Sacado de Historia General de España de Modesto Lafuente MDCCCLIV (1854).
Este autor escribe la historia de España. Le principal fuente de donde saca datos para los capítulos que nos interesa es La Rebelión de los Moriscos de Luís de Mármol Carvajal. En su obra intenta exponer la posición crítica que se tenía de esta guerra en el S. XIX. "guerra sangrienta y feroz, en que musulmanes y cristianos, todos cometian escesos y ejecutaban crueldades horribles, todos hicieron acciones de valor heróico: guerra desigual entre un pueblo de montaña, reducido al recinto estrecho de una provincia española, y el poder de un soberano que dominaba la mitad del mundo: guerra en que los esfuerzos individuales y los arranques de la desesperacion suplieron en el pueblo rebélado la falta de gobierno, de organizacion, de ejército y de leyes: guerra que creemos hubiera podido evitarse con alguna mas prudencia de parte del monarca y de los consejeros españoles"
Hemos tomado los dos capítulos (XI y XII), donde cuenta la Rebelón de los moriscos de mediados del XVI ya que parte de estos sucesos son a la vez parte de la historia de nuestra comarca
Los esclavos en el Valle de Lecrín, S. XVI
CAPITULO Xl
De índole complelamente diversa y nada parecida a la guerra de Flandes era la de los moriscos insurrectos del reino de Granada, que al apuntar el año 1569 , dejamos como anunciada al final de nuestro capítulo VIII. Producidas ambas por motivos semejantes, por no querer sujetarse, así flamencos como moriscos, al rigor con que Felipe II. se empeñaba en establecer la unidad religiosa en todos sus dominios, y por sacudir el peso de los onerosos tributos con que los oprimia , el caracter de la rebelion y de las guerras de cada uno de estos dos pueblos tenia que ser de todo punto distinto, por la diferente condicion de los naturales de cada pais, y por las circunstancias de localidad.
Habitando los moriscos la parte mas montañosa y áspera del reino de Granada, rústicos é inciviles los mas, divididos en grupos de pequeños pueblos llamados tahas, sin una ciudad ni plaza fuerte, sin ejército organizado, tan valientes y feroces como fanáticos por los ritos de su antiguo culto, irritados como los leones en sus cuevas con la opresion y los malos tratamientos de los cristianos, la guerra que estos hombres hicieran necesariamente habla de ser, como lo fué, una lucha de esfuerzos parciales, de asaltos y sorpresas, de rústicos é improvisados atrincheramientos, de acometidas y defensas heróicas y feroces, de incendio, de saqueo y de asesinato, guerra en fin de montaña , y lo que en nuestra vecina nacion llamarian de brigandage , como lo babia empezado á ser. Mas no por eso dejó de ser fecunda y variada en notables accidentes, que los historiadores de aquel tiempo y que se hallaron en ella nos han trasmitido, á los cuales nosotros no podemos seguir por no ser de nuestro objeto, en sus diarios lances y pormenores, bien que en ellos figuráran personages y generales de gran cuenta, algunos de los cuales ganaran no poca reputacion y lauro, y fué el principio de sus grandes glorias militares.
Mondéjar
Dejamos en el final del precitado capítulo al marqués de Mondejar en el Padul, dando principio á la campaña contra los rebeldes moriscos, con la gente que habia podido recoger en Granada, mas fuerte por el valor y la decision que por el número y la disciplina, que aquel era bien escaso para sujetar un pueblo insurrecto, y esta no era para elogiada, en especial la de la gente concejil, que iba movida del deseo y la esperanza del pillage; asi como se distinguian por su lucido y aun lujoso porte los aventureros y gente noble que por aficion á pelear acompañaban al capitan general de Granada. La estacion era la mas cruda del año (principio de enero, 1569). y mas en un pais erizado de altos riscos y nevadas sierras. Y sin embargo, no se interrumpieron un punto, antes menudeaban maravillosamente los combates y los movimientos y operaciones de la guerra. Ya desde el Padul tuvo que rechazar un grueso peloton de moriscos mandados por Miguel de Granada el Jabá, que en una acometida nocturna habia sorprendido su vanguardia en Durcal, y herido de un flechazo el capitan Lorenzo Dávila. Y aqui se comenzó á ver tambien el carácter religioso que se dió á esta guerra. Cuatro frailes de San Francisco y cuatro jesuitas pelearon en este reencuentro en favor de los cristianos. Uno de los primeros arengaba con un Crucifijo en la mano á los suyos, cuando una piedra lanzada por un moro vino á herirle fuertemente en el brazo, dando en tierra con la sagrada insignia , cosa que irritó tanto al capitan Gonzalo de Alcántara, que embravecido como una fiera, y no contento con haber arrancado la vida al perpetrador de aquel sacrilegio, arremetió furioso con su espada jurando degollar á cuantos descreidos se le pusieran por delante. Sin embargo, hubiéranlo pasado mal aquella noche los cristianos, si un ardid del marqués de Mondejar no hubiera ahuyentado á los audaces moriscos.
Rechazado el Jabá, y reforzado el marqués con las milicias de Ubeda, Baeza, Porcuna y otras villas, (quo á esta guerra concurrian, como en lo antiguo, los señores con sus vasallos, los concejos con sus pendones), sometiéronsele los moriscos de las Albuñuelas, temerosos de que descargara sobre ellos toda la furia de los cristianos. Abástecíale de mantenimientos desde Granada su hijo el conde de Tendilla, que dividiendo en siete partidos los lagares de la Vega, hacía que cada uno en un dia de la semana llevase diez mil panes de á dos libras al campo del marqués su padre; y todos los soldados y caballeros que de las ciudades de Andalucía iba reuniendo en Granada, los alojaba en las casas de los moriscos, obligando á estos, á darles cama y comida, ahorrando asi el gasto de alojamiento y manuntencion al Estado, pero dando ocasion á los soldados á entregarse á los desmanes y excesos de la licencia y de la codicia. No lograron los moriscos, por mas reclamaciones que hicieron, libertarse de esta carga, pesándoles ya de no haberse unido á Aben Farax la noche que entró en el Albaicin.
Asi reforzado el de Mondejar, determinó pasar á la Alpujarra, donde le esperaba el llamado por los moriscos rey de Granada y de Andalucía, Aben Humeya, con tres mil quinientos hombres, armados de arcabuces, palos enbastados, hondas y ballestas con flechas envenenadas. Tenian los cristianos que pasar el puente de Tablate, colocado sobre un profundísimo barranco. Los enemigos habian cortado este puente, pero habian atravesado de un lado á otro unos maderos viejos con los cimientos socavados, de modo que no pudiendo sostener mas del peso de un solo hombre, si cargaban mas sobre él cayeran despeñados al el abismo. Confiaban los moros en que no habria nadie tan temerario que se atreviera á intentar el paso por el estrechísimo y mal seguro puente, mas no contaban con el ánimo que infunde el espíritu religioso Mientras la artillería y arcabucería del marqués con nutrido fuego alejaba á los enemigos de la orilla opuesta, un fraile franciscano, Fr. Cristóbal de Molina, remangando el halda de su hábito, con una rodela cebada á la espalda, su espada desnuda en la mano derecha , y en la siniestra un Crucifijo, invocando el nombre de Dios, se metió denodadamente por el puente, y cimbreándose los viejos maderos y deshaciéndose bajo sus pies los terrones que los cubrían , pasó del otro lado con indecible asombro de los enemigos. Picó el ejemplo del fraile á los soldados, y manteniendo la artillería á respetuosa distancia y en respeto á los moriscos, fuéronle pasando en bastante número, no sin que algunos bajaran volteando á la profundidad del barranco, donde se hacían pedazos sus cuerpos. Aferrado Aben Humeya con tan insigne ejemplo de valor, retiróse á las breñas con su gente, no sin pérdida considerable. El marqués hizo rehabilitar el puente; dejó en su guarda la compañía del pendon de Porcuna; avanzó al collado de Lanjaron, y marchó á sócorrer y libertar la guarnicion de Orgiva , que ya se hallaba en el último apuro y estremo, despues de haber sufrido en una torre todos los trabajos y todos los accidentes de un sitio formal.
Socorrido el presidio de Orgiba, dirigióse á la taha de Porqueira, de la cual se apoderó, derrotados cuatro mil hombres de Aben Humeya en el paso de Alfajarali , bien que á costa de salir heridos de una pedrada su hijo don Francisco de Mendoza, y de dos saetas el capitan Alonso de Portocarrero. En Porqueira cautivó muchas mugeres y niños, los soldados hicieron gran presa de botin, y de alli se movió el marqués á Pitres de Ferreira, donde se dedicó á curar los heridos; en cuyo tiempo ocurrió un infortunio que le llenó de amargura. La compañía que dejó guardando el puente do Tablate fué asaltada y sorprendida por quinientos moriscos, muriendo parte de los cristianos degollarlos, parte quemados dentro de una iglesia en que buscaron asilo, y huyendo el resto á Granarla. En cambio de este contratiempo presentáronsele al de Mondejar dos mensageros de Fernando el Zaguer, llamado Aben Jahuar, tio y general del rey Aben Humeya, ofreciendo entregársele con se gente, con tal que les diese seguro para sus personas. Despachó el marqués á los mensageros con no mala respuesta, pero sin soltar prenda acerca del seguro, y levantando su campo tomó el camino de Jubiles en busca del grueso de los enemigos, con un temporal horroroso de nieves y agua, por entre asperezas y cerros, hasta el punta que varios soldados se helaron aquella noche (17 de mero),. y de tos moros mismos que huían á lo alto de la sierra perecieron bastantes mugeres y niños de frio. Los rebeldes de Jubiles intentaron aplacar la ira de los cristianos dando suelta á multitud de mugeres que tenian cautivas, y cuyos maridos, padres y hermanos habían sido á su presencia degollados. Conmovióse el marqués de Mondejar cuando se le presentaron aquellas infelices entre congojosas y alegres, con sus niños en brazos, descalzas y casi desnudas, sueltos los cabellos, y los rostros bañados en lágrimas, muchas de ellas doncellas y damas nobles criadas con regalo. El marqués las consoló. y siguió adelante. Diez y ocho alguaciles de los principales de las Alpujarras le salieron con banderillas blancas en las manos en señal de paz, rogándole los tornase bajo su proteccion y amparo, é intercediese con S. M. para que los recibiese á merced y les perdonára los pasados yerros. Mandó desde luego el de Mondejar que no se les hiciese daño, mas la generosa conducta del general excitó grandes murmuraciones entre los suyos, que no llevaban con paciencia se tuviese consideracion con los rebeldes.
Ahuyentados Aben Humeya y los principales caudillos á la sierra, rindiéronse los del castillo de Jubiles, quo serían unos trescientos, con mas de dos mil mugeres, las cuales ordenó el marqués se pusiesen á seguro en la iglesia. Mas como tuviesen que quedarse fuera mas de la mitad por no caber en el templo, sucedió que á media noche uno de los soldados cristianos que les hacían la guardia tomó del brazo á una de ellas, y quiso sacarla de entre las otras violentamente y llevarla consigo. La accion del imprudente y atrevido cristiano exasperó á un mancebo moro, que vestido de muger, acaso amante ó deudo, junto á aquella jóven estaba, y arreándose al soldado y arrebatándole la espada le atravesó dos veces con ella, acometiendo despues á otros como quien desesperado buscaba la muerte. Alarmóse el campo, gritando que habia entre las mugeres moros disfrazados y armados; creció la confusion, acudió gente de los cuarteles, y en medio de la espantosa oscuridad de la noche todas aquellas infelices fueron cruelmente acuchillados, librándose solo las que estaban en el templo, merced á la prisa que se dieron á cerrar la puerta. Duró la mortandad hasta el dia. El marqués mandó proceder contra los culpados, y aunque no era fácil averiguar quiénes fuesen, por que el delito no quedára impune fueron ahorcados tres de los que mas culpables aparecieron de las informaciones
Envió el marqués los enfermos y heridos, asi como las mugeres rescatadas del cautiverio, á Granada, donde su presencia causó al propio tiempo general compasion y Júbilo; y dio salvoconducto á los diez y ocho alcaides de las Alpujarras, cosa que desagradó sobremanera á los que querian llevar la guerra á sangre y fuego , motejando el de Mondejar de tolerante con los enemigos de la fé cristiana. De alli pasó á Cádiar y Ujijar, en cuyo camino se le presentó á rendirle obediencia Diego Lopez Aben Aboo, primo del rey Aben Humeya, y sobrino de Aben Jahuar. La division y la discordia habia entrado en la familia y parentela del rey de los moriscos: tanto, que como le dijesen á Aben Humeya que su suegro andaba en tratos con el marqués de Mondejar y conspiraba contra él, le llamó artificiosamente á su casa y le hizo asesinar; repudió á su muger y se encrudecieron los enconos entro los parientes del difunto. De estas disposiciones trató de aprovecharse el caudillo de los cristianos, y sin dejar de seguir su marcha á Paterna, donde supo haberse atrincherado Aben Humeya con seis mil hombres, hizo que le escribiera don Alonso de Granada Venegas excitándole á que abandonára el camino de perdicion que habia tomado, y á que se pusiera á merced del rey y se redujera á su obediencia, puesto que aun estaba á tiempo, asegurándole que el mismo marqués de Mondejar intercederla por él con S. M.
