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Historia del [sic] rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada
     Luis de Mármol y Carvajal

Libro sacado de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

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Capítulo XX

Cómo los moros entregaron la ciudad de Granada y sus fortalezas a los Reyes Católicos

     Llegado el día señalado en que el rey moro había de entregar las fortalezas de la ciudad de Granada a los Reyes Católicos, que fue a 2 días del mes de enero del año de nuestra salvación 1492, y del imperio de los alárabes [151] 902, y de la era de César 1533, conforme a la computación árabe, que cuentan cuarenta y un años desde la era de César hasta el nacimiento de Cristo, el cardenal don Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo, fue tomar posesión dellas, acompañado de muchos caballeros y de un suficiente número de infantería debajo de sus banderas. Y porque, conforme a las capitulaciones, no había de entrar por las calles de la ciudad, tomó un nuevo camino, que ocho días antes se había mandado hacer, a manera de carril, para poder llevarlas carretas de la artillería; el cual iba por defuera de los muros a dar al lugar donde está la ermita de San Antón, y por delante de la puerta de los Molinos al cerro de los Mártires y a la Alhambra. Partido el Cardenal con la gente que había de ocupar las fortalezas, luego partieron los Reyes Católicos, de su real de Santa Fe con todo el ejército puesto en ordenanza, y caminando poco a poco por aquella espaciosa y fértil vega, pasaron a un lugar pequeño, llamado Armilla, que está media legua de Granada, donde paró la Reina con todas las ordenanzas. Llegado el Cardenal al cerro de las mazmorras de los Mártires, que los moros llaman Habul, salió a recebirle el rey Abdilehi, bajando a pie de la fortaleza de la Alhambra, dejando en ella a Jucef Aben Comixa, su alcaide; y habiendo hablado un poco en secreto con él, dijo el moro en altavoz: «Id, señor, y ocupad los alcázares por los reyes poderosos, a quien Dios los quiere dar por su mucho merecimiento y por los pecados de los moros»; y por el mesmo camino que el Cardenal había subido fue a encontrar al rey don Hernando para darle obediencia. El Cardenal entró luego en la Alhambra, y hallando todas las puertas abiertas, el alcaide Aben Comixa se la entregó y se apoderó della, y a un mesmo tiempo ocupó las torres bermejas y una torre que estaba en la puerta de la calle de los Gomeres; y mandando arbolar la cruz de plata que le traían delante, y el estandarte real sobre la torre de la campana, como sus altezas se lo habían mandado, dio señal de que las fortalezas estaban por ellos. Habíase adelantado a este tiempo el rey don Hernando, y caminaba hacia la ciudad en resguardo del Cardenal, y la reina doña Isabel estaba con toda la otra gente en el lugar de Armilla con grandísimo cuidado, porque le parecía que se tardaba en hacerle la señal; y cuando vio la cruz y el estandarte sobre la torre, hincando las rodillas en el suelo con mucha devoción, dio muchas gracias a Dios por ello, y los de su capilla comenzaron a cantar el himno de Te Deum laudamus. El rey don Hernando paró sobre la ribera del río Genil en el lugar donde agora está la ermita de San Sebastián, y allí llegó el rey moro, acompañado de algunos caballeros y criados suyos, y así a caballo como venía, porque su alteza no consintió que se apease, llegó a él y le besó en el brazo derecho. Hecho este acto de sumisión, se apartaron los reyes; el Católico se fue a la Alhambra, y el pagano la vuelta de Andarax. Algunos quieren decir que volvió primero a la ciudad y que entró en una casa donde tenía recogida su familia en la Alcazaba; mas unos moriscos muy viejos, que, según ellos decían, se hallaron presentes aquel día, nos certificaron que no había hecho más de hacer reverencia al Rey Católico y caminar la vuelta de la Alpujarra, porque cuando salió de la Alhambra había enviado su familia delante, y que en llegando a un viso que está cerca del lugar del Padul, que es de donde últimamente se descubre la ciudad, volvió a mirarla, y, poniendo los ojos en aquellos ricos alcázares que dejaba perdidos, comenzó a sospirar reciamente, y dijo Alabaquibar, que es como si dijésemos Dominus Deus Sabaoth, poderoso Señor, Dios de las batallas; y que viéndole su madre sospirar y llorar, le dijo: «Bien haces, hijo, en llorar como mujer lo que no fuiste para defender como hombre». Después llamaron los moros aquel viso el Fex de Alabaquibar en memoria deste suceso. Volviendo pues a nuestros cristianos, que caminaban la vuelta de la ciudad, el Rey y la Reina y todos los caballeros y señores subieron a la Alhambra, y a la puerta de la fortaleza les dio el alcaide Jucef Aben Comixa las llaves della, y sus altezas las mandaron dar luego a don Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, primo hermano del cardenal don Pedro González de Mendoza, que fue el primer alcaide y capitán general de aquel reino, cuyo valor tenían sus altezas conocido por los grandes servicios que les había hecho, ansí en esta guerra siendo alcaide y capitán de la frontera de Alhama, y después en Alcalá la Real, como cuando en el año de 1486 fue por su mandado a tratar de conformar al rey don Fernando de Nápoles con papa Inocencio VIII, y los conformó, y dejó en paz todos los potentados de Italia, que se habían movido para esta guerra. Entrando pues sus altezas en la Alhambra, los capitanes de la infantería ocuparon las otras fortalezas, torres y puertas pacíficamente, sin alboroto ni escándalo. Los moros de la ciudad se encerraron en sus casas, que no pareció ninguno sino eran los que necesariamente habían de servir en alguna cosa. Luego subieron los más principales ciudadanos a hacer reverencia y besar las manos a sus altezas, mostrando mucho contento de tenerlos por señores. Y dende a pocos días, viendo la equidad de aquellos reyes, y que les hacían guardar cuanto les habían prometido, acudieron a hacer lo mesmo algunos lugares de la sierra y de la Alpujarra y todos los demás que hasta entonces no habían venido a darles obediencia.

 

Capítulo XXI

Cómo los Reyes Católicos proveyeron por arzobispo de Granada a don fray Hernando de Talavera, y comenzó a tratar de la comisión de los moros

     Habiéndose tomado posesión de la ciudad de Granada y de todas las fortalezas, y asegurádolas con gente de guerra, los Católicos Reyes comenzaron a dispensar su magnificencia, haciendo mercedes en general y en particular a todos los que habían servídoles en aquella guerra. Repartieron la tierra que habían ganado, y proveyeron en las cosas de justicia y buena gobernación, así para la quietud de los moros, que ya eran sus vasallos, como para la población y aumento de los nuevos pobladores que de todas partes acudían; lo cual todo hacían con tanta resolución, que parecía bien ser negocio guiado por Dios para honra y gloria suya. Andaba su corte llena de ilustres y esforzados caballeros, sabios y ejercitados en las cosas de la guerra, de muchos y muy doctos letrados en las cosas de justicia y gobernación, y de famosísimos teólogos de santa vida y ejemplar doctrina en las cosas de la fe; porque de tales personas [152] como éstos se arreaban más para sus consejos, que de las pompas y cerimonias de los otros reyes; y ansí acertaban en todo lo que hacían, y nada hallaban invencible, contra su espada. Entre otros religiosos que traían en su consejo, había uno llamado don fray Hernando de Talavera, fraile profeso de la orden del glorioso padre San Jerónimo, natural de la villa de Talavera, que es en el arzobispado de Toledo, hombre de maravilloso ingenio y pronteza, grandísimo predicador, muy docto en las letras sagradas y ejercitado en la filosofía moral, y sobre todo muy estimado de los Reyes por su bondad de vida y doctrina. Este padre fue más de veinte años prior del monasterio de Santa María de Prado, cerca de Valladolid, y aun lo edificó; y teniendo sus altezas noticias dél, enviaron a llamarle y le hicieron su confesor y de su consejo, y después le dieron el obispado de Ávila, y trayéndole consigo a la conquista del reino de Granada, no fue la menor parte de sus buenos sucesos la industria, consejo y oración deste santo varón, el cual, viendo que ya la ciudad comenzaba a poblarse de cristianos, y que allí tenía buena comodidad de plantar viña al Señor celestial, acordó de dejar la corte temporal, donde era favorecido y regalado, y tomar otra vida trabajosa y de mucho peligro para el cuerpo; y suplicando a los Reyes Católicos proveyesen el obispado de Ávila a quien fuesen servidos, pidió que le dejasen acabar en servicio de Dios en la nueva iglesia de Granada con aquella nueva gente. Siendo pues electo arzobispo de Granada, fue confirmada su elección por papa Alejandro VI, el cual le envió el palio, insignia arzobispal, y se le dio con gran solemnidad don Luis Osorio, obispo de Jaén, a quien vino cometido, asistiendo a ello don Pedro de Toledo, obispo de Málaga, y don fray García Quijada, obispo de Guadix. Y porque nadie pudiese decir que codicia de más renta le movía a dejar el obispado de Ávila por el arzobispado de Granada, no quiso que se le diese más de lo que para vivir moderadamente sin pompa era necesario; y así, le señalaron solos dos cuentos de maravedís en cada un año, siendo mucho más la renta del obispado de Ávila. Bien se dejó entender la intención deste buen prelado, porque desde el día que tomó posesión se apartó de los negocios de la corte de tal manera, que jamás se pudo acabar con él que se ocupase en otra cosa sino en lo que cumplía a la salvación de las almas de los fieles y conversión de los infieles y en el edificio de las iglesias y buen regimiento dellas. Bueno fue por cierto el consejo que tornaron los Católicos Reyes, como todas sus cosas eran buenas, en encomendar aquel nuevo ganado cerril, no usado al yugo suave de Dios, a pastor tan antiguo y tan ejercitado en su ley, para que por medio suyo viniesen a juntarse con su rebaño. Felice triunfo, dichosa victoria la que en tales tiempos concedió el Señor a la insigne ciudad de Granada. Bien pudiera ella ganarse en otro tiempo para los príncipes cristianos; mas por ventura no se ganara para Jesucristo, como se ganó, mediante la buena diligencia, el trabajo, la industria, las vigilias, las oraciones, el ejemplo de santa vida y dulce conversación de tan buen prelado; porque estas tales obras, poniendo Dios su gracia en ellas, ocuparon de tal manera los ánimos de los moros, que ninguna cosa más estimada, más venerada ni más amada llegaba a sus oídos que el nombre del Arzobispo, a quien ellos llamaban el alfaquí mayor de los cristianos. De donde nació que hubo muchos que se vinieron a convertir espontáneamente de su propria voluntad, por ventura con mejor celo de lo que lo hicieron después otros. Demás deste provecho tan grande que se siguió a los moros, fue también muy necesario en aquella ciudad este prelado para los cristianos, porque como la mayor parte de la gente que acudía a poblarla eran hombres de guerra o gente advenediza, había tantos tan desenfrenados en los vicios que la licencia militar traen consigo, que fue bien menester su trabajo y buena diligencia y grandísima industria para reformarlos. Comenzó cuanto a lo primero a enseñar a los moros las cosas de la fe de Dios, dándoselas a palabras, que no solamente no recebían pesadumbre los mesmos alfaquís si los llamaban para que oyesen su doctrina, más aun se venían muchos dellos a oírla sin ser llamados; y para los que se querían convertir tenía casas particulares, que llamaban casa de la doctrina, donde iba de ordinario a predicarles y a enseñarles las buenas costumbres por medio de fieles intérpretes; y aun para este efeto procuró con mucho cuidado que algunos clérigos aprendiesen la lengua arábiga, y él mesmo a la vejez quiso aprenderla, a lo menos tanta parte della que bastase, para poderles enseñar los mandamientos, los artículos de la fe y las oraciones, y oír sus confesiones. Tuvo el arzobispado don fray Hernando de Talavera quince años, y murió año de 1507 de pestilencia. Sucediole don Antonio de Rojas, que fue presidente del consejo real y patriarca; y en su tiempo, acerca de los años 1523, día de Nuestra Señora de Marzo, se puso la primera piedra en la Iglesia Mayor; y por su muerte vino al arzobispado de Granada don Francisco de Herrera, que presidió en la audiencia real, y murió el año del Señor 1525. Fue electo en su lugar don Pedro Puertocarrero, que murió antes de tomar posesión del arzobispado. Y estando el Emperador en Granada en el año, de 526, proveyó aquella silla a fray Pedro Ramírez de Alva, prior de San Jerónimo de Granada. Este hizo el colegio de los clérigos del coro, que son treinta, y murió el año del Señor 529. Luego sucedió don Gaspar de Ávalos, siendo obispo de Guadix, que hizo el colegio Real y la universidad, donde se lee teología y leyes. También hizo el colegio de los niños hijos de moriscos, donde les daban de comer y de vestir y estudio y casa de limosna. Fue proveído por arzobispo de Santiago, y sucedió en Granada don Hernando Niño de Guevara, presidente de aquella audiencia, que después lo fue del real consejo, y obispo de Sigüenza y patriarca, y tuvo el arzobispado cinco años. Sucedió don Pedro Guerrero, que lo poseyó veinte y nueve años, y se halló en el concilio Tridentino. Y por su muerte fue electo don Juan Méndez de Salvatierra, siendo canónigo de Cuenca, y tomó posesión por él el licenciado Mejía de Lasarte, inquisidor de Granada, a 19 de diciembre del año de 1577. Y por su fin y muerte vino al arzobispado don Pedro Vaca de Castro, que era presidente de la audiencia de Valladolid, y lo había sido primero en la de Granada, que hoy vive; y en su tiempo ha sido Dios servido que se manifiesten al mundo las reliquias de mártires que padecieron por su santísima fe en tiempo de la gentilidad de Nerón, en el monte Illipolitano, que [153] llaman monte Santo. Todos estos prelados, escogidos en doctrina y costumbres, procuraron los Reyes dar a los nuevamente convertidos, para que tomasen mejor los documentos de la fe. Baste esto cuanto a los arzobispos: volvamos a nuestra historia.

     En el año del Señor 1493 se pasó el rey Zogoybi a Berbería, y vendió a los Reyes Católicos los lugares y renta que le habían dado en la Alpujarra, habiéndolo poseído y gozado poco más de dos años. Esta venta efectuó aquel alcaide que dijimos, llamado Jucef Aben Comixa, que tenía sus poderes, por precio de ochenta mil ducados, estando sus altezas en Aragón. El cual recibió luego el dinero, y lo cargó en acémilas, y lo llevó al Lauxar de Andarax, donde estaba su señor, y poniéndoselo delante, le dijo desta manera: «Señor, vuestra hacienda traigo vendida, veis aquí el precio della. He querido quitaros del peligro, porque mientras los moros os tuvieren presente no dejarán de intentar cosas que os den pesadumbre y desasosieguen esta tierra, de manera que ni vuestra persona ni los que os sirvieren tengan seguridad, ni puedan dejar de perder lo poco que les queda en ella con cualquier pequeña ocasión que se ofrezca. Con este dinero podréis comprar mejor hacienda en Berbería, y allí podréis vivir con más seguridad y descanso que en esta tierra, donde fuistes rey, y no tenéis esperanza de poderlo ya ser». Contábannos algunos moros antiguos que cuando el Zogoybi vio efetuada la venta, mostró tanta pena dello, que matara al Alcaide si no se lo quitaran de delante. Y al fin viendo cuán mal remedio había para deshacer lo hecho, recogió sin dinero, y dende a pocos días se fue con su casa y familia a la ciudad de Fez en una urca que sus altezas le mandaron dar, y allí moró mucho tiempo, hasta que después, yendo con Muley Hamete el Merini a la guerra contra los Xerifes hermanos, reyes de Marruecos, lo mataron en la batalla del río de los Negros, en el vado que dicen de Buacuba. Escarnio y gran ridículo de la fortuna, que acarreó la muerte a este rey en defensa de reino ajeno, no habiendo osado morir defendiendo el suyo.

 

Capítulo XXII

Cómo se comenzó a tratar de que los moros de Granada se convirtiesen a la fe, o los enviasen a Berbería

     Citando los Reyes Católicos hubieron ganado la ciudad de Granada y los lugares de aquel reino, algunos prelados y otras personas religiosas les pidieron con mucha instancia que, pues nuestro Señor les había hecho tan señaladas mercedes en darles una victoria como aquélla, como celosos de su honra y gloria, diesen orden en que se prosiguiese con mucho calor en desterrar el nombre y seta de Mahoma de toda España, mandando que los moros rendidos que quisiesen quedar en la tierra se baptizasen, y los que no se quisiesen baptizar vendiesen sus haciendas y se fuesen a Berbería, diciendo que en esto no se les quebrantaban los capítulos que se les habían concedido cuando se rindieron; antes era mejorarles el partido en cosa que tanto convenía a la salvación de sus almas, y, particularmente a la quietud y pacificación perpetua de aquel reino; porque era cierto que jamás los naturales dél ternían paz ni amor con los cristianos, ni perseverarían en lealtad con los reyes, mientras conservasen los ritos y cerimonias de la seta de Mahoma, que les obligaba a ser crueles enemigos del nombre cristiano. Mas aunque estas consideraciones eran santas y muy justas, sus altezas no se determinaron en que se usase de rigor con los nuevos vasallos, porque la tierra no estaba aún asegurada ni los moros habían dejado de todo punto las armas; y si acaso venían a rebelarse con opresión de cosa que tanto sentirían, sería haber devolver a la guerra de nuevo. Y demás desto, teniendo, como tenían, puestos los ojos en otras conquistas, no querían que en ningún tiempo se dijese cosa indigna de sus reales palabras y firmas, especialmente que los mesmos moros lo iban dejando, y había esperanza que con la comunicación doméstica que tendrían con los cristianos, tratando y disputando de las cosas de la religión, entenderían el error en que estaban, y dejándolo, vernían en verdadero conocimiento de la fe, y la abrazarían, como otras muchas naciones bárbaras lo habían hecho en tiempos pasados, siguiendo la voluntad de los vencedores y queriendo ser como ellos; y para que esto se hiciese con amor y benevolencia, mandaban que los gobernadores, alcaides y justicias de todos sus reinos favoreciesen a los moros, y que no consintiesen hacerles agravio ni mal tratamiento, y que los prelados y religiosos blandamente y con demostración de amor procurasen enseñar las cosas de la fe a los que buenamente quisieran oírlas, sin hacerles opresión sobre ello.



 

Capítulo XXIII

Cómo los Reyes Católicos, sabiendo que los moros se convertían a la fe, mandaron ir a Granada a don fray Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo, para que ayudase en tan santa obra al arzobispo de Granada

     Habiendo comenzado el buen arzobispo de Granada a regir y gobernar sus nuevas plantas, para que, quitadas del error en que estaban, brotasen frutos de salvación, los Católicos Reyes, para darle quien le ayudase en tan santa obra, enviaron a llamar a don fray Francisco Jiménez de Cisneros, fraile de la orden del seráfico padre San Francisco, y natural de la villa de Tordelaguna, a quien por merecimiento de muchas virtudes, de profunda elocuencia y de santidad de vida y costumbres, siendo provincial de su orden, le habían elegido arzobispo de Toledo en el año del Señor 1495, por fin y muerte del cardenal don Pedro González de Mendoza, que falleció domingo a 11 de enero de aquel año. Estaba a la sazón ocupado este prelado en la fábrica del colegio que fundaba en la villa de Alcalá de Henares, y dejándola encomendada a Baltanasio, su compañero, partió luego para Granada, donde sus altezas habían ido por el mes, de julio del año de 1499, y estuvieron hasta mediado el mes de noviembre, que fueron a Sevilla, y le dejaron encomendado que juntamente con el arzobispo de Granada prosiguiese en la conversión de los moros, procediendo mansamente y de manera que no se alborotasen. El medio que tuvieron los prelados para negocio tan importante fue mandar llamar a los alfaquís y morabitos de más opinión entre los moros, y con ellos solos en buena conversación disputaban, y les daban a entender las cosas tocantes a la religión cristiana, no con fuerza ni con violencia, sino con buenas razones y sentencias; y trataban el negocio con tanta modestia y mansedumbre, que habiendo disputado [154] gran rato con ellos, los enviaban contentos, dándoles vestidos y otras muchas cosas porque no se extrañasen de volver otras veces a las disputas. Viendo pues los alfaquís y morabitos la mansedumbre con que los trataban los prelados, las buenas obras que les hacían, y que los convencían con sentencias, reprobando su seta, deseando asimesmo gozar de la libertad con los vencedores, comenzaron algunos dellos a tomar los documentos de la fe y a enseñarlos al pueblo, amonestando que era vanidad la seta de Mahoma, y que les convenía abrazar la fe de Jesucristo. Estas amonestaciones fueron de tanto efeto, que dentro de pocos días vinieron muchos hombres y mujeres a pedir el santo baptismo con autoridad de sus proprios alfaquís, y en un solo día se baptizaron a las de tres mil personas; y fue tanta la priesa, que no pudiéndolos baptizar a cada uno de por sí, fue necesario que el arzobispo de Toledo los rociase con hisopo en general baptismo; y en la fiesta de Nuestra Señora de la O consagró la mezquita del Albaicín, y quedó iglesia colegial de la advocación de San Salvador. Y fuera el negocio muy adelante sin escándalo ni alboroto, si algunos escandalosos, a quien pesaba de ver tan buena obra, no alborotaran el pueblo y la impidieran por entonces, aunque después entre ruego y fuerza se vino a concluir, como agora diremos.

