![]() |
Historia del
[sic] rebelión y castigo de los moriscos del Reino de
Granada |
![]() ![]() ![]() Página Web VIII de X |
Cómo su majestad mandó reforzar el campo del marqués de los Vélez, y se le ordenó que allanase la Alpujarra
Estábase todavía el campo del marqués de los Vélez en Adra sin hacer efeto porque tenía muy poca gente, y gran falta de bastimentos, por haber consumido ya el trigo y cebada que había hallalo en el campo de Dalías, y deseoso de salir de allí, pedía que le engrosasen el campo, proveyéndole de gente y de todas las otras cosas necesarias con que poder deshacer al enemigo y allanar la tierra. Y habiéndose platicado largamente sobre su comisión en el consejo de su majestad, se tomó resolución en que se pusiese luego por la obra, no siendo tiempo de poderse dilatar más el negocio. Ordenose al comendador mayor de Castilla que con las galeras que traía a su orden llevase al campo del marqués de los Vélez los soldados pláticos de Italia y la gente que don Juan de Mendoza tenía en Órgiba, que iría a embarcarse a la playa de Motril, y cinco compañías que iban a orden del marqués de la Favara, las cuatro de la ciudad de Córdoba, cuyos capitanes eran don Francisco de Simancas, [284] Cosme de Armenta, don Pedro de Acevedo y don Diego de Argote, y la otra suya; y a don Sancho de Leiva, que fuese a traer mil catalanes que estaban hechos en Tortosa, cuyo cabo era un caballero del hábito de Santiago, de aquella nación, llamado Antic Sarriera. Al capitán Francisco de Molina se mandó que entregase la gente de guerra que tenía en Guadix a don Rodrigo de Benavides, hermano del conde de Santisteban, y que con mil infantes y cincuenta caballos que se le darían en Granada, se fuese a meter en Órgiba, y que don Luis de Córdoba, general de la caballería que allí estaba, se viniese a Granada; todo lo cual se puso luego por la obra. El comendador mayor llevó los soldados viejos y toda la otra gente a la villa de Adra, y hizo tres viajes desde Motril, cargado de bastimentos, municiones y bagajes; y don Sancho de Leiva llevó el tercio de los catalanes. Los proveedores de Granada y Málaga aprestaron mucha cantidad de bastimentos; el de Granada los envió a Órgiba, y el de Málaga por mar a Adra. Solamente se dejó de poner bastimento en la Calahorra, cosa que el marqués de los Vélez pedía con instancia, entendiendo que no sería menester, o por los fines que al Consejo pareció; que, según lo que después sucedió, fuera de grande importancia, y fue de mucho daño no haberlos puesto allí. Tampoco se le proveyeron todos los bagajes que pedía, porque se habían con grandísima dificultad, a causa de que los bagajeros los huían, y muchos los desjarretaban o les dejaban morir de hambre por no servir con ellos: tantos eran los cohechos, robos y malos tratamientos que los alguaciles y comisarios les hacían. Había opiniones diferentes en el consejo de Granada en este tiempo sobre la orden que se había de dar al marqués de los Vélez: algunos querían que pasase a Vera para asegurar la sospecha que había de los moriscos de los reinos de Murcia y Valencia y de toda aquella costa, y allanar lo del río de Almanzora; otros que se estuviese quedo en Adra, y saliese de allí a hacer los efetos necesarios para allanar la Alpujarra y deshacer al enemigo. Y estando un día tratando sobre ello don Juan de Austria, dijo que le parecía que no podría ser bien proveído el campo en Adra, porque por tierra era muy largo el camino para las escoltas, habiendo de ir desde Granada a Órgiba, y desde allí a Adra, y por mar tampoco había seguridad de poder enviar los navíos, por los inciertos temporales; y que le parecía debía ponerse en parte donde estuviese más cerca del enemigo y fuese proveído con menos dificultad, y que sería bien que se pusiese en Ugíjar de la Alpujarra, lugar puesto entre las taas y en buen comedio para salir a conseguir el efeto que se pretendía; cosa que se podía hacer muy mal desde Vera, por estar a trasmano; y estando todos deste acuerdo, al marqués de Mondéjar se le representó un inconveniente a su parecer grande, y era que para pasar de Adra a Ugíjar se había de ir forzosamente a Berja, y entre Berja y Ugíjar había un paso por donde de necesidad se pasaba la sierra por una peña horadada, que no podía ir más que un hombre tras de otro; y si se ponían allí los enemigos, que habían de acudir a las ahumadas en viendo marchar el campo, podrían recebir mucho daño los cristianos. Esta dificultad tuvo algo suspensos a los del Consejo, entendiendo que no había otro camino por donde poder ir sino aquel; y mandando venir los adalides allí delante dellos, se informaron muy particularmente si había otra parte por donde se pudiese ir, queriendo desechar el paso que el marqués de Mondéjar decía; los cuales dijeron que rodeando una legua se podía excusar, yendo a dar a Lucainena, y de allí a Ugíjar; aunque también había otro mal paso en un barranco, que los moros llamaban Haudar el Bacar, que quiere decir el arroyo de las vacas, dificultoso no tanto como el de la Peña Horadada. Finalmente se concluyó aquel consejo con que se escribiese al marqués de los Vélez que tomase el camino que los adalides decían, y se fuese a poner en Ugíjar, no perdiendo el tiempo ni la ocasión en lo que se había de hacer; porque en lo que tocaba a las provisiones se harían las diligencias posibles para proveerle. En el siguiente capítulo diremos lo que le sucedió en el camino.
Cómo el marqués de los Vélez partió con su campo de Adra, y cómo los moros le salieron al camino y los desbarató, y pasó a Ugíjar
Siendo avisado el marqués de los Vélez dónde había de ir y el camino que había de llevar, y teniendo aprestadas todas las cosas para la partida, mandó dar cinco raciones a la gente de guerra; y haciendo cargar todos los bastimentos y las municiones que pudieron ir en los bagajes, partió de la villa de Adra a 26 días del mes de julio de 1569 años con doce mil infantes y cuatrocientos caballos. Llevaba su campo puesto en ordenanza, repartida la infantería en tres escuadrones, el uno a vista del otro. La vanguardia llevaba el marqués de la Favara; de batalla iban don Pedro de Padilla y don Juan de Mendoza y don Juan Fajardo, a cuyo cargo estaba la infantería que el marqués de los Vélez tenía en Adra; y de retaguardia Antic Sarriera; el bagaje iba en medio, y el marqués de los Vélez detrás de todo el campo con la caballería. Aquella tarde llegaron al lugar de Berja, donde estuvo tres días alojado el campo; y habiéndose informado muy bien el marqués de los Vélez del camino que se había de tomar para huir el paso de Peña Horadada, partió otro día de mañana la vuelta de Ugíjar por el camino de Lucainena, llevando la mesma orden que cuando salió de Adra, excepto que los tercios iban trocados. De vanguardia iba don Juan de Mendoza, luego el marqués de la Favara; seguíale el marqués de los Vélez con la caballería, y detrás dél Antic Sarriera y don Juan Fajardo; y de retaguardia de todos don Pedro de Padilla. Tenía ya aviso Aben Humeya del poderoso ejército que se aparejaba contra él, y hizo tres provisiones. A Hernando el Habaquí envió con cartas a Argel para que procurase traerle algún socorro; a don Hernando el Zaguer hizo ir a recoger el mayor número de gente que pudiese en los partidos de Almería, río de Almanzora y sierras de Baza y Filabres; y a Pedro de Mendoza el Hoscein, con cinco mil hombres, mandó que defendiese la entrada de la Alpujarra a nuestro campo, aunque el proprio Hoscein nos dijo después que no llevaba orden de pelear, sino de espantar, porque tenían acordado de no pelear hasta tener toda la gente junta. Caminando pues nuestros escuadrones poco a poco, llevando sus mangas de arcabucería sueltas a los lados, y algunos caballos y peones descubriendo delante, a las ocho horas de la mañana, los descubridores llegaron a unas vertientes de sierras que [285] están a mano derecha del paso de las Vacas, donde descubrieron los moros, que estaban derramados por aquellos cerros haciendo grandes algazaras. Don Juan de Mendoza prosiguió su camino y llegó a un llano que se hace junto al barranco, y allí hizo alto, tomando por frente a los enemigos, los cuales comenzaron a deshonrar a los soldados, diciendo y haciendo las deshonestidades que semejantes bárbaros acostumbran. Metiéronse algunos soldados en el barranco con deseo de arcabucearse con ellos a tiempo que el marqués de los Vélez asomaba por un cerro con la caballería; el cual, viendo trabada la escaramuza sin orden suya, envió a mandar a don Juan de Mendoza que parase, y pasando a la vanguardia, le reprehendió, diciendo que había sido atrevimiento, con el cual pudiera poner el campo en condición de perderse; y mostrando estar enojado con él, mandó a don Juan Fajardo que pasase adelante con dos mil infantes, y que acometiendo a los enemigos, procurase echarlos de aquellos lugares; y por otra parte envió a don Juan Enríquez con algunos caballos el barranco arriba a buscar paso por donde pudiese pasar la caballería. Los moros comenzaron a remolinar, y dende un poco se fueron retirando; mas luego dieron vuelta, mostrando querer hacer algún acometimiento, como gente que presumía defender aquel paso; y cuando vieron subir otra manga de arcabuceros, y entre ellos caballería que los iba cercando, no osando aguardar, dieron luego a huir. A este tiempo los soldados delanteros comenzaron a llamar la caballería para que los siguiese, y el marqués de los Vélez, dejando sobre el barranco a don Juan Enríquez con las banderas de los catalanes y del tercio de Nápoles, pasó y fue en su seguimiento. Iban ya los moros huyendo por aquellos cerros la vuelta de Lucainena, y no osando aguardar en ninguna parte, pasaron a Ugíjar y a Válor, donde estaba Aben Humeya, dejando muertos más de cincuenta dellos que pudo nuestra gente alcanzar; y matáranse muchos más si no fuera el calor que hacía tan grande, que desmayaba los hombres y los caballos; y hubo algunos soldados que perecieron de sed en el alcance. Aquella noche se alojó nuestro campo en Lucainena tan desordenadamente, que el marqués de los Vélez, viendo la mala orden del alojamiento, se apeó fuera del lugar a pie de una encina. A este tiempo don Juan Enríquez, que vio el paso del barranco desembarazado, hizo pasar la infantería adelante, y se quedó con los caballos de resguardo mientras pasaba el bagaje, por si acudiesen enemigos; y fue bien que no los hubiese, según el embarazo y la confusión grande que hubo, porque cayendo los bagajes cargados unos sobre otros en el barranco, murieron muchos; y siendo necesario poner cobro en la munición y bastimentos que llevaban, se detuvieron tanto, que sobrevino la noche; y juntándose los capitanes a consejo, acordaron de quedarse allí hasta otro día, y enviaron dos escuderos que avisasen al marqués de los Vélez para que mandase poner dos o tres compañías de guardia en el camino, que hiciesen escolta a los bagajes que iban enviando poco a poco; mas no hubo esto efeto, porque los escuderos no le hallaron aquella noche, por haberse apeado de la manera que dijimos. Otro día los capitanes hicieron cargar los bagajes, y los aviaron lo mejor que pudieron, no con pequeño trabajo, haciendo que los escuderos llevasen la pólvora, plomo y cuerda y pelotas de los bagajes que quedaban muertos delante, en los arzones de los caballos, porque no se quedase allí aquella munición. Recogida toda la gente, partió el marqués del alojamiento de Lucainena, y fue aquel día a Ugíjar, y se metió dentro a vista de los enemigos, que estaban puestos en ala por las laderas de las sierras; los cuales se retiraron luego a Válor sin hacer acometimiento. Esta mesma noche llegó don Hernando el Zaguer con mucha gente que traía recogida de los lugares por donde había andado; y cuando vio nuestro campo en Ugíjar y supo cuán poca defensa había hecho el Hoscein en el paso que había ido a defender, y que tampoco había osado acometer el segundo día, desconfiado del negocio de la guerra, dijo que no era ya tiempo de aguardar más, y se fue la vuelta de Murtas; y en un lugar llamado Mecina de Tedel murió de enfermedad dentro de cuatro días. Estuvo el marqués de los Vélez en Ugíjar dos días, y siendo avisado que Aben Humeya había juntado la gente de la Alpujarra en Válor, y que estaba con determinación de pelear, pareciéndole que no había más que aguardar para deshacerle, quiso informarse del camino que podría llevar para que la caballería fuese superior y pudiese ejecutar el alcance. Y como las guías le dijesen que de ninguna manera se podría ir por tierra llana, sino era rodeando una jornada y haciendo noche en el camino en parte donde no había agua, quiso ir él en persona a reconocerlo; y pareciéndole que el camino derecho que va por el río arriba no era tan dificultoso como decían las guías, acordó de ir por él en busca del enemigo.