La respuesta de Aben Humeya fué de estar pronto por su parte á hacer la sumision, pero pedía tiempo para ver de reducir á los sublevados. Apurábale el de Mondejar para que lo abreviase, y continuaron Ios mensages y las respuestas, caminando entretanto poco á poco el general de loe cristianos para que no se malograsen los tratos y negociaciones de paz. Acaso hubieran llegado entes á feliz remate, y de ello habia grandes esperanzas, si adelantándose el ala izquierda de los cristianos hasta la cuesta de Iniza, cerca ya de Paterna, no hubiera comenzando á escaramuzar con un escuadron de moros, poniéndole en huida. Súpolo Aben Humeya en ocasion que acababa de leer y aun tenia en la mano la última carta del marqués , y sospechando que todo era engaño, arrojó despechado la carta, y viendo á los cristianos subir la sierra y á los suyos huir, montó en su caballo y corrió tambien hácia la sierra, metiéndose tan de prisa por lo mas encrespado de las breñas, que solo cinco moros le pudieron seguir. Desbandóse con esto su gente en el mayor desórden, los cristianos acuchillaban cuantos podian alcanzar, y entrando luego en Paterna cautivaron la madre y hermanas de Aben Humeya, con multitud do mugeres moriscas y gran cantidad de víveres y objetos, y rescataron mas de ciento cincuenta cristianas que tenian cautivas (27 de enero 1569): Todavía el marqués mandó al grueso de su gente hacer alto en un encinar aguardando á que Aben Humeya viniese á darse á partido, con lo cual dio ocasion á nuevas murmuraciones de los soldados, que ignorantes de los tratos que mediaban , quejábanse de que les habia quitado de las manos aquel dia la mas cumplida victoria. La jornada de Paterna fué la última en que se juntó tanta gente morisca á las órdenes de Aben Humeya.
Sin descansar sino una sola noche, y no obstante el rigor de la estacion, partió el marqués el dia siguiente á la taha de Andarax en busca de los dispersos y fugitivos. Siguiendo su sistema de política, admitió y dió seguro á los que venian á sometérsele, dejándolos vivir en sus casas y lugares. Hizo mas, y es uno de los mas notables rasgos del carácter del de Mondejar, que fué entregar á tres alguaciles de la tierra mas de mil moriscas de las que llevaba cautivas, para que estos las diesen á sus padres, esposos ó hermanos, á condicion de volverlas cuando les fuesen pedidas; siendo lo mas singular del caso que mas adelante fueron otra vez entregadas conforme á la condicion impuesta, cosa, como dice bien un historiador de estos sucesos; desoida en los anales de las guerras civiles. Volvióse el marqués á Ujijar, donde permaneció cinco dias, preparando una espedicion á las Guájaras, tierra de Salobreña y Almuñecar, famosas por un fuerte peñon que está encima de Guájar el Alto, de donde los moros salian á saltear los caminos á la parte de Alhama, Guadix y Granada, matar los caminantes, incendiar los cortijos y robar los ganados.
La espedicion á las Guájaras era una necesidad política para el marqués de Mondejar, y en acometerla se interesaba su reputacion; puesto que no era bastante haber casi pacificado toda la Alpujarra en un solo mes de trabajosas y difíciles operaciones, haber sometido casi todas las tahas y reducido á la impotencia el rey Aben Humeya, para que sus enemigos los magistrados de Granada dejáran de motejarle de flojo y blando y contemporizador con los rebeldes, porque no los cautivaba ó degollaba á todos; y asi lo representaban al rey, haciendo valer las correrías de los moros de las Guéjaras para desvirtuar y aun para pregonar como falsos sus triunfos en la Alpujarra. Entendiólo el marqués, y enviando á Granada las cristianas cautivas y toda la gente inútil que le estaba embarazando, movióse de Ujijar (5 de febrero), y pasando por Orgiba y Velez de Benabdalla, acampó en las Guájaras, donde llegaron el conde de Santistéban y don Alonso Portocarrero con un refuerzo enviado por el conde de Tenilla..
El famoso peñon donde se habian fortificado todos los moriscos de aquella tierra está situado en la cumbre de una montaña redonda á la media legua de Guájar el Alto, cercado de una roca tajada, que deja solo una angosta y fragosa vereda que va la cuesta arriba mas de un cuarto de legua, y luego tuerce por entre otras peñas mas bajas. Contra el dictámen y con repugnancia del de Mondejar se empeñó una noche don Juan de Villaroel , ansioso de ganar gloria, en dar un asalto con poca gente á aquella agreste trinchera. El ejemplo de los que iban estimuló á otros muchos caballeros y soldados á seguirlos, los unos movidos por la codicia, los otros por hacer jactancia y alarde de valor, y los hubo que llegaron trepando hasta tocar los reparos del último fuerte. Pero unos y otros pagaron bien cara su temeridad. Cuarenta animosos moros, armados de piedras y chuzos, y escitados por Marcos el Zamar, salieron de su rútico baluarte, y arremetiendo á los cristianos que habian consumido imprudentemente sus municiones, comenzaron á degollar á los que estaban mas arriba, despeñando á otros que caían sobre los que estaban en la ladera y barranco, y haciendo una mortandad lastimosa. Fueron acuchillados los capitanes don Juan de Villaroel, don Luis Ponce, Agustin Venegas y el veedor Ronquillo: herido don Gerónimo de Padilla , hijo de Gutierre Gomez de Padilla, se salvó abrazándole apretadamente un esclavo cristiano, y echándose los dos á rodar por una peña hasta dar en el arroyo, donde fueron socorridos, aunque ya en el estado mas desastroso. Cuando acudio el marques de Mondejar, bien que salvó todavía á muchos, ya no pudo evitar que el barranco y laderas quedáran sembradas de cadáveres y regados de sangre cristiana.
Irritó en vez de hacer perder aliento al general de los cristianos este desastre, y resuelto un dia á acometer la terrible guarida de los moros, dio á cada capitan sus instrucciones, y combinados los movimientos y dando principio las compañías á subir con admirable decision aquellos recuestos pedregosos, descargando los cristianos sus arcabuces, contestando los moros, hombres y mugeres, con peñas y piedras que arrojaban desde su atrincheramiento, duró el combate todo el dia, y fué necesario que viniera á poner tregua la noche. Esperaba el marqués para volver á la pelea que asomára otra vez el alba, cuando fué avisado de que el Zamar, temeroso de perecer de hambre en aquel estrecho recinto, habia persuadirlo á los suyos y acordado con ellos abandonarle calladamente con toda la gente de guerra y las mugeres que tuvieran ánimo para seguirlos. Y en efecto, bajando por despeñaderos que parecian solo practicables para las cabras, habían ido deslizándose hácia las Albuñuelas , quedando solo los viejos y una parte de las mugeres con esperanza de salvar las vidas entregándose á la clemencia del vencedor. Receloso no obstante el marqués, aguardó á que luciera el dia, y cuando se cercioró de la verdad del suceso, ordenó á los suyos avanzar al fuerte, de que sin resistencia se apoderaron. El Zamar, errante por aquellas sierras con una hija suya en los hombros, doncella de trece años , cayó en poder de unos soldados cristianos, El marqués de Mondejar, tal vez por desvanecer la reputacion de blando con los rebeldes y de escesivamente generoso con los vencidos de que le acusaban en la corte y en Granada, obró en esta ocasion con un rigor estremado , contrario al parecer á su carácter, haciendo pesar á cuchillo con despiadada. crueldad á cuantos halló en el fuerte sin consideracion á sexo ni edad, sin perdonar á ninguno, y sin dejarse ablandar ni por las lágrimas y lamentos de aquellos infelices, ni por los ruegos de sus mismos caballeros y capitanes
Repartió el botin entre los soldados; hizo asolar el fuerte; envió á Motril los enfermos y heridos, que eran muchos; permaneció alli hasta el 14 de febrero; partió despues á visitar los presidios de Almuñecar, Motril y Salobreña, y dio la vuelta á Orgiba á proseguir la reduccion de los lugares de la Alpujarra. El mando y cargo que habia tenido don Juan de Villaroel le confirió á su hijo don Francisco de Mendoza.
Castillo del Marqués de los Vélez en Vélez Blanco
Mas ya es tiempo d dar cuenta de lo quo por otra porte habla ejecutado el marqués de los Velez, gran señor en el reino de Murcia, á quien el presidente de la chancillería de Granada, don Pedro de Deza, desafecto al marqués de Mondejar, había excitado á que acudiese en socorro de las ciudades de Almería, Baza y Guadix, que los insurrectos moriscos amenazaban y tenían en peligro. Apresuróse en su virtud el de los Velez á convocar á sus amigos y vasallos, y congregando ademas las milicias de Lorca, Caravaca, Cehegin, Mula y otros lugares de aquella tierra, sin aguardar órden de S. M. y anhelando entrar armado en el reino de Granada, partió de su villa de Velez Blanco (4 de enero, 1569), y atravesando la sierra de Filabres con un temporal deshecho de vientos, hielos y nieves, fue á alojar á la villa de Tabemas, donde descansó hasta el 13, esperando órdenes del rey y las banderas que habían de llegar de Murcia. Ya antes el capitan don García de Villaroel, saliendo de Almería, habia hecho una atrevida sorpresa en encamisada á, los moros de Benahaduz, llevando á Almería la cabeza de su caudillo y siete prisioneros que fueron ahorcados de las almenas de la ciudad. A esta empresa le hablan acompañado el arcediano, el maestrescuela y otros varios prebendados de aquella iglesia, tomando así la guerra por aquella parte el mismo carácter religioso que hemos visto por la de Granada.
El movimiento del marqués de los Vetea y su entrada en un reino en que no ejercía mando, fué mirada como una intrusion, y como orígen de una funesta rivalidad entre los dos generales, si bien el presidente Deza y los partidarios del sistema de rigor y de esterminio ensalzaban al de los Velez como hombre que no habia de admitir partidos de los hereges ni contentarse con reducirlos como el de Mondejar, y en este sentido informaban al rey y al Consejo. Así fué que el monarca, sin considerar el inconveniente de la coexistencia de dos capitanes generales en una misma provincia, ni el agravio que de ello habia de recibir el marqués de Mondejar , envió sus despachos al de los Velez mandándole acudir á la parte de Almería. Con esto alzó su campo y dirigióse á Huécija, donde muchedumbre de moros acaudillados por Fernando el Gorri se habían hecho fuertes, soltado las aguas de las acequias para empantanar los campos y atravesado maderos y árboles en las veredas y caminos para impedir el paso de la caballería. Llevaba el marqués cinco mil infantes y trescientos caballos y le acompañaba su hermano don Juan Fajardo, sus hijos don Diego y don Luis, y otros parientes. Don Juan iba de maestre de campo y don Diego guiaba la caballería. A pesar de los estorbos que embarazaban el camino, de los reductos que defendian la poblacion y de la resistencia porfiada de el Gorri, todo cedió al ímpetu de los soldados del marqués, y los moros fueron desalojados, huyendo unos á Andarax con el Gorri para incorporarse con Aben Humeya, otros con Aben Meknum por la sierra de Gádor á Filix, donde pronto se reunieron otra vez tres ó cuatro mil hombres. Pero la gente del marqués, que de todo tenia menos de subordinada, y cuyo móvil y afan era la presa y el botin, luego que se vió con despojos y esclavas desbandóse por aquellos cerros á gozar del fruto dé sus rapiñas.