 

Capítulo XXIV

Cómo el arzobispo de Toledo mandó prender al Zegrí porque impedía la conversión de los moros, y cómo se vino a convertir

     Había muchos moros en el Albaicín y en la ciudad que públicamente contradecían la conversión, pareciéndoles cosa dura haber de dejar la ley que sus antepasados les habían enseñado, y doliéndose de ver que la antigua seta de Mahoma se perdiese de todo punto en España. Y entendiendo el arzobispo de Toledo que los autores dello eran algunos de los principales, temiendo no le impidiesen con novedad el efeto que se hacía, mandó prender los que se entendió que eran más contradictores de las cosas de la fe. Entre los cuales fue preso uno llamado el Zegrí Azaator, hombre principal y dotado de buen entendimiento cuanto a las cosas morales, aunque por otra parte arrogante y soberbio, por ser de linaje de los reyes de Granada. Este contradecía reciamente que los moros no se convirtiesen (5), y don fray Francisco Jiménez determinó, dejada aparte toda humanidad, de traerle por fuerza al yugo de Dios, pues no aprovechaban buenas razones con él; y haciéndole poner en una estrecha prisión, mandó que se encerrase con él, para que con cuidado le metiese por camino, un capellán suyo llamado Pedro de León, el cual con ánimo de león se llevó de tal manera con el Zegrí, que de indómito y soberbio que era cuando se lo entregaron, le tornó manso y humilde, y en todo muy conforme a la voluntad de los prelados; y dentro de pocos días, fuese por fuerza, o lo más cierto por inspiración divina, pidió con instancia que le llevasen al alfaquí de los cristianos. Y llevándole aprisionado delante del arzobispo de Toledo, pidió licencia para poderle hablar en su libertad, diciendo que le mandase quitar las prisiones, porque estando con ellas no se le podría agradecer lo que dijese y hiciese; y siéndole mandadas quitar, se hincó de rodillas, y besando la tierra, y luego la mano al Arzobispo, según la costumbre de los moros, le dijo: «Señor, yo quiero ser cristiano, y hágolo de buena voluntad, porque he tenido revelación de Dios, que me lo manda, y soy cierto que me llama para sí por este camino». El Arzobispo recibió grandísimo contento de verle convertido, y mandó vestirle luego de paños nuevos, y le baptizó, y quiso el Zagrí llamarse Gonzalo Hernández, como Gonzalo Hernández de Córdoba hermano de don Alonso de Aguilar, cuyo esfuerzo y valor tenía bien conocido y experimentado en aquella guerra, y demás desto, sabía que el arzobispo de Toledo le quería mucho. De aquí vino a que otros moros hiciesen lo mesmo; y así se fueron de día en día convirtiendo, sin que los alfaquís ni otra persona se lo osase estorbar, a lo menos descubiertamente. Y el arzobispo de Toledo les tomó gran copia de volúmenes de libros árabes de todas facultades, y quemando los que tocaban a la seta, mandó encuadernar los otros, y los envió a su colegio de Alcalá de Henares, para que los pusiesen en su librería.



 

Capítulo XXV

Cómo los moros del Albaicín de Granada se rebelaran la primera vez sobre la conversión, y la orden que se tuvo en apaciguarlos

     Parecía cosa recia a los prelados, y especialmente al arzobispo de Toledo, que siendo la ciudad de Granada y todo el reino de cristianos, poseído y conquistado por príncipes tan católicos, hubiese hombres y mujeres renegados y hijos de renegados, a quien los moros llaman elches, que viviesen en la seta de Mahoma. Y como procurasen atraerlos a la fe con amor y buena doctrina, y hubiese algunos tan endurecidos que no la quisiesen abrazar por no dejar sus vicios y torpezas, acordaron de usar de rigor con ellos; y mandando a los alguaciles que prendiesen algunos pertinaces, sucedió que subiendo un día al Albaicín Sacedo, criado del arzobispo de Toledo, y un alguacil real llamado Velasco de Barrionuevo, a prender una mujer hija de un elche, trayéndola presa por la plaza de Bib el Bonut, comenzó a dar grandes voces, diciendo que la llevaban a ser cristiana por fuerza, contra los capítulos de las paces; y juntándose muchos moros, y entre ellos algunos que aborrecían aquel alguacil por otras prisiones que había hecho, comenzaron a tratarle mal de palabra; y como les respondiese soberbiamente, a furia de pueblo pusieron las manos en él y le mataron, arrojándole una losa sobre la cabeza desde una ventana, y después de muerto le metieron en una necesaria; y mataran también a Sacedo, si no le librara una mora debajo de su cama, donde le tuvo escondido aquel día y parte de la noche, hasta que pudo enviarle seguro a la ciudad. Muerto el alguacil, los moros se pusieron en arma y comenzaron a llamar a Mahoma, apellidando libertad y diciendo que se les quebrantaban los capítulos de las paces; y tomando las calles, las puertas y las entradas del Albaicín, se fortalecieron contra los cristianos de la ciudad y comenzaron a pelear con ellos, y sobreviniendo la noche, creció el escándalo. Y entendiendo que la ocasión de todo era el arzobispo de Toledo, como hombres que estaban estomagados de ver [155] la sobrada diligencia que ponía en hacer que fuesen cristianos, corrieron a su posada, que era en la Alcazaba, y le cercaron dentro, el cual se defendió valerosamente. Y aunque hubo algunos que le aconsejaron que saliese de allí, porque lo podía muy bien hacer, y se subiese a la fortaleza de la Alhambra, no quiso, diciendo que no había de desampararlos, y que había de esperar el suceso de aquel negocio en el peligro común. Desta manera estuvieron todos los de su casa puestos en arma aquella noche, y otro día de mañana bajó de la fortaleza de la Alhambra el conde de Tendilla con buen número de gente, y acudió luego a favorecer al Arzobispo, el cual le encomendó la ciudad y la gente de guerra que tenía consigo, que serían como docientos hombres, y que particularmente procurase apaciguar aquella furia popular; mas por mucha diligencia que puso, duró el alboroto, sin poderlo apaciguar, diez días, durante los cuales los prelados y el Conde, cada uno por su parte, trabajaron con mucha prudencia por todas las vías posibles como se quietase aquella gente bárbara, llamando a los alfaquís y a los principales ciudadanos, y dándoles a entender el yerro que habían hecho en levantarse contra reyes tan poderosos, y la pena en que habían incurrido y el castigo que se haría si llegaba la gente de Andalucía antes que se apaciguasen. Mas ellos daban color a su negocio, diciendo que el Albaicín no se había alzado contra sus altezas, sino en favor de sus firmas, y que sus ministros eran los que habían alborotado la tierra, queriendo quebrantar a los moros los capítulos de las paces con que se habían rendido, y que todo se apaciguaría con que se los guardasen, sin hacerles opresión en las cosas de la ley. Algunos había tan indignados y con tanta determinación de ponerse en libertad, que no querían oír razón, pareciéndoles que había treinta moros para cada cristiano, y que estaban bien pertrechados de armas con que defenderse. En tanta revolución pasara el negocio más adelante, si el arzobispo de Granada, confiado más en la misericordia de Dios que en la fuerza de las armas, no los apaciguara con un heroico hecho; porque no habiendo querido oír al conde de Tendilla ni recebir su adarga, que se la enviaba en señal de paz, habiéndosela apedreado y tratado mal al escudero que la llevaba, cosa que mostraba tener grande indignación, cuando más bravos y soberbios estaban, tomó consigo un solo capellán con su cruz delante y algunos criados a pie y desarmados, y se fue a meter entre los moros en la plaza de Bib el Bonut, donde se habían recogido, con tan buen semblante y rostro tan sereno como cuando iba a predicarles las cosas de la fe. Ved pues cuánta fuerza tiene la virtud y la templanza, que así como te vieron los moros, olvidando el rigor y la saña que tenían, se fueron humildes para él y le dieron paz, besándole la halda de la ropa, como lo solían hacer cuando estaban pacíficos. Luego llegó el conde de Tendilla con sus alabarderos, y quitándose un bonete de grana que llevaba en la cabeza, lo arrojó en medio de los moros, para que entendiesen que iba en hábito de paz. Los cuales lo alzaron y besaron, y se lo volvieron a dar; y con esto se aseguraron los unos y los otros, y el Arzobispo y el Conde estuvieron gran rato en la plaza amonestándoles y rogándoles que dejasen las armas, y prometiéndoles que por lo sucedido no se les daría pena ni serían habidos por culpados generalmente, y que ellos les alcanzarían perdón y la gracia de sus altezas, pues se debía entender, como ellos decían, que más se habían movido en favor de sus reales firmas que con voluntad de hacer novedad; y que demás desto, les serían guardadas sus capitulaciones. Y para que se asegurasen más, hizo el Conde un hecho verdaderamente digno de su nombre, que tomó consigo a la Condesa, su mujer, y a sus hijos niños, y los metió en una casa en el Albaicín junto a la mezquita mayor, a manera de rehenes. Y con esto se apaciguó la ciudad, ayudando también de parte de los moros un cadí o juez suyo, llamado Cidi Ceibona, hombre de buen entendimiento y muy respetado entre aquellas gentes, el cual ofreció que entregaría a la justicia de sus altezas los que habían sido en matar al alguacil, para que fuesen castigados. Y en efeto lo cumplió; los hizo prender y puso en manos del licenciado Calderón, corregidor de Granada, el cual mandó ahorcar cuatro dellos en la rambla de Beyro, y soltando otros muchos por bien de paz, dejaron los moros las armas y comenzaron a entender en sus labores.



 

Capítulo XXVI

Cómo el Rey Católico se enojó con el arzobispo de Toledo cuando supo la causa del rebelión de los moros, y oído su descargo, le mandó proseguir en la conversión

     El demonio, enemigo del género humano, que siempre vela en daño de las almas y persigue a los que procuran salvarlas a su Criador, hubiera interrompido la buena obra comenzada, y hecho perder al arzobispo de Toledo la gracia con los Reyes, y cayera en gran falta con ellos, si el soberano Señor no le ayudara y favoreciera. En el capítulo antes deste se dijo como el rebelión del Albaicín duró diez días. El tercero día pues que los moros se rebelaron, el arzobispo de Toledo escribió a sus altezas, que estaban en la ciudad de Sevilla, dándoles cuenta de lo que pasaba; y teniendo ya cerrado el pliego para despachar un correo que fuese hombre de mucha diligencia, se ofreció un ciudadano llamado Cisneros, que daría un esclavo canario que caminaba veinte leguas cada día, y si fuese menester, se pornía en menos de dos días naturales en Sevilla. El Arzobispo se persuadió fácilmente a creerlo, y venido el canario ante él le encargó que con toda diligencia, caminando de día y de noche, fuese a Sevilla, y diese aquel pliego en manos de la Reina Católica o del secretario Almazán. El cual, habiendo prometido de cumplir cuanto se le mandaba, partió de Granada luego; mas como era hombre vil y bajo, acordó de emborracharse en el camino, y fue tan despacio, que tardó cinco días en llegar a Sevilla. En este tiempo llegaron otros avisos a sus altezas; y como el Rey Católico no vio carta del arzobispo de Toledo, entendió que por su causa había sucedido tan gran desorden, y culpándole, se enojó también con la Reina, diciendo que había sido causa de que viniese aquel hombre a Granada, que había alborotado y puesto en condición el reino que tanto había costado conquistar; aun la propria Reina casi lo creía, no viendo letra suya, y mandó al secretario Almazán que luego le escribiese imputándole tan gran descuido, y diciéndole que con toda brevedad enviase relación de lo sucedido. Estaba el Arzobispo bien descuidado, [156] entendiendo que sus cartas habían llegado a tiempo, y viendo lo que el secretario Almazán le escrebía, para satisfacer a sus altezas envió a fray Francisco Ruiz, su compañero, a que les informase de todo el suceso, ofreciendo de ir luego personalmente a darles más particular cuenta del negocio. Este fraile les hizo relación de todo lo sucedido en Granada, y de tal manera se lo dio a entender, que perdieron parte del enojo que tenían, aunque mucho más se aplacaron después cuando el proprio Arzobispo llegó; el cual con su mucha elocuencia y discreción lo allanó todo, dándoles a entender que lo que había hecho y hacía era por servicio de Dios, y no por otro interés, y desculpándose con tan buenas razones, que los Reyes quedaron satisfechos, y él en mayor gracia con ellos. Y viendo tan buena ocasión como de presente se ofrecía, les aconsejó que no partiesen mano de la conversión de los moros, que ya estaba comenzada, y que pues habían sido rebeldes y por ello merecían pena de muerte y perdimiento de bienes, el perdón que les concediese fuese condicional, con que se tornasen cristianos o dejasen la tierra. Este Consejo tuvieron por bueno los Reyes Católicos, aunque tardó la resolución del más de ocho meses: en el cual tiempo los del Albaicín hicieron grandes diligencias para estorbarle, y enviaron al soldán de Egipto, quejándose que les querían hacer que fuesen cristianos por fuerza, y suplicándole, los favoreciese con enviar su embajada a España, dando a entender que haría él lo mesmo con los cristianos que tenía en su imperio, compeliéndolos a que fuesen moros. Y el Soldán envió sus embajadores a los Reyes Católicos, diciendo que no se sufría hacer fuerza a los moros rendidos para que fuesen cristianos; y que si esto se hacía en España, haría él otro tanto en toda Asia con los cristianos súbditos de su imperio. Los Reyes recibieron muy bien a los embajadores, y respondieron que ellos no querían cristianos por fuerza, ni menos querían tener moros en sus reinos, por la poca seguridad que se podía tener de su lealtad; y que a los que de grado se convertían se le hacía todo bien y merced, y a los que se querían ir a Berbería les daban lugar para ello y licencia para vender sus bienes, muebles y raíces, y los enviaban con toda seguridad a los puertos donde querían ir. Y demás desto, enviaron a Pedro Mártir (6), clérigo milanés, hombre docto y de muy buena vida, que fue el primer prior de la iglesia catedral de Granada, a que diese a entender al Soldán lo que en este particular había, y las causas que les habían movido a hacer lo que hacían. El cual fue a Egipto y a Persia, y llevó consigo los testimonios de los alcaides de los lugares marítimos de Berbería, en que certificaban como los ministros de los moros de España que llevaban los moros, los ponían en tierra con toda seguridad con sus mujeres y hijos y familias, sin hacerles molestia ni mal tratamiento; porque sus altezas mandaban siempre a los alcaldes y alguaciles que iban con los moros, que tomasen testimonios de donde los dejaban, para satisfación de que habían cumplido su mandado. Viendo pues los moros del reino de Granada cuán poco aprovechaban sus diligencias, hubo muchos que se pasaron a Berbería, y los que no quisieron dejar la tierra, acordaron de hacerse cristianos. Esta conversión hizo el bendito arzobispo de Granada, dándoles el sagrado baptismo sin prevención de catecismo y sin instruirlos primero en las cosas de la fe, porque acudía tanta multitud de gente a convertirse, y era tan grande la necesidad que había de brevedad, que no daba lugar a poderlos instruir; mas la diligencia y cuidado de los prelados lo habían suplido, si los moriscos quisieran olvidar las cerimonias, trajes y costumbres que tenían juntamente con la seta, y se preciaran ser y parecer en todo cristianos: cosa que jamás se pudo acabar con ellos.



 

Capítulo XXVII

Cómo los Reyes Católicos allanaron algunas alteraciones que hubo en el reino de Granada sobre la conversión de los moros

     Luego que la fama corrió por los lugares del reino de Granada cómo los moros granadinos se tornaban cristianos, los de las sierras y de la Alpujarra, por consejo de algunos de los más principales del Albaicín, que se veían opresos y querían hacer su negocio con el peligro de cabezas ajenas, comenzaron a alborotarse; y en aquel año y en el siguiente, que fue de 1500, se rebelaron algunos lugares, diciendo que les quebrantaban los capítulos de las paces con que se habían entregado; y que pues no habían sido culpados en el rebelión, tampoco eran obligados a pasar por lo que los otros hacían para su descargo. Sabidos estos alborotos en Sevilla, el Rey Católico partió para Granada a 27 de enero, y mandó al conde de Tendilla y a Gonzalo Hernández de Córdoba que fuesen sobre el castillo de Güejar, donde se habían recogido algunos moros de los alzados; los cuales fueron luego sobre él, y ganándole le destruyeron, no sin gran daño de la gente de armas que llevaban; porque los enemigos de Dios araron de dos o tres rejas las hazas que estaban al derredor del lugar; y echando toda el agua de las acequias por ellas, empantanaron el campo de manera que atollaban los caballos hasta las cinchas; y viéndolos embarazados en aquellos atolladeros, cargaban sobre ellos de todas partes los peones sueltos por las lindes y veredas que sabían, y los herían y mataban. El conde de Lerín, que tenía su estado en el reino de Navarra, fue sobre Andarax, porque los moros de aquella taa se habían hecho fuertes en el castillo del Lauxar; y ganándole por fuerza de armas, voló con pólvora la mezquita mayor, donde se habían recogido las mujeres y niños de aquellos lugares. Y el rey don Hernando entró por el valle de Lecrín, y cercó y ganó el castillo y lugar de Lanjarón, viernes a 7 días del mes de marzo, llevando consigo al alcaide de los Donceles, al conde de Cifuentes, al comendador mayor de Calatrava, a Gonzalo Mejía, señor de Sanctofimia, y a otros muchos señores y caballeros; y un moro negro, que tenían los alzados por capitán, no queriendo venir, ni poder de cristianos ni dejar de morir moro, se echó de la torre abajo, y se hizo pedazos, cuando vio que los otros se rendían. Siendo pues opresos los rebeldes con increíble presteza, y allanadas las cosas de la Alpujarra, volvió el Rey a Sevilla; y trayendo consigo a la Reina, tornaron a Granada, sábado 23 días del mes de julio. Y en los meses de agosto, setiembre y octubre se convirtieron todos los moros [157] de la Alpujarra y de las ciudades de Almería, Baza, Guadix, y de otras muchas villas y lugares del reino de Granada. Y en este tiempo se alzaron los moros de Belefique, y en el siguiente año de 501, al principio dél, fueron presos y muertos por justicia, y las mujeres dadas por captivas. Los de Níjar y Güevéjar se dieron y fueron esclavos, excepto los niños de once años abajo, que los tornaron cristianos. Y en el mesmo año se alzaron ciertos lugares de moros de la serranía de Ronda y sierra Bermeja y Villaluenga, y sus altezas enviaron contra ellos al conde de Ureña y a don Alonso de Aguilar. Mas no les sucedió tan prósperamente, porque fueron desbaratados en un lugar llamado Calalui, cerca de Ginalguacil, martes en la noche, a 16 días del mes de marzo; y muriendo la mayor parte de nuestra gente, murió también don Alonso de Aguilar a manos de un moro llamado el Feri, vecino de Ben Estepar. Escapó don Pedro, su hijo, con los dientes quebrados de una pedrada, y el conde de Ureña y los demás con grandísimo trabajo. Por esta rota fue necesario que el proprio Rey Católico saliese de Granada, y con su presencia se allanó luego toda la tierra; y dejando ir a Berbería a los que no quisieron ser cristianos, se convirtieron los demás allí y en todo el reino; y lo mesmo hicieron dentro de pocos días los moros mudéjares que vivían en Ávila, en Toro y en Zamora y en otras partes de Castilla, que aun hasta entonces no se habían convertido.