Cómo nuestro campo fue en busca del enemigo, y peleó con él en Válor, y le venció
Habiendo reconocido el marqués de los Vélez el camino, y determinado de ir por él, a 3 días del mes de agosto, después de haber oído misa y encomendádose todos los fieles a Dios, comenzó a marchar con todo su campo en la mesma orden que había venido hasta allí. Llevaba la vanguardia don Pedro de Padilla con los soldados viejos de su tercio y la mayor parte de la gente del tercio de los pardillos, mezclados unos con otros. Luego seguía el marqués de los Vélez con la caballería, armado de unas armas negras de la color del acero, y una celada en la cabeza llena de plumajes, ceñida con una banda roja, que daba una hazada muy grande atrás, y una gruesa lanza en la mano, más recia que larga. El caballo era de color bayo; encubertado a la bastarda, con muchas plumas encima de la testera; el cual iba poniéndose con tanta furia, lozaneándose y mordiendo el espumoso freno con los dientes, que señoreando aquellos campos, representaba bien la pompa y ferocidad del Capitán General que llevaba encima. Detrás de la caballería iba el bagaje, y en la batalla el marqués de la Favara con sus compañías y algunas del reino de Murcia; y de retaguardia Antic Sarriera con los catalanes, y luego don Juan de Mendoza. Todos estos escuadrones llevaban sus mangas de arcabuceros a los lados, ocupando las laderas y las cumbres de los cerros de donde parecía que los enemigos podrían hacer daño; y desta manera caminaban poco a poco, guardando sus ordenanzas por el río arriba. Habíase puesto el enemigo [286] con toda su gente en la ladera de un cerro que está por bajo de Válor con las banderas tendidas, tocando los atabalejos y las dulzainas con tanta armonía, que atronaban aquellos valles; y en un cerrillo que está a caballero del río y del camino por donde forzosamente había de pasar nuestra gente, tenía puestos quinientos escopeteros escogidos que defendiesen aquel paso. Llegando pues nuestra vanguardia a este cerrillo, don Pedro de Padilla y otros caballeros sus amigos, que se habían apeado de los caballos y puéstose en la primera hilera de la vanguardia, acometieron animosamente a los enemigos, los cuales esperaron y resistieron como si fuera gente de ordenanza; y de tal manera pelearon, que hubieron bien menester los nuestros las manos un buen rato; mas al fin se valieron tan bien dellas, que les entraron, matando más de docientos moros, aunque murieron también de los nuestros treinta cristianos. Y fue bien menester que les acudiese la caballería, porque andaba Aben Humeya vistoso delante de todos en un caballo blanco con una aljuba de grana vestida y un turbante turquesco en la cabeza discurriendo de un cabo a otro, animando su gente y diciendo que fuesen adelante, y peleando animosamente tomasen venganza de sus enemigos; que no temiesen el vano nombre del marqués de los Vélez, porque en los mayores trabajos acudía Dios a los suyos; y cuando les faltase, no les podría faltar una honrosa muerte con las armas en las manos, que les estaba mejor que vivir deshonrados. Por otra parte, el marqués de los Vélez, viendo que los de la vanguardia pedían caballería de mano en mano, mandó a don Diego Fajardo, su hijo, que pasase con los caballos adelante; el cual pasó por una acequia a la mano izquierda del río, yendo un caballo tras de otro, porque, siendo el paso angosto, no desbaratasen las hileras de la infantería. Siguiéronle don Jerónimo de Guzmán con algunos caballos de Córdoba, y don Martín de Ávila con los de Jerez de la Frontera, y subieron por la halda del cerro, y fueron a salir con harto trabajo a unas viñas que estaban a media ladera, y por allí acometieron a los enemigos; los cuales subir por donde jamás pensaron que pudiesen correr caballos, comenzaron a desmayar, y teniéndose por perdidos, dejaron el sitio y el lugar y se pusieron todos en huida. Viendo pues Aben Humeya el desbarate de su gente, y que no podía hacerlos detener, volviendo también él las espaldas, llegó a un barranco donde se hacía una quebrada de peñas, entre Válor y Mecina; y apeándose del caballo, le hizo desjarretar, y se embreñó en las sierras con solos seis moros que le siguieron, dejando ahorcados a Diego de Mirones, alcaide de Serón, y a un alguacil de la sierra de Filabres llamado Juan Alguacil, que llevaba preso porque no quería ser contra nuestra santa fe, para con aquel espectáculo entretener nuestra gente. Los caballos subieron buen rato por la sierra arriba hasta encaramar a los enemigos en lo más alto della, donde no eran ya de provecho. La infantería llegó cerca de Válor, y pasando de largo, fue siguiendo el alcance hasta el proprio barranco donde Aben Humeya había hecho desjarretar el caballo, que estaba casi una legua más arriba, y allí se alojó aquella noche por haber agua y leña de chaparros en abundancia. Al marqués de los Vélez le reventó el caballo al subir de la cuesta, y tomando otro subió a mano derecha, y llegó al puerto de Loh con don Álvaro Bazán, marqués de Santacruz, y don Jorge Vique y otros caballeros, y obra de cincuenta caballos y siendo ya las cinco horas o más, pasó la sierra y se fue a la fortaleza de la Calahorra, no le pareciendo que sería acertado volver de noche con los caballos cansados por donde andaban los enemigos, o, como después decía, porque en el campo no había bastimentos más que para aquella noche y para otro día, cuando mucho; y especialmente les faltaban a los catalanes, que por no llevar las raciones a cuestas se habían dejado la mitad dellas en Adra; y quiso ir a dar orden en el despacho de los que hallase en aquella fortaleza, y no los habiendo, remediar con su presencia como se llevasen de otra parte; y como no halló ningunos que poder llevar, despachó luego a la hora a Guadix y a Baza y a Granada, para que con brevedad le proveyesen de algunos. Otro día de mañana fueron el obispo de Guadix y don Rodrigo de Benavides a visitarle, y le llevaron más de doscientos bagajes cargados de pan y de bizcocho, con que volvió aquel mesmo día al campo, que halló alojado en Válor, donde se detuvo dos días aguardando otras escoltas; y como vio que no venían, ni tenía nueva que fuesen, dejando puesto fuego a las casas que Aben Humeya tenía en aquel lugar, se fue a poner en lo más alto del puerto de Loh. En este alojamiento se comenzaron a ir los soldados sin orden, que no fue posible detenerlos en viendo la tierra llana; y desde allí fueron a Guadix los marqueses de Santacruz y de la Favara y otros caballeros. Enfermó mucha gente con los aires delgados de la sierra; y fue tanto lo que aquejó la hambre a los que quedaban, que fue necesario bajar con todo el campo a la Calahorra, confiado en que, con las vituallas que traerían vianderos, se podría entretener mientras le proveían los ministros de su majestad. Puesto el campo en la Calahorra, comenzaron a irse los soldados más de veras, pudiéndolo hacer mejor; y aunque don Juan de Austria envió luego al licenciado Pero López de Mesa, alcalde de la chancillería de la ciudad de Granada, a que le proveyese de bastimentos con diligencia desde la ciudad de Guadix, no se pudo enviar tanta cantidad junta, que bastase a suplir la necesidad presente; y así se estuvo en aquel alojamiento muchos días consumiendo poco a poco los bastimentos de aquella comarca, sin hacer efeto. Estando pues el marqués de los Vélez en la Calahorra, don Enrique Enríquez, su cuñado, falleció en Baza de enfermedad, y don Juan de Austria envió en su lugar a don Antonio de Luna con mil infantes y docientos caballos; el cual estuvo en aquella ciudad desde 14 días del mes de agosto hasta 15 del mes de noviembre; y en la vega de Granada quedó en su cargo don García Manrique, hijo del marqués de Aguilar. Vamos a lo que Hernando el Habaquí negoció en la ciudad de Argel con Aluch Alí sobre el socorro que Aben Humeya le pedía.
Cómo Hernando el Habaquí pasó a Berbería por socorro, y cómo Aben Humeya se rehízo con los socorros que le vinieron de Argel y de otras partes
Partió Hernando el Habaquí de España a 3 días del mes de agosto, el proprio día que Aben Humeya fue desbaratado en Válor, y llegando a Argel dentro de [287] ocho días, hizo instancia con Aluch Alí para que le diese socorro de navíos y gente, poniéndole por intercesores algunos morabitos que le moviesen a ello por vía de religión; el cual mandó pregonar que todos los turcos y moros que quisiesen pasar a socorrer a los andaluces, que así llaman en África a los moros del reino de Granada, lo pudiesen hacer libremente. Mas después, viendo que a la fama deste socorro había acudido mucha y muy buena gente, acordó que sería mejor llevarla consigo al reino de Túnez, y así lo hizo, dejando indulto en Argel para que todos los delincuentes que andaban huidos por delitos y quisiesen ir a España en favor de los moros andaluces, fuesen perdonados. Destas gentes recogió Hernando el Habaquí cuatrocientos escopeteros debajo la conduta de un turco sedicioso y malo llamado Hoscein; y embarcándose con ellos en ocho fustas, donde metieron algunos particulares mucha cantidad de armas y municiones para vendérselas a los moros, vino con todo ello a la Alpujarra. Con este socorro y con el de otras fustas que vinieron también de Tetuán con armas y municiones que traían mercaderes moros y judíos, los enemigos de Dios tomaron ánimo para proseguir en su maldad y se hicieron más fuertes, no habiendo en toda la Alpujarra ejército de cristianos que poder temer. Luego tornó Aben Humeya a proveer sus fronteras; y los moros, habiéndose recogido a sus pueblos, sembraban sus panes y labraban sus heredades y criaban la seda, como si estuvieran ya seguros y muy de reposo en sus casas. El Hoscein, hinchéndolos de esperanza con decirles que Aluch Alí le enviaba por mandado del Gran Turco a que viese la disposición y calidad de la tierra y el número de gente morisca que había en ella para poder tomar armas, quiso ver los ríos de Almanzora y Almería, y la sierra de Filabres y todos los lugares de la Alpujarra, y después entró secretamente en la ciudad de Granada y en la de Guadix y en la de Baza, y las reconoció. Y siendo informado de todo lo que quiso saber de los moradores dellas, diciendo que deseaba tener alas para ir volando a dar cuenta de lo que había visto al Gran Turco su señor, para que luego les enviase su poderosa armada de socorro, se tornó a Berbería cargado de preseas, joyas y captivos que le dieron en aquellos partidos donde anduvo. Vamos a lo que se hacía en este tiempo a la parte del valle de Lecrín, y como los moros fueron sobre el lugar del Padul para alzarle y desbaratar el presidio que allí había para seguridad de las escoltas.
Con la nueva del socorro de África tornaron los alzados a su vana porfía, y los moriscos del Padul, que ya no podían sufrir la costa ordinaria y las molestias y vejaciones de la gente de guerra que tenían alojada en sus casas, teniendo aviso que andaban dando orden de irlos a levantar, y gobernándose por algunos hombres de buen entendimiento que había entre ellos, determinaron de pedir licencia a don Juan de Austria para irse a Castilla con sus mujeres y hijos. Y andando en esto, les aconsejó un clérigo beneficiado del lugar de Gójar que pidiesen que los dejase ir a poblar aquel lugar, que estaba despoblado y los moradores dél se habían ido a la sierra; lo cual les fue luego concedido, y con mucha brevedad mudaron sus casas a Gójar. No eran bien idos del lugar, cuando los moros del valle de Lecrín y de las Guájaras y de otros lugares comarcanos se juntaron; y siendo más de dos mil hombres de pelea, en que había muchos escopeteros y ballesteros, determinaron de ir a dar una madrugada sobre el Padul, y degollando los cristianos que estaban en él de presidio, llevarse los moriscos a la sierra. Con esta determinación partieron de las Albuñuelas a 21 días del mes de agosto deste año de 1569, y caminando toda aquella noche, fueron la vuelta de Granada para engañar las centinelas y poder tomar a los nuestros descuidados; y volvieron luego por el camino real que va desde aquella ciudad al Padul, puestos en su ordenanza, y caminando poco a poco, como lo solían hacer las compañías que iban acompañando alguna escolta. Desta manera llegaron al esclarecer del día cerca del lugar, y como la centinela que estaba puesta en lo alto de la torre de la iglesia los descubrió, aunque tocó la campana a rebato, diciendo que por el camino de Granada venían muchos moros, no por eso se alteraron los soldados ni se pusieron en arma; antes hubo algunos que le dijeron que debía de estar borracho, que cómo podía ser que viniesen moros de hacia Granada. Estando pues en esto, asomaron por un viso donde estaba un humilladero, no muy lejos de las casas, con once banderas tendidas; y acometiendo el lugar con grande ímpetu, antes que los nuestros se acabasen de recoger a un fuerte que tenían hecho al derredor de la iglesia, mataron treinta y seis soldados y tomaron treinta caballos de una compañía de gente de Córdoba que estaba allí de presidio, cuyo capitán era don Alonso de Valdelomar, y saqueando la mayor parte de las casas, se llevaron hartos despojos y dinero, y con la misma furia acometieron el fuerte, creyendo hallar poca defensa en él; mas el capitán Pedro de Redrován, vecino del Corral de Almaguer, que estaba allí por gobernador, y don Juan Chacón, vecino de Antequera, que por mandado de don Juan de Austria se había metido en aquel presidio con ciento y cincuenta soldados de su compañía dos días había, y otros dos capitanes, llamados Pedro de Vilches, vecino de la ciudad de Jaén, y Juan de Chaves de Orellana, natural de la ciudad de Trujillo, que después de la rota del barranco de Acequia había vuelto a rehacer su compañía, se defendieron valerosamente, y matando buena cantidad de moros, los arredraron de sí. Los cuales, viendo que no eran poderosos para entrarlos a batalla de manos, enviaron más de quinientos hombres a traer de las viñas cantidad de rama, espinos y paja, y pusieron fuego a todas las casas del lugar, creyendo poder también quemar las que estaban dentro del fuerte; y estando las unas y las otras cubiertas de llamas y de humo, no cesaban de dar asaltos por donde entendían poder tener entrada, horadando las casas y las paredes por muchas partes; lo cual todo resistía el notable valor y esfuerzo de los capitanes y soldados, no sin gran daño de los enemigos. Había una casa grande fuera del pueblo, donde vivía un vizcaíno, natural de Vergara, llamado Martín Pérez de Aroztigui, el cual, habiendo llevado su mujer y hijos a Granada, acertó a hallarse aquella noche [288] en su casa con cuatro mozos cristianos y tres moriscos amigos suyos, de los que se habían ido a vivir a Gójar, que se quisieron recoger con él; y como el acometimiento de los moros fue tan de improviso por aquella parte, no teniendo lugar de recogerse dentro del fuerte, se fortaleció en la casa, atrancando las puertas con maderos y piedras. Y viéndose en manifiesto peligro, porque no había dentro más que una sola escopeta, dijo a los moriscos que tenía consigo que hablasen a los moros y les rogasen que no le hiciesen daño, en la persona ni en la hacienda, pues sabían que era su amigo y los había favorecido siempre en sus negocios en tiempo de paz; los cuales respondieron que así era verdad, y que les diese el dinero y la escopeta si quería que le dejasen ir libremente a Granada; mas él no lo quiso hacer, diciendo que dineros no los tenía, y que la escopeta había de ir juntamente con la cabeza. Entonces los enemigos combatieron la casa, y poniéndole fuego a todas partes, procuraron también hacer un portillo con picos y hazadones en una pared que respondía al campo. No faltó ánimo a Martín Pérez para defenderse, viéndose combatido del fuego y de las escopetas y ballestas, que no le daban lugar de poderse asomar a tirar piedras desde las ventanas, y acudiendo a la mayor necesidad, hizo echar agua en la puerta de la casa que ardía; y echando grandes piedras al peso de la pared, donde los moros hacían el agujero, procuraba también ofenderlos con la escopeta, porque hasta entonces no lo había osado hacer, creyendo poderlos entretener con buenas palabras mientras llegaba el socorro. Finalmente se dio tan buena maña, que no hizo tiro que no derribase moro; por manera que cuando tuvo muertos siete de los que más ahincaban el combate, los otros tuvieron por bien de retirarse afuera. A este tiempo, habiendo ya más de cuatro horas que duraba la pelea en el fuerte y en la casa, la atalaya que los enemigos tenían puesta a la parte de Granada les avisó cómo venía gente de a caballo, y sin hacer más efeto del que hemos dicho, se retiraron la vuelta del valle. Había salido del Padul un escudero de los de Córdoba cuando los moros llegaron, y pasando por medio dellos, había ido a dar rebato a don García Manrique, que estaba en Otura, alcaría de la vega de Granada, y pasando a la ciudad, había también dado aviso a don Juan de Austria. Y la gente que los moros descubrieron eran sesenta caballos que se habían adelantado con don García Manrique; los cuales, juntándose con once escuderos que habían quedado en el Padul, se pusieron en su seguimiento y alancearon algunos que quedaron atrás desmandados. También acudió al socorro el duque de Sesa desde Granada con mucha gente de a pie y de a caballo; pero llegó tarde, a tiempo que ya llevaban los moros más de una legua de ventaja; y proveyendo la plaza de gente, que la había bien menester, porque habían sido muertos cincuenta soldados y muchos más heridos, loó a los capitanes lo bien que se habían defendido de tanto número de gente y de una violencia tan grande del fuego, que era lo que más se temía, y aquella noche volvió a Granada.