Verdad es que aquel incentivo llevaba cada dia nuevas bandadas de gente á las banderas del marqués, y en reemplazo de aquellos desertores se halló en pocos dias con cerca de ocho mil combatientes, con los cuales se decidió á internarse con un intensísimo frio en la sierra de Gádor en busca de los refugiados en Filix. Habíase adelantado por su cuenta el capitan de Almería don García de Villaroel por la codicia de anticiparse al saqueo, pero vió defraudadas sus esperanzas con la actitud imponente en que encontró á los moros. Así como el corregidor de Guadix, Pedradas Dávila, en una salida á la tierra de Zenete hizo una presa de mas de dos mil mugeres y niños y mil acémilas cargadas de ropa. El creerse todo el mundo con derecho á apropiarse todo lo que á los moriscos pudiera coger, era el cebo que atraia á muchos á una guerra, en que, como dice cándidamente uno de los historiadores que en ella iban, «todos robábamos» La accion de Filix fué una de las mas sangrienta de esta campaña, porque los moros pelearon desesperadamente, y hasta las mugeres acometian con armas y piedras, y cuando mas no podian arrojaban puñados de lodo á los ojos de los cristianos. Pero tuvieron que sucumbir al número y murieron en tres encuentros millares de moros, entre ellos los capitanes Futey y el Tezi, sobre todo multitud de ancianos, mugeres y niños (fin de enero, 1569). Los soldados del marqués de los Velez hicieron despues de la victoria de Filix lo mismo que habian hecho despues dél triunfo de Huécija, desertarse cargados de botin. Una vez que intentó el marqués castigar un soldado da la compañía de Lorca, amotinóse toda la compañía, diciendo al general que tuviera entendido que si castigaba á su paisano Palomares (que asi se llamaba el soldado), habia tres mil hombres dispuestos á morir con él ó por él.
Las noticias que se recibían eran de que venían turcos en auxilio de los moriscos españoles, y dé que Aben Humeya habia despachado á su hermano á pedir socorros á Berbería y Argel. Entre otras disposiciones que el rey tomó con este motivo fue mandar á Gil de Andrada que se acercase con sus galeras á la playa de Almería para abastecerla de municiones y vituallas, y enviar á aquella ciudad á don Francisco de Córdoba para que prosiguiese la guerra por aquella parte, con órden al marqués de los Velez para que suministrase parte de su gente. La espedicion que hizo don Francisco de Córdoba á la sierra de Inóx (febrero) fué muy notable y le dió gran fama, porque se apoderó de un fuertísimo peñon en que se abrigaban multitud de moros, en lo mas encumbrado y fragoso de la sierra, al modo del de las Guájaras, y donde los rebeldes no creían pudiera llegar planta cristiana. Y mientras don Francisco de Córdoba remataba esta difícil empresa, el marqués de los Velez desbarataba en Ohañez las cuadrillas que habian escapado de la espada de Mondejar, huyendo los que quedaban á las cuevas que tenian en los riscos, donde eran tambien cazados y ahorcados. Muchas fueron las mugeres moriscas que en esta especie de ojeos murieron desastrosamente, ó acuchilladas por los soldados, ó despeñándose á los abismos abrazadas á sus criaturas, sucediendo escenas que la pluma se resiste á describir.
Tal era el estado de la guerra cuando volvió el marqués de Mondejar victorioso de las Guájaras á acabar de reducir la Alpujarra. La acogida que hacia á los que venían á sometérsele le atrajo la sumision de todos los lugares y de los desventurados que vagaban aun por las breñas con sus mugeres y sus hijos, medio muertos todos de frio y de hambre, quedando solamente como unos quinientos de aquellos feroces monfis ó bandoleros que habian comenzado la guerra y aun no querian rendirse. Pero de todos modos andaban ya cuadrillas sueltas de diez y doce soldados cristianos por casi todo el pais, en verdad haciendo ellos mas daño, que con temor ya de recibirle. Hasta aquellas mil moriscas cautivas que el de Mondejar habia dejado como en depósito en las casas de sus maridos ó padres fueron entregadas á una órden suya: ¡tal era ya el temor y la sumisión de aquella gente! Por cierto que enviadas á Granada, unas murieron en cautiverio, y otras fueron vendidas en pública almoneda por cuenta de S. M. La guerra pues podia darse por concluida, y si se cometían excesos era por parte de los soldados cristianos, que se desmandaban en cuadrillas á correr y saquear la tierra, y mataban á los descuidados moros, y les arrebataban sus mugeres é hijos, y les quemaban ó robaban las haciendas, como sucedió en el lugar de Laroles.
Faltaba solamente al marqués de Mondejar para su completo triunfo prender al reyezuelo de los moriscos Aben Humeya, y á su tio Aben Jahuar. Y corno tuviese aviso por uno de sus espías de que despues de andar de dia ó errantes por la sierra de Berchules ó escondidos en cuevas, solian recogérse de noche en casa de Aben Abóo, preparó la manera de sorprenderlos y apoderarse de sus personas, en cuya empresa tenia un doble interés, el de desembarazarse de dos enemigos que acaso un dia podrian volver á serle molestos , y el de acallar las hablillas de que sabia estaba siendo objeto entre sus enemigos de la córte y de Granada. Los encargados de la ejecucion de esta empresa, que fueron los capitanes Alvaro Flores y Gaspar Maldonado, acordaron dividirse para ir cada uno con su gente á uno de loa dos lugares en que Babia sospecha que pedieran albergarse. Maldonado , que se encaminó á Medina, lugar asentado en la falda de Sierra Nevada, fué el que anduvo mas certero, pues se hallaban en efecto en casa de Aben Abbo, y hubiera sido completa la sorpresa sin la imprudencia de un soldado que cerca ya de la casa disparó su arcabuz. Alarmados con esto los que en ella estaban , la mayor parte durmiendo, Aben Jahuar el Zaguer y algunos otros tuvieron tiempo para arrojarse por una ventana que caía á la sierra y ganar la montaña , aunque maltratados de la caida. Aben Humeya, que era de los que dormian, aun estaba dentro cuando los cristianos trabajaban ya por forzar ó derribar la puerta. Ocurrióle en aquel apuro abrirla disimuladamente él mismo quedándose escondido detrás: los soldados entraron en tropel en los aposentos, y aprovechando aquellos momentos de confusion, logró fugarse, dejando á todos burlados. Dióse á Aben Abóo un género de tormento horroroso para que declarara donde se escondía Aben Humeya: el morisco lo sufrió con un valor bárbaro sin querer revelar nada, y allí fué dejado como por muerto, volviéndose los cristianos despues de robada su casa, y trayendo consigo presos diez y siete moros, que el marqués de Mondejar hizo poner en libertad, por ser de los que gozaban de seguro.
Mientras de esta manera se habia conducido el marqués de Mondejar, subyugando en escasos dos meses de rigurosísimo invierno un pais montañoso alzado en masa y poblado de gente feroz: mientras él, sin darse un día de reposo, y empleando alternativamente la espada y la política, iba dando cima á una guerra que habia emprendido con éscasos recursos y con poca gente, y ésta la mayor parte concejíl, mal pagada y peor disciplinada, de esa que, como dice un escritor contemporáneo, «tenia el robo por sueldo y la codicia por superior» á escepcion dé los caballeros particulares que militaban á su costa: mientras él vencía con las armas á los armados, y admitia á merced á los que se le sujetaban y rendían, estaba siendo objeto de calumnias y blanco de intrigas con que sus enemigos no cesaban de indisponerle y malquistarle con el rey. El presidente y la chancillería de Granada, el corregidor y ayuntamiento, que desde las competencias de jurisdiccion le habían mirado siempre con enemigos ojos, frecuentemente enviaban al monarca emisarios que representaban al márqués como hombre tibio en el castigar aquella gente malvada, y fácil en recibir á partido á los que se le entregaban y sometían; hacianle un delito en no acabar á hierro y fuego con aquellos traidores á Dios y el rey; acusábanle de permitir mucho á sus oficiales, de no poner cobro en el quinto y hacienda del soberano, de no dar parte de los sucesos al presidente, audiencia y corregidor, é imputábanle á este tenor otras faltas, al propio tiempo que recomendaban y ensalzaban al marqués de los Velez, engrandeciendo su valor y su consejo, y sobre todo su rigor con los descreídos moriscos enemigos de la fé. Noticioso de estas cosas el de Mondejar, había enviado á la córte, ya á don Diego de Mendoza, ya á don Alonso de Granada Venegas, para que informasen al rey de los progresos de la campaña, de los buenos efectos de su política, de cómo el quinto era depositado en manos de los oficiales reales, de que así como el presidente y oidores de la chancillería no le comunicaban á él los secretos de sus acuerdos, tampoco él tenia para qué comunicar con ellos los de la guerra de que no entendian, y por último, de que sometido el pais, como ya le tenia, á la voluntad del rey quedaba la aplicacion del castigo; y no pudiendo los vencidos oponer ya resistencia, S. M. podia acabarlos, ó arrojarlos del reino, ó internarlos y derramarlos por los pueblos de Castilla.
Vacilaba el rey sobre el partido que debería tomar en vista de tan opuestos informes y consejos que le daban, y de tantos chismes como zumbaban en torno á sus oidos por parte de los del Consejo real, de la chancillería y autoridades de Granada, de los caballeros y magnates de Andalucía, y de los amigos del marqués de Mondejar. Esforzábase don Alonso de Granada en persuadir al soberano á que fuese en pernona á visitar y acabar de reducir aquel reino, como lo habian hecho con fruto los Reyes Católicos, seguro de que con su presencia se allanaría todo. Pero contradecíanle el cardenal Espinosa con los mas del Consejo, y juntamente fueron de parecer que el rey don Felipe enviase á Granada á don Juan de Austria, su hermano bastardo, jóven de grandes esperanzas, para que asistido de un consejo de guerra que se formaria en aquella ciudad, proveyese á las cosas del reino, bien que sin poder determinar nada sin consultarlo antes al Consejo supremo. Resolvióse el rey por este partido, y en un mismo día (17 de marzo) espidió dos provisiones, una á don Luis de Requesens, comendador mayor de Castilla, embajador entonces en Roma, y teniente de capitan general del mar de don Juan de Austria, para que con las galeras de Italia y los tercios de Nápoles viniese á España, y juntándose con don Sancho de Leiva, defendiese la costa de las naves que pudieran venir de Berbería; otra al marqués de Mondejar, para que dejando en la Alpujarra dos mil trescientos hombres á cargo de don Francisco de Córdoba, ó de don Juan de Mendoza, ó de don Antonio de Luna, viniese á Granada á asistir en el consejo á don Juan de Austria, su hermano, ó bien permaneciese en Orgiba y guardase las órdenes que le enviara don Juan. Optó el marqués por el primero de los medios propuestos, pareciéndole mas ventajoso y mas digno, y dejando la gente de guerra á don Juan de Mendoza, se vino á Granada. Ordenó igualmente el rey al marqués de los Velez, que estando á lo que le mandase don Juan de Austria, enviase luego á Granada relacion del estado en que se hallasen las casas de la parte oriental de aquel reino donde el estaba, para proveer lo conveniente.
El consejo de don Juan de Austria se habia de componer del duque de Sessa, nieto del Gran Capitan, del marqués de Mondejar, Luis Quijada, presidente de Indias, el presidente de la audiencia de Granada don Pedro de Deza, y el arzobispo. El mando militar del reino de Granada se habia de dividir entre el marqués de los Velez y el de Mondejar, quedando á cargo del primero los partidos de Almería, Baza, Guadix, rio Almanzora y sierra de Filabres, al de! segundo el resto del reino.