 

Libro segundo

Capítulo I

Cómo los nuevamente convertidos sintieron siempre mal de la fe. Trata de los nombres de moro y mudéjar

     Apaciguadas las alteraciones del reino de Granada, y convertidos los moros a nuestra santa fe católica de la manera que hemos dicho, los Católicos Reyes los fueron regalando con nuevas mercedes y favores, gobernándolos con amor, y haciéndoles todo buen tratamiento, y mandando a sus ministros de justicia y guerra que los favoreciesen y animasen. Mas luego se entendió lo poco que aprovechaban estas buenas obras para hacerles que dejasen de ser moros; porque si decían que eran cristianos, veíase que tenían más atención a los ritos y cerimonias de la seta de Mahoma que a los preceptos de la Iglesia Católica, y que cerraban de industria las orejas a cuanto los prelados, curas y religiosos les predicaban; y siendo ricos y más señores de sus haciendas de lo que eran en tiempo de los reyes moros, jamás se tuvieron por contentos, sospirando siempre con la memoria de su antigua era; y confiados en unas ficciones vanas, llamadas jofores o pronósticos, sólo en ellas ponían su esperanza, porque les decían que habían de volver a ser moros y a su primer estado. Esto duró al principio, mientras duraron los viejos con alguna manera de libertad por su barbarismo; y después, aunque con el trato comenzaron a sosegarse los que les sucedieron, sintiendo menos regalo y mayores opresiones de las justicias, como hombres que entendían ya cualquier cosa con la prática que tenían, empezaron a congojarse demasiadamente y a enfurecerse con su mala inclinación; de donde les crecía cada hora más la enemistad y el aborrecimiento del nombre de cristiano; y si con fingida humildad usaban de algunas buenas costumbres morales en sus tratos, comunicaciones y trajes, en lo interior aborrecían el yugo de la religión cristiana, y de secreto se doctrinaban y enseñaban unos a otros en los ritos y cerimonias de la seta de Mahoma. Esta mancha fue general en la gente común, y en particular hubo algunos nobles de buen entendimiento que se dieron a las cosas de la fe, y se honraron de ser y parecer cristianos, y destos tales no trata nuestra historia. Los demás, aunque no eran moros declarados, eran herejes secretos, faltando en ellos la fe y sobrando el baptismo; y cuanto mostraban ser agudos y resabidos en su maldad, se hacían rudos e ignorantes en la virtud y doctrina. Si iban a oír misa los domingos y días de fiesta, era por cumplimiento y porque los curas y beneficiados no los penasen por ello. Jamás hallaban pecado mortal, ni decían verdad en las confesiones. Los viernes guardaban y se lavaban, y hacían la zalá en sus casas a puerta cerrada, y los domingos y días de fiesta se encerraban a trabajar. Cuando habían baptizado algunas criaturas, las lavaban secretamente con agua caliente para quitarles la crisma y el olio santo, y hacían sus cerimonias de retajarlas, y les ponían hombres de moros; las novias, que los curas les hacían llevar con vestidos de cristianas para recebir las bendiciones de la Iglesia, las desnudaban en yendo a sus casas, y vistiéndolas como moras, hacían sus bodas a la morisca con instrumentos y manjares de moros. Si algunos aprendían las oraciones, era porque no les consentían que se casasen hasta que las supiesen, y muchos huían de saber la lengua castellana, por tener excusa para no aprenderlas. Acogían a los turcos y moros berberiscos en sus alcarías y casas, dábanles avisos para que matasen, robasen y captivasen cristianos, y aun ellos mismos los captivaban y se los vendían; y así, venían los cosarios a enriquecer a España como quien va a una India; y muchas veces se iban las alcarías enteras con ellos; aunque éste era el menor mal y de que menos pena habían de sentir los cristianos, porque les acontecía anochecer en España y amanecer en Berbería con sus vecinos y compadres. Para remedio destos males proveyeron los Reyes de Castilla algunas cosas de justicia y buena gobernación, y entre otras, la reina doña Juana, hija y heredera de los Católicos Reyes, entendiendo que sería de mucho efeto quitarles el hábito morisco para que fuesen perdiendo la memoria de moros, mandó quitárselo, dándoles seis años de tiempo para romper los vestidos que tenían hechos, y se disimuló con ellos otros diez hasta que fue mandada cumplir por el emperador don Carlos en el año de 1518, que vino a reinar en Castilla, y suspendida a suplicación de los moriscos el mesmo año por el tiempo que su voluntad. Después el licenciado Pardo, abad mayor de la iglesia de San Salvador del Albaicín, y los canónigos [158] beneficiados della que sabían bien cómo vivían los moriscos, informaron de nuevo a su majestad que guardaban los ritos y cerimonias de moros; y en el año de 1526, estando en la ciudad de Granada, proveyó visitadores eclesiásticos por toda la tierra, y fueron nombrados para ello don Gaspar de Ávalos, obispo de Guadix; fray Antonio de Guevara, el licenciado Utiel, el doctor Quintana y el canónigo Pero López. En el siguiente capítulo diremos lo que en esto hubo, porque en este lugar nos ocurre hacer una breve relación, para que el letor entienda lo que es moro y mudéjar, y de donde vinieron estos nombres. Los setarios secuaces de Mahoma propriamente deben ser llamados con dos solos nombres, alárabes o agemes: los alárabes son los originarios, y los agemes los advenedizos que de otras naciones y provincias abrazaron su opinión. A éstos llaman generalmente los mahometanos entre sí mucelemin, y nosotros los llamamos moros, nombre improprio, porque mauros fueron otros pueblos fenicios que vinieron de Tiro a poblar en África, y edificaron la ciudad de Útica, y después la de Cartago, setenta y dos años antes de la fundación de Roma, cuya historia es ésta. Los fenicios fueron valerosos en las artes bélicas, y dieron después nombre a las dos Mauritanias, Tingitana y Cesariense, y tuvieron grandes victorias debajo las conductas de sus capitanes Macheo, Magon, Asdrúbal primero, Amílcar segundo, Annone, Gisgon, Aníbal, Asdrúbal segundo, Safo, y otros que refieren las historias de Trogo Pompeyo y de otros que escribieron después dél. Éstos entraron al principio en África por vía de paz y so color de contratar con los penos pastorales o númidas; después hicieron sus colonias y guerrearon con ellos y haciéndose poderosos con los buenos sucesos, conquistaron y ocuparon la mayor parte de Berbería y las islas de Cicilia y Sardeña; y pasando en tierra firme de Italia, pusieron temor a los poderosos romanos, que entre envidia y codicia dieron después fin a su prosperidad, destruyendo y asolando la famosa ciudad de Cartago. Los mauros, fenicios o cartaginenses, como los quisiéremos llamar, que escaparon de la ira de los romanos, derramándose por África entre los penos, constituyeron señorío en algunas partes, especialmente en las Mauritanias, y dellos vienen los que agora llaman azuagos; y porque así éstos como los otros mauros de Fenicia abrazaron la seta de Mahoma en el número de los agemes, el vulgo cristiano los llama comúnmente a todos moros; y así los que lo son se honran mucho de aquel nombre, entendiendo por mucelemines y que es el nombre que ellos tienen por epíteto de santimonia, interpretado hijos de salvación. Los mudéjares vienen de los alárabes y de los agemes africanos y de otras naciones, y son los que se quedaron en España en los lugares rendidos por vasallos a los reyes cristianos, a los cuales, porque servían y hacían guerra contra los otros moros, los llamaron por oprobrio mudegelín, nombre tomado de Degel, que es en arábigo el Antecristo; y no por ser de casta de judíos, como algunos han querido decir. Esto baste para la etimología destos nombres, que todo se pone aquí por curiosidad.



 

Capítulo II

Cómo el emperador don Carlos mandó hacer junta de prelados en la ciudad de Granada para reformación de los moriscos

     Habiendo hecho los visitadores por todos los lugares de moriscos del reino de Granada su visita, y siendo informado el cristianísimo emperador don Carlos cuán conveniente cosa era, para que fuesen buenos cristianos, que dejasen el trato y costumbres que tenían de tiempo de moros, juntando la apariencia con las obras, estando todavía su majestad en Granada, mandó hacer junta de los más estimados teólogos que a la sazón se hallaban en el reino, a quien encomendó aquel negocio, para que tratasen del remedio que se podría tener para hacérselo dejar. Juntáronse en la capilla real que los Católicos Reyes don Hernando y doña Isabel fundaron para su enterramiento en la Iglesia Mayor de aquella ciudad, don Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla y inquisidor general de España, don Juan Tavera, arzobispo de Santiago, presidente del real consejo de Castilla y capellán mayor de su majestad; don fray Pedro de Álava, electo arzobispo de Granada; don fray García de Loaysa, obispo de Osma; don Gaspar de Ávalos, obispo de Guadix; don Diego de Villalar, obispo de Almería; el doctor Lorenzo Galíndez de Carvajal y el licenciado Luis Polanco, oidores del real consejo, don García Padilla, comendador de la Orden de Calatrava; don Hernando de Guevara y el licenciado Valdés, del consejo de la general Inquisición; y el comendador Francisco de los Cobos, secretario de su majestad y de su consejo. En esta junta se vieron las informaciones de los visitadores, los capítulos y condiciones de las paces que se concedieron a los moros cuando se rindieron, el asiento que tomó de nuevo con ellos el arzobispo de Toledo cuando se convirtieron, y las cédulas y provisiones de los reyes, juntamente con las relaciones y pareceres de hombres graves. Y visto todo, hallaron que mientras se vistiesen y hablasen como moros conservarían la memoria de su seta y no serían buenos cristianos, y en quitárselo no se les hacía agravio, antes era hacerles buena obra, pues lo profesaban y decían. Mandáronles quitar la lengua y el hábito morisco y los baños; que tuviesen las puertas de sus casas abiertas los días de fiesta y los días de viernes y sábado; que no usasen las leylas y zambras a la morisca; que no se pusiesen alheña en los pies ni en las manos ni en la cabeza las mujeres, que en los desposorios y casamientos no usasen de cerimonias de moros, como lo hacían, sino que se hiciese todo conforme a lo que nuestra Santa Iglesia lo tiene ordenado; que el día de la boda tuviesen las casas abiertas y fuesen a oír misa; que no tuviesen niños expósitos; que no usasen de sobrenombres de moros, y que no tuviesen entre ellos gacis de los berberiscos, libres ni captivos.

     Todas estas cosas se pusieron por capítulos, con las causas y razones que los habían movido a ello; y consultado a su majestad, los mandó cumplir. Mas los moriscos acudieron luego a contradecirlos, informando con sus razones morales, como gente que ninguna cosa sentían tanto como haber de dejar su traje y lengua natural, que era lo que más sentían; y dieron sus memoriales, y hicieron sus ofrecimientos, y al fin alcanzaron con su majestad, antes que saliese de Granada, que mandase suspender los capítulos por el tiempo que fuese [159] su voluntad; y con esto cesó la ejecución por entonces. Y aunque después en el año de 1530, estando el Emperador ausente destos reinos, la Emperatriz nuestra señora mandó despachar sus reales cédulas al arzobispo de Granada, y al Presidente y oidores, y a los proprios moriscos, encargándoles y mandándoles que diesen orden como se quitase aquel traje deshonesto y de mal ejemplo, y que las moriscas trajesen sayas y mantos, y sombreros como cristianas, acudieron otra vez al Emperador, y le suplicaron mandase suspender aquellas cédulas, representando los grandes inconvenientes que había en la ejecución, la pérdida de las rentas reales y el desasosiego del reino; y ansí mandó su majestad suspender los capítulos segunda vez, hasta que viniese a España. No ponemos en este lugar los capítulos, porque van adelante con la contradición que los moriscos hicieron a los que se hicieron en la villa de Madrid, que fue todo una cosa, y resultó de allí el rebelión de que trata esta historia.



 

Capítulo III

Cómo se quitó a los moriscos que no pudiesen servirse de esclavos negros, y se les mandó a los que tenían licencias de armas que las llevasen a sellar ante el capitán general

     En el año de nuestra salud 1560, estando ya retirado a la contemplación de las cosas divinas el cristianísimo emperador don Carlos, nuestro señor, en el monasterio de Yuste, habiendo dejado el gobierno de todos sus estados al Católico Rey don Felipe, su hijo, segundo deste nombre, en las primeras cortes que celebró en la ciudad de Toledo el mesmo año, los procuradores de Cortes, informados del daño que se seguía de que los moriscos del reino de Granada tuviesen esclavos negros de Guinea en su servicio, porque los compraban bozales para servirse dellos, y teniéndolos en sus casas, les enseñaban la seta de Mahoma y los hacían a sus costumbres, y demás de perderse aquellas almas, crecía cada hora la nación morisca, con menos confianza de fidelidad, suplicaron a su majestad se los mandase quitar; y a su pedimento se mandó que ningún morisco tuviese esclavos negros en su casa ni en sus labores, cometiendo la ejecución dello a las justicias ordinarias del reino. Deste mandato se agraviaron todos en general, diciendo que se tenía poca confianza dellos y de su trato, y que en caso que se les hubiese de quitar los esclavos, había de entenderse solamente con los hombres sospechosos, y no con toda la nación, donde había muchos nobles que se trataban como cristianos y se preciaban de serlo, estando emparentados con ellos, y que no había causa ni razón para que les hiciesen un agravio tan grande. Y su majestad, con acuerdo del Real Consejo, por una declaración que sobre ello se hizo, mandó que no se entendiese lo proveído con las personas particulares, de quien no se debía tener sospecha, ni con los que estuviesen casados o se casasen con cristianas. Desto suplicaron segunda vez los moriscos del reino, diciendo que los esclavos negros eran el servicio de sus casas y de sus labores, y era destruirlos si se los quitaban; y con grandísima instancia pidieron que se entendiese la limitación con t, ción, sin eceptar personas, pues eran todos y vasallos de su majestad. Luego acudieron a don Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, que ya era alcaide de la fortaleza de la Alhambra y capitán general del reino de Granada, en vida de don Luis Hurtado de Mendoza, marqués de Mondéjar, su padre, que a la sazón era presidente del consejo real de Castilla; y poniéndole delante los beneficios que los naturales de aquel reino habían recebido de sus antepasados, y los servicios que la nación les había hecho, le suplicaron que tomando la mano en aquel negocio, los favoreciese, y procurase con su majestad la suspensión de aquel capítulo de cortes, de que tanto daño les venía. El Conde les ofreció que haría lo que pudiese, como lo había hecho siempre en las cosas que se les ofrecían, y ansí lo hizo. Mas viendo aquella gente sospechosa que no sucedía el negocio conforme a su deseo, entendiendo que lo había tratado tibiamente, o por ventura les había sido contrario, comenzaron algunos dellos a desgustarse, procurando favorecerse de otras personas, y hicieron revocar una merced que de pedimiento del reino le había hecho su majestad en la renta de la farda, de dos mil ducados de ayuda de costa en cada un año; y de aquí nació que también el conde de Tendilla les diese poco gusto de su parte. Entraron luego los celos de la división entre la Audiencia real y él sobre cosas harto livianas, torciendo el entendimiento de las concordias que estaban hechas y confirmadas por los Reyes, y trayéndolas cada cual a su opinión, no queriendo tener igual y procurando conservar superioridad. Pretendía el Audiencia por su parte quitar el conocimiento de las causas al Capitán general, o a lo menos emendar lo que hacía. Estiraba él su cargo cuanto podía, y de aquí vino a pasiones particulares, que redundaron después en daño de muchos que estaban bien descuidados. Porque luego con voz de restituir al público concejil lo que tenían ocupado algunos de la Audiencia y otras personas del cabildo de la ciudad, se dio noticia a su majestad, y se proveyó juez de términos contra ellos; lo cual fue causa de echar a las vueltas algunos moriscos de sus haciendas; gente encogida y miserable, que viéndose desposeer de las heredades y tierras que habían heredado, comprado o poseído, no menos sentían este gravamen que los otros. Demás desto, el conde de Tendilla, viendo que se le habían desvergonzado y cobrado alas con otros favores, para tenerlos más sujetos trató con el fiscal de la Audiencia real y con el cabildo de la ciudad de Granada que pidiesen a su majestad confirmación de una cédula que el emperador don Carlos había dado el año del Señor 1553, en que mandaba que todos los moriscos del reino de Granada, de cualquier estado y condición que fuesen, que tuviesen licencias para traer armas, las llevasen a registrar ante el Capitán general, para que las mandase sellar, y que no las pudiesen traer ni tener de otra manera. Esta cédula se mandó luego confirmar en el Consejo, con relación que algunos moriscos, so color de tener licencias de armas, compraban más cantidad de las que habían menester, y las vendían o daban a los monfís y hombres escandalosos. Y aunque hubo contradición de su parte, no les aprovechó, y fue tanto lo que lo sintieron, que muchos dejaron de traer las armas por no ponerse en aquella sujeción, y pocos fueron los que las llevaron a registrar y sellar; todos quedaron descontentos, indinados y con poco sosiego. De allí adelante, habiendo poca conformidad entre los superiores, menudeaban [160] quejas a su majestad, con que cansados los oídos de los de su consejo, y él con ellos, las provisiones no tuvieron efeto, y salieron varias o ningunas, perdiendo con la importunidad el crédito, y se proveyeron muchas cosas de pura justicia, que conforme a la calidad de los tiempos se pudieran dilatar, o llevar con menos rigor.



 

Capítulo IV

Cómo se mandó que los moriscos delincuentes no se acogiesen a lugares de señorío ni gozasen de la inmunidad de la iglesia más de tres días

     Estos mesmos días las justicias y los concejos de los lugares del reino de Granada que eran cabezas de partidos informaron a los oidores y alcaldes de la Audiencia Real como en los lugares de señorío se acogían y estaban avecindados muchos moriscos que andaban huidos de la justicia por delitos, y teniendo allí seguridad, salían a saltear y robar por los caminos, y que los señores cuyos eran los lugares los favorecían y amparaban por tenerlos poblados, y desta manera crecía el número de malhechores y había poca seguridad en la tierra, y convenía mandar que no los acogiesen y que las justicias realengas entrasen a prenderlos donde los hallasen. Pareciendo pues a la Audiencia que no convenía que los delincuentes tuviesen aquella guarida, informaron sobre ello a su majestad en su real consejo, y con él consultado, se mandó despachar provisión para que los señores no recogiesen gente desta calidad en sus pueblos, y las justicias realengas pudiesen entrarlos a prender donde quiera que los hallasen. Había muchos moriscos que habiendo sido perdonados de las partes, y estando sus negocios olvidados muchos años había, vivían en lugares de señorío y estaban avecindados y casados en ellos. Estaban con alguna manera de quietud entendiendo en sus oficios y labores del campo, y como los escribanos comenzasen a revolver papeles, buscando causas, y las justicias los apretasen con rigor, perdiendo la confianza que tenían del favor de los lugares de señorío, y viendo que tampoco se podían entretener en las iglesias ni estar retraídos más de tres días en ellas, porque así se había proveído también estos días, comenzaron a darse a los montes, y juntándose con otros monfís y salteadores, cometían cada día mayores delitos, matando y robando las gentes, y andando en cuadrillas armados y tan a recaudo, que las justicias ordinarias eran ya poca parte para prenderlos, por no traer gente de guerra consigo. Luego entró la duda de la competencia de su jurisdición que dijimos, sobre si pertenecía al Capitán general, que solía hacer semejantes castigos por razón del oficio de la guerra, o a las justicias, por ser negocio de rigor de ley; y al fin se cometió a las justicias, dando facultad a don Alonso de Santillana, que a la sazón era presidente en la audiencia real de Granada, y a los alcaldes del crimen, para que a costa de los moriscos recogiesen cierto número de gente a sueldo que anduviesen en seguimiento de los delincuentes, no excluyendo en parte al Capitán general, sino que también él prendiese y castigase. La Audiencia hizo dos cuadrillas pequeñas de a ocho hombres cada una, que ni eran bastantes para asegurar la tierra ni fuertes para resistir a los monfís; y ansí se acrecentó con ellos el daño. Porque por nuestros pecados el día de hoy van los negocios más enderezados al interés particular que al bien público, y aunque la intención del Consejo Real fue santa y buena, la sobrada diligencia y el modo de proceder fue dañoso, porque los alguaciles y escribanos, que eran los ejecutores, queriendo enriquecer en esta ocasión, no sólo perseguían a los que entendían ser culpados, más aun molestaban a los que estaban quietos y pacíficos en sus casas; y extendieron la codicia tanto, que pocos moriscos había ya en el reino que no los hallasen culpados. Con estas opresiones, siguiéndolos también el capitán general por su parte y la Inquisición y el Arzobispo, no teniendo donde poderse guarecer en poblado, se dieron a los montes muchos que hasta entonces no lo habían hecho. Ayudó también por su parte la desorden de los soldados que se alojaban en las alcarías en las casas de los moriscos; y demás de la costa ordinaria que les hacían, que era mucha, usaban de las codicias y deshonestidades que la licencia militar trae consigo cuando no precede el temor de Dios; y por ventura, como después se entendió, eran más los delitos que ellos cometían que los delincuentes que prendían. Desta manera fue creciendo el mal con la medicina y el número de los monfís, muchos de los cuales se recogían en la ciudad de Granada, y metiéndose en el Albaicín, salían a saltear de noche, mataban los hombres, desollábanles las caras, sacábanles los corazones por las espaldas y despedazábanlos miembro a miembro; y de junto a los muros de la ciudad y dentro captivaban las mujeres y los niños y los llevaban a vender a Berbería. De aquí tomó principio la esperanza de los ánimos escandalosos y ofendidos, y estos mismos fueron instrumento principal del rebelión, como se entenderá por el discurso desta historia.



 

Capítulo V

Cómo su majestad mandó hacer junta en la villa de Madrid sobre la reformación de los moriscos, y se mandaron ejecutar los capítulos de la junta del año de 1526

     Como los moriscos anduviesen tan desasosegados y acudiesen de hora en hora avisos a la ciudad de Granada de los daños que hacían, viviendo como moros y comunicándose con los moros de Berbería, don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada, yendo al concilio de Trento, llevó tan a su cargo este negocio, que trató dél con muchas veras. Y papa Paulo III le encargó que dijese de su parte al rey don Felipe nuestro señor, que pusiese remedio como aquellas almas no se perdiesen. Y en un sínodo que hizo, donde se juntaron los obispos de Málaga, Guadix y Almería, sufragáneos al arzobispado de Granada, se trató de lo que convenía para que los nuevamente convertidos tratasen con integridad las cosas de la fe. Y hallando el remedio en la ejecución de los capítulos de la junta de la capilla real, informaron dello a su majestad, y él lo remitió a su real consejo, presidiendo en él el licenciado don Diego de Espinosa, que también era inquisidor general y obispo de Sigüenza, y después fue cardenal en la santa iglesia de Roma; y habiendo visto las relaciones del arzobispo y de los prelados, y que los remedios pasados no habían aprovechado más que para un principio de venganza, como es costumbre de los malos convertir [161] las cosas que se procuran para su emienda en nuevos géneros de delitos y ofensas, acordaron ante todas cosas que las provisiones que se hiciesen se ejecutasen con efeto, sin admitir demandas ni respuestas. Y para proveer en ello mandó su majestad el año de 1576 hacer una junta en la villa de Madrid, en la cual intervinieron el presidente don Diego de Espinosa, el duque de Alba, don Antonio de Toledo, prior de San Juan; don Bernardo de Borea, vicechanciller de Aragón; el maestro Gallo, obispo de Orihuela; el licenciado don Pedro de Deza, del consejo de la general Inquisición; el licenciado Menchaca y el doctor Velasco, oidores del Consejo Real y de la cámara; y todos estos caballeros y letrados se resolvieron en que pues los moriscos tenían baptismo y nombre de cristianos, y lo habían de ser y parecer, dejasen el hábito y la lengua y las costumbres de que usaban como moros, y que se cumpliesen y ejecutasen los capítulos de la junta que el emperador don Carlos había mandado hacer el año de 26; y ansí lo consultaron a su majestad, encargándole la conciencia; y para excusar importunidades, do se publicaron hasta que los enviaron al presidente de Granada que los ejecutase. Pornemos en este lugar los capítulos, y luego las contradiciones que los moriscos hicieron, porque no quede cosa, que el lector pueda desear.



