La hilera de casas que flanquea la carretera conserva las más antiguas de la plaza aunque, paradójicamente, aquí se iniciaron las caries que la modernidad convertiría en mellas devastadoras.
La primera, viniendo de Motril, era la droguería de Antonio Puerta "el Droguero", en cuyo establecimiento se puede decir que estuvo condensada la historia de la coquetería femenina, y la de todos los productos químicos que se inventaron para facilitar las arduas tareas del hogar y el campo. Así, por ejemplo, en los cincuenta, puso en manos de las señoras los primeros lápices de labios, las lacas de uñas, el detano de los piojos, el fly contra las moscas y el veneno para los ratones.
Los sesenta traerían unas hornillas de petróleo capaces de arder sin leña ni carbón, (aún recuerdo las largas colas que formábamos para comprar el oro líquido en botellas de cristal); los primeros insecticidas; (contra el escarabajo de la patata, después la cochinilla, que todo el mundo afirmaba que los dejó caer un avión norteamericano para tener que comprarles el producto); la primera colonia de caballero: "Barón Dandy" y el champú de huevo. La mitad de los sesenta presentó los primeros jabones en polvo para las coladas a mano, la fregona, el gel de baño, los dentífricos, la laca y tintes del pelo, las cremas maquilladoras, los lápices de ojos y cejas y una buena cantidad de perfumes. La mujer entendió que la belleza no era exclusiva de las artistas del cine de Manuel Padial. El ocaso de esta década descargó en el pueblo las bombonas de butano, los braseros y calentadores de agua a gas, los detergentes para lavadoras, los herbicidas,... En el inicio de los setenta veríamos los friegasuelos, los bronceadores, los quita manchas, las ceras depiladoras, los desodorantes, los secadores de pelo y las primeras herramientas agrícolas con motor. Recuerdo siempre en el mostrador a Antonia la Durita, única mujer de Dúrcal que fue siempre dependienta por cuenta ajena y que aún así sacó tiempo para dedicado al servicio de los demás.
El bar Castillo o taberna de los Piononos, como siempre se le conoció, le sigue a continuación y aún conserva su construcción casi en estado primitivo. Este es el más antiguo de los bares que permanecen abiertos en Dúrcal. Es famoso por sus tapas de cocina autóctona y, con los tiempos modernos, ofrece ese catering a domicilio que suponía el café y las galletas en los duelos, llevados tradicionalmente por los familiares o vecinos del difunto: Contó este establecimiento con un reservado donde se internaban los más expertos jugadores de Paulo y donde se cerraron la mayaría de tratos de fincas de Dúrcal.
Adosada a este está la casa de Rosales, (la menos transformada de La Plaza, y la única con parte de jardín si bien perdió mucha huerta para solares. Su dueño era don Fernando, un militar alto y amable que gustaba de caminar por el paseo.
Después venía la tienda de Conchita la de la luz, llamada así porque su padre llegó al pueblo como técnico de electricidad cuando se conectó Dúrcal a este servicio, y sus hermanos Pedro y Agustín fueron también electricistas. Conchita vendía lanas, hilos, medias, pañuelos y toda suerte de quincallas. Por Reyes llenaba el techo de tambores y tranvías de hojalata, carros, plumieres y arquitecturas de madera, muñecos y caballitos de cartón piedra, carteras para la escuela... Juguetes cuyo destino ignorábamos la mayoría de los niños hasta que en los sesenta, las divisas de la emigración y su fabricación en plástico los popularizaron.
La casa de Luis Roldán (escribiente de notaría) vio esta década transformarse su azotea en piso si bien mantiene el resto como antaño.
Le sigue la casa de Doña Pepa, primera de la Plaza que se convirtió en bloque de pisos (años sesenta). Esta vivienda fue siempre la casa del cura. En ella vivieron los sacerdotes destinados a Dúrcal hasta que en la posguerra se restauró la actual casa parroquial en los locales del Sindicato Católico (patrocinador del periódico Valle de Lecrín.) Doña Pepa, maestra venida por entonces al pueblo la adquirió. Fue la madre de Don Ernesto Noguerol, funcionario ministerial en Madrid y que se retiró de Secretario del Gobernador de Granada.
Bajo este bloque se ubicó la tienda de Penela, textil de gran solera y que también vio transformarse la lana y el algodón en nylon y poliéster. La regentaba un señor con acento levantino y luego Matilde, su esposa, señora amable, elegantísima y con mucha clase que pese a ser en la actualidad octogenaria conserva inmarcesible su belleza natural.