Mas en tanto que estas medidas se preparaban, desoido el marqués de Mondejar porque su consejo no era el del rigor, ni su opinion la de los ministros del rey, ni acaso la del monarca mismo, y desaprovechada aquella ocasion para haber hecho de los moriscos rendidos lo que mas se hubiera creido convenir, dióse lugar á que estallara una nueva insurreccion, que habia de costar aun mas sangre que la primera, provocada por las correrías, incendios, robos y asesinatos que los soldados hacian en cuadrillas, so pretesto de encontrar moros armados y en actitud de guerra, no siendo ya bastante á tenerlos á raya el marqués, desautorizado por aquellas medidas y reducido á la inaccion. "Los moros, que de aquella. manera provocados se alzaban, recurrieron de nuevo á su rey Aben Humeya, ofreciendo esta vez no rendirse basta morir, y él los alentaba con la esperanza de próximos auxilios del Gran Turco, que su hermano Abdallah habia ido á solicitar". Corrió en esto la voz en Granada de que Aben Humeya trataba con los moros del Albaicin de qué se alzasen, y á una señal suya él acudiría á la ciudad, en cuya conspiracion, verdadera á supuesta, se decía entraban los moriscos presos en la cárcel de chancillería, quo eran mas de ciento, de los mas ricos y acomodados de la poblacion, aunque gente inhábil para la guerra, entre ellos don Antonio y don Francisco Valor, padre y hermano de Aben Humeya. Denunciado este proyecto al presidente Deza, como asimismo que se veian fogatas á la parte de Sierra Nevada, dió órden para que se pusiese en armas la guarnicion ; se repartieron también armas entre los cristianos presos; el atalaya de la torre de la Vela, acaso prevenido, tocó á altas horas de la noche (17 de marzo) la campana de rebato; á esta señal los cristianos armados de la cárcel acometieron á los moriscos, los cuales se defendían valerosamente en sus calabozos; alborotóse la ciudad; entraron los soldados en la cárcel, y comenzaron á degollar los moriscos presos; vendian estos infelices caras sus vidas arrojando á sus matadores piedras y ladrillos que arrancaban de las paredes, vasos, sillas, tablas, y cuanto habian á las manos, pero al cabo de siete horas de desesperada defensa, sucumbieron al número, y fueron degollados todos en número de ciento y diez, á escepcion de don Antonio y don Francisco de Valor, á quienes protegieron sus guardadores. Si todos estos desgraciados habian sido culpables en deseo, solo algunos parece que lo habiae sido en pláticas, pero al presidente que no habia impedido la matanza no se exigió responsabilidad alguna.
La insurreccion de los moriscos de la Alpujarra crecia otra vez de dia en dia; ellos mataban á los capitanes cristianos, y los cristianos incendiaban y talaban los lugares de los moros, sin reparar en que estuvieran ó no reducidos. Urgia ya la presencia de don Juan de Austria para ver si ponia remedio á aquel desórden. Al fin despidióse el jóven príncipe del rey su hermano en Aranjuez (6 de abril, 1569), y partió para Granada en compañía de Luis Quijada que en su infancia le habia criado. El recibimiento que á don Juan se hizo en aquella ciudad fué suntuoso y solemne, y digno de la calidad de su persona. Acabadas las ceremonias, las arengas y los festejos, comenzó á oir á unos y á otros acerca del estado del reino y de los negocios de la guerra, y á tomar las providencias que iremos dando á conocer en otro capítulo.
María Pacheco hija del segundo Marqués de Mondéjar
Don Juan de Austria
Mausoleo de Don Juan en el Panteón de los Infantes del Escorial
Al aparecer en el teatro de la guerra con tan principal papel el nuevo personage que nombramos á la cabeza de este capítulo, y estando destinado á ser en lo de adelante la mas noble y sobresaliente figura del cuadro. histórico de esta época, justo, ademas de forzoso y conveniente, será que demos á conocer los antecedentes de su vida hasta que ha sido elegido para mandar en gefe y dirigir los negocios de la guerra contra los moriscos de Granada, siendo preferido, con ser tan jóven, á tantos y tan antiguos, espertos y acreditados generales como podia haber buscado el rey Felipe II.
Don Juan de Austria, hijo natural del gran Cárlos I. de España y V de Alemania, fruto de sus amorosas intimidades con una jóven de Ratisbona llamada Bárbara Blomberg, despues de algunos años de viudo de la emperatriz Isabel había pasado su infancia en una humilde oscuridad, ignorante y muy ageno de que fuese hijo de tan escelso soberano. Quiso Cárlos V. tener guardado este secreto; ya por un justo respeto á la honra de la joven que habia tenido la flaqueza y la fortuna de ser madre del que despues fué tan insigne príncipe, ya tambien porque creyera rebajarse con la revelacion su dignidad imperial, atendida la modesta alcurnia de la Blomberg: consideracion que no habia tenido respecto á su hija Margarita, habida tambien ilegítimamente, acaso por pertenecer su madre á mas noble familia. Confió, pues, con toda reserva el cuidado y crianza del tierno niño á su mayordomo Luis Quijada, señor de Villagarcla, su mayor confidente y á quien fiaba los mas delicados secretos. Acordaron despues los dos, ó para encubrir mas el caso, ó tal vez al propio tiempo con otros ulteriores fines, traer al niño don Juan á España, donde ya andaba meditando el emperador retirarse. Púsosele primeramente, segun nos informan sus biógrafos é historiadores, en la villa de Leganés, á dos leguas de Madrid, al cuidado de un clérigo y al cargo de otra persona conocida y de la confianza del emperador y de Luis Quijada, donde se criaba haciendo la vida de la aldea, y alternandó en los juegos infantiles con los demas muchachos del pueblo, sin que nadie sospechara su elevado orígen , aunque distinguiéndose entre todos, asi por la mayor decencia de sus vestidos, como por cierto aire y maneras nobles que parece inspira el nacimiento y suelen revelarse en las situaciones mas humildes.
Pero informarlo despues el emperador de que en Leganés ni se tenia con su hijo el cuidado, ni se le daba la educacion conveniente, antes en lo uno y en lo otro se advertia cierto abandono perjudicial, determinó trasladarle á Villagarcla, al lado y bajo la direccion de la esposa de Luis Quijada, doña Magdalena de Ulloa, hermana del marqués de la Mota, señora de mucha discrecion, honestidad y virtud, donde recibiria otra instruccion, otras costumbres y otra educacion mas fina y esmerada. Encargóle mucho su marido que le tratara y cuidara como á hijo propio, pues lo era de persona de mucho lustre, y con quien tenia muy estrecha amistad, no sin que el interés tan grande que por él manifestaba su esposo dejara de inspirar en tal ocasion á aquella señora ciertas sospechas que no andaban lejos de ir mezcladas con celos. Alli permaneció don Juan, dando ya en sus inclinaciones muestra de lo que algun dia habia de ser, y haciéndose querer de todos por su buena índole, su amabilidad y sus escelentes prendas de alma y de cuerpo. Cuando Cárlos V. vino á encerrarse en el monasterio de Yuste, érale presentado muchas veces su hijo en calidad de page de Luis Quijada, gozando mucho en ver la gentileza que ya mostraba, aun no entrado en la pubertad. Tuvo, no obstante, el emperador la suficiente entereza para reprimir ó disimular las afectuosas demostraciones de padre, y continuó guardando el secreto, bien que este no habia dejado de irse trasluciendo, y se hacian ya conjeturas y comentarios sobre el misterioso niño. La voluntad de don Cárlos era que se guardara el incógnito hasta la venida del rey don Felipe, y por su parte se despidió del mundo sin revelarlo sino á muy pocos confidentes.
Para Felipe II no era ya un secreto y asi á poco tiempo de haber venido de Flandes á España (1559) procuró conocer á su hermano natural , haciendo que doña Magdalena de Ulloa le llevara al famoso auto de fé que se celebró y presidió el rey en Valladolid. Alli se hicieron ya con don Juan algunas demostraciones harto significativas, que él sin embargo no comprendió todavía. Mas á pocos dias de esto determinó el rey acabar de levantar el velo que cubria el arcano. Dispuso Felipe ir con su córte al monasterio de la Espina, y ordenó á Luis Quijada fuese á encontrarle alli llevando consigo á don Juan vestido con el trage que ordinariamente usaba. Por precoz que se suponga el juicio del jóven príncipe, y por instruido que fuera por Luis Quijada del papel que aquel dia habia de representar, es imposible quo dejára de sorprenderle y que no le produjera cierto aturdimiento verse recibido tan afectuosamente por el rey, besarle la mano puesto de hinojos Luis Quijada, hacerte homenage los grandes y cortesanos, ceñirle el rey por su mano la espada y colgarlo al cuello el Toison de oro, y por último oir de boca del mismo soberano: "Buen ánimo, niño mio, que sois hijo de un nobilísimo varon, El emperador Cárlos V, que en el cielo vive, es mi padre y el vuestro". Terminada esta dramática metamórforsis, y hecho por los grandes de la córte el correspondiente acatamiento al sobrecogido jóven, como á hijo del emperador y hermano natural del rey, volvieron todos juntos á Valladolid , siendo aquel un dia de gran júbilo para la poblacion, que afluia en masa á su encuentro, ansiosa de reconocer al nuevo príncipe. Púsole el rey casa y servicio, pero mandó darle solamente el titulo de Excelencia, bien que no pudiera evitar que el pueblo por respeto y por costumbre le tratára de Alteza. En las Córtes que á principios del año siguiente (1 560) se celebraron en Toledo para el reconocimiento y jura del príncipe don Cárlos asistió don Juan de Austria en union de toda la familia real con un vestido de terciopelo carmesí, bordado de oro y plata, que no hubiera sido fácil reconocér al antiguo labradorcillo de Leganés. Aun no tenia entonces don Juan los catorce años cumplidos, y para que pudiera prestar juramento y hacer pleito-homenage al principe su sobrino fué menester que alli mismo lo dispensára el rey la falta de edad que para estos casos requieren las leyes del reino.
Cuando Felipe II envió su hijo el príncipe Cárlos á Alcalá (1562) con su primo Alejandro Farnesio, envió tambien á don Juan de Austria, ya para que hiciera buena compañía al príncipe, ya para que él mismo se instruyera con el estudio y cultivo de las letras humanas, en las cuales adelantó cuanto de su edad podía esperarse. Como la intencion del emperador había sido educar á don Juan para el estado eclesiástico, y en esta misma idea estaba Felipe II., solicitó éste de la santidad de pío IV. el capelo de cardenál para su hermano (1574), de que á no dudar lo hubiera investido el papa á no haberse interpuesto en Roma la cuestion de preferencia entre los embajadores de Francia y España. Y fue mejor asi porque el jóven príncipe habia mostrado siempre mas inclinaclon al escudo del guerrero que á la púrpura cardenalicia, y en sus juegos juveniles había descubierto mas aficion á los ruidosos ejercicios bélicos que á las pacíficas ocupaciones del sacerdocio. De ello dió una prueba bien patente, cuando recien vuelto de Alcalá á Madrid sin consultar con el rey su hermano, y estimulado solo del fuego de la juventud y avivado por el deseo de ganar gloria militar, como aquel que sentia hervir en sus venas la sangre de Cárlos V, desde Galapagar, donde iba con su sobrino Cárlos, tomó el camino de Barcelona con dos oficiales de su casa , resuelto á embarcarse en aquel puerto (1663) para concurrir como aventurero, ya que como gefe no le era permitido, á la ruidosa empresa del socorro de Malta que entonces llamaba la atencion de toda la cristiandad.
Las correos y los emisarios que Felipe II despachó, tan luego como supo su determinacion , para que le detuviesen y le hiciesen volver á la córte, no hubieran bastado á impedir su propósito si no hubiera enfermado poco antes de llegar á Zaragoza. Tal era el influjo que don Juan, con ser un mancebo de diez y nueve años, ejercia ya en la nobleza de Castilla, que la noticia de su resolucion excitó á multitud de caballeros nobles á imitarle y seguirle, como avergonzados de permanecer en la córte ó en sus casas mientras él iba á lanzarse á los riesgos del mar y á participar de los peligros de la guerra. Todavía, apenas se sintió un tanto restableciclo de su fiebre, partió resueltamente de Zaragoza, y llegó á Monserrat, y hubiérase embarcado en Barcelona á no haberle alcanzado alli cartas de su hermano, en que le mandaba volver so pena de incurrir en su desgracia y real desagrado. Esta comunicacion fué la que le hizo retroceder, con el sentimiento de renunciar á una empresa en que deseaba darse á conocer y empezar á acreditar que era digno hijo de tan esclarecido padre.
