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Historia del
[sic] rebelión y castigo de los moriscos del Reino de
Granada |
![]() ![]() ![]() Página Web IV de X |
Cómo Mahamet Aben Humeya entró en la Alpujarra después de electo en Béznar, y lo que proveyó en ella
Partido Abenfarax de Béznar, luego le siguió Aben Humeya, acompañado de muchos moros, con temor de que se haría alzar por rey en la Alpujarra; y llegando a Lanjarón, halló que había quemado la iglesia y muerto unos cristianos que estaban dentro. De allí pasó a Órgiba, donde los cercados de la torre se defendían, y les requirió con la paz; y viendo que no querían oír su embajada, repartió la gente en dos partes: la una dejó en el cerco con el Corceni de Ugíjar, carpintero, y con él Dalay; y la otra se llevó consigo a Poqueira y a Ferreira. El día de los Inocentes estuvo en su casa en Válor, y a 29 de diciembre entró en Ugíjar de Albacete, con deseo, a lo que él decía después, de salvar la vida al Abad mayor, que era grande amigo suyo, ya otros que también lo eran; y cuando llegó ya lo habían muerto. Allí repartió entre los moros las armas que habían tomado a los cristianos, y el mesmo día fue al lugar de Andarax, y hizo que confirmasen su elección los de la Alpujarra. Y siendo jurado de nuevo por rey, dio sus patentes a los moros más principales de los partidos y más amigos suyos, para que con su autoridad gobernasen las cosas convinientes al nuevo estado y nombre real, aunque vano y sin fundamento: mandándoles que tuviesen especial cuidado de guardar la tierra, poniendo gente en las entradas de la Alpujarra; que alzasen todos los lugares del reino, y que los que no quisiesen alzarse los matasen y les confiscasen los bienes para su cámara. Hecho esto, volvió a Ugíjar, dejando por alcaide de Andarax [205] a Aben Zigui, de los principales de aquella taa; y allí dio sus poderes a Miguel de Rojas, su suegro, y le hizo su tesorero general, porque, demás del deudo que con él tenía, era hombre principal del linaje de los Mohayguajes o Carimes, antiguos alguaciles de aquella taa en tiempo de moros; y por ser muy rico y de aquel linaje, le respetaban los moros de la Alpujarra; el cual no se tenía por menos ofendido de las justicias que Aben Humeya, porque demás de haberle tenido preso muchos días sobre delitos de monfís, le habían defendido que no trujese armas teniendo licencia para poderlas traer, y no le habían dejado acabar una torre fuerte que hacía en su casa; antes se la habían querido derribar. Finalmente Aben Humeya hizo todas las diligencias dichas en Ugíjar en un día, y aquella mesma noche se fue a dormir a Cádiar, y dio patente de su capitán general a don Hernando el Zaguer, su tío; y dejando gente de guarnición en la frontera de Poqueira y Ferreira, donde pensaba residir, a 30 días del mes de diciembre estuvo de vuelta en el valle de Lecrín, para si fuese menester defender la entrada de la Alpujarra por aquella parte al marqués de Mondéjar, y nombró por alcaide principal de aquel partido a Miguel de Granada Xaba el de Ferreira.
Cómo los lugares de la taa de Lúchar se alzaron, y la descripción della
La taa de Lúchar confina a poniente con la taa de Andarax, a tramontana con la Sierra Nevada, s mediodía tiene la sierra de Gádor, y a levante la taa de Marchena. Hay en ella diez y siete lugares, llamados Béyres, Almoazata, Mutura, Bogairaira, Muleira, Nieles de Lúchar, Alcola, Padules, Bolinebar, Canjáyar, Oháñez, Cumanotolo, Capeleira de Lúchar, Pago, Julina, Guibidique, Benihíber y Rooches. Esta taa es tierra fértil por razón del río de Andarax, que atraviesa por ella, y de otro que baja de la sierra de Oháñez y se va a juntar con él cerca de Rague, lugar de la taa de Marchena. Hay por toda ella muy buenos pastos para los ganados, y muchas arboledas, frutales y morales para la cría de la seda; y en el lugar de Bogairaira hay una herrería, donde se labra el hierro que sacan de una mina que está allí cerca.
Estos lugares se alzaron el tercer día de Pascua, y estando los cristianos que vivían en ellos descuidados, los prendieron a todos y les robaron las casas; también robaron las iglesias y destruyeron los altares, y hicieron pedazos los retablos y las cruces y las campanas, y no dejaron maldad ni sacrilegio que no cometieron.
En el lugar de Canjáyar, que es el principal desta taa, pregonaron los herejes por mandado de Abenfarax con instrumentos y grandes regocijos, que, so pena de muerte, ninguna persona diese vida a cristiano que pasase de diez años; y para solenizar la fiesta, degollaron luego a un niño cristiano de nueve años, que se llamaba Hernandico, y cortándole la cabeza, la pusieron en la carnicería en una esportilla, donde el cortador ponía el dinero de la carne que vendía a los cristianos, y el cuerpo desollado sobre el tajón, y hinchendo el pellejo de tascos, le quemaron. Desque hubieron acabado un hecho tan inhumano en una criatura inocente, desnudaron en cueros a Francisco de la Torre y a Jerónimo de San Pedro, vecinos de Granada, y pelándoles las barbas, les quebraron también los dientes y las muelas a puñadas, y muy de su espacio les cortaron las orejas y narices, y les sacaron los ojos y lengua, y después les dieron muchas cuchilladas y estocadas, no pudiendo llevar a paciencia los descreídos ver que se encomendaban a Jesucristo y a su Madre gloriosa. Y no contentos con éste, cuando los vieron muertos los abrieron por las espaldas, y les sacaron los corazones, y un moro se comió crudo a bocados delante de todos el corazón de Francisco la Torre. Luego desnudaron al beneficiado Marcos de Soto y a su sacristán Francisco Núñez, y los llevaron a la iglesia; y haciendo al beneficiado que se asentase en una silla de caderas, en el lugar donde se solía poner para predicar, pusieron junto a él al sacristán con el padrón de todos los vecinos en la mano, y tañendo una campanilla para que todos los del lugar acudiesen a la iglesia; y cuando estuvo llena de gente, mandaron al sacristán que llamase por aquel padrón como solía, para ver si faltaba alguno; el cual los comenzó a llamar, y como salían por su orden, ansí hombres como mujeres llegaban al beneficiado y le daban de bofetadas y de puñadas en la corona, y algunos le pelaban las balas y las cejas. Cuando hubieron pasado todos chicos y grandes, llegaron a él dos sayones con dos navajas, y coyuntura por coyuntura le fueron despedazando, comenzando de los dedos de los pies y de las manos. Y porque el sacerdote de Jesucristo invocaba su santísimo nombre y le glorificaba, le sacaron los ojos, y se los dieron a comer, y luego le cortaron la lengua; y cuando hubo dado el alma a su Criador, le abrieron, y le sacaron el corazón y las entrañas, y las dieron a comer a los perros. Y no contentos con esto, llevaron el cuerpo arrastrando con una soga al pescuezo, y poniéndole al pie de un olivo, ataron par dél al sacristán, y les tiraron a terrero con las ballestas, y después hicieron una hoguera muy grande, donde los quemaron. Y con la mesma crueldad mataron veinte y cuatro personas hombres y mujeres, que aun éstas no quisieron perdonar, y entre ellos algunos de los que habían captivado en el Boloduí.
Cómo los lugares de la taa de Marchena se alzaron, y la descripción della
La taa o condado de Marchena confina a poniente con la taa de Lúchar, a tramontana con la Sierra Nevada, a levante con tierra de Almería, y al mediodía con la sierra de Gádor. Hay en ella doce lugares, Rague, Instinción, Ragol, Alhabia, Guécija, Alicum, Surgena, Alhama la Seca, Gádor Hor, Terque, Abentarique, Ílar, el Soduz, Santa Cruz y el Hizan. Esta tierra no es tan fértil de arboledas como la de arriba, especialmente de morales. Críanse en ella muchos ganados, y por medio pasa el río que dijimos que atraviesa por la taa de Lúchar, el cual de aquí para adelante hasta la mar llaman río de Almería. Alzáronse estos lugares cuando los de Lúchar saquearon y destruyeron los templos y las casas de los cristianos y hicieron grandísimos sacrilegios y crueldades en ellos, y especialmente en el lugar de Guécija, que es el principal de la taa, del [206] cual diremos solamente en este capítulo, por excusar prolijidad.