 

Capítulo VI

En que se contienen los capítulos que se hicieron en la junta de la villa de Madrid sobre la reformación de los moriscos

     Primeramente se ordenó que dentro de tres años de como estos capítulos fuesen publicados, aprendiesen los moriscos a hablar la lengua castellana, y de allí adelante ninguno pudiese hablar, leer ni escrebir en público ni en secreto en arábigo.

     Que todos los contratos y escrituras que de allí adelante se hiciesen en lengua árabe fuesen ningunos, de ningún valor y efeto, y no hiciesen fe enjuicio ni fuera dél, ni en virtud dellos se pudiese pedir ni demandar, ni tuviesen fuerza ni vigor alguno.

     Que todos los libros que estuviesen escritos en lengua arábiga, de cualquier materia y calidad que fuesen, los llevasen dentro treinta días ante el presidente de la audiencia real de Granada para que los mandase ver y examinar; y los que no tuviesen inconveniente, se los volviese para que los tuviesen por el tiempo de los tres años, y no más.

     Cuanto a la orden que se había de dar para que aprendiesen la lengua castellana, se cometía al presidente y al arzobispo de Granada, los cuales, con parecer de personas práticas y de experiencia, proveyesen lo que les pareciese más conveniente al servicio de Dios y al bien de aquellas gentes.

     Cuanto al hábito, se mandó que no se hiciesen de nuevo marlotas, almalafas, calzas, ni otra suerte de vestido de los que se usaban en tiempo de moros; y que todo lo que se cortase y hiciese fuese a uso de cristianos. Y porque no se perdiesen de todo punto los vestidos moriscos que estaban hechos, se les dio licencia para que pudiesen traer los que fuesen de seda o tuviesen seda en guarniciones, tiempo de un año, y los que fuesen de sólo paño, dos años; y que pasado este tiempo, en ninguna manera trajesen los unos ni los otros vestidos. Y durante los dos años, todas las mujeres que anduviesen vestidas a la morisca llevasen las caras descubiertas por donde fuesen, porque se entendió que por no perder la costumbre que tenían de andar con los rostros atapados por las calles, dejarían las almalafas y sábanas, y se pondrían mantos y sombreros, como se había hecho en el reino de Aragón cuando se quitó el traje a los moriscos dél.

     Cuanto a las bodas, se ordenó que en los desposorios, velaciones y fiestas que hiciesen, no usasen de los ritos, cerimonias, fiestas y regocijos de que usaban en tiempo de moros, sino que todo se hiciese conformándose con el uso y costumbre de la santa madre Iglesia, y de la manera que los fieles cristianos lo hacían; y que en los días de las bodas y velaciones tuviesen las puertas de las casas abiertas, y lo mesmo hiciesen los viernes en la tarde y todos los días de fiesta, y que no hiciesen zambras, ni leilas con instrumentos, ni cantares moriscos en ninguna manera, aunque en ellos no cantasen ni dijesen cosa contra la religión cristiana ni sospechosa della.

     Cuanto a los nombres, ordenaron que no tomasen, tuviesen ni usasen nombres ni sobrenombres de moros, y los que tenían los dejasen luego, y que las mujeres no se alheñasen.

     En cuanto a los baños, mandaron que en ningún tiempo usasen de los artificiales, y que los que había se derribasen luego; y que ninguna persona, de ningún estado y condición que fuese, no pudiese usar de los tales baños, ni se bañasen en ellos en sus casas ni fuera dellas.

     Y cuanto a los gacis, se proveyó que los que fuesen libres, y los que se hubiesen rescatado o se rescatasen, no morasen en todo el reino de Granada, y dentro de seis meses de como se rescatasen saliesen dél; y que los moriscos no tuviesen esclavos gacis, aunque tuviesen licencias para poderlos tener.

     Cuanto a los esclavos negros, se ordenó que todos los moriscos que tenían licencias para tenerlos, las presentasen luego ante el presidente de la real audiencia de Granada, el cual viese si los que las tenían eran personas que sin impedimento ni otro peligro podían usar dellas, y enviase relación a su majestad dello, para que lo mandase ver y proveer; y en el ínterin la persona en cuyo poder se exhibiesen las licencias las detuviese, proveyendo en ello el Presidente lo que más viese que convenía.

     Esta fue la resolución que se tomó en aquella junta, aunque algunos fueron de parecer que los capítulos no se ejecutasen todos juntos, por estar los moriscos tan casados con sus costumbres, y porque no lo sentirían tanto yéndoselas quitando poco a poco; mas el presidente don Diego de Espinosa, fabricado de los avisos que venían cada día de Granada, y abrazándose con la fuerza de la religión y poder de un príncipe tan católico, quiso y consultó a su majestad que se ejecutasen todos juntos.



 

Capítulo VII

Cómo su majestad proveyó por presidente de la audiencia real de Granada al licenciado don Pedro de Deza, y se le enviaron los capítulos

     Luego proveyó su majestad por presidente de la audiencia real de Granada al licenciado don Pedro de [162] Deza, oidor de la general Inquisición, que hoy es cardenal en la santa iglesia de Roma, natural de la ciudad de Toro, y que había sido uno de los de la junta de la villa de Madrid, como queda dicho. El cual habiendo recibido la cédula de su provisión en la villa de Madrid, a 4 días del mes de mayo del año de 1566, a los 25 dél estaba ya en la ciudad de Granada, y el mesmo día que llegó se juntó el Acuerdo y tomó la posesión de la presidencia. Luego le envió el presidente don Diego de Espinosa los capítulos en forma de premática, para que con parecer del Acuerdo, comunicándolo también con el arzobispo de aquella ciudad, los hiciese publicar y procediese en la ejecución dellos, sin embargo de cualesquier contradiciones que se hiciesen de parte de los moriscos, procurando primero algunos medios para que sin mucho apremio se cumpliesen; y por otra parte, su majestad mandó al presidente don Diego de Espinosa que dijese a don Íñigo López de Mendoza, marqués que era ya de Mondéjar, por muerte de don Luis Hurtado de Mendoza, su padre, que aún estaba en la corte, que fuese a hallarse presente a la publicación de los capítulos, por si fuese menester dar calor con su presencia. Luego como llegaron a Granada los capítulos, el Presidente los mandó imprimir secretamente, para que hubiese copia que enviar a un mesmo tiempo por todo aquel reino, porque se acordó que se pregonasen el primer día del mes de enero luego siguiente, por ser día señalado, víspera de la fiesta que con gran solenidad celebra aquella ciudad en memoria del día en que los Reyes Católicos la ganaron. Y mientras esto se hacía, deseando que de los proprios moriscos, que ya tenían noticia de lo que se trataba y le habían hablado sobre ello, naciese alguna manera de consentimiento, hizo llamar a un Alonso de Horozco, canónigo de la iglesia colegial de San Salvador del Albaicín, hombre que tenía amistad y trato con los moriscos, porque había sido muchos años beneficiado en la Alpujarra, y sabía muy bien la lengua arágiba, y le encomendó que hiciese juntar los más principales en la iglesia, y por vía de amistades dijese que tenía aviso cierto como su majestad, cansado de oír las quejas que de ordinario le iban de los nuevamente convertidos de aquel reino, diciéndole que eran moros y se trataban como moros, y que la principal causa, para no ser cristianos eran el hábito y la lengua morisca, y las otras costumbres y cerimonias que tenían de tiempo de moros, había tomado resolución de mandar que lo dejasen todo; y que siendo ansí, sería cosa muy acertada que ellos lo pidiesen con su comodidad, y por la orden que les estuviese mejor, porque gustaría dello y les agradecería su buen deseo; y que dejando aparte los inconvenientes que hallaban en lo del hábito y la lengua, pidiesen que todas las mujeres que se casasen y las niñas se vistiesen como cristianas; y no haciendo de nuevo ropas a la morisca, fuesen gastando las que tenían hechas, y que desta manera se iría dejando aquel traje, que con razón debían aborrecer siendo cristianos, pues no era honesto, y se compadecía mal que las cristianas anduviesen vestidas como moras; y que asimesmo pidiesen que los muchachos aprendiesen a hablar castellano, y se pusiesen escuelas para enseñarles a leer, y que lo mesmo hiciesen los de mediana edad, y con los viejos se disimulase, pues era, cosa imposible poderlo hacer. Y cuanto a los libros árabes, ellos mesmos habían de holgar que no los hubiese, pues siendo cristianos, como lo profesaban, les era de ningún provecho tenerlos, y muy escandaloso a las conciencias. Que dejasen las bodas y los otros regocijos y placeres que acostumbraban hacer a la morisca por el ruin ejemplo y gran nota que daban de sí, y por el daño que se les seguía gastando sus haciendas mal gastadas, y por los escándalos y deshonestidades que en ellas se hacían. Todo lo cual habían de procurar ellos mesmos sin que se les mandase, y especialmente lo que tocaba a los baños artificiales, que estaba averiguado, ser un vicio malo, de donde resultaban muchos pecados en ofensa de Dios, y una costumbre deshonesta para sus mujeres y hijas; y les diesen a entender con su buen término que dejando todas estas cosas, y viendo que se trataban como los otros cristianos destos reinos, serían honrados, favorecidos y respetados, y su majestad se serviría de sus personas como de los otros sus vasallos, y vernían adelante sus hijos y nietos a ser constituidos en honras y dignidades y en oficios de justicia y de gobernación, como lo eran los nobles y virtuosos del reino. Estas y otras muchas cosas que el Presidente mandó al canónigo Alonso de Horozco que les dijese, las dijo a los más principales del Albaicín, que hizo juntar en San Salvador; mas ellos le respondieron que no osarían tratar de semejante negocio, porque tenían por cierto que los apedrearían. Viendo pues el canónigo la sequedad con que le habían respondido, y pareciéndole que por ventura no creían ser cierto lo que les había dicho de la determinación de su majestad, por no haberles dado autor cierto, fue aquel mesmo día al Presidente, y dándole cuenta de lo que había pasado, le pidió licencia para poderle dar a él por autor; el cual se la dio, y dende a dos días volvió a juntar los moriscos en la mesma iglesia, y les declaró como lo que les había dicho había sido por mandado del Presidente, y como de nuevo le había mandado que les dijese cómo su majestad quería que se ejecutasen los capítulos de la junta del año de 1526, y que sería bien que ellos lo pidiesen por la orden que viesen que les estaría mejor, y que él les favorecería para que se hiciese con su comodidad; mas no por eso se quisieron allanar, y como el canónigo les rogase que fuesen con él algunos dellos a hablar al Presidente, tampoco lo quisieron hacer por entonces.



 

Capítulo VIII

Cómo se pregonaron los capítulos de lo nueva premática, y del sentimiento que hicieron los moriscos

     Habiéndose acabado de imprimir la nueva premática, el presidente don Pedro de Deza, con parecer del acuerdo, mandó que se pregonase en la ciudad de Granada y en las otras de aquel reino, el 1.º día del mes de enero del año del Señor 1567. Este día se juntaron los alcaldes del crimen de la Real Chancillería, y el Corregidor con todas las justicias de la ciudad, y con gran solenidad de atabales, trompetas, sacabuches, ministriles y dulzainas la pregonaron en las plazas y lugares públicos de la ciudad y de su Albaicín. Luego incontinente se mandó que las justicias hiciesen derribar todos los baños artificiales, y se derribaron, comenzando primero por los de su majestad, porque los [163] dueños de los otros no se agraviasen. ¿Qué diremos del sentimiento que los moriscos hicieron cuando oyeron pregonar los capítulos en la plaza de Bib el Bonut, sino que con saberlo, ya fue tanta su turbación, que ninguna persona de buen juicio dejara de entender sus dañadas voluntades? Tanta era la ira que manifestaban, provocándose los unos a los otros con cierta demostración de amenazas. Decían que su majestad había sido mal aconsejado; y que la premática había de ser causa de la destruición del reino; y queriendo descubrir con mansedumbre sus fuerzas, antes de tomar las armas con rústica fiereza, comenzaron a hacer juntas en público y en secreto, dando por una parte materia de hablar a los mozos con ejemplo de los más viejos, que no les era menor aquel yugo que la propria muerte; y por otra parte acordaron que los principales resistiesen la furia de aquel efeto, que ellos llamaban malaventura, con fingida humildad, aprovechándose de la moral prudencia para pedir suspensión; y para ello nombraron personas que informasen a su majestad y a los de su consejo.



 

Capítulo IX

Cómo los moriscos contradijeron los capítulos de la nueva premática, y un razonamiento que Francisco Núñez Muley hizo al Presidente sobre ello

     Los moriscos de las ciudades, sierras y marinas y Alpujarra enviaron luego como se pregonó la premática, a la ciudad de Granada a entender los ánimos de los del Albaicín, y ver cómo lo habían tomado. Y hallándose todos conformes en una mesma voluntad, acordaron que se contradijesen por reino, y para ello acudieron a Jorge de Baeza, su procurador general, y le dieron que en nombre de la nación pidiese suspensión, como se había hecho otras veces. Y antes de hacer camino a la corte de su majestad, acordaron de hablar al presidente don Pedro de Deza, y informarle de palabra y por escrito, para ver si podrían ablandarte. A esto fue un morisco caballero llamado Francisco Núñez Muley, que por edad y experiencia tenía mucha prática de aquel negocio, y lo había tratado otras veces en tiempo de los reyes pasados, el cual puesto delante del Presidente, con la voz baja y humilde le dijo desta manera:

     «Cuando los naturales deste reino se convirtieron a la fe de Jesucristo, ninguna condición hubo que les obligase a dejar el hábito ni la lengua, ni las otras costumbres que tenían de regocijarse con sus fiestas, zambras y recreaciones; y para decir verdad, la conversión fue por fuerza, contra lo capitulado por los señores Reyes Católicos cuando el rey Abdilehi les entregó esta ciudad; y mientras sus altezas vivieron, no hallo yo, con todos mis años, que se tratase de quitárselo. Después, reinando la reina doña Juana, su hija, pareciendo convenir (no sé por cierto a quién), se mandó que dejásemos el traje morisco; y por algunos inconvinientes que se representaron, se suspendió, y lo mesmo viniendo a reinar el cristianísimo emperador don Carlos. Sucedió después que un hombre bajo de los de nuestra nación, confiado en el favor del licenciado Polanco, oidor desta real audiencia, a quien servía, se atrevió a hacer capítulos contra los clérigos y beneficiados, y sin tomar consejo con los hombres principales, que sabían lo que convenía disimular semejantes cosas, los firmó de algunos amigos suyos, y los dio a su majestad. A esto acudió luego por los clérigos el licenciado Pardo, abad de San Salvador del Albaicín, y a vueltas de su descargo, informó con autoridad del prelado que los nuevamente convertidos eran moros, y que vivían como moros, y que convenía dar orden en que dejasen las costumbres antiguas, que les impedían poder ser cristianos. El Emperador, como cristianísimo príncipe, mandó ir visitadores por todo este reino, que supiesen cómo vivían los naturales dél. Hízose la visita por los mesmos clérigos, y ellos fueron los que depusieron contra ellos, como personas que sabían bien la neguilla que había quedado en nuestro trigo; cosa que en tan breve tiempo era imposible estar limpio. De aquí resultó la congregación de la capilla real: proveyéronse muchas cosas contra nuestros previlegios, aunque también acudimos a ellas, y se suspendieron. Dende a ciertos años, don Gaspar de Ávalos, siendo arzobispo de Granada, de hecho quiso quitarnos el hábito, comenzando por los de las alcarías, y trayendo aquí algunos de Güejar sobre ello. El presidente que estaba en el lugar que está agora vuestra señoría, y los oidores desta audiencia, y el marqués de Mondéjar y el Corregidor se lo contradijeron, y paró por las mesmas razones; y desde el año de 1540 se ha sobreseído el negocio, hasta que agora los mesmos clérigos han vuelto a resucitarlo, para molestarnos por tantas vías a un tiempo. Quien mirare las nuevas premáticas por defuera, pareceranle cosa fácil de cumplir; mas las dificultades que traen consigo son muy grandes, las cuales diré a vuestra señoría por extenso, para que compadeciéndose deste miserable pueblo, se apiade dél con amor y caridad, y le favorezca con su majestad, como lo han hecho siempre los presidentes pasados. Nuestro hábito cuanto a las mujeres no es de moros; es traje de provincia como en Castilla y en otras partes se usa diferenciarse las gentes en tocados, en sayas y en calzados. El vestido de los moros y turcos, ¿quién negará sino que es muy diferente del que ellos traen? Y aun entre ellos mesmos diferencian; porque el de Fez no es como el de Tremecén, ni el de Túnez como el de Marruecos, y lo mesmo es en Turquía y en los otros reinos. Si la seta de Mahoma tuviera trajo proprio, en todas partes había de ser uno; pero el hábito no hace al monje. Vemos venir los cristianos, clérigos y legos de Suria y de Egipto vestidos a la turquesca, con tocas y cafetanes hasta en pies; hablan arábigo y turquesco, no saben latín ni romance, y con todo eso son cristianos. Acuérdome, y habrá muchos de mi tiempo que se acordarán que en este reino se ha mudado el hábito diferente de lo que solía ser, buscando las gentes traje limpio, corto, liviano y de poca costa, tiñendo el lienzo y vistiéndose dello. Hay mujer que con un ducado anda vestida, y guardan las ropas de las bodas y placeres para los tales días, heredándolas en tres y cuatro herencias. Siendo pues esto ansí, ¿qué provecho puede venir a nadie de quitarnos nuestro hábito, que, bien considerado, tenemos comprado por mucho número de ducados con que hemos servido en las necesidades de los reyes pasados? ¿Por qué nos quieren hacer perder más de tres millones de oro que tenemos empleado en él, y destruir a los mercaderes, a los tratantes, a los plateros y a otros oficiales que viven y se sustentan con hacer vestidos, [164] calzado y joyas a la morisca? Si docientas mil mujeres que hay en este reino, o más, se han de vestir de nuevo de pies a cabeza, ¿qué dinero les bastará? ¿Qué pérdida será la de los vestidos y joyas moriscas que han de deshacer y echar a perder? Porque son ropas cortas, hechas de girones y pedazos, que no pueden aprovechar sino para lo que son, y para eso son ricas y de mucha estima; ni aun los tocados podrán aprovechar, ni el calzado. Veamos la pobre mujer que no tiene con que comprar sayo, manto, sombrero y chapines, y se pasa con unos zaragüelles y una alcandora de angeo teñido, y con una sábana blanca, ¿qué hará? ¿De qué se vestirá? ¿De dónde sacarán el dinero para ello? Pues las rentas reales, que tanto interesan en las cosas moriscas, donde se gasta un número infinito de seda, oro y aljófar, ¿por qué han de perderse? Los hombres todos andamos a la castellana, aunque por la mayor parte en hábito pobre: si el traje hiciera seta, cierto es que los varones habían de tener más cuenta con ello que las mujeres, pues lo alcanzaron de sus mayores, viejos y sabios. He oído decir muchas veces a los ministros y prelados que se haría merced y favor a los que se vistiesen a la castellana, y hasta agora, de cuantos lo han hecho, que son muchos, ninguno veo menos molestado ni más favorecido: todos somos tratados igualmente. Si a uno hallan un cuchillo, échanle en galera, pierde su hacienda en pechos, en cohechos y en condenaciones. Somos perseguidos de la justicia eclesiástica y de la seglar; y con todo eso, siempre leales vasallos y obedientes a su majestad, prestos a servirle con nuestras haciendas, jamás se podrá decir que hayamos cometido traición desde el día que nos entregamos.

     »Cuando el Albaicín se alborotó, no fue contra el Rey, sino en favor de sus firmas, que teníamos en veneración de cosa sagrada. No estando aún la tinta enjuta, quebrantaron los capítulos de las paces las justicias, prendiendo las mujeres que venían de linaje de cristianas, para hacerles que lo fuesen por fuerza. Veamos, señor: ¿en las comunidades levantáronse los deste reino? Por cierto, en favor de su majestad acompañaron al marqués de Mondéjar y a don Antonio y don Bernardino de Mendoza, sus hermanos, contra los comuneros don Hernando de Córdoba el Ungi, Diego López Aben Axar, Diego López Hacera, con más de cuatrocientos hombres de guerra de nuestra nación, siendo los primeros que en toda España tomaron armas contra los comuneros. Y don Juan de Granada, hermano del rey Abdilehi, también fue general en Castilla de los reales, trabajó y apaciguó lo que pudo, y hizo lo que debía a buen vasallo de su majestad. Justo es pues que lo que tanta lealtad han guardado sean favorecidos y honrados y aprovechado en sus haciendas, y que vuestra señoría los favorezca, honre y aproveche, como lo han hecho los predecesores que han presidido en este lugar.