Conocida ya la aptitud de don Juan para grandes negocios y cargos, relevado que fue don Garcia de Toledo del vireinado de Sicilia (1568). encomendó el rey don Felipe á su hermano el mando de las galeras de España, con el titulo de capitan general de la mar, dándole por lugarteniente á don Luis de Requesens, comendador mayor de Castilla. Ahora, con mas razon y seguridad que antes, se determinaron á seguirle espontáneamente muchos grandes y nobles; tal era el atractivo de su persona y la confianza que en su adolescencia inspiraba á todos. Su fin era la primera expedicion marítima que iba á hacer, era limpiar las islas y costas de los corsarios que las infestaban y cirrian para apoderarse de las flotas que venian de indias. Juntos los capitanes y aparejadas las galera; embarcóse en la Real, labrada ex-profeso por mandado de S. M. para Su Excelencia, la cual iba adornada de multitud de cuadros, figuras, y emblemas ó motes alegóricos, alusivos á empresas marítimas y á victorias gloriosas de los tiempos mitológicos y de la historia antigua. Fué un dia de regocijo para Cartagena aquel en que vió salir al mar entre el estruendo de las músicas marciales y de las salvas de artillería á tan gallardo príncipe. Con treinta y tres galeras, que despues distribuyó convenientemente, llevando consigo la mayor parte, corrió aquel año el litoral del Océano y del Mediterráneo, pasando alternativamente de una á otra costa de España y África, hasta Argel, Oran y Mazalquivir, dando siempre caza á los corsarios berberiscos, y acreditando en aquel primer ensayo su capacidad para mayores y mas arduas empresas navales. A su regreso á Barcelona y Madrid (setiembre, 1668), fué recibido con públicas demostraciones de alegría y de cariño, notándose ya cuán simpático era don Juan de Austria á los españoles, y cuánto le habian grangeado ya las voluntades sus personales prendas
A poco de esto ocurrió el levantamiento do los moriscos do la Alpujarra. Ávido de gloria el jóven príncipe, y mal hallado su espíritu con la inaccion y el reposo, pidió al rey su hermano, en memorial de 30 de diciembre (1568), le permitiera ir á pelear con la gente rebelada y ver de reducirla. No creyó conveniente Felipe aceptar por entonces el generoso ofrecimiento de don Juan, acaso porque no le pareciese empresa digna de un príncipe, ó por desconfiar de su prudencia, siendo todavía tan jóven, o por que no pensó que llegara á ser tan voraz el fuego de aquella primera llama. Los sucesos acreditaron que el monarca no había calculado bien es esta ocasion. De otro modo vió ya las cosas, cuando, vencidos y subyugados en la primera campaña los moriscos, se alzaron de nuevo mostrando ser gente indomable, y cuando las rivalidades entre los marqueses de los Velez y Mondejar y de éste con las autoridades de Granada, le persuadieron , así como sus consejeros de Madrid, de la conveniencia de enviar á su mismo hermano á dirigir la segunda guerra que habia comenzado á apuntar y amenazaba envolver nuevamente en sangre el reino granadino. Hízolo así, en los términos que dejamos expuestos en el capitulo precedente, con aplauso general, y en su virtud despidióse don Juan de Austria del rey, y entró, como dijimos, en Granada, donde su gentileza, afabilidad y cortesanía le captaron las voluntades y los corazones como en todas partes.
No habia aun tenido tiempo para descansar del viage cuando se le presentó una diputacion de los principales moriscos de la ciudad, haciendo protestas de fidelidad, y quejándose de las molestias, vejaciones y agravios con que los oprimian los oficiales de la justicia y de la guerra, contra los cuales esperaban su proteccion y amparo, asi como ellos ponian á su disposicion sus vidas, honras y haciendas. Respondióles don Juan, que los que hubiesen sido y fuesen leales á Dios y al rey serian favorecidos, y les serian guardadas sus libertades y franquezas, mas los que de otra manera sé hubieren conducido serian castigados con todo rigor; y en cuanto á los agravios de que se quejaban, diéranle sus memoriales, y los mandaria ver y remediarar si fuesen ciertos.
Congregó luego el Consejo para oir sus informaciones acerca de la guerra y de lo que convendria hacer en lo sucesivo. Encontrados fueron, como era de presumir, los pareceres del marqués de Mondejar y del presidente Deza, como lo habian sido siempre sus ideas y propósitos. El primero, como el mas práctico en la guerra y conocedor del carácter y los recursos de la gente morisca , proponia tres medios : ó proseguir la reducción, que ellos mismos deseaban, y recogerlos todos en las tahas de Verja y Dallas, con lo. cual se haria de ellos sin dificultad lo que se quisiese; ó poner presidios en los lugares convenientes, mantenidos á su costa, lo cual pedian tambien ellos, para que los defendieran de las tropelías de la soldadesca desmandada; ó si se prefería el rigor, él se obligaba con la gente que tenia en Orgiba y con mil infantes y doscientos caballos que te diesen, á ponerlos en términos que se entregasen con las manos atadas. Preguntado el presidente Deza, respondió, que á su parecer lo que convenía eran dos cosas.
A este dictámen se adhirió el duque ele Sessa. Parecífale dificil y peligroso al arzobispo y á Luis Quijada. El licenciado Briviesca de Muñatones, del consejo y cámara de S. M., que llegó aquellos días como agregado al Consejo, se dejó persuadir por el presidente y el licenciado Bohorques, .que era como el consultor de Daza. Viéndose el de Mondejar tan contrariado, y teniendo por seguro que antes se dejarian hacer pedazos los moriscos que abandonar sus casas y haciendas y salir del reino, envió su hijo segundo don Iñigo de Mendoza á consultar con S. M. lo que en medio de tan encontradas opiniones deberla hacerse.
Esto no obstante, don Juan de Austria fué tomando sus disposiciones para emprender la guerra. Procuró restablecer la disciplina de los soldados, que andaba relajada á no poder mas; poner órden en la hacienda y negociar recursos para que las pagas no les faltasen; hacer contribuir con gente y dinero á las provincias de Extremadura y Castilla, y haciendo tres tercios de cuantas tropas pudo reunir, las encomendó á tres capitanes nombrados por él, y señaló á cada uno el punto á que se habia de dirigir, y el puesto que habia de ocupar. Mas en las disputas y consultas del Consejo se habia perdido un tiempo precioso, y mientras cuestionaban los consejeros, los rnoriscos se rehacian y se multiplicaban los rebeldes. El marqués de los Velez , que queria acreditarse para con don Juan de Austria con algun hecho señalado, intentó meter su campo en la Alpujarra y hacer un fuerte en el puerto de la Robaha ; pero él no pudo entrar, y los soldados que comenzaban á construir el fuerte fueron desbaratados por los moros. El reyezuelo Aben Humeya , que habia reunido ya otra vez cinco mil hombres, alentaba á los suyos y alzaba lugares con esperanzas que les daba de un próximo sacorro del Gran Turco. Hacia otro tanto Gerónimo el Melech. Levantáronse los de la sierra de Heniomiz, y no solo sostenian reencuentros diarios, sino que cercaban ya y combatian fortalezas cristianas. Aben Humeya acometia el campo del marqués de los Velez en Verja, y los de la sierra de Bentomiz se fortalecian en el terrible peñon de Frigiliona, al modo del de las Guájras. El comendador de Castilla don Luis de Requesens, que viniendo de Italia con veinte y cuatro galeras cargados de infantería, corrió una tormenta que le llevó al puerto de Palamós , arribó por fin á la playa de Velez , quiso tomar sobre sí la empresa de reducir el peñon de Frigiliana , y juntando su gente en Torrox, comenzó á subir con ella, con mas ímpetu y arrojo que suerte y ventura, por fragosos y ásperos recuestos, desnudos riscos y tajadas peñas, donde ni los pies hallaban en qué estribar ni las manos de qué asirse. De vencida iban ya los veteranos de Italia, cuando acudieron es su ayuda las compañías de Málaga y Velez, que trepando por aquellas lomas casi sin atajo ni vereda , llegaron á los reparos de los enemigos, y arrostrando la muerte que con piedras y saetas les repartían las bárbaros, se apoderaron heróicamente del peñon, y degollaron todos los moros que no habian podido huir, casi despeñándose por la sierra, que otra manera de escapar no tenían. Compróse esta victoria con la sangre de muchos centenares de cristianos, y de los mas intrépidos y valerosos capitanes.
Por otra parte Aben Humeya envió á levantar los lugares del río Almanzora, y amenazaba á Almería. El castillo de Seron que cercaban los moros, tuvo que capitular y rendirse despues de inútiles esfuerzos que para socorrerle habían hecho los hermanos Enriquez y Diego de Mirones, y no obstante la capitulacion fueron pasados á cuchillo todos los cristianos mayores de doce años que en él habia, por órden de Aben Humeya , y cautivadas las mugeres. Asi ardia y se sostenía otra vez la guerra por todos los ángulos de aquel reino, no siendo posible que nosotros demos cuenta, ni hay tampoco para qué, de los ataques, defensas , sorpresas y acometidas recíprocas, y reencuentros diarios de que nos informan los documentos y las historias particulares, todos los cuales costaban vlctimas y pérdidas lastimosas á los de uno y otro campo
La causa de haber llegado esta vez la lucha á tales términos que los cristianos eran ya los que iban llevando la peor parte, fueron sin dada las cuestiones del Consejo, las dilaciones que ocasionaba su viciosa organizacion, y la circunstancia no menos embarazosa de no poder obrar sin consultarlo antes con el rey y tener que aguardar su resolucion. De esta situacion inconveniente y anómala del Consejo de don Juan de Austria da una idea tan exacta como triste la siguiente lacónica y espresiva carta que en aqnella sazon escribió don Diego Hurtado de Mendoza al príncipe de Eboli Ruy Gomez, de Silva: "Ilustrísimo señor (le decía) Verdad en Granada no pasa; el señor don Juan escucha ; el duque bulle; el marqués discurre; Luis Quijada gruñe; Muñatones apaña; mi sobrino allá eslá, y acá no hace falta".„
Llegó al fin la respuesta del rey á la consulta del Consejo, ordenando que todos los moriscos de Granada y sus barrios de la Alcazaba y Albaicin, desde la edad de diez años á la de sesenta, fuesen sacados del reino y llevados á los pueblos limítrofes de Andalucía. En cumplimiento de esta real cédula, don Juan de Austria, con acuerdo del Consejo, mandó que todos los moriscos de la ciudad se recogieran desarmados en las parroquias (23 de junio, 1569). El aparato con que esto se hizo les infundió sospechas de que se trataba de dejollarlos á todos, pero don Juan les dió palabra y seguro real de que no recibirian daño. Al dia siguiente fueron conducidos entre arcabuceros y encerrados en el hospital real y desde allí se los sacó fuera del reino entregándolos por listas y bajo partida de registro á las justicias de los pueblos á que iban destinados. Sobre tres mil quinientos fueron los espulsados aquel dia. «Fué un miserable espectáculo, dice uno de los historiadores que presenciaron el caso y de los que tuvieron parte en su ejecucion, ver tantos hombres de todas edades, las cabezas bajas, las manos cruzadas, y los rostros bañados de lágrimas, con semblante doloroso y triste, viendo que dejaban sus regaladas casas, sus familias, su patria, su naturaleza, sus haciendas y tanto bien como tenian, y aun no sabian cierto lo que se haria de sus cabezas". La mitad murieron en los caminos, los unos de tristeza y de fatiga, los otros robados y maltratados por los mismos conductores. Con la ausencia de los moriscos quedaron destruidos los lujosos baños y los pintorescos cármenes que ellos cultivaban. Los soldados que se habian alojado en sus casas se dieron á robar con mas libertad, so pretesto de faltarles el mantenimiento que antes tenian, y los capitanes no se atrevian á castigar los desórdenes por temor de que se les amotinaran ó desertaran los soldados. Los moriscos de la Vega huyeron á la montaña, llevando consigo su ropa, y dejando escondido lo que no podian llevar. Tales fueron los efectos inmediatos de la espulsion de los moriscos del Albaicin.