De las pláticas que hubo sobre la salida que el marqués de los Vélez hizo a la Calahorra, y cómo el marqués de Mondéjar fue llamado a corte
Aunque el marqués de los Vélez desbarató a Aben Humeya en Válor de la manera que hemos dicho, algunos contemplativos no le atribuían gloria entera de la vitoria, por salir como salió a la Calahorra, dejándole en la Alpujarra, donde con facilidad pudo tornar a juntar gente y rehacerse, especialmente viendo que no había vuelto a entrar luego para acabarle de deshacer. Y como en los consejos suele siempre haber humores diversos y aficiones particulares que despiertan los juicios delicados a dar justas causas y sospechas de su desacuerdo, formando queja de lo que por ventura podría merecer loor, estando sanas y conformes las voluntades, no fallaba quien decía que los enemigos habían sido menos de los que había escrito; que se le había dado más gente al doble de la con que se había ofrecido a allanar la tierra; que había perdido ocasión por salir de la Alpujarra antes de tiempo; que la salida había sido más para dar a entender que se podía hollar la Alpujarra con caballos, cosa que se había dificultado en el consejo de don Juan de Austria algunas veces, que por necesidad de bastimentos; y, que habiendo consumido un campo tan numeroso, se estaba en el alojamiento consumiendo los bastimentos y la gente que le había quedado sin hacer efeto. Estas cosas aguaban la vitoria al marqués de los Vélez, el cual se quejaba que cuarenta días antes que partiese de Adra había avisado al consejo de Granada que le pusiesen bastimento y municiones en la Calahorra, porque entendía acudir hacia aquella parte y proveerse de allí; y por no lo haber hecho, le había sido necesario sacar la gente a parte donde pereciese de hambre; ni menos le proveían para poder salir de donde estaba, de cuya causa se le iban cada día los soldados, y cargaba la culpa de todo ello al marqués de Mondéjar y al duque de Sesa y a Luis Quijada, entendiendo que le hacían poca amistad; el marqués de Mondéjar, por pasiones antiguas, renovadas por razón del cargo y preeminencia en que se había metido; el duque de Sesa, por tenerle por su enemigo, aunque era su sobrino; y Luis Quijada, según él decía, por ser su émulo y envidioso de su felicidad, y que había acriminádole la entrada en el reino de Granada sin orden de su majestad. Y porque nuestro oficio no es condenar ni asolver estas cosas, sino apuntarlas para los que esta historia leyeren, solamente diremos como su majestad, príncipe discretísimo, vistos los cargos que por vía de justificación se daban unos a otros, dijo que aunque no era tanto el daño de los moros como se había dicho, había sido importante cosa desbaratarlos y esparcirlos; y dende a pocos días, para mejor se informar, mandó al marqués de Mondéjar, por carta de 3 de setiembre, que fuese luego a la corte, y que el Consejo enviase relación de todos los bastimentos municiones que se habían llevado a la Calahorra. El cual partió de Granada a 12 días de dicho mes, y llegado a la villa de Madrid, satisfizo al negocio para que había sido llamado; y su majestad le mandó ir con él a la ciudad de Córdoba, donde había llamado a cortes; y ansí no volvió más al reino de Granada, [289] porque le proveyó por visorrey de Valencia, y después le envió por visorrey de Nápoles.
Cómo el capitán Francisco de Molina se fortaleció en Albacete de Órgiba, y de una escaramuza que hubo con los moros sobre el quitar el agua
Habiéndose metido Francisco de Molina en Órgiba de presidio con la gente que dijimos, luego comenzó a fortalecerse en Albacete, lugar principal de aquella taa, atajándole de manera que se pudiese defender con menos gente; y porque tenía orden de don Juan de Austria para meter la torre y la iglesia en el reducto que hiciese, a causa de que se habían de encerrar dentro cantidad de bastimentos y municiones que estuviesen de respeto, y no se podía hacer la fortificación tan aventajadamente como convenía, por tener muchos padrastros que señoreaban desde fuera la plaza y el muro, fue necesario que se hiciesen dos murallas de tapia, la una a la parte de fuera, y la otra a la de dentro, para que entre ellas pudiesen estar los soldados encubiertos, y algunas trincheas por donde pudiesen atravesar de una parte a otra. Y porque no había agua dentro del lugar, ni se podía hallar en pozos a cincuenta ni a sesenta brazas, habiéndose de proveer necesariamente de una acequia que los moros podían quitar a todas horas, mandó cavar unos hoyos muy grandes al derredor del muro donde echarla, para tenerlos llenos si acaso le cercasen. Queriendo pues Aben Humeya ir sobre este presidio, el proprio día que se acabaron de hacer los hoyos envió once banderas de moros que quitasen el agua de la acequia, y procurasen tomar algún prisionero de quien saber la gente que había quedado dentro y en qué términos estaba la fortificación; los cuales llegaron cerca del lugar y quitaron luego el agua, pudiéndolo hacer fácilmente, porque se tomaba a media legua de allí. Francisco de Molina pues, sospechando el desinio del enemigo, y viendo ir las banderas hacia el tomadero de la acequia, envió al capitán Diego Núñez, vecino de Granada, con docientos arcabuceros, a que se pusiese sobre el tomadero del agua, y se la defendiese de manera, que no dejase de ir su camino; el cual procuró de hacerlo así; mas eran los moros, tantos que no se atrevió a pasar de unas peñas, donde estuvo arcabuceándose con ellos gran rato. Entendiendo esto Francisco de Molina, envió luego al capitán Lorenzo de Ávila con otro golpe de gente, y después, pareciéndole que todo era poco para arrancar a los enemigos de donde se habían puesto dejando encomendado el fuerte a don Gabriel de Montalvo, vecino de Granada, que era capitán de infantería y sargento mayor de aquel presidio, salió él con cien arcabuceros y piqueros y veinte caballos, y llegando cerca de las peñas, halló que los dos capitanes estaban peleando con los moros; los cuales, viendo venir aquel socorro cargaron de manera, que matando algunos, los arredraron de sí tanto, que tuvieron lugar de volver la acequia hacia el lugar, y estuvieron guardando el tomadero hasta que fue de noche, escaramuzando siempre con ellos. A esta hora Francisco de Molina se retiró; y porque entendiesen los moros que todavía se estaba quedo, y no osasen bajar a quitar otra vez el agua, hizo dejar muchos cabos de cuerdas encendidas a los soldados entre las matas y al derredor de las peñas, y con este ardid de guerra los entretuvo burlados tirando toda la noche a los fuegos, y el agua corrió a los fosos hasta que se hincheron; y como fue de día, los enemigos entendieron el engaño, y tornando a quitar el agua, se fueron la vuelta de la sierra sin hacer otro efeto. Francisco de Molina, queriendo ver si los hoyos detenían algunos días el agua, halló que se secaron a segundo día; entonces sacó una parte del fuerte más a fuera hasta un barranco que cae sobre el río, y desde allí hizo un camino cubierto a manera de trinchea, por donde los soldados pudiesen ir a tomar agua sin que los enemigos se lo estorbasen; y con esto aseguró aquella plaza por entonces.
Cómo Aben Humeya alzó el lugar de las cuevas y fue a cercar a Vera, y cómo Lorca socorrió aquella ciudad
Estaba por alcaide mayor en la ciudad de Lorca el doctor Matías de Huerta Sarmiento, natural de la ciudad de Sigüenza; el cual, debajo de profesión de letras, era también soldado y había estado muchos días en Orán en tiempo que era allí capitán general don Alonso de Córdoba, conde de Alcaudete, y tenía prática y experiencia en cosas de guerra. Y deseando conservar los lugares de su jurisdición y saber el desinio de los enemigos, enviaba algunas espías al río de Almanzora; puso tan buena diligencia en esto y en prender las de los enemigos, que a 17 días del mes de setiembre deste año le vinieron a las manos dos espías de Aben Humeya, y dándoles tormento, confesaron como se quedaba aprestando para ir a ocupar la ciudad de Vera, donde tenía pensado esperar el socorro de Berbería, por ser plaza a su propósito para aquel efeto, y que sería su venida sin falta a la entrada de la luna de otubre, que era al fin de setiembre, con toda la gente que pudiese juntar, y que los moriscos de las villas de los Vélez se habían ofrecido de enviarle encubiertamente bastimentos; y demás desto declararon quién habían sido los moros que habían captivado aquellos días ciertos cristianos de María y de Caravaca, y de los otros lugares sus comarcanos. Estas confesiones envió fuego a don Juan de Austria y al marqués de los Vélez, y al Comendador mayor, que todavía andaba por la costa con las galeras, para que estuviesen todos apercebidos, si fuese menester, hacer algún socorro por mar o por tierra. Avisó también a la ciudad de Vera con tres de a caballo que estuviesen sobre aviso, porque sin duda irían los moros a cercarla, y envió al cabildo el traslado de las confesiones de las dos espías, ofreciéndose que socorrerá con la gente de Lorca siempre que fuese menester. Y para tener aviso cierto y poder acudir con tiempo, hizo poner atalayas que se descubriesen unas a otras desde Lorca a Mojácar, y los de Mojácar hicieron lo mismo hasta Vera, para que de día con ahumadas, y de noche con almenaras de fuego, se correspondiesen y avisasen cuando llegase el enemigo; advirtiéndoles que en el punto enviasen tres de a caballo con toda diligencia con el aviso, por si acaso faltase alguna atalaya. Y para ver como correspondían, a 23 de setiembre se hizo el ensayo y prueba de las ahumadas de día y de las almenaras de noche; las cuales pasaron de mano en mano desde Vera a Mojácar, y al Como [290] de Gali, y al cerro de Enmedio, y al cerro Gordo, y a la torre de Alfonsi de Lorca. No se engañaron los cristianos en hacer esta diligencia, porque Aben Humeya, viendo que el marqués de los Vélez se estaba quedo en la Calahorra, a que no había campo que le pudiese enojar, deseando ocupar la ciudad de Vera en aquella ocasión, bajó con cinco mil hombres al río de Almanzora, y juntando con ellos más de otros cinco mil de aquellos lugares, fue sobre la villa de las Cuevas, que es del marqués de los Vélez, y haciendo que se alzasen los vecinos, que eran todos moriscos, en venganza de las casas que le había hecho quemar en Válor, le hizo destruir y talar una hermosa huerta que allí tenía; y no pudiendo tomar el castillo, porque lo defendían los cristianos que se habían metido dentro, pasó a la ciudad de Vera, y el día de San Mateo, a 24 de setiembre, puso su campo sobre Vera la vieja, y desde allí hizo una gran salva de arcabucería contra la ciudad de Vera la nueva, que está a la parte de abajo. Era alcalde mayor desta ciudad el licenciado Méndez Pardo, el cual salió a reconocer el campo con treinta de a caballo; y habiendo escaramuzado un rato con los enemigos, se retiró a la ciudad, y dio luego aviso a las ciudades de Lorca y Murcia por las atalayas y con gente de a caballo, como estaba tratado. Queriendo pues Aben Humeya poner temor a los ciudadanos, plantó dos pecezuelas de artillería de bronce que llevaba, y comenzó a batir un lienzo de muro viejo, tirando asimesmo a las casas que se descubrían por aquella parte; mas luego reventó la una dellas, y un arcabucero hirió desde una tronera al artillero que tiraba la otra, y paró la batería. En este tiempo las atalayas daban priesa con las ahumadas, que se alcanzaban unas a otras; y estando la gente de Lorca en el sermón poco antes de mediodía, llegó la guardia de la atalaya de la torre del Alfonsín con el aviso al alcalde mayor; el cual, sospechando lo que debía ser, hizo luego tocar a rebato, y haciendo alarde de la gente de la ciudad, proveyó de armas a los que no las tenían, y juntando a cabildo, se nombraron por capitanes de la infantería Juan Navarro de Álava y Alonso de Ortega Salazar, y de los caballos, Diego Mateo Jerez, todos regidores. Y estando haciendo el nombramiento, llegó un escudero de Vera, que había corrido nueve leguas, a dar aviso como habían llegado domingo de mañana más de doce mil moros; y como tiraban con dos piezas de artillería a la ciudad, pidiendo que fuese luego el socorro. Y siendo todos de conformidad que se hiciese así, entre las dos y las tres de la tarde se juntaron en el campo que dicen de Nuestra Señora de Gracia, novecientos y setenta y dos infantes y ochenta caballos muy bien en orden; y antes que partiesen de allí, envió el alcalde mayor sus cartas requisitorias y notificatorias a la ciudad de Murcia, y a las villas de Cehegín, Caravaca, Calasparra, Moratalla, Sevilla, Alhama y Alumbres del Almazarrón, avisándoles como iba a socorrer a Vera con la gente de Lorca, y requiriéndoles de parte de su majestad que hiciesen lo mesmo. Y prosiguiendo su camino, anduvo toda aquella noche, y al amanecer entró en la ciudad de Vera, que son nueve leguas de camino; mas cuando él llegó, los moros habían tenido aviso del socorro que iba, y estando para picar el muro, porque no tenían ya con qué batir, habían dejado la obra y retirádose hacia las Cuevas. Juntándose pues la gente de Lorca con la de Vera, fueron en su seguimiento hasta el río de las Cuevas. De allí se volvieron los de Lorca, porque les pareció que no convenía ir más adelante con tan poca gente, siendo tan grande el número de los enemigos, y habiendo conseguido el efeto que se pretendía, que era descercar a Vera; y en el camino encontraron la gente de Murcia que iba al socorro, y eran tres mil infantes y trecientos caballos. Y juntándose los alcaldes mayores y capitanes a consejo sobre si sería bien ir todos en seguimiento del enemigo, aunque hubo algunos que decían que no había para qué, pues Vera estaba descercada, los más votos fueron de parecer que le siguiesen, porque no hiciese daño en otra parte. Y estando con esta determinación, nació entre ellos una diferencia honrosa: los de Lorca decían que les pertenecía por privilegio antiquísimo llevar en la guerra del reino de Granada la vanguardia yendo hacia el enemigo, y la retaguardia a la retirada; y los de Murcia querían llevarla ellos, por ser cabeza de reino y de aquel corregimiento, y sobre ello hubieran de llegar a las armas; y viendo esto los alcaldes mayores, mudaron parecer, y recogiendo su gente, se volvieron a las ciudades. Aben Humeya tornó a Purchena, y de allí al Láujar de Andarax, y envió la gente a sus partidos.
Cómo unos soldados que se iban sin orden del campo del marqués de los Vélez hirieron a don Diego Fajardo queriéndolos volver al campo
Era tan grande el desgusto que nuestra gente tenía en verse acorralada en el alojamiento de la Calahorra sin salir a hacer efeto, que no había reparo que bastase a detener los soldados; y aun los mesmos capitanes por ventura holgaban que se les deshiciesen las compañías, por tener ocasión de salir de allí so color de tornarlas a rehacer; y ansí había muchas banderas que no habían quedado diez hombres con ellas. El marqués de los Vélez hacía sus diligencias, y no le pareciendo tener suficiente número de gente, ni la provisión de vituallas que había menester para volver a entrar en la Alpujarra, de necesidad había de estarse quedo gastando las que el licenciado Pero López de Mesa le enviaba de un día para otro desde Guadix. Culpábanle mucho de remiso, y no los que sabían qué cosa era gobernar ejércitos, y aventurarlos tan a costa de la autoridad y reputación de los capitanes generales. Estando pues no con pequeño cuidado y congoja en ver que se le iba cada día deshaciendo más el campo, y que apenas tenía de quien poder fiar las rondas y centinelas, que cada noche mandaba poner dobladas, mas para guardar que la gente no se fuese que por temor del enemigo, fue avisado que tenían concertado de irse juntos más de cuatrocientos soldados; y encomendando a don Rodrigo de Benavides, que había venido de Guadix con la compañía de caballos del duque de Osuna, y a don Diego Fajardo, su hijo, con un estandarte de caballos de Córdoba, que estaba a cargo de don Jerónimo de Guzmán, la ronda de la noche en que le habían dicho que se tenían de ir, sucedió que andando rondando don Diego Fajardo, y con él don Jerónimo de Guzmán y el capitán Castellanos, comisario de la caballería, al cuarto de la modorra sintieron salir gente por hacia donde [291] don Rodrigo de Benavides andaba, que era a la parte de levante del lugar; y volviendo el capitán Castellanos por los escuderos de Córdoba, que habían quedado en el cuerpo de guardia, fueron los dos hacia donde estaba otra compañía de caballos de Osuna, y llamándolos, acudió también don Rodrigo de Benavides, y juntos se metieron por los soldados fugitivos, que iban atropellados sin orden, y hicieron volver muchos dellos a sus alojamientos. Otros, que no quisieron dejar de proseguir su camino, subieron por un cerro arriba que cae hacia aquella parte de levante, y a paso largo procuraron tomar lo alto y más agrio dél, donde los caballos no pudiesen aprovecharse dellos. Los capitanes se pusieron en su seguimiento, y llegando cerca don Diego Fajardo, les dijo que no hiciesen cosa tan fea como era dejar las banderas, y que se volviesen a sus cuarteles, porque él les daba su palabra que no les sería hecho mal ni daño por aquella salida; mas ellos no le quisieron oír ni responder, prosiguiendo siempre su camino a la sorda con las mechas de los arcabuces encendidas. De ver esto se airó mucho don Rodrigo de Benavides, y llamando a voces a don Diego Fajardo, para que los soldados le conociesen y temiesen, dijo: «Corramos, señor don Diego; por esta ladera atajarlos hemos, y cerrando con ellos, caiga el que cayere; que desta manera se han de tratar estos bellacos traidores». Estas palabras indignaron a los determinados soldados de tal manera, que como hombres agraviados dellas, respondieron que el que las decía y los que con él iban eran los traidores y malos caballeros, y que se hiciesen adelante, verían cómo les iba. De aqueste desacato se enojó don Rodrigo de Benavides; y aunque no eran más de catorce de a caballo los que estaban juntos para poder acometer, porque los otros se habían quedado muy atrás, hizo con don Diego Fajardo que los acometiesen, apellidando don Rodrigo de Benavides el nombre del señor Santiago; y pasando por ellos los que estaban a la parte alta, pareciéndoles que los trataban como a moros, dispararon sus arcabuces. Don Diego Fajardo se fue metiendo a media ladera, yendo par dél don Jerónimo de Guzmán y un escudero de Córdoba, y allí le dieron un arcabuzazo, que le pasó la rodela acerada que llevaba por junto a la embrazadura, y le quebró un dedo de la mano izquierda, y pasó la bala a la tetilla derecha, donde paró. Fue tan grande el golpe, que el caballo cayó y echó por cima de la cabeza a don Diego Fajardo medio aturdido; y apeándose don Jerónimo de Guzmán y el escudero, le alzaron del suelo. Era don Diego Fajardo esforzado caballero, afable y muy amigo de soldados, y viéndose herido de tan mala manera, pidió su rodela para ver si estaba pasada, y cuando vio el agujero que había hecho la bala, entendió que le habían muerto; y sintiendo en sí un estímulo de virtuosa congoja, que no le dejaba descansar en otra cosa, dijo que le llegaba al alma que cristianos le hubiesen puesto en aquel estado; y subiendo lo mejor que pudo en su caballo, se volvió a la Calahorra. Encontrole en el camino el marqués de los Vélez, que había salido con toda la caballería en oyendo tocar al arma; el cual viéndole de aquella manera recibió tanta alteración, que no le pudo hablar; y mandando a don Juan Fajardo, su hermano, y a don Rodrigo de Benavides, que también se había vuelto, que diesen orden de atajar aquellos soldados por tres o cuatro partes con caballos y infantes, se subió a la fortaleza. Los soldados se fueron, que no bastó nada a detenerlos, y de allí adelante se fueron otros muchos; por manera que vino a quedar aquel campo, en que había doce mil hombres, en menos de tres mil, la mayor parte dellos del tercio que llamaban de los pardillos y del de don Pedro de Padilla, que como gente obligada y de ordenanza vieja, tuvieron más sufrimiento.