     »Nuestras bodas, zambras y regocijos, y los placeres de que usamos, no impide nada al ser cristianos. Ni sé cómo se puede decir que es cerimonia de moros; el buen moro nunca se hallaba en estas cosas tales, y los alfaquís se salían luego que comenzaban las zambras a tañer o cantar. Y aun cuando el rey moro iba fuera de la ciudad atravesando por el Albaicín, donde había muchos cadís y alfaquís que presumían ser buenos moros, mandaba cesar los instrumentos hasta salir a la puerta de Elvira, y les tenía este respeto. En África ni en Turquía no hay estas zambras; es costumbre de provincia, y si fuese cerimonia de seta, cierto es que todo había de ser de una mesma manera. El arzobispo santo tenía muchos alfaquís y meftís amigos, y aun asalariados, para que le informasen de los ritos de los moros, y si viera que lo eran las zambras, es cierto que las quitara, o a lo menos no se preciara tanto dellas, porque holgaba que acompañasen el Santísimo Sacramento en las procesiones del día de Corpus Christi, y de otras solemnidades, donde concurrían todos los pueblos a porfía unos de otros, cual mejor zambra sacaba, y en la Alpujarra, andando en la visita, cuando decía misa cantada, en lugar de órganos, que no los había, respondían las zambras, y le acompañaban de su posada a la iglesia. Acuérdome que cuando en la misa se volvía al pueblo, en lugar de Dominus vobiscum, decía en arábigo Y bara ficun, y luego respondía la zambra.

     »Menos se hallará que alheñarse las mujeres sea cerimonia de moros, sino costumbre para limpiarse las cabezas, y porque saca cualquier suciedad dellas y es cosa saludable. Y si se ponían encima agallas, era para teñir los cabellos y hacer labores que parecían bien.

     »Esto no es contra la fe, sino provechoso a los cuerpos, que aprieta las carnes y sana enfermedades. Don fray Antonio de Guevara, siendo obispo de Guadix, quiso hacer trasquilar las cabezas de las mujeres de los naturales del marquesado del Cenete, y rasparles la alheña de las manos; y viniéndose a quejar al Presidente y oidores y al marqués de Mondéjar, se juntaron luego sobre ello, y proveyeron un receptor que le fuese a notificar que no lo hiciese, por ser cosa que hacía muy poco al caso para lo de la fe.

     »Veamos, señor: hacernos tener las puertas de las casas abiertas ¿de qué sirve? Libertad se da a los ladrones para que hurten, a los livianos para que se atrevan a las mujeres, y ocasión a los alguaciles y escribanos para que con achaques destruyan la pobre gente. Si alguno quisiere ser moro y usar de los guadores y cerimonias de moros, ¿no podrá hacerlo de noche? Sí por cierto; que la seta de Mahoma soledad requiere y recogimiento. Poco hace al caso cerrar o abrir la puerta al que tuviere la intención dañada; el que hiciere lo que no debe, castigo hay para él, y a Dios nada es oculto.

     »¿Podrase, pues, averiguar que los baños se hacen por cerimonia? No por cierto. Allí se junta mucha gente, y por la mayor parte son los bañeros cristianos. Los baños son minas de inmundicias; la ceremonia o rito del moro requiere limpieza y soledad, ¿Cómo han de ir a hacerla en parte sospechosa? Formáronse los baños para limpieza de los cuerpos, y decir que se juntan allí las mujeres con los hombres, es cosa de no creer, porque donde acuden tantas, nada habría secreto; otras ocasiones de visitas tienen para poderse juntar, cuanto más que no entran hombres donde ellas están. Baños hubo siempre en el mundo por todas las provincias, y si en algún tiempo se quitaron en Castilla, fue porque debilitaban las fuerzas y los ánimos de los hombres para la guerra. Los naturales deste reino no han de pelear, ni las mujeres han menester tener fuerzas, sino andar limpias: si allí no se lavan, en los arroyos y fuentes y ríos, ni en sus casas tampoco lo pueden hacer, que les está defendido, ¿dónde se han de ir a lavar? Que aun [165] para ir a los baños naturales por vía de medicina en sus enfermedades les han de costar trabajo, dineros y pérdida de tiempo en sacar licencia para ello.

     »Pues querer que las mujeres anden descubiertas las caras, ¿qué es sino dar ocasión a que los hombres vengan a pecar, viendo la hermosura de quien suelen aficionarse? Y por el consiguiente las feas no habrá quien se quiera casar con ellas. Tápanse porque no quieren ser conocidas, como hacen las cristianas: es una honestidad para excusar inconvinientes, y por esto mandó el Rey Católico que ningún cristiano descubriese el rostro a morisca que fuese por la calle, so graves penas. Pues siendo esto ansí, y no habiendo ofensa en cosas de la fe, ¿por qué han de ser los naturales molestados sobre el cubrir o descubrir de los rostros de sus mujeres?

     »Los sobrenombres antiguos que tenemos son para que se conozcan las gentes; que de otra manera perderse han las personas y los linajes. ¿De qué sirve que se pierdan las memorias? Que bien considerado, aumentan la gloria y ensalzamiento de los Católicos Reyes que conquistaron este reino. Esta intención y voluntad fue la de sus altezas y del Emperador, que está en gloria, para éstos se sustentan los ricos alcázares de la Alhambra y otros menores en la mesma forma que estaban en tiempo de los reyes moros, porque siempre manifestasen su poder por memoria y trofeo de los conquistadores.

     »Echar los gacis deste reino, justa y santa cosa es; que ningún provecho viene de su comunicación a los naturales; mas esto se ha proveído otras veces, y jamás se cumplió. Ejecutarse agora no deja de traer inconviniente, porque la mayor parte dellos son ya naturales, casáronse, naciéronles hijos y nietos, y tiénenlos casados; y estos tales sería cargo de conciencia echarlos de la tierra.

     »Tampoco hay inconviniente en que los naturales tengan negros. ¿Estas gentes no han de tener servicios? ¿han de ser todos iguales? Decir que crece la nación morisca con ellos, es pasión de quien lo dice, porque habiendo informado a su majestad en las cortes de Toledo que había más de veinte mil esclavos negros en este reino en poder de naturales, vino a parar en menos de cuatrocientos, y al presente no hay cien licencias para poderlos tener. Esto salió también de los clérigos, y ellos han sido después los abonadores de los que los tienen, y los que han sacado interese dello.

     »Pues vamos a la lengua arábiga, que es el mayor inconviniente de todos. ¿Cómo se ha de quitar a las gentes su lengua natural, con que nacieron y se criaron? Los egipcios, surianos, malteses y otras gentes cristianas, en arábigo hablan, leen y escriben, y son cristianos como nosotros; y aun no se hallará que en este reino se haya hecho escritura, contrato ni testamento en letra arábiga desde que se convirtió. Deprender la lengua castellana todos lo deseamos, mas no es en manos de gentes. ¿Cuántas personas habrá en las villas y lugares fuera desta ciudad y dentro della, que aun su lengua árabe no la aciertan a hablar sino muy diferente unos de otros, formando acentos tan contrarios, que en sólo oír hablar un hombre alpujarreño se conoce de qué taa es? Nacieron y criáronse en lugares pequeños, donde jamás se ha hablado el aljamía ni hay quien la entienda, sino el cura o el beneficiado o el sacristán, y éstos hablan siempre en arábigo: dificultoso será y casi imposible que los viejos la aprendan en lo que les queda de vida, cuanto más en tan breve tiempo como son tres años, aunque no hiciesen otra cosa sino ir y venir a la escuela. Claro está ser éste un artículo inventado para nuestra destruición, pues no habiendo quien enseñe la lengua aljamía, quieren que la aprendan por fuerza, y que dejen la que tienen tan sabida, y dar ocasión a penas y achaques, y a que viendo los naturales que no pueden llevar tanto gravamen, de miedo de las penas dejen la tierra, y se vayan perdidos a otras partes y se hagan monfíes: Quien esto ordenó con fin de aprovechar y para remedio y salvación de las almas, entienda que no puede dejar de redundar en grandísimo daño, y que es para mayor condenación. Considérese el segundo mandamiento, y amando al prójimo, no quiera nadie para otro que no querría para sí; que si una sola cosa de tantas como a nosotros se nos ponen por premática se dijese a los cristianos de Castilla o del Andalucía, morirían de pesar, y no sé lo que se harían. Siempre los presidentes desta audiencia fueron en favorecer y amparar este miserable pueblo: si de algo se agraviaban, a ellos acudían, y remediábanlo como personas que representaban la persona real y deseaban el bien de sus vasallos; eso mesmo esperamos todos de vuestra señoría. ¿Qué gente hay en el mundo más vil y baja que los negros de Guinea? Y consiénteseles hablar, tañer y bailar en su lengua, por darles contento. No quiera Dios que lo que aquí he dicho sea con malicia, porque mi intención ha sido y es buena. Siempre he servido a Dios nuestro señor, y a la corona real, y a los naturales deste reino, procurando su bien; esta obligación es de mi sangre, y no lo puedo negar, y más ha de sesenta años que trato destos negocios; en todas las ocasiones he sido uno de los nombrados. Mirándolo pues todo con ojos de misericordia, no desampare vuestra señoría a los que poco pueden, contra quien pone toda la fuerza de la religión de su parte; desengañe a su majestad, remedie tantos males como se esperan, y haga lo que es obligado a caballero cristiano; que Dios y su majestad serán dello muy servidos, y este reino quedará en perpetua obligación.»



 

Capítulo XI

De lo que el Presidente respondió a los moriscos, y cómo avisó a su majestad dello, y de algunas cosas que convenía proveerse     

Oído el razonamiento de Francisco Núñez Muley, el Presidente le respondió que todo cuanto él pudiese hacer para que los vasallos de su majestad do fuesen molestados, lo haría; y que si algunas justicias les hiciesen algún agravio o les llevasen dineros mal llevados, acudiesen a él, porque luego lo remediaría y castigaría con rigor. Que lo que su majestad quería dellos era que fuesen buenos cristianos, en todo semejantes a los otros cristianos sus vasallos, y que haciéndolo ansí, ternían causa de pedirle mercedes, y él razón de hacérselas; mas que tuviesen por cierto que la nueva premática no se había de revocar, pues era tan santa y justa, y había sido hecha con tanta deliberación y acuerdo. Que si alguna cosa había en ella de que poderse agraviar, se lo dijesen; porque en lo que él pudiese darle declaración, lo haría de muy buena voluntad; [166] y en lo que no pudiese darla, enviaría a consultarlo luego con su majestad, y procuraría el remedio con toda brevedad. Que fuera desta orden no gastasen sus haciendas al aire, ni enviasen a la corte sobre ello; porque las razones que daban se habían dado otras veces, y no eran bastantes para que por ellas se revocase la premática; porque en lo que tocaba a la lengua, estaba cometido al arzobispo de Granada y a él, para que lo proveyesen por la vía que mejor pareciese convenir, y así lo harían; y en lo del hábito, estaba el remedio en la mano, deshaciendo las ropas moriscas, y haciendo dellas sayas faldellines y sayuelos al uso de las cristianas, y desta manera no se perdería tanto como decía; y que los maestros y oficiales que hacían vestidos y joyas a la morisca podían también hacerlo a la castellana, y los mercaderes y tratantes tener el mesmo trato que tenían. Y como le replicase que no estaban examinados; y que los almotacenes les llevarían la pena, le respondió que desde luego les daba licencia para que los pudiesen cortar y hacer, aunque, no estuviesen examinados; y que en lo que tocaba a las mujeres pobres, se pediría a su majestad que de limosna les mandase dar sayas y mantos, y andando vestidas como cristianas, cesaría el inconviniente que decía de las justicias; y al fin concluyó con decirle resolutamente que su majestad quería más fe que farda, y que preciaba más salvar una alma que todo cuanto le podían dar de renta los moriscos nuevamente convertidos, porque su intención era que fuesen buenos cristianos, y no sólo que lo fuesen, más que también la pareciesen, trayendo a sus mujeres y hijas vestidas como andaba la Reina, nuestra señora, y que por su parte en nengún tiempo los favorecería para que, siendo cristianos, trajesen a sus mujeres vestidas como moras. Con estas y otras muchas razones despidió el Presidente a este morisco aquel día, y siendo, informado que querían enviar a la corte a Jorge de Baeza a hacer contradición en nombre del reino, le hizo llamar y le mandó que por ninguna vía fuese a tratar de aquel negocio, porque su majestad no gustaría dello; y que si alguna cosa pretendían, lo pidiesen por petición, y se proveería en lo que hubiese lugar, y en lo demás se consultaría con su majestad. Luego se mandó pregonar por toda la ciudad que todos los maestros y oficiales de cosas moriscas que quisiesen hacerlas a la castellana, lo hiciesen libremente, aunque no estuviesen examinados por los veedores, y que no les llevasen penas ni achaques por ello. Que los que quisiesen examinarse, los examinasen sin llevarles interés por el examen; y que los tejedores de almalafas, almaizares y cortinas, y de otras cosas moriscas, dentro de cierto término acabasen las obras que tenían comenzadas, y de allí adelante no hiciesen otras de nuevo, sino que guardasen el tenor de la premática. Y porque había muchos que tenían tiendas arrendadas para sus tratos y oficios, y empleado su caudal en ropas y cosas moriscas, y cesando, como había de cesar, el trato dellas, no podían pagar los alquileres de vacío, mandó llamar los dueños dellas, y les rogó que las tomasen en sí, y diesen por libres de los arrendamientos a los moriscos, los cuales holgaron de hacerlo. Mandoles avisar que todas las cuentas que tenían en arábigo se feneciesen y acabasen dentro de un año, porque de allí adelante, guardando la premática, no habían de leer ni escrebir más en aquella lengua, sino en la castellana. Ordenose a las justicias que si prendiesen algunas mujeres sobre el hábito y traje, las reprehendiesen y amonestasen dos y tres veces antes de llevarlas a la cárcel; y si algunas prendían, mandaba luego soltarlas sin costas; y en todo el primer año no consintió que se ejecutase pena que viniese a su noticia. Y porque los alguaciles ordinarios hacían demasías, señaló personas que con menos rigor lo hiciesen, mandándoles respetar y hacer cortesía a las moriscas que encontrasen vestidas a la castellana. Y por carta de 27 de febrero dio aviso a su majestad, y le informó de lo que había pasado con los moriscos, y del estado en que estaban sus negocios, y lo que le parecía deberse proveer para atajar los males y daños, que los monfíes salteadores hacían en aquel reino, certificando que era el mayor inconviniente para la quietud y seguridad dél, especialmente de los lugares de la costa de la mar, adonde acudían bajeles de Berbería, que con la industria y favor que les daban, hacían grandísimos daños. En esta conformidad se informó por acuerdo y por ciudad, cada uno por su parte, fundando el remedio más en legalidad que en fuerza, pidiendo que se cometiese a los alcaldes de la Real Audiencia, sin que en ello, por ser negocios de justicia, se entremetiese el Capitán General, a cuyo cargo solamente habían de estar los presidios de los lugares de la costa. También informaron como los moriscos del Albaicín avisaban que se venían a meter con ellos muchos moriscos forasteros, y pedían que hubiese alguna gente pagada a su costa que rondase de noche, tanto por la seguridad de sus personas y haciendas, como para que los malhechores fuesen presos y castigados. Lo cual todo visto en el real Consejo, y consultado a su majestad, se respondió al presidente don Pedro de Deza, por carta de 30 de marzo, que estaba bien la respuesta que había dado a los moriscos que le habían ido a hablar; y en cuanto a lo que decía de las mujeres pobres, que no tenían de que vestirse como cristianas, su majestad les hacía merced que del dinero procedido de dos casas de baños de su real patrimonio, que se habían desbaratado y vendido aquellos días en el Albaicín, se comprasen paños y anascotes con que vestirlas, y les diesen oficiales que les hiciesen ropas a uso de cristianas, sin llevarles hechura, como en efeto se hizo. Y que en cuanto a la seguridad de los lugares de la costa de la mar, ya su majestad había mandado venir suficiente número de galeras para la guardia della, y se proveería gente de guerra, que con asistencia del Capitán General la guardasen, y con esto cesarían los daños que hacían los monfíes y salteadores; y también él por su parte proveyese de manera que cesasen por los medios que pareciesen más convenientes. Y en lo que tocaba a la ciudad, parecía no ser necesario hacer más prevención que tener gran cuenta los alcaldes de chancillería y las justicias ordinarias con rondar de noche, repartiendo entre sí el tiempo y horas y los cuarteles, de manera que en todas partes y en cualquiera hora de la noche se rondase, creciendo si pareciese necesario, el número de los alguaciles y de la gente que había de andar con ellos; y porque parecía que en el Albaicín importaría más la ronda, se pondrían dos alguaciles acompañados de más gente que los otros, ayudando para este [167] gasto y para lo demás los moriscos, como decía que lo habían prometido; y que con esto, no habiendo como no había que temer otro movimiento ni alteración, estaría bien proveído, sin hacer provisiones de más costa ni sonido, para excusar los daños que se podían hacer de noche. Y en cuanto a los moriscos forasteros que decían que se metían a vivir en el Albaicín, lo proveyesen allá como pareciese, y se enviase relación al Consejo de lo que se hiciese.



 

Capítulo XII

De lo que el marqués de Mondéjar informó a su majestad acerca de los capítulos que se mandaban ejecutar

     Estuvo el marqués de Mondéjar algunos días en la corte, después que el presidente don Diego de Espinosa le habló, procurando como hacer que se suspendiese el efeto de los capítulos que tanto sentían los moriscos del reino de Granada; y en las relaciones que hacía se quejaba de que se hubiese tomado resolución precisa en negocio tan grave y de tanta consideración sin pedirle su parecer, como se había hecho siempre con los capitanes generales de aquel reino, ansí por la confianza que dellos se tenía, como por la prática y experiencia que tenían de las cosas dél; y no los contradiciendo, representaba los inconvinientes que traía consigo la ejecución dellos, diciendo lo mucho que convenía que en el despacho de las provisiones que para el efeto se hubiesen de hacer hubiese mucha brevedad, por los inconvinientes que de la dilación podrían resultar, los males que habría en el reino, y los daños inreparables que se seguirían si los moriscos venían a desvergonzarse, por tener los turcos tan a la mano en los lugares marítimos de Berbería, con navíos y lente, y ser el pasaje tan breve de su costa a la nuestra, que podrían atravesar en poco espacio de tiempo, y venir donde había grandísimo número de enemigos de las puertas adentro, todos moriscos, gente liviana, amiga de novedades, sospechosos en la fe y en la lealtad que como buenos vasallos debían a su majestad como a rey y señor natural, en tanta manera, que con razón se podría presumir y temer dellos cualquiera alteración, especialmente con la ocasión presente. Decía más, que aunque el celo de las personas con cuya intervención y consejo se habían hecho los capítulos era santo y bueno, las cosas de aquel reino no estaban en estado que de su parecer se hiciese novedad, experimentando hasta dónde llegaba la lealtad de los moriscos. Y en caso que su majestad resolutamente mandase que se ejecutasen, convendría que se le diese cantidad de gente con que tenerlos enfrenados de manera que no se alborotasen, como temía que lo habían de hacer, sintiendo terriblemente aquel yugo; y que sin esto, su ida en aquel reino sería de poco efeto, teniendo tan poca gente como tenía, y tan falta de todas las cosas necesarias. A estas y otras muchas razones que el marqués de Mondéjar daba, don Diego de Espinosa le respondió que la voluntad de su majestad era aquella y que se fuese al reino de Granada, donde sería de mucha importancia su persona, atropellando, como siempre, todas las dificultades que le ponían por delante. Verdaderamente fue cosa determinada de arriba para desarraigar de aquella tierra la nación morisca. Representábaseles a los del Consejo lo que el marqués de Mondéjar decía; y aunque tenía otros avisos y sospechas, no estando ciertos el cómo y cuándo sería, dudosos, teniendo por una parte y dificultando por otra, juzgaban ser muy necesario el remedio con brevedad; más tenían gran confianza en que las provisiones hechas a las justicias y la gente del Capitán General sería bastante, por ser los moriscos gente vil, desarmados, faltos de industria, de fortalezas, no asegurados de socorro; y por estas razones no se proveyó a las pretensiones del marqués de Mondéjar más que mandarle que se fuese luego a Granada con acrecentamiento de solos trescientos soldados extraordinarios, que pusiese en los lugares de la costa donde le pareciese, y que la visitase y residiese en ella cierto tiempo del año.