Orgulloso Aben Humeya con haberse apoderado de los fuertes del rio Almanzora, atrevióse á enviar un mensagero á don Juan de Austria pidiendo la libertad de su padre y hermano que tenia presos en Granada , y ofreciendo dar por rescate ochenta cautivos cristianos, y mas si fuere menester, aunque estuviesen en poder del Gran Turco. Leida la carta en consejo, se acordó no responderle, sino hacer que le escribiese su padre informándole de que era bien tratado, y aconsejándole como padre que se apartase del mal camino que seguia. En peores manos todavía cayó otra carta que Aben Humeya dirigió al alcaide de Guejar sobre el mismo asunto, puesto que faltándole el alcaide á la lealtad y al secreto, y haciéndole sospechoso á los moros, comenzaron los que de él estaban mas ofendidos á tratar cómo deshacerse de quien vociferaban ya que trabajaba en su daño.
A peticion del marqués de los Velez se reforzó su campo con la gente que de Italia habia traido el comendador mayor de Castilla; con lo cual, y con órden que recibió de que pasase á allanar la Alpujarra, desbarató á los moros que le salieron al camino, y prosiguiendo hasta Valor, donde se hallaba Aben Humeya, le derrotó tambien, animándose con esto no poco los cristianos (julio, 1569). En cambio llegó á poco tiempo á Aben Humeya (agosto) un socorro de moros argelinos que á instancia de Fernando el Habaqui le envió el virey Uluch Alí , al mando del turco Husseyn, con otros refuerzos de gente , armas y municiones que en unas fustas le vinieron de Tetuan. La victoria del marqués de los Velez fué mas murmurada y criticada que celebrada y aplaudida por los del Consejo, y en vez de ensalzarle le hacían cargos por lo poco que había hecho con tanta gente como se le había dado y por los muchos bastimentos que sin necesidad habia consumido. Quejábase él por su parte del marqués de Mondejar, del duque de Sessa y de Luis Quijada, diciendo que todos tres eran sus émulos y enemigos, Añadiendo que por causa suya habían estado sus soldados espuestos á perecer de hambre, y que por su culpa le abandonaban cada dia. Estas nuevas disensiones movieron al rey á llamar á la córte al marqués de Mondejar (setiembre), con el fin ostensible de que le informara bien de todo; pero en realidad, segun se vió despues, con el de apartarle del campo de la guerra , puesto que le llevó consigo á Córdoba donde iba á celebrar córtes, y despues le nombró virey de Valencia, y mas adelante de Nápoles, y no volvió ya mas al reino de Granada el marqués.
La verdadera razon de esto para nosotros, era que asi los del Consejo de Granada como el rey mismo, estaban por mas rigor con los moriscos que el que habia entrado siempre en el sistema del marqués de Mondejar, y le miraban por tanto como un obstáculo.
Hácemos juzgar asi las provisiones que en el mes siguiente expidió la magestad de Felipe II. (octubre), mandando en la una que se acabaran de sacar los moriscos que habian quedado en Granada, y ordenando en la otra que se publicase la guerra á sangre y fuego. Todo esto se pregonó por bando general (19 de octubre, 1569) en Granada y en toda Andalucía.
Pero A este tiempo ocurrió en el campo de los moriscos una novedad de la mayor importancia. Indicamos ya que desde las cartas, de Aben Humeya á don Juan de Austria y al alcalde de Guéjar andaban los enemigos resentidos de aquél, proyectando y meditando su muerte. Contaban principalmente entre ellos un vecino de Albacete de Ujijar nombrado Diego Alguacil, que no perdonaba á Aben Humeya el haberse llevado y traer consigo una prima suya , viuda , con quien aquél vivia amancebado. La misma jóven morisca, que en secreto seguia comunicándose con el Diego Alguacil, fué el instrumento de una traicion que este urdió, y en que logró hacer entrar á Diego Lopez Aben Abóo y al caudillo de los turcos Husseyn, fingiendo una carta de Aben Humeya en que suplantó su firma su mismo secretario Diego de Arcos. Cuando todo estuvo preparado y dispuesto, y hallándose Aben Humeya en Laujar, sorprendiéronle. una noche en la casa en que se albergaba , y menos feliz que cuando trató de sorprenderle el marqués de Mondejar, cayó en manos de Aben Abóo y de Diego Alguacil. En vano el rey de los moriscos se esforzó por justificar que la carta que le presentaron y sobre que aquellos fundaban su prision no era suyá sino fingida. Su muerte estaba resuelta, y aquella misma noche poco antes de amanecer le echaron un cordel á la garganta, y le estrangularon tirando Aben Abóo de una punta y Diego Algualcil de la otra. Asi acabó el desventurado Fernando de Valor, Aben Humeya, titulado rey de Granada y de Andalucía. Dióse el mando do la guerra y el gobierno del reino á Diego Lopez Aben Abóo por tres meses hasta que le confirrnara el título el virey de Argel. Cuando lo llegaron los despachos de éste, se intituló Muley Abdallah Aben Abóo, rey de los Andaluces, y puso en su estandarte un lema que decia: «No pude desear mas ní contentarme con menos.» Nombró el nuevo rey general de los rios de Almería, Alboladuey y Almanzora, de las sierras de Baza y Filabres y marquesado de Cenete á Gerónimo el Malech, y puso las tierras de Sierra Nevada, Velez, la Alpujarra y Vega de Granada á cargo del alcaide cíe Gaéjar, el Xoaybi, despachando al turco Hasseyn con presentes para Argel y Constantinopla, pidiendo socorros de gente, armas y municiones.
Continuaba la guerra con Aben Abóo, el Malech y el Xoaybi lo mismo que antes con Aben Humeya, dando harto que hacer al duque de Sessa y al marqués de los Velez, al uno por la Alpujarra, al otro por el rio Almanzora, cercando fortalezas y defendiéndolas, sin que de las disensiones de los moriscos y del cambio de rey supieran sacar ventaja alguna los cristianos: antes bien aquellos poseian los fuertes de Seron, Tíjola, Purchena, Tahalí, Jergal, Cantoria, Galera y otros, y acaudillaban ya masas de cinco y diez mil hombres (octubre , noviembre y diciembre, 1569). De haber tomado tanto cuerpo la guerra tenia mucha culpa la dilacion en las resoluciones del Consejo de Granada, y el haber de esperar la aprobacion de S. M.
Quiso ya don Juan de Austria salir de aquella inaccion en que le tenia el rey hacia ocho meses, tan opuesta á su grande ánimo y á su genio belicoso, y representó enérgicamente á S. M. cuán flojamente se hacia la guerra, el peligro de que se propagase la rebelion á los reinos de Valencia y Murcia, y su deseo de salir de Granada y de acabar la guerra en persona. Movido de sus razones el rey su hermano, ordenó que se formasen dos ejércitos, uno á la parte del rio Almanzora, al mando de don Juan de Austria, que reemplazaría allí al marqués de los Velez, otro con destino á la Alpujarra, á cargo del duque de Sessa. Hiciéronse grandes provisiones, se recogieron bastimentos, se encargó á las ciudades que rehicieran sus compañías, y se mandó al comendador mayor de Castilla que trajera artillería y municiones de Cartagena. Con la noticia de que don Juan de Austria iba á salir á campaña acudieron muchos caballeros y particulares que hasta entonces no se habían movido; y la nueva del nombramiento de don Juan llenó de regocijo y de esperanzas á toda la gente de guerra.
Antes de emprender el jóven príncipe la campaña , y á fin de no dejar á la espalda y cerca de la ciudad enemigos que pudieran incomodarle, acordó arrojarlos de la madriguera que tenian en Guéjar, pueblo grande situado en el seno de una sierra fragosa, de donde nacen las principales fuentes del Genil. Salió pues don Juan de Granada, ejecutó felizmente esta difícil operacion , y echados los moros de aquella ladronera, dejando la conveniente guarnicion para la seguridad de Granada y su vega, partió otra vez el jóven guerrero (29 de diciembre) la vía de Guadix y Baza, en cuyo último punto le esperaba el comendador Requesens con la artillería de Cartagena.
Prosiguió á Huéscar, donde se le presentó el marqués de los Velez á quien iba á reemplazar. En medio de la cortesanía con que el marqués se acercó á saludarle y besarle la mano, no podía disimular el sentimiento de verse sustituido como poco á propósito para dar cabo á aquella empresa. Asi que, despues de informar brevemente á don Juan de Austria del estado de la guerra por aquella parte, sin apearse del caballo se despidió de todos y se retiró lleno de resentimiento y de pena á su villa de Velez el Blanco.
Acrecentado el campo de don Juan hasta doce mil hombres, procedió á cercar el fuerte de Galera que tenían los enemigos, y. que el marqués do los Velez en mucho tiempo no habia sido poderoso á rendir. Colocó pues baterías, hizo minas, dió repetidos asaltos, y ejecutó todas las operaciones que suele necesitar el asedio formal de una plaza fuerte. Los moros, y aun las moras y los muchachos, la defendieron con una tenacidad heróica y bárbara. En algunos asaltos murió mucha gente principal del campo cristiano, y asusta la larga nómina de capitanes y alféreces muertos y heridos que nos trasmitieron los testigos de vista. «Yo hundiré á Galera, esclamó un día don Juan de Austria irritado con el espectáculo de tantas víctimas, y la asolaré y sembraré toda de sal; y por el filo de la espada pasarán chicos y grandes, cuantos están dentro, en castigo de su pertinacia y en venganza de la sangre que han derramado. » Estas palabras, pronunciadas. con fuego, volvieron el ánimo á los soldados: él hizo jugar á un tiempo todas las piezas de batir; mandó volar las minas, que arrojaron al aire casas y peñascos, y conmovieron todo el cerro sobre que se asentaban la poblacion y el castillo; ordenó el asalto general, y penetrando los soldados por las calles como bravos leones, con órden que llevaban de don Juan de no perdonar á nadie la vida, fueron ganándolos palmo á palmo y sembrándolas de cadáveres. Los que se habian recogido á la última placeta del castillo fueron todos acuchillados: dos mil cuatrocientos hombres de pelea fueron pasados á cuchillo aquel dia (10 de febrero, 1570), además de cuatrocientas mugeres y niños. Don Juan cumplió su amenaza; la villa fué asolada y sembrada de sal: el que recibió la órden de ejecutar este ejemplar castigo fué el mismo historiador que nos lo cuenta. La nueva de este triunfo alcanzó al rey camino de Córdoba , donde iba á celebrar córtes.
Mas no por eso dejó de esperimentar pronto el de Austria los azares de la guerra. A los pocos días, y después de marchar por entro nieves, pantanos y barrizales, dispuso desde Baza hacer un reconocimiento á la fortaleza dé Seron. Los soldados imprudentes penetraron antes de tiempo en la villa, y entretenidos y ciegos en saquear las casas y en cautivar mugeres, dieron lugar á que bajáran de aquellos cerros en socorro de los del castillo hasta seis mil moros acaudillados por el Malech, el Habaqui y otros de sus mejores capitanes. En el aturdimiento y desorden que se apoderó de los cristianos , fueron acuchillados mas de seiscientos, aparte de los que murieron quemados en las casas y en las iglesias, no siendo parte á remediarlo los mas animosos caudillos ni los esfuerzos del mismo don Juan de Austria. Allí fue herido en un muslo el capitan don Lope de Figueroa; una bala de escopeta le entró en el brazo á Luis Quijada que andaba recogiendo la gente, y otra dió en la celada de don Juan de Austria, que por ser aquella fuerte preservo la vida del valeroso jóven (19 de febrero, 1570). En Canilles, donde se retiraron , murió de la herida el noble caballero Luis Quijada, el antiguo confidente y mayordomo del emperador Cárlos V, el ayo y como el segundo padre de don Juan de Austria; y concíbese bien la gran pesadumbre que el príncipe tendria con la muerte del que le habia criado y acompañado desde la niñez. Despachose correo á las ciudades de Ubeda, Baeza y Jaen, para que dos mil infantes de Castilla que habian de pasar por allí fuesen al campo de don Juan, y se escribió al duque de Sessa que enviara cuanta gente pudiese, y entrara cuanto antes en la Alpujarra para llamar y entretener por alli la atencion de los moriscos.
