quinto baja también de la Sierra Nevada y va al lugar de Lanjarón, y de allí al río de Motril. Y el sexto, que nace más a levante de la mesma sierra, es el que divide los términos del valle y de la taa de Órgiba, el cual se va a meter en el río de Motril por los lugares de Sortes, Benizalte y Pago, que caen en lo de Órgiba. Los lugares bajos del valle de Lecrín se alzaron el segundo día de Pascua, cuando Abenfarax y los otros monfís que venían de Granada llegaron a Béznar, porque hicieron encreyente a los moriscos que la ciudad y el Alhambra era suya, y que el Albaicín quedaba levantado, y como hubieron robado las iglesias y muerto muchos cristianos de los que vivían en ellos, pasaron a levantar los otros lugares de la Alpujarra; mas los que moraban en el Padul, Dúrcal, Nigüeles, las Albuñuelas y Salares, que son los más cercanos a Granada, no se alzaron por entonces, aunque se fueron muchos dellos a la sierra, que hicieron después harto daño en busca de su perdición. Uno de los lugares alzados fue Tablate, que está puesto cerca de un paso importante, por donde de necesidad se había de ir para pasar a la Alpujarra. Queriendo pues el marqués de Mondéjar tenerle ocupado para cuando fuese menester, mandó a don Diego de Quesada que, con la gente que tenía en Dúrcal y la que le enviaba para aquel efeto, se fuese a poner en Tablate, y que el capitán Lorenzo de Ávila volviese a Granada, y de allí fuese a recoger la gente de las siete villas, porque entendía salir con brevedad a castigar los rebeldes. Luego que llegó esta orden a Dúrcal, don Diego de Quesada, con toda la gente de a pie y de a caballo que allí había, se fue al lugar de Béznar, y hallando las casas solas y la iglesia destruida y quemada, pasó a Tablete, donde halló también las casas solas y los moradores subidos a la sierra. A este lugar llegó la gente muy fatigada, así la gente como los caballos, y como se desmandasen luego por las calles y casas desordenadamente, sin poner centinela a lo largo, y con harto menos recato del que convenía a gente de guerra, los moros, que los estaban mirando desde lo alto de los cerros, vieron buena ocasión para acometerlos, y juntándose muchos dellos, bajaron lo más encubierto que pudieron, y los acometieron impetuosamente en las casas y calles, y mataron y hirieron muchos cristianos. Hubo algunos escuderos que no teniendo tiempo de enfrenar los caballos, que estaban comiendo, se los dejaron y salieron del lugar huyendo a pie; y hicieran los moros mucho más daño, si no fuera por unos soldados que se habían desmandado sin orden a buscar qué robar por aquellos cerros; los cuales, viendo que bajaban de la sierra desde lejos, y sospechando lo que iban a hacer, dieron grandes voces a los nuestros, y les capearon con una capa, para que se pusiesen en arma, y hicieron tanto, hasta que el proprio don Diego de Quesada, que andaba por la plaza del lugar con algún tanto de cuidado más que los otros, oyó las voces, y entendiendo lo que podía ser, hizo tocar a arma a gran priesa, y con la gente que pudo recoger de presto, salió al campo y ordenó un escuadrón, donde guareciesen los que salían huyendo del lugar; y cuando le pareció que convenía, se retiró, y dejó el paso que se le había mandado guardar, teniendo poca confianza en aquella gente tímida, mal plática y poco experimentada que llevaba consigo, y por los lugares de Béznar y de Dúrcal pasó al Padul, yendo siempre escaramuzando con los moros; los cuales le siguieron hasta el barranco de Dúrcal, y de allí se volvieron, no osando pasar adelante, por ser tierra donde era superior la caballería. |
Mondejar releva a Quesada y manda en su lugar al capitán Gonzalo de Alcántara con la orden de mantener Dúrcal, localidad que no llegó a sublevarse
Con el suceso de Tablate cobraron los rebeldes mayor ánimo; y el marqués de Mondéjar, sabido que don Diego de Quesada se había retirado al Padul sin su orden, envió a mandarle que se viniese a Granada, y en su lugar fueron el capitán Lorenzo de Ávila con la gente de las siete villas, y el capitán Gonzalo de Alcántara, hombre plático, criado en Orán, con cincuenta caballos, y orden que se metiesen en Dúrcal, y procurasen mantener aquel lugar y los otros comarcanos del valle de Lecrín, que aun no se habían alzado, en lealtad, mientras llegaba la gente que se aguardaba de las ciudades de la Andalucía y reino de Granada. |
Dúrcal era un lugar de destacamento de soldados para ayudar a otros lugares atacados como se ve en el texto siguiente, donde se envía al Capitán Lorenzo de Ávila a la costa
Este infelice caso estuvieron mirando el beneficiado y los cristianos que estaban con él en casa de Gonzalo Tertel desde una ventana, bien temerosos de que irían luego los moros a hacer otro tanto dellos; mas el morisco les acudió, y los aseguró dende a tres días con enviarlos a Motril acompañados de cincuenta moriscos sus amigos, que los llevaron hasta cerca de aquella villa, donde entraron salvos y seguros con los bienes muebles que pudieron llevar; y no solamente hicieron esta buena obra; pero antes desto, viendo la determinación de los moros y el peligro en que estaba don Juan Zapata, envió a gran priesa un morisco al marqués de Mondéjar, avisándole de lo que pasaba para que proveyese con tiempo de algún socorro, antes que se perdiese; el cual envió luego a mandar al capitán Lorenzo de Ávila, que estaba alojado en Dúrcal, que fuese a socorrerle con quinientos arcabuceros. Y partiendo otro día a hacer el socorro, cuando llegó a una venta que está en la cuesta que llaman de la Cebada, donde se aparta el camino que va de Granada a Motril, supo como eran perdidos todos los cristianos, y se volvió sin hacer efeto a su alojamiento. |
Muestra como se levantan Albuñuelas y Saleres y el esfuerzo que hace el morisco y alguacil de Albuñuelas Bartolmé de Santa María para que no lo hagan
Cómo los lugares de las Albuñuelas y Salares se alzaron Las Albuñuelas y Salares son dos lugares muy cercanos el uno del otro en el valle de Lecrín, y habían dejado de alzarse cuando la elección de Aben Humeya en Béznar, por consejo de un morisco de buen entendimiento, llamado Bartolomé de Santa María, a quien tenían mucho respeto, el cual, siendo alguacil de las Albuñuelas, los había entretenido con buenas razones diciéndoles que escarmentasen en cabezas ajenas, y considerasen en lo que habían parado las rebeliones pasadas, el poco fundamento que tenían contra un príncipe tan poderoso, y lo mucho que aventuraban perder, la poca confianza que se podía tener de los socorros de Berbería, y el gran riesgo de sus personas y haciendas en que se ponían y como después vio que la gente andaba desasosegada, que los lugares se henchían de moros forasteros de los alzados de tierra de Salobreña y Motril, que crecían cada día los malos y escandalosos, y que no era parte para estorbarles su determinación precipitosa, porque iba todo de mala manera, llamando al bachiller Ojeda, su beneficiado, que aun hasta entonces no se había ido del lugar, le dijo que recogiese los cristianos que pudiese y se fuese a poner en cobro, si no quería que le matasen los monfís, certificándole que si lo habían dejado de hacer, había sido por tenerle a él respeto, sabiendo que era su amigo; y porque pudiese irse con seguridad y los monfís no le ofendiesen en el camino, le dio cincuenta hombres, que le acompañaron dos leguas hasta el lugar de Padul, donde le dejaron en salvo el día de año nuevo. No fue poco venturoso el beneficiado en tener tal amigo; porque dentro de dos días, sobrepujando la maldad, se alzaron aquellos lugares, y en señal de libertad, aunque vana, sacaron los vecinos de las Albuñuelas una bandera antigua, que tenían guardada como reliquia de tiempo de moros, y arbolándola con otras siete banderas que tenían hechas secretamente para aquel efeto, de tafetán y lienzo labrado, se recogieron a ellas todos los mancebos escandalosos, y lo primero que hicieron fue destruir y robar la iglesia y todas las cosas sagradas. Luego robaron las casas del beneficiado y de los otros cristianos, y dejando las suyas yermas y desamparadas, por no se osar asegurar en ellas, se subieron a las sierras con sus mujeres y hijos y ganados. No les faltó aun en este tiempo el alguacil Santa María con su buen consejo, el cual viendo idos la mayor parte de los monfís, persuadió al pueblo a que se volviesen a sus casas y procurasen desculparse con los ministros de su majestad, diciendo que los malos les habían hecho que se alzasen por fuerza y contra su voluntad, y que desta manera podrían aguardar hasta ver en qué paraban sus cosas, y tomar después el partido que mejor les estuviese, como adelante lo hicieron. Vamos agora a lo que el marqués de Mondéjar hacía en este tiempo. |
El Marqués de Mondejar espera refuerzos para poder atacar ya que la sublevación dice que está causando grandes pérdidas y destrozos. el 3 de enero de 1959 se llega hasta el Padul, donde los moriscos le piden que se alojen en la calle por temor de destrozo de sus casas, pero el marqués alega el frío de ese mes de enero
Cómo el marqués de Mondéjar formó su campo contra los rebeldes Estaban en este tiempo los ciudadanos de Granada confusos y muy turbados, casi arrepentidos del deseo que habían tenido de ver levantados los moriscos, por las nuevas que cada hora venían de las muertes, robos e incendios que inician por toda la tierra; y cansados los juicios con estos cuidados, perdida algún tanto la cudicia, solamente pensaban en la venganza. El marqués de Mondéjar daba priesa a las ciudades que le enviasen gente para salir en campaña, porque en la ciudad no había tanta que bastase para llevar y dejar, certificándoles que de su tardanza podrían resultar grandes inconvenientes y daños, si los rebelados, que estaban hechos señores de la Alpujarra y Valle, lo viniesen también a ser de los lugares de la Vega, por no haber cantidad de gente con que poderlos oprimir, antes que sus fuerzas fuesen creciendo con la maldad. Habiendo pues llegado las compañías de caballos y de infantería de las ciudades de Loja, Alhama, Alcalá la Real, Jaén y Antequera, y pareciéndole tener ya número suficiente con que poder salir de Granada, partió de aquella ciudad lunes a 3 días del mes de enero del año de 1569, dejando a cargo del conde de Tendilla, su hijo, el gobierno de las cosas de la guerra y la provisión del campo; y aquella tarde caminó dos leguas pequeñas, y fue al lugar de Alhendín, donde se alojó aquella noche, y recogiendo la gente que estaba alojada en Otura y en otros lugares de la Vega, la mañana del siguiente día caminó la vuelta del Padul, primer lugar del valle de Lecrín, pensando rehacer allí su campo. Llevaba dos mil infantes y cuatrocientos caballos, gente lúcida y bien armada, aunque nueva y poco disciplinada. Acompañábanle don Alonso de Cárdenas, su yerno, que hoy es conde de la Puebla, don Francisco de Mendoza, su hijo, don Luis de Córdoba, don Alonso de Granada Venegas, don Juan de Villarroel, y otros caballeros y veinte y cuatros, y Antonio Moreno y Hernando de Oruña, a quien su majestad había mandado que asistiesen cerca de su persona por la prática y experiencia que tenían de las cosas de guerra, y otros muchos capitanes y alféreces, soldados viejos entretenidos con sueldo ordinario por sus servicios. De Jaén iba don Pedro Ponce por capitán de caballos, y Valentín de Quirós con la infantería. De Antequera Álvaro de Isla, corregidor de aquella ciudad, y Gabriel de Treviñón, su alguacil mayor, con otras dos compañías. Capitán de la gente de Loja era Juan de la Ribera, regidor; de la de Alhama, Hernán Carrillo de Cuenca, y de Alcalá la Real, Diego de Aranda. Iba también cantidad de gente noble popular de la ciudad de Granada y su tierra, y las lanzas ordinarias, cuyos tenientes eran Gonzalo Chacón y Diego de Leiva y la mayor y mejor parte de los arcabuceros de la ciudad, cuyos capitanes eran Luis Maldonado, y Gaspar Maldonado de Salazar, su hermano. Con toda esta gente llegó el marqués de Mondéjar aquella noche al lugar del Padul, y antes de entrar en él salieron los moriscos más principales a suplicarle no permitiese que los soldados se aposentasen en sus casas, ofreciéndole bastimentos y leña para que se entretuviesen en campaña, porque temían grandemente las desórdenes que harían; y aunque el Marqués holgara de complacerles, no les pudo conceder lo que pedían, porque el tiempo era asperísimo de frío, la gente no pagada, y acostumbrada a poco trabajo, y se les hiciera muy de mal quedar de noche en campaña; y diciendo a los moriscos que tuviesen paciencia, porque sola una noche estaría allí el campo, y que proveería como no recibiesen daño, los aseguró de manera, que tuvieron por bien de recoger y regalar a los soldados en sus casas aquella noche, aunque no la pasaron toda en quietud, por lo que adelante diremos. |
