Al frente, bajo la altísima torre, el atrio de la Iglesia. La única zona del pueblo pavimentada, junto con el paseo, los portales del talabartero, el andén de la estación de tranvías y la carretera, ¡claro! Por eso era un buen sitio para jugar a las tacas y deslizarse con patines de cojinetes aunque casi siempre había un cura paseando y leyendo el breviario. Separaba el atrio de la plaza una baranda de hierro cuyo extremo izquierdo, frente al despacho parroquial, terminaba en rampa de cemento, muy pulida, por la que nos deslizábamos la chiquillería como en un tobogán. ¡Cuántos calzones y braguitas se cobró la dichosa rampa!
A ambos lados de la puerta de la Iglesia se erguían sendas cruces. En de la izquierda, de madera, sostenida sobre una pilastra cónica, jugábamos a "chichirimboy" (consistía en saltar varios niños sobre un chico amagado y agarrado a un soporte, normalmente reja, y montarse los demás a ahorcajas sobre él. Los que caían hacían de burros enganchándose a los muslos del anterior amagado).
La cruz de la derecha, de piedra, sobre base de peldaños, seguramente recordaba la célebre batalla tenida lugar en esta plaza el 4 de Enero de 1569 narrada con todo lujo de detalles por Luis de Mármol Carvajal en su "Rebelión y Castigo de los Moriscos", donde nos cuenta que los cristianos se refugiaron en la Iglesia, defendida por el capitán Lorenzo de Ávila, quien fue atravesado de saeta entrambos muslos, mientras el capitán Gonzalo de Alcántara, con cincuenta caballos, impedía el acceso a la plaza de los moriscos de Márgena y el Valle capitaneados por el moro Xaba. Gonzalo también fue herido y casi pierde la vida, si no es por al auxilio de un valiente soldado: Juan Ruiz Cornejo de Antequera. Corrió peor suerte su alférez, Cristóbal Márquez, que falleció; también el capitán Alonso de Contreras, herido de saeta envenenada con yerba.
Concluía esta frentada con la casa del zapatero de la plaza, (en la actual parada de taxis) como todas, de una planta y bajo, en este caso ocupado por un taller repleto de hormas y bananas, a cuya actividad se sumaba una modesta tienda con lápices, pizarrines... luego la casa señorial, con blasón en la fachada, de Gracita, que por poco tiempo dedicó al comercio de lanas de labores. Ambas viviendas disponían de modesto jardín.