Rehecho el campo de don Juan, volvió de nueva y con mas ánimo sobre Seron, ansioso de vengar la pasada derrota. Esta vez, viéndole los enemigos ir tan en órden, no tuvieron valor para esperarle, y ellos mismos incendiaron la poblacion y el castillo, subiéndose á la sierra, donde en número de siete mil hombres sostuvieron algunas refriegas con los escuadrones de Tello de Aguilar y de don García de Manrique. Dejando algun presidio en Seron, pasó don Juan. de Austria á combatir á Tíjola, de donde salieron los enemigos de noche á las calladas huyendo á los montes por las cañadas y desfiladeros. Solo se hallaron unas cuatrocientas mugeres y niños, y se ganó bastante despojo del que los moros habían guardado allí como en lugar fuerte (marzo, 1570). Destruida y asolada tambien aquella villa, vióse con sorpresa de los que ignoraban el secreto, que las fortalezas de Purcbena, Cántoria, Tahalí y otras que tenian los moriscos se iban encontrando abandonadas, y ocupábanlas sin dificultad los cristianos y dejaban en ellas guarniciones (abril).
Decimos el secreto, porque le habia en verdad, aunque no para don Juan y sus principales capitanes, en esta estraña conducta de los moros, antes tan pertinaces en la defensa de sus plazas. Y era que con motivo de haber sido en otro tiempo amigo el capitan Francisco de Molina de Fernando el Habaqui que acaudillaba los moros de aquellas tierras, obtenida la venia de don Juan de Austria, habla escrito aquél al general moro diciéndole que holgaría mucho se vieses para tratar algunas cosas convenientes é interesantes á los dos campos. Comprendió el moro, que no era torpe de entendimiento, el significado de la misiva, accedió á lo de las vistas, que concertaron con las debidas precauciones por ambas partes, y se vieron y comieron juntos. Mientras comían y bebían los turcos de la escolta de Habaqui, tuvo ocasion el Molina de hablarle aparte, y recordándole su antiguo afecto y amistad lo manifestó que el objeto de haber dado aquel paso era aconsejarle á fuer de antiguo amigo que volviera al servicio del rey y procurara la reduccion de los suyos, puesto que era una temeridad resistir á un monarca tan poderoso, y que él le prometia y aseguraba que seria bien recibido y tratado por S. M. así como los que con él se pusiesen llanamente en sus manos: que para llegar á este término deberia aconsejar á los moros dejasen las fortalezas del río Almanzora como insostenibles y se recogiesen á la Alpujarra, donde despues podria mejor persuadirles la reduccion. Respondió el Habaqui, á quien no habla desagradado la propuesta, que en cuanto á las fortalezas él obraria de modo que S. M. entendiese el servicio que le hacia, y en cuanto á lo demas se veria con Aben Abóo y sus. amigos y deudos, y avisaría lo que se determinára. El moro habia cumplido su palabra en la primera parte, y este era el secreto de hallar los cristianos las fortalezas abandonadas.
Puesto el negocio de la reduccion en este camino, y autorizado don Juan de Austria por el rey para que admitiese á los que llanamente y sin condiciones se presentaran, publicó un bando cuyos principales capítulos eran los siguientes:
De este bando se circularon traslados por todo el reino.
Las negociaciones que produjeron este edicto no habian sido aisladas; al contrario, eran continuacion de las que se habian entablado del campo del duque de Sessa, lo cual nos conduce á dar razon de lo que éste habia hecho por la parte de la Alpujarra.
Menos activo y diligente el duque de Sesa que don Juan de Austria habia tardado en salir de Granada cerca de dos meses (24 de febrero de 1570), y detenídose en el de Padul mas de lo que conviniera á fin de engrosar su ejército y reunir las mas provisiones que pudiese: por su parte el nuevo rey de los moriscos Muley Abdallah Aben Abóo habia escrito al mufti de Constantinopla y al secretario del rey de Argel, representándoles la triste situacion en que se veian los desgraciados musulmanes de su reino, acometidos por dos fuertes ejércitos cristianos, y reclamaba de ellos con urgencia los auxilios que habian ofrecido á sus hermanos de España. La reclamacion de Aben Abóo, como las anteriores de Aben Humeya, no produjo sino buenas palabras asi del turco como del argelino. La guerra por la parte de la Alpujarra y por la costa y la ajarquia de Málaga no se hacia con el vigor que por el rio Almanzora, por donde andaba don Juan de Austria. Y bien fuese por convencimiento, bien, como algun autor indica, porque se trataba ya de la liga de los príncipes cristianos contra el Gran turco y se deseaba terminar la guerra de los moriscos para poner á don Juan de Austria al frente de la armada de la confederacion, ello es que se recurrió al sistema de reduccion que tanto se habia criticado en el marqués de Mondejar.
A este fin se pusieron en juego las relaciones que algunos principales caudillos cristianos habian tenido antes con los capitanes moriscos, y en especial las de clon Alfonso de Granada Venegas y don Fernando de Barradas con el Habaquí, el general de los moriscos en la parte de Almería. Escribiéronle al efecto , y le hallaron dispuesto á entrar can tratos de reduccion. Por eso le fué mas fácil al capitan Francisco de Molina , de quien antes hablamos, conferenciar con el Habaquí y acordar con él lo que arriba dejamos referido. Encargóse tambien al licenciado Castillo, que poseia bien el idioma arábigo, escribiese una larga carta en aquella lengua, figurando ser de algun alfaquí que se condolia de los trabajos y de la perdicion que esperaba á sus hermanos los moriscos, y les persuadia con abundancia de razones á que volvieran á la obediencia del rey de los cristianos, si querian evitar su total y completa ruina. Un espía llevó ejemplares de esta especie de proclama por los lugares de la Alpujarra, y los iba dejando donde pudieran ser hallados y leidos.
Pero al mismo tiempo se mandó por el rey y se encomendó al presidente Deza de Granada la ejecucion de otra medida que no sin razon se miraba como muy peligrosa, y que con no poca fortuna se llevó á cabo sin empeorar el estado de la guerra y de las negociaciones para la reduccion, á saber, la de sacar del reino é internar en los .pueblos de Andalucía y de Castilla á todos los moros de paz, esto es, á aquellos moriscos que no se habian alzado y permanecían en sus casas obedeciendo al rey. El lector juzgará de la justicia de tan dura determinacion en premio de la conducta de aquellos desgraciados, bien que se alegara para ella que daban avisos á los rebeldes, y que se hacía por su bien y seguridad. Hízose, pues, con los moros de paz (cuya sola denominacion parecía debiera servirles de salvaguardia) de la Vega, de la Alpujarra, de Ronda, de las sierras y rios de Almería, lo mismo que antes se habia hecho con los de Granada; y con sus familias y sus bienes muebles fueron arrancados de sus hogares, y trasladados al interior de Castilla.
Sin perjuicio de los tratos de reduccion, proseguian la guerra con éxito vario, don Juan de Austria por Terque, el río Almería y los Padules de Andarax; el duque de Sessa por UjIjar , Adra, Castil. de Ferro y Verja (abril, 1570), no sin que aquellos influyeran en el ánimo del soldado, de manera que al duque se la desertaban cada día, y á tal punto, que de los diez mil hombres que tenia en la Alpujarra solo vinieron á quedarle cuatro mil. Y como luego le escribiese don Juan que tenia necesidad de verle para tratar algunas cosas importantes al servicio del rey, juntáronse los dos generales cristianos , primeramente en el cortijo de Leandro, y despues en los Padules, andando de allí adelante el duque de Sessa incorporado á don Juan de Austria. Tampoco cesaron; los tratos sobre la reduccion; antes bien don Alonso de Granada Venegas lo propuso por escrito al mismo Aben Abóo, el cual en respuesta á su carta, despues de esponer con no poca valentía que la culpa del alzamiento y de los males que se habían seguido no la tenían ni él ni los suyos, sino los agravios intolerables que los cristianos les babian hecho, concluía con decirle que se viese con el Habaquí, que era á quien tenia dada comision para aquellos negocios. En su virtud, acordaron reunirse los principales caudillos de ambas partes, con las seguridades convenientes, en el Fondon de Andarax.
Reunidos en efecto en el Fondon el Habaqul con sus principales capitanes y los comisarios de don Juan de Austria (13 de mayo, 1570), espuso en tono arrogante el Habaqul que no era posible guardar las pragmáticas reales ni tolerar las injusticias que los habian provocado á la rebelion; que no se habla cumplido en ellos nada de lo que se les ofreció cuando se redujeron al marqués de Mondejar; que si con los moros de paz se hacia la injusticia de llevarlos á Castilla, habiendo sido leales, ¿qué podian esperar los rebeldes? Finalmente que don Juan de Austria nombrára personas de quienes pudieran fiarse que amparáran á los que fueran á reducirse, y que los aseguráran de no recibir daño; que volvieran los internados de Castilla Y se les permitiera rescatar sus mugeres é hijos; que se los dejára vivir en el reino de Granada; qué se les guardaran las antiguas provisiones; que hubiera un perdon general ; que bajo estas condiciones ellos se someterian todos y entregarían los cristianos cautivos que tenian en su poder. Enviada esta relacion á don Juan de Austria , y congregado el consejo, se acordó responder: que ante todo trajesen poder de Aben Abóo, en cuyo nombre se habian de rendir, y con él presentasen un memorial de súplica, pidiendo solamente lo que sabian se les habria de otorgar. Para mas abreviar el negocio sé encargó la redaccion del memorial al secretario mismo de don Juan de Austria, Juan de Soto, y llevado al Habaquí, dió éste su conformidad, y prometió volver antes de ocho dias con los poderes de Aben Abóo.
El Habaquí cumplió fielmente su palabra, y el 19 (mayo) estaba ya otra vez en el Fondon de Andarax. Poco faltó para que la imprudencia de un capitan de caballos del duque de Sena, llamado Pedro de Castro, diera al traste con la negociacion, con una insultante carta que dirigió al Habaquí , y que irritó sobremanera á todos los caudillos moros. Aplacados al fin, aunque con mucho trabajo, por los esfuerzos de los comisionados de don Juan de Austria, se concluyó el negocio de esta manera: Que el Habaqui, á nombre de Aben Abóo y de todos los capitanes moriscos se echaria á los pies de don Juan de Austria, rindiendo las armas y bandera y pidiéndole perdon; y que su Alteza (que asi le trataban á don Juan) los recibiria en nombre de S. M. y les daria seguro para que no fuesen molestados ni robados,. y se les permitiria vivir con sus mugeres é hijos en el reino, escepto en la Alpujarra. Hecho este concierto, pasaron á los Padules, donde los esperaba don Juan en su tienda , rodeado de sus consejeros y capitanes. Llegó el Habaquí, se apeó de su caballo, y echóse á sus pies diciendo : «Otórguenos V. A. á nombre de S. M. perdon de nuestras culpas, que conocemos haber sido graves:» y quitándose la damasquina, se la dio á la mano, y dijo: «Estas armas y bandera rindo á S. M. en nombre de Aben Abóo y de todos los alzados cuyos poderes tengo -Levantáos, le respondió don Juan de Austria con macha dignidad, y tornad esa arma, y guardadla para servir con ella á S. M.»-Concluida esta solemne ceremonia con gran regocijo de todos, tratáronse algunos puntos concernientes al total arreglo de los negocios, y á 22 de mayo partió el Habaquí para la AIpujarra á dar cuenta de todo á Aben Abóo.
Con esto y con haber vuelto el Habaquí (25 de mayo) á Codbaa do Andarax (donde se habia trasladado don Juan de Austria) con el consentimiento de Aben Abóo y de todos los capitanes y soldados moriscos; con haber señalado don Juan los caudillos que en cada distrito ó taha habian de recoger los que fuesen á entregarse, permitiéndoles vivir en los lugares llanos que ellos eligiesen , con tal que no fuese en la sierra; con haber embarcado el Habaquí para África los berberiscos y turcos auxiliares, y con las entradas y correrías que los capitanes cristianos hacían en diferentes partes del reino en busca y como á caza de los pocos que rehusaban acudir á reducirse, parecía que hubiera podido darse por concluida de todo punto la rebelion. Mas no fue así todavía. En primer lugar, el empeño del rey y del Consejo de despoblar el reino granadino de todos los moros de paz, ó sea de los no alzados, inclusos los de Ronda, produjo en los moriscos de aquella serranía un levantamiento y una guerra no menos feroz ni menos sangrienta que la de la Alpujarra, que entretuvo y consumió las fuerzas de don Antonio de Luna , de Arévalo de Zuazo , y posteriormente del duque de Arcos, á quien el rey encomendó la reduccion de aquellos serranos, gente de antiguo valerosa, feroz y bravía; guerra que acabó diseminándose por los altos de la sierra los pocos moriscos que pudieron escapar de la persecucion.