Cómo estando el marqués de Mondéjar en el Padul, los moros acometieron nuestra gente, que estaba en Dúrcal, y fueron desbaratados La propria noche que el marqués de Mondéjar llegó con su campo al lugar del Padul, los moros acometieron el lugar de Dúrcal, una legua de allí, donde estaban alojados el capitán Lorenzo de Ávila con las compañías de las siete villas de la jurisdición de Granada, y el capitán Gonzalo de Alcántara con cincuenta caballos. No pudo ser este acometimiento tan secreto, que dejasen de tener aviso los capitanes, porque el mesmo día que el marqués de Mondéjar salió de Granada, los soldados de aquel presidio habían tomado dos espías, al uno de los cuales hallaron quebrando los aderezos de un molino, donde se molía el trigo para las raciones de los soldados, y el otro era un muchacho hijo de cristianos, criado desde su niñez entre moriscos y hecho a sus mañas, que le enviaba Miguel de Granada Xaba, capitán de los moros del Valle, a que espiase la cantidad de la gente que había en aquel lugar y el recato con que estaban. El espía que fue preso en el molino jamás quiso confesar, aunque le hicieron pedazos en el tormento; el muchacho, a persuasión del doctor Ojeda, vicario de Nigüeles, que era el que le había hecho prender, entre ruego y amenazas, vino a confesar y declarar todo el hecho de la verdad, y el efeto para que los habían enviado. Este dijo que los de las Albuñuelas habían hecho reseña cuando se quisieron alzar, y que se habían hallado docientos tiradores escopeteros y ballesteros entre ellos, y trecientos con armas enhastadas y espadas; que los moriscos forasteros y monfís habían quemado la iglesia, y que después se habían arrepentido los vecinos, viendo que los del Albaicín y de la Vega se estaban quedos; y que queriéndose tornar a sus casas por consejo del alguacil, se lo habían estorbado otros de los alzados, diciéndoles que no era ya tiempo de dar excusas ni de pedir perdón, porque los cristianos no les creerían ni se fiarían más dellos, viendo la señal que habían dado; y que el alcaide Xaba había juntado de los lugares de Órgiba y del Valle, y de Motril y Salobreña mucha cantidad de moros, y entre ellos más de seiscientos tiradores, para ir a dar sobre el lugar de Dúrcal, y que sin falta daría la siguiente noche sobre él. Con este aviso fue luego aquella tarde el capitán Lorenzo de Ávila al marqués de Mondéjar, y llevó el muchacho consigo; y siendo ya bien de noche, se volvió a su alojamiento con cuidado de lo que podía suceder, y en llegando hizo echar bando que ningún soldado quedase desmandado por las casas; que todos se recogiesen a la iglesia, donde estaba el cuerpo de guardia. Reforzó las postas y centinelas, y puso otras de nuevo donde le pareció ser necesarias; y el capitán Gonzalo de Alcántara apercibió la caballería, que estaba alojada en Margena, que es un barrio cerca de Dúrcal, para que en sintiendo dar al arma, saliesen tocando las trompetas desde el alojamiento hasta una haza llana delante de la plaza de la iglesia; porque este hombre experimentado entendió el efeto que se podría seguir animando a los soldados y desanimando a los enemigos, con ver que tocaban las trompetas hacia donde estaba el campo del marqués de Mondéjar, que de necesidad habían de presumir que venía socorro. Andando pues los animosos capitanes haciendo estas prevenciones y apercibimientos, el Xaba, que no dormía, venía caminando a más andar cubierto con la escuridad de la noche, y llegando cerca del lugar, repartió seis mil hombres que traía en dos partes: con los tres mil fue en persona a tomar un barranco muy hondo que se hace entre el Padul y el barrio de Margena, por donde había de ir el socorro de nuestro campo; los otros tres mil envió con otros capitanes, para que unos acometiesen por el camino que va entre Margena y Dúrcal, y otros por otra parte hacia la sierra, ordenándoles que excusasen todo lo que pudiesen el salir a lo llano, porque los caballos no se pudiesen aprovechar dellos. Desta manera llegaron dos horas antes que amaneciese con un tiempo asperísimo de frío y muy escuro. Nuestras centinelas los sintieron, aunque tarde; y tocando arma, con estar apercebidas, casi todos entraron a las vueltas en el lugar, no siendo menor el miedo de los acometedores que el de los acometidos. Los capitanes, que andaban a esta hora requiriendo las postas, acudieron luego a hacer resistencia; mas presto se hallaron solos. Lorenzo de Ávila se opuso contra los que venían a entrar de golpe por una haza adelante con sola una espada y una rodela, y los fue retirando con muertes y heridas de muchos dellos; y siendo herido de saeta, que le atravesó entrambos muslos, fue socorrido y retirado a la iglesia. Gonzalo de Alcántara se puso a la parte del camino de Margena a resistir un gran golpe de enemigos que venían entrando por allí; y fue tanta la turbación de nuestra gente en aquel punto, que ni bastaban ruegos ni amenazas para hacerles salir de la iglesia, como si la aspereza y tenebrosidad de la noche fuera más favorable a los enemigos que a ellos; y para castigo de semejante flaqueza no dejaré de decir que hubo muchos que, soltando las armas ofensivas, se metieron huyendo en la iglesia, tomando por escudo otros, para que los moros no los matasen a ellos primero; ni menos callará mi pluma el valor de los animosos capitanes y soldados que pusieron el pecho al enemigo por el bien común, acudiendo, no todos juntos, que hicieran poco efeto, por ser muchas las entradas, sino cada uno por su parte, y reparando con su mucho valor un gran peligro; porque, los moros, hallando aquella resistencia y sintiendo grande estruendo de armas, no creyendo que eran de la gente que huía, sino de la que se aparejaba contra ellos, aflojaron su furia, y aun se comenzaron a retirar. A este tiempo el capitán Alcántara, viendo que Lorenzo de Ávila, herido como estaba, procuraba sacar la gente de la iglesia animándolos a la pelea, con doce o trece soldados, que no le siguieron más, volvió a su puesto, porque los enemigos daban de nuevo carga por allí. Acudiéronle también ocho religiosos, cuatro frailes de San Francisco y cuatro jesuitas, diciendo que querían morir por Jesucristo, pues los soldados no lo osaban hacer; mas no se lo consintió, rogándoles de parte de Dios que haciendo su oficio, acudiesen a esforzar la gente que estaba a las bocas de las calles que salían a la plaza, porque no las desamparasen. Viendo pues los moros que no eran seguidos; tornaron a hacer su acometimiento, y adelantándose uno con una bandera en la mano, llegó a reconocer la plaza por junto a un mesón que estaba a la parte del cierzo; y como no vio gente por allí, comenzó a dar grandes voces en su algarabía, diciendo a los compañeros que allegasen, porque los cristianos habían huido. A esto acudió Gonzalo de Alcántara, y emparejando con el moro de la bandera, le hirió con la espada en el hombro izquierdo, y dio con él muerto en tierra; mas cargando sobre él otros que venían detrás, le hubieran muerto, si no fuera por las armas y por una adarga que llevaba embrazada, y con todo eso le dieron una estocada en el rostro y le derribaron de espaldas en el suelo, con otros muchos golpes que recibió sobre las armas. No le faltó en este tiempo el favor de un buen soldado, llamado Juan Ruiz Cornejo, vecino de Antequera, que le acudió, y no dio lugar a que los moros le acabasen de matar; antes con sola la espada en la mano y la capa revuelta al brazo le defendió, y mató dos moros de los que más le aquejaban. Levantándose pues Gonzalo de Alcántara, volvió con mayor saña a la pelea; y llegando a él un fraile francisco con un Cristo crucificado en la mano diciéndole: «Ea, hermano, veis aquí a Jesucristo, que él os favorecerá»; estándoselo mostrando, y diciendo estas y otras palabras, le dio uno de aquellos herejes con una piedra en la mano tan gran golpe, que se lo derribó en el suelo. Creció tanto la ira a Gonzalo de Alcántara viendo un tal hecho, que se metió como un león entre aquellos descreídos, y acompañado de su buen amigo Cornejo, mató al moro que había tirado la piedra y otros que le quisieron defender y alzando el crucifijo del suelo, lo puso en las manos del fraile, jurando por aquella santa insignia que había de pasar por la espada aquella noche todos cuantos herejes le viniesen por delante. No estaba ocioso en este tiempo el capitán Alonso de Contreras, que también estaba de presidio en este lugar con una compañía de gente de Granada; mas no le sucedió tan felicemente como a los demás, porque defendiendo la entrada de una calle, fue herido de saeta con yerba, de que murió. También murió Cristóbal Márquez, alférez de Gonzalo de Alcántara, peleando como esforzado. Estando pues nuestra gente en harto aprieto, y bien necesitada de ánimo, si los enemigos le tuvieran para proseguir su empresa, la caballería, que había tardado en salir de su alojamiento, comenzó a entrar por las calles, y no pudiendo romper, porque estaban llenas de moros, salió lo mejor que pudo al campo tocando las trompetas. Este aviso fue importante y valió mucho a los nuestros, porque el Xaba, que estaba en el barranco entre Dúrcal y el Padul, creyendo que la caballería del campo del marqués de Mondéjar había pasado de la otra parte, o que estaba alojado en Dúrcal, comenzó a dar grandes voces a su gente diciendo: «A la sierra, a la sierra; que los caballos vienen sobre nosotros»; y luego dieron todos los unos y los otros vuelta. A este tiempo habían sentido las centinelas del campo disparar arcabuces en Dúrcal, y siendo avisado dello Antonio Moreno, que andaba rondando, había dado noticia al marqués de Mondéjar; el cual sospechando lo que podría ser por la relación que tenía, mandó recoger la gente a gran piesa, y enviando delante a Gonzalo Chacón con las lanzas de la compañía del conde de Tendilla, que estaba a su cargo, salió en su seguimiento con la otra caballería, dejando orden a Antonio Moreno y a Hernando de Oruña, que servían de superintendentes de la infantería, que marchasen a la sorda con todas las compañías la vuelta de Dúrcal; mas ya cuando el marqués de Mondéjar llegó eran idos los moros, y nuestra gente estaba algo temerosa en la plaza de la iglesia, blasonando de la vitoria algunos que no merecían el prez ni el premio della. Murieron aquella noche veinte soldados, y hubo muchos heridos, aunque no todos por mano de los enemigos; antes se mataron y hirieron unos a otros, saliendo con la escuridad de la noche y encontrándose por las calles, y estos eran de los que se habían quedado sin orden fuera del cuerpo de guardia, que no se habían querido recoger a las banderas. Llegado el marqués de Mondéjar a Dúrcal, agradeció mucho a los capitanes lo bien que lo habían hecho, y mandó llevar los heridos a Granada para que fuesen curados; y para aguardar la gente que le iba alcanzando, y los bastimentos y municiones que el conde de Tendilla enviaba de Granada, se detuvo cuatro días en aquel alojamiento, porque no le pareció entrar menos que bien apercebido en la Alpujarra. El capitán Xaba volvió medio desbaratado a Poqueira con pérdida de docientos moros; y Aben Humeya, que le estaba aguardando para tras de aquel efeto hacer otros mayores, viéndole ir de aquella manera, quiso cortarle la cabeza; mas él se desculpó, diciendo que si había retirado la gente había sido porque entendió que la caballería del marqués de Mondéjar había pasado por otra parte el barranco y tomádole lo llano; y que lo que él había hecho, hiciera cualquier hombre atentado, oyendo tocar tantas trompetas hacia la parte donde estaba el enemigo. Y no dejaba de tener alguna razón el moro, porque demás de las trompetas de la compañía de Gonzalo de Alcántara, que salieron de Margena, había mandado el marqués de Mondéjar que se adelantasen dos trompetas, y fuesen solas tocando la vuelta de Dúrcal, para que los nuestros entendiesen que les iba socorro; y como no había visto el Xaba pasar caballos aquella tarde, entendiendo que todos debían de estar alojados en Dúrcal, quiso retirarse con tiempo antes que le atajasen, porque los tres mil hombres que tenía consigo eran ruin gente y desarmada, que solamente llevaban hondas para tirar piedras y algunas lanzuelas; y si los caballos los hallaran en tierra llana, no dejaran hombre dellos a vida. |
El Marqués de Mondéjar iba a atacar Albuñuelas desde el Padul. Pero una comisión de moriscos encabezada por el alguacil de las Albuñuelas Bartolomé de Santa María consiguió que no lo hiciese, a cambio, desde las Albuñuelas, les llevarían cada semana veinte cargas de pan amasado para abastecer a las tropas cristianas
Cómo se fue engrosando el campo del marqués de Mondéjar, y cómo los moros de las Albuñuelas se redujeron En este tiempo iba juntándose la gente de las ciudades del Andalucía en Granada; y estando el marqués de Mondéjar en el alojamiento de Dúrcal, llegó don Rodrigo de Vivero, corregidor de Úbeda y Baeza, con la gente de aquellas dos ciudades. Iban de Úbeda tres compañías de a trecientos infantes y dos estandartes de a setenta y cinco caballos. De Baeza eran novecientos y ochenta infantes en cuatro compañías y cuatro estandartes de cada treinta caballos, toda gente lucida y bien arreada a punto de guerra, que cierto representaban la pompa y nobleza de sus ciudades y el valor y destreza de sus personas, ejercitados en las guerras externas y civiles. Los capitanes eran todos caballeros, veinticuatros y regidores; la infantería de Úbeda gobernaban don Antonio Porcel, don Garcí Fernández Manrique y Francisco de Molina; y la caballería don Gil de Valencia y Francisco Vela de los Cobos. De la infantería de Baeza eran capitanes Pedro Mejía de Benavides, Juan Ochoa de Navarrete, Antonio Flores de Benavides y Baltasar de Aranda, que llevaba la compañía de los ballesteros que llaman de Santiago. De los caballos eran capitanes Juan de Carvajal, Rodrigo de Mendoza, Juan Galeote y Martín Noguera, y por cabo Diego Vázquez de Acuña, alférez mayor, con el pendón de la ciudad. De toda esta gente que hemos dicho, volvieron a Granada las cuatro compañías de caballos de Baeza y la de Francisco de Molina de Úbeda, porque el conde de Tendilla, que hacía oficio de capitán general en lugar del Marqués su padre, las pidió para guardia de la ciudad mientras llegaba otra gente: todas las demás pasaron al campo, y con ellas más de sesenta caballeros aventureros de los principales de aquellas ciudades, que sirvieron a su costa toda aquella jornada, hasta que el marqués de Mondéjar les mandó volver a sus casas. Viendo pues los moriscos de las Albuñuelas que nuestro campo se iba engrosando, y por ventura temiendo no descargase la primera furia en ellos, acordaron de aplacar al marqués de Mondéjar con humildad. Esta embajada llevó Bartolomé de Santa María el alguacil, que dijimos que les aconsejaba que no se alzasen; el cual, siendo acepto y muy servidor del Marqués, vino por su mandado a tratar con él este negocio, y le suplicó admitiese aquellos vecinos debajo la protección y amparo real, y los perdonase, certificándole que si se habían alzado no había sido con su voluntad, sino forzados a ello por los monfís y moros forasteros, y que todos estaban con pena y les pesaba de lo hecho. El Marqués, que deseaba asegurar las espaldas antes de pasar adelante, holgó de admitirlos, y mandó que les dijese de su parte que se quietasen, y volviendo a sus casas, procurasen conservarse en lealtad, no receptando los malos entre ellos: y que le avisasen de todo lo que les ocurriese, porque haciendo lo que debían como buenos vasallos de su majestad, los favorecería y no consentiría que se les hiciese agravio. Luego se volvieron los moriscos al lugar, y el alguacil envió por su beneficiado, que aun estaba en el Padul, para que asistiese en su iglesia y les dijese misa; mas él paró poco entre gente tan liviana, que ya se habían comenzado a desvergonzar, y tanto más viendo que les reprehendía haber puesto las manos en las cosas sagradas. Finalmente, no se teniendo por seguro, quiso volverse al Padul, y el alguacil le dio escolta de amigos que le acompañaron. Este morisco anduvo siempre bien con los cristianos, y, cuando después se puso gente de guerra en el Padul, hizo con los moriscos de su lugar que llevasen cada semana veinte cargas de pan amasado de contribución, para que comiesen los soldados, y dio avisos importantes y ciertos de lo que los moros trataban; mas nunca pudo conservar el pueblo en lealtad, y no fue merecedor de la muerte que después se le dio ni del captiverio de su familia, si en alguna manera no lo causaran nuestros soldados furiosos, teniendo poco respeto a estos servicios, como se dirá en la destruición que don Antonio de Luna hizo en este lugar. Digamos lo que en este tiempo hacía el marqués de los Vélez. |