El segundo día de Pascua de Navidad llegó a Guécija una carta de don García de Villarroel, que, como queda dicho, estaba por cabo de la gente de guerra de la ciudad de Almería, para el licenciado Gibaja, alcalde mayor desta taa, que es del duque de Maqueda; por la cual le enviaba a decir muy encarecidamente que recogiese todos los cristianos que había en aquellos lugares, y se fuese a meter en Almería antes que los moros los degollasen, porque tenía aviso cierto, por cartas de la costa, que el reino se levantaba y no tenía gente con que poderle socorrer. El cual, entendiendo que no podía pasar el negocio muy adelante, le respondió que no desampararía aquellos vasallos, antes pensaba vivir o morir con ellos, por no perder en un día lo que había ganado en sesenta años; y luego mandó que todos los cristianos se recogiesen con sus mujeres y hijos a una torre fuerte que había en el lugar, arredrada un poco de la esquina de un monasterio de frailes augustinos, y que metiesen consigo agua y todo el bastimento que pudiesen, por si fuese menester defenderse algunos días en ella. Con esta desorden se encerraron en la torre más de doscientas personas de los lugares de la taa; y no habían bien acabádose de recoger, cuando Mateo el Rami, llamado por otro nombre el Hubini, alguacil del lugar de Instinción, llegó con las cuadrillas de los monfís y con otra mucha gente, tocando atabalejos y dulzainas, y con banderas tendidas que andaban levantando la tierra; y lo primero que hicieron en entrando en el lugar fue robar y destruir las casas de los cristianos y la iglesia. Luego fueron a combatir la torre, y entrando en el monasterio, que hallaron desamparado, porque los frailes se habían recogido con el alcalde mayor, robaron los ornamentos, cálices y frontales, deshicieron los altares y los retablos, y no dejaron maldad que no cometieron, como si en aquello estuviera su felicidad. Otro día de mañana enviaron a requerir los cercados que se rindiesen y les entregasen las armas y que los dejarían ir libremente adonde quisiesen. Este partido pareció bien a muchos de los que allí estaban; mas luego se entendió que los moros les trataban engaño, porque yendo a salir de la torre dos doncellas nobles, llamadas doña Francisca Gibaja y doña Leonor Vanegas, les tiraron un arcabuzazo, y mataron a Pedro de Horozco, hombre viejo que iba acompañándolas. Viendo esto los cristianos, cerraron a gran priesa la puerta de la torre, dejándose fuera a doña Francisca Gibaja, que no la pudieron recoger, y se pusieron en defensa. No mucho después los moros acordaron de poner fuego a la torre, y para poderlo hacer más a su salvo echaron algunos tiradores descubiertos al derredor del monasterio, y mientras los cristianos estaban embebecidos en tirarles desde las troneras y desde las almenas, llegaron a una esquina de la torre, y horadándola con picos, sin ser sentidos de los nuestros ocuparon la bóveda baja, y metiendo en ella la madera de los retablos y de las imágines que habían deshecho, y mucha leña y tascos untados con aceite revueltos en ella, le pusieron fuego: por manera que cuando los cristianos, mal pláticos y poco avisados, sintieron el humo y la llama, ya el primer sobrado y la escalera de la torre ardía. Viéndose pues quemar vivos, comenzó el llanto de las mujeres y niños: unas llamaban a sus padres, otras a sus maridos o hermanos, y muchos hombres, que estando solos fueran animosos, desmayaron, venciéndolos, la piedad de sus mujeres y hijos, y a gran priesa comenzaron a descolgarlas con sogas o como mejor podían, a la parte que no ocupaba el fuego, entregándolas, y entregándose también ellos, a merced de los crueles enemigos, que como iban bajando los desnudaban, y dándoles muchos palos y puñadas, los maniataban. El alcalde mayor y los frailes y otros muchos que no quisieron rendirse, viendo que el fuego crecía cada hora más, se confesaron y se encomendaron a Dios, y trayendo el alcalde mayor un Cristo crucificado en los brazos, anduvieron gran rato peleando con el fuego, procurando apagarlo con tierra y ropa que echaban encima; mas aprovechábales poco, porque los enemigos de Dios lo cebaban con más leña y aceite; y fue creciendo el humo y la llama de manera que, cercando y cubriendo la torre por todas partes, perecieron de diferentes muertes, unos ahogados y otros abrasados del fuego; solo un fraile y dos mozos del monasterio acertaron a quedar vivos, y estos hinchados y llenos de vejigas. Murieron dentro de la torre el alcalde mayor, los beneficiados de aquel lugar y de Alhama la Seca, el capellán de Instinción y muchos legos, y algunas mujeres y criaturas que no hubo lugar de poderlas descolgar. No libraron mejor los que se rindieron que los que se quemaron en la torre, porque los moros los degollaron en la alberca de un molino de aceite del monasterio, que estaba allí cerca. A Luis Montesino de Solís, de quien hicimos mención en el capítulo de Andarax, llevaron con las cristianas captivas a la sierra de Gádior y después a Codbaa, donde enviaron a doña María de Solís, su hija, y a doña Francisca Gibaja, hija del alcalde mayor; y teniéndolas en casa de un moro muy rico, llamado Zacaría, apartadas de otras cristianas, con cuarenta moros de guarda, para enviarlas presentadas al rey de Marruecos, dieron en su presencia cruelísima muerte a Luis Montesino de Solís. Desnudáronle en cueros, y colgándole de los dedos pulgares de los pies, de una ventana que estaba frontero de la casa donde tenían presa a su hija, allí fueron cortándole los miembros con una navaja, coyuntura por coyuntura, hasta los hombros; y porque glorificaba a Jesucristo, le sacaron la lengua y los ojos y le cortaron las narices y las orejas, y dándole humo y después fuego, le quemaron. Volviendo pues a los moros de Guécija, luego que hubieron quemado la torre recogieron la gente de los lugares de la taa, y con sus mujeres y hijos y bienes muebles se subieron a la sierra de Gádor, llevando por delante los bagajes y ganados: dejaron quinientos moros que aguardasen hasta que el fuego se apagase, por ver si había que robar en la torre; los cuales entraron otro día dentro, y hallando aquellos tres cristianos que dijimos, medio quemados, no los quisieron matar luego, sino llevarlos consigo la vuelta de la sierra; y al vadear del río de Canjáyar, que se pasa muchas veces en aquel camino, les hicieron que los pasasen a todos a cuestas; y siendo ya noche, no pudiendo dilatar más el deseo de venganza, mataron a cuchilladas al fraile, desollaron vivo a uno de los mozos, y del otro no supimos lo que hicieron: sólo se presume que también matarían por manera que de [207] todos los cristianos que había en los lugares desta taa solos tres escaparon con las vidas, que los escondieron unos moriscos sus amigos, y los pusieron después en salvo.
En el lugar de Terque se recogieron los cristianos con sus mujeres y hijos en la torre de la iglesia, pensando poderse defender en ella; más los moros le pusieron fuego y los quemaron a todos juntamente con la iglesia y con la torre. Hacían después mucho sentimiento las moras de pesar que tenían, porque se había quemado en este lugar el hafiz de la seda de aquella taa, no por lástima que tenían dél, sino porque quisieran mucho poderle atormentar de su espacio, porque le querían muy mal.
Cómo los lugares del río de Boloduí se alzaron, y la descripción dél
El río del Boloduí nace en la parte más alta y más oriental de la Sierra Nevada: a poniente tiene la taa de Marchena, a mediodía la tierra de Almería, a levante las sierras de Baza, y a tramontana las de Guadix y los lugares de Abla y Lauricena. Hay en este río cinco lugares, llamados Alhizán, Santa Cruz, Cochuelos, Bilumbin y Alhabia; baja entre Abla y Lauricena, y va a dar a Santa Cruz, que es el lugar principal, y después se va a juntar con el río de Almería, entre Alhabia y Guécija. Es tierra de muchas arboledas, y los moradores tienen muy buena cría de seda; cogen cantidad de pan, trigo y cebada, y tienen muchos ganados, y siembran la alheña, que es una hoja como la del arrayán, más delgada, y la precian mucho los moros. Era alcalde mayor destos lugares, que son de don Diego de Castilla, señor de Gor, el licenciado Blas de Biedma, el cual tenía su casa en Santa Cruz, y pudiera muy bien ponerse en cobro con todos los cristianos de aquel partido, si la confianza que tenía en que los moriscos de aquel partido no se levantarían, no le engañara, porque don García de Villarroel le escribió también a él, cuando al licenciado Gibaja, rogándole, y aun requiriéndole, que se retirase con tiempo a la ciudad de Almería, y tampoco lo quiso hacer.
Alzáronse estos lugares el segundo día de Pascua de Navidad, y los del lugar de Santa Cruz corrieron a las casas de los cristianos, y prendiéndolos, les robaron cuanto tenían, y destruyeron la iglesia. Al alcalde mayor hicieron morir cruelísimamente: siguiendo el ejemplo de los de Canjáyar le deslindaron en cueros delante de cuatro doncellas cristianas, que las tres eran hijas suyas y la otra del jurado Bustos, vecino de Almería, y su sobrina; y atándole las manos atrás, llegó un hereje a él, y le cortó las narices, y se las clavó con un clavo de hierro en la frente; luego le cortó las orejas y se las dio a comer; y porque loaba a Dios mientras le estaban martirizando, le cortaron la lengua y las manos y los pies; y abriéndole la barriga, se los metieron dentro; y un sayón le abrió el pecho, y le sacó el corazón, y comenzó a dar bocados en él, diciendo: «Bendito sea tal día, en que yo puedo ver en mis manos el corazón deste perro descreído». Y después desto quemaron el cuerpo, y a los demás cristianos, así hombres como mujeres, los llevaron al lugar de Canjáyar, donde también los mataron después.
Alzáronse los de Alhizán cuando los de Santa Cruz, y el beneficiado Juan Rodríguez recogió todos los cristianos en una torre que tenía en su casa. Los moros saquearon las casas y la iglesia, y destruyendo todas las cosas sagradas, fueron luego a la torre y le pusieron fuego por todas partes, y quemaron vivos a todos los que se habían metido dentro, excepto al beneficiado y a tres doncellas sobrinas suyas. Mas después, queriendo regocijar el pueblo con la muerte de aquel sacerdote de Jesucristo, le desnudaron en cueros, y se lo entregaron a las mujeres moras para que ellas le matasen; las cuales le sacaron los ojos con almaradas, y le hirieron con cuchillos y piedras, hasta que dio el alma a su Criador, encomendándose siempre a Jesucristo, y glorificando su santísimo nombre. Lleváronse las captivas cristianas a Canjáyar, donde las mataron después con otras muchas, cuando el marqués de los Vélez hubo vencido a los moros de Filix, como diremos en su lugar. Dejemos agora de tratar de los otros lugares que se alzaron, que a su tiempo volveremos a ellos, y digamos lo que en este tiempo se hacía en la ciudad de Granada.
De lo que se hacía en este tiempo en la ciudad de Granada para asegurarse de los moriscos, y las desculpas que daban ellos
Mucho sentimiento hubo en la ciudad de Granada cuando se supo que la gente que había ido con el marqués de Mondéjar no había podido alcanzar a los monfís, y crecía cada hora más con las nuevas que venían de los sacrilegios y crueldades que iban haciendo en los lugares que alzaban en la Alpujarra; y movido el vulgo a ira con deseo de venganza, hablaban con libertad, culpando y desculpando a quien les parecía, y al fin buscando todos el remedio. Unos le hallaban en la equidad, otros en el rigor de la justicia, y todos en la fuerza de las armas. Habiéndose pues juntado el Acuerdo con el presidente don Pedro de Deza en la sala de la real Audiencia este día, como lo habían hecho otros, para tratar del negocio, el licenciado Alonso Núñez de Bohorques, oidor del real consejo de Castilla y de la general Inquisición, que entonces lo era de la dicha audiencia, propuso que el camino más breve para atajar la maldad de los morisco, alzados, y que los demás no se alzasen, consistía en sacar todos los que moraban en el Albaicín y en los lugares de la vega de Granada, y meterlos veinte leguas la tierra adentro, donde no pudiesen acudirles con avisos, con gente, armas y consejo; cosa que no se podría excusar teniéndolos en la ciudad, donde venían y entendían cuanto se hacía y trataba. Este parecer fue bien recebido de todos los que allí estaban; más hallaron dificultad en la ejecución dél, pareciendo cosa grave y peligrosa querer echar tanto número de gente de sus casas. Al fin se dio noticia a su majestad; y si por entonces no hubo efeto, después vino a hacerse con menor escándalo y peligro del que se representaba, como se dirá en su lugar. Por otra parte, el marqués de Mondéjar, queriendo usar el rigor de las armas, avisó a las ciudades y señores de la Andalucía y reino de Granada que con brevedad aprestasen la gente de guerra, por si fuese menester acudir a oprimir el rebelión, y el Acuerdo despachó provisiones en conformidad de lo que el Marqués pedía. Y porque se tenía ya nueva que el alzamiento pasaba hacia los [208] lugares del reino de Murcia, acordaron que sería bien avisar a don Luis Fajardo, marqués de los Vélez y adelantado de aquel reino, para que haciendo junta de gente de guerra por aquella parte, estuviese apercebido para lo que su majestad enviase a mandar, a quien se daría luego aviso de aquella diligencia. Temían mucho los moriscos al marqués de los Vélez, y parecía que sólo oír su nombre bastaría para ponerlos en razón y con este acuerdo el presidente don Pedro de Deza, mandó llamar a un licenciado Carmona, abogado de la Audiencia real, que solicitaba los negocios del marqués de los Vélez, y le dijo que le despachase luego un correo avisándole de su parte como los moros habían entrado a levantar el Albaicín de Granada, y pregonado en él la seta de Mahoma con instrumentos de guerra y banderas tendidas, y que sería de mucha importancia que se acercase al reino de Granada con el mayor número de gente de a pie y de a caballo que pudiese juntar, y que brevemente ternía orden de su majestad de lo que había de hacer con ella, porque él le escrebía sobre ello. Luego como esto se publicó en la ciudad, los moriscos se turbaron; y viendo tantas prevenciones como se hacían, procuraron por todos los medios de humildad echar de sí la sospecha que se tenía, cargando la culpa a los monfís. Juntándose pues los principales del Albaicín el tercer día de Pascua, fueron con su procurador general a hablar a todos los ministros, y a cada uno por sí les hicieron su razonamiento, significando estar inocentes de lo que se les imputaba, y exagerando el atrevimiento de aquellos perdidos, que habían entrado en el Albaicín a hacerles tanto mal, y diciendo que si los prendieran luego, se entendiera quién eran los culpados, y castigando aquellos, se apagara el fuego de la sedición antes que pasara tan adelante. Decían más: que la premática no había alterádolos a ellos, y si la habían contradicho, había sido con buen celo, y que ya estaban contentos con ella, sabida la voluntad de su majestad, y viendo que se ejecutaba con tanta equidad, que cesaban los inconvenientes que habían tenido; y que estaban prestos de servir a su majestad con sus haciendas, para que los malos fuesen castigados y los buenos honrados, como se había hecho en aquel reino en tiempos más trabajosos, estando recién ganado y poco después. A estas y otras cosas que los moriscos decían, les respondieron mansamente y con amor, especialmente el Presidente, cargando la culpa a los que trataban mal de sus honras, y diciendo que siempre habían sido tenidos por leales vasallos de su majestad, y ansí se lo habían escrito, y volverían a escrebírselo de nuevo; y los ofreció de su parte que miraría por ellos, y no daría lugar que recibiesen agravio en el cumplimiento de la premática, encargándoles que perseverasen en la fe y lealtad que decían, pues de lo contrario no podría venirles menos que destruición general, ofendiendo a Dios y a un príncipe tan poderoso, que siendo necesario, haría en un mesmo tiempo guerra por mar y por tierra a todos los príncipes del universo. Con las cuales razones, y con otras muchas desta calidad, procuraban quietarlos lo mejor que podían, proveyendo por otra parte las cosas que parecía convenir para la seguridad de aquella ciudad y del reino. Y con todas las sospechas y temores, sólo un día se dejó de hacer audiencia en las salas, y todos los demás durante el rebelión los oidores y alcaldes hicieron sus oficios a las horas acostumbradas; lo cual fue de tanta importancia, que los moriscos no osaron hacer novedad en la ciudad ni en las alcarías comarcanas, temiendo tanto y más la horca que la espada. Luego se dio orden que las compañías de las parroquias hiciesen cuerpo de guardia en la audiencia, de donde salía el Corregidor tres y cuatro veces cada noche a rondar el Albaicín y la Alcazaba; y porque había poca gente, y no poco temor, para que los moriscos no lo entendiesen, se usaba de un ardid, que algunas veces suele aprovechar, y era, que después de haber entrado los soldados acompañando sus banderas por la puerta principal, volvían a irse uno a uno por otra puerta falsa, y tornaban a entrar en otras compañías. Esto se hacía una y más veces con tanta destreza, que aun los proprios ciudadanos no lo entendían. Y porque los capitanes y gentiles hombres tuviesen algún entretenimiento hacia el Presidente ponerles mesas de juego, y les mandaba dar de cenar y colaciones; mas con todas estas prevenciones los malaventurados, que ya se habían desvergonzado, no dejaban de proseguir en su maldad, como se entenderá por el discurso desta historia.
Cómo los lugares de tierra de Salobreña se alzaron, y la descripción della
Salobreña es una villa muy fuerte por arte y por naturaleza de sitio: está en la orilla del mar Mediterráneo, puesta sobre una peña muy alta; adelante tiene una isleta, y a poniente della una pequeña playa abrigada de levante, donde llegan a surgir los navíos. La villa está cercada de muros; no se puede minar, porque es la peña viva marmoleña, ni menos se puede batir, por ser muy alta y tajada al derredor, sino es a la parte de levante, donde está la puerta principal. En lo más alto hacia el cierzo tiene un fuerte castillo, que solamente desde las casas de la villa se puede combatir, y por allí le fortalecen dos muros anchos y terraplenados con sus barbacanas; todo lo demás cerca la peña tajada, y hay dentro un pozo de agua manantial, que no se le puede quitar en ninguna manera. Esta tenencia era de don Diego Ramírez de Haro, vecino de la villa de Madrid, y fue de sus antepasados, que se la dieron los Reyes Católicos cuando conquistaron el reino de Granada. Tiene Salobreña a levante la villa de Motril, a poniente la ciudad de Almuñécar, al mediodía el mar Mediterráneo, y a tramontana el valle de Lecrín. Hay en sus términos seis lugares, llamados Lobras, Itrabo, Mulvízar, Guájar la alta, Guájar de Alfaguit y Guájar del Fondón. Todos estos lugares estaban poblados de moriscos, mas los vecinos de la villa eran cristianos, la cual fuera capaz de seiscientas casas si estuviera toda poblada, mas en este tiempo no tenía más de ochenta vecinos. Es tierra áspera y muy fragosa a poniente y a tramontana, y cógese en ella poco pan. Los lugares altos están en una quebrada que hace la sierra, por donde baja un río que procede de unas fuentes que nacen en ella, y después se va a juntar con el río de Motril. Hay muchas arboledas de huertas, olivos y morales por aquellos valles, y tienen los moradores muy buena cría de seda, aunque la principal granjería es agora la de azúcar, porque en una vega que está a levante hacia Motril tienen muchas [209] hazas de cañas dulces, y abundancia de agua con que regarlas, y junto a los muros un ingenio muy grande, y otros en las alcarías allí cerca, donde se labran las cañas.
Los moriscos de las Guájaras se alzaron el primero y segundo día de Pascua de Navidad, cuando los del Valle; mas no hicieron daño en las iglesias ni a los cristianos, antes dijeron al beneficiado que dijese su misa, y el alguacil del lugar, llamado Gonzalo el Tartel, que era su amigo, le prometió que no le enojaría nadie, y, que si fuese menester, le pondría en salvo, como en efeto lo hizo. Los de Lobras y Trabo y Mulvízar se subieron luego a las sierras de las Guájiras, y desampararon sus casas por huir de los daños que los vecinos de Salobreña y Motril les hacían; los cuales podremos decir que los alzaron, o a lo menos les dieron priesa a que se alzasen, porque luego que se supo lo que habían hecho los de Órgiba, salían en cuadrillas a robarles las casas y los ganados, y les hacían otros malos tratamientos, y tampoco hicieron daño en las iglesias por entonces. Cuando comenzaron estas revoluciones don Diego Ramírez estaba con su casa y familia en la villa de Motril, y siendo avisado por carta del marqués de Mondéjar, se fue a meter en su fortaleza, y viendo que en la villa no había bastante número de gente, ni él tenía consigo más que sus criados, hizo con el concejo que enviasen un vecino llamado Claudio de Robles a Arévalo de Zuazo, corregidor de la ciudad de Málaga, pidiéndole alguna gente de guerra qué meter en la villa, entendiendo que los alzados procurarían ocuparla por causa de la fortaleza de la comodidad de aquél puerto; el cual envió a Diego Barzana con cincuenta tiradores, que aseguraron algo a los vecinos. Finalmente, don Diego Ramírez puso la fortaleza en defensa, encabalgó la artillería, que estaba toda por aquel suelo sin cureñas ni ruedas, y proveyó en todo lo que a buen alcaide convenía. Y no solo defendió la plaza, mas salió muchas veces en busca de los enemigos, y hizo muchos y muy buenos cielos, como se dirá en su lugar.
Cómo los moros combatieron la torre de Órgiba
El domingo, segundo día de Pascua de Navidad a 26 de diciembre, acordaron los moros de combatir la torre de Órgiba, y para este combate juntaron muchos haces de leña y zarzos de cañas untados con aceite, pensando quemar los cristianos dentro. El alcaide Gaspar de Sarabia echó luego fuera veinte hombres, que mataron algunos moros y quemaron todos aquellos haces en el lugar donde los tenían recogidos. Los enemigos corrieron a la iglesia, y hallándola sin defensa, entraron dentro, y con grandísima ira quebraron los retablos deshicieron el altar, rompieron la pila del baptismo derramaron el olio y la crisma, arcabucearon la caja del Santísimo Sacramento, con enojo de que no hallaron allí la santa forma de la Eucaristía, que los beneficiados la habían consumido en todos aquellos lugares; y arrojando todas las cosas sagradas por el suelo, no dejaron abominación ni maldad que no hicieron. Luego subieron a la torre del campanario, y en lo más alto dél pusieron un reparo de colchones y mantas, para desde él arcabucear a los cristianos, y aquella noche les enviaron un moro del lugar de Benizalte, llamado el Ferza, hijo de Alonso el Ferza, para que les dijese de su parte que se rindiesen, y que entregasen las armas y el dinero y les dejarían las vidas, porque de otra manera no podían dejar de morir. Este moro llegó con una banderilla blanca a la torre, y propuso su embajada diciendo que Granada era perdida, que los moros tenían ya la fortaleza del Alhambra por suya, que el rey don Felipe no les podía enviar socorro, porque estaba cercado de luteranos, y que las cosas de los moros iban tan prósperas, que esperaban muy en breve llegar vitoriosos a Castilla la Vieja. Y como un clérigo de los que estaban en la torre le preguntase si hablaba como cristiano o como moro, respondió el hereje que como moro, porque ya no había en aquella tierra más que Dios y Mahoma, y que harían cuerdamente los que allí estaban en tornarse moros si querían tener libertad. Estas palabras sintieron mucho los nuestros, y no pudiendo oír semejante blasfemia, le respondieron que se alargase luego de allí, si no quería que le matasen con los arcabuces, apercibiéndole que ni él ni otro no volviesen con aquel recaudo, porque no les iría bien dello, mas no por eso les dejaron de acometer otras veces con la paz, por ver si los podrían engañar. No mucho después acordaron de hacer dos mantas de madera para picar el muro por debajo y dar con la torre en el suelo; mas los cercados se dieron tan buena maña, que les quemaron la una, teniéndola a medio hacer; la otra acabaron, y cuando estuvo puesta en orden, hicieron reseña de toda la gente, y se apercibieron al combate. Esta manta era hecha de maderos gruesos, cubierta de tablas aforradas por defuera de cueros de vaca, y sobre los cueros y la madera colchones de lana mojada, para que resistiesen las piedras y el fuego; y estando asentada sobre cuatro ruedas bajas, los proprios que iban dentro della la llevaban rodando, y de un cabo y de otro iban arrastrando grandes haces de cañas y de leña seca y tascos, un lado todo con aceite para poner con ellos luego a la torre cuando el muro estuviese picado y apuntalado con maderos. Fue la determinación de los enemigos tan grande, teniendo presente el odio y la ira, que, aunque los cristianos mataban muchos dellos con los arcabuces, no dejaron de arrimar su manta. Los nuestros procuraron deshacérsela arrojando gruesas piedras sobre ella desde arriba; y viendo que no aprovechaba, porque la madera era recia, y los reparos que llevaba encima despedían la piedra, tomaron unos ladrillos mazarís que acertó a haber en la torre, y arrojándolos de esquina donde se descubrían los colchones, rompieron el lienzo, y echando sobre ellos dos calderas de aceite hirviendo de lo que Leandro había traído, y cantidad de tascos de cáñamo y de lino ardiendo, prendió el fuego de manera, que en breve espacio se quemaron los colchones y la manta; y los que habían ya comenzado a picar el muro, se salieron huyendo con harto peligro de sus vidas. No se halló Aben Humeya en este asalto porque había pasado do largo, como queda dicho, a Pitres de Ferreira a proveer en otras cosas, y cuando supo el ruin suceso que había tenido, mandó que cesasen los asaltos, y que solamente tuviesen la torre cercada, para que no le entrase bastimento; y desta manera estuvo diez y siete días hasta que el marqués de Mondéjar la socorrió, como diremos adelante. [210]
De lo que se hizo estos días a la parte de Almería, y la descripción de aquella tierra y de algunos lugares que se alzaron en ella
La ciudad de Almería antiguamente se llamó Viji: está puesta sobre la costa de la mar, sus términos son muy grandes; tienen a poniente las taas de Dalías y de Andarax, a tramontana las de Lúchar, de Marchena y del Boloduí; a levante el río de Almanzora y las ciudades de Mojácar y Vera, y al mediodía comprehende en la costa del mar Mediterráneo desde una torre llamada Rábita, que está en el paraje de Fílix a la parte de poniente, hasta la mesa de Roldán, que está a levante. Hay en estos términos de Almería treinta y siete lugares y villas, cuyos nombres son: Ínix, Fílix, Vícar, Turrillas, Obrevo, Inox, Carbal, Alquitán, Pedregal, Alhadara, Vaitor, Güércal, Alguayán, Benahaduz, Bechina, Alhama de Berchina, Rioja, Gádor, Guyciliana, Santa Fe, Níjar, Mondújar, Guézhen, Alocainona, Sorbas, Ulela del Campo, Ulela de Castro, Belefique, Babrin, Alhamilla, Tavernas, Gérgal, Castro, Bacares, Elbeire, Bayarca y Macael. Atraviesa por esta tierra el río de Andarax, el cual pasando por la taa de Marchena se va a juntar con otro río que sale por bajo del castillo de Gérgal, y por las faldas meridionales de la sierra de Baza va al Jugar de cuya ribera están Tavernas, Alhamilla y la rambla de Tavernas, y por Gádor y Benahaduz se mete en el Mediterráneo cerca de la ciudad de Almería; la cual está puesta en sitio hermoso y agradable, y tenía en este tiempo más de dos mil y quinientos vecinos, aunque el ámbito de los muros es capaz de mayor número de casas, porque tienen de circuito seis mil seiscientos y cincuenta pasos, y a un cabo una fortaleza en un sitio inexpugnable, sentada sobre una peña viva muy alta, que no da lugar a minas, baterías ni asaltos por las tres partes, y por la otra tiene un solo padrastro hacia la sierra; mas está en medio entre él y la fortaleza un valle muy hondo, y toda está cercada de peña tajada muy alta, y la muralla terraplenada. A levante de la ciudad hay una playa espaciosa y larga, y muy segura de levante, donde pueden surgir dos mil navíos y más, y a poniente tiene otra, que no es tan segura, aunque hay algún abrigo con las sierras que despuntan en la mar hacia aquella parte. Son todos estos términos abundantes de yerba para los ganados; tienen los moradores mucha y muy buena cría de seda, y en las riberas de los ríos grandes arboledas. Cógese en ellas alguna cantidad de pan, aunque no es tanto, que les baste para todo su año; mas provéense de la comarca. En Almería ciudad muy populosa en tiempo que la poseían los moros, y tan estimada, que quiso competir con Granada, y así, la llamaban Almereya, que quiere decir el espejo. Solía tener grandes arrabales; armar mucha cantidad de navíos de remos; mas después se fue disminuyendo en población, en trato y en todo lo demás; y cuando comenzó la guerra deste levantamiento, moraban en ella muchos caballeros y gente principal, y tenía más de seiscientas casas de moriscos de los muros adentro, y dos compañías de gente de guerra ordinaria, la una de caballos y la otra de infantería, para correr los rebatos de la costa y tener cargo de la guardia della. Viendo pues los moriscos de las alcarías de la taa de Marchena y lugares comarcanos a Almería, que su negocio iba muy adelante y que los turcos no acudían a su pretensión, determinando de hacerlo ellos, escogieron ciento y cincuenta hombres de hecho, a quien tuvieron dada orden que con cargas de harina y de otros bastimentos se fuesen a la alhóndiga de la ciudad, que estaba junto a la fortaleza, y descargando allí, como lo solían hacer do ordinario, pasasen diez o doce dellos con cargas de leña y de paja, so color de llevarlas presentadas al alcaide, y al entrar de las puertas de la fortaleza se atravesasen de manera, que los cristianos no las pudiesen cerrar, y acudiendo los de la alhóndiga, se metiesen dentro, y matando al alcaide y a los que con él hallasen, se hiciesen fuertes en ellas, y diesen aviso con humo, para que los lugares de la tierra les acudiesen luego; y para tener entendido por dónde podrían entrar sin que los de la ciudad lo estorbasen, había negociado aquellos días Mateo el Rami, alguacil de Instinción, que era grande amigo de Álvaro de Sosa, que le llevase un día a comer con él a la fortaleza, porque deseaba irse a holgar a Almería con su mujer, y con esta ocasión había reconocido los muros, los adarves y las torres andando con el alcaide por toda ella; aunque no le había dejado entrar en la torre del Homenaje, diciendo que sólo el Rey y él la podían ver. Y como el astuto moro vio al alcaide con más recato que otras veces y aquella escuadra de soldados en la primera puerta, sospechando que habían sentido los cristianos algo de lo que trataban, acordó de dejar aquel consejo, y tomar otro que pudiera ser más dañoso a la ciudad, porque mostrando querer vencer de cortesía y liberalidad a su amigo, le rogó que fuese otro día a holgarse con él a su alcaría, y que llevase todos sus amigos y parientes, porque le quería festejar y dar de comer a su usanza; y habiéndolo el alcaide aceptado y convidado el moro de su parte todos los hombres de valor, de quien entendió que podían defender la ciudad, los hubiera hecho matar aquel día, si no sucediera una revuelta entre algunos de los que habían sido convidados, por donde el alcaide mayor los tuvo encarcelados; y así, no hubo efeto el convite. Estando pues las cosas en este estado, el segundo día de Pascua de Navidad llegó a él la guarda de una de las torres de la costa de poniente, y le dio la carta de aviso que dijimos que le envió el capitán Diego Gasca, que decía desta manera: «A la hora que ésta escribo, que serán las once del día, hoy primero de Pascua de Navidad, he tenido aviso que van trescientos moros la vuelta de Ugíjar de la Alpujarra. Voy en su seguimiento; vuestra merced me socorra. Fecha en Dalías ut supra». Esta carta puso en mucha confusión a don García de Villarroel, porque entendió que no eran moros los que Diego Gasca decía, ni era posible serlo, a causa de que había más de quince días que andaba la mar muy brava con tiempo de mediodía, que no tiene abrigo en nuestra costa; tuvo por cierto que eran moriscos de la tierra que se alzaban; y parándose a considerar el inconveniente que había en salir de la ciudad, y lo poco que podría aprovechar su ida, porque en caso que frieran moros de Berbería los que Diego Gasca decía, cuando él llegase estarían ya embarcados, solamente hizo demostración de salir de los muros, con intento de no apartarse mucho dellos. Mandando pues tocar a recoger, dio priesa para que los soldados saliesen; [211] y estando ya fuera, ordenó a la infantería que hiciese alto en la cantera a vista de la ciudad, y él con los caballos se estuvo quedó entreteniendo la gente cerca de los muros; y luego se volvió a meter dentro de la ciudad; pareciéndole más conveniente atender a la guardia della que ir en socorro de Diego Gasca a cosa incierta. Vuelto don García de Villarroel a la ciudad, la justicia y regimiento hicieron diligencia, y haciéndola él por su parte, despacharon luego un soldado al marqués de Mondéjar, pidiéndole socorro de gente y bastimentos y municiones, porque de todo había falta en Almería; y entendiendo que no podría socorrer con la brevedad que el caso pedía, despacharon también al marqués de los Vélez, y a las ciudades del reino de Murcia, y a Gil de Andrada, a cuyo cargo andaban las galeras de España, certificándoles que era cierto el levantamiento de los moriscos de todo el reino, para que socorriesen aquella plaza. Hicieron también diligencia con los cristianos clérigos y legos de los lugares de tierra de Almería, para que se recogiesen con tiempo a la ciudad, mediante la cual se salvaron muchos; y escribieron a los alcaldes mayores del condado de Marchena y del Boloduí que hiciesen lo mismo. Este día a las cuatro de la tarde llegaron a Almería dos escuderos de la compañía de Diego Gasca, y dijeron que estando en un lugar de la taa de Lúchar, los habían querido matar los moriscos, y que habían escapado por gran ventura a uña de caballo, porque de todos los lugares por donde pasaban les salía gente armada para atajarles el camino. Luego despacharon otros dos correos a los dos marqueses, tornándoles a certificar el levantamiento, y se puso más gente de guerra en la puerta de la fortaleza, y mandaron pregonar por los lugares comarcanos que todos los moriscos que quisiesen recogerse a la ciudad con sus mujeres y hijos, lo hiciesen; y se ordenó a Pedro Martín de Aldana, teniente de la compañía de caballos de don García de Villarroel, que fuese al campo de Níjar, y hiciese que los pastores cristianos se recogiesen con tiempo con sus ganados, y metiesen en Almería los que hallase ser de moriscos, para provisión de la ciudad. Andando en esto, llegó otra nueva el tercero día de Pascua, como Ugíjar de Albacete se había alzado, y que los cristianos estaban cercados en la torre de la iglesia; y luego el martes 28 de diciembre se supo cómo eran ya perdidos, y que desde allí hasta Almería estaba toda la tierra levantada. Entonces se juntaron las justicias y regidores en su cabildo, según lo que don García de Villarroel nos contó: nombraron personas que fuesen a su majestad, y de camino llegasen donde estaba el marqués de los Vélez y le diesen una carta, en que le pedían que fuese a socorrerlos con brevedad, por estar aquella plaza en mucho peligro. El mesmo día se comenzaron a recoger a la ciudad y a las huertas y arrabales muchos moriscos de los lugares de la tierra con sus mujeres y hijos y porque había mucha gente entre ellos que podían tomar armas, los cristianos se recogieron a la Almedina. También vino aquel día en la tarde otra espía de Güécija, y avisó cómo los moros tenían cercado el monasterio y la torre, y que había encontrado a los de Ínix, Fílix y Vícar, que iban a juntarse con ellos, y le habían dicho que Granada y todo el reino era ya de moros; que no les quedaba más que Almería por ganar, más que presto la ganarían, porque en tomando la torre de Guécija y el castillo de Gérgal, se había de juntar mucha gente para ir sobre ella; y por señal de que había estado con ellos, trajo las hojas rotas de un misal que habían hecho pedazos en la iglesia de Alhama la Seca. Esta nueva confirmó luego otra espía que llegó el mesmo día, que puso un poco de más cuidado a la ciudad, por verse sin bastimentos y con tan poco remedio de proveerse por la tierra; mas esto se remedió muy brevemente, porque los soldados que fueron con Pedro Martín de Aldana al campo de Níjar, trajeron mil vacas y mucha cantidad de ganado menudo de lo que había de moriscos, con que se reparó la gente y tuvieron que comer muchos días. Fue también de mucha importancia esta salida, porque se recogieron todos los ganados de cristianos y los pastores que andaban con ellos en aquella tierra, y pudieron salir seguros con tiempo por las sierras de Níjar y Filabres y Tavernas; porque como el marqués de los Vélez comenzaba a juntar gente por aquella parte no osaron los moriscos de aquellas sierras levantarse, y lo mesmo hicieron los de la hoya de Baza, del río de Almanzora, de Vera y Mojácar y de toda la jarquía; que si se levantaran, fuera grandísimo el daño que hicieran, por ser mucho número de gente. Alzáronse algunos lugares de la tierra de Almería que estaban hacia la parte de la Alpujarra, como fueron Ínix, Fílix, Vícar y Gérgal, y otros donde ejercitaron los herejes sus crueldades, no con menor rabia que en los otros lugares que hemos dicho, de los cuales diremos agora.
Los lugares de Ínix, Fílix y Nícar caen a poniente de la ciudad de Almería, en una rinconada que hace la sierra de Gádor cuando va a despuntar sobre el mar Mediterráneo, y los moradores dellos se alzaron cuando los de Guécija; y cuando hubieron robado y destruido las iglesias, y muerto algunos cristianos y prendido otros, fueron muchos dellos en favor de los que combatían la torre de Guécija. La cual ganada, como queda dicho, volvieron a sus lugares, y ordenaron dejar cruel muerte al bachiller Salinas, su beneficiado, y a dos sacristanes que tenían presos. Hiciéronlo vestir como cuando decía misa, y asentándole en una silla debajo de la peaña del altar mayor, pusieron los sacristanes a los lados con las matrículas de los vecinos en las manos, mandándoles que llamasen por su orden, como cuando querían saber si había faltado alguno para penarle; y como iban llamándolos, llegaban hombres y mujeres, chicos y grandes, al beneficiado, y le daban de bofetones o puñadas, y le escupían en la cara llamándole de perro. Y cuando hubieron llamado a todos, llegó un hereje a él con una navaja y le persignó con ella, hendiéndole el rostro de alto a bajo y por través, y luego le despedazó coyuntura por coyuntura y miembro a miembro, de la mesma manera que habían hecho a su beneficiado los de Canjáyar; y porque el sacerdote de Cristo glorificaba su santísimo nombre, le cortaron la lengua. Después los llevaron arrastrando fuera del lugar y los asaetearon juntos. Hecho esto, se recogieron todos a un cerro alto que está junto a Fílix, con sus mujeres y hijos y ganados, creyendo poderse defender allí por la disposición del sitio, que es fuerte.
Luego que los lugares de la taa de Marchena y del Boloduí se alzaron, el Gorri y el Rami enviaron seis [212] banderas de monfís y de otros hombres sueltos y bien armados, a que alzasen los lugares del río de Almería y recogiesen toda aquella gente. Los cuales llegaron al lugar de Gérgal, que es del conde de la Puebla, el tercero día de Pascua, y el alcaide del castillo, que también era alcaide mayor del lugar, estando ya prevenido en su traición, dijo a los cristianos que se recogiesen luego a la fortaleza con sus mujeres y hijos, porque allí se podrían guarecer, y cuando los tuvo dentro, hizo que los matasen a todos. Degolló al vicario Diego de Acebo y a su madre, que era ya mujer mayor, y al beneficiado Paz y a su hermana, y a Bernal García, escribano de su juzgado, y a todos los otros cristianos y cristianas, chicos y grandes, cuantos allí vivían, y mandó echar los cuerpos en el campo. Quedaron dos mujeres mal degolladas, que estuvieron siete días desnudas en el campo, sin comer ni beber, sustentándose con sola nieve; y éstas fue Dios servido que se salvasen, porque llegaron por allí acaso unos soldados de Baza, que iban a correr la tierra, y hallándolas de aquella manera, las recogieron y abrigaron, y las enviaron a la ciudad, donde fueron curadas y sanaron de las heridas. Este hereje se llamaba en lo exterior Francisco Puerto Carrero, y en lo interior Aben Mequenun, nombre de moro; el cual, en sintiendo que el marqués de Vélez entraba por aquella parte, no osó aguardar, y desamparando el castillo, se fue con toda la gente a la Alpujarra, como adelante se dirá.
Cómo se alzaron Abla y Lauricena, lugares de tierra de Guadix, y la descripción della
La ciudad de Guadix, que los moros llaman Guet Aix, que quiere decir río de la Nida, está nueve leguas a levante de Granada: su sitio es una loma pequeña que baja de un cerro, y en las faldas delante dél tiene una vega espaciosa y llana, por la cual atraviesa un río, de donde tomó el nombre de la ciudad, cuya fuente está en lo alto de Sierra Nevada, cerca del puerto de Loh, y bajando por entre Jériz y Alcázar, va a dar al Quif y a la Calahorra, lugares del marquesado del Cenete, y a Alcudia y Zalabin y a Ixfiliana, y a los muros de la ciudad de Guadix, llevando siempre su corriente hacia el cierzo, y con hermosísimas riberas de arboledas de un cabo y de otro riega las huertas y hazas de la Vega, y saliendo della, vuelve a poniente, haciendo algunos senos, y se va a juntar con el río de la Peza, por entre aquellas sierras recogiendo otras aguas, corre a juntarse con el río de Genil, una legua a levante de la ciudad de Granada, donde está al pie de la sierra de Güejar la puente del río de Aguas Blancas. Tiene Guadix a poniente y al cierzo los términos de la ciudad de Granada, al mediodía el marquesado que dicen del Cenete, que es tierra de señorío, y la Sierra Nevada; y a levante la ciudad de Baza. Caen en sus términos veinte y cuatro lugares; sin los del marquesado del Cenete, cuyos nombres son éstos: la Peza, los Baños, Veas, Alares, Purrillena, Almáchar, Cortes, Greyena, Lubros, Fonelas, Lopera, Darro, Diezma, Moreda, Alcudia, el Sigení, Salabin, Cogollos de Guadix, Paulanza, Ixfiliana, Fiñana, Gor, Abla y Lauricena. Toda esta tierra es muy fértil, abundante de pan y de muchos ganados; críase en ella mucha seda de morales, los lugares estaban poblados por la mayor parte de moriscos, y aun en la propria ciudad había más de cuatrocientas casas dellos, en medio de la cual está un castillo antiguo y maltratado, puesto en lo más alto della. Solos dos lugares de los que hemos dicho se alzaron en está rebelión, que eran de señorío, llamados Abla y Lauricena; y éstos están a la parte de Sierra Nevada, de los cuales diremos en este lugar, porque adelante diremos de los del marquesado del Cenete.
Abla y Lauricena se alzaron el tercero día de Navidad, porque llegaron a levantarlos dos cuadrillas de monfís y moros alzados que el Gorri, capitán del partido de Oháñez, envió para aquel efeto; los cuales destruyeron las iglesias y mataron los cristianos que pudieron haber a las manos. Y los de Abla, cuando hubieron desbaratado el altar y quebrado los retablos de la iglesia, tomaron un puerco que tenía un cristiano en su casa, y lo degollaron sobre el altar mayor, y hicieron otros muchos sacrilegios y maldades. Hecho esto, recogieron sus mujeres y hijos y los enviaron la vuelta de la Alpujarra, y ellos fueron a levantar la villa de Fiñana, pensando ocupar la fortaleza, porque sabían que no había gente de guerra dentro, mas no hicieron por aquella vez efeto, porque los moriscos que allí vivían no quisieron irse con ellos; y lo mesmo hicieron los de los lugares del marquesado del Cenete, que tampoco se quisieron alzar, hasta que después volvió más gente a llevarlos, como se verá en su lugar.
Llámase valle de Lecrín la quebrada que hace la sierra mayor, tres leguas a poniente de Granada, donde comienza a levantarse la Sierra Nevada. Tiene a poniente la sierra de Manjara, que contina con el río de Alhama; al cierzo la vega de Granada y los llanos del Quempe; al mediodía confina con las Guájaras, que caen en lo de Salobreña, y con tierra de Motril; y a levante con Sierra Nevada y con la taa de Órgiba. Hay en este valle veinte lugares, llamados Padul, Dúrcal, Nigüelas, Acequia, Mondújar, Harat, Alarabat, el Chite, Béznar, Tablate, Lanjarón, Ixbor, Concha, Guzbíjar, Melegix, Mulchas, Restábal, las Albuñuelas, Salares, Lújar, Pinos del Rich o del Valle. Es abundante toda esta tierra de muchas aguas de ríos y de fuentes, y tiene grandes arboledas de olivos y morales y otros árboles frutales, donde cogen los moradores diversidad de frutas tempranas muy buenas, y muchas naranjas, limones, cidras y toda suerte de agro, que llevan a vender a la ciudad de Granada y a otras partes. Los pastos para los ganados son muy buenos, y cogen cantidad de pan de secano y de riego en los lugares bajos, y la cría de la seda es mucha y muy buena. Corren por este valle seis ríos, que proceden de la sierra mayor. El primero hace a la parte de poniente, y llámanle río de las Albuñuelas, porque nace de dos fuentes junto al lugar de las Albuñuelas; el cual pasa cerca de los lugares de Salares y Pinos del Valle, y se va después a juntar con el río de Motril. El segundo nace par del lugar de Melegix, y se va a juntar con el de las Albuñuelas por bajo de Restábal. El tercero nace de la Sierra Nevada, y va a dar [213] en una laguna grande que se hace entre los lugares del Padul y Dúrcal, y de allí va a juntarse con el río de las Albuñuelas. El cuarto nace también en la Sierra Nevada, en el paraje del lugar de Acequia, y antes que llegue al lugar se parte en dos brazos, y tomándole en medio, va el uno a dar al lugar del Chite y el otro a Tablate, y de allí al río de las Albuñuelas y al de Motril. El quinto baja también de la Sierra Nevada y va al lugar de Lanjarón, y de allí al río de Motril. Y el sexto, que nace más a levante de la mesma sierra, es el que divide los términos del valle y de la taa de Órgiba, el cual se va a meter en el río de Motril por los lugares de Sortes, Benizalte y Pago, que caen en lo de Órgiba. Los lugares bajos del valle de Lecrín se alzaron el segundo día de Pascua, cuando Abenfarax y los otros monfís que venían de Granada llegaron a Béznar, porque hicieron encreyente a los moriscos que la ciudad y el Alhambra era suya, y que el Albaicín quedaba levantado, y como hubieron robado las iglesias y muerto muchos cristianos de los que vivían en ellos, pasaron a levantar los otros lugares de la Alpujarra; mas los que moraban en el Padul, Dúrcal, Nigüeles, las Albuñuelas y Salares, que son los más cercanos a Granada, no se alzaron por entonces, aunque se fueron muchos dellos a la sierra, que hicieron después harto daño en busca de su perdición. Uno de los lugares alzados fue Tablate, que está puesto cerca de un paso importante, por donde de necesidad se había de ir para pasar a la Alpujarra. Queriendo pues el marqués de Mondéjar tenerle ocupado para cuando fuese menester, mandó a don Diego de Quesada que, con la gente que tenía en Dúrcal y la que le enviaba para aquel efeto, se fuese a poner en Tablate, y que el capitán Lorenzo de Ávila volviese a Granada, y de allí fuese a recoger la gente de las siete villas, porque entendía salir con brevedad a castigar los rebeldes. Luego que llegó esta orden a Dúrcal, don Diego de Quesada, con toda la gente de a pie y de a caballo que allí había, se fue al lugar de Béznar, y hallando las casas solas y la iglesia destruida y quemada, pasó a Tablete, donde halló también las casas solas y los moradores subidos a la sierra. A este lugar llegó la gente muy fatigada, así la gente como los caballos, y como se desmandasen luego por las calles y casas desordenadamente, sin poner centinela a lo largo, y con harto menos recato del que convenía a gente de guerra, los moros, que los estaban mirando desde lo alto de los cerros, vieron buena ocasión para acometerlos, y juntándose muchos dellos, bajaron lo más encubierto que pudieron, y los acometieron impetuosamente en las casas y calles, y mataron y hirieron muchos cristianos. Hubo algunos escuderos que no teniendo tiempo de enfrenar los caballos, que estaban comiendo, se los dejaron y salieron del lugar huyendo a pie; y hicieran los moros mucho más daño, si no fuera por unos soldados que se habían desmandado sin orden a buscar qué robar por aquellos cerros; los cuales, viendo que bajaban de la sierra desde lejos, y sospechando lo que iban a hacer, dieron grandes voces a los nuestros, y les capearon con una capa, para que se pusiesen en arma, y hicieron tanto, hasta que el proprio don Diego de Quesada, que andaba por la plaza del lugar con algún tanto de cuidado más que los otros, oyó las voces, y entendiendo lo que podía ser, hizo tocar a arma a gran priesa, y con la gente que pudo recoger de presto, salió al campo y ordenó un escuadrón, donde guareciesen los que salían huyendo del lugar; y cuando le pareció que convenía, se retiró, y dejó el paso que se le había mandado guardar, teniendo poca confianza en aquella gente tímida, mal plática y poco experimentada que llevaba consigo, y por los lugares de Béznar y de Dúrcal pasó al Padul, yendo siempre escaramuzando con los moros; los cuales le siguieron hasta el barranco de Dúrcal, y de allí se volvieron, no osando pasar adelante, por ser tierra donde era superior la caballería.
De los apercebimientos que el marqués de Mondéjar y la ciudad de Granada hicieron estos días
Con el suceso de Tablate cobraron los rebeldes mayor ánimo; y el marqués de Mondéjar, sabido que don Diego de Quesada se había retirado al Padul sin su orden, envió a mandarle que se viniese a Granada, y en su lugar fueron el capitán Lorenzo de Ávila con la gente de las siete villas, y el capitán Gonzalo de Alcántara, hombre plático, criado en Orán, con cincuenta caballos, y orden que se metiesen en Dúrcal, y procurasen mantener aquel lugar y los otros comarcanos del valle de Lecrín, que aun no se habían alzado, en lealtad, mientras llegaba la gente que se aguardaba de las ciudades de la Andalucía y reino de Granada. Porque viendo que los rebeldes hacían demostración, no sólo de defender sus casas, más aun de ofender a los cristianos en las suyas, y que andaban en la Alpujarra y cerca de Granada con banderas tendidas, levantando los lugares por do pasaban, y no dejando hombre a vida que tuviese nombre de cristiano, quería formar ejército con que poderlos oprimir; y hallándose falto de gente, de artillería y de municiones, y de todas las otras cosas necesarias para ello, porque en Granada no la había, ni menos se podía valer de la gente de guerra que estaba en los presidios de la costa, por ser poca y estar donde era bien menester, había despachado correos a toda diligencia a los grandes y a las ciudades y villas del Andalucía, dándoles aviso del levantamiento, y de cómo quería salir a allanarlo en persona, y la falta con que se hallaba de gente de a pie y de a caballo para poderío hacer, ordenándoles de parte de su majestad que le enviasen el mayor número que pudiesen. Y porque los corregidores y alcaldes mayores tardaban en hacerlo, pareciéndoles que debía de ser lo que otras veces, que habían sido apercebidas las ciudades, y se había vuelto la gente sin ser menester, el Acuerdo había despachado provisiones con grandes penas, mandándoles que con toda diligencia cumpliesen las órdenes del marqués de Mondéjar. El cual mientras se juntaba esta gente dio orden en aprestar vituallas y municiones dentro de la ciudad de Granada y fuera della, y hizo apercebir todas las cosas necesarias para formar un campo; lo cual todo se aprestó y puso a punto desde 26 días del mes de diciembre hasta 2 de enero, no embargante que de presente no había dinero de su majestad de que poderlo hacer, proveyéndose de otras partes lo mejor que pudo; y porque los lugares de la costa estaban faltos de gente y de bastimentos, y no se podían proveer por tierra, escribió a la ciudad de Málaga, y al proveedor Pedro Verdugo, encargándoles [214] que con toda brevedad los proveyesen en bergantines y barcos por mar, o como mejor pudiesen. Era corregidor de aquella ciudad y de la de Vélez Francisco Arévalo de Zuazo, caballero del hábito de Santiago, hombre prático por la edad, y muy cuidadoso de las cosas de su cargo; el cual envió luego a Castil de Ferro, donde no había más que el alcaide y dos mozos, a Sanchíznar con veinte hombres y algunos mosquetes; a Salobreña a Diego Barzana con cincuenta tiradores, y a Motril a Diego de Mendoza con otros sesenta; y el proveedor proveyó aquellas plazas y la de Almuñécar, y las que hay hasta Almería, de bastimentos y municiones lo mejor que pudo para reparo de la necesidad presente. También se acordó en el cabildo de Granada que, pues la gente de guerra ordinaria era poca, y el peligro grande y común, sería bien que se armasen todos los vecinos, y se hiciese una milicia dellos, sin reservar a nadie, y que en cada parroquia se nombrase un capitán que arbolase una bandera, a la cual se recogiesen todos los parroquianos, ordenándoles que rondasen y velasen cada noche la ciudad por sus parroquias y cuarteles, y que el cuerpo de guardia se hiciese en las casas de la Audiencia Real por estar cerca de la plaza Nueva, donde había de ser la plaza de armas; lo cual se puso luego por la obra; y porque estaban desarmados los ciudadanos, se buscaron las armas que se pudieron haber, y se las dieron; yen un punto se mudaron todos los oficios y tratos en soldadesca, tanto, que los relatores, secretarios, letrados, procuradores de la Audiencia, entraban con espadas en los estrados, y no dejaban de parescer muy bien en aquella coyuntura. También hicieron los mercaderes ginoveses que moraban en aquella ciudad una compañía de por sí, que en armas y aderezos de sus personas hacia ventaja a las demás. Y desde luego se comenzó la ronda, y se pusieron los cuerpos de guardia y centinelas en las partes y lugares que pareció ser conveniente; y el presidente y oidores mandaron pregonar que todos los vecinos estantes y habitantes en Granada acudiesen a lo que el Corregidor les mandase; aunque esto no duró mucho tiempo, porque su majestad escribió a la Audiencia y al Corregidor agradeciéndoles el cuidado que de la guardia de la ciudad tenían, y mandándoles que obedeciesen al marqués de Mondéjar, su capitán general, y estuviese todo lo de la guerra a su orden; y lo mesmo escribió al cabildo, porque así convenía a su servicio.
Cómo don Juan Zapata fue con ciento y cincuenta soldados a favorecer el lugar de Guájaras del Fondón, y los moros los mataron
El lugar de Guájaras del Fondón era de don Juan Zapata, vecino de Granada, el cual se hallaba estos días en la villa de Motril; y queriendo asegurar aquellos vecinos que no recibiesen daño de los monfís que andaban levantando la tierra, juntó ciento y cincuenta tiradores de los soldados de la costa, y el jueves 30 días del mes de diciembre, entre las cuatro y las cinco de la tarde, se fue con ellos a su lugar. Los moriscos se alborotaron luego que le vieron venir con aquella gente armada, y rogaron al beneficiado que le dijese como los lugares estaban alborotados y llenos de moriscos forasteros que venídose huyendo de otros lugares, y andaban de mala manera, y que sería bien que se volviese a Motril antes que le sucediese alguna desgracia. El beneficiado fue a hablarle, y con él Gonzalo Tertel, alguacil, y algunos de los regidores del lugar; los cuales le pidieron ahincadamente que le volviese a Motril, porque su estada allí no era para más que acabar de alborotar la tierra; mas él les respondió que aquellos soldados los traía a su costa para defenderlos de los monfís, si acudiesen por allí a hacerles daño, y que era menester que los pagasen y les diesen de comer, y que le trajesen luego docientos ducados, y pan y vino y carne a la iglesia, donde se recogerían, porque no quería que diesen pesadumbre en las casas. Y como le replicasen que no había orden de cumplir nada de lo que pedía, por estar la tierra de la manera que veía, los amenazó que si no le daban lo que pedía, saquearía las casas donde se habían recogido los moriscos forasteros, y podría ser que a las vueltas fuesen las haciendas de los vecinos. Con esta respuesta se volvieron los moriscos al lugar, quedándose con él el beneficiado, el cual le importunó mucho que se fuese antes que anocheciese, porque había diez moros para cada cristiano, y podría ser que le hiciesen daño. Y viendo que no aprovechaban los ruegos ni temores que le ponía, le dejó, y se fue al lugar de Guájar la alta, donde tenía su casa; que no quiso quedarse con él aquella noche, por mucho que se lo rogó. Los moros pues, indignados de ver la respuesta que don Juan Zapata les había dado, determinaron de matarle a él y a los soldados que traía consigo, y para esto juntaron toda la gente armada, y caminaron la vuelta de la iglesia. El alguacil tomó consigo al beneficiado y a su gente, porque no los matasen, y los encerró en un aposento de su casa debajo de llave, y con ellos otros cristianos del lugar. Lo primero que hicieron los moros fue tomar las puertas de la iglesia, para que los cristianos, que inconsideradamente se habían metido dentro, no pudiesen salir a pelear; y haciendo traer muchas haces de leña, cañas y tascos untados con aceite, le pusieron fuego a hora que anochecía. Los soldados viéndose cercados de llamas, quisieran salir al campo, mas los arcabuceros y ballesteros que estaban puestos delante de las puertas, y el grandísimo fuego que ardía alderredor, se lo defendía; y si algunos atrevidos se aventuraron, fueron luego muertos. Creciendo pues la llama por todas partes, los techos de la iglesia se encendieron, y se fueron quemando hasta que vinieron abajo, y cayendo tierra, tejas, ladrillos y maderos quemados encima dellos, perecieron todos de diferentes muertes: unos ahogados de humo y del polvo, otros aporreados, otros abrasados entre llamas; por manera que en el espacio de una hora perecieron todos, excepto tres que tuvieron lugar de poderse descabullir. Don Juan Zapata fue muerto queriendo hacer camino a los demás para que saliesen a pelear, y con él algunos animosos soldados que le siguieron. Este infelice caso estuvieron mirando el beneficiado y los cristianos que estaban con él en casa de Gonzalo Tertel desde una ventana, bien temerosos de que irían luego los moros a hacer otro tanto dellos; mas el morisco les acudió, y los aseguró dende a tres días con enviarlos a Motril acompañados de cincuenta moriscos sus amigos, que los llevaron hasta cerca de aquella villa, donde entraron [215] salvos y seguros con los bienes muebles que pudieron llevar; y no solamente hicieron esta buena obra; pero antes desto, viendo la determinación de los moros y el peligro en que estaba don Juan Zapata, envió a gran priesa un morisco al marqués de Mondéjar, avisándole de lo que pasaba para que proveyese con tiempo de algún socorro, antes que se perdiese; el cual envió luego a mandar al capitán Lorenzo de Ávila, que estaba alojado en Dúrcal, que fuese a socorrerle con quinientos arcabuceros. Y partiendo otro día a hacer el socorro, cuando llegó a una venta que está en la cuesta que llaman de la Cebada, donde se aparta el camino que va de Granada a Motril, supo como eran perdidos todos los cristianos, y se volvió sin hacer efeto a su alojamiento.
Cómo los moros quisieron alzar los lugares del río de Almanzora, y la causa porque no se alzaron
Luego que se levantó el lugar de Gérgal, el Gorri envió a dar aviso a los lugares del río de Almanzora de como la tierra estaba toda levantada, para que hiciesen ellos lo mesmo, apercibiéndoles que si luego no lo hacían, iría sobre ellos y los destruiría. Andando pues las espías que había enviado persuadiendo a los moriscos a rebelión, el viernes, postrero día del mes de diciembre, aquella mesma noche acertó a venir allí Diego Ramírez de Rojas, alcaide de Almuña, que con el alboroto de la Alpujarra había ido a llevar su mujer y familia a la villa de Oria; y llegando cerca del lugar, encontró con unos cristianos que por aviso de ciertos moriscos sus amigos se iban a guarecer en la misma fortaleza; de los cuales supo como habían llegado moros de Gérgal y de otras partes a levantar la tierra por mandado del Gorri, y aunque le rogaron que no pasase adelante por el peligro que había, no lo quiso hacer. Y prosiguiendo su camino, entró en Almuña antes que amaneciese; y sin apearse del caballo se fue derecho a la plaza, y dando voces de industria para que le oyesen los vecinos, llamó al tendero, que tenía cargo de vender pan amasado, y le preguntó la cantidad de harina que tenía en casa; y como le respondiese que era muy poca, le dijo que fuese luego a su casa y le daría veinte hanegas, y que las amasase, porque eran menester para provisión del campo del marqués de los Vélez, que llegaba aquel mesmo día al río con más de quince mil hombres; y apeándose en su posada, tomó luego tinta y papel, y delante de los moriscos del lugar escribió cuatro cartas a los concejos de Bacares, Serón, Tíjola y Purchena, avisándoles que tuviesen prevenidos muchos bastimentos para aquel efeto, y se las envió con cuatro moriscos. Luego se publicó la nueva por todos los lugares del río y sierras de Baza, de como el marqués de los Vélez entraba poderoso por aquella parte; y los moros que el Gorri había enviado, teniéndola por cierta, dieron vuelta hacia la Alpujarra, echando ahumadas por las sierras, y algunos dellos llegaron a Gérgal y lo dijeron a Puerto Carrero; el cual, no se teniendo por seguro en aquel castillo, lo desamparó, y se fijé con toda la gente a la taa de Marchena. Este ardid de Diego Ramírez de Rojas, intentado con tanta determinación, fue causa de que los moriscos de aquellos lugares dejasen de alzarse por entonces. Y no les engañó en lo que les dijo, porque el miércoles víspera de la fiesta de los Reyes llegó el marqués de los Vélez al lugar de Olula con tres mil infantes y trescientos caballos; y de allí pasó a dar calor a lo de Almería, y se alojó en Tavernas; por manera que si el alcaide acrecentó el número de la gente, no dejó de decirles verdad en cuanto a su venida.
Que trata de la descripción de Marbella y su tierra, y cómo los moriscos del lugar de Istán se alzaron
Está la ciudad de Marbella puesta en la costa del mar Mediterráneo iberio, cercada de muros y torres con un castillo antiguo: su sitio es en tierra llana; tiene ochocientas casas de población. Llamose antiguamente Marbilli, y los moros no le mudaron el nombre. Sus términos son todos de sierras ásperas y muy fragosas: sola una campiña llana tiene delante, que se extiende cuatro leguas hacia poniente, donde hacen sus simenteras los vecinos y los de los otros lugares de su tierra. Son las sierras, aunque ásperas, abundantes de viñas y de arboledas de morales, castaños, nogales y de otros árboles desta suerte, y de mucha yerba para los ganados. La granjería principal desta tierra es la de la pasa y del vino que van a cargar cada año en aquel puerto los navíos que vienen de Flandes, de Bretaña y de Inglaterra, y la cría de la seda. Solía haber en tiempo de moros muchos lugares de su jurisdición metidos entre aquellos valles, la mayor parte de los cuales despobló Narváez, alcaide de Gibraltar, en tiempo de guerra, llevándose los moradores captivos; y otros se despoblaron para irse después a Berbería, habiendo los Reyes Católicos ganado el reino de Granada. Solos cinco lugares han quedado en pie, que son Hojen, Istán, Daidin, Benahaduz y Estepona. Tiene Marbella a poniente la ciudad de Gibraltar, al mediodía la mar, a levante la ciudad de Málaga, y al cierzo la de Ronda. En los términos de Marbella tiene principio la Sierra Bermeja, la cual prosigue hacia poniente por la tierra de Ronda más de seis leguas, hasta los postreros lugares del Havaral o Garbia, llamados Casares y Gausin, yendo siempre apartada una legua, poco más o menos de la mar. Solo un río atraviesa por la tierra de Marbella, que es el río Verde, tan celebrado por una notable rota que allí hubo nuestra gente; el cual nace cuatro leguas de la mar en otra sierra alta que le cae al cierzo, llamada Sierra Blanquilla, del cual y de otros que nacen en ella haremos mención cuando tratemos de la descripción de la ciudad de Ronda. Este río baja por unos valles muy hondos, y sale a las huertas de Istán; y dejando el lugar a la mano izquierda, y la sierra de Arboto, principio de Sierra Bermeja, a la derecha, se mete en la mar una legua a poniente de Marbella.
Istán fue siempre lugar rico, y en este tiempo lo era más que otro ninguno de aquella comarca. Levantose el día de año nuevo, y la causa del levantamiento fue un morisco vecino de allí, llamado Francisco Pacheco Manxuz. Este había estado seis meses pleiteando en la chancillería de Granada sobre la libertad de un sobrino suyo; y entendiendo la determinación de los del Albaicín por comunicación de Farax Aben Farax y de otros, se había ofrecido a hacer que se levantasen los moriscos de los lugares de Sierra Bermeja, y el solene [216] traidor le había dado orden por escrito de lo que había de hacer, y patente de capitán de su partido. Con estos recaudos llegó el Manxuz a Istán muy ufano, y dando a entender a los vecinos del lugar, que todos eran moriscos, que Granada y todo el reino se alzaba, y que el negocio de los moros iba próspero, los movió a rebelión, confiados en la sierra de Arboto, sitio fuerte por su aspereza, donde se pensaban recoger; y para que los ganados y bagajes pudiesen subir arriba cuando fuese menester, les hizo desmontar y abrir las antiguas veredas, que de no usadas, estaban ya cerradas de monte y deshechas. Estando pues los vecinos movidos por las persuasiones de aquel mal hombre, a 31 días del mes de diciembre llegaron sesenta monfís que enviaba Farax Aben Farax para dar calor a su traición; los cuales, confirmando lo que el Manxuz les había dicho, hicieron que se levantasen luego, solicitándolos de uno en uno aquella noche, de manera que cuando fue de día estaban todos fuera del lugar; que no quedaron dentro sino solos dos moriscos, llamados Pedro de Rojas Huzmín y Lorenzo Alazarac, que no quisieron irse con ellos. Era beneficiado deste lugar el bachiller Pedro de Escalante, el cual había poco que estaba en él; y por no tener casa propria, moraba en una torre antigua de tiempo de moros, que estaba hecha a manera de fortaleza; y queriéndole prender los moriscos al tiempo que se alzaban para matarle, fue uno dellos a llamarle muy de priesa, diciendo que saliese a confesar una morisca que se estaba muriendo; el cual receló de salir, no porque sospechase la maldad del rebelión, como nos lo dijo después, sino por ser de noche y no morar en el lugar otro cristiano más que él; y respondiendo al que le llamaba que esperase hasta que amaneciese, y que no se moriría tan presto la mujer, que no tuviese lugar para confesar de día, dende a un rato volvieron con otro recaudo, y le dijeron que por amor de Dios abriese la puerta de la torre, porque la gente de Marbella venía a matarlos y querían meter las doncellas dentro; y tampoco le pudieron engañar. No mucho después llegaron a una ventana del aposento donde dormía los dos moriscos que dijimos que habían quedado en el higar, y le rogaron que los dejase entrar dentro, porque todos los vecinos iban huyendo al campo y no querían ir con ellos; mas no por eso se quiso fiar hasta que fue de día claro, y entonces llegó un cristiano sastre que acaso se halló allí aquella noche y había sentido el alboroto de la gente cuando se iban, y juntándose con él, fueron hacia la iglesia para entender qué novedad era aquella; y encontrando en el camino a Huzmín y a su mujer, que todavía iban a recogerse a la torre, estando hablando con ellos, vieron un golpe de mancebos armados de ballestas y arcabuces, que venían a atajarles la calle por donde iban, uno de los cuales encaró el arcabuz contra el beneficiado, y no le saliendo, tuvo lugar de meterse de presto con su compañero en la casa de Huzmín; y apenas habían cerrado la puerta y echado una aldaba recia que tenía, cuando los herejes estaban ya dando golpes para romperla diciendo a grandes voces: «Sal fuera, perro alfaquí». Entonces dijo el Huzmin al beneficiado que mirase por sí, porque le querían matar; el cual arrojó la ropa y la vaina de la espada que llevaba por bordón, y ayudándoles el morisco, subieron él y el sastre por una pared arriba, y pasando por los terrados de otras casas, quisieron tomar una puerta que salía al barrio de la torre; y viendo que los moros la tenían ya tomada con temor de la muerte se metieron en una caballeriza. No se descuidó Huzmin en ayudarles todo lo que pudo para que se salvasen, y cuando vio apartados de la puerta los que la querían derribar, buscando los dos cristianos, fue a ellos, y los bajó por la mesma pared donde habían subido, y abriéndoles la puerta, les dijo que no convenía parar en el lugar, porque los matarían; los cuales no fueron perezosos en tomar el campo, saltando vallados y peñas, como si fueran por tierra llana, por los bancales de las huertas abajo, hasta que tomaron la sierra que está entre el lugar y Marbella. Allí los devisaron los mancebos gandules, y saliendo una cuadrilla tras dellos, los siguieron más de una legua; mas no los pudieron alcanzar, porque los unos iban huyendo y los otros corriendo. Llegaron a la ciudad dos horas antes de mediodía faltos de aliento y llenos de sudor y de rascuños, que aún hasta entonces no habían sentido, de las zarzas y espinos que habían atropellado. El beneficiado fue el primero que llegó y dio rebato, diciendo que los moriscos de Istán se habían alzado y querídole matar; y a penas había quien lo creyese: tanto era el crédito que los ciudadanos tenían de la gente de aquel lugar, por ser rica, que no podían persuadirse a que se hubiesen querido perder; y ansí había muchos que le consolaban con decir que debían de haberle tomado entre puertas con alguna mujer. Había dejado el beneficiado en la torre una sobrina doncella que tenía consigo, llamada Juana de Escalante, y una moza de servicio; mientras él iba huyendo, los moros hallando la puerta abierta, como él la había dejado, entraron dentro, y robando trigo y aceite y otras cosas que había en la primera bóveda, prendieron la moza, que acertó a hallarse abajo; la cual comenzó a llorar y les rogó que la dejasen subir arriba con su señora. Tenía la torre una escalera angosta, alta y muy derecha, y la sobrina del beneficiado, que veía el peligro en que estaba, había puesto en el postrer escalón una gran piedra, y junto a ella otras muchas que acertó a haber en el sobrado alto para una obra que se había de hacer en él; y como tuvo la moza consigo, determinó de no dejar subir a nadie arriba. Los hombres cargaron del despojo y salieron de la bóveda; y como unos mozuelos quisiesen ir donde ellas estaban, poniéndose en defensa, echó a rodar la piedra por la escalera abajo, y matando al uno, los otros dieron a huir. La doncella pues, que vio la torre desocupada, sin perder tiempo bajó a gran priesa, y cerrando la puerta, la atrancó con una fuerte viga y tornó a subirse arriba. No tardaron mucho los moros en volverá llevarlas a ella y a su compañera, y hallando la puerta cerrada, quisieron derribarla con un vaivén; mas defendióselo animosamente la doncella, como lo pudiera hacer cualquier esforzado varón, arrojándoles gruesas piedras por el ladrón y por encima del muro, con que los tuvo arredrados y descalabró algunos dellos; y aunque le dieron una saetada, que le atravesó un brazo por junto al hombro, no dejó de pelear ni se paró a sacar la saeta en más de tres horas que duró la pelea, deshaciendo las paredes para sacar piedras que poder tirar cuando hubo gastado las que había sueltas. A este tiempo llegó Bartolomé Serrano, [217] alférez de la compañía de caballos de don Gómez Hurtado de Mendoza, capitán de la gente de guerra de Marbella, que había salido al rebato con treinta escuderos y trecientos infantes; y siendo ya dos horas después de mediodía, halló los moros combatiendo la torre, y escaramuzando con ellos, los retiró, mas no los pudo romper, porque se subieron a unas peñas que están entre el lugar y el río, donde no podían hacer efeto los caballos; y habido su acuerdo, se volvió aquella noche a Marbella, llevando la doncella y la moza consigo, y dejando la tierra alzada.
Cómo las ciudades de Ronda, Marbella y Málaga acudieron luego contra los alzados, y de las prevenciones que Málaga hizo en sus lugares
El domingo 2 días del mes de enero se juntaron en Marbella al pie de tres mil hombres, y habiendo enviado aviso a las ciudades de Ronda y Málaga como la los moriscos e habían alzado, volvieron en su demanda; los cuales no se teniendo por seguros en las peñas donde se habían retirado aquella mañana, habían subídose a la sierra por las veredas que tenían abiertas, llevando los ganados y los bagajes cargados por delante, y se iban a meter en el fuerte de Arboto, que está al norte del río Verde, una legua de Istán. Nuestra gente no pudo tampoco acometerlos este día, por la aspereza y fragosidad de la sierra donde estaban metidos, y tornando por el río abajo camino de Ronda, fueron a poner su campo en el proprio lugar de Arboto, que, estaba despoblado, al pie de Sierra Bermeja, donde llegó otro día el licenciado Antonio García de Montalvo, corregidor de Ronda y Marbella, con más de cuatro mil hombres; y por discordia que hubo entre él y don Gómez Hurtado de Mendoza, a cuyo cargo venía la gente de Marbella, no acometieron aquel día a los alzados, dejándolo para el martes siguiente. Los moros no osaron aguardar, y desamparando bien de mañana el fuerte, huyeron todos, hombres y mujeres, dejando puesto fuego a las barracas y a los bastimentos que tenían dentro. No gozaron desta caza los que la levantaron, porque fueron a dar en manos de otra gente que iba de Monda, Guaro, Telex, Cazarabonela, Teba, Hardales, Campillo, Alora, Coin, Cartama y Alhaurín a juntarse con ellos, y encontrando las mujeres, niños y viejos, que iban derramados huyendo por aquellas sierras, los captivaron a todos, y solamente se les fueron los hombres sueltos y libres de embarazo.
Luego que sucedió el levantamiento de Istán, la ciudad de Málaga, confiando poco en los moriscos de su hoya, ordenó que los cristianos de Coin se metiesen en Monda, los de Alora en Tolox, por ser lugares sospechosos, para que no los dejasen alzar, y que ocupasen dos casas fuertes que el marqués de Villena, cuyas son aquellas villas, tenía en ellas; avisó a don Cristóbal de Córdoba, alcaide de Cazarabonela, que fuese a meterse en su fortaleza, por ser aquel paso importante y estar maltratada, y la ciudad la hizo reparar luego, y le dio ciento y cincuenta soldados que tuviese en la villa; y como no fuesen allí menester, por estar aquellos moriscos pacíficos, los enviaron después a Yunquera, donde hicieron una desorden muy grande, que saquearon la villa, y captivaron todas las mujeres moriscas; y trayéndolas la vuelta de Alozaina, en las cuestas que dicen de Jorol, encontró con ellos Gabriel Alcalde de Gozón, vecino de Cazarabonela, que andaba asegurando la tierra con cincuenta arcabuceros por mandado de Arévalo de Zuazo, y se las quitó y prendió algunos soldados, que fueron castigados. A la torre de Guaro, que está junto a Monda, fue Gaspar Bernal con cien hombres; y haciendo reparar la fortaleza de Almoxía, mandó que se metiesen dentro los cristianos vecinos del lugar, avisó a los alcaides de las fortalezas de Alora, Alozaina y Cartama, que estuviesen apercebidos, y que los vecinos de aquellas villas las velasen y rondasen por su rueda. El marqués de Comares envió una compañía de infantería y veinte y cinco caballos a la fortaleza de Comares, con que la aseguró, porque aquella villa estaba toda poblada de moriscos; y habiendo puesto los ojos en ella los alzados, tenían hecho trato con ellos para ocuparla, según lo que después se supo. Con estas prevenciones se aseguró aquella tierra, y los de Istán, dejando captivas las mujeres y los hijos, y juntándose con otros que venían huyendo de tierra de Ronda y de la hoya de Málaga, quedaron hechos montaraces por aquellas sierras. Volvamos a lo que en este tiempo se hacía a la parte de levante.
Cómo los moriscos de los lugares del marquesado del Cenete se alzaron, y la descripción de aquella tierra
El marquesado del Cenete está en la falda de la Sierra Nevada que mira hacia el cierzo; a la parte de mediodía Alpujarra; y por todas las otras tiene los términos de la ciudad de Guadix. Es tierra abundante de aguas de fuentes caudalosas que bajan de las sierras. Atraviesa por ella el río que después pasa por junto a la ciudad de Guadix, y por eso le llaman río de Guadix; aunque más verisímil es haber dado el río nombre a la ciudad, porque Gued Aix, como le llaman los moros, quiere decir río de la Vida. Hay en él nueve lugares, llamados Dólar, Ferreira, Guevíjar, el Deyre, Lanteira, Jériz, Alcázar, Alquif y la Calahorra. Los moradores dellos eran todos moriscos, gente rica y muy regalada de los marqueses del Cenete, cuyo es aquel estado; vivían descansadamente de sus labores y de la cría de la seda y del ganado, porque tienen muchas y muy buenas tierras, pastos y arboledas en la sierra y en lo llano, donde poder sembrar y criarlos. La nueva de como los moriscos de la Alpujarra se levantaban, y del daño que hacían en los cristianos y en las iglesias, llegó a la Calahorra el primero día de Pascua de Navidad; y el alcalde Molina de Mosquera, que estaba entonces en aquel lugar procediendo contra los monfís, como queda dicho, se subió luego a la fortaleza con su mujer, que tenía consigo, y con sus criados y veinte arcabuceros que llevaba para guarda de su persona y ejecución de la justicia, y metió dentro sesenta monfís moriscos que tenía presos, haciéndolos encarcelar en unas bóvedas del castillo, porque no se tuvo por seguro con ellos donde estaba. De todo esto holgó el gobernador del estado, llamado Juan de la Torre, vecino de Granada, porque entendió que estaría la fortaleza más a recaudo con la presencia del alcalde, y sería mejor socorrida si se viese en aprieto; y cada uno por su parte escribieron [218] luego a las ciudades de Guadix y Baza, avisando rebelión y del peligro en que estaban aquella fortaleza y la de Fiñana, pata que les enviasen gente de guerra que se metiese dentro y las asegurase. Ordenaron a los concejos de los lugares del Cenete que les proveyesen de leña y bastimentos, y que los cristianos que moraban en ellos se recogiesen a la fortaleza con sus mujeres y hijos. Los vecinos del Deyre, temiendo que si venía mayor número de gente de la Alpujarra, levantarían los lugares por fuerza, acudieron al Gobernador, y le pidieron docientos soldados, y que ellos los pagarían a su costa para que los defendiesen, por estar desarmados. El cual, como no los tenía, ni orden como podérselos dar, procuró asegurarlos con buenas palabras, amonestándoles que fuesen leales, y ofreciéndoles que cuando fuese menester socorrerlos les acudiría con la gente de Guadix; y para que estuviesen más seguros, les mandó que recogiesen las mujeres y los niños en la fortaleza, los cuales holgaron dello; y lo mesmo hicieron los de la Calahorra, y hicieran después todos los demás lugares, si pudieran caber dentro, porque fueron grandes los robos y malos tratamientos que la gente de Guadix les hacían, so color de irlos a favorecer, y los moros de la Alpujarra porque se alzasen. Finalmente, siendo mal defendidos, el día de año nuevo envió el Gorri gente de la Alpujarra con orden que los alzasen, y si no se quisiesen alzar, los robasen y matasen. Y llegando a Guevíjar y a Dólar a tiempo que la mayor parte de los vecinos andaban en el campo en sus labores, alzaron aquellos lugares, y luego los de Jériz, Lanteira, Alquif y Ferreira; y a los del Deyre no hicieron fuerza, por tener las mujeres en la fortaleza; mas ellos se dieron buena maña para sacarlas de allí; porque, como viesen que todo iba ya de rota batida, tomaron por intercesor al alcalde Molina de Mosquera para con el Gobernador, que no quería dárselas, diciendo que mientras allí estuviesen no se alzarían sus maridos y padres. El cual le porfió tanto que se las hubo de entregar, y juntamente con este yerro, que fue muy grande, se hizo otro de mayor importancia para el desasosiego de aquellos lugares, y fue que el Gobernador, temiendo que los sesenta monfís que estaban presos en las bóvedas de la fortaleza podrían alzarse una noche con ella, por no tener la guardia que convenía, requirió al alcalde Molina de Mosquera que los sacase de allí, y los enviase a la cárcel de Guadix o a otra parte. El cual los mandó bajar al lugar y meter en una casa al parecer fuerte, de donde, después los sacaron los alzados cuando cercaron aquella fortaleza; y viéndose en libertad usaron éstos de grandísimas crueldades contra los cristianos que pudieron haber a las manos, en venganza de su injuria; que por tal tenían aquella prisión y el tratamiento que se les había hecho.