Por otra parte el reyezuelo Aben Abóo, ó alentado con un refuerzo de turcos y moros que á tal tiempo llegó en unas fustas berberiscas, ó envidioso de el Habaquí por haber éste concluido el negocio de la paz, y quejoso do las pocas ventajas que le parecia haber procurado para su persona, ó por hacérsele duro renunciar al nombre y titulo de rey, comenzó á mostrarse arrepentido de lo capitulado, y so pretesto de que el Habaquí le había faltado á la lealtad y atendido poco al bien público, mudó de parecer y rehusó la sumision. Noticioso de ello el Habaquí, ofreció á don Juan de Austria y al Consejo que él le haria cumplir lo prometido, á le traería atado á su campo. Con este propósito partió con alguna gente en busca del que acababa de ser su rey; mas como éste supiese su intento, se apresuró á enviar contra él los moros de su guardia y los turcos que de nuevo le habían venido. sorprendiéronle en el lugar de Bérchul; pudo el Habaqui huir de la casa en que le cercaron, pero encontráronle luego y le cogieron entre unas peñas; Ileváronsele á Aben Abóo, el cual le hizo ahogar secretamente y te enterró en un muladar, donde estuvo mas de treinta días sin que se supiese su muerte. Tal fué el desgraciddo fin del negociador de la paz de los moriscos. -
Con tanta serenidad como abominable doblez y falsía, escribió despues de esto Aben Abóo á don Fernando de Barradas y á don Alonso dé. Granada Venegas, invitándolos á que fuesen á concluir con él, como con un amigo y hermano la obra de la paz. Y como le preguntasen qué había hecho de el Habaquí, les respondió que le tenia preso por algunos días, como á hombre que los había engañado á todos, que á él le había encubierto la verdad, y que no había hecho sino para al y pura sus parientes y amigos ; pero que consolaran sus hijos, y dijeran que estaba bueno, y que les daba su palabra de no tratarle mal y de soltarle de alli á pocos dias. Esto escribia el falaz moro cuando ya le tenia enterrado. Y al propio tiempo escribia tambien á los alcaides turcos de Argel, dándoles cuenta del suceso, y de haber preso y degollado al Habaquí por traidor que habia vendido los moriscos del reino á los cristianos, y les rogaba le enviáran con urgencia socorros.
Para cerciorarse de las intenciones de Aben Abóo y de lo que significaban sus misteriosas cartas, dispuso don Juan de Austria despachar á Hernan Valle de Palacios (30 de julio) para que se viese con Aben Abóo y tratara con él. Recibióle el moro aparentando cierta arrogante dignidad, sin levantarse de un estrado en que se sentaba, rodeado de mugerzuelas que le entretenian tocando la zambra. Despues de haber oido las razones con que el Palacios te exhortaba á someterse, le respondió: «Que Dios y el mundo sabian que los turcos y moros lo habían elegido rey sin pretenderlo; que no se opondria á que se redujesen los que quisieran, pero que tuviera entendido don Juan de Austria que él habria de ser el último; que aun cuando quedase solo en la Alpujarra no se daria nunca á merced; que si la necesidad le apretase, se meteria en una cueva que tenia provista de agua y bastimentos para seis años, en cuyo tiempo no le faltaria una barca en que pasar á Berbería. Con esta respuesta del contumaz y soberbio moro volvió el mensagero á don Juan de Austria, en ocasion que el rey, viendo la lentitud que habia en la reduccion, habia mandado que se formaran otra vez dos campos y se hiciera de nuevo la guerra, entrando con uno el comendador de Castilla en la Alpujarra, don Juan de Austria y el duque de Sessa con el otro por la parte de Guadix, los cuales se habian de ir á encontrar en medio de las sierras.
Todavía el artificioso moro intentó engañar á don Juan de Austria, que ya se hallaba en Guadix, con una carta que escribió á Juan Perez de Mescua (agosto) para que la presentara al príncipe, ofreciendo reducirse por intervencion suya, y convidándole á que se viese con él en Lanteyra para tratar de las paces. Pero descubierta por otra carta la falsia del astuto moro, se prosiguió en los preparativos para la nueva guerra con resolucion de emplear el mayor rigor contra los rebeldes pertinaces. Reunió pues el comendador mayor Requesens en Granada cuantas milicias, bagajes, vituallas y municiones pudo; partiá para la Alpujarra (setiembre, 1570), distribuyó sus tropas, y ordenó una batida general. Hacíase la guerra á sangre y fuego; destruíanse los mijos, los panizos y todos los sembrados de los moros; degollábase á los hombres que se encontraban, y se cautivaba á las mugeres, que se repartian entre los capitanes y soldados. Tenian los moros el pais horadado de cuevas ocultas entre las brechas y riscos, donde ellos se escondian. En estas cuevas eran oteados por las cuadrillas del comendador y cazados como alimañas en sus madrigueras. Cuando á fuerza de armas no podian rendirlos, arrojaban por la boca cantidad de haces de leña, encendidos, para que ó el fuego los abrasára , ó los sofocára el humo. Asi murieron muchos centenares de hombres, mugeres y niños (setiembre y octubre). Millares de moriscas, de viejos y de muchachos fueron cautivados en estas correrías; los soldados los vendian y se aprovechaban de su precio. De los moros que se cogian, los unos eran ahorcados, los otros, por ser ya tantos en número, sufrian la suerte de cautivos, y se vendian en los mercados, siendo su producto para los aprehensores. Y al mismo tiempo el comendador hacia construir multitud de fuertes para asegurar la tierra.
En esto el rey Felipe II. habia dado ya órden á don Juan de Austria (28 de octubre), al preridente de Granada don Pedro de Deza, y al duque de Arcos que habia sometido á los sublevados de Ronda, para que, cada cual por su parte con toda la brevedad y diligencia posible, sacaran del reino de Granada é internáran en Castilla todos los moriscos, así los de paz como los nuevamente reducidos. Esta era su segunda órden, y su última resolucion sobre la materia. En su virtud y con acuerdo del Consejo, dió don Juan de Austria las disposiciones oportunas para su ejecucion , mandó que se tomasen todos los pasos de las sierras, y ordenó que en un dia dado, el 1 de noviembre, todos los moros del reino hubieran de estar recogidos en las iglesias de los lugares señalados, para llevarlos de allí en escuadras de á mil quinientos y con su escolta correspondiente á la puntos á que se los destinaba. Asi se ejecutó, con órden y sin dificultad en algunas partes, con excesos y desórdenes en otras, con muertes y asesinatos en algunas, dando lugar en ciertos distritos los desmanes de los soldados y su codicia y maltratamientos á que no pocos se fugáran á lo mas áspero de las breñas ó huyeran á Berbería. Los que se internaban eran entregados por listas nominales á los alcaldes de los pueblos en que habian de residir. De esta manera quedó despoblado de moriscos el reino de Granada, despues de haber costado dos campanas. sangrientas el subyugarlos y vencerlos.
Hecho esto, y esto y dejando guarnecidos los fuertes de la Alpujarra, volvióse el comendador mayor á Granada, y lo mismo hizo don Juan de Austria desde Guadix con el duque de Sessa, siendo recibidos con las mayores demostraciones de júbilo por los tribunales, corporaciones y pueblo. Alli licenciaron y despidieron la gente de guerra de las ciudades, y. ordenado lo conveniente para el reemplazo de los presidios durante el invierno y el de las cuadrillas que habian de perseguir á Aben Abóo y otros rebeldes, partió don Juan de Austria de la ciudad de Granada para la corte de S. M. (30 de noviembre). Siguióle á poco tiempo el comendador mayor de Castilla don Luis de Requeseas, mientras don Fernando Hurtado de Mendoza y el duque de Arcos acababan de esterminar los moriscos dispersos de Ronda y de lo Alpujarra.
Réstanos dar cuenta del fin que tuvo el reyezuelo de montaña Aben Abóo, que todavía andaba por lo mas ágrio de la sierra con cuatrocientos hombres que le habian quedado, guareciéndose ya en una ya en otra cueva entre Bérchul y Trevélez. Las personas de quienes mas confianza hacia eran su secretario Bernardino Abu Amer, y un famoso monfi llamado Gonzalo el Xeniz, y estos fueron precisamente los autores de su trágico fin, instigados por un platero, vecino de Granada, nombrado Francisco Barredo. Habia el platero comunicado su plan al duque de Arcos y al presidente y Consejo de Granada y logrado que le ayudasen en él. Mas como el moro que llevaba una carta del presidente para Gonzalo el Xeniz cayera en poder de los secuaces de Aben Abóo, por salvar la vida entregó á éste la carta en que se revelaba el proyecto. Tomó entonces Aben Abóo una cuadrilla de sus escopeteros, y con ellos partió á media noche á sorprender al Xeniz que se hallaba en la cueva de Huzúm, entre Bérchul y Mecina de Bombarón. Entró en ella con solos dos hombres; enseñó los despachos al Xeniz; mostróse éste indignado, diciendo que todo era calumnia y traicion ; y cuando Aben Abóo salia á llamar á Abu Amer y á los suyos, detuviéronle á la puerta de la cueva seis hombres del Xeniz; llegó éste entonces por detrás, y con la escopeta le dió en la cabeza tan fuerte golpe que le derribó al suelo, y alli le acabaron de matar. Dispersáronse con esto los escopeteros de Aben Abóo, y los mas se agregaron después al Xeniz para gozar del indulto que á él le habia sido ofrecido (marzo, 1571).
Dispúsose conducir á Granada el cadáver del desdichado Aben Abóo, y para evitar la putrefaccion se le abrió y rellenó de sal. Entablillado después por de bajo del vestido y colocado derecho y como á caballo sobre una acémila; en términos que semejaba estar vivo, fué llevado á la ciudad, yendo á su derecba el platero Barredo, á su izquierda el Xeniz con la escopeta y el alfange de Aben Abóo : detrás los moros reducidos con su ropa y bagages, y á sus lados las cuadrillas de gente de guerra de aquellos presidios. Entraron por la ciudad haciendo salvas con sus arcabuces; el pueblo saludó con júbilo aquella procesión burlesca; el Xeniz hizo su acatamiento al duque y al presidente entregándoles las armas de Aben Abáo, y el cuerpo de este desgraciado fué arrastrado por las calles, descuartizado despues, y colocada la cabeza en una jaula de hierro fué puesta sobre el arco de la puerta del Rastro que da salida al camino de las AIpujarras. (Esta puerta estaba colocada en la entrada de la Calle Mesones, pegando a Puerta Real como se indica en el mapa de Abrosio de Vico de 1613 donde la puerta está indicada con el número 54)
La tierra se fué poblando de cristianos , el principio con alguna dificultad , pero despues con el aliciente de las haciendas que el rey mandó distribuir y de los privilegios y franquicias que otorgó á los nuevos pobladores, ya no faltaban cristianos que apetecieran ir á morar en el territorio morisco.
Asi acabó la tierra de los moriscos de Granada, últimos restos de la dominacion sarracena en aquel reino: guerra sangrienta y feroz, en que musulmanes y cristianos, todos cometian escesos y ejecutaban crueldades horribles, todos hicieron acciones de valor heróico: guerra desigual entre un pueblo de montaña, reducido al recinto estrecho de una provincia española, y el poder de un soberano que dominaba la mitad del mundo: guerra en que los esfuerzos individuales y los arranques de la desesperacion suplieron en el pueblo rebélado la falta de gobierno, de organizacion, de ejército y de leyes: guerra que creemos hubiera podido evitarse con alguna mas prudencia de parte del monarca y de los consejeros españoles, pero necesaria si se atiende al modo con que Felipe II se propuso establecer la unidad religiosa en el reino: guerra en fin, en que el jóven don Juan de Austria hizo una gloriosa prueba de capitan valeroso y activo, entendido y prudente, y cuyo triunfo, bien que honroso, fué solamente como el anuncio de los laureles que mas en abundancia habia de recoger en otro mas ancho campo en que vamos á verle ahora.