Lorenzo de Ávila se cura de sus heridas
El conde de Tendilla en este tiempo, usando de la preeminencia de capitán general, y viendo la necesidad que había de gente de ordenanza, nombró siete capitanes y les dio sus conductas para que la hiciesen. Hizo comisario y sargento mayor a Lorenzo de Ávila, que ya estaba sano de las heridas que le dieron en Dúrcal, mandándole que se alojase en el Albaicín para reparar las desórdenes de los soldados. No mucho después mandó su majestad ir a Granada a don Antonio de Luna, señor de Fuentidueña, y a don Juan de Mendoza Sarmiento, para las cosas que ocurriesen de la guerra, y el conde de Tendilla dio cargo de la gente de guerra de a pie y de a caballo que se alojase en los lugares de la Vega a don Antonio de Luna, y a don Juan de Mendoza dejó en Granada, hasta que después fue con orden al campo, estando ya de vuelta en Órgiba, como se dirá en su lugar. |
El Marqués de Mondéjar sale de Dúrcal hacia las Alpujarras 9 de enero, tiene que tomar el puente de Tablate destruido por los sublevados. Un grupo de soldados cristianos llegan incluso a Lanjarón donde se refugian en el ya destruido castillo
Cómo nuestro campo ocupó el paso de Tablate Teniendo ya el marqués de Mondéjar suficiente número de gente con que pasar a la Alpujarra, domingo por la mañana, a 9 días del mes de enero, partió del lugar de Dúrcal con todo el campo puesto en sus ordenanzas, la vuelta del lugar de Tablate, donde se habían juntado los rebeldes, creyendo poderle defender el paso que allí hay, y tenían recogidos tres mil y quinientos hombres con Gironcillo, Anacoz y el Randati, sus capitanes, y con otros sediciosos y malos, respetados, no por prática de cosas de guerra ni por autoridad de personas, sino por sacrilegios y crueldades que habían hecho en este levantamiento. Aquella noche se alojó el marqués de Mondéjar en el lugar del Chite, dos leguas de Dúrcal, que estaba despoblado, y el campo estuvo puesto en arma, por ser el lugar dispuesto para cualquiera acometimiento; y el lunes bien de mañana caminó la vuelta de Tablate, donde sabía que le aguardaban los enemigos. Este lugar es pequeño de hasta cien vecinos, aunque nombrado estos días por la rota de don Diego de Quesada, y por el paso de una puente, por donde se atraviesa un hondo y dificultoso barranco, que con igual hondura y aspereza, sin dar entrada por otra parte en más de cuatro leguas arriba y abajo de la puente, atraviesa desde encima del lugar de Acequia basta el río de Melejix. Los moros tenían desbaratada la puente de manera que no podían pasar caballos ni aun peones sin grandísima dificultad y peligro, porque solamente habían dejado unos maderos viejos, que debieron ser estantes de la cimbra, al un lado, y sobre ellos un poco de pared tan angosta, que apenas podía ir por ella un hombre suelto; y aun este poco paso que para ellos habían dejado, ofreciéndoseles necesidad de pasar, le tenían descavado y solapado por los cimientos de manera, que si cargase más de una persona fuese abajo; y era tan grande la hondura del barranco por esta parte, que mirando desde arriba desvanecía la cabeza y quitaba la vista de los ojos. El marqués de Mondéjar iba muy bien apercebido, aunque no avisado de la rotura de la puente; llevaba la gente puesta en escuadrón, sus mangas de arcabuceros a los lados, y los corredores delante descubriendo el campo. Con esta orden llegó la vanguardia a unos visos que descubren el lugar y la puente que está antes de llegar a él. Luego se descubrieron los moros que estaban de la otra parte, y muchas banderas blancas y coloradas que campeaban por los cerros con aparencia de querer defender el paso. El Marqués, mandando que las mangas de los arcabuceros se adelantasen, dejó la caballería en batalla, y pasó a la vanguardia, para que los animosos soldados lo fuesen más con la presencia de su capitán general; y llegando al barranco y a la puente, los tiradores de entrambas partes comenzaron a tirar: los moros no pudieron resistir la furia de nuestras pelotas, y se arredraron, teniendo entendido que no había hombre tan animoso que osase acometer a pasar la desbaratada puente, que tenían por bastante defensa contra nuestro campo; mas un bendito fraile de la orden del seráfico padre san Francisco, llamado fray Cristóbal de Molina, con un crucifijo en la mano izquierda y la espada desnuda en la derecha, los hábitos cogidos en la cinta, y una rodela echada a las espaldas, invocando el poderoso nombre de Jesús, llegó al peligroso paso, y se metió determinadamente por él; y haciendo camino, no sin grandísimo trabajo y peligro, estribando a veces en las puntas de los maderos o estantes de la cimbra, y a veces en las piedras y en los terrones que se le desmoronaban debajo de los pies, pasó a la parte de los enemigos, que aguardaban con atención cuando le verían caer. Siguiéronle luego dos animosos soldados, aunque el uno con infelice suceso, porque faltándole la tierra y un madero, fue dando vueltas por el aire, y cuando llegó abajo ya iba hecho pedazos. El otro pasó, y tras dél otros muchos, no cesando de tirar siempre nuestros arcabuceros ni los moros, que estaban de mampuesto en un cercano cerro sobre la puente: finalmente cargó nuestra gente de manera, que los moros fueron retirándose, cediendo al riguroso ímpetu de los que reconocían ser suya la vitoria. Ganada la puente y el lugar con poco daño nuestro y mucho de los moros, los soldados trajeron maderos y puertas, y con haces de picas, rama y tierra adobaron la puente de manera que pudo pasar aquel día el carruaje, caballos y artillería, y aquella noche se alojó el campo en el lugar. Cebáronse tanto este día los arcabuceros de las mangas en los enemigos que iban huyendo, que dejando muertos más de ciento y cincuenta, fueron siguiéndolos hasta llegar al río que está de la otra parte de Lanjarón. Allí reconocieron ser poca gente la que los seguía, y revolvieron sobre ellos con grandes alaridos, y los apretaron tanto, que se hubieron de retirar a las casas del lugar; y no se teniendo por seguros en él, tomaron algunas vasijas con agua y cosas de comer que hallaron, y se fueron a guarecer en los antiguos edificios de un castillo despoblado, puesto sobre una alta peña, donde solía en otro tiempo ser la fortaleza del lugar, por si fuese menester defenderse entre los caídos muros mientras nuestro campo llegaba. En este tiempo el marqués de Mondéjar, alegre con la vitoria, no tanto por las muertes de los enemigos, como por haber ocupado aquel paso, que pudiera quedar famoso en aquel día con su muerte, si no acertara a llevar un peto fuerte, que resistió la pelota de una escopeta, que le venía a dar por los pechos, porque no sucediese alguna desgracia a los arcabuceros que iban delante, que le aguase el buen suceso, envió un diligente soldado con su anillo, a que dijese al capitán Caicedo Maldonado, vecino de Granada, que iba con ellos, que se retirase luego, y mandó al capitán Luis Maldonado que con cuatrocientos arcabuceros le asegurase el camino. Y como se acercase la noche, los moros, enemigos de pelear en aquella hora, se retiraron a las sierras, y nuestra gente toda se recogió a su alojamiento.
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El Marqués acude en ayuda de unos cristianos refugiados en la Torre de "Órgiba" que se defendían a duras penas. Antes tuvieron que hacer frente a los moriscos que le atacaban por el camino
Cómo nuestro campo pasó a Lanjarón, y de allí a Órgiba, y socorrió la torre Toda aquella noche estuvo nuestro campo en Tablate con muchas centinelas por los cerros al derredor, por ser sitio dispuesto para poder hacer los enemigos cualquier acometimiento; y otro día, martes 11 de enero, dejando el marqués de Mondéjar en aquel presidio una compañía de infantería de la villa de Porcuna, cuyo capitán era Pedro de Arroyo, para que la gente y las escoltas pudiesen ir y venir seguramente, caminó la vuelta de Lanjarón, que está legua y media más adelante, en el camino de Órgiba. Este día tuvo nuestra gente algunas escaramuzas ligeras con los enemigos, que viendo marchar el campo, bajaron de las sierras, y tentaron de hacer algunos acometimientos en la vanguardia; mas luego se retiraron hacia una sierra que está a la parte de levante del lugar en el proprio camino real, donde se habían juntado muchos dellos con propósito de defender un paso áspero y dificultoso por donde de necesidad había de pasar nuestro campo el siguiente día. Teníanle fortalecido con reparos de piedras y peñas sueltas, puestas en las cumbres y en las laderas que venían a dar sobre el camino, para echarlas rodando sobre los cristianos cuando fuesen subiendo la cuesta arriba. El marqués de Mondéjar llevaba tanto deseo de socorrer la torre de Órgiba, que no quisiera detenerse aquel día; mas húbolo de hacer, porque llegó la retaguardia tarde, y llovía y hacía el tiempo trabajoso; y demás desto, no estaba determinado si pasaría adelante con la gente que llevaba, o si esperaría que llegase la otra que venía de las ciudades. Estuvo allí aquella noche a vista de los enemigos, que teniendo ocupado el paso con grandes fuegos por aquellos cerros, no hacían sino tocar sus atabalejos, dulzainas y jabecas, haciendo algazaras para atemorizar nuestros cristianos, que con grandísimo recato estuvieron todos con las armas en las manos. Al cuarto del alba llegó a la tienda de don Alonso de Granada Venegas un soldado que venía de la torre de Órgiba, y dio nueva como los cercados se defendían. Otro día miércoles, antes que amaneciese, mandó el marqués de Mondéjar a don Francisco de Mendoza, su hijo, que con cien caballos y docientos infantes arcabuceros subiese una ladera arriba, donde había una sola senda áspera y muy fragosa, y fuese a tomar las espaldas a los enemigos, llevando algunos gastadores con picos y hazadones que la allanasen, porque se entendió que puestos en lo alto, hallarían disposición en la tierra para poderla hollar. Y siendo el día claro, partió el campo, yendo los escuadrones proporcionados y bien ordenados, conforme a la disposición de la tierra, y dos mangas de arcabuceros delante, que por las cordilleras de los cerros de una parte y otra del camino que hacía el campo, iban ocupando siempre las cumbres altas. Desta manera fue caminando nuestra gente la vuelta del enemigo, que estuvo un rato suspenso entre miedo y vergüenza, no se determinando si pelearía, o si, dejando pasar a nuestro campo, le sería más seguro romperle las escoltas y necesitarle con hambre; mas aun esto no supieron hacer los bárbaros ignorantes, porque en viendo que los caballos habían subido con la escuridad de la noche por donde apenas entendían que pudiera andar gente de a pie, entendiendo que no habría sierra, por áspera que fuese, que no hollasen, perdieron la esperanza de lo uno y de lo otro, y determinaron de tentar otra fortuna retirándose a la aspereza de las sierras, donde no les pudiese enojar la caballería; mas no lo pudieron hacer tan presto, que dejasen de recebir daño de los que ya les iban en el alcance; y dejando el paso y el camino desocupado, pasó nuestro campo a Órgiba, y aquella tarde se alojó en el lugar de Albacete con grande alegría de todos, mayormente de los cercados, que habían estado diez y siete días peleando noche y día con grandísimo trabajo y peligro. Habíales faltado ya el bastimento, y si no fuera por algunos moros padres y maridos de las mujeres que el alcaide había metido en la torre, que secretamente le habían dado agua y otras cosas de comer, poniéndolo de noche en parte que los cristianos lo pudiesen recoger, hubieran perecido muchos de hambre. También les habían traído munición de Motril, que les hubiera faltado si un animoso soldado natural de Órgiba, llamado Juan López, no se aventurara a ir por ella; el cual aprovechándose de la lengua árabe, en que era muy ladino, y del hábito de los moros, salió a media noche secretamente de la torre, y pasando por medio de su campo, fue a la villa de Motril y trajo un gran zurrón de pólvora y cantidad de plomo y cuerda a cuestas, con que se defendieron de aquellos lobos rabiosos ciento y sesenta almas cristianas, y entre los otros, cinco sacerdotes. El marqués de Mondéjar dio muchas gracias a Dios por tan buen suceso, y despachó luego correo con la nueva, que no fue menos bien recebida que la de Tablate. Y pareciéndole tener suficiente número de gente para allanar la tierra, escribió a don Francisco Hurtado de Mendoza, conde de Montagudo, asistente de Sevilla, que no le enviase la gente de aquella ciudad ni la de la milicia de Sevilla, Gibraltar, Carmona, Utrera y Jerez, que ya se había juntado para hacer la jornada. Esta carta llegó estando en Alcalá de Guadayra, y con él Juan Gutiérrez Tello, alférez mayor de Sevilla, con dos mil infantes arcabuceros con que servía la ciudad a su costa; y Gonzalo Argote de Molina, alférez mayor de la milicia de la Andalucía, con los capitanes y gente della. Luego despidió el Conde los dos mil arcabuceros de Sevilla, y mandó a Gonzalo Argote que con la gente de la milicia fuese a embarcarse en las galeras del cargo de don Sancho de Leiva; para guarnición dellas; de cuya causa no acudió la gente de Sevilla mientras el marqués de Mondéjar estuvo en campaña, hasta que adelante se le envió nueva orden para que la enviase, como se dirá en su lugar. |
Los sublevado atacan y matan a la guarnición cristiana de Tablate, pero luego huyen a la sierra