 

Capítulo XIII

De algunas cosas que el presidente de Granada proveyó estos días, y cómo los moriscos se agraviaron dellas

     Acercábase ya el tiempo en que las moriscas habían de dejar las ropas que tuviesen seda, que era el postrer día de diciembre del año de 1567. El presidente y el arzobispo de Granada ordenaron a los curas y beneficiados de las iglesias de los lugares de los moriscos de todo él reino, que en la misa mayor del día de año nuevo les avisasen dello para que supiesen que de allí adelante no las podían traer, y se ejecutaría la pena de la premática; y que asimesmo empadronasen todos los niños y niñas hijos de moriscos que había en Granada, desde edad de tres años hasta quince, para ponerlos en escuelas donde aprendiesen la lengua y la doctrina cristiana. Pregonose también que todos los moriscos de la Vega y del Valle y de las Alpujarras qué habían entradose a vivir en Granada con sus casas y familias, saliesen luego fuera, y volviesen a poblar los lugares, so pena de la vida. Estas cosas quisieron contradecir los moriscos, y juntándose algunos dellos, acudieron luego al Presidente, creyendo que les podría hacer algún favor, y con mucho sentimiento le dijeron que siendo, como eran, vasallos de su majestad, y pudiendo vivir libremente en cualquiera parte del reino, se les hacía agravio en mandarles que no viviesen dentro de Granada; que no era cosa nueva venirse, los de las alcarías a vivir a la ciudad, ni los de la ciudad salirse a morar a las alcarías; y que asimesmo habían sabido como estaba mandado a los curas que les empadronasen sus hijos para llevárselos a Castilla; que por amor de Dios los favoreciese de manera que no se les hiciesen tantos agravios y molestias. Y él les respondió que mirasen muy bien lo que decían, pues veían cuán justa cosa era que los moriscos forasteros volviesen a vivir a sus casas, porque de otra manera sería despoblar la tierra; que a ellos les estaba bien volverse, pues era cierto que los que se habían metido en la ciudad eran de los honrados y más pacíficos, y como tales tenían obligación a estar en sus lugares, para que no sucediese algún desorden entre la gente inquieta y desasosegada. Que en lo que tocaba a los niños, no era más que dar orden como fuesen enseñados y doctrinados en la fe; y porque habiendo su majestad mandado que cesase el uso de la lengua arábiga a los hombres de treinta años arriba, que se entendía que no podían dejarla tan fácilmente, se les prorrogaría el término; y para los niños y mozos era bien que hubiese escuelas donde [168] aprendiesen la lengua y la doctrina cristiana; que supiesen que los maestros no les habían de llevar nada por enseñarlos, antes se daría orden como fuesen pagados a costa de su majestad. Que si los empadronaban a todos, era porque se viese los que faltaban, y para que sus padres y madres tuviesen cuidado de enviarlos a la escuela y diesen cuenta dellos; porque como los maestros y maestras no les habían de llevar interés, podrían descuidarse. Que considerasen bien lo que se hacía, y lo tuviesen en mucho, pues se tenía tan particular cuidado de lo que tocaba a su bien y a la salvación de sus almas; y que, como les había dicho otras veces, la intención de su majestad era, haciendo lo que eran obligados, servirse dellos en paz y en guerra, y aprovecharlos en las cosas eclesiásticas y seglares, sin hacer diferencia dellos a los otros cristianos, sus vasallos. Por tanto, que se animasen unos a otros y diesen muestras de cristiandad con obras; y en lo demás perdiesen cuidado, porque él lo ternía siempre de favorecer sus cosas. Y como los moriscos, a quien no faltaban réplicas, dijesen que había entre ellos muchos pobres que no podrían tener sus hijos en escuelas, porque estaban puestos a oficios y aprendían y ayudaban a sustentar a sus padres, y les servían, no teniendo ni habiéndoles quedado otro servicio, les respondió que no tuviesen pena, porque él lo comunicaría con el Acuerdo, para que se diese alguna buena orden, de manera que los niños aprendiesen y sus padres consiguiesen lo que pretendían, no dejando de aprender oficios y ayudarles con su trabajo, como decían. Y con ello se salieron no menos confusos que la otra vez, viendo lo poco que les aprovechaban sus pláticas, aunque entendimos después de algunos dellos, que siempre tuvieron esperanza que con la sospecha de que se habían de levantar, aplacaría aquel rigor y se suspendería la premática.



 

Libro tercero

Capítulo I

Cómo don Juan Enríquez y con él algunos moriscos principales fueron a la corte sobre la suspensión de la premática

     Los moriscos, pues, acordaron todavía de enviar estos días a la corte sobre estos negocios, sin embargo de lo que el presidente don Pedro de Deza les había dicho. Y porque para cosa de tanta importancia convenía que fuese persona de calidad, a quien diese su majestad grata audiencia, pidieron con mucha instancia a don Juan Enríquez, el de Baza, que después fue mayordomo de la Reina nuestra señora, que lo aceptase en nombre del reino, como aquel que sabía bien cuánto importaba a la quietud y sosiego de los naturales dél que no se ejecutase la premática; el cual procuró excusarse, por entender que el Presidente estorbaba por todas las vías posibles que nadie fuese a importunar sobre ello a su majestad; y don Enrique Enríquez, su hermano, que tenía lugares poblados de moriscos, le aconsejó que por ninguna manera lo dejase de hacer, pues conocía los ánimos de aquellas gentes, y sabía cuán mal recebían aquellas opresiones, y los inconvinientes que se podrían recrecer dellas. Finalmente, fue a la corte, y sin dar parte de su ida al Presidente, llevó consigo dos moriscos de buen entendimiento, llamados Juan Hernández Mofadal, vecino de Granada, y Hernando el Habaquí, alguacil de Alcudia, lugar de la jurisdición de la ciudad de Guadix, con poderes del reino; mas ya cuando llegaron el Presidente había escrito a su majestad y al cardenal don Diego de Espinosa, diciendo como por haberse encargado don Juan Enríquez de favorecer a los moriscos en aquel negocio, le habían inquietado y andaban alborotados, estando ya llanos en el cumplimiento de la premática. Siendo pues avisado don Juan Enríquez de lo que el Presidente había escrito, dio parte a don Antonio de Toledo, prior de San Juan, del negocio d que iba y de las causas que le movían a ello, para que supiese de su majestad si sería servido le informase; y siéndole dada audiencia, le dijo el nombre del reino, como habiéndose pregonado la premática y mandado ejecutar, se habían escandalizado los moriscos, pareciéndoles que no se podría cumplir. Que suplicaba a su majestad considerase cómo en tiempo que había mejor comodidad las había mandado suspender el cristianísimo Emperador, su padre, por ser los inconvinientes muchos y tan grandes, que convendría mandar que se mirase mucho en ello; y que como fiel vasallo había encargádose de aquel negocio, entendiendo que convenía a su real servicio que se suspendiesen, a lo menos en lo del traje y lengua, que era lo que más sentían los nuevamente convertidos. Dicho esto, le dio un memorial de todo lo que tenía que decir en este particular de palabra; y el Rey lo tomó en sus manos, y le dijo que él había consultado aquel negocio con hombres de ciencia y conciencia, y le decían que estaba obligado a hacer lo que hacía; que vería su memorial, y proveería en él lo que más conviniese al servicio de Dios y suyo. Después desto dijo el prior don Antonio a don Juan Enríquez que su majestad mandaba que acudiese al cardenal Espinosa, porque él le daría resolución en su negocio. El cual acudió a él, y apartándole en un aposento, mandó que le leyese su secretario el memorial que había dado, y después de leído, le dijo: «Su majestad ha mandado hacer la premática con acuerdo de muchos hombres religiosos que le encargan la conciencia sobre ello, diciéndole que aquellas almas son a su cargo, y que son moros y viven como moros; y para remedio desto no se ha hallado otro mejor medio que el que se ha tomado; y maravíllome mucho que una persona de tanta calidad como vuestra merced haya querido ponerse en hacer por ellos; porque entendiendo que se movía para venir a esta corte, han tomado alas y puéstose en contradecir lo que estaba ya llano». A esto respondió don Juan Enríquez que tener la calidad que decía le había hecho tomar la mano en cosa que tanto importaba al servicio de su majestad y al bien de aquel reino; porque si los hombres de su calidad no lo hacían, ¿quién había que mejor lo pudiese hacer? Y el Cardenal le replicó que era verdad, [169] más que había de ser en cosa de más justificación. Que el negocio de la premática estaba determinado, y su majestad resoluto en que se cumpliese; y así, le parecía que se podría volver a su casa, y no tratar más dél. Con todo eso informó don Juan Enríquez a todos los del consejo de Estado, y dio a cada uno dellos su memorial, representándoles los inconvinientes que traía consigo la ejecución de la nueva premática. Y aunque el duque de Alva y don Luis de Ávila, comendador mayor de Alcántara, y otros, eran de parecer que se sobreseyese por algún tiempo, a lo menos que se fuese ejecutando poco a poco, jamás pudieron persuadir al cardenal Espinosa a ello.



 

Capítulo II

Cómo los moriscos fueron con el memorial remitido al presidente de Granada, y lo que pasaron con él

     Otro día salió el memorial decretado, que acudiesen al presidente don Pedro de Deza. Y dejando de tratar más de aquel negocio don Juan Enríquez, se volvió a su casa, y los moriscos que habían ido con él tomaron lo decretado y lo llevaron a Granada. Y volviendo otra vez a suplicar al Presidente por el remedio, les dijo que lo que habían pedido a su majestad era que mandase revocar la premática, y que no era cosa que se podía hacer, porque se había hecho por su bien y para su salvación. Que mirasen bien en ello, y hallarían que era la cosa que más habían de desear; pues era cierto que andando vestidos y tratándose como los otros cristianos del reino, no habría en que diferenciarse los unos de los otros, y sus mujeres andarían más honradas. Que se juntasen ellos mesmos, y confiriesen y tratasen entre sí la mejor orden que se podía dar en lo tocante a la ejecución, para que no fuesen molestados, cohechados ni robados, y diesen sus declaraciones de la manera que les parecía que se podría mejor cumplir lo uno y lo otro; que él también pensaría en ello por su parte, y lo que acordasen se lo llevasen por escrito, para que de allí se tomase el mejor medio. Mas, aunque después se tornaron a juntar y trataron de algún medio, no les pareció que era bien pedir cosa en particular, antes volvieron a casa del Presidente, y le dijeron que pues su majestad le había cometido aquel negocio, proveyese lo que en ello se había de hacer. Y desahuciados ya dél, comenzaron a revolver algunos jofores o pronósticos que tenían; y disimulando unos, otros más atrevidos, que tenían menos que perder, comenzaron a convocar rebelión. Pongamos primero los jofores traducidos a la letra de arábigo, y después diremos la orden que tuvieron para convocarse, y el secreto que guardaron en ello.



 

Capítulo III

En que se contienen los pronósticos o ficciones que los moriscos del reino de Granada tenían cerca de su libertad

     Tenían los moriscos de Granada ciertos jofores o pronósticos, o por mejor decir, unas ficciones, que debieron hacer algunos gramáticos árabes para consuelo de los espectantes cuando nuestros cristianos hubieron acabado de conquistar aquel reino, en los cuales ponían alguna manera de confianza a los rústicos ignorantes, haciéndoles creer los que les leían que sería infalible lo que allí se contenía; y porque esta vana confianza les causó harta parte de su desasosiego, los ponemos en este lugar a la letra, tales como fueron traducidos por el licenciado Alonso del Castillo, traductor del santo oficio de la Inquisición de Granada, y por su mandado. El cual nos dijo que los había hallado mal escritos, porque los que los habían trasladado de los originales no debieron de entenderlos bien, y así estaban varios, y no correspondían ni conformaban en las sentencias, y aun del sujeto y materia dellos parecía estar torcidos a voluntad de los desconsolados y afligidos moros, que se veían despojados de su libertad y de su tierra. La lengua árabe es tan equívoca, que muchas veces una mesma cosa, escrita con acento, agudo o luengo, significa dos cosas contrarias; y lo mesmo hace estando escrita con un acento y con una ortografía en diversas oraciones; y no es de maravillar que los moriscos, que no usaban ya de los estudios de la gramática árabe, sino ora a escondidas, leyesen y entendiesen una cosa por otra. Finalmente los juicios o jofores que les engañaron fueron tres: los dos primeros se hallaron entre unos libros árabes que estaban en el santo oficio de la Inquisición de Granada, y el tercero halló un soldado en la cueva que dicen de Castares, en la Alpujarra. Los cuales, de la manera que fueron traducidos, son como se sigue

PRONÓSTICO O FICCIÓN QUE SE HALLÓ EN UNOS LIBROS ÁRABES EN EL SANTO OFICIO DE LA INQUISICIÓN DE LA CIUDAD DE GRANADA:

     Con el nombre de Dios, misericordioso y piadoso. Éste es el metro divino que compuso mi señor Zayd el Guerguali, que Dios perdone, y dice así: «¡Oh cuanto ha que aguardo lo prometido en las profecías acerca de lo que el verdadero Profeta prometió, y Dios tiene proveído! Lo cual le fue revelado, no por lengua de gentes, y se lo declaró; y no faltará letra de la providencia de nuestro buen Dios, y será como Él lo dice. De la novena generación quiero hablar, por quien el legislador rogó muchas veces a Dios que hubiese piedad; cuya oración oyó Dios, y ha parecido. ¡Oh varones! Quiero especificar lo que el Profeta adivinó de la isla encerrada entre los mares, que es la isla del Español, cuyo juicio ha parecido por su dicho y por dichos de profetas y varones, escrito todo maravillosamente por adivinación antigua, en lo cual se ha tenido la ley y en el dicho de Alí, que declaró lo que había de ser hasta agora, y todos lo han tenido, y les ha parecido que es lo que Odeifa anunció y por él está divulgado, y ansimesmo se lee por autoridad de Zahabe y de Daniel, porque en lo que Alí dijo no hay duda; a él dan crédito todas las gentes, y dél se han leído grandes hazañas que han acaecido como él lo dijo. El cual, hablando del poniente y de la Andalucía en sus profecías, dijo que sin duda la habían de poseer los descreídos; y esto es cierto haber sido ansí, y todos lo han visto, así los de buen juicio, como los que tienen advertencia en lo que pasa. Pues el año 96 se tornará a conquistar cumplidamente, y todas sus ciudades se poblarán, alzando en ellas un príncipe; y, antes que esto se quiera comenzar, con parecer del común todos los ciudadanos irán a poblar los campos, y sembrarán la tierra, y la sazón será cuando pareciere un cometa anunciador del bien y libertad. Asosegaranse los alborotos, y los de Meca [170] saldrán, y vendrá el enemigo de los crueles de las tierras del Haraje, que son en el levante en los reinos del Yamen, y conquistará la tierra de Ceuta, Alcázar y Tánger, y la tierra de los negros, y con grandes ejércitos de turcos bajará al poniente, y conquistará a sus moradores, señores injustos e infieles, que adoran muchos dioses; y volverá todo el reino a la sujeción del mensajero de Dios, y la ley será ensalzada, y la generación de los que adoran un solo Dios poseerá a Gibraltar, que fue dellos su origen y entrada, y a ellos ha de volver. Y en la sucesión décima se cumplirá nuestra dicha, y lo que hubiere en ella de trabajos será de los judíos. Grandes infortunios vendrán a la casta maldita judaica y a los que adoran las imágines; y grandes misterios habrá en el poniente y en las tierras del Cinth en el levante, y en las tierras de Azasate, y con vitoria y exaltación se excluirá todo escándalo. De allá de Tamor, que son tierras en levante, y de la provincia del Xem, ha de venir el conquistador a la fortaleza de las Damas, Y vendrán con él grandes capitanes de bárbaros, el Xerife, Eidar, Zaide el Moreno, Yahaya el Farid, y Abul Celem, que con su brazo desnudo se mostrará entre todas las gentes. Y el castigo de Granada será historia admirable, porque en alboroto de guerra quedarán sus casas asoladas por el hierro que se hará en ella con mentira y engaño, hasta venir a punto de muerte la generación de los naturales, por mandado de los descreídos. Y cuando venciere el vino los juicios de los gobernadores, entonces mandarán asolar las alcarías, y al cabo todas las gentes se atendrán a hacer paces. En estas paces, grandes pueblos y fortalezas, se perderán por traición, y en año 92 y 93 se verán grandes comunidades entre dos partes. Málaga se perderá totalmente; y no será ella sola, sino todas las ciudades, porque el levantamiento de las honras hace perder los reinos; y los que no se rigen con prudencia, acompáñalos toda tristeza y pesar. En esta comunidad de guerra de gentes faltará la fe, y la ley será desamparada; los hombres sabios vendrán a ser escarnio de todos, y ocuparse han los gobernadores en sacar las gentes de sus pueblos, y en asolar los lugares con perder los pechos, sin poder ofender la África, dejándola atrás. Y luego incontinente tras desto sucederá a los infieles guerra, y en el reino de Granada no quedará pueblo. Y en el año largo crecerá la discordia, y serán muy pocos en número los que escaparen de trabajo y abatimiento, y habrá muertes; y el trono y vitoria del poniente, aguardadlo de los africanos, porque lo que el verdadero Profeta dijo, necesariamente se ha de ver en las gentes: «Huirán de los poblados; y cuando errare el hijo desobediente, serán buenos los viajes; y cuando el término de Dios allegare de noche antes que de día, se aparejará la mar para que corran por ella los navíos sin peligro». Y lo que Dios reveló no faltó ni faltará. Los climas de los cristianos serán rompidos de la ley de los moros; y cuando reinare el encorvado, siempre irá en diminución, y vendrán los negros a conquistar a Ceuta, y las tierras de Murcia, y la fortaleza de las Palomas la labrarán los judíos. Los turcos caminarán con sus ejércitos a Roma, y de los cristianos no escaparán sino los que se tornaren a la ley del Profeta, los demás serán cativos y muertos. Esta vuelta será forzosamente en poniente y al mediodía y en las tierras de los negros, y parecerá este suceso por todos los reinos, y de la tierra del Tíbar saldrán conquistadores contra los descreídos». Y dice más: «Oh sierra de Taric, tu entrada y conquista es la verdadera estrena». Habéis de entender en esto, que en Ceuta, y en Tánger, y en los alcázares, y en todas sus comarcas, de necesidad no quedará rama, y serán conquistadas. Y que la isla de España y Málaga se tornará a labrar y edificar con esta vuelta, y será dichosa con la ley de los moros, y que a Vélez y Almuñécar les será abajada la soberbia que tienen en la herejía, y a Córdoba sus vicios y pecados; y que harán callar su campana los almuédanes, de pura necesidad; y por el consiguiente será expelida la herejía de Sevilla, y se remediará la destruición que hubo en ella en tiempo de su pérdida, con la aparencia de los fieles; y se cumplirá la profecía del profeta Daniel, que dijo que se había de libertar después de perdida por un rey tirano; y vimos su salida: plega a Dios se verifique en ella lo dicho. Dijo Dios altísimo en su divino libro: «¿Por ventura no habéis visto a los cristianos vencer en el cabo de la tierra, y después de haber vencido, ser ellos vencidos propincuamente en pocos días?» De Dios es este juicio; antes y después fueron los creyentes gozosos en la vitoria; Él es el que ayuda a quien es servido, y no faltará de la promesa de Dios un punto. La primera de las señales que habrá en esta profecía, oh varones, será una muy grande señal, que parecerá un cometa muy grande en medio del cielo, que dará mucha luz, y después della ganará el rey de los turcos una ciudad con su gente y rey. Y después desto muy cerca poseerá la isla grande de Rodas, la cual, poseída por los moros perpetuamente, habrán otras vitorias los cristianos, que es de las grandes señales que habrá desto. Y acudirán sus ejércitos y crecientes por la Andalucía, hasta tanto que pensarán dar fin a sus moradores, y de espanto muchos se volverán a su ley. Mas después desto se levantará entre ellos un amigo de verdad, el cual les aconsejará que se alcen con la ley de Dios; y entonces vendrá la creciente de los turcos sobre los cristianos y sobre toda ciudad, lugar y fortaleza; y habrá acerca desto tres levantamientos. El primero será de abatimiento y pérdida; el segundo será de engaño y mentira, que los porná en el punto de la muerte; el tercero de honra y gracia, puerta y entrada para ganar todas las ciudades y reinos. Y será tan grande este rompimiento que harán los turcos sobre los cristianos, que entrarán y conquistarán todos sus reinos y ciudades desde el mar a Dailán hasta el de Marcad, y no quedará más memoria dellos ni se oirán sino sus llantos; y desta manera se perderá esta isla con su gente, y la conquista della bajará, y manará como la lluvia de las nubes, y cualquier señor será esclavo. Dios altísimo nos deje ver esta sucesión, que es el alto dador. Y dijo más el autor sobre esto: «Cuando el tiempo te espantare con los enemigos, y te hiriere la conciencia y disensión de tus amigos, y te comprehendiere el temor por todas partes, advierte en el artificio de nuestro Dios cómo acudirá con lo que deseas de libertad muy propincua, y empezarán a parecer los luceros y estrellas de ventura, y te vendrán mensajes de descanso y de albricias». Por tanto, no desesperes; que en lo secreto y más oculto de la providencia de Dios hay grandes [171] maravillas y secretos; y si entre tanto tu corazón es deshiciere con miedo, y no te parecieren señales de lo que esperas ni oyeres nuevas del amigo que esperas, di ansí: «¡Oh mi Dios, dame la misericordia de tu mano y ten compasión de mí»; que en esto hay maravilloso secreto; porque, oh cuantos negocios hay que confunden los corazones, y sucede después en alegría y descanso! Muchos trabajos, después de bien encumbrados, trajeron tras sí quietud y reposo; y cuando la escuridad de la noche viene, se descubren estrellas y parecen luceros. Por tanto esperad en Dios y procurad su gracia, y recebid alegremente de su mano lo que os hubiere ya proveído, y decid, estando conformado con su voluntad: «Recibo de Ti, mi Dios, lo que me has ordenado, Dios mío, que eres el sabidor de las cosas futuras.»