De una vitoria que don García Manrique hubo del Anacoz en el valle de Lecrín
Andaba en el valle de Lecrín el Anacoz con más de mil hombres haciendo daño en las escoltas que iban de Granada a Órgiba; el cual había muerto los docientos soldados de la compañía de Juan de Chaves de Orellana, que dijimos, entre Acequia y Lanjarón, y hecho otros muchos daños en la Vega y en lo de Alhama. Y queriendo el Consejo refrenar la insolencia de aquel hereje, mandaron llamar a Pedro de Vilches, por sobrenombre Pie de palo, porque tenía una pierna cortada de la rodilla para abajo, y en su lugar otra de madera, hombre plático en toda aquella comarca y muy animoso. Y preguntándole qué orden se podría tener para hacer una emboscada al Anacoz, dijo que le dejasen ir a él de parte de noche a las Albuñuelas y a Salares, donde se recogían aquellos moros, y que les daría un arma, y se vendría retirando a la mañana entreteniéndolos, hasta sacarlos de día al río, porque de noche era cierto que no saldrían; y que estuviese la caballería metida en emboscada en los llanos que caen entre la laguna del Padul y Dúrcal, y que él se los pondría en las manos de manera que los pudiesen alancear a todos. Este consejo pareció bien a don Juan de Austria y a los del Consejo, y luego se mandó a don García Manrique que apercibiese la gente de la Vega, y dejando ir delante a Pedro de Vilches, se pusiese él en emboscada con la caballería en el lugar que le señalase; el cual partió de Otura con cien caballos y cuatrocientos arcabuceros de los que estaban alojados en las alcarías de la Vega, llevando consigo a Tello González de Aguilar con las cien lanzas de Écija, que fue para aquel efeto desde Granada, y se fueron a meter antes que amaneciese en unas huertas que están por bajo del barranco del río de Dúrcal. Pedro de Vilches se fue derecho a los lugares de los Albuñuelas y Salares con los soldados de las cuadrillas, y ellos se estuvieron quedos esperando a que viniese huyendo de los enemigos, como había dicho; lo cual se hizo con tanto recato, que las centinelas que tenían puestas los moros hacia aquella parte no lo sintieron, y las nuestras las veían a ellas. Pedro de Vilches tocó su arma al amanecer del día; luego comenzaron las ahumadas, y los moros salieron a él con grande grita: hizo un poco de resistencia, y dando a entender que tenía miedo, comenzó a retirarse con orden hacia la emboscada. Los moros fueron creciendo cada hora en tanto número, que cubrían aquellos cerros, y apretaron tanto a Pedro de Vilches, que cuando llegó cerca del socorro, ya le habían muerto dos soldados y herido algunos; y veían tan cerca dél, que fue necesario que don García Manrique, viendo venir a las vueltas moros y cristianos [292] saliese a ellos, sin aguardar que bajasen todos a lo llano, como, estaba acordado; y matando seis turcos, que venían delante de todos, y más de docientos moros, el Anacoz con todos los demás se pusieron en huida, metiéndose por los barrancos y despeñaderos del río, donde no pudieron los caballos seguirlos, ni la gente de a pie, que no llegó a tiempo de poderlos alcanzar. Más adelante llevó la pena de sus maldades; porque siendo preso, le mandó justiciar el duque de Arcos en Granada. Ganaron los nuestros en esta vitoria tres banderas, y para regocijar la ciudad entraron por ella arrastrándolas y llevando los escuderos las cabezas y las manos de los moros en los hierros de las lanzas. Estando pues todos muy contentos en Granada con este suceso, solo el animoso Vilches se quejaba de don García Manrique, diciendo que por haber salido la caballería tan presto a favorecerle, no habían alanceado aquel día todos aquellos moros; y como le dijese el Presidente que si había salido antes de tiempo, había sido porque no le matasen los moros a él, siendo hombre impedido, y trayéndolos tan cerca a las espaldas, le respondió muy enojado: «Bien entiendo yo, señor, que lo hizo por eso; mas ¿qué iba en ello que matasen un hombre como yo, a trueco de alancear dos mil moros?» Respuesta de hombre leal, que no estimaba la vida por el servicio de Dios y de su rey.
De algunas provisiones que su majestad hizo estos días para el breve despacho de la guerra
Hizo su majestad estos días dos provisiones muy importantes para la brevedad que se pretendía en esta guerra, con parecer de don Juan de Austria y de los consejeros que quedaron cerca de su persona. La una fue mandar que acabasen de sacar los moriscos que habían quedado en Granada, y los metiesen la tierra adentro, por sospecha que dellos se tenía que daban avisos a Aben Humeya de todo lo que se hacía, teniendo sus inteligencias con los que andaban levantados; y la otra mandar que se publicase la guerra a fuego y a sangre; cosa que aun hasta este tiempo no se había publicado; porque solamente se trataba en el supremo consejo de Guerra con nombre de castigo en los rebeldes, no les queriendo dar otra autoridad; y aun se ofendían con muy justa razón los señores del reino de que llamasen rey, ni aun tirano, a Aben Humeya, a quien mejor cuadraba el nombre de traidor, pues lo era contra su rey y señor natural y dentro de su proprio reino. Concedió ansimesmo campo franco a todos los cristianos que sirviesen debajo de bandera o estandarte, y que aprehendiesen en sí todos los bienes muebles, dineros, joyas y ganados que tomasen a los enemigos, y que no pagasen quinto ni otra cosa alguna de las personas que captivasen, haciéndoles de todo ello gracia y merced por esta vez y presente ocasión, para animar la gente, que andaba ya muy desgustada, a que sirviesen voluntariamente, sin que fuese menester otro rigor, porque estaban escandalizados los pueblos de la Andalucía de oír las quejas que daban los soldados que se iban huyendo del campo del marqués de los Vélez. Y para que mejor se pudiesen entender con la paga ordinaria, les mandó acrecentar el sueldo a respeto de como se acostumbraba pagar la gente de guerra en Italia, que es cuatro escudos de oro cada mes al coselete y al arcabucero, y tres al piquero, que llaman pica seca. Y porque los cabildos, concejos y señores, a quien se mandó que rehiciesen las compañías con que servían, y las acrecentasen a mayor número, estaban ya muy gastados, no les bastando los proprios ni las sisas que con licencia del Consejo Real echaban sobre los bastimentos, para pagar la gente, ordenó que desde el primero día del mes de noviembre luego siguiente se pagase toda la infantería del dinero de su real hacienda, y que los cabildos, concejos y señores pagasen solamente la gente de a caballo. Lo cual todo se publicó en la ciudad de Granada por bando general a 19 de otubre deste año de 1569; y luego le enviaron traslados autorizados a todas las ciudades y señores del Andalucía y reino de Granada, para que se supiese en todas partes las gracias y mercedes que su majestad hacía a la gente de guerra. Dejemos agora el provecho que resultó destas provisiones, que fue muy grande, y digamos cómo Aben Humeya pagó la pena de sus crímenes y maldades por mano de los proprios rebeldes que le ordenaron la muerte.
Cómo los moros mataron a Aben Humeya, y nombraron en su lugar a Diego López Aben Aboo
Mientras estas provisiones se hacían de nuestra parte, Diego Alguacil, vecino de Albacete de Ugíjar, y otros deudos suyos, enemigos de Aben Humeya, que andaban ausentes dél por miedo que los mandaría matar, trataban de darle ellos la muerte por librarse de aquel temor y tomar venganza de las crueldades que había usado con los naturales de la tierra, y especialmente con Miguel de Rojas, su suegro, y Rafael de Arcos, y con otros alguaciles y hombres principales de aquella taa y de la de Juviles, que había hecho morir por consejo de los capitanes de los monfís que traía consigo; y al fin vinieron a tomar venganza dél matándole por sus proprias manos, como agora diremos. Entre otras cosas que Aben Humeya había hecho, de que se sentía muy agraviado Diego Alguacil, era haberse llevado de Ugíjar una prima suya viuda, con quien estaba amancebado, y traerla consigo por amiga contra su voluntad, aunque otros entendieron que la causa del enojo que tenía con él no eran celos, sino punto de honra, afrentado de que, siendo mujer principal, que podía casar con ella, la traía por manceba. Más desto nos desengañó después el tiempo cuando la vieron casada a ley de maldición con el proprio Diego Alguacil en Tetuán, seis años después de aquesta guerra. Finalmente, sea como fuere, él tuvo buena ocasión para conseguir el efeto que deseaba, siendo la mesma mora la secretaria de su enemigo y el instrumento de su mal. Era ya Aben Humeya extrañamente aborrecido y casi tenido por sospechoso en toda la Alpujarra, después que se supo lo que había escrito a don Juan de Austria y al alcaide Xoaybi de Guéjar, entendiendo que andaba en tratos para entregar la tierra a los cristianos, procurando solamente su particular seguridad y aprovechamiento, y por ventura tenía aquel deseo; mas era tan pusilánime y hallábase tan cargado de culpas, que no se osaba fiar, teniendo por cierto que la culpa del rebelión había de ser atribuida a pocos, y necesariamente castigado el [293] que hubiese sido cabeza dél; y como hombre que tenía poca seguridad de su persona, tenía en Láujar de Andarax, donde se había recogido después de la jornada de Vera, los caudillos y capitanes más amigos con dos mil moros, que repartían la guardia cada noche por su rueda, y tampoco se descuidaban de día, teniendo barreadas las calles del lugar de manera, que nadie pudiese entrar en él sin ser visto o sentido. Y porque no se fiaba de los turcos ni estaba bien con ellos, o por ventura no tenía con qué pagarles el sueldo mientras estuviesen ociosos, por apartarlos de sí los había enviado a la frontera de Órgiba a orden de Aben Aboo. Sucedió pues que como estos hombres viciosos eran todos cosarios, ladrones y homicidas, donde quiera que llegaban hacían muchos insultos y deshonestidades, forzando mujeres y robando las haciendas a los moros de la tierra. Y como fuesen muchas quejas dellos a Aben Humeya, escribió sobre ello a Aben Aboo, encargándole que lo remediase; el cual le respondió que los turcos no hacían agravio a nadie, y que si alguna desorden hiciesen, él lo castigaría. Sobre esto fueron y vinieron correos de una parte a otra; y ansí de lo que se trataba, como de la indignación que Aben Humeya tenía contra los turcos, avisaba por momentos la mora a Diego Alguacil; y de aquí tuvo principio la traición que le urdió, revolviéndole con ellos para que viniesen a descomponerle y matarle, como lo hicieron; porque queriendo estos días ir a alzar los moriscos que vivían en Motril y saquear la villa, sin dar a entender su desinio a Aben Aboo, le envió a decir que recogiese los turcos y caminase con ellos la vuelta de las Albuñuelas, y que en el camino le alcanzaría otro correo con la orden de lo que había de hacer; y como estos correos pasaban forzosamente por Ugíjar, y la mora avisaba a Diego Alguacil de los despachos que llevaban, saliendo a esperar en el camino al postrero en compañía de Diego de Arcos y de otros sus amigos, le mataron y le quitaron la carta que llevaba; y contrahaciéndola Diego de Arcos, que había servido de secretario a Aben Humeya y firmado algunas veces por él, como decía que volviese luego con los turcos a dar sobre Motril, puso que los llevase a Mecina de Bombaron, y que después de tenerlos alojados de manera que no se pudiesen juntar con la gente de la tierra y con cien hombres que llevaba Diego Alguacil, los desarmase y hiciese degollar a todos, y que lo mesmo hiciese de Diego Alguacil después que se hubiese aprovechado dél. Esta carta enviaron luego a Aben Aboo con persona de recaudo; el cual, maravillado de tan gran novedad, entendió que sin duda era verdad lo que se decía que Aben Humeya andaba en tratos para entregar la tierra. Y estando suspenso sin poderse determinar en lo que haría, Diego Alguacil, que había medido el camino y el tiempo, llegó con los cien hombres a su puerta; y hallándole alborotado, le dijo como Aben Humeya le había enviado a mandar que fuese con aquella gente a hallarse en la muerte de los turcos; mas que no pensaba intervenir en semejante crueldad, por ser personas que habían venido a favorecer a los moros y puesto las vidas por su libertad; antes, cansado de servir un hombre ingrato, voluntario, de quien no se podía esperar otra mejor paga, pensaba avisarlos dello para que mirasen por sí. Y estándole diciendo estas palabras, acertó a pasar por delante de la puerta donde estaban Huscein, capitán turco; y como Diego Alguacil quisiese hablarle, Aben Aboo se adelantó porque no le previniese, temiendo que le matarían los turcos, o por ventura queriendo ganar él aquellas gracias; y llamándole a él y a Caracax, su hermano, les mostró la carta; los cuales avisaron luego a Nebel, y a Alí arráez, y a Mahamete arráez, y al Hascen y a otros alcaides turcos; y alborotándose todos entre temor y saña, comenzaron a bravear, cargando las escopetas y diciendo que aquello merecían los que habían dejado sus casas, sus mujeres y sus hijos por venirlos a socorrer; y apenas podía Aben Aboo apaciguarlos, diciéndoles estuviesen seguros porque no se les haría el menor agravio del mundo. Diego Alguacil, viendo los turcos alterados y su negocio bien encaminado, para acreditarle más sacó una yerba que llaman haxiz, que los turcos acostumbran a comer cuando han de pelear, porque los hace borrachos, alegres y soñolientos, y dijo que se la había enviado Aben Humeya para que se la diese estando cenando a los capitanes, porque se adormeciesen y pudiesen matarlos aquella noche. Tratose allí que no convenía que reinase aquel hombre cruel que mataba toda la gente noble, sino que le matasen a él y criasen otro rey. Diego Alguacil decía que lo fuese el Huscein o Caracax; mas ellos, aunque aprobaban en lo de la muerte, no quisieron aceptar la oferta, diciendo que Aluch Alí los había enviado, no a ser reyes, sino a favorecer al rey de los andaluces, y que lo más acertado era poner el gobierno en manos de alguno de los naturales de la tierra que fuese hombre de linaje, de quien se tuviese confianza que procuraría el bien de los moros, mientras venía aprobación del reino de Argel. Esto pareció a todos bien, y sin perder tiempo nombraron a Aben Aboo, harto contra su voluntad, a lo que mostró al principio; mas al fin aceptó el cargo y honra que le daban, con que le prometieron de matar luego a Aben Humeya y de prender todos los alcaides y hombres principales que tenía por amigos, y de no soltarlos hasta que llanamente fuese obedecido. Era Caracax hombre escandaloso y malo, y por muchos delitos que había cometido andaba desterrado de Argel cuando su hermano el Huscein vino con el socorro que trajo el Habaquí; y poniendo luego por obra lo que Aben Aboo pedía, hizo primeramente que todos los que allí estaban le obedeciesen por gobernador de los moros por tres meses, mientras venía aprobación de Argel. Luego se puso en camino la vuelta de Andarax con docientos turcos y otros tantos moros, y con él Aben Aboo y Diego Alguacil, y Diego de Rojas con los cien moros que llevaban. Y llegando a media noche al Láujar, aseguró las guardas con decirles que eran turcos que iban a hablar con el Rey; y dejándolos pasar, llegaron a la posada de Aben Humeya, y haciendo pedazos las puertas, entraron dentro; y hallándole que salía a la puerta con una ballesta armada en la mano, le prendieron. Algunos dicen que estaba acostado durmiendo entre dos mujeres, y que la una era aquella prima de Diego Alguacil, y que ella mesma se abrazó con él hasta que llegaron a prenderle. No sé cómo puede ser esto, porque había sido avisado a prima noche, y tenía dos caballos ensillados y enfrenados para irse, y por no dejar una zambra, en que estuvieron gran rato de la noche, no había [294] querido decir nada; y después, cansado de festejar, se había ido a su posada, donde tenía veinte y cuatro escopeteros y más de trecientos moros de guardia al derredor del lugar para caminar antes que amaneciese. Sea como fuere, ninguno de los que con él estaban le acudió la hora que le vieron preso; y atándole las