La guerra va a empezar rápidamente y de forma generalizada, y el Padul, pieza importante en las operaciones del Valle de Lecrín. Prácticamente, todo el Valle se alzó el segundo día de Pascua, menos El Padul, Dúrcal, Nigüelas, Las Albuñuelas y Saleres, al menos por entonces, señala Mármol. La realidad es que no llegaron a rebelarse, aunque su conducta respecto de la marcha de la guerra, fue ambigua, especialmente por lo que respecta a Las Albuñuelas, muy proclive a recibir y a ayudar a los moriscos revelados del Valle.
Tanto Aben Humeya como Farax estaban en Las Alpujarras, llevándolo todo a sangre y fuego y donde habían cometido enormes crímenes. Pero esta primera etapa debería continuar con la conquista del Valle de Lecrín, y su posterior conquista de Granada. Para ello, tenían que asegurarse las vías de penetración y a ello se dispuso desde el primer momento con la conquista de Tablate. Sabido es que para pasar del Valle a Las Alpujarras no había otro paso que el Puente de Tablate, peligrosísimo por la enorme profundidad del barranco y por la estrechez del paso. Su posesión aseguraba a los rebeldes el paso al Valle y a los cristianos, la posibilidad de llegar a las Alpujarras y combatir allí, aislando a los moradores del Valle de la cabeza de la rebelión. De ahí que Aben Humeya estimara este paso en todo su valor y se dispusiera a ocuparlo; y por esto mismo, el Marqués de Mondéjar se dispusiera a defenderlo.
El Marqués de Mondéjar ordenó a Diego Quesada con gente que había en Dúrcal, la ocupación del puente. Pero la operación no fue precisamente un éxito. Pasó Diego Quesada a Béznar, que halló desierta y con la Iglesia quemada y destruida. Y luego, se dirigió a Tablate, donde encontró la misma situación de abandono; pero los moriscos no habían abandonado Tablate, sino que la huida fue una estrategia de la que obtuvieron buenos frutos, pues, desparramados por los montes, observaban con todo detalle a los cristianos, prestos a lanzarse a una lucha por sorpresa. No andaban las tropas cristianas muy sobradas de disciplina, ni el Capitán Diego Quesada de energía y mando y ocurrió el desastre. Lo cuenta Mármol así:
«Llegó la gente fatigada, lo mismo que los caballos, se desmadraron por las calles y las casas, desordenadamente, sin poner orden, ni guardia, ni centinela y con harto menos recato del que conviene a gente, de guerra, los moros que los estaban acechando vieron el desorden y, sigilosamente, los acometieron con violencia, matando, hiriendo a muchos. D. Diego salió del campo y ordenó un escuadrón y se retiró dejando el paso que se le había mandado guardar, teniendo poca confianza en aquella gente que tímida, mal platica y poco experimentada que llevaba consigo y por los lugares de Béznar, Dúrcal pasó al Padul, con grandes pérdidas. El Marqués de Mondéjar sabiendo que Diego Quesada se había retirado al Padul, sin su orden, envió a mandarle, para que viniese a Granada» |
A partir de ahora, El Padul se va a constituir en el campamento permanente de las tropas cristianas, no sin gran disgusto de sus moradores, hasta que termine la pacificación del Valle de Lecrín.
El descalabro del Puente de Tablate pone de manifiesto la gravedad de la situación y obliga al Marqués de Mondéjar a tomar toda suerte de precauciones, respecto de la situación de Granada, y, al mismo tiempo, suscita la necesidad urgente de atacar a los rebeldes en su mismos feudos, sin esperar mas acciones del contrario. Para ello, el M. da prisa a las ciudades para que le envíen gente para salir a aquella campaña. Pero en el ánimo del Marques se debatían dos profundas preocupaciones; por una parte, la decisión, ya adoptada, de salir a combatir a los moriscos, de otra, el que no hubiera gente suficiente para salir en campaña y para defender a la ciudad, temiendo que así cromo los moriscos se habían adueñado del Valle y de Las Alpujarras viniesen también a apoderarse de la Vega. Cuando llegaron las compañías de caballo y de infantería salió de Granada el día 3 de Enero de 1569. Primeramente se quedó en Alhendín, recogiendo la gente que estaba alojada en Otura y en otros lugares de la Vega. La mañana del día siguiente, caminó la vuelta al Padul, primer lugar del Valle de Lecrín, pensando rehacer allí su campo. Llevaba, según Mármol, dos mil infantes y cuatrocientos caballos, gente lucida, bien armada, aunque poco disciplinada. Mendoza reduce la tropa a ochocientos infantes y doscientos caballos, además de estos, los hombres principales que con edad, con enfermedad o con ocupaciones públicas no rehusaron, le seguían mirándolo como salvador de la tierra, olvidada por entonces o disimulada la pasión. Y agrega Mendoza «sin dinero, sin vituallas, sin bagajes, con tan poca gente tomó la empresa, lo que confirma Mármol» iba también; gente noble popular de las ciudades de Granada y su tierra, y las lanzas ordinarias y la mejor y mayor parte de los arcabuceros de la ciudad
«Con esta gente llegó el Marqués de Mondéjar, aquella noche, al Padul, y, antes de entrar en él, salieron los moriscos más principales a supliearie que no permitiese que los soldados se aposentasen en sus casas, ofreciéndole bastimentos y leña para que se entretuviesen en campaña, porque temían grandemente los desórdenes que harían, y, aunque el Marqués bogara de complacerles, no les pudo conceder lo que pedían, porque el tiempo era asperísimo de frío, la gente no pagada y acostumbrados a pocos trabajos y se les hiciera muy mal quedar de noche en campaña, y diciendo a los moros que tuvieran paciencia, porque solo una noche estaría allí el campo y procuraría que no recibiesen daño., les aseguró de manera que tuviesen por bien de recoger y regalar a los soldados aquella noche en sus casas, aunque no la pasaron toda en quietud». |
No fue la estancia en el Padul muy tranquila, porque, aquella misma noche, los moros atacaron el lugar de Dúrcal, donde se alojaba una guarnición de las siete villas de la jurisdicción de Granada. Los cristianos había hecho dos prisioneros, uno de ellos, un muchacho cristiano, criado entre moriscos y hecho a sus mañas. El muchacho confesó que en las Albuñuelas ya había plan de levantamiento y que se había formado un ejército muy numeroso reclutado entre moriscos de Órgiva, Motril, Salobreña y el Valle. Mondéjar reforzó la guardia y previno de la manera más eficaz toda la defensa de Dúrcal, postas, centinelas y con apercibimiento la caballería, que se encontraba en Marchena.
Xaba, alcalde de Albuñuelas que mandaba la expedición, protegido por la oscuridad de la noche, repartió seis mil soldados que distribuyó, yendo él mismo hacia el barranco que hay entre el Padul y el barrio de Marchena, por donde debía de venir el socorro del Padul. A pesar de todas las cautelas, los soldados cristianos lo oyeron, se dio la alarma y se generalizó la batalla, que duró toda la noche, con grandes alternativas, pero con especial peligro y confusión de las tropas cristianas, que se vieron desbordadas en los alrededores y aun en el mismo pueblo, por calles y plazas, por la iglesia y por las casas. Dos frailes franciscanos y dos jesuitas, crucifijo en mano. metidos entre los combatientes, animaban a los cristianos a la defensa y aún se ofrecían para morir por Cristo.
La caballería apenas si podía actuar por las calles, llenas de moros, y esta dificultad fue, precisamente, la salvación de las tropas cristianas, porque, saliendo al campo y tocando las trompetas, confundió a Xabas, que estaba en el barranco y creyendo que la caballería ya estaba en la otra parte o en el mismo Dúrcal, conminó con grandes voces a su gente a que se retirara a la sierra, y luego, el resto de los combatientes moros dieron la vuelta. Luego el Marqués de Mondéjar fue a Dúrcal y agradeció a los capitanes lo bien que lo habían hecho, con acompañamiento de música y gran algarabía.
Pérez de Hita describe así la marcha del Marqués
«hallóse por cuenta que el Marqués de Mondéjar sacaba veinte mil hombre entre los de a pie y a caballo, todos andaluces y valerosos, la flor de España, dejando aparte los del reino de Murcia, con quienes no se hallan iguales. Saliendo, pues el Marqués de Mondéjar de Granada, acompañado de tantos y tan decidida gente y llevando sus banderas tendidas, con el estandarte real de la Alhambra y un guoncillo de general». |
Siguieron muchos y muy principales caballeros, llegó a los lugares llamados Alhendín y Padul, donde hallo a los moros sosegados y mandó, por bando, que ningún soldado hiciera daño a los moriscos ni a sus bienes.
Pero el contrapunto lo va a poner el mismo P. de Hita», pero, de los veinte mil hombres que llevaba en su campo, iban más de diez mil, los mayores ladrones del mundo, animados de la única idea de robar, saquear y destruir los pueblos de los moriscos, que se mantenían sosegados; y así, apenas el Marqués de Mondéjar había pasado Alhendín y El Padul, asentando el campo en Albuñuelas, cuatro mil de estos ladrones salieron de su real y tomaron a los lugares susodichos, los saquearon de noche, mataron a muchos moriscos y se llevaron a muchas mujeres jóvenes y muchachos a sus tierras donde las vendían como esclavos. Hecho el daño por la noche, luego se volvían al real.
Si nos ocupamos del castigo de las Albuñuelas es porque el Padul fue punto de partida para la expedición, lugar de concentración de tropas, porque de allí, de las Albuñuelas, partieron los moriscos que asolaron nuestro pueblo en Agosto de ese mismo año.
Los habitantes de las Albuñuelas eran, según Mendoza, la gente mas pulida y ciudadana que los otros de la sierra, tenidos los hombres por valientes y que pudieron resistir las armas del Rey Católico D. Fernando, hasta concertarse con ventaja.
Las Albuñuelas no se alzaron en un principio, por consejo de Bartolomé de Santa María, alguacil del pueblo, y que era hombre estimado y respetado por los moriscos, quien logró apaciguarlos, con suaves razones y con el miedo al castigo que habrían de sufrir, si lo hacían. Sin embargo, sus buenos oficios no surtieron efecto duradero, porque viendo los moriscos que cada día era mayor el numero de rebelados en los lugares cercanos, decidieron alzarse. Como los cristianos corrían grave peligro, Santa María urgió al Beneficiado Ojeda, que estaba en las Albuñuelas, que recogiese el mayor número posible de cristianos y los trajesen al Padul. Para ello le envió cincuenta hombres que le sirvieran de escolta y seguridad.
Al cabo de dos días, los de las Albuñuelas se alzaron y, enarbolando, en señal de libertad, una bandera que conservaban guardada, como reliquia de tiempos de la Reconquista, acompañada de otras siete banderas que tenían hechas secretamente para aquel momento, hechas de tafetán y lienzo labrado, se acogieron a ella todos los mozos escandalosos, y, en un primer acto, destruyeron y robaron la iglesia y destruyeron todas las cosas sagradas. Pero aquel primer acto de rebeldía no les aseguraba nada, porque, temiendo la inmediata acción de las tropas cristianas, tanto los hombres, como las mujeres y niños, huyeron a la sierra. Intervino de nuevo el alguacil Santa María, quien logró que se incorporaran a sus casas y que procuraran pedir disculpas, alegando que habían sido engañados y forzados por los monfíes
Pero esta incorporación solo se hizo, cuando los moriscos, enterados del formidable ejército que formaban el campo del Marques de Mondéjar, temiendo que la acción de guerra se dirigiera sobre ellos, decidieron acudir al Alguacil Santa María para que llevara ante el Marqués sus excusas y buenos propósitos, cosa que el Marques aceptó. Volvieron los moriscos a sus casas. Llamó Santa María a Ojeda, que estaba en El Padul, para que viniera a Las Albuñuelas y dijese una misa. Fue este mismo alguacil el que hizo un concierto con los moriscos de las Albuñuelas, por el que estos se comprometieron a llevar al Padul veinte cargas de pan cada semana, para que comiesen los soldados: Pero los moriscos nunca se mantuvieron en libertad.
Los moriscos hacían mucho daño en Granada, como en algunos pueblos como Alhama y Loja. Robaban, mataban, cogían cautivos. La situación era tal que, según Mármol, no había cosa segura en aquella tierra, tenían establecidos como un servicio de espionaje, de asechanza y de aviso; se ponían en lugares estratégicos, en lugares del Valle, por Acequias, asaltaban las escoltas, se avisaban de la marcha y movimientos de soldados que iban hacia Órgiva y Tablate. Los de las Albuñuelas, aunque eran moriscos de paces, parece que tenían mucho que ver en estas acciones. Y acogían y protegían a otros moriscos. En esto está también Mendoza que dice:
«Mas, porque muchos moriscos de paces, especialmente de las Albuñuelas, se hallaron con el Macox, y porque los vecinos de aquel lugar acogían y daban vitualla a los moros y con ellos tenían continua plática, pareció que debían ser castigados y el lugar destruido, así por ejemplo de otros, como por entretener, con algún cebo justificado, la gente que estaba ociosa y descontenta.» |
Hurtado de Mendoza habla de dos expediciones, ambas al mando de D. Antonio de Luna. Hoy sin embargo en el relato de Mendoza, un detalle, y es que D. Juan de Austria mandó que se hiciera un castigo, quemando y destruyendo a Restábal, Pinillos, Belejij. Cónchar y el Valle hasta las Albuñuelas. Mandó D. Juan de Austria a D. Antonio de Luna, con la gente que estaba en las Alcarías de la Vega, gente de a pie y de a caballo y con las cien lanzas de Tello de Aguilar. Llegó D. Antonio al Padul, el primer día del mes de junio, y allí se enteró que se había dado un bando, prohibiendo que ningún vecino recogiese moros forasteros y que los que allí había que saliesen fuera del lugar. Creyó D. Antonio que los moriscos debían estar avisados y que la expedición debería demorarse, por lo menos hasta que D. Juan lo supiese. Tal vez esperaba que la orden se anulase, pero D. Juan ordenó que se cumpliera.
Partió D. Antonio para Las Albuñuelas, sorprendiendo a muchos moriscos. Los que pudieron, huyeron, otros quedaron en sus casas, como que estaban tranquilos después de haberse cumplido el bando, otros salieron a la calle, a dar su descargo. La lucha fue espantosa, tanto en las calles, como en el campo, con muchas acciones heroicas y con gran numero de muertos. Aquietada la lucha, los capitanes y soldados quisieron saquear las casas llenas de riquezas que hablan traído de otros pueblos, aprovechando estaban de paces. Pero D. Antonio no lo consintió. Finalmente, habiendo tenida noticia de que mas de seis mil moros, que venían de los Güájares, se dirigían hacia ellos, volvió al Padul, con mas de mil quinientas almas cautivas y gran cantidad de bagajes y ganados de todas clases. D. Juan mandó que toda la presa se repartiera entre los soldados, a quienes también dio las moras como esclavas
El Padul es ahora un impresionante espectáculo, un asiento confusión, un lastimoso cuadro de desgracias, un cúmulo de lágrimas y y dolorosas situaciones
Junio a sus doscientos cincuenta habitantes sorprendidos, las cien lanzas de Écija, los mil infantes de D. Antonio, los mil quinientos cautivos de la Albuñuelas desparramados por lo que hoy son los Cubos, y el Calvario y las Eras, los alrededores e la iglesia, todavía mezquita, en un ir y venir incesante en una algarabía ensordecedora, en un griterío y en un lamentar de madres, de lloros de chiquillos, en un doloroso pedir y ofrecer. El Padul en aquellos momentos campamento, mercado de esclavos, zoco de miserables alimentos, lonja de intercambio de enseres, de vestidos y joyas procedentes del saqueo. Y, mezclados con los hombres, caballos, asnos, acémilas, ovejas...
Los moriscos del Padul no se revelaron ni prestaron ayuda y socorro a los que lo hicieron en otros pueblos, pero el Padul sufrió las consecuencias de la rebelión, de forma terrible, porque fue asaltado y destruido y castigado en sus moradores, en la guerra y después de la guerra. Este asalto y defensa del Padul es un capítulo del que se hicieron eco todos los historiadores, Mármol, Lafuente, Jorquera. Pero es Mármol el que mas detenidamente nos cuenta el terrible episodio, por lo que nos vamos a atener a él estrictamente. Dice así Mármol:
Con la nueva del socorro de África, tornaron los alzados a la
vana porfia y los moriscos del Padul, que ya no podían sufrir la
costa ordinaria y las molestias y vejaciones de la gente de guerra
que tenían alojada en sus casas, teniendo aviso de que andaban dando
orden de irles a levantar y gobernándose por algunos hombres de buen
entendimiento que había entre ellos, determinaron de pedir licencia
a D. Juan de Austria para irse a Castilla con sus mujeres y sus
hijos. Y, andando en esto, les aconsejó un clérigo, beneficiado del
lugar de Gójar, que pidiesen que les dejasen ir a poblar aquel
lugar, que estaba deshabitado y los moradores de él se habían ido a
la Sierra, lo que les fue concedido, y con mucha brevedad, mudaron
sus casas a Gójar. No eran bienvenidos del lugar, cuando los moros
del Valle de Lecrín y de los Güájares y de otros lugares cercanos se
juntaron y, siendo mas de dos mil hombres de pelea en que había
muchos escopeteros y ballesteros, determinaron de ir a dar una
madrugada sobre El Padul, y degollando cristianos que estaban en el
presidio, llevarse a los moros a la Sierra.
Con esta determinación partieron de Las Albuñuelas, a veintiún días del mes de agosto de este año; y caminando toda aquella noche, dieron la vuelta a Granada, para engañar a los centinelas y poder tomar a los nuestro descuidados; y, volviendo luego por el camino real que va de aquella ciudad al Padul, puestos en su ordenanza, y caminando poco a poco, como solían hacer las compañías que iban haciendo alguna escolta. De esta manera, llegaron, al esclarecer el día, cerca del lugar; y como la centinela que estaba puesta en lo alto de la torre de la iglesia les descubrió, aunque tocó la campana a rebato, diciendo que por el camino de Granada venían muchos moros no por eso se alteraron los soldados ni se pusieron en armas, antes hubo algunos que le dijeron que debía de estar borracho, que cómo podía ser que viniesen moros de hacia Granada. Estando, pues, en esto, asomaron por un viso de donde estaba un humilladero, no muy lejos de las casas, con once banderas tendidas, y acometiendo el lugar con grandes ímpetus, antes de que los nuestro acabasen de acogerse a un fuerte que tenían hecho alrededor de la Iglesia; mataron a treinta soldados y tomaron treinta caballos de una compañía de gente que estaba allí de presidio, cuyo capitán era D. Alonso de Valdelomar y, saqueando la mayor parte de las casas, se llevaron hartos despojos y dinero. Y con la misma furia acometieron el fuerte, creyendo hallar poca defensa en él. Pedro de Redobran, vecino del Corral de Almoguer, que estaba allí por gobernador, y D. Juan Chacón, vecino de Antequera, que por mandato de D. Juan de Austria se había metido en aquel presidio con ciento cincuenta soldados de su compañía dos días había, y otros capitanes llamados Pedro de Vilches, vecino de la ciudad de Jaén y Juan de Chaves Orellana, natural de la ciudad de Trujillo, que después de la tala del Barranco de Poqueira había vuelto a hacer su compañía, se defendieron valerosamente y, matando buena cantidad de moros, los arrearon de si, los cuales, viendo que eran poderosos para entrarlos en batalla a mano, enviaron mas de quinientos hombres a traer de las viñas cantidad de ramas, espino y paja, y pusieron fuego a todas las casas del lugar y, creyendo poder quemar los que estaban dentro del fuerte; y estando los unos y los otros cubiertos de llamas y de humo, no cesaban de dar asaltos, por donde entendían poder tener entrada, horadando las casas y las paredes por muchas partes. Lo cual todo resistía el notable valor y el esfuerzo de los capitanes y de los soldados, no sin gran daño de los enemigos. Había una casa grande fuera del pueblo, donde vivía un vizcaíno, natural de Vergara, llamado Martín Pérez de Arostegui, el cual, habiendo llevado su mujer y sus hijos a Granada, acertó aquella noche a encontrarse, en su casa, con cuatro mozos cristianos y tres moriscos amigos suyos, de los que no se habían ido a vivir a Gojar, que se quisieron recoger con él; y como el acometimiento de los moros fue tan de improviso, por aquella parte, no teniendo lugar de recogerse dentro del fuerte, se fortificó en su casa, atrancando las puertas con maderas y piedras. Y viéndose en manifiesto peligro, porque no había dentro mas que una sola escopeta dijo a los moriscos que tenía consigo que hablasen a los moros y los sosegasen, que no le hiciesen daños en su persona ni en sus bienes, pues sabían que era su amigo y les había proveído siempre en sus negocios, en tiempos de paz. Los cuales dijeron que así era verdad y que les diese el dinero y la escopeta. si quería que la dejasen ir libremente a Granada; mas el no lo quiso hacer, diciendo que dinero no tenía y que la escopeta había de ir juntamente con la cabeza. Entonces, los enemigos combatieron la casa y poniéndola fuego en todas partes, procuraron también hacer un portillo con picos y azadones en una pared que respondía al campo. No faltó animo a Martín Pérez para defenderse, viéndose combatido del fuego y de las escopetas y ballestas que no le daba lugar de poderse asomar a tirar piedras desde las ventanas; y echando grandes piedras al peso de la pared, donde los moros hacían el agujero, procuraba también ofenderlos con la escopeta, porque hasta entonces no lo había osado hacer, creyendo poderles detener con buenas palabras, mientras llegaba el socorro. Finalmente, se dio tan buena maña, que no hizo tiro que no derribase moro, por manera que, cuando tuvo muertos siete de ellos, de los que más ahincaban en el combate, los otros tuvieron por bien de retirarse afuera. A este tiempo, habiendo mas de cuatro horas que duraba la batalla, en el fuerte y en la casa, La Atalaya que los enemigos tenían puesta a la parte de Granada les avisó cómo venían gente de a caballo y, sin hacer más efecto del que hemos dicho, se retiraron la vuelta del Valle. Había salido del Padul un escudero de los de Córdoba, cuando los moros llegaron y, pasando por medio de ellos, había ido a dar rebato a Don García de Manrique, que estaba en Otura, y en la Vega de Granada, y pasando a la ciudad, había dado también, aviso a D. Juan de Austria. Y la gente que los moros descubrieron eran sesenta caballos que se habían adelantado con D. García de Manrique, los cuales, juntándose con once escuderos que habían quedado en el Padul, pusieron en su seguimiento y lo alcanzaron a algunos que se quedaban detrás desmandados. También acudió el socorro del Duque de Sesa desde Granada, con mucha gente de a pie y a caballo, pero llegó tarde, a tiempo que ya llevaban los moros mas de una legua de ventaja. Y proveyendo la plaza de gente, que había bien menester, porque habían sido muertos cincuenta soldados y muchos más heridos, loó a los capitanes lo bien que se habían defendido de tanto número de gente y de una violencia tan grande del fuego que era lo que mas se temía y aquella noche volvió a Granada. |
El Padul, como puntualmente señala Lafuente, quedó reducido a escombros.
No pasaron muchos meses en quietud y paz los paduleños, porque, aunque el pueblo seguía siendo campamento y vanguardia en la vigilancia, una nueva expedición vino a invadir sus campos y a turbar toda su vida. El Duque de Sesa, nieto del Gran Capitán, Comendador Mayor de Castilla llegó a Granada, con poderes y facultades para levantar gente de la ciudad, llamar a los de las comarcas y lugares vecinos y hacer previsiones necesarias, para la expedición de guerra, como Capitán General. De modo que, antes de salir de Granada, dejó perfectamente preparada la seguridad y defensa, no sólo de la capital, sino de Santa Fe, La Zubia, Gójar, Pinillos, etc. Y en todos y en cada uno de estos lugares, tropas suficientes y lucidas y experimentadas. Y cuando le pareció que todo se estaba en orden y era el tiempo apropiado, salió de Granada el día 21 de Febrero de 1570.
Ese mismo día llegó al Padul, donde había hecho previamente una gruesa provisión de armas y vituallas. Alcanzó allí a la gente de la ciudad y engrosó su ejército con cinco mil hombres, lucidos y bien armados. Se detuvo en El Padul treinta días, aguardando gente, armas y bastimentos, que habían de enviarle desde Granada y Málaga y que no llegaba con la prontitud deseada. Ordenó varios presidios, entre ellos los de Las Albuñuelas, El Padul, Acequias, Las Guajaras.
« Y porque la gente no estuviese ociosa, comiendo el bastimento en El Padul, y mientras llegaban todos los elementos que había de necesitar, el Duque entretuvo a su gente en hacer correrías y emboscadas a los moriscos que andaban perdidos por el Valle. Salió del Padul el día 9 de marzo, con todo su campo, compuesto de 10.000 infantes, 500 caballos, 12 piezas de artillería, y muchos caballeros de Andalucía y de Granada, parte con cargos y otros que, de su voluntad, le acompañaban» |
Las tropas cristianas han ordenado sus fuerzas, y se perfilan perfectamente tres flechas de otros tantos ejércitos que acabaran por estrangular definitivamente a los rebeldes.
El Duque de Sesa, desde el Padul, se encamina hacia la Alpujarra y toma Órgiva, Pórtugos y los restantes pueblos de la comarca. D. Juan de Austria se encamina hacia el norte de Granada: Guadix, Baza, Gor, Huéscar, Galera; D. Diego Fajardo, finalmente, por la parte sur hacia Berja, Adra, Válor, Ugíjar.
La rebelión ha sido sofocada. Pero sus efectos han sido terribles: muchísimas muertes, pueblos destruidos, campos talados, profanaciones, y, al final, como consecuencia de la expulsión de los moriscos, Las Alpujarras y el Valle en una ruina total, de la que se recuperará, dolorosamente, muchos años después.