     Hasta aquí decía literalmente este pronóstico o ficción, que, como dijimos, fue hallado entre unos libros árabes que estaban en el santo oficio de Granada; y el componedor parece alegar por autor a un morabito llamado Cidi el Guerguali, natural de Guergala, ciudad de Libia, de adonde los almorabidas o morabitines vinieron cuando conquistaron en Berbería, y después en España; y según parece, es una recopilación de todas las cosas que se contienen en la zuna, o teología árabe, cerca de la conquista que aquellas gentes hicieron en nuestra Andalucía, alegando autoridad desde lo que escribieron Alahabar, Caabi, Odeifa, Alí y otros Halifas de los de la seta de los morabitos, que, como dijimos, en nuestra África tienen muchas opiniones diferentes de las de los legislas de la seta de Mahoma, no embargante que a todos los abraza un mesmo nombre y seta generalmente.

SEGUNDO PRONÓSTICO O FICCIÓN, QUE TAMBIÉN FUE HALLADO EN LOS LIBROS QUE HABÍAN SIDO RECOGIDOS EN EL SANTO OFICIO DE GRANADA:

     Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso. Léese en las divinas historias que el mensajero de Dios estaba un día asentado, pasada la hora de la oración que se hace al mediodía, hablando con sus discípulos, que están todos aceptos en gracia, y a la sazón sobrevino el hijo de Abí Talid y Fátima Alzahara, que están asimesmo aceptos en gracia, y asentándose par dél, le dijeron: «¡Oh mensajero de Dios! Haznos saber cómo ha de quedar el mundo a tu familia en fin del tiempo, y cómo se ha de acabar». El cual les dijo: «El mundo se ha de acabar en el tiempo que hubiere la gente más perversa y mala; y presto habrá generación de mi familia en una isla a los últimos confines del poniente, que se llamará la isla de la Andalucía, y serán los últimos moradores della de mi familia, que son los huérfanos de la familia desta ley y la última sucesión della. Dios se apiade dellos en aqueste tiempo». Y diciendo esto se le hinchieron los ojos de lágrimas, y dijo: «Son los perseguidos, son los atribulados, son los destruidores de sí mesmos, son los afligidos, de quien Dios dijo: -No hay lugar que perezca, que no sea por nuestra permisión. -Léase hasta el cabo toda la zuna lo que acerca de esto hay escrito, en lo cual alude Dios soberano a esto que he dicho; y esto será por el olvido que terná la gente de la Andalucía de las cosas de la ley, siguiendo sus aficiones y deseos, amando mucho al mundo y desamparando las oraciones, defendiendo las limosnas y negándolas, y atendiendo solamente a la lujuria y a los alborotos y muertes; y porque entre ellos crecerá el mentir, y el menor no reverenciará al mayor, ni el mayor se compadecerá del menor, y crecerá entre ellos la sinrazón, la sinjusticia y los juramentos falsos. Y los mercaderes comprarán y venderán con logro y con falsedad y engaño en lo que vendieren y compraren, todo por cudicia de alcanzar el mundo; cudiciando acrecentar las haciendas y guardarlas, sin parar mientes cómo lo adquieren, y lo que tienen, si lo han adquirido bien o mal». Y diciendo esto, se le hinchieron otra vez los ojos de lágrimas y lloró, y todos juntamente lloramos a su lloro. Y después dijo: «Cuando parecieren en esta generación estas maldades, sujetarlos ha Dios poderoso a gente peor que ellos, que les dará a gustar cruelísimos tormentos, y estonces pedirán socorro a los más justos dellos, y no se lo darán; y enviará Dios sobre ellos quien no se compadezca del menor ni haga cortesía al mayor, porque cada cual ha de ser condenado por su culpa y ha de padecer su castigo. Jamás hemos visto que haya permanecido logro en ninguna generación, ni engaño en compras y ventas, pesos y medidas, que Dios altísimo haya dejado de castigarlo, defendiendo o deteniendo el agua de sobre la haz de la tierra. No ha permanecido ni extendídose la lujuria, sin que les haya enviado fenecimiento y muerte; y jamás ha permanecido en alguna familia logro en las compras y ventas, juramentos falsos en la ambición y soberbia, que Dios todopoderoso no los haya castigado con diversos géneros de enfermedades endemoniadas. Jamás parecieron en ninguna familia muertes malas y públicos homicidios, sin que Dios los sujetase y entregase en manos de sus enemigos; jamás pareció en ninguna gente la obra de la familia de Lot, sin que Dios los castigase, enviándoles destruiciones y hundimiento de sus pueblos; jamás pareció en familia alguna la poca caridad y misericordia, y el poco temor de Dios en cometer todo mal y ofensa, sin que Dios los castigase con no oír sus oraciones y plegarias en sus tribulaciones y fatigas; porque cuando parece el pecado en la tierra, envía el Señor soberano el castigo que debe tener desde el cielo. Y no maldice Dios a ninguno de los de mi familia hasta que ve perdida la misericordia entre ellos, ni castiga a su siervo en este mundo con mayor mal que la dureza de su corazón; y así, cuando se endurece el corazón del hombre, su Dios le maldice, y no oye su demanda ni ha misericordia dél. Y cuando más enojado estará Dios con sus siervos, será cuando se querrá acercar el juicio; y esto por el exceso de sus vicios, por el olvido que ternán del bien, y por ir apartados del camino de la verdad». Y a esto lloró, y dijo: «Dios se apiade dellos en esta isla, cuando parecieren en ellos estos vicios y pecados, y dejaren de hacer y cumplir los consejos del Alcorán; porque los más dellos en aqueste tiempo, so color de devoción y religión, buscarán el mundo y se vestirán de pellejos humildes de ovejas, y sus lenguas serán más dulces que la miel ni el azúcar, mas sus corazones serán de lobos y sus hechos de hombres viles y malvados; y por ellos les enviará Dios su castigo, y no oirá sus oraciones, porque dan favor a la injusticia, y no entrarán en él colegio de mi familia los injustos damnificadores perpetuamente. Y el que se sonriere en faz de algún injusto, o le hiciere lugar donde se [172] siente, o le ayudare o diere favor para hacer mal, ciertamente rasga el velo de la salvación de su garganta. Y si algún rey tiranizare en su tierra y no guardare justicia a sus súbditos, mostrará Dios sobre él en su reino diminución en los panes, en las frutas y en todos los demás bienes; y cuando juzgare con verdad y con justicia, y no hubiere en su reino crueldad ni injusticias, enviará Dios altísimo su bendición en su reino y familia, y en todo bien habrá aumento. Y ansí, cuando en esta isla pareciere en la gente della la injusticia y él desamparo do la verdad y la infidelidad, y reinare la soberbia y traiciones, haciendo mal a los huérfanos, tiranizando en sus tratos, saliendo de los preceptos de la misericordia de Dios y obedeciendo al demonio, siguiendo los vicios, atestiguando con mentira y falsedad, humillándose a los ricos y ensoberbeciéndose con los pobres, por la dureza de su corazón y soberbia, y su habla fuere dulce y la obra amarga, entonces les enviará Dios su castigo». Ya esto lloró otra vez, y dijo: «Por la misericordia de Dios y grandeza de sus nombres, si no fuese por las palabras de la confesión de que no hay otro Dios sino Dios, y que yo soy Mahoma, su mensajero, y por el amor que Dios me tiene, él enviaría sobre ellos su castigo en todo extremo y rigor». Y lloró más agramente, y dijo: «¡Oh mi Dios! Habed misericordia dellos»; repitiendo estas palabras tres veces. «Mas por esto enviará Dios sobre ellos gobernadores crueles y tan perversos, que les tomarán sus haciendas sin razón, hacerlos han sus cativos, mataránlos, y meterlos han en su ley, haciéndoles que adoren con ellos las imágines de los ídolos, y les harán comer con ellos tocino; y sirviéndose dellos y de sus trabajos, los atormentarán tanto, hasta hacerles echar la leche que mamaron por las puntas de las uñas de los dedos, y vernán a tanta opresión en este tiempo, que pasando alguno por la sepultura donde estuviere su hermano o su amigo enterrado, dirá: ¡Oh, quién estuviera ya contigo! Y perseverarán en esto hasta venir a perder toda la confianza de poderse salvar en la ley de salvación, y los más dellos vernán en desesperación y renegarán de la ley de la verdad». A esto lloró más gravemente, y dijo: «Apiadarse ha Dios soberano dellos con su misericordia, y volverles ha el rostro misericordioso, mirándolos con ojos de clemencia, piedad y compasión; y esto será cuando más se encendiere en ellos la ponzoña de sus enemigos, cuando vinieren a quemar muchos dellos con fuego ardiendo, ansí hombres como mujeres, y niños de tierna edad, y viejos ancianos, y cuando los sacaren y desterraren de sus pueblos; a esta sazón se alborotarán los ángeles en los cielos, y todos con gran de ímpetu irán ante el acatamiento de Dios, y le dirán: ¡Oh nuestro Dios! Unos de la familia de vuestro amigo y mensajero Mahoma se están abrasando en el fuego, siendo vos el poderoso vengador. Y a esto enviará Dios poderoso quien los socorra, y los sacará deste grandísimo mal y castigo». Y a esto lloró Alí, que está acepto en gracia, y todos juntamente lloramos con él. Y le dijo: «¿En qué año enviará Dios este socorro y remediará sus corazones atribulados?» Al cual respondió en esta manera: «¡Oh Alí! Será esto en la isla de la Andalucía, cuando el año entrare en ella en el día del sábado; y la señal que habrá desta es que enviará Dios una nube de aves, y en ella parecerán dos aves señaladas, que la una será el ángel Gabriel y la otra el ángel Miguel, y será el origen de las demás aves de tierras de los papagayos, las cuales darán a entender la venida de los reyes de levante y de poniente al socorro de esta isla de la Andalucía, con señal que primero acometerán a los primeros del poniente. Y si hablaren aquestas aves, dan a entender que a la parte que hablaren habrá grande alboroto de guerra en el poniente, y a todos sucederán temores grandes y alborotos. Habrá escándalos y comunidades entre la ley de los moros y la ley de los cristianos, y volverá todo el mundo a la ley de los moros; mas será después de grande aprieto. Este año habrá muchas nieblas, pocas aguas, los árboles llevarán muchos frutos, los agostos del pan serán más abundantes en los montes fríos que en las costas, y las abejas henchirán sus colmenas en este año bendito». Hasta aquí es la letra deste jofor.

TERCERO PRONÓSTICO O JOFOR QUE FUE HALLADO EN LA CUEVA DE CASTARES:

     Con el nombre de Dios, piadoso y misericordioso. Las alabanzas sean a Dios solo, que no hay otro sino Él. Éste es un juicio sacado del dicho del mensajero que Dios santificó y salvó, llamado Tauca, el Hamema, que quiere decir pecho de la paloma, comparando su composición y elegancia a la hermosura de las colores del pecho de la paloma; y dice desta manera: «Dejad de contar las burlas y los atavíos preciosos y las dignidades; no olvide vuestra memoria la muerte, que la vida se va concluyendo; vuestras culpas son más graves que los montes; convertíos a Dios, y no os durmáis; que amaneceréis sepultados entre las penas. Dejad de contar los ricos vergeles de los edificios suntuosos y de las damas coronadas y arreadas, y traed a vuestra memoria los alborotos del día del juicio y la furia del infierno y sus incendios. En aquella hora precederán estas señales: movimiento y temblor de tierra, espanto y terror gradísimo, y otras señales que los humanos no pueden declarar. El que más habló dellas fue Odeifa, y son más de setenta las que dijo haber oído decir al guiador profeta de Dios, de las cuales son ocho las más notables, y las otras menores que las siguen. Preguntaron muchos al escogido por todas ellas, y él les declaró algunas de las nombradas, de las cuales dijo ser: la aparencia del mensajero de Dios, el descendimiento de la una en el vergel de Tuhema después de salir el sol hendido. Estas son las señales del juicio, de quien el Alcorán alega y habla, y las demás semejantes son muchas, y el día de hoy notorias en este mundo, más aparentes que la luz resplandeciente. Dijo el escogido que le seguía la nube: -Cuando vieres las mujeres ir tras los hombres pidiéndolos sin empacho ni vergüenza, y rabiando como las mulas de lujuria; cuando creciere el logro y lo mal ganado en los hombres, y tomaren por ley la injuria y los homicidios, y multiplicare la desobediencia de hijos a padres; cuando vieres abatido al buen creyente y ser los sabios perseguidos hasta venir a servir a los malos; cuando vieres poblados todos los encuentros de tu casa de lo ilícito y mal ganado; cuando tu suegro te viniere a ser más cercano pariente que tu hermano legítimo, y desamparares a tu hermano y obedecieres a tu amigo; cuando vieres la madre caduca ganar con sus hijas entre los hombres, y salir el hijo de [173] la obediencia de sus padres y obedecer a su mujer en todo negocio; cuando vieres las pinturas en los templos y las mujeres darse a las costumbres pravas y vicios malos; cuando vieres los hombres de religión vivir en ricos y suntuosos edificios, y crecer los soberbios malhechores y diminuirse el número de los justos, y los temerosos de Dios solos como huérfanos, y los malos con las cabezas más pertinaces y duras que las aplomadas sierras; cuando vieres las colas preceder a las cabezas, y el amigo muy allegado negar a su amigo, y no osarse fiar el hombre de aquél con quien se junta; cuando vieres empobrecer la gente liberal y enriquecer y subir los avarientos, y las manos liberales hacerse duras y crecer el número de los mendigantes, cuando vieres la ley desamparada y sus secuaces tan pocos como lunares blancos en cabellos prietos, y los hombres hechos lobos cubiertos con vestiduras o hombres y que el que fuere lobo comerá con los lobos y al que no fuere lobo le comerán los lobos; y cuando vieres crecer las discordias con agudeza y ser las lluvias sobre la tierra pocas, en este tiempo será fin. -Y cada vez que el mensajero de Dios la nombraba, se le henchían los ojos de lágrimas, y decía: -¿Qué tal será la vida del que en esta era naciera? -Otras señales decía asimesmo ser fuegos que se encenderán en Roma, que correrán entre las gentes; y entre las aguas y la tierra, y será un humor sutil que se alzará un estado sobre la haz della y abrasará los pechos de los herejes. Y nombraba hundimientos de pueblos que habría en el Hixecen levante y en otros más abajo de Sacera, la demostración de la puente de Alcázar de la pasada, y nombraba señales por la virtud cumplida. Cuando se tomare a fuerza de armas Constantina por los romanos, y cuando viéredes a los moros, tan pujantes en vitoria, conquistar a Roma y ganar a Portugal, entonces crecerán entre ellos las riquezas de piedras preciosas y monedas hasta las partir con el escudo de Cacim. Y cuando el mundo viniere a esta perfición, es señal que vendrá la diminución después de su cumplimiento, y los corazones vendrán en desasosiego, y el mundo les huirá de entre las manos. Mas antes desto quiero que sepáis que mandará Dios salir en el poniente un rey tirano que lo atajará y sujetará, cuyo rostro no tendrá señal de vista humana: maltratará y juzgará con toda maldad a las gentes; entre sus manos perecerán ellos con todos sus bienes. Después del cual se levantará otro de gran valor, que se llamará Jacob, cuyos infortunios y calamidades crecerán y morirán de necesidad. Esto veréis en el poniente con grande incomodidad y alboroto, y las gentes vendrán en mucha diminución. El Andalucía quedará huérfana sin rey ni quien en ella sea obedecido, y estará algún tiempo en este trabajo negra, confusa y escura, hasta llegar la nueva dello a Roma. De allí saldrá un rey en quien no habrá falta, rey hijo de rey. ¡Oh varones! Embarcarse ha con grandes ejércitos que le acudirán de necesidad y con él vernán a Granada, la cándida y clara, donde le dirán: -Vos sois nuestro rey forzoso y nuestro gobernador en todo caso. -El cual subirá con sus ejércitos y compañas a los alcázares de la Alhambra, y allí estará algunos días encubierto; y desde allí conquistará muchas y muy grandes fortalezas, climas y provincias de los de poco en continuación; y veréis pujante el cetro y corona de los moros. Poseerán sin duda a Sevilla, y tomarán noventa ciudades a los herejes, y por sus manos deste, a quien mejorarán, todas las ciudades del poniente serán dichosas con él. En la primera salida tomará la ciudad de Antequera, subiendo por sus muros, y rompiéndolos a fuerza de armas. Siete años durará esta vitoria, y las riquezas se llevarán de tierra de herejes. Bendito sea el señor Dios, que esta justicia hará, dando a gustar a los infieles estos cálices de amargura cuando la hora de esta ensalzación llegare y el poderío de Dios altísimo. Enderezará este señor su viaje a Segovia, y en el mes de Ramadán la entrará en todo caso; y ansí irá prosiguiendo su vitoria, que será continua, tomando con maña las fortalezas de los cristianos. A esto sucederán diferencias entre los gobernadores y el Rey. Y saldrá Dolarfe, rey de cristianos, y rebelarse ha contra todo el pueblo, y romperlos ha, y llevaralos hasta hacerles que se encierren en Fez; y cuando vinieren a pasar por Gibraltar, estorbarlos ha el mar, y cercarlos han por todas partes grandes ejércitos de cristianos del rey Dolarfe. Los de las riquezas escaparán huyendo en los navíos, y los que no pudieren pasar morirán la mayor parte a cuchillo, y otros ahogados en la mar. Y a la sazón enviará Dios un rey de alta estatura, encubierto, más alto que las sierras, el cual dará con la mano en la mar, y la henderá, y saldrá de ella una puente que es nombrada en esta historia, y las dos partes del pueblo escaparán nadando, y la tercera quedará al cuchillo y agua hasta proseguir los cristianos su vitoria. Y en un punto entrarán en Fez a fuerza de armas, y entrando en la ciudad, buscarán su rey, y le hallarán encubierto en la mezquita, con la espada de Idris en la mano, convertido moro; lo cual visto, todos los cristianos se volverán con él moros. Luego subirá a la casa de Meca; y hará su oración hasta ver lo claro del pozo de Zemzem y su agua. Y luego nacerá el maldito viejo Anticristo, y se levantará. En este tiempo enviará Dios grandísima esterilidad, que durará siete años; en los cuales no parecerá pan ni semilla ni agua, si no fuere lo que este viejo maldito mostrare; el cual sembrará el trigo a mediodía y lo cogerá a vísperas, plantará los árboles y plantas con la mano derecha y cogerá los frutos con la izquierda. Dirá al muerto que resucite, y levantarse ha, y presumirá ser él el resultador de los muertos y el Dios y señor que no tiene semejante; y el que le siguiere y obedeciere no alcanzará bien alguno y morirá hereje sepultado en los infiernos. Irá tras las gentes mostrándoles muchos y diversos mantenimientos y fuentes de aguas; y en su frente llevará escrito: Tiranizó y pecó. Su figura de rostro será espantable, porque no terná más que un ojo, y sobre la cabeza llevará un fibrillo lleno de manjar, redondo como la redondez de la luna. Veréis las gentes; tras dél en tanto número, que no cabrán en los lugares con sus hijos y familias. Subirá en su cabalgadura de espantable hechura, y tenderá el paso tanto como alcanzare con la vista; y en siete días dará una vuelta a todo el mundo. Tendrá dos ríos señalados, uno de agua y otro de fuego; y si los que vinieren con él bebieren del agua, hallarla han ardiendo como fuego. Verná con todas las familias de los judíos, con las cuales hará obscura la clara luz de la mañana. Entonces enviará Dios altísimo a Jesucristo, hijo de María, que le saldrá al encuentro en las tierras de Hexen, y en viéndole [174] se deshará ante él como un cobarde afeminado; y dirán las piedras y lugares: -Entrado ha el enemigo de Dios debajo de nosotros; -y quedará el guiador Cristo, en cuya virtud el lobo andará con la oveja en amor. Los niños jugarán con las serpientes y víboras ponzoñosas, y no les empecerán, obligando a la ley de nuestro profeta y juzgando rectamente en ella; y pondrá para las oraciones y horas una dignidad del linaje de Mahoma perpetuamente, y en su tiempo todo hereje se convertirá a Dios. Y hallando los de la tierra este conocimiento, subirá Cristo al monte Tahor, y romperá los muros de Juje y Mejigue, que son los pigmeos cuyo número excederá a las arenas del mar, y sus hechuras, rostros y facciones serán diferentes: unos tamaños como plumas de escrebir, otros más altos que las sierras, y otros ternán las orejas tan grandes, que se asentarán sobre ellas, y con parte dellas cubrirán la tierra, y desto será su andadura de ochenta años».