Cómo los moros degollaron la gente que había quedado de presidio en Tablate Arriba dijimos como el marqués de Mondéjar dejó de presidio en Tablate al capitán Pedro de Arroyo con la compañía de infantería de la villa de Porcuna, para asegurar aquel paso a las escoltas que fuesen de Granada, con orden que no dejase pasar los soldados que se iban del campo sin licencia. Pudiendo pues hacer algún reducto donde meterse de noche, y tener su cuerpo de guardia y centinelas, como es costumbre de gente de guerra, estuvo tan descuidado, que los moros de la comarca tuvieron lugar de ofenderle a su salvo, porque su fin solo era salir al paso a los soldados que se iban del campo sin licencia, para quitarles por de contrabando los ganados, las esclavas y los bagajes que llevaban. Estando desta manera, el Anacoz y Gironcillo, que andaban atalayando por aquellos cerros, por ver si podrían romper alguna escolta, viendo el descuido de los nuestros, juntaron mil y quinientos moros, y los acometieron a media noche por tres partes; y entrando el lugar y la iglesia, degollaron todos los soldados que allí había, y los despojaron de armas y vestidos y de todas las cosas que tenían ellos tomadas por de contrabando; y no se teniendo por seguros entre las viles tapias de las casas, se tornaron a subir a la sierra. Esta nueva llegó a un mesmo tiempo a Granada y al campo del marqués de Mondéjar, y fue volando a la corte de su majestad, y con ella se aguó algún tanto la vitoria de aquellos días, porque juzgaban los contemplativos el daño y el peligro harto mayor de lo que era, diciendo que había sido ardid de guerra del enemigo dejar pasar nuestro campo a la Alpujarra, y cortar a las espaldas el paso por donde les había de entrar el bastimento, para necesitarle a que se retirase o pereciese de hambre. Mas luego cayó esta quimera, y se supo como Tablate estaba por los cristianos, porque el marqués de Mondéjar, sabiendo que los moros no habían osado parar allí, ordenó que la primera compañía que llegase, quedase en el lugar de presidio; y llegando Juan Alonso de Reinoso con la gente que enviaba la ciudad de Andújar, guardó la orden del Marqués y el paso con mucho cuidado; y hallando a Pedro de Arroyo caído entre los muertos con muchas heridas mortales, le hizo curar; mas él estaba tan debilitado, por haber estado tres días sin refrigerio, que llevándole a Granada murió en el camino. No se descuidó el conde de Tendilla en este socorro, porque luego que supo la rota de Tablate, aquella mesma noche envió a llamar a don Álvaro Manrique, hijo del conde de Osorno, caballero del hábito de Calatrava, que estaba alojado en una alcaría de la Vega con ochenta caballos y trecientos infantes de las villas de Aguilar, Montilla y Pliego; el cual llegó antes que fuese de día a la puente Genil, donde ya el Conde le estaba aguardando con ochocientos infantes y ciento y veinte caballos; y entregándole toda aquella gente, le envió a poner cobro en aquel paso, con orden que, dejando buena guardia en él, pasase a juntarse con el campo del Marqués su padre; el cual partió luego, y hallando el lugar desembarazado, cumplió la orden del Conde, y se fue a juntar con nuestro campo en Juviles. |
Se habla que en el futuro habría que dispersar a los moriscos y ahora habría que escarmentarlos, empezando por los de las Albuñuelas
Dos cosas son, excelente señor, las que a mi parecer se deben hacer antes que se trate de ningún medio para que estos negocios tengan buen fin: la una, sacar estos moriscos del Albaicín y los de las alcarías de la Vega y de la sierra, y meterlos la tierra adentro; porque mientras los tuviéremos aquí no han de dejar de favorecer y ayudar a los alzados con avisos, con armas y con gente, y será dificultoso querérselo estorbar, no se pudiendo poner puertas al campo; y la otra, que para aplacar a Dios nuestro Señor de tantos sacrilegios y maldades como los herejes traidores han hecho, convendrá que se haga un castigo ejemplar, y este será bien se comience por el lugar de las Albuñuelas, donde hay muchos de los que mayores daños han hecho en los templos, menospreciando y destruyendo toda, las cosas sagradas, y se han recogido allí so color de que se vienen a reducir; y acogiéndolos los vecinos en sus casas con esta disimulación, para poderlos mejor favorecer, salen juntamente con ellos a saltear y robar a los cristianos por toda la comarca; y della tenemos bastante relación. Estas dos cosas son de mucha importancia, y hechas, se podrá tomar resolución con más acuerdo en lo que vuestra excelencia viere que conviene al servicio de Dios y de su majestad». Con esto se acabó el Consejo este día, y en otros que adelante se hicieron se trató más largamente del negocio, como se dirá en el siguiente capítulo. |
Para vigilar los caminos se distribuían diferentes capitanes con sus soldados por los puntos estratégico como el Padul
También proveyó en las fortalezas y castillos y en la seguridad de los caminos; porque los moros, con la comodidad del verano, que tan favorable les era para su pretensión, salían atrevidamente a llevarse los hombres y los ganados, y a dar en las escoltas que iban al campo del marqués de los Vélez y a Órgiba. En la fortaleza de la Calahorra puso al capitán Navas de Puebla, y en la de Fiñana a Juan Pérez de Vargas, vecino de Granada; la de Gor encomendó a don Diego de Castilla, señor de aquel lugar, que moraba en él; en el Padul puso a Diego Ponce, vecino de Sevilla. |
Se decide dar un escarmiento a los de las Albuñuelas. justifica la acción por ser en parte ellos los que saltean en el "Barranco de Acequias" y por vengar la muerte del moro aliado de los cristianos Bartolomé de Santa María
Cómo don Antonio de Luna fue sobre el lugar de las Albuñuelas, estando de paces, porque recetaban moros de guerra Hacían los moros tantos daños en este tiempo a la parte de Granada, Loja y Alhama, captivando, matando y robando los cristianos, que no había ya cosa segura en todas aquellas comarcas; y de ordinario se ponían los de los lugares del Valle a esperar en el barranco de Acequia las escoltas que iban con bastimentos a los presidios de Tablate y de Órgiba; y algunas veces mataban los soldados y bagajeros, y se las llevaban, no embargante que decían estar reducidos. Y por que se entendió que se hallaban en ello muchos de los vecinos del lugar de las Albuñuelas, que estaba de paces, y que allí se acogían los otros, tomando don Juan de Austria el parecer del presidente don Pedro de Deza, determinó que se hiciese castigo ejemplar en ellos, diciendo que si jamás había sido guerra gobernada con severidad, en esta era necesario y muy conveniente reducir la disciplina militar a su antigua costumbre, para que los demás pueblos temiesen. Consultado pues con su majestad, se mandó a don Antonio de Luna, que con la gente de a pie y de a caballo que estaba alojada en las alcarías de la Vega, y con las cien lanzas de Écija, del cargo de Tello González de Aguilar, fuese a hacer el efeto del castigo que se pretendía; y porque el alguacil Bartolomé de Santa María había servido con avisos ciertos y de importancia, y no era justo que llevase igual pena que los malos, envió al beneficiado Ojeda, que era grande amigo suyo, y con la gente a que mirase por él. Llegó don Antonio de Luna al Padul el primer día del mes de junio, y allí supo cómo un día antes se había pregonado en las Albuñuelas que ningún vecino recogiese moro forastero, y que los que había en el lugar se saliesen luego fuera; y pareciéndole que debían de estar avisados, no quiso partir aquel día, hasta dar noticia a don Juan de Austria; el cual le envió a mandar que sin embargo ejecutase lo acordado. Con esta segunda orden partió del alojamiento de parte de noche, llevando consigo a don Luis de Cardona, hijo mayor del duque de Soma; y encontrando en el camino cuatro moriscos, que venían de las Albuñuelas al Padul con las cargas de pan que daban cada semana de contribución para la gente de guerra de aquel presidio, los mandó alancear, y sin detenerse pasó adelante, y dio sobre el barrio del lugar principal siendo ya de día. Lope, famoso monfí, que estaba dentro con gente de guerra, tuvo lugar de huir a la sierra; y quedándose la mayor parte de los vecinos disimuladamente en sus casas, como hombres que les parecía no haber cometido delito, y que bastaría para su disculpa haber echado fuera los moros forasteros, en sintiendo el estruendo de los soldados, que entraban furiosos por las calles, salieron algunos a dar su descargo; mas así ellos como los demás fueron muertos, sin que el beneficiado Ojeda tuviese tiempo de poder guarecer a su amigo el alguacil. La gente inútil huyó la vuelta de la sierra, pensando poderse salvar hacia aquella parte; mas Tello González de Aguilar, que iba de vanguardia con los caballos, los atajó por una ladera arriba, y hizo volver hacia abajo más de mil y quinientas mujeres y gran cantidad de bagajes, que todo ello vino a poder de la infantería. Y hubiérase de perder él en este alcance, porque yendo la sierra arriba se le metió el caballo entre dos peñas en una angostura tan grande, que ni lo pudo revolver ni pasar adelante, y le fue necesario apearse y dejarlo; mas luego acudieron dos escuderos de su compañía, y no lo pudiendo sacar, lo despeñaron por un barranco abajo; y dando sobre un montón de arena que tenía recogida la corriente del agua, se mancó de un brazo, y todavía bajaron por él y se lo llevaron, manco como estaba, no queriendo que en ningún tiempo se dijese que los moros habían tomado el caballo de su capitán. Este día un animoso moro se hizo fuerte en su casa con una ballesta en las manos, y por la ventanilla de un aposento mató al abanderado de la compañía de don Pedro de Pineda, que con la bandera entraba a buscar qué robar; y lo mismo hizo a otros dos soldados que quisieron retirar a cobrar la bandera. A esto acudió luego don Pedro de Pineda, y un soldado de su compañía, llamado Zayas, vecino de Sevilla, se lanzó animosamente con el moro cubierto de una rodela y una celada, que fue bien provechosa; y como el moro errase su tiro, Zayas le atravesó de una estocada; y el moro, pasado de parte a parte, cerró con él, y bregando le quitó una daga que llevaba en la cinta, y le hirió con ella sobre la celada tan reciamente, que se la hendió, y le matara si no fuera por ella. Mas al fin, no pudiendo resistir el desmayo de la muerte, cedió, y cayendo en el suelo, le cortó el soldado la cabeza, y el capitán retiró su bandera. Hecho esto, los capitanes y soldados quisieran saquear las casas, porque estaban llenas de muchas riquezas que habían traído de otros lugares, a causa de estar aquel de paces, y no les parecía que era bien dejarlas a los enemigos; mas don Antonio de Luna no lo consintió, diciendo que tenía aviso que venían de las Guájaras más de seis mil moros a las ahumadas, y que no convenía detenerse; y aunque hubo hartos requerimientos sobre ello, se hubieron de quedar las casas llenas. Volvió nuestra gente aquel día al Padul, que está dos leguas de allí, con más de mil y quinientas almas captivas, y gran cantidad de bagajes y de ganados de toda suerte. Esta presa mandó don Juan de Austria que se repartiese entre los soldados, dando las moras por esclavas; y dio libertad a la mujer y hijas y sobrinas de Bartolomé de Santa María, pagando por ellas a los que les habían cabido por suerte seiscientos ducados de la hacienda de su majestad; y demás desto, les dio licencia para que pudiesen vivir en Granada, o donde quisiesen en aquel reino. |
Los cristianos deciden atacar Pinos, Saleres, Restábal y Albuñuelas, pero son sorprendidos por la abundancia de moriscos que les atacan desde las sierras. Mas tarde los moriscos siguen atacando a diferentes guarniciones en el Barranco de Talará. Todo esto obligó a trasladar las avanzadillas cristianas desde Tablate a Acequias, mas seguro
De una entrada que don Antonio de Luna hizo en el valle de Lecrín, donde murió el capitán Céspedes, y de algunos recuentros que hubo estos días con los enemigos a la parte de Salobreña Habíanse vuelto los vecinos de Pinillos del Valle a sus casas estos días, y como hubiese entre ellos algunos moros de guerra que hacían daño, don Juan de Austria mandó a don Antonio de Luna que con las compañías que estaban alojadas en la vega de Granada, y tomando de camino alguna gente de la que estaba en el presidio de Tablate, fuese a dar una alborada sobre aquel lugar, el cual recogió tres mil y docientos infantes y ciento y veinte caballos, con que llegó a Tablate la víspera de señor Santiago. Y porque no halló allí al capitán Céspedes, cabo y gobernador del presidio, que era ido a uno de los lugares reducidos allí cerca, dejó orden al capitán Juan Díaz de Orea que en viniendo le dijese que dos horas antes que amaneciese enviase dos compañías de infantería de tres que allí tenía por el camino derecho de Pinillos, y fuesen a amanecer sobre el lugar, porque lo mesmo haría él con toda la otra gente. Y porque entendió que los moros que le habían visto llegar estaban sobre aviso para desmentir las espías, acordó de volverse por donde había venido, para que entendiesen que era escolta que había traído bastimentos, y se volvía a Granada; y se fue a emboscar aquella noche en lo de Béznar, hasta que vio que le quedaba de la noche el tiempo que había menester para ir a amanecer sobre Pinillos. Apenas se había vuelto don Antonio de Luna, cuando el capitán Céspedes vino a Tablate, y vista la orden que había dejado, quiso ir él con la gente, no embargante que algunos amigos le aconsejaron que no hiciese la jornada, pues no tenía orden de don Juan de Austria para ello, ni estaban bien él y don Antonio de Luna. Otro día de mañana, que fue la fiesta de señor Santiago, a 25 de julio, al reír del alba, se halló toda nuestra gente sobre el lugar de Pinillos; mas no se pudo hacer el efeto, porque estaban los moros avisados y habían subídose con sus mujeres y hijos a las sierras. Y viendo que había errado el tiro don Antonio de Luna, dio vuelta hacia los lugares de las Albuñuelas y Salares, y llegando a Restával, que todos estos pueblos están juntos, ordenó al capitán Céspedes que fuese por el camino arriba que sube hacia las Albuñuelas, con docientos arcabuceros, y con él Francisco de Arroyo con los soldados de la cuadrilla de Pedro de Vilches, y él con toda la otra gente pasó al lugar de Salares, a fin de cercar aquellos dos lugares a un tiempo. Llegando pues el capitán Céspedes a lo alto de la sierra que está entre Restával y las Albuñuelas, vio estar un golpe de moros en un cerro redondo que está a la mano izquierda en medio de un llano, y a las espaldas dél tenían las mujeres, bagajes y ganados en el valle de la sierra que está sobre Restával. Dejando pues el camino que llevaba, y enderezando hacia ellos, los tiradores comenzaron a trabar escaramuza, y a la primera rociada le dieron un escopetazo por los pechos, que le pasó un peto fuerte que llevaba, y le derribó muerto en tierra. Acudieron tantos moros de los que andaban derramados por aquellas sierras sobre los cristianos que con él iban, que hubieron de retirarse desordenadamente, dejando muertos algunos soldados, y entre ellos uno llamado Narváez de Jimena, que peleó este día como buen español al lado de su capitán por retirarle. No pudo don Antonio de Luna socorrerlos, hallándose de la otra parte de un barranco que se hace entre los dos cerros, y la caballería que estaba abajo en el río con don Álvaro de Luna, su hijo, se retiró luego desbaratada. Algunos dijeron que don Antonio de Luna no había querido socorrer al capitán Céspedes, mas no se debe presumir semejante crueldad en caballero cristiano, ni aunque le socorriera llegara a tiempo de poderle salvar la vida, porque le mataron luego