manos con un cordel Aben Aboo y Diego Alguacil, le hicieron luego cargo de sus culpas y le mostraron la carta; y conociendo la firma, dijo que su enemigo la había hecho, y que no era suya, y les protestó de parte de Mahoma y del Gran Turco que no procediesen contra él, sino que le tuviesen preso, porque no eran ellos sus jueces ni tenían autoridad de juzgarle, y que era buen moro y no tenía trato con los cristianos; y envió a llamar al Habaquí para justificar su negocio. Mas la razón tuvo poca fuerza entre aquella gente bárbara indignada y llena de cudicia, porque le saquearon la casa; y metiéndole en un palacio, Diego Alguacil y Diego de Arcos se encerraron con él so color de guardarle, porque no se les fuese; y antes que amaneciese, echándole un cordel a la garganta, le ahogaron, tirando uno de una parte y otro de otra. Dicen que él mesmo se puso el cordel como le hiciese menos mal, concertó la ropa, cubrió la cabeza, y que dijo que iba bien vengado y que era cristiano. Desta manera dio fin aquel desventurado a su desconcertada vida y a su nuevo y temerario estado, en conformidad de moros y de cristianos. Hubo algunos que afirmaron haberle oído decir muchos días antes que le traía desasosegado un sueño que había soñado tres noches arreo, pareciéndole que unos hombres extranjeros le prendían y le entregaban a otros que le ahogaban con su propria toca, y que por esta causa andaba imaginativo y se recelaba de los turcos de donde se puede colegir que el espíritu del hombre en las cosas que teme, el hervor que le eleva a la contemplación dellas le hace pronosticar en futuro parte de su suceso, porque como los cuidados del día hacen que el espíritu entre sueños esté de noche imaginando muchas cosas, que después vemos puestas en efeto por razón de una simpatía natural a que la naturaleza obedece, ansí en futuro la mesma simpatía, que está obediente a las influencias celestiales, hace afirmar, no por fe, sino por temor, parte de lo que se teme. Y no hay duda sino que Aben Humeya tenía entera noticia de los reyes moros a quien los turcos habían favorecido al principio en África para ponerlos en estado; y después los habían ellos mesmos muerto y quedádose con todo lo que les habían ayudado a ganar, y estaba con temor de que harían otro tanto dél. Volviendo pues a nuestra historia, otro día de mañana le sacaron muerto y le enterraron en un muladar con el desprecio que merecían sus maldades; saqueáronle la casa, cobró Diego Alguacil su prima, y los otros alcaides repartieron entre sí las otras mujeres; y dando el gobierno y mando a Aben Aboo con término limitado de tres meses, envió por confirmación de su elección al gobernador de Argel, como a persona que estaba en lugar del Gran Turco. A esto fue Mahamete Ben Daud, de quien al principio desta historia hicimos mención, con un presente de cristianos captivos y de cosas de la tierra; y no mucho después Daud le envió el despacho, y se quedó allá; que no osó volver más a España. De allí adelante se intituló el hereje Muley Abdalá Aben Aboo, rey de los andaluces, y puso en su bandera unas letras que decían: «No pude desear más ni contentarme con menos». Los turcos prendieron todos los alcaides que no querían obedecerle, y hicieron que le diesen obediencia, sino fue Aben Mequenun, hijo de Puertocarrero, que se apartó con cuatrocientos moros en el río de Almería, y a la parte de Almuñécar Gironcillo, llamado por otro nombre el Archidoni. Nombró Aben Aboo por general de los ríos de Almería, Boloduí, Almanzora y sierra de Baza y Filabres y tierra del marquesado del Cenete, a Jerónimo el Maleh; al Xoaybi y al Hascein de Güéjar encargó el partido de Sierra-Nevada, tierra de Vélez, Alpujarra y valle y sierra de Granada, con patentes que les obedeciesen todos los otros capitanes; y dende a poco tiempo despachó al alcaide Hoscein, turco, con segundo presente para el gobernador de Argel y para el mefti de Constantinopla, encargándole que por vía de religión encomendase sus negocios al Gran Turco, para que le mandase dar socorro de gente, armas y municiones mientras bajaba su poderosa armada; y ordenando una milicia ordinaria de cuatro mil tiradores, mandó que los mil dellos asistiesen por su rueda cerca de su persona, los docientos hiciesen cada día guardia, y pusiesen centinelas de noche dentro y fuera del lugar donde se hallase, como personas en quien tenía puesta su confianza y que pensaba gobernarse por su consejo.
Cómo Aben Aboo juntó la gente de la Alpujarra y fue a cercar a Órgiba
Cuando Aben Aboo hubo asentado las cosas de la Alpujarra, juntando el mayor número de gente que pudo, fue a reconocer el valle de Lecrín, y dio vuelta a Lobras y vista a Salobreña, y se alojó en la boca del río de Motril, y de allí ordenó de ir a combatir el fuerte de Órgiba. Habían salido de aquel presidio aquellos días ochenta soldados de la compañía de Antonio Moreno a hacer una entrada con Vilches, su alférez, y engañados por una espía que los llevaba vendidos, habían dado en una emboscada de moros, que los aguardaba en el barranco de la Negra, y los habían muerto a todos; y entendiendo el moro que debía quedar poca gente dentro, que podría ocupar aquella plaza, partió del lugar de Cádiar a 26 días del mes de otubre con diez mil hombres de pelea, y entre ellos seiscientos turcos y moros berberiscos. Y el siguiente día, víspera de San Simón y Judas, en la noche llegó cerca de nuestro fuerte; y emboscando toda la gente en unas ramblas que se hacen dos tiros de arcabuz, el otro día domingo de mañana echó cuatro moros delante que disimuladamente, como que andaban cazando, procurasen sacar a lo largo una escuadra de soldados que salían de ordinario a descubrir la tierra para poder tomar lengua. Mudábase cada mes la gente de guerra deste presidio, porque los soldados huían de ir a él por causa del mucho trabajo que padecían; y don Juan de Austria enviaba desde Granada con las escoltas las compañías que habían de quedar, y con los bagajes vacíos se volvían las que habían estado su temporada; y esto era cada mes. Con esta orden habían llegado poco antes que los moros matasen al alférez Vilches y a los ochenta soldados, en una escolta seis compañías de infantería, las tres con sus proprios capitanes, llamados Gaspar Maldonado, don Alonso [295] de Arellano y Gaspar Delgado, sobrino del obispo de Jaén, que servía a costa de su tío con trecientos arcabuceros; y las otras tres, que eran de Antonio Moreno y Francisco de Salante y Alonso de Arauz, capitán de los de Sevilla, llevaban sus alféreces, porque quedaban ellos ocupados en Granada; y dos estandartes de caballos, el uno de Juan Álvarez de Bohorques, y el otro que servía Lorenzo de Leiva por don Luis de la Cueva; y con el infelice suceso de aquella gente estaba Francisco de Molina muy recatado, y no dejaba salir del fuerte a nadie sin primero descubrir y reconocer muy bien toda la tierra al derredor, entendiendo que con la vanagloria de aquellas muertes no dejarían los moros de venirle a correr y a poner emboscadas. Y como aquel día saliese una escuadra a descubrir hacia la parte donde los cuatro moros andaban, y ellos diesen luego a huir, el caporal que iba con ella, llamado Francisco Hidalgo, sin considerar lo que podía haber en las ramblas, se puso en su seguimiento, y fue cebándose tanto en ellos, que dio de golpe en una de las emboscadas; y saliéndole los moros de muy cerca, le cercaron por todas partes y le mataron, y con él otros cuatro soldados que iban delante; los otros se retiraron con mucho peligro al fuerte y dieron aviso a Francisco de Molina del suceso. El cual envió luego a Lorenzo de Leiva con seis caballos suyos y cuatro del capitán Juan Álvarez de Bohorques, que estaban alojados fuera del fuerte, a que reconociese qué gente era aquella, con los cuales llegó al lugar donde los moros habían estado emboscados, y hallándolos retirados, pasó tan adelante, que llegó adonde estaba el proprio Aben Aboo con el golpe de la gente; y deteniéndose para reconocer bien, se hubiera de perder, porque le cargaron tantos escopeteros, que matando el caballo a un escudero, le hirieron el suyo, y se hubo de retirar con harto trabajo, yéndole siguiendo siempre los enemigos con grandes alaridos hasta meterle dentro del fuerte. Y este día, que fue 28 días del mes de otubre, cercaron el sitio que tenían los nuestros por todas partes, ocupando todos los lugares que le tenían a caballero para poderlos ofender con las escopetas; y haciendo un recio acometimiento, mataron algunos cristianos, y entre ellos a Cristóbal de Zayas, alférez de don Alonso de Arellano, y a un escudero de la compañía de Juan Álvarez de Bohorques, llamado Pescador. Viendo pues nuestra gente la determinación que traían los enemigos, y que los muros del fuerte eran tapias de tierra y paredejas de piedra seca tan bajas que en algunas partes no cubrían un hombre, acudiendo animosamente al reparo con sus personas y con la arcabucería puesta de mampuesto en las saeteras y traveses, mataron y hirieron muchos dellos, y les hicieron perder la furia que traían Juan Álvarez de Bohorques con sus escuderos se puso a defender un portillo que aún no estaba acabado de cerrar, entre el cuartel de Salante y el de don Alonso de Arellano, por donde a pie llano pudiera entrar un buen golpe de gente. Y cierto fue provisión divina la inadvertencia de los moros este día, porque si acometieran por tres o cuatro partes el fuerte, según los muros estaban bajos y mal reparados, y la muchedumbre que eran, fácilmente pudieran entrarle. Viendo pues Aben Aboo la resistencia que había en nuestros cristianos, retiró su gente, y repartiéndola en cuatro cuarteles, cercó el fuerte por cuatro partes; y quitando el agua de la acequia, comenzó a dar orden en los combates. En este tiempo repartió Francisco de Molina los cuarteles, señalando a cada compañía lo que habían de defender. A la parte del norte, donde sale el camino que va a Granada, puso la compañía de Arauz, y con ella a Jerónimo Casaus, su alférez; y a la mano izquierda dél a Gaspar Maldonado con la suya, teniendo a las espaldas la iglesia; a la parte del río que responde hacia poniente la de Salante con Alonso Velázquez de Portillo, su alférez; a la parte de mediodía, donde sale el camino para Motril, a don Alonso de Arellano: y entre él y el cuartel de Arauz a Gaspar Delgado. Los capitanes de caballos quedaron sobresalientes para acudir a pie donde viesen ser más necesario, y con ellos para el dicho efeto don Antonio Enríquez, Gonzalo Rodriguel, el capitán Medrano y Francisco Jiménez, soldados práticos entretenidos por haber tenido cargos en la milicia, a quién su majestad había mandado ir a servir en esta guerra, y don Juan de Austria los había enviado aquellos días a Órgiba. Lo primero que los enemigos hicieron fue ocupar la casa de un horno que estaba tan cerca, que sola una calle había entre ella y el muro; y mandando juntar mucha fagina, la echaron por una ventana en otra casa que estaba incorporada en el proprio muro para ponerle fuego y quemarla, porque dende unos traveses bajos que había hechos en ella les hacían daño los nuestros con los arcabuces, y porque también entendieron que quemando aquella casa les quedaría la entrada llana por aquella parte. Mas no les sucedió como pensaban, porque antes que hubiesen arrojado tanta fagina que bastase para hacer el efeto que pretendían, nuestros capitanes hicieron echar sobre ella muchas esteras ardiendo untadas con aceite, y se les quemó toda; y arrojando cantidad de alcancías de fuego por las ventanas en la otra casa del horno, les fue necesario desampararla y que se retirasen con daño. No por eso dejaban de acercarse los enemigos por otras partes haciendo impetuosos acometimientos; y eran tantas las piedras que echaban sobre los que estaban en las troneras y en los traveses, que fue menester que el capitán Juan Álvarez acudiese hacia aquella parte, y cubriendo los soldados con las adargas y rodelas de los escuderos, resistió el ímpetu y furia de piedras; y los moros, viendo cuán poco les aprovechaba, tomaron unos cerros al derredor que descubrían el ámbito del fuerte; y poniéndose algunos escopeteros en un palomar alto y en unas casas que habían sido de los Abulmestes, entre los cuarteles de Gaspar Maldonado y don Alonso de Arellano, mataron ocho caballos y hirieron algunos soldados y escuderos que atravesaban de una parte a otra; y para reparar este daño fue necesario hacer trincheas por donde atravesase nuestra gente encubierta. Hicieron también los moros cuatro minas, que respondían a diferentes partes. La que iba hacia el cuartel de Gaspar Maldonado pensaron meter debajo de la iglesia, donde entendían que estaban los bastimentos y municiones; mas el capitán levantó luego un caballero alto para sujetar a los trabajadores y poderles descubrir en la obra que hacían; y acudiendo hacia aquella parte los capitanes Juan Álvarez de Bohorques y Lorenzo de Leiva, fueron también de mucha importancia las adargas este día, porque resistieron con ellas la furia de las piedras [296] que los de fuera tiraban. La otra mina enderezaron hacia el cuartel del capitán Delgado, la cual pasó tan adelante, que llegaron a encontrarse con los soldados en una contramina que les hicieron; y peleando con ellos, mataron algunos moros dentro y se la hicieron desamparar, y les tomaron las herramientas con que cavaban. Las otras dos, que respondían al cuartel de don Alonso de Arellano, no hubieron efeto, porque toparon luego con una peña viva que las atajó. Dejando pues la obra de las minas porque vieron el ruin suceso dellas los turcos comenzaron a hacer un terrapleno de tierra, fagina y piedra en una casa junto a la muralla, que no habían tenido lugar los cristianos de derribarla. Desde allí señoreaban otra casamata que había entre los cuarteles de Gaspar Maldonado y Arauz; y fue tanta la presteza con que lo hicieron, que los nuestros no tuvieron otro remedio sino retirarse al segundo muro de la casamata, dejando el primero desamparado y el ámbito della hecho plaza. Allí hicieron nuevos traveses, porque los enemigos les cegaron los que tenían a la parte de fuera, hinchendo la calle de tierra, piedra y rama de manera, que entendían poder entrar a pie llano por encima de los terrados. Como vio Aben Aboo que los cristianos habían desamparado la casamata, creyendo que también habían dejado el muro y recogídose a la torre y a la iglesia, mandó que se les diese por allí un recio combate; y juntándose hacia aquella parte los turcos y toda la mejor gente de los moros, con muchos sones de atabalejos y dulzainas y grandes alaridos a su usanza acometieron el fuerte, día de Todos Santos. Fue tanta la presteza de los bárbaros, que antes que Francisco de Molina y los otros capitanes que andaban visitando los cuarteles acudiesen, habían entrado ya muchos dellos dentro del fuerte; y aunque Jerónimo de Casaus, alférez de Arauz, que guardaba aquel cuartel, resistió su ímpetu animosamente, andando envuelto en polvo y sangre de los enemigos, no fuera parte para defenderles la entrada, porque los soldados se retiraban, si no llegara Francisco de Molina, el cual, armado de un coselete dorado, con la espada en la mano se opuso valerosamente a los enemigos; y acudiéndole Juan Álvarez de Bohorques y Lorenzo de Leiva y el alférez Portillo, y con ellos muchos animosos escuderos y soldados, resistieron su acometimiento. Este día hizo Francisco de Molina oficio de capitán y valiente soldado, el cual, discurriendo de una parte a otra, animaba a los unos y amenazaba a los que veía que aflojaban; y peleando por su persona donde veía que era menester, retiró y echó fuera a los enemigos, que tenían ya arboladas dos banderas sobre el muro, la una de damasco blanco, y la otra de tafetán carmesí con una media luna blanca en medio bordada de oro y las borlas guarnecidas de aljófar; y cayendo los alféreces moros que las traían, se las quitaron, y mataron más de docientos moriscos. Cerca dellas un alférez destos quedó caído a la parte de fuera del muro con los muslos atravesados de un arcabuzazo, el cual, viendo huir su gente, comenzó a dar grandes voces diciéndoles