     Otros muchos disparates decía este jofor, que no ponemos aquí por no hacer a nuestra historia; y si pusimos éstos tan por extenso, fue por dar un rato que reír al lector, y porque siendo una de las principales cosas en que estribaron los moriscos para su perdimiento, fuera cortedad dejarlos de poner. Revolviendo pues estos jofores, que veneraban como cosa sagrada, y buscando entre ellos algún consuelo, los setarios alcoranistas que por ventura los habían compuesto se los glosaban, trayéndolos por los cabellos al propósito de su pretensión, que era levantar el reino. Farax, Abenfarax y Daud y otros fueron los que comenzaron a mover el ignorante vulgo, diciendo que ya era llegada la hora de su libertad que los jofores decían; porque la ponzoña de los cristianos, sus verdaderos enemigos, jamás había estado tan encendida en sus corazones como al presente estaba; que los ángeles del cielo, viendo la desventura y trabajo en que estaban los naturales de aquel reino, pedían delante del acatamiento de Dios que se apiadase dellos con misericordia, y venían a sacarlos de tan gran sujeción y captiverio, y que muchas gentes los habían visto andar en nubes en forma de aves volando por encima de la Alpujarra, guiándolas dos mayores y más vistosas que las otras; que el año largo tan deseado entraba en sábado, y era el proprio en que Mahoma había dicho a su yerno Alí que enviaría Dios socorro a su familia; que ya no les faltaba otra cosa ni tenían que esperar sino eran los alborotos y escándalos que los jofores decían, por que los temores y aflicciones presentes los tenían; que las diferencias y comunidades sobre cosas de religión entre moros y cristianos, y las que había entre los mesmos cristianos, eran cierta señal de su remedio; y que tomando luego las armas animosamente, fuesen ciertos que serían con brevedad socorridos de los reyes de levante y de poniente; y que ellos mesmos se ofrecían de irlos a solicitar. Hubo otros que, so color de la astrología judiciaria, les decían mil desatinos, fingiendo haber visto de noche señales en el aire, mar y tierra, estrellas nunca vistas, arder el cielo con llamas y muchas lumbres, haciendo bultos por el aire, y rayos temerosos de estrellas y cometas, que siempre se atribuyen a mudanza de estado. Dando pues a entender torcidamente todas estas cosas, y catando otros agüeros, a que demasiadamente es dada aquella nación, afirmaban ser pasados todos sus trabajos, y que los cristianos comenzaban ya a temer su felicidad, especialmente viendo a su rey tan ocupado en guerras con luteranos sobre la posesión de sus proprios estados, y con otras naciones poderosas, contra quien no podría prevalecer. Todo esto divulgaban aquellos herejes, acreditándose con encargar al vulgo él secreto; y era tan grande la eficacia con que lo certificaban, que aun ellos mesmos, que lo habían inventado, lo creían, y tenían por cierto que les sucedería como lo decían.



 

Capítulo IV

Cómo se tuvo aviso en Granada que los moriscos de la Alpujarra trataban de alzarse, y lo que se previno en ello

     Si bien procuraban los moriscos del Albaicín aplicar con humildad la furia de la ejecución de la nueva premática, con que por tan ofendidos se tenían, en lo tocante a la seta, a las haciendas y al uso de la vida, tanto a la necesidad cuanto al regalo de sus personas, no por eso dejaban de intentar otros medios. Y habiendo buscado entre los mayores peligros algún remedio, acordaron que sería bien hacer con los moriscos de la Alpujarra que tratasen de levantarse, y para moverlos a ello les daban a entender ser negocio guiado por Dios para su libertad, animándolos con las ficciones vanas de los jofores; y exagerando la sujeción que tenían, les traían a la memoria sus fuerzas, diciendo que había ochenta y cinco mil casas de moriscos empadronadas para farda en el reino de Granada, sin otras más de quince mil que encubrían los repartidores, de donde por lo menos saldrían cien mil hombres de pelea, que pondrían en condición a España siempre que fuese menester, y que cuando otra cosa no hiciesen, no les faltaría lo que tanto deseaban, que era la suspensión de la premática por vía de paz. Estas y otras muchas cosas les decían aquellos herejes, persuadiéndolos a que se levantasen ellos los primeros, porque el principal intento de los hombres ricos del Albaicín no era que hubiese rebelión general ni que entrasen berberiscos en la tierra, ni querían ser sujetos a rey moro; que ninguno les estaba tan bien como el que tenían: solamente querían estarse como estaban, y hacer su negocio con peligro de cabezas ajenas, hallando los ánimos de los bárbaros serranos tan aparejarlos para ello. No dejaron de darles a entender que luego se levantarían todos, y que no quedaría ciudad ni alcaría en el reino de Granada que no se levantase; mas hacíanlo con grandísimo recato, temiendo ser descubiertos, y representándoseles la prisión, el examen, el tormento y los duros y ocultos suplicios del riguroso imperio de los alcaldes de chancillería, en que se habían de ver. Y por esta causa, ningún hombre de entendimiento se osaba declarar ni hacer cabeza, aunque echaron mano de algunos principales y ricos; sólo Farax Aben Farax, nacido del linaje de los abencerrajes, tomó el negocio a su cargo, teniéndose por ofendido de las justicias; y holgaron los demás dello por ser hombre aparejado para cualquiera sedición y maldad, y más diligente que otro. Éste era tintorero de tinta de arrebol, y teniendo trato por todo el reino, comunicó el negocio con los que sabía que estaban más ofendidos, y particularmente con don Hernando el Zaguer, alguacil de Cádiar, llamado por otro nombre Aben [175] Jouhar, y con Diego López Aben Aboo, vecino de Mecina de Bombaron, y con Miguel de Rojas, vecino de Ugíjar de Albacete, y con otros moriscos principales de la Alpujarra, que estaban siguiendo pleitos criminales en Granada; y viniendo todos en ello, concluyeron que el rebelión fuese el jueves santo del año del Señor 1568, porque en tal día como aquél estarían los cristianos descuidados, ocupados en sus devociones, y se podría hacer bien cualquier efeto. Esto se divulgó luego de unos en otros por las alcarías, y comenzó a venir gente a Granada para saber de los autores, y especialmente de Farax Aben Farax, lo que se había de hacer; el cual no los dejaba parar mucho, por que no fuesen descubiertos; y les decía que se fuesen a sus casas, y que hiciesen lo que viesen hacer a sus vecinos, porque ya estaba todo concertado; y tenían en su favor armas, gente y socorros de ginoveses y de turcos y moros de Berbería. Estas nuevas acrecentaron los malos, y las cuadrillas de los monfíes con mayor desvergüenza comenzaron a andar por toda la tierra armados de ballestas, con banderas tendidas, matando y robando a los cristianos que podían haber a las manos; y eran pocos los días que no traían a la ciudad de Granada hombres muertos que hallaban en los campos con las caras desolladas, y algunos con los corazones sacados por las espaldas. Hubo muchos religiosos y otras personas particulares que dieron aviso a su majestad y a los de su consejo, del desasosiego que traía aquella gente con señales tan evidentes de rebelión; mas nadie sabía decir el cómo ni cuándo, ni poner remedio en ello, porque sólo consistía en la suspensión de la premática, que todos juzgaban por santa y buena. El que mejor y más cierto aviso dio fue Francisco de Torrijos, beneficiado de Darrícal, que era también vicario de las taas de Berja y Dalías y del Cehel, y después fue canónigo de la catedral de Granada; y púdolo bien hacer, porque siendo muy ladino en la lengua árabe, por este y por otros respetos le hacían amistad y le respetaban. El cual, avisado por algunos amigos de lo que se trataba entre ellos, por fin del año de 1568 escribió al Arzobispo de Granada y al marqués de Mondéjar, que aún se estaba en la corte, avisándoles cómo había sabido por cosa cierta que los moriscos de la Alpujarra tenían tratado de alzarse el Jueves Santo. Esta nueva y la carta del beneficiado Torrijos envió fuego el Arzobispo a su majestad para que mandase poner remedio con brevedad; la cual fue cansa de apresurar la venida del marqués de Mondéjar a Granada, con orden que visitase la Alpujarra y la costa, y se informase particularmente de lo que el beneficiado Torrijos decía. Por otra parte, poniendo recaudo en la ciudad y en las fortalezas, el conde de Tendilla metió en la Alhambra al capitán Lorenzo de Ávila con la gente de las siete villas, y apercibió y armó toda la gente de la ciudad, previniendo a los unos y a los otros de manera, que los moriscos del Albaicín entendieron que había sido descubierto el negocio por los alpujarreños; y desdeñados de ver el poco secreto que habían guardado, les avisaron que no hiciesen movimiento, porque la ciudad estaba prevenida.



 

Capítulo V

Cómo los moriscos del Albaicín mostraron sentimiento de que se dijese que se querían rebelar, y de lo que se previno

     Como no se tratase de otra cosa en las plazas y calles de la ciudad de Granada sino de que los moriscos se andaban por rebelar, juntándose algunos de los más ricos y principales del Albaicín, con muestra de grandísimo sentimiento fueron a casa del Presidente, y uno dellos le hizo su razonamiento desta manera: «La prosperidad de fortuna que debajo del felicísimo imperio de su majestad tenemos, se nos va convirtiendo en deshonra a los que por edad entera y madura sabemos lo que es mantener verdadera fe, y aun deseamos la muerte antes que el fin della. Sienten mucho los naturales deste reino ver que se trate de sus honras en las calles y plazas públicas, llamándolos de traidores, y diciendo que se quieren rebelar, siendo fieles vasallos de su majestad, y estando, como estaban, quietos y pacíficos, y muy contentos con la merced que Dios nuestro señor les ha hecho en traerlos a verdadero conocimiento de su santa fe católica, y en haberles dado un príncipe cristianísimo que con tanto cuidado procura su bien y su salvación, y que los proprios ciudadanos, sus compadres, y amigos, que eran los que habían de favorecerlos y animarlos, sean los que los quieren destruir y asolar. Y no sabiendo que remedio se tener para que ésta su fidelidad y quietud se conozca y entienda, para satisfacción desto decimos los que estamos presentes, en nombre de los naturales, que siendo su majestad servido, nos pondremos en las fortalezas o prisiones que mandare, docientos o trecientos hombres de los más principales, hasta tanto que se averigüe nuestra inocencia, y la calumnia que los malos y codiciosos nos imponen, con menos deseo de quietud que de llevarnos nuestras haciendas. Hecho esto, será muy justo que se provea cómo los infamadores escandalosos sean castigados con rigor, para que sirviéndose, Dios y su majestad en ello, se consiga el efeto de quietud que se pretende y desea, y con tanto cuidado procura vuestra señoría, en quien tenemos puesta toda la esperanza del remedio». Hasta aquí dijo el morisco, y el Presidente, disimulando el aviso que se tenía, le respondió que era verdad lo que decía de haberse publicado por la ciudad que los moriscos andaban alborotados y con algún desasosiego; más que también se entendía que lo debían causar algunos monfís y hombres livianos, que deseaban semejantes ocasiones para tener aprovechamiento de las haciendas ajenas; que en cuanto a sí, él estaba satisfecho de que los del Albaicín no trataban cosa contra el servicio de su majestad, porque los tenía por hombres honrados, cuerdos y que sabían bien lo que les cumplía. Que no dejaba de haber alguna ocasión de sospecha, aunque él no la tenía, viendo que se metían en el Albaicín tanto número de moriscos forasteros con sus mujeres y hijos, dejando sus labores y granjerías del campo, y en haberse hallado cantidad de ballestas en poder de algunos ballesteros, y averiguándose que las hacían para moriscos, como quiera que también podía ser que fuesen para monfís. Y finalmente, concluyó con decirles que no había para qué ofrecerse los vasallos de su majestad a que los pusiese en prisión como por rehenes, porque aquello se haría cuando pareciese que convenía a su [176] real servicio, y que diesen sus peticiones, pidiendo lo que viesen que les convenía, porque lo comunicaría con el Acuerdo, y se proveería en todo lo que hubiese lugar, justicia mediante. Salidos los moriscos de las casas, de la Audiencia, el Presidente mandó llamar a los alcaldes de chancillería; y entendimiento que sería de provecho hacer algunas prisiones con que tener enfrenada aquella gente, tomando aviso del ofrecimiento que hacían, les mandó que hiciesen que los escribanos del crimen buscasen todos los procesos que había contra moriscos, así delincuentes como fiadores, y los prendiesen poco a poco, sin que se entendiese que era por causa del rebelión. Y desta manera hicieron prender los alcaldes muchos hombres sospechosos, y entre ellos algunos de los más ricos, cuya prosperidad les fue al cabo deshonra, tomándoles la muerte con apresurado paso la delantera, como se dirá en su lugar. Proveyose ansimesmo comisión a los alcaldes de chancillería para que quitasen los arcabuces y ballestas a todos los moriscos que tenían licencias para poder traer armas, y que solamente se entendiesen y extendiesen a una espada y un puñal y una lanza cuando saliesen al campo, conforme a una provisión que el emperador don Carlos había mandado despachar sobre ello; y haciéndolos prender, los mandaba soltar debajo de fianzas; de donde resultó tenerse por agraviados muchos hombres a quien por servicios de sus pasados y suyos se había dado aquellas licencias.



 

Capítulo VI

De un razonamiento que el conde de Tendilla hizo a los moriscos del Albaicín estos días

     Estando las cosas en este estado, y entendiendo el conde de Tendilla que haría particular servicio a su majestad en persuadir y aconsejar a los moriscos que recibiesen con buen ánimo la premática y cumpliesen llanamente lo que se les mandaba, sin alterarse ni causar escándalos, a 5 días del mes de abril, domingo por la mañana, subió al barrio del Albaicín, acomodado de algunos caballeros y de la gente de su guardia, y a misa de San Salvador, donde estaban recogidos la mayor parte de los moriscos, y cuando el preste hubo acabado el oficio, les mandó decir que se estuviesen quedos, porque les quería hablar. Y estando todos atentos, desde la peaña del altar les dijo desta manera: «Lo que agora hago, hubiera hecho muchas veces, que es veniros a ver; y si lo he dejado de hacer algunos años, ha sido porque tampoco vosotros habéis acudido a casa del Marqués, mi señor, y a mí, como solíades; y así, no hemos querido tratar de vuestros negocios. Mas teniendo consideración a la voluntad y amor que os tuvieron siempre nuestros pasados, y a la que yo os tengo, me he movido a hablaros sobre tres cosas. Lo primero es pediros y rogaros que en lo que toca a la premática que su majestad manda que guardéis, os determinéis de guardarla y cumplirla, pues el celo con que lo manda es tan santo y bueno, como de un príncipe tan católico se puede pensar, y para entremeteros con los otros cristianos, sus vasallos, y servirse de vosotros en todo y haceros las mercedes que a ellos. La otra es, que mucho número de moriscos se han venido de todas las alcarías a vivir a este Albaicín; y aunque se os ha mandado que los echéis fuera, no lo habéis hecho; de que se ha tomado alguna sospecha. Bien se entiende que se han venido huyendo de los malos tratamientos que se les hacen, y temiendo que ha de venir gente de guerra a embarcarse y de camino alojarse en sus casas; más todavía es negocio que da materia de hablar a las gentes; y así conviene que luego se vayan a sus lugares, y que no los consintáis más entre vosotros; que yo les certifico de mi parte que no serán maltratados. Lo tercero es, que algunos de vosotros me subistes a hablar a la Alhambra estotro día, y me dijisteis cómo los curas y beneficiados andaban empadronando vuestros hijos y hijas, y que se decía que os los querían quitar; y porque entonces no estaba informado de aquel negocio, no respondí a él; después acá lo he tratado con el Arzobispo, y sabed que lo que se hace es por vuestro bien y por mandado de su majestad, que quiere que haya escuelas donde todos los niños sean enseñados en la doctrina cristiana y aprendan la lengua castellana, pues pasados los tres años no se ha de hablar más la arábiga: estad ciertos que no es para otro efeto; y esto, antes lo habíades de desear y procurar, que alteraros por ello. Haced el deber y lo que sois obligados al servicio de su majestad, que él os hará muchas mercedes; y en lo que en mí fuere, os favoreceré con mi persona y hacienda, como lo veréis por la obra acudiendo a mí». Acabado su razonamiento, los moriscos principales se levantaron, y dijeron a Jorge de Baeza, su procurador general, que respondiese por todos; el cual dijo al Conde que le besaba las manos en nombre del reino por la voluntad que siempre había mostrado de hacerles merced, y por la que esperaban todos que les haría en tantos trabajos como se ofrecían a la nación, y que ellos acudirían a valerse de su favor siempre que se les ofreciese ocasión; y así, le pidieron por merced tuviese cuenta con sus cosas. Desta vez quisiera el conde de Tendilla poner una compañía de infantería de guardia en el Albaicín y alojaría en las casas de los moriscos, so color de asegurarlos y asegurarse dellos, como capitán general; y habiendo hecho venir al capitán Garnica con su gente para este efeto, los moriscos acudieron al Presidente y al Corregidor, diciendo que sin duda sería la destruición del Albaicín si se alojaban soldados en las casas donde tenían sus mujeres y hijas. Y el Presidente le envió a decir que su majestad no sería servido de aquel alojamiento, y que lo mandase sobreseer, porque sería acabar de alborotar aquellas gentes; y con esto cesó, mandando que el capitán Garnica se fuese a alojar a Churriana, alcaría de la Vega, donde estuvo hasta la víspera de pascua de flores, que se le mandó despedir la gente.



 

Capítulo VII

Cómo se tocó rebato la víspera de Pascua en Granada, pensando que se alzaba el Albaicín, y el escándalo que hubo en la ciudad

     A 16 días del mes de abril del año de 1568, víspera de pascua de Resurrección, entre las ocho y las nueve horas de la noche se tocó un rebato en la fortaleza de la Alhambra, que hubiera de ser causa que los cristianos saquearan el Albaicín y mataran los moriscos que había en él, porque con la sospecha que se tenía, creyeron que se alzaban. La causa deste rebato fue que un alguacil de los que tenían cargo de rondar, llamado [177] Bartolomé de Santa María envió a la hora que anochecía, cuatro soldados a hacer centinela en la torre del Aceituno, que está puesta en la cumbre alta del cerro del Albaicín; y porque hacía muy escuro y llovía, llevaba cada soldado un hacho de atocha ardiendo en la mano para hacerse lumbre; y como llegaron al pie de la torre, que tenía la subida dificultosa y descubierta, los que iban delante meneaban las hachas para hacer lumbre a los que iban subiendo, y luego echábanlos abajo, de manera que parecía que hacían almenarías de aviso. Viendo esto la vela de la torre de la fortaleza de la Alhambra, tocó a rebato, creyendo que había alguna novedad, y fue a dar mandato al conde de Tendilla, el cual envió luego veinte soldados a que supiesen qué fuegos eran aquellos. El soldado de la torre que tocaba la campana comenzó a dar grandes voces, diciendo: «Cristianos, mirad por vosotros; que esta noche habéis de ser degollados». Y con esto causo tan grande alboroto en la ciudad, que las mujeres casadas y doncellas, dejando sus proprias casas, unas iban corriendo a las iglesias, otras a la fortaleza. Los hombres, sobresaltados, salían por las calles y plazas, unos armando los arcabuces y las ballestas, y otros abrochándose los jubones y los sayos; ninguno sabía lo que era ni adónde había de acudir: tanta era la turbación que todos traían. Finalmente, toda la ciudad se alborotó, y hasta los frailes del monasterio de San Francisco dejaron sus celdas, y se pusieron en la plaza armados. Otros acudieron a la plaza Nueva, y delante la puerta de la Audiencia hicieron su escuadrón de piqueros y alabarderos, como buenos mílites de Jesucristo, creyendo que era cierto el levantamiento de los moriscos. El Presidente y el Corregidor, cada uno por su parte, enviaron a saber de las guardias del Albaicín lo que había en él; y entendiendo que había nacido el rebato de la inadvertencia de aquellos soldados, y que estaba todo quieto y pacifico, se sosegaron; y el Corregidor tomó luego las bocas de las calles por donde se podía subir a las casas de los moriscos, y puso en ellas algunos caballeros que no dejasen pasar a nadie, porque no las saqueasen; y fuera poca parte esta diligencia para excusar el saco, si una tempestad muy grande de agua que cayó del cielo no lo estorbara a los cudiciosos ciudadanos. Crecieron en un momento los arroyos por las calles de manera, que a caballo no se podían pasar, y fue necesario que la furia de la gente plebeya aplacase. Pasada la tempestad, el Corregidor, acompañado de algunos caballeros, dejando otros en guardia de aquellos pasos, subió al Albaicín, y anduvo todo lo que quedaba de la noche rondando; y cuando fue de día claro reconoció por defuera todas las murallas hasta llegar a la asomada del río Darro, y viendo que estaba todo seguro, bajó a la ciudad, y de allí adelante todas las noches rondaba con cantidad de gente armada, ansí para que los moriscos no recibiesen daño, como para asegurarse dellos. No fue de poco momento el rebato desta noche, aunque falso, porque los ciudadanos se pusieron mejor en orden, y los que no tenían armas se proveyeron dellas, y el cabildo compró mucha cantidad, y las repartió entre los vecinos, haciéndolas traer de fuera. Los veinte soldados que envió el conde de Tendilla llevaron las centinelas de la torre del Aceituno a la Alhambra, y teniéndolos presos, llegó el marqués de Mondéjar de la corte, y los mandó soltar a todos, como entendió la ocasión que había habido.