como comenzó la escaramuza; antes se entendió haber sido causa de su muerte su demasiado ánimo y quererse meter donde estaban los moros de todo el valle, por ventura con deseo de hacer algún efeto importante. Finalmente, don Antonio de Luna no quiso pasar el barranco que estaba entre él y el cerro de la escaramuza; el cual, habiendo saqueado a Salares, juntó los capitanes a consejo para ver lo que se haría; y después de haber dado y tomado gran rato sobre ello, viendo que el número de los moros crecía, se fue retirando la vuelta del Padul por diferente camino del que había llevado, quedando el capitán Lázaro de Heredia, esforzado mancebo, de retaguardia con su compañía para recoger la gente, que venía medio desbaratada. Los moros siguieron el alcance todo lo que les duró la aspereza de la tierra, que no osaron pasar adelante por miedo de los caballos, y volviendo a Salares, mataron algunos soldados que se habían quedado saqueando las casas. El alférez de Céspedes se hizo fuerte en la iglesia con tres soldados, y se defendió allí tres días hasta que les pusieron fuego y los quemaron dentro. Solamente llevaron los escuderos algún ganado que toparon desmandado, y cantidad de bagajes y ropa que sacaron del lugar y seis moras captivas. El suceso deste día puso mayor ánimo a los alzados, y luego la semana siguiente, yendo el alférez Moriz con la infantería de la ciudad de Trujillo, cuyo capitán era Juan de Chaves de Orellana, acompañando una escolta que iba del Padul a Tablate, el Macox envió trecientos escopeteros a esperarla en el barranco de Talará, y saliendo de una emboscada en que se había metido, la desbarataron, y mataron al alférez y a todos los soldados que iban con ella; mas luego envió don Juan de Austria otra más a recaudo con el capitán Íñigo de Arroyo Santisteban y Pedro de Vilches, Pie de palo, los cuales dejando el paso de Talará, donde se entendía que estarían los moros, fueron de parte de noche a pasar por otro paso más arriba, que llaman de los Nogales, y los burlaron de manera, que cuando era de día estaban de la otra parte del barranco, y llegaron seguramente a Tablate, donde quedó la mitad del bastimento, y la otra mitad llevó el capitán Gaspar de Alarcón, que vino por ello desde Órgiba. No mucho después se mandó sacar el presidio de Tablate, y se pasó a Acequia, lugar más conveniente para la seguridad del camino y de las escoltas. |
Casa Grande de Padul
Los sublevados reciben ayuda desde África. Los moriscos del Padul cansados de alojar a los soldados y viendo que se complican las cosas deciden pedir permiso para irse a Castilla. Los "moros" del Valle y las "Guájaras" deciden atacar el Padul. Les hacen un truco, ya que vienen por el camino de Granada para quitar sospechas. Los cogieron en consecuencia desprevenidos. Se refugiaron en el fuerte. Los moriscos quemaron todas las casas del Padul y quisieron quemar el fuerte donde se refugiaron algunos. El vizcaíno y unos cuantos moriscos fieles se refugiaron en la casa grande. Intentaron negociar para que no les hicieran nada, pero no llegaron a un acuerdo. Los sublevados atacaron pero el vizcaíno con una sola escopeta no herraba un tiro lo que asustó a los atacantes. Tras cuatro horas llegaron refuerzos de Granada lo que hizo huir a los moriscos sublevados
Cómo los moros del valle de Lecrín combatieron el fuerte que los nuestros tenían hecho en el Padul, y quemaron parte de las casas del lugar Con la nueva del socorro de África tornaron los alzados a su vana porfía, y los moriscos del Padul, que ya no podían sufrir la costa ordinaria y las molestias y vejaciones de la gente de guerra que tenían alojada en sus casas, teniendo aviso que andaban dando orden de irlos a levantar, y gobernándose por algunos hombres de buen entendimiento que había entre ellos, determinaron de pedir licencia a don Juan de Austria para irse a Castilla con sus mujeres y hijos. Y andando en esto, les aconsejó un clérigo beneficiado del lugar de Gójar que pidiesen que los dejase ir a poblar aquel lugar, que estaba despoblado y los moradores dél se habían ido a la sierra; lo cual les fue luego concedido, y con mucha brevedad mudaron sus casas a Gójar. No eran bien idos del lugar, cuando los moros del valle de Lecrín y de las Guájaras y de otros lugares comarcanos se juntaron; y siendo más de dos mil hombres de pelea, en que había muchos escopeteros y ballesteros, determinaron de ir a dar una madrugada sobre el Padul, y degollando los cristianos que estaban en él de presidio, llevarse los moriscos a la sierra. Con esta determinación partieron de las Albuñuelas a 21 días del mes de agosto deste año de 1569, y caminando toda aquella noche, fueron la vuelta de Granada para engañar las centinelas y poder tomar a los nuestros descuidados; y volvieron luego por el camino real que va desde aquella ciudad al Padul, puestos en su ordenanza, y caminando poco a poco, como lo solían hacer las compañías que iban acompañando alguna escolta. Desta manera llegaron al esclarecer del día cerca del lugar, y como la centinela que estaba puesta en lo alto de la torre de la iglesia los descubrió, aunque tocó la campana a rebato, diciendo que por el camino de Granada venían muchos moros, no por eso se alteraron los soldados ni se pusieron en arma; antes hubo algunos que le dijeron que debía de estar borracho, que cómo podía ser que viniesen moros de hacia Granada. Estando pues en esto, asomaron por un viso donde estaba un humilladero, no muy lejos de las casas, con once banderas tendidas; y acometiendo el lugar con grande ímpetu, antes que los nuestros se acabasen de recoger a un fuerte que tenían hecho al derredor de la iglesia, mataron treinta y seis soldados y tomaron treinta caballos de una compañía de gente de Córdoba que estaba allí de presidio, cuyo capitán era don Alonso de Valdelomar, y saqueando la mayor parte de las casas, se llevaron hartos despojos y dinero, y con la misma furia acometieron el fuerte, creyendo hallar poca defensa en él; mas el capitán Pedro de Redrován, vecino del Corral de Almaguer, que estaba allí por gobernador, y don Juan Chacón, vecino de Antequera, que por mandado de don Juan de Austria se había metido en aquel presidio con ciento y cincuenta soldados de su compañía dos días había, y otros dos capitanes, llamados Pedro de Vilches, vecino de la ciudad de Jaén, y Juan de Chaves de Orellana, natural de la ciudad de Trujillo, que después de la rota del barranco de Acequia había vuelto a rehacer su compañía, se defendieron valerosamente, y matando buena cantidad de moros, los arredraron de sí. Los cuales, viendo que no eran poderosos para entrarlos a batalla de manos, enviaron más de quinientos hombres a traer de las viñas cantidad de rama, espinos y paja, y pusieron fuego a todas las casas del lugar, creyendo poder también quemar las que estaban dentro del fuerte; y estando las unas y las otras cubiertas de llamas y de humo, no cesaban de dar asaltos por donde entendían poder tener entrada, horadando las casas y las paredes por muchas partes; lo cual todo resistía el notable valor y esfuerzo de los capitanes y soldados, no sin gran daño de los enemigos. Había una casa grande fuera del pueblo, donde vivía un vizcaíno, natural de Vergara, llamado Martín Pérez de Aroztigui, el cual, habiendo llevado su mujer y hijos a Granada, acertó a hallarse aquella noche en su casa con cuatro mozos cristianos y tres moriscos amigos suyos, de los que se habían ido a vivir a Gójar, que se quisieron recoger con él; y como el acometimiento de los moros fue tan de improviso por aquella parte, no teniendo lugar de recogerse dentro del fuerte, se fortaleció en la casa, atrancando las puertas con maderos y piedras. Y viéndose en manifiesto peligro, porque no había dentro más que una sola escopeta, dijo a los moriscos que tenía consigo que hablasen a los moros y les rogasen que no le hiciesen daño, en la persona ni en la hacienda, pues sabían que era su amigo y los había favorecido siempre en sus negocios en tiempo de paz; los cuales respondieron que así era verdad, y que les diese el dinero y la escopeta si quería que le dejasen ir libremente a Granada; mas él no lo quiso hacer, diciendo que dineros no los tenía, y que la escopeta había de ir juntamente con la cabeza. Entonces los enemigos combatieron la casa, y poniéndole fuego a todas partes, procuraron también hacer un portillo con picos y hazadones en una pared que respondía al campo. No faltó ánimo a Martín Pérez para defenderse, viéndose combatido del fuego y de las escopetas y ballestas, que no le daban lugar de poderse asomar a tirar piedras desde las ventanas, y acudiendo a la mayor necesidad, hizo echar agua en la puerta de la casa que ardía; y echando grandes piedras al peso de la pared, donde los moros hacían el agujero, procuraba también ofenderlos con la escopeta, porque hasta entonces no lo había osado hacer, creyendo poderlos entretener con buenas palabras mientras llegaba el socorro. Finalmente se dio tan buena maña, que no hizo tiro que no derribase moro; por manera que cuando tuvo muertos siete de los que más ahincaban el combate, los otros tuvieron por bien de retirarse afuera. A este tiempo, habiendo ya más de cuatro horas que duraba la pelea en el fuerte y en la casa, la atalaya que los enemigos tenían puesta a la parte de Granada les avisó cómo venía gente de a caballo, y sin hacer más efeto del que hemos dicho, se retiraron la vuelta del valle. Había salido del Padul un escudero de los de Córdoba cuando los moros llegaron, y pasando por medio dellos, había ido a dar rebato a don García Manrique, que estaba en Otura, alcaría de la vega de Granada, y pasando a la ciudad, había también dado aviso a don Juan de Austria. Y la gente que los moros descubrieron eran sesenta caballos que se habían adelantado con don García Manrique; los cuales, juntándose con once escuderos que habían quedado en el Padul, se pusieron en su seguimiento y alancearon algunos que quedaron atrás desmandados. También acudió al socorro el duque de Sesa desde Granada con mucha gente de a pie y de a caballo; pero llegó tarde, a tiempo que ya llevaban los moros más de una legua de ventaja; y proveyendo la plaza de gente, que la había bien menester, porque habían sido muertos cincuenta soldados y muchos más heridos, loó a los capitanes lo bien que se habían defendido de tanto número de gente y de una violencia tan grande del fuego, que era lo que más se temía, y aquella noche volvió a Granada. |
Los cristianos llaman a Pedro de Vilches llamado Pata de Palo para que les ayudara contra los moriscos que les estaban produciendo bastantes pérdidas. Hicieron una trampa a estos para que salieran de las Albuñuelas a pelear a los llanos de Dúrcal-Padul, donde mataron a bastantes
De una vitoria que don García Manrique hubo del Anacoz en el valle de Lecrín Andaba en el valle de Lecrín el Anacoz con más de mil hombres haciendo daño en las escoltas que iban de Granada a Órgiba; el cual había muerto los docientos soldados de la compañía de Juan de Chaves de Orellana, que dijimos, entre Acequia y Lanjarón, y hecho otros muchos daños en la Vega y en lo de Alhama. Y queriendo el Consejo refrenar la insolencia de aquel hereje, mandaron llamar a Pedro de Vilches, por sobrenombre Pie de palo, porque tenía una pierna cortada de la rodilla para abajo, y en su lugar otra de madera, hombre plático en toda aquella comarca y muy animoso. Y preguntándole qué orden se podría tener para hacer una emboscada al Anacoz, dijo que le dejasen ir a él de parte de noche a las Albuñuelas y a Salares, donde se recogían aquellos moros, y que les daría un arma, y se vendría retirando a la mañana entreteniéndolos, hasta sacarlos de día al río, porque de noche era cierto que no saldrían; y que estuviese la caballería metida en emboscada en los llanos que caen entre la laguna del Padul y Dúrcal, y que él se los pondría en las manos de manera que los pudiesen alancear a todos. Este consejo pareció bien a don Juan de Austria y a los del Consejo, y luego se mandó a don García Manrique que apercibiese la gente de la Vega, y dejando ir delante a Pedro de Vilches, se pusiese él en emboscada con la caballería en el lugar que le señalase; el cual partió de Otura con cien caballos y cuatrocientos arcabuceros de los que estaban alojados en las alcarías de la Vega, llevando consigo a Tello González de Aguilar con las cien lanzas de Écija, que fue para aquel efeto desde Granada, y se fueron a meter antes que amaneciese en unas huertas que están por bajo del barranco del río de Dúrcal. Pedro de Vilches se fue derecho a los lugares de los Albuñuelas y Salares con los soldados de las cuadrillas, y ellos se estuvieron quedos esperando a que viniese huyendo de los enemigos, como había dicho; lo cual se hizo con tanto recato, que las centinelas que tenían puestas los moros hacia aquella parte no lo sintieron, y las nuestras las veían a ellas. Pedro de Vilches tocó su arma al amanecer del día; luego comenzaron las ahumadas, y los moros salieron a él con grande grita: hizo un poco de resistencia, y dando a entender que tenía miedo, comenzó a retirarse con orden hacia la emboscada. Los moros fueron creciendo cada hora en tanto número, que cubrían aquellos cerros, y apretaron tanto a Pedro de Vilches, que cuando llegó cerca del socorro, ya le habían muerto dos soldados y herido algunos; y veían tan cerca dél, que fue necesario que don García Manrique, viendo venir a las vueltas moros y cristianos saliese a ellos, sin aguardar que bajasen todos a lo llano, como, estaba acordado; y matando seis turcos, que venían delante de todos, y más de docientos moros, el Anacoz con todos los demás se pusieron en huida, metiéndose por los barrancos y despeñaderos del río, donde no pudieron los caballos seguirlos, ni la gente de a pie, que no llegó a tiempo de poderlos alcanzar. Más adelante llevó la pena de sus maldades; porque siendo preso, le mandó justiciar el duque de Arcos en Granada. Ganaron los nuestros en esta vitoria tres banderas, y para regocijar la ciudad entraron por ella arrastrándolas y llevando los escuderos las cabezas y las manos de los moros en los hierros de las lanzas. Estando pues todos muy contentos en Granada con este suceso, solo el animoso Vilches se quejaba de don García Manrique, diciendo que por haber salido la caballería tan presto a favorecerle, no habían alanceado aquel día todos aquellos moros; y como le dijese el Presidente que si había salido antes de tiempo, había sido porque no le matasen los moros a él, siendo hombre impedido, y trayéndolos tan cerca a las espaldas, le respondió muy enojado: «Bien entiendo yo, señor, que lo hizo por eso; mas ¿qué iba en ello que matasen un hombre como yo, a trueco de alancear dos mil moros?» Respuesta de hombre leal, que no estimaba la vida por el servicio de Dios y de su rey. |