que volviesen a pelear, porque más valía morir como hombres que huir como mujeres; y viendo que no acudían a retirarle, los comenzó a deshonrar de perros cobardes, y rogó a los cristianos que bajasen y le acabasen de matar, porque mayor honra le sería morir a sus manos, que vivir entre gente tan vil; y no tardó mucho que bajó un soldado del fuerte y le cortó la cabeza. Después deste, queriendo Aben Aboo dar tercero asalto, mandó que se metiesen más de dos mil moros en unas casas que estaban destechadas par del muro, los cuales, estando cubiertos con las paredes de la ofensa de los arcabuces, comenzaron a tirar por encima dellas tanta multitud de piedra, que apenas se podían defender della los soldados, porque les caía de peso encima; y estando Francisco de Molina cerca de la puerta de Granada, quitada la celada de la cabeza, le descalabraron. Fue tanta la furia de las piedras este día, que derribaron mucha parte de la pared de una casa donde posaba el capitán Delgado, con ser de cal y ladrillo, y hicieron portillos en otras, por donde pudieran entrar a placer si los soldados no los repararan luego. Acudiendo pues a esta parte el capitán Juan Álvarez de Bohorques, tomó por remedio ofender a los enemigos con sus mesmas armas; y juntando él mayor número de soldados y mozos que pudo, les mandó que volviesen a arrojar contra las casas donde se habían metido los enemigos las mesmas piedras que ellos tiraban; y como no tenían adargas ni celadas con que cubrir las cabezas, como los cristianos, fueles forzado salir huyendo y dejarlas desamparadas; y con esto cesó aquel asalto, y de allí adelante no osaron llegar más a tirar piedras. Este capitán Juan Álvarez de Bohorques era natural de Villamartín, hermano del otro capitán don Hernando Álvarez de Bohorques, de quien hice mención, y servía con una compañía de caballos de su mesmo pueblo, y don Juan de Austria le había mandado que llevase a Órgiba la escolta última que dijimos. Y porque estaba enfermo y tenía necesidad de curarse, le había dado licencia para que en llegando al presidio dejase allí sus escuderos y se volviese a Granada; el cual, como supo que había sospecha de cerco, no le pareciendo que convenía a su honra dejar la gente y volverse a Granada, dijo a Francisco de Molina que no quería usar de la licencia, sino esperar la común fortuna; el cual se lo tuvo en mucho, porque todos huían de estar en aquel presidio; y cierto fue su quedada importante, porque era hombre animoso y de muy buen entendimiento. Viendo pues Aben Aboo el poco efeto que hacían los suyos en los asaltos, y que cada día había mayor defensa en los cercados, determinó de tomar el fuerte por hambre. Veía que tomando los pasos por donde habían de venir las escoltas de Granada, de necesidad les había de faltar el bastimento, y que quitándoles el agua del río y de la acequia, perecerían de sed en acabándoseles la que tenían en los fosos, los cuales se secaban luego al principio, mas después se había ido apretando la tierra y detenían ya el agua; y poco antes que el campo de los enemigos llegase, los habían henchido, y de allí bebían los soldados, aunque salían a tomarla con peligro, hasta que se hizo una mina por de dentro para poder llegar encubiertos a ellos, y no les quedaba ya agua para dos días. Por otra parte Francisco de Molina, en retirándose los moros del asalto, dio orden como aquella noche saliesen del fuerte dos soldados que sabían la lengua arábiga y eran muy práticos en la tierra, y tocando arma por diferentes partes, para pervertir al enemigo y que tuviesen lugar de pasar adelante encubiertos, los envió a Granada con una [297] carta para don Juan de Austria. Y por si acaso los prendiesen en el camino, porque no se entendiese la flaqueza que había en el fuerte, decía en ella que no tuviese su alteza pena, porque aunque los moros eran muchos, con mil y quinientos hombres que allí había y cantidad de bastimentos y municiones que le quedaban para más de un mes, estaba seguro el presidio, y aun entendía salir a ofender al enemigo. Y por otra parte mandó a los dos soldados que dijesen de palabra la falta que había de lo uno y de lo otro, y lo mucho que convenía socorrer con brevedad. Estos dos soldados se dieron tan buena maña, que pasando por medio del campo de los moros, fueron a Granada y dieron aviso a don Juan de Austria del estado del cerco; mas ya se tenían otros avisos por espías, y se aparejaba el duque de Sesa para ir a hacer el socorro, como diremos en el siguiente capítulo.
Cómo el duque de Sesa salió a socorrer a Órgiba, y cómo Aben Aboo alzó el cerco y le fue a defender el paso
Como se supo en Granada el aprieto en que estaba Órgiba, el duque de Sesa, a quien estaba cometido el socorro, salió con la gente de guerra que había en la ciudad y en los lugares de la Vega, y fue al Padul, y de allí pasó al lugar de Acequia. Por cabo de la infantería iba don Pedro de Vargas, y de los caballos don Miguel de León; y capitanes eran don Jerónimo Zapata y Ruy Díaz de Mendoza. En este alojamiento se detuvo muchos días, así por aguardar que llegase la gente de la Andalucía que don Juan de Austria había enviado a pedir aquellos días para que llevasen los moriscos que habían quedado en Granada, como porque le dio la enfermedad de la gota, y don Juan de Austria quiso enviar a Luis Quijada en su lugar, mas luego mejoró. Siendo pues avisado Aben Aboo que el Duque estaba en campaña y que iba a socorrer aquel presidio, al octavo día acordó de alzar el cerco y salir a esperarle en el paso de Lanjarón para defenderle la entrada y pelear con él con ventaja de sitio. Y porque los cercados no le sintiesen partir, levantó el campo a media noche, y tan a la sorda, que no se entendió en el fuerte hasta otro día de mañana, que Francisco de Molina, viendo que no bullía cosa viva en el campo, hizo abrir una puerta que salía a los fosos del agua, y envió al alférez Portillo a reconocer las trincheas de los enemigos, el cual refirió cómo se habían ido. Esta fue una alegre nueva para los cercados, y dando muchas gracias a Dios por verse libres de aquel peligro, salieron a los alojamientos, donde hallaron muchos cuartos de carne y otras cosas de comer que se habían dejado con la priesa de la partida, y lo recogieron todo; y echando la acequia en los fosos, los tornaron a henchir de agua, porque, como queda dicho, tenían ya mucha falta della. Luego envió Francisco de Molina otros dos soldados con segundo aviso a don Juan de Austria de como el enemigo había alzado el cerco, y entendía que se iba a poner en la sierra de Lanjarón para defender el paso a la gente del socorro. En este tiempo, los dos soldados que habían ido primero a Granada volvieron a Órgiba con la respuesta de don Juan de Austria, en que decía que se había tratado en el Consejo de retirar aquel presidio y dejar el fuerte, y que no se había acabado de tomar resolución hasta ver su parecer; por tanto, que avisase luego, y si le parecía que convenía defenderle, enviase las causas, con relación de la gente y de las otras cosas que serían menester para ello. A esto respondió Francisco de Molina que al servicio de Dios y de su majestad convenía que aquel fuerte se sustentase por muchos respetos, y especialmente porque los moros cobrarían ánimo viéndole retirar; que conforme a esto le parecía que se debía socorrer con brevedad, y llegando la gente del socorro, podría quedar el número que pareciese suficiente para defenderle. Mas este parecer no fue aprobado; antes el Consejo se resolvió en que se desamparase, retirando la gente que había dentro, por ser lugar más costoso que provechoso, y no de momento para el enemigo. Después desto tuvo otra carta del duque de Sesa con los segundos soldados, en que decía que, habiendo llegado hasta el lugar de Acequia para socorrer aquella plaza, estaba aguardando que llegase la gente que venía de las ciudades para ir adelante, y que le avisase luego para cuantos días tenía de comer, porque para el día y hora que le dijese iría a sacarle de allí, como estaba acordado, advirtiéndole que estuviese a punto para retirarse con brevedad, porque no llegaría más que hasta el barranco de Lanjarón. El cual le respondió que tenía solo pan para cinco días, y que para cualquiera hora que fuese menester estaría apercebido; mas que había en el fuerte ochenta soldados heridos y enfermos, y algunas mujeres y niños, y otras muchas cosas de munición, que para llevarlo sería necesario llegar hasta el lugar de Órgiba con algunos bagajes. Dejemos agora a Francisco de Molina en Órgiba, y digamos lo que sucedió en Acequia al campo del duque de Sesa estos días.
Usaba de muchas mañas Aben Aboo para entretener al duque de Sesa que no pasase a socorrer a Órgiba, porque entendía que los cristianos que estaban dentro no podían dejar de perderse muy en breve, faltándoles los bastimentos. Hacía grandes representaciones de gentes por aquellos cerros, fingía cartas exagerando el poder de los moros, y aún echaba fama que ya era perdido el fuerte y que eran muertos todos los cristianos de hambre. Estas cosas divulgaban los moriscos de paz en Granada, las espías en el campo, y los unos y los otros tan disimuladamente, que tenían suspenso al duque de Sesa, no se determinando si pasaría con la gente que allí tenía, o si esperaría la que venía de las ciudades, que no acababa de llegar. Estando pues con este cuidado, deseoso de prender algún moro de quien tomar lengua, Pedro de Vilches, Pie de palo, se le ofreció que se lo traería, dándole licencia para ello. Quisiera el Duque excusarle de aquel trabajo, por ser hombre impedido y hacer la noche escura y tempestuosa de agua y viento: mas el animoso Vilches porfió tanto con él, y la necesidad era tan grande, que hubo de darle la licencia que pedía, enviando con él a Francisco de Arroyo, otro cuadrillero, con su gente. Los cuales salieron a prima noche, y emboscándose con los soldados en unas trochas que sabían, cuando vino el día tenían ya presos seis moros que venían hacia donde estaba Aben [298] Aboo con cartas suyas. Con esta presa volvieron al campo; y queriendo saber el duque de Sesa lo que se contenía en aquellas cartas, porque estaban en arábigo y no había allí quien las supiese leer, escribió luego al Presidente que le enviase un romanzador que las declarase; el cual envió al licenciado Castillo, que las romanzó, y eran, según lo que después nos dijo, para los alcaides de Guéjar, Albuñuelas y Guájaras, diciéndoles que al bien de los moros convenía que recogiesen luego toda la gente de sus partidos, y se fuesen a juntar con él, porque quería dar batalla al duque de Sesa, que estaba en Acequia con fin de pasar a socorrer a Órgiba, y sin duda le desbaratarían; y que se había dejado de proseguir en el cerco de Órgiba para venirle a esperar en el paso; y que los cristianos quedaban ya de manera, que no podrían dejar de perderse brevemente. Y en la carta que iba para el alcaide Xoaybi de Guéjar decía otra particularidad más: que saliese con seis mil moros de los que allí tenía, y tomando el barranco entre Acequia y Lanjarón, cuando el campo del Duque hubiese pasado, cortase el camino a las escoltas, que de necesidad habían de ir con bastimento, porque esto solo bastaría para desbaratarle. Por otra parte había hecho que se divulgase en Granada que el fuerte era ya perdido y que los cristianos habían sido todos muertos, para que don Juan de Austria mandase al duque de Sesa que retirase el campo, o a lo menos le entretuviese en aquel alojamiento; y habíalo sabido hacer de manera que, para que se diese más crédito, había escrito que lo dijese algún morisco a un religioso en forma de confesión; y estando un día don Juan de Austria solo en su aposento, llegó a él un fraile a decírselo por cosa muy cierta. Esta nueva puso en harto cuidado al animoso Príncipe, y mandando juntar luego consejo, propuso lo que el fraile le había dicho, para ver el remedio que se podría tener; y dando y tomando sobre el negocio, jamás se pudo persuadir el presidente don Pedro de Deza a que fuese verdad, diciendo que sin duda era algún trato de moros; porque si otra cosa fuera, no era posible dejar de haber venido alguna persona que depusiera de vista; y tanto más dejó de creerlo cuando don Juan de Austria le dijo de quién y cómo lo había sabido. Dando pues todavía priesa al duque de Sesa que pasase adelante, determinó de hacerlo; y enviando a Pedro de Vilches con ochocientos infantes a que reconociese el barranco que atraviesa el camino real y baja a dar a Tablate, le mandó que tomase lo alto dél, y se pusiese donde el camino de Lanjarón hace vuelta cerca de Órgiba, y desde allí diese aviso a Francisco de Molina; y para asegurarle envió luego en su resguardo ochocientos hombres, y él siguió con todo el resto del ejército, que serían poco más de cuatro mil infantes y trecientos caballos, sospechando que los unos y los otros habrían menester socorro. Luego que los enemigos vieron caminar nuestra gente, repartiendo la suya en dos partes, el Huscein y el Dali, capitanes turcos, fueron a encontrar a nuestro cuadrillero con la una, y la otra quedó de retaguardia; y encubriéndose los delanteros, antes de llegar a ellos comenzó Dali a mostrarse tarde y a entretenerse escaramuzando; y entre tanto apartaron seiscientos hombres, trecientos con el Rendati, para que se emboscase a las espaldas, y trecientos con el Macox, que fuese encubiertamente a ponerse junto al camino de Acequia, donde dicen Calat el Haxar, que quiere decir atalaya de las piedras: cosa pocas veces vista, y de hombres muy práticos en la tierra, apartarse con gente estando escaramuzando, y emboscarse sin ser sentidos de los que estaban a la frente ni de los que venían a las espaldas. Cayó la tarde, y cargó Dali reforzando la escaramuza a la parte del barranco cerca del agua, de manera que a los nuestros pareció retirarse hacia donde entendían que venía el Duque. A este tiempo se descubrió el Rendati, y fue cargando sobre ellos; los cuales, hallándose lejos del socorro y viendo que cerraba ya la noche, se retiraron a un alto cerca del barranco con propósito de parar allí hechos fuertes; y pudieran estar seguros, aunque con algún daño, si el capitán Perea, natural de Ocaña, tuviera sufrimiento; mas en viendo el socorro que les iba, desamparó el cerro, y bajando el barranco abajo, fue seguido de los enemigos y muerto peleando con parte de los soldados que iban con él. Los otros pasaron adelante, siguiéndolos los moros, hasta que llegaron donde estaba el Duque ya anochecido, el cual los socorrió y retiró; mas dando en la segunda emboscada del Macox, y hallándose por una parte apretado de los enemigos, y por otra incierto del camino y de la tierra, con la escuridad y confusión, y con el miedo de la gente que le iba faltando, fue necesario hacer frente al enemigo con su persona. Quedaron con el Duque don Gabriel de Córdoba y don Luis de Córdoba, y don Luis de Cardona, Pagan de Oria, hermano de Juan Andrea de Oria, y otros caballeros y capitanes, muchos de los cuales se apearon con la infantería, y con la mejor orden que pudieron se retiraron al alojamiento casi a media noche. Hubo algunas opiniones que si los moros cargaran como al principio, corrieran peligro de perderse todos los nuestros; mas el daño estuvo en que Pedro de Vilches partió a hora que no le bastó al Duque el día para llegar a Órgiba ni para socorrer, porque le faltó el tiempo: cosa que engañó a muchos en el reino de Granada, que no le median bien por la aspereza de la tierra, hondura de barrancos y estrechura de caminos. Murieron cuatrocientos cristianos y hubo muchos heridos, y perdiéronse muchas armas, según lo que los moros decían; pero según nosotros, que en esta guerra nos enseñamos a disimular y encubrir la pérdida, solos sesenta fueron los muertos, no con poco daño de los enemigos y con mucha reputación del Duque, que de noche, sospechoso de la gente, apretado de los enemigos, impedido de la persona, tuvo libertad para poner en ejecución lo que se ofrecía proveer a todas partes, resolución para apartar los enemigos y autoridad para detener a los soldados, que habían ya comenzado a huir.
Cómo Francisco de Molina dejó el fuerte de Órgiba, y se retiró con toda la gente a Motril, y el duque de Sesa se volvió a Granada
En este tiempo Francisco de Molina, viendo que los cinco días en que el duque de Sesa había enviado a decir que le socorrería eran ya pasados, y otros cinco más, considerando que, pues su entrada no era para más efeto que para sacarle de allí, podría excusarse con salir él; el proprio día que recibió la carta última, [299] tomando consigo a los capitanes Juan Álvarez de Bohorques y Gaspar Maldonado y otros tres de a caballo, salió a reconocer el sitio donde se había puesto el campo del enemigo; y pasando por muchas centinelas de moros que estaban puestas por aquellos cerros, llegó hasta el castillo de Lanjarón, dos leguas de Órgiba, donde había una escuadra de soldados a su orden; a los cuales preguntó qué nuevas tenían del campo de los moros; y diciéndole que no sabían más de que todos aquellos cerros estaban cubiertos dellos, considerando que su intento no era más que defender aquella entrada, volvió luego al fuerte por otro camino; y aquella misma noche hizo, calentar con las astas de las picas y alabardas de la munición unas piezas de artillería de campaña que había dentro; y haciéndolas pedazos, enterró el metal y otras cosas de peso, que entendió que no se podían llevar. Y haciendo subir los enfermos y heridos y algunas mujeres en los caballos de los escuderos, lo mejor que pudo, tomando por estandarte un crucifijo, a quien todos se encomendaron con mucha devoción, sin hacer ruido con las cajas, sacó toda la gente del fuerte a las diez de la noche, y caminó la vuelta de Motril, llevando las cruces, los retablos y los ornamentos de la iglesia consigo. Dejó cuatro soldados en la torre de la campana, con orden que tañesen siempre, como se tenía de costumbre, hasta que la gente se hubiese alargado de la otra parte del río; y que en viendo cierta señal que se les haría con fuego, se retirasen. Desta manera se fueron todos por el camino de Motril, sin hallar quien les hiciese estorbo, donde llegaron otro día de mañana; y se excusó la entrada del duque de Sesa por entonces, dejando burlado al enemigo. Llegada nuestra gente a vista de Motril, los de la villa estuvieron harto temerosos, creyendo que eran moros, porque la mesma noche que salieron de Órgiba habían venido los enemigos de Dios a dar en las casas del barrio de los moriscos, y se los habían llevado a la sierra, a unos por fuerza y a otros de grado, y habían peleado buen rato con los cristianos, que tenían barreadas las bocas de las calles, y las mujeres y niños metidos en la iglesia, que es a manera de una fortaleza. Mas cuando supieron que eran los soldados de Órgiba, no se puede encarecer el contento que recibieron, así por verlos libres del cerco, como por entender que la villa estaría guardada; y porque tenían falta de bastimentos, y los nuevos huéspedes llevaban pocos, acordaron luego de salir a buscar qué comer a los lugares de Lobras, Patabra y Mulvízar. Otro día siguiente salió el capitán Juan Álvarez de Bohorques con la gente de a caballo y algunos arcabuceros de a pie, y dando sobre ellos, los saqueó, y recogió muchas cosas de comer y cantidad de paja, que era lo que más habían menester para los caballos; mas no hizo daño a los moros en sus personas, porque tuvieron aviso de cómo iba, y se subieron a la sierra. Cuando don Juan de Austria supo lo que Francisco de Molina había hecho, loó mucho su buena diligencia; y mandándole que se quedase en Motril por cabo de la gente de guerra que allí había, hizo hartos buenos efetos en los moros; y cuando hubo de ir al río de Almanzora, le mandó que fuese a servir aquella jornada. Por otra parte, el duque de Sesa, que todavía estaba con su campo en Acequia, viendo que ya no había para qué pasar adelante, dio vuelta hacia las Albuñuelas, donde se habían recogido muchos moros, y acabando de destruir aquellos lugares, dejó allí mil hombre de presidio, y se fue a Granada. El primero que dio aviso cómo Francisco de Molina había dejado a Órgiba y retirado la gente a Motril, fue un cristiano captivo que acudió a la Calahorra, y dijo al marqués de los Vélez como los moros habían hecho grandes alegrías por toda la Alpujarra, y que era tan grande su regocijo, que se había descuidado su amo con él, y había tenido lugar para poder huir; el cual despachó luego con la nueva a su majestad y a don Juan de Austria.
Cómo Jerónimo el Maleh alzó la villa de Galera, y cómo los de Güéscar fueron a socorrer unos soldados que se hicieron fuertes en la iglesia
La villa de Galera era de don Enrique Enríquez, vecino de Baza; el cual a pedimento de los proprios vecinos, que todos eran moriscos, para defenderlos si viniesen algunos moros a hacerles que se alzasen, había enviádoles sesenta arcabuceros con Almarta, su criado, encargándole que no los alojase en las casas, porque no diesen pesadumbre a los moriscos; el cual estaba alojado con ellos en la iglesia, que está fuera de la villa a la parte del cierzo, en un llano que se hace entre las casas y el río. La torre del campanario era fuerte, en ella tenía su centinela de noche y de día. Andaba en este tiempo Jerónimo el Maleh con otro campo de moros a la parte del río de Almanzora y Baza, solicitando todos los pueblos de moriscos a rebelión, y haciendo el daño que podía en los cristianos, y traía consigo un capitán turco llamado Caravajal con docientos escopeteros berberiscos; y queriendo levantar a Galera, para recoger allí la gente de Orce y Castilleja, por ser sitio fuerte, del cual haremos adelante mención, los vecinos se excusaban con decir que no podían alzarse mientras Almarta estuviese allí con aquellos soldados; y para quitárselos de delante, había metido secretamente en la villa docientos moros armados que los matasen; cosa que pudiera hacer con mucha facilidad, según estaba Almarta confiado de que no le harían traición, porque subían cada mañana los soldados de dos en dos y de tres en tres a la plaza a comprar bastimentos, tan descuidados como si todos fueran unos, ellos y los vecinos. Ordenaron pues los enemigos de Dios de ponerse una mañana a trechos por las calles y por las casas, y como fuesen subiendo los soldados, matarlos, y acudir luego a la iglesia y ponerle fuego para quemar a los que hubiesen quedado dentro. Estando pues con esta determinación la noche antes del día que habían de hacer el efeto, un moro llamado Anrique, natural de Purchena, de los que el Maleh había enviado, que había sido monfí en tiempo de paces, pareciéndole que era buena coyuntura la que se ofrecía para alcanzar gracia y perdón de sus culpas, determinó de meterse en la iglesia, y dar aviso a los cristianos del engaño que les tenían ordenado; y arrojándose por la ventana de una casa, aunque fue sentido de las centinelas y de otros moros sus compañeros, que salieron en su seguimiento y le descalabraron, todavía corrió más que ellos, y se metió con los cristianos en la iglesia, y les descubrió lo que tenían acordado para matarlos, y cómo había [300] en la villa docientos moros que el Maleh había enviado, y que él era uno dellos. Almarta le agradeció mucho el aviso, y envió luego dos soldados a Güéscar, que está una legua de allí, pidiendo al alcaide Francisco de Villa Pecellin, caballero del hábito de Calatrava y gobernador de aquel estado, que es del duque de Alba, y al doctor Huerta, alcalde mayor, que le socorriesen con alguna gente para poderse retirar con la poca que tenía consigo. Los cuales juntaron a gran priesa los caballos y peones, y fueron a Galera; mas ya cuando llegaron la villa estaba alzada y los moros tenían, cercada la iglesia, y la habían combatido y puéstole fuego para quemarla; y como los de Güéscar llegaron, se retiraron escaramuzando hacia la villa; de manera que los cercados tuvieron lugar de poder salir por unas ventanas que salían hacia el río con igual trabajo que peligro; y sin hacer otro efeto más que retirar aquella gente, se volvieron el mesmo día a Güéscar, dejando aquella villa alzada y puesta en arma, con propósito de volver mejor apercebidos sobre ella.
Cómo la gente de Güéscar volvió sobre Galera, y volviendo desbaratados, quisieron matar los moriscos que vivían en Güéscar
Vuelta nuestra gente a Güéscar, creció tanto la ira popular en ver la insolencia con que se habían alzado los de Galera, y el trato que aquellos moros tan regalados de su señor tenían hecho para matar a los soldados que les había enviado para que los defendiesen, que indignados contra toda la nación morisca, quisieron matar a los que vivían entre ellos, y saquearles las casas antes que viniesen a hacer otro tanto. Y como anduviese este ruido entre la gente común, el comendador Pecellin recogió todos los moriscos en las casas de las tercias, que son unos alholís muy grandes, donde se encierra el pan que pertenece al duque de Alba de sus rentas, dejando solas las moriscas en las casas. Apaciguose el pueblo por entonces con esperanza de saquear a Galera; y enviando a llamar a los vecinos de la villa de Bolteruela para que los acompañasen, fueran luego a hacer el efeto, aunque confusa y desordenadamente, como hombres que llevaban menos celo y más cudicia de la que era menester en aquella coyuntura. Llegados a Galera, pelearon dos días con los moros sin hacer nada ni quererse retirar; y viendo la resistencia que les hacían, y que sería menester más fuerza de gente, enviaron a pedir socorro a don Antonio de Luna, que, como queda dicho, estaba por cabo de la gente de guerra de Baza. En este tiempo doña Juana Fajardo viuda, mujer de don Enrique Enríquez, porque no le saqueasen aquellos vasallos, entendiendo poderlos apaciguar, envió a don Antonio Enríquez, su cuñado, con algunos caballos, a que les hablase de su parte, y les persuadiese a que dejasen las armas y se redujesen al servicio de su majestad; el cual llegó a la villa estando sobre ellos los de Güéscar; y acercándose a las casas, llamó por sus nombres a algunos de los vecinos que conocía, y les dijo que se maravillaba mucho de ver novedad tan grande en gente que siempre habían sido leales, y que bien se dejaba entender no ser ellos los autores de la maldad, sino los moros forasteros que habían hecho que se alzasen por fuerza; que el remedio estaba en la mano, porque él venía a defenderlos, y a dar orden como tampoco recibiesen daño de la gente de guerra; por tanto les rogaba que, asegurando sus cabezas, volviesen al servicio de su majestad, y que él haría con los de Güéscar que se volviesen a sus casas sin que el daño pasase más adelante. Destas palabras escarnecieron los bárbaros ignorantes, engañados de su propria confianza y de la que les ponían los turcos que estaban con ellos; y sin dejar hablar a los llamados, algunos de los moros berberiscos respondieron que los de aquella villa no conocían más que a Dios y a Mahoma, y que se quitase de allí, porque le tirarían con las escopetas. Con esta respuesta se airaron nuestros cristianos de manera, que quisieron luego, combatir la villa contra la voluntad de los capitanes, a quien don Antonio Enríquez hacía muchos requerimientos que no lo consintiesen, diciendo que él haría con los moriscos que se rindiesen, porque no eran los vecinos, sino los moros forasteros los que habían respondido de aquella manera; y al fin pudo tanto la ira en la gente común, poco acostumbrada a obedecer, que sin aguardar orden se fueron determinadamente hacia las casas; y subiendo unos tras de otros por las calles, llegaron hasta cerca de la plaza con voz de declarada vitoria; y si fueran seguidos de toda la otra gente, pudiera ser que tomaran la villa en aquel día, y no costara la sangre que costó después ganarla; mas como los capitanes estaban suspensos, no sabiendo cómo se tomaría aquel hecho, y detenían la gente, fue necesario que los atrevidos se retirasen, y a la retirada mataron y hirieron los moros muchos dellos; los cuales no salieron de la villa, contentándose con lo hecho y con defender sus paredes, porque tenían mucho temor a los de a caballo. Los cristianos volvieron tan desbaratados a Güéscar y con tanta indignación contra la nación morisca, que entrando en la ciudad, así hombres como mujeres, comenzaron a dar voces, diciendo que por qué habían de quedar vivos los moriscos que Pecellin había recogido en las tercias, pues los de Galera sus parientes habían muerto y herido tantos cristianos, y apellidado el nombre y seta de Mahoma; añadiendo a esto que quien los defendía era peor que ellos; y a furia de pueblo corrieron unos a combatir las tercias, y otros a saquear las casas de la morería. Los que fueron a las tercias pusieron fuego a las puertas, porque las hallaron cerradas; y tirando con los arcabuces por las lumbreras de los sótanos, donde los moros estaban metidos, mataron algunos dellos; y los mataran a todos si el mesmo fuego encendido en su daño no les fuera favorable, porque creció tanto la llama con la fuerza del trigo y de la cebada que allí había, que estando ardiendo las puertas, umbrales y techos, hecho todo una llama, no hubo cristiano que osase entrar dentro, y se quedaron los moriscos metidos en las bóvedas. A este tiempo los que habían acudido a robar las casas de la morería se llevaron cuanto había en ellas, sin haber quien se lo contradijese; y como acudiesen también a la fama del despojo los que combatían las tercias, Pecellin tuvo lugar de favorecer los moriscos; y haciendo apagar el fuego, los sacó de las bóvedas y los llevó a casa de don Rodrigo de Balboa, y de allí a unos sótanos que había en el rebellin del castillo, donde los tuvo encerrados muchos días por miedo que se los matarían, hasta [301] que su majestad mandó que los metiesen la tierra adentro con los demás de aquel reino.
Cómo el marqués de los Vélez fue avisado que Jerónimo el Maleh iba a cercar la fortaleza de Oria, y cómo fue luego socorrida
Sabiendo Jerónimo el Maleh que en la fortaleza de Oria había mucha gente inútil y falta de bastimentos y de municiones, quisiera mucho ocuparla, por ser plaza muy importante para su pretensión; y como anduviese juntando gente y haciendo otras prevenciones, el marqués de los Vélez fue avisado dello, el cual escribió desde la Calahorra a Baza a don Juan Enríquez, y a Vélez el Blanco a don Juan de Haro, ordenándoles que cada uno por su parte procurasen bastecer con toda brevedad aquella fortaleza, y que sacasen las mujeres y gente inútil que había dentro, y los llevasen a los Vélez y a otros lugares apartados del peligro, y que si el capitán Valentín de Quirós, cabo del presidio, hubiese menester más gente de la que tenía, se la dejasen. Don Juan Enríquez salió de Baza con ciento y cuarenta de a caballo, y dando vista al campo del enemigo que andaba junto a Canilles, envió a don Antonio, su hermano, con ciento y veinte escuderos, y otros tantos costales de harina en las ancas de los caballos, la vuelta de Oria, mientras hacía representación con los otros veinte, y burlando desta manera a los moros, hizo el efeto del socorro. También envió don Juan de Haro cuarenta de a caballo desde Vélez el Blanco, y con ellos cien arcabuceros, los cuales entraron en Oria el primero día del mes de noviembre con algunos bastimentos y municiones, y orden de retirar la gente inútil que allí había; y siendo el Maleh avisado dello, tomó consigo dos mil moros escogidos, y a gran priesa fue a tomarles un paso, donde llaman la boca de Oria, por donde forzosamente habían de volver a Vélez el Blanco. Y pudiera ser que hiciera mucho daño, si no fuera por la diligencia de un clérigo llamado Martín de Falces, beneficiado de Vélez el Blanco, hombre aficionado a la caza de montería, y por esta razón muy plático en toda aquella tierra; el cual quiso ir a reconocer el camino antes que partiese la gente de Oria, y dando con la emboscada de los moros, volvió luego a los capitanes, y les requirió que no partiesen de allí hasta tanto que el paso estuviese desembarazado, o hubiese mayor número de gente con que poder pasar. Con este aviso se detuvo la escolta, y los capitanes escribieron luego a don Juan de Haro el estado en que quedaban, para que diese orden como asegurarles el camino. Luego escribió don Juan de Haro al cabildo de la ciudad de Lorca, avisando del peligro en que estaban aquellos cristianos, y pidiendo que le acudiesen con el mayor número de gente que ser pudiese, porque convenía socorrer aquella fortaleza, y desocupar el paso que el enemigo tenía tomado a la escolta. Y como la carta fuese con alguna manera de superioridad, los regidores, enfadados de ver el término con que escribía, respondieron que enviarían primero a Murcia y a Caravaca para que se recogiese la gente, y que venida, harían el socorro. Luego se entendió en Vélez el Blanco la causa porque no habían acudido los de Lorca, y las hijas del marqués de los Vélez, doncellas discretas y de mucho valor, escribieron por su parte a la ciudad y al doctor Huerta Sarmiento, alcalde mayor, representando la mucha necesidad que había de que fuese socorrida la gente que estaba en Oria, y encargándoles que fuese con toda brevedad. Y juntándose sobre ello otra vez a cabildo, aunque de doce regidores fueron los ocho de parecer que todavía se dilatase el negocio hasta que la gente de Murcia y de Caravaca viniese, el alcalde mayor no quiso arrimarse a los más votos, sino acudir a la necesidad presente; y luego hizo avisar a las villas de los Alumbres, Totana y Librilla, para que fuesen a esperarlo en Vélez el Blanco, y recogiendo la gente de la ciudad, partió de Lorca a 5 días del mes de noviembre, con ochocientos infantes y cien caballos. Capitanes de la infantería eran Juan Navarro de Alba, Juan Helices Gutiérrez y Diego Mateo de Guevara, y de los caballos Juan Hernández Manchiron. Con esta gente llegó el alcalde mayor a Vélez el Blanco, y se alojó fuera de la villa en el arrabal, en las casas de los moriscos, que según pareció, tenían liada la ropa para caminar a la sierra, y había dentro de las casas algunos moros de los alzados de las Cuevas, que aguardaban un capitán moro llamado Francisco Chelen, que había de ir a levantarlos. En este alojamiento estuvieron los de Lorca hasta que llegó la gente de los Alumbres, Totana y Librilla; y a 10 días del mes de noviembre partieron con toda la gente en ordenanza, y fueron a dormir aquella noche a Chiribel, llevando cantidad de bagajes cargados de bastimentos y municiones para dejar en Oria. Enviaron delante dos hombres pláticos en la tierra, que reconociesen aquel paso, con orden que volviesen luego al amanecer del día por el mesmo camino. Estos hombres pasaron tan adelante, que cuando quisieron tornar a dar aviso, no pudieron, porque los moros les tomaron el paso; y metiéndose por aquellas sierras, fueron a parar desde a cuatro días a Lorca. El alcalde mayor, viendo que no venían, como se les había ordenado, llevando sus descubridores delante, prosiguió su camino, y cuando llegó al paso, halló que los moros se habían retirado aquella noche; y entrando pacíficamente en Oria, metió los bastimentos y municiones que llevaba, y sacó toda la gente inútil que allí había, y la envió a los Vélez y a otros lugares; y dejando la plaza proveída, fue de vuelta sobre Cantoria, y quemó a los moros una casa de munición que allí tenían, y peleó con ellos y los venció, como se dirá en el siguiente capítulo.
Cómo la gente de Lorca, habiendo socorrido a Oria, y pasando a Cantoria, quemado a los moros la casa de munición que allí tenían, de vuelta pelearon con ellos y los vencieron
Habiendo los de Lorca socorrido la fortaleza de Oria, y sacado la gente inútil que allí había, quisieran mucho ir luego sobre la villa de Galera, sabiendo que los moriscos della estaban alzados, y el daño que habían hecho en los de Güéscar; y juntándose con los capitanes a consejo, no vinieron en ello, diciendo que no habían salido por aquel efeto, ni era bien poner el estandarte de su ciudad debajo del de don Antonio de Luna sin orden de su majestad. Y siendo avisado, que en la villa de Cantoria había muchas mujeres, ropa y ganados, y que tenían los moros una casa de munición, donde hacían pólvora, acordaron de ir sobre ella; y repartiendo munición a los arcabuceros, a media noche [302] salieron de Oria con propósito de llegar a darles una alborada, por estar Cantoria cuatro leguas de allí; mas es tan áspero el camino, que no pudieron llegar hasta que ya era alto el día, porque les amaneció en Partaloba, y hallando los moros apercebidos, pasaron con la gente en ordenanza por las huertas, y caminando por el río abajo, descubrieron la fortaleza de Cantoria, y vieron estar en la muralla y sobre los terrados mucha gente haciendo algazaras con instrumentos y voces que atronaban aquella tierra, y muchas banderas tendidas por las almenas; los cuales comenzaron luego a tirar con dos tirillos de artillería que tenían. El alcalde mayor envió una compañía de arcabuceros por una ladera arriba a que tomase un peñón que está a caballero de la fortaleza; y con toda la otra gente se arrimó a la puerta del rebellin, y comenzó a pelear con los de dentro, que se defendían con escopetas y ballestas y hondas. Duró la pelea desde las siete de la mañana basta las dos de la tarde. En este tiempo nuestra gente ganó el peñón, y teniendo desde allí la muralla y los terrados a caballero, que no se podía encubrir nadie de los que andaban de dentro, mataron algunos moros, y tuvieron lugar de poder llegar los que estaban con el alcalde mayor a desquiciar las puertas primeras del rebellin con rejas de arados y con hazadones y hachas, donde los moros tenían metido todo el ganado. Y entrando dentro, aunque de las saeteras y traveses del muro principal herían algunos soldados, se metieron en la casa de la munición que estaba entre los dos muros, y desbarataron el ingenio de refinar el salitre y de hacer la pólvora, y pegaron fuego al edificio y lo quemaron todo. Y porque no se podía entrar la fortaleza sin artillería o escalas, sacaron dos mil y setecientas cabezas de ganado menudo y trecientas vacas, y se retiraron. Y enviando delante a Martín de Molina con treinta caballos y trecientos peones, que se alargase con la cabalgada y procurase llegar aquella noche al lugar de Güércal de Lorca, porque se tuvo entendido que acudirían muchos moros, según las grandes ahumadas que hacían, llamándose unos a otros por todo el río de Almanzora, caminó luego el alcalde mayor con toda la otra gente; y como cerca del lugar de Alboreas se descubriesen cantidad de enemigos, que venían al socorro de Cantoria, del río de Almanzora, y hallando nuestra gente retirada, la seguían, estuvo un rato hecho alto para que el ganado tuviese lugar de alargarse; y entre tanto envió algunos caballos a reconocer qué gente era la que parecía, y tras dellos fue él proprio, y reconoció cuatro banderas de moros que iban algo arredradas, y parecía que caminaban a meterse en las huertas de Alboreas, donde había un paso peligroso por la espesura de las arboledas y de las acequias que cruzaban de una parte a otra sin puentes. Y temiendo que si los moros tomaban aquel paso podrían hacerle daño, porque de necesidad habían de ir las hileras desbaratadas, hizo muestra de aguardarlos para pelear a la entrada de las huertas. A este tiempo había pasado ya la presa de la otra parte de las huertas, y los moros, teniendo entendido que pues aquella gente hacía alto para pelear, debía tenerles armada alguna emboscada, dejando el camino del río, que llevaban, subieron a gran priesa por encima de una venta que dicen de Bena Romana, y desde allí comenzaron a arcabucear a nuestra retaguardia. En este lugar quisieran los de Lorca dar Santiago en los enemigos; mas el alcalde mayor no lo consintió, diciendo que pasasen adelante; que él les daría orden para ello en hallando disposición de sitio donde los caballos se pudiesen revolver. Y habiendo pasado la venta y atravesado el río y un lodazar grande que se hacía par della, llegando como media legua adelante cerca de donde dicen el Corral, puso toda la gente en orden de batalla. Los enemigos llegaron hechos una grande ala, y como práticos en la tierra, enviaron tres turcos de a caballo y cinco moros de a pie que descubriesen nuestras ordenanzas y viesen la orden que llevaban y el sitio y disposición en que estaban puestos; porque, como habían venido hasta allí algo arredrados, aún no sabían bien con quién habían de pelear. Y habiéndolos reconocido y descubierto una emboscada de infantería y de caballos que el capitán Diego Mateo les había puesto a un lado del camino, pareciéndoles que era poca gente, según la mucha que ellos traían, acometieron con grandes alaridos, disparando sus escopetas y ballestas; mas los hombres de Lorca, acostumbrados a no temer, habiendo hecho su oración y encomendádose a Dios, dieron Santiago en ellos, y la caballería procuró atajarlos y entretenerlos con su acometimiento mientras llegaba la infantería; y fue tan grande el ímpetu de los unos y de los otros, que no tuvieron lugar de tirar más que una rociada de arcabucería, porque llegaron luego a las manos; y peleando esforzadamente caballos y peones, mataron algunos turcos y moros que venían de vanguardia, y pusieron los otros en huida, y les tomaron cinco banderas. Peleó este día un moro que llevaba la una destas banderas admirablemente, el cual estando pasado de dos lanzadas y teniéndole atravesado con la lanza el alférez de la caballería, con la una mano asida de la lanza del enemigo, y la otra puesta en la bandera, estuvo gran rato lidiando, hasta que el alcalde mayor mandó a un escudero que le atropellase, con el caballo, y caído en el suelo, jamás pudieron sacarle de las manos la bandera mientras tuvo el alma en el cuerpo. Estas banderas eran de los lugares de Códbar, Líjar, Albánchez, Purchena, Serón, Tavernas, y Benitagla, y venía con ellas un hijo del Maleh. Siendo pues los moros vencidos, y muertos más de cuatrocientos y cincuenta dellos, los otros se derribaron por unas ramblas abajo, y por ser ya noche, no pudieron seguir los nuestros el alcance. Murieron de nuestra parte dos soldados, y hubo heridos treinta y siete, y entre ellos cinco escuderos y catorce caballos muertos: algunos desbarrigó un moro al pasar por junto a una paredeja de piedra, estando cubierto con ella, con una lanzuela en la mano. Y siendo ya anochecido, caminaron a paso largo hasta alcanzar a Martín de Molina, y aquella noche se alojaron en Güércal de Lorca con buenas guardas y centinelas. Allí recibió el alcalde mayor una carta de su cabildo, encargándole que volviese a poner cobro luego en aquella ciudad, porque había cada hora rebatos de moros; a la cual no quiso responder más de enviar a Martín de Molina y a Pedro de Oliver con las nuevas del buen suceso. Otro día a 13 de noviembre caminó la vuelta de Lorca, donde fueron todos alegremente recebidos de los ciudadanos; y las banderas que se ganaron a los moros quedaron por trofeo en aquella ciudad en memoria desta vitoria, y votó el cabildo de los regidores [303] de celebrar cada año la fiesta de señor san Millán, por haber sido en el día de su festividad.
De algunas provisiones que don Juan de Austria hizo a la parte de Granada estos días, por los daños que los moros de Guéjar hacían
La dilación en las provisiones de la guerra que de nuestra parte se habían de hacer, causaba mayor atrevimiento a los rebeldes. Habíanse recogido en Guéjar con Pedro de Mendoza el Hoscein tantos moros, que demás de la gente del presidio que allí tenía, que eran seiscientos hombres, se juntaban algunas veces tres y cuatro mil con los capitanes Xoaybi, Choconcillo, el Macox y el Mojájar, y otros que se mudaban a temporadas, por la comodidad que tenían en la aspereza de aquellas sierras para salir a robar y poderse retirar a su salvo; y como desasosegasen a Granada, llegando a todas horas cerca de los muros de la ciudad, don Juan de Austria puso alguna gente de guerra en presidios, con que asegurar la tierra y excusar los daños que hacían. A los lugares de Pinos y Cenes, que están en la ribera de Genil, envió dos compañías de infantería. En el cerro del Sol se pusieron dos cuadrillas de las ordinarias, porque desde aquella cumbre alta se descubren todos los cerros que hay hasta la sierra de Guéjar. Hizo alzar un muro de tapias, que atravesaba por la ermita de los mártires, y cerraba toda la entrada de la loma por aquella parte; y en la ermita hacía cuerpo de guardia una compañía, otra en Antequeruela, y otra en la puerta de los Molinos. Y porque se tardaba en salir, cuando había rebatos, la caballería, aguardando orden, mandó a Tello González de Aguilar que en sintiendo rebato, a cualquiera hora que fuese, saliese con sus caballos en busca de los enemigos, y que no perdiese tiempo en esperar órdenes. Y para asegurar las entradas de la Vega, demás de la gente de guerra que estaba alojada en las alcarías, envió a don Jerónimo de Padilla, hijo de Gutierre López de Padilla, a que se alojase en Santa Fe con una compañía de caballos, y otra a la villa de Hiznaleuz para que asegurase aquel paso. Desta manera estaba la ciudad de Granada rodeada de presidios, por razón de la molestia de los moros de Guéjar, cuando don Juan de Austria propuso un día en el Consejo cuán importante cosa sería que el marqués de los Vélez, pues estaba consumiendo los bastimentos en la Calahorra sin hacer efeto, fuese a expugnar aquella ladronera con la gente que allí tenía; y que a la parte de Granada podría salir otro campo que atajase los enemigos que respondiesen por allí, porque no podían en ninguna manera atravesar la sierra, que estaba cargada de nieve. Y como pareciese a todos que