Sacada de Antonio de Guevara Libro primero y segundo de las epístolas familiares. Carta 19 del libro 2º

Letra para Garcisánchez de la Vega, en la cual le escribe el auctor una cosa muy notable que le contó un morisco en Granada Especial señor y ocioso cortesano:

A cuerpo tan cansado y a juicio tan derramado, y a hombre tan ocupado, como ando yo agora, muy gran crueldad es mandarle que se asiente a contar su vida, y a escrevirle si hay por acá alguna nueva como sea verdad, que cargan tantos negocios de mí, que aun apenas sé de mí. En acabando que acabe de babtizar veinte y siete mil casas de moros en el reino de Valencia, me mandó César, mi señor, que visitase también este reino de Granada, obra por cierto asaz necesaria, aunque a mí muy enojosa. Lo que hasta agora he visitado es a Almuñécar, a Salobreña, a Motril, a Vélez, a las Guaxaras, al Valdeleclin, y agora estoy aquí, en Lanjarón, y lo que siento de la visita es que hallo en los cristianos nuevos tantas cosas de emendar, y en los cristianos viejos tantas que remendar, que tomo por más sano consejo corregirías en secreto que no castigarlas en público.

Los grandes pecados y facinorosos delictos, a la hora que no son públicos, a las veces es mejor disimularlos que no castigarlos; lo uno, porque los atrevidos no se abecen de aquella manera a pecar, y lo otro, porque los simples no se escandalicen de ver tan enormes pecados cometer. En todo este reino de Granada han sido los moriscos tan mal enseñados en las cosas de la ley, y, por otra parte, disimulan con ellos tanto las justicias del rey, que no será pequeña jornada la mía prevenir y remediar lo futuro, sin que meta mano en lo pasado.

Escrebísme, señor, que os escriba si he sabido o oído alguna cosa nueva y graciosa en esta visita, la cual sea para escribir de acá y sea para reír allá. A otros ociosos y descuidados y vagamundos como vos habéis de escrebir que os escriban semejantes nuevas o novellas, que yo, triste de mí, como ando tan acosado de negocios, tan falto de bastimentos, tan cargado de moriscos y tan hecho correo por los caminos, más estoy para contar mis quexas de veras, que no para escrebir a nadie burlas. Esto todo, no obstante, todavía os quiero contar una cosa que me contaron habrá un mes, la cual, si no fuere de reír, será, a lo menos, digna de saber.

Viniendo, pues, al caso, habéis, señor, de saber, que en toda esta visita traigo conmigo diez ballesteros, así para mi guarda como para que me enseñen la tierra, y como subiese a un recuesto encima del cual se pierde la vista de Granada y se cobra la del Valdeleclín, díxome un morisco viejo que iba conmigo estas palabras mal aljamiadas: «Si querer tú, alfaqui, parar aquí poquito poquito, a mí contar a ti cosa a la grande que rey Chiquito y madre suya facer aquí». Como yo oí que me quería contar lo que al rey Chiquito y a su madre allí había acontescido, amélo oír, y començómelo en esta manera a contar. «Has de saber que este reino nuestro de Granada se començó a perder desde las diferencias que entraron entre el rey Muli Abduacén y los Abencerrages, que eran unos caballeros muy valerosos y asaz muy belicosos, los cuales en la gobernación del reino eran muy cuerdos y en la defensa dél muy venturosos. Levantáronse aquellos enojos entre el rey y ellos sobre amores de una mora muy hermosa, los amores de la cual fueron tales y tan malhadados, que abastaron a que el rey y los Abencerrages se acabasen y el reino todo se perdiese. Créeme tú, alfaqui, y no dubdes, que si el rey Fernando tomó este reino en tan poco tiempo y con tan poco daño, más fué por las voluntades discordes que en él había, que no por la gente de armas que él traía.

«Otro día después que se entregó la ciudad y el Alhambra al rey Fernando, luego se partió el rey Chiquito para tierra de Alpuxarra, las cuales tierras quedaron en la capitulación que él las tuviese y por suyas las gozase. Iban con el rey Chiquito aquel día la reina su madre, delante, y toda la caballería de su corte, detrás, y como llegasen a este lugar a do tú y yo tenemos agora los pies, volvió el rey atrás la cara para mirar la ciudad y Alhambra, como a cosa que no esperaba ya más de ver y mucho menos de recobrar. Acordándose, pues, el triste rey, y todos los que allí íbamos con él, de la desventura que nos había acontescido, y del famoso reino que habíamos perdido, tomámonos todos a llorar, y aun a nuestras barbas canas a mesar, pidiendo a la misericordia, y aun a la muerte, que nos quitase la vida. Como a la madre del rey, que iba delante, dixesen que el rey y los caballeros estaban todos parados: mirando y llorando el Alhambra y ciudad que habían perdido, dió un palo a la yegua en que iba, y dixo estas palabras: «Justa cosa es que el rey y los caballeros lloren como mugeres, pues no pelearon como caballeros». »Muchas veces oí decir al rey Chiquito, mi señor, que si como supo después, supiera allí luego lo que su madre dél y de los otros caballeros había dicho, o se mataran allí unos a otros, o se volvieran a Granada a pelear con los cristianos».

Esto, pues, fué lo que me dixo aquel morisco, y estotro día me preguntó el emperador, mi señor, no sé qué cosas de la visita, y a revuelta de otras le conté ésta que aquí he contado, el cual me dixo estas palabras: «Muy gran razón tuvo la madre del rey en decir lo que dixo, y ninguna tuvo el rey su hijo en hacer lo que hizo, porque si yo fuera él, o él fuera yo, antes tomara esta Alhambra por mi sepultura, que no vivir sin reino en el Alpuxarra». De acá no hay más que decir, aunque acá tenemos hartas cosas que hacer, sino que le pido de especial gracia mande dar esta mi letra al señor conde de Pontencia, el cual está retraído en su posada, sobre las diferencias que hay entre él y el señor marqués de Pescara.