Matan al Aben Humeya acusándolo de pactar con los cristianos en provecho propio y eligen a Aben Aboo protegido por los mercenarios turcos
Cómo los moros mataron a Aben Humeya, y nombraron en su lugar a Diego López Aben Aboo Mientras estas provisiones se hacían de nuestra parte, Diego Alguacil, vecino de Albacete de Ugíjar, y otros deudos suyos, enemigos de Aben Humeya, que andaban ausentes dél por miedo que los mandaría matar, trataban de darle ellos la muerte por librarse de aquel temor y tomar venganza de las crueldades que había usado con los naturales de la tierra, y especialmente con Miguel de Rojas, su suegro, y Rafael de Arcos, y con otros alguaciles y hombres principales de aquella taa y de la de Juviles, que había hecho morir por consejo de los capitanes de los monfís que traía consigo; y al fin vinieron a tomar venganza dél matándole por sus proprias manos, como agora diremos. Entre otras cosas que Aben Humeya había hecho, de que se sentía muy agraviado Diego Alguacil, era haberse llevado de Ugíjar una prima suya viuda, con quien estaba amancebado, y traerla consigo por amiga contra su voluntad, aunque otros entendieron que la causa del enojo que tenía con él no eran celos, sino punto de honra, afrentado de que, siendo mujer principal, que podía casar con ella, la traía por manceba. Más desto nos desengañó después el tiempo cuando la vieron casada a ley de maldición con el proprio Diego Alguacil en Tetuán, seis años después de aquesta guerra. Finalmente, sea como fuere, él tuvo buena ocasión para conseguir el efeto que deseaba, siendo la mesma mora la secretaria de su enemigo y el instrumento de su mal. Era ya Aben Humeya extrañamente aborrecido y casi tenido por sospechoso en toda la Alpujarra, después que se supo lo que había escrito a don Juan de Austria y al alcaide Xoaybi de Guéjar, entendiendo que andaba en tratos para entregar la tierra a los cristianos, procurando solamente su particular seguridad y aprovechamiento, y por ventura tenía aquel deseo; mas era tan pusilánime y hallábase tan cargado de culpas, que no se osaba fiar, teniendo por cierto que la culpa del rebelión había de ser atribuida a pocos, y necesariamente castigado el que hubiese sido cabeza dél; y como hombre que tenía poca seguridad de su persona, tenía en Láujar de Andarax, donde se había recogido después de la jornada de Vera, los caudillos y capitanes más amigos con dos mil moros, que repartían la guardia cada noche por su rueda, y tampoco se descuidaban de día, teniendo barreadas las calles del lugar de manera, que nadie pudiese entrar en él sin ser visto o sentido. Y porque no se fiaba de los turcos ni estaba bien con ellos, o por ventura no tenía con qué pagarles el sueldo mientras estuviesen ociosos, por apartarlos de sí los había enviado a la frontera de Órgiba a orden de Aben Aboo. Sucedió pues que como estos hombres viciosos eran todos cosarios, ladrones y homicidas, donde quiera que llegaban hacían muchos insultos y deshonestidades, forzando mujeres y robando las haciendas a los moros de la tierra. Y como fuesen muchas quejas dellos a Aben Humeya, escribió sobre ello a Aben Aboo, encargándole que lo remediase; el cual le respondió que los turcos no hacían agravio a nadie, y que si alguna desorden hiciesen, él lo castigaría. Sobre esto fueron y vinieron correos de una parte a otra; y ansí de lo que se trataba, como de la indignación que Aben Humeya tenía contra los turcos, avisaba por momentos la mora a Diego Alguacil; y de aquí tuvo principio la traición que le urdió, revolviéndole con ellos para que viniesen a descomponerle y matarle, como lo hicieron; porque queriendo estos días ir a alzar los moriscos que vivían en Motril y saquear la villa, sin dar a entender su desinio a Aben Aboo, le envió a decir que recogiese los turcos y caminase con ellos la vuelta de las Albuñuelas, y que en el camino le alcanzaría otro correo con la orden de lo que había de hacer; y como estos correos pasaban forzosamente por Ugíjar, y la mora avisaba a Diego Alguacil de los despachos que llevaban, saliendo a esperar en el camino al postrero en compañía de Diego de Arcos y de otros sus amigos, le mataron y le quitaron la carta que llevaba; y contrahaciéndola Diego de Arcos, que había servido de secretario a Aben Humeya y firmado algunas veces por él, como decía que volviese luego con los turcos a dar sobre Motril, puso que los llevase a Mecina de Bombaron, y que después de tenerlos alojados de manera que no se pudiesen juntar con la gente de la tierra y con cien hombres que llevaba Diego Alguacil, los desarmase y hiciese degollar a todos, y que lo mesmo hiciese de Diego Alguacil después que se hubiese aprovechado dél. Esta carta enviaron luego a Aben Aboo con persona de recaudo; el cual, maravillado de tan gran novedad, entendió que sin duda era verdad lo que se decía que Aben Humeya andaba en tratos para entregar la tierra. Y estando suspenso sin poderse determinar en lo que haría, Diego Alguacil, que había medido el camino y el tiempo, llegó con los cien hombres a su puerta; y hallándole alborotado, le dijo como Aben Humeya le había enviado a mandar que fuese con aquella gente a hallarse en la muerte de los turcos; mas que no pensaba intervenir en semejante crueldad, por ser personas que habían venido a favorecer a los moros y puesto las vidas por su libertad; antes, cansado de servir un hombre ingrato, voluntario, de quien no se podía esperar otra mejor paga, pensaba avisarlos dello para que mirasen por sí. Y estándole diciendo estas palabras, acertó a pasar por delante de la puerta donde estaban Huscein, capitán turco; y como Diego Alguacil quisiese hablarle, Aben Aboo se adelantó porque no le previniese, temiendo que le matarían los turcos, o por ventura queriendo ganar él aquellas gracias; y llamándole a él y a Caracax, su hermano, les mostró la carta; los cuales avisaron luego a Nebel, y a Alí arráez, y a Mahamete arráez, y al Hascen y a otros alcaides turcos; y alborotándose todos entre temor y saña, comenzaron a bravear, cargando las escopetas y diciendo que aquello merecían los que habían dejado sus casas, sus mujeres y sus hijos por venirlos a socorrer; y apenas podía Aben Aboo apaciguarlos, diciéndoles estuviesen seguros porque no se les haría el menor agravio del mundo. Diego Alguacil, viendo los turcos alterados y su negocio bien encaminado, para acreditarle más sacó una yerba que llaman haxiz, que los turcos acostumbran a comer cuando han de pelear, porque los hace borrachos, alegres y soñolientos, y dijo que se la había enviado Aben Humeya para que se la diese estando cenando a los capitanes, porque se adormeciesen y pudiesen matarlos aquella noche. Tratose allí que no convenía que reinase aquel hombre cruel que mataba toda la gente noble, sino que le matasen a él y criasen otro rey. Diego Alguacil decía que lo fuese el Huscein o Caracax; mas ellos, aunque aprobaban en lo de la muerte, no quisieron aceptar la oferta, diciendo que Aluch Alí los había enviado, no a ser reyes, sino a favorecer al rey de los andaluces, y que lo más acertado era poner el gobierno en manos de alguno de los naturales de la tierra que fuese hombre de linaje, de quien se tuviese confianza que procuraría el bien de los moros, mientras venía aprobación del reino de Argel. Esto pareció a todos bien, y sin perder tiempo nombraron a Aben Aboo, harto contra su voluntad, a lo que mostró al principio; mas al fin aceptó el cargo y honra que le daban, con que le prometieron de matar luego a Aben Humeya y de prender todos los alcaides y hombres principales que tenía por amigos, y de no soltarlos hasta que llanamente fuese obedecido. Era Caracax hombre escandaloso y malo, y por muchos delitos que había cometido andaba desterrado de Argel cuando su hermano el Huscein vino con el socorro que trajo el Habaquí; y poniendo luego por obra lo que Aben Aboo pedía, hizo primeramente que todos los que allí estaban le obedeciesen por gobernador de los moros por tres meses, mientras venía aprobación de Argel. Luego se puso en camino la vuelta de Andarax con docientos turcos y otros tantos moros, y con él Aben Aboo y Diego Alguacil, y Diego de Rojas con los cien moros que llevaban. Y llegando a media noche al Láujar, aseguró las guardas con decirles que eran turcos que iban a hablar con el Rey; y dejándolos pasar, llegaron a la posada de Aben Humeya, y haciendo pedazos las puertas, entraron dentro; y hallándole que salía a la puerta con una ballesta armada en la mano, le prendieron. Algunos dicen que estaba acostado durmiendo entre dos mujeres, y que la una era aquella prima de Diego Alguacil, y que ella mesma se abrazó con él hasta que llegaron a prenderle. No sé cómo puede ser esto, porque había sido avisado a prima noche, y tenía dos caballos ensillados y enfrenados para irse, y por no dejar una zambra, en que estuvieron gran rato de la noche, no había querido decir nada; y después, cansado de festejar, se había ido a su posada, donde tenía veinte y cuatro escopeteros y más de trecientos moros de guardia al derredor del lugar para caminar antes que amaneciese. Sea como fuere, ninguno de los que con él estaban le acudió la hora que le vieron preso; y atándole las manos con un cordel Aben Aboo y Diego Alguacil, le hicieron luego cargo de sus culpas y le mostraron la carta; y conociendo la firma, dijo que su enemigo la había hecho, y que no era suya, y les protestó de parte de Mahoma y del Gran Turco que no procediesen contra él, sino que le tuviesen preso, porque no eran ellos sus jueces ni tenían autoridad de juzgarle, y que era buen moro y no tenía trato con los cristianos; y envió a llamar al Habaquí para justificar su negocio. Mas la razón tuvo poca fuerza entre aquella gente bárbara indignada y llena de cudicia, porque le saquearon la casa; y metiéndole en un palacio, Diego Alguacil y Diego de Arcos se encerraron con él so color de guardarle, porque no se les fuese; y antes que amaneciese, echándole un cordel a la garganta, le ahogaron, tirando uno de una parte y otro de otra. Dicen que él mesmo se puso el cordel como le hiciese menos mal, concertó la ropa, cubrió la cabeza, y que dijo que iba bien vengado y que era cristiano. Desta manera dio fin aquel desventurado a su desconcertada vida y a su nuevo y temerario estado, en conformidad de moros y de cristianos. Hubo algunos que afirmaron haberle oído decir muchos días antes que le traía desasosegado un sueño que había soñado tres noches arreo, pareciéndole que unos hombres extranjeros le prendían y le entregaban a otros que le ahogaban con su propria toca, y que por esta causa andaba imaginativo y se recelaba de los turcos de donde se puede colegir que el espíritu del hombre en las cosas que teme, el hervor que le eleva a la contemplación dellas le hace pronosticar en futuro parte de su suceso, porque como los cuidados del día hacen que el espíritu entre sueños esté de noche imaginando muchas cosas, que después vemos puestas en efeto por razón de una simpatía natural a que la naturaleza obedece, ansí en futuro la mesma simpatía, que está obediente a las influencias celestiales, hace afirmar, no por fe, sino por temor, parte de lo que se teme. Y no hay duda sino que Aben Humeya tenía entera noticia de los reyes moros a quien los turcos habían favorecido al principio en África para ponerlos en estado; y después los habían ellos mesmos muerto y quedádose con todo lo que les habían ayudado a ganar, y estaba con temor de que harían otro tanto dél. Volviendo pues a nuestra historia, otro día de mañana le sacaron muerto y le enterraron en un muladar con el desprecio que merecían sus maldades; saqueáronle la casa, cobró Diego Alguacil su prima, y los otros alcaides repartieron entre sí las otras mujeres; y dando el gobierno y mando a Aben Aboo con término limitado de tres meses, envió por confirmación de su elección al gobernador de Argel, como a persona que estaba en lugar del Gran Turco. A esto fue Mahamete Ben Daud, de quien al principio desta historia hicimos mención, con un presente de cristianos captivos y de cosas de la tierra; y no mucho después Daud le envió el despacho, y se quedó allá; que no osó volver más a España. De allí adelante se intituló el hereje Muley Abdalá Aben Aboo, rey de los andaluces, y puso en su bandera unas letras que decían: «No pude desear más ni contentarme con menos». Los turcos prendieron todos los alcaides que no querían obedecerle, y hicieron que le diesen obediencia, sino fue Aben Mequenun, hijo de Puertocarrero, que se apartó con cuatrocientos moros en el río de Almería, y a la parte de Almuñécar Gironcillo, llamado por otro nombre el Archidoni. Nombró Aben Aboo por general de los ríos de Almería, Boloduí, Almanzora y sierra de Baza y Filabres y tierra del marquesado del Cenete, a Jerónimo el Maleh; al Xoaybi y al Hascein de Güéjar encargó el partido de Sierra-Nevada, tierra de Vélez, Alpujarra y valle y sierra de Granada, con patentes que les obedeciesen todos los otros capitanes; y dende a poco tiempo despachó al alcaide Hoscein, turco, con segundo presente para el gobernador de Argel y para el mefti de Constantinopla, encargándole que por vía de religión encomendase sus negocios al Gran Turco, para que le mandase dar socorro de gente, armas y municiones mientras bajaba su poderosa armada; y ordenando una milicia ordinaria de cuatro mil tiradores, mandó que los mil dellos asistiesen por su rueda cerca de su persona, los docientos hiciesen cada día guardia, y pusiesen centinelas de noche dentro y fuera del lugar donde se hallase, como personas en quien tenía puesta su confianza y que pensaba gobernarse por su consejo. |
Aben Aboo recorre el Valle de Lecrín
Cuando Aben Aboo hubo asentado las cosas de la Alpujarra, juntando el mayor número de gente que pudo, fue a reconocer el valle de Lecrín, y dio vuelta a Lobras y vista a Salobreña, y se alojó en la boca del río de Motril, y de allí ordenó de ir a combatir el fuerte de Órgiba. |
El Duque de Sesa es llamado para ayudar a "Órgiba", pero se queda en "Acequia" bastantes días en espera de que se presente la ocasión de atacar a Órgiba
Como se supo en Granada el aprieto en que estaba Órgiba, el duque de Sesa, a quien estaba cometido el socorro, salió con la gente de guerra que había en la ciudad y en los lugares de la Vega, y fue al Padul, y de allí pasó al lugar de Acequia. Por cabo de la infantería iba don Pedro de Vargas, y de los caballos don Miguel de León; y capitanes eran don Jerónimo Zapata y Ruy Díaz de Mendoza. En este alojamiento se detuvo muchos días, así por aguardar que llegase la gente de la Andalucía que don Juan de Austria había enviado a pedir aquellos días para que llevasen los moriscos que habían quedado en Granada, como porque le dio la enfermedad de la gota, y don Juan de Austria quiso enviar a Luis Quijada en su lugar, mas luego mejoró. Siendo pues avisado Aben Aboo que el Duque estaba en campaña y que iba a socorrer aquel presidio, al octavo día acordó de alzar el cerco y salir a esperarle en el paso de Lanjarón para defenderle la entrada y pelear con él con ventaja de sitio. |
De nuevo Pedro de Vílches Pata de palo se ofrece, esta vez al Duque de Sesa ospedado en acequias, para atrapar un correo morisco y sacarle sus intenciones. Lo cual consiguen. Y presentaron una serie de escaramuzas militares entre Acequias y Lanjarón
Cómo Aben Aboo, procurando que nuestro campo no pasase a socorrer a Órgiba, peleó con él entre Acequia y Lanjarón Usaba de muchas mañas Aben Aboo para entretener al duque de Sesa que no pasase a socorrer a Órgiba, porque entendía que los cristianos que estaban dentro no podían dejar de perderse muy en breve, faltándoles los bastimentos. Hacía grandes representaciones de gentes por aquellos cerros, fingía cartas exagerando el poder de los moros, y aún echaba fama que ya era perdido el fuerte y que eran muertos todos los cristianos de hambre. Estas cosas divulgaban los moriscos de paz en Granada, las espías en el campo, y los unos y los otros tan disimuladamente, que tenían suspenso al duque de Sesa, no se determinando si pasaría con la gente que allí tenía, o si esperaría la que venía de las ciudades, que no acababa de llegar. Estando pues con este cuidado, deseoso de prender algún moro de quien tomar lengua, Pedro de Vilches, Pie de palo, se le ofreció que se lo traería, dándole licencia para ello. Quisiera el Duque excusarle de aquel trabajo, por ser hombre impedido y hacer la noche escura y tempestuosa de agua y viento: mas el animoso Vilches porfió tanto con él, y la necesidad era tan grande, que hubo de darle la licencia que pedía, enviando con él a Francisco de Arroyo, otro cuadrillero, con su gente. Los cuales salieron a prima noche, y emboscándose con los soldados en unas trochas que sabían, cuando vino el día tenían ya presos seis moros que venían hacia donde estaba Aben Aboo con cartas suyas. Con esta presa volvieron al campo; y queriendo saber el duque de Sesa lo que se contenía en aquellas cartas, porque estaban en arábigo y no había allí quien las supiese leer, escribió luego al Presidente que le enviase un romanzador que las declarase; el cual envió al licenciado Castillo, que las romanzó, y eran, según lo que después nos dijo, para los alcaides de Guéjar, Albuñuelas y Guájaras, diciéndoles que al bien de los moros convenía que recogiesen luego toda la gente de sus partidos, y se fuesen a juntar con él, porque quería dar batalla al duque de Sesa, que estaba en Acequia con fin de pasar a socorrer a Órgiba, y sin duda le desbaratarían; y que se había dejado de proseguir en el cerco de Órgiba para venirle a esperar en el paso; y que los cristianos quedaban ya de manera, que no podrían dejar de perderse brevemente. Y en la carta que iba para el alcaide Xoaybi de Guéjar decía otra particularidad más: que saliese con seis mil moros de los que allí tenía, y tomando el barranco entre Acequia y Lanjarón, cuando el campo del Duque hubiese pasado, cortase el camino a las escoltas, que de necesidad habían de ir con bastimento, porque esto solo bastaría para desbaratarle. Por otra parte había hecho que se divulgase en Granada que el fuerte era ya perdido y que los cristianos habían sido todos muertos, para que don Juan de Austria mandase al duque de Sesa que retirase el campo, o a lo menos le entretuviese en aquel alojamiento; y habíalo sabido hacer de manera que, para que se diese más crédito, había escrito que lo dijese algún morisco a un religioso en forma de confesión; y estando un día don Juan de Austria solo en su aposento, llegó a él un fraile a decírselo por cosa muy cierta. Esta nueva puso en harto cuidado al animoso Príncipe, y mandando juntar luego consejo, propuso lo que el fraile le había dicho, para ver el remedio que se podría tener; y dando y tomando sobre el negocio, jamás se pudo persuadir el presidente don Pedro de Deza a que fuese verdad, diciendo que sin duda era algún trato de moros; porque si otra cosa fuera, no era posible dejar de haber venido alguna persona que depusiera de vista; y tanto más dejó de creerlo cuando don Juan de Austria le dijo de quién y cómo lo había sabido. Dando pues todavía priesa al duque de Sesa que pasase adelante, determinó de hacerlo; y enviando a Pedro de Vilches con ochocientos infantes a que reconociese el barranco que atraviesa el camino real y baja a dar a Tablate, le mandó que tomase lo alto dél, y se pusiese donde el camino de Lanjarón hace vuelta cerca de Órgiba, y desde allí diese aviso a Francisco de Molina; y para asegurarle envió luego en su resguardo ochocientos hombres, y él siguió con todo el resto del ejército, que serían poco más de cuatro mil infantes y trecientos caballos, sospechando que los unos y los otros habrían menester socorro. Luego que los enemigos vieron caminar nuestra gente, repartiendo la suya en dos partes, el Huscein y el Dali, capitanes turcos, fueron a encontrar a nuestro cuadrillero con la una, y la otra quedó de retaguardia; y encubriéndose los delanteros, antes de llegar a ellos comenzó Dali a mostrarse tarde y a entretenerse escaramuzando; y entre tanto apartaron seiscientos hombres, trecientos con el Rendati, para que se emboscase a las espaldas, y trecientos con el Macox, que fuese encubiertamente a ponerse junto al camino de Acequia, donde dicen Calat el Haxar, que quiere decir atalaya de las piedras: cosa pocas veces vista, y de hombres muy práticos en la tierra, apartarse con gente estando escaramuzando, y emboscarse sin ser sentidos de los que estaban a la frente ni de los que venían a las espaldas. Cayó la tarde, y cargó Dali reforzando la escaramuza a la parte del barranco cerca del agua, de manera que a los nuestros pareció retirarse hacia donde entendían que venía el Duque. A este tiempo se descubrió el Rendati, y fue cargando sobre ellos; los cuales, hallándose lejos del socorro y viendo que cerraba ya la noche, se retiraron a un alto cerca del barranco con propósito de parar allí hechos fuertes; y pudieran estar seguros, aunque con algún daño, si el capitán Perea, natural de Ocaña, tuviera sufrimiento; mas en viendo el socorro que les iba, desamparó el cerro, y bajando el barranco abajo, fue seguido de los enemigos y muerto peleando con parte de los soldados que iban con él. Los otros pasaron adelante, siguiéndolos los moros, hasta que llegaron donde estaba el Duque ya anochecido, el cual los socorrió y retiró; mas dando en la segunda emboscada del Macox, y hallándose por una parte apretado de los enemigos, y por otra incierto del camino y de la tierra, con la escuridad y confusión, y con el miedo de la gente que le iba faltando, fue necesario hacer frente al enemigo con su persona. Quedaron con el Duque don Gabriel de Córdoba y don Luis de Córdoba, y don Luis de Cardona, Pagan de Oria, hermano de Juan Andrea de Oria, y otros caballeros y capitanes, muchos de los cuales se apearon con la infantería, y con la mejor orden que pudieron se retiraron al alojamiento casi a media noche. Hubo algunas opiniones que si los moros cargaran como al principio, corrieran peligro de perderse todos los nuestros; mas el daño estuvo en que Pedro de Vilches partió a hora que no le bastó al Duque el día para llegar a Órgiba ni para socorrer, porque le faltó el tiempo: cosa que engañó a muchos en el reino de Granada, que no le median bien por la aspereza de la tierra, hondura de barrancos y estrechura de caminos. Murieron cuatrocientos cristianos y hubo muchos heridos, y perdiéronse muchas armas, según lo que los moros decían; pero según nosotros, que en esta guerra nos enseñamos a disimular y encubrir la pérdida, solos sesenta fueron los muertos, no con poco daño de los enemigos y con mucha reputación del Duque, que de noche, sospechoso de la gente, apretado de los enemigos, impedido de la persona, tuvo libertad para poner en ejecución lo que se ofrecía proveer a todas partes, resolución para apartar los enemigos y autoridad para detener a los soldados, que habían ya comenzado a huir. |
La Alpujarra interior se mantiene aún y el Valle hay escaramuzas, pero ya se convierte sobre todo Acequias y el Padul en lugares de abastecimiento, vigilancia y refuerzo de tropas
De lo que proveyó el duque de Sesa en Granada, y cómo salió a juntar su campo en el lugar del Padul para entrar en la Alpujarra Antes que el duque de Sesa saliese de Granada, porque en la ciudad y presidios comarcanos hubiese la guardia y seguridad que convenía, proveyó las cosas siguientes: que en la fortaleza de la Alhambra quedasen los capitanes Lorenzo de Ávila y Gaspar Maldonado con sus compañías, y Antonio Martínez Camacho, con cincuenta soldados, a orden del conde de Tendilla; en la ciudad seis compañías de infantería, capitanes Juan Núñez de la Fuente, don Cristóbal de León, don Diego de Vera, Francisco Montesdoca, don Lope Osorio y Bartolomé Pérez Zumel, capitán y cabo de toda esta gente, y Juan Franco, sargento mayor; y tres estandartes de caballos del marqués de Mondéjar, de don Bernardino de Mendoza y de Martín Noguera, y Jerónimo López de Mella con su gente. Éste era vecino de Medina de Rioseco, hombre caudaloso en aquella tierra, y había venido con un hermano suyo, llamado Blas López de Mella, ciento y sesenta leguas, a servir en esta guerra a su costa con ocho escuderos de a caballo y diez arcabuceros de a pie, y después se le había acrecentado el número de la gente. En la Vega mandó quedar las compañías de Antonio de Baena y Pedro Navarro, con seiscientos infantes, y con orden que en la ciudad de Santa Fe pusiesen cincuenta soldados, que estuviesen allí de ordinario con la caballería del duque de Arcos. Quedaron asimesmo en la Vega dos estandartes de caballos de Lázaro de Briones y de Gaspar de Aguilera. En Alfacar, la Zubia y Gójar Hernán López con trecientos hombres de las cuadrillas. En Guéjar cuatro compañías de infantería, capitanes Pedro de la Fuente, Luis Coello de Vilches, Hernando Becerra de Moscoso y don Francisco Hurtado de Mendoza, capitán y cabo del presidio; el cual pusiese cien soldados en Pinillos para guardia de aquel paso, y en Níbar la compañía de don Francisco, del partido de Alcántara. Dio orden al corregidor Juan Rodríguez de Villafuerte, que apercibiese de nuevo los capitanes de cada colación, para que tuviesen la gente de la ciudad a puño, así la de a pie, como la de a caballo, señalando por cabo de las compañías de infantería a don Pedro de Vargas, veinticuatro de aquella ciudad, y por sargento mayor a Jorge de Baeza; y que las guardas, rondas y centinelas se hiciesen de la mesma manera que hasta allí. Quedó el gobierno de paz y de guerra al presidente don Pedro de Deza, y que don Gabriel de Córdoba, como superintendente de la gente de guerra, asistiese en el Consejo con él, y se ejecutase lo que allí se ordenase, haciendo oficio de capitán general; asistiendo asimesmo con ellos el Corregidor y los que más pareciese al Presidente, según las ocasiones que se ofreciesen. Todas estas cosas proyectó el duque de Sesa antes de salir de Granada; y cuando le pareció tiempo, a 21 días del mes de febrero deste año de 1570, partió de aquella ciudad, y aquel proprio día llegó al Padul, donde se había de juntar toda la gente. Estaba don Juan de Mendoza en las Albuñuelas, que había ido a recoger las compañías que iban viniendo de las ciudades y señores; el cual vino al Padul a 23 de febrero. Detúvose el Duque en aquel alojamiento muchos días con harta importunidad, esperando gente y vituallas y armas, que habían de venir de Málaga, y haciendo reductos en Acequia y en las Albuñuelas y en las Guájaras. En las Albuñuelas puso de presidio a don Gutierre de Córdoba con mil infantes y un estandarte de caballos; a las Guájaras envió al capitán Antonio de Berrio con quinientos arcabuceros, sin caballería, por no ser la tierra dispuesta para ella; y en el Padul y Acequia ordenó otros presidios para en su partida. A Jayena envió a don Alonso de Granada Venegas con cincuenta arcabuceros y el estandarte de caballos de Baeza de Juan de Carvajal, porque su majestad había mandado que se pusiese allí con alguna caballería, para que por su medio, como persona de confianza, de quien la podían tener los rebeldes, se pudiese tener alguna inteligencia con ellos para que se redujesen, como él lo había ofrecido, que era el lenguaje que más se trataba; porque su majestad, como atrás dijimos, deseaba más la concordia que la vitoria de sus vasallos. Y porque la gente no estuviese ociosa comiendo el bastimento en el Padul, mientras se engrosaba el campo, y llegaban los bastimentos, armas y municiones que esperaba de Granada y de Málaga y de otras partes, mandó hacer el Duque algunas correrías, y se pusieron emboscadas a los moros que andaban por el valle, y fueron presos algunos, de quien se entendió el desinio del enemigo, y como había enviado al Habaquí a lo del río de Almanzora con autoridad de capitán general, y puéstose él con toda la gente de la Alpujarra en Andarax, no con propósito de defender la entrada a nuestro campo, sino para molestarle, dando en la retaguardia y en las escoltas de los bastimentos, y necesitándole a que, fatigado de hambre, de cansancio, y sin ganancia, le dejasen, porque deste parecer eran el Habaquí y los capitanes turcos. Y que a la parte de poniente había enviado cuatro mil moros con el Rendati y el Macox y con otros, la mayor parte de los cuales eran de aquellas comarcas y de la sierra de Bentomiz, para el mesmo efeto; mandándoles que metiesen cuatrocientos hombres en el castillo de Lanjarón, y procurasen defenderle, para desde allí salir a hacer sus saltos cuando el campo del duque de Sesa pasase, ofreciéndoles que los socorrería con todo su poder cuando fuese menester, y que estaba confiado en el socorro que le prometía su esperanza que había de venirle de Argel. En este lugar ponemos dos cartas, una que Aben Aboo escribió al menfti de Constantinopla, que es como obispo; y otra del secretario de Aluch Alí, a fin de que se entienda que no se descuidaba en este particular; y luego volveremos a nuestra historia. |
Escaramuzas entre Órgiba y Lanjarón
Treinta días estuvo el duque de Sesa en el primer alojamiento aguardando la gente, armas y bastimentos, que con harta importunidad se le enviaba desde Granada; tanto, que fue necesario dar por coadjutores al Proveedor general, al licenciado Pedro López de Mesa y al Corregidor Juan Rodríguez de Villafuerte. Y como todo estuviese ya aprestado, y su majestad diese prisa por razón de que don Juan de Austria estaba ya en el río de Almanzora, y cualquiera dilación era muy dañosa, especialmente que enfermaba la gente y se consumían los bastimentos, don Pedro de Deza fue a visitarle y a solicitar su partida; y a 9 días del mes de marzo, yendo con él el contador Francisco Gutiérrez de Cuéllar, marchó con todo el campo, en que iban diez mil infantes y quinientos caballos y doce piezas de artillería de campaña y muchos caballeros del de Andalucía y de Granada, parte con cargos, y otros que de su voluntad le acompañaban. Aquella noche se alojó en Béznar, donde llegó la retaguardia muy tarde, por ser mucho el bagaje y el camino malo. Estuvo en aquel alojamiento dos días, y en este tiempo se descubrieron algunas banderas de moros, con más ánimo de espantar y entretener que de pelear, porque encargándoles nuestra gente, se retiraron y fueron a meterse en el castillo de Lanjarón, flaco de muros, aunque de sitio fuerte para batalla de manos. Y como fuesen algunos de parecer que lo combatiesen, el duque de Sesa no lo consintió, diciendo que los moros no tenían agua ni bastimento dentro, y que de necesidad se habían de ir de allí aquella noche, y le dejarían el paso libre y desembarazado, que era lo que se pretendía, como en efeto lo hicieron. Pasó otro día, 12 de marzo, nuestro campo a Lanjarón, y los moros mostraron querer hacer algún acometimiento; mas don Martín de Padilla con la caballería de la vanguardia les dio la carga hasta el lugar de Cáñar, y los escarmentó de manera, que no parecieron más. Y de un moro que se prendió se supo como Aben Aboo había encomendado el castillo de Lanjarón al Rendedi con cuatrocientos moros, con orden que lo sustentase, mas no se atrevió a parar en él; antes en viendo llegar nuestra vanguardia, salieron huyendo los que estaban dentro, y se pusieron a dar grita a los cristianos desde la otra parte del río. No pudo llegar la retaguardia aquella noche a Lanjarón, y para esperar la escolta que iba de Acequia se detuvo un día en este alojamiento, y a 14 de marzo caminó la vuelta de Órgiba. |
Acequias se convierte como el Padul en lugares de abastecimiento, vigilancia y refuerzo de tropas
De un ardid que usó Aben Aboo para romper una escolta que iba al campo del duque de Sesa con bastimentos Estaba el duque de Sesa a punto para arrancar de Órgiba con un hermoso campo bien armado y de gente muy lucida; solamente le faltaban bastimentos, porque había consumido una infinidad dellos en aquel alojamiento; y para efeto que viniese una gruesa escolta, envió al capitán Andrés de Mesa con quinientos arcabuceros y algunos caballos y todos los bagajes, a que los hiciese cargar en Acequia y en el Padul, y acompañase los que venían de la ciudad de Granada. Siendo pues avisado el enemigo como iba tan grande escolta la vuelta del Padul, pareciéndole que ninguna cosa haría más a su propósito que romperla, determinó de dar en ella; y para poderlo hacer más a su salvo, mandó a Pedro de Mendoza el Xoayby y al Macox y al Dali que fuesen a meterse en emboscada con dos mil moros y le atajasen el camino a la vuelta; y mientras ellos hacían el efeto, fue con la otra gente que tenía a dar vista a nuestro campo para entretener al duque de Sesa. Había nueve días que no se descubría moro ni se tenía nueva cierta de donde estaba el enemigo; y aquella mañana una cuadrilla que había ido a correr trajo dos moros presos, de quien se supo como estaba todavía en Poqueira, y que se habían venido para él muchos moros del río de Almanzora. Este día, 4 de abril, a las cuatro de la tarde se descubrieron los enemigos en tres emboscadas, a la parte de la sierra de Bujol y sobre el camino a la mano derecha que va al puerto de Jubiley. El Duque envió a don Jorge Morejón con algunos caballos y arcabuceros de a pie a que los alargase de donde estaban; con los cuales tramó escaramuza, y los moros se fueron retirando a lo alto, yendo tan cebados en ellos los caballos, que entendiendo el duque de Sesa lo que fue, mandó que les hiciesen espaldas mayor número de arcabuceros; porque los moros, reconociendo su ventaja y que los de a caballo no se podían aprovechar en la tierra donde estaban, acometieron a darles una carga; mas no les fue bien dello, porque nuestros arcabuceros se hubieron valerosamente con ellos y los retiraron con daño, quedando un solo cristiano herido. En este tiempo parecieron hacia Poqueira gran cantidad de enemigos, tan tarde, que no había ya una hora de sol, y hasta tres o cuatro caballos con ellos; y comenzando a bajar hacia donde los otros estaban, dieron muestra de querer ceñir nuestros alojamientos. Por otra parte el Duque hizo poner en Orden los escuadrones: reforzó unos cerrillos donde tenía gente y artillería, y asestándola contra los enemigos, trabó la arcabucería una buena escaramuza con ellos, habiendo un solo valle en medio. Los moros estuvieron arredrados; que no se osaron acercar hasta que, siendo ya tarde, nuestra gente pasó el barranco; y cargándoles la sierra arriba, los fueron siguiendo gran rato, matando y hiriendo muchos dellos; y como fuese ya muy tarde, el Duque mandó tocar a recoger, y Aben Aboo, sin hacer otro efeto, se retiró a la sierra, dejando más de cincuenta moros muertos. Hernando de Oruña, capitán viejo por edad y por larga experiencia, sospechando el desinio del enemigo, dijo al duque de Sesa este día que sin duda aquel había sido ardid de guerra, y que debía de haber enviado gente a tomar el paso a la escolta, y convenía enviar luego infantería y caballos que la asegurasen. Esto confirmó luego un moro que captivaron tres soldados que siguieron el campo de Aben Aboo; el cual dijo como su intento había sido entretener al Duque. Y luego que se entendió, envió a don Martín de Padilla con quinientos arcabuceros y ochenta caballos a que reforzase la escolta, y tras dél otros quinientos arcabuceros, porque fue avisado que se habían descubierto como ciento y cincuenta moros. Había Andrés de Mosa escrito al duque de Sesa aquel día desde Acequia avisándole como venía, y habíanle dado tan tarde la carta, que, según estaba confiado en la gente que había llevado, pudieran hacer los enemigos mucho efeto; los cuales, bajando por la sierra de Órgiba, se habían puesto en cuatro emboscadas en el paso entre Acequia y Lanjarón, y esperaban a que pasase para dar en la escolta, la cual había partido del Padul la propria mañana con dos mil y quinientos bagajes cargados, y venido aquella noche al lugar de Acequia. Y otro día de mañana, yendo la vuelta de Lanjarón, en llegando al paso del barranco, los moros de las emboscadas salieron por cuatro partes, y acometieron con tanto ímpetu que los soldados que iban repartidos en vanguardia y retaguardia no pudieron defender que no atajasen por medio y la rompiesen. Ocupáronse los enemigos luego en derramar vitualla, matar bagajes y escoger otros que llevarse cargados la vuelta de la sierra. El capitán Andrés de Mesa, viendo cuán mal podía pasar a favorecer la vanguardia ni remediar en tanta confusión el peligro presente, porque ocupaba la escolta más de una grande legua de camino, tomando por delante los bagajes que pudo recoger, dio vuelta al lugar de Acequia, y puso en cobro todos los que no habían pasado del barranco. Don Pedro de Velasco, que por mandado de su majestad iba a dar priesa en la partida del Duque y a tomar relación del campo, peleó como esforzado caballero este día; y lo mesmo hicieron Juan de Porras vecino de Zamora, y Alonso Martín de Montemayor, vecino de Córdoba, y Lázaro Moreno de León, capitán de arcabuceros de a caballo y vecino de Granada, por defender hacia la parte que les tocaba; y matándole el caballo entre las piernas, se hubiera perdido don Pedro de Velasco, si no lo socorriera don Antonio de Sotomayor, hijo del licenciado Sotomayor, alcalde de chancillería de Granada. En esta refriega murieron doce moros y fueron heridos muchos, y de los cristianos hubo dos muertos y cuatro heridos. Y fuera mucho mayor el daño, si don Martín de Padilla no llegara a tiempo que pudo socorrer la gente y cobrar la mayor parte de los bagajes que llevaban los enemigos; y trayendo consigo los que se habían recogido en Acequia, dio vuelta con todos ellos al campo aquella noche bien tarde. Lleváronse los enemigos cuarenta bestias mulares cargadas de harina y de bizcocho; y hicieron tanto regocijo con ellas, como si hubieran ganado una grande vitoria. Prendió nuestra gente dos moros, el uno del Albaicín de Granada y el otro del lugar de Dílar; estos dijeron en el tormento que habían sido más de dos mil hombres los que habían dado en la escolta; que Aben Aboo tenía más de doce mil hombres, y docientos turcos escopeteros entre ellos, y que había fortalecido el paso de la puente de Poqueira, que está por bajo del lugar de Capileira, y en toda la cuesta había hecho grandes reparos y trincheas, y atravesado gruesos árboles en los caminos y veredas para que la caballería no pudiese pasar. Recogida la escolta en Órgiba, el duque de Sesa determinó de partir el siguiente día, y dando raciones y municiones a la gente, se puso todo en orden para marchar. |
Acequias se convierte como el Padul en lugares de abastecimiento, vigilancia y refuerzo de tropas
Cómo el comendador mayor de Castilla juntó la gente con que había de entrar en la Alpujarra Mientras en Guadix se aprestaban las vituallas y municiones para la gente que había de entrar por aquella parte en la Alpujarra, el comendador mayor de Castilla fue a hacer lo mesmo en la ciudad de Granada, donde llegó a los días del mes de agosto. Aposentose en las casas de la Audiencia, y allí fue muy regalado del presidente don Pedro de Deza, que en este particular era muy cumplido con los ministros de su majestad. Fueron con él don Miguel de Moncada, don Bernardino de Mendoza, hijo del conde de Coruña; don Lope Hurtado de Mendoza, y otros caballeros deudos y amigos suyos. Llevaba poder y facultad de su majestad para levantar gente en la ciudad, llamar la de la comarca, y hacer todas las otras provisiones necesarias para la expedición de la guerra, como teniente de capitán general, y como tal presidió en el Consejo mientras allí estuvo; nombró capitanes y cabos de la infantería y todos los demás oficiales, y encargome a mí el oficio de proveedor de su campo. Y cuando tuvo toda la gente apercebida y hecha una gruesa provisión de vituallas y municiones, y puesta buena parte della en Órgiba y en el Padul, partió de la ciudad de Granada a 2 días del mes de setiembre deste año de 1570, y aquella tarde a puesta de sol fue al lugar del Padul, donde le alcanzó la gente de las ciudades, y engrosó su campo a número de cinco mil hombres lucidos y bien armados. Los cabos de la infantería que sacó de Granada eran don Pedro de Vargas y Bartolomé Pérez Zumel, y de la de las siete villas de su jurisdición don Alonso Mejía. Con la gente de Loja, Alhama y Alcalá la Real iba don Gómez de Figueroa, corregidor de aquellas ciudades. Don Fadrique Manrique con la de Antequera, y una compañía de infantería de la villa de Archidona con Íñigo Delgado de San Vicente, su capitán. Iban también Francisco de Arroyo, Leandro de Palencia, Juan López, Lorenzo Rodríguez, Diego de Ortega y Juan Jiménez, con sus cuadrillas de gente ordinaria, y el capitán Lorenzo de Ávila con trecientos arcabuceros de los que el conde de Tendilla tenía en la fortaleza de la Alhambra; y de más de los estandartes de las ciudades iba una compañía de herreruelos de Lázaro Moreno de León, vecino de Granada. Solo un día se detuvo el Comendador mayor en el Padul para hacer paga, y me mandó que hiciese dar cuatro raciones a la gente, que llevasen para cuatro días en sus mochilas, porque no ocupasen los bagajes que habían de llevar la vitualla y municiones del campo; y a 4 días del mes de setiembre bien tarde se alojó en el lugar de Acequia. De allí fue a Lanjarón y a Órgiba, sin hallar impedimento en el camino y en este alojamiento se detuvo un día, para que descansase la gente y esperar la que le iba alcanzando, y poder tomar resolución del camino que había de hacer. Aquel día llegaron los estandartes de caballos de Córdoba, que estaban en las Albuñuelas, y setecientos y treinta soldados de las Guájaras, Almuñécar y Salobreña, y por cabo el capitán Antonio de Berrio. |
Los moriscos ya se dejan reducir y son "llevados tierra a dentro" los del Valle de lecrín junto con otros los llevan camino de Córdoba para repartirlos por Extremadura y Galicia
Cómo su majestad mandó sacar todos los moriscos que había en el reino de Granada, ansí de paces como reducidos, y meterlos la tierra adentro Ya en este tiempo su majestad había enviado a mandar a don Juan de Austria, y al presidente don Pedro de Deza, y al duque de Arcos, a cada uno por su parte, que con toda brevedad y diligencia posible ejecutasen las órdenes que tenían de sacar todos los moriscos del reino de Granada, ansí los nuevamente reducidos, como los que no se habían alzado, y los metiesen la tierra adentro, porque los pocos que quedaban en la sierra, perdiendo la confianza de poderse valer dellos, acabasen de reducirse o de perderse. Estando pues las cosas de la Alpujarra y de la serranía de Ronda en los términos que hemos dicho, por carta de 28 días del mes de otubre, fecha en la villa de Madrid, tuvo don Juan de Austria segunda orden y última resolución sobre ello; y por ser negocio de tanta importancia, comunicándose los consejos, se acordó que antes que el Comendador mayor saliese de la Alpujarra, pues los moriscos dejaban ya de venirse a reducir, y se volvían muchos de los reducidos a la sierra, se pusiese en ejecución el mandato de su majestad, y ansí se hizo por la orden siguiente: que los de Granada y de la vega y valle de Lecrín, sierra de Bentomiz, jarquía y hoya de Málaga y serranías de Ronda y Marbella, saliesen encaminados la vuelta de Córdoba, y de allí fuesen repartidos por los lugares de Extremadura y Galicia y por sus comarcas. |
Se entregan a los capitanes para que les lleven a otros lugares
Todos Santos a un mesmo tiempo en todo el reino de Granada se encerraron todos los moriscos, ansí hombres como mujeres y niños, en las iglesias y lugares diputados, aunque en algunas partes con menos orden de la que convenía. Los que habían quedado en la ciudad de Granada y los que estaban recogidos en los lugares del valle de Lecrín y de la Vega los encerraron sin escándalo ni alboroto, y los llevaron al hospital Real de Granada y los entregaron a los capitanes que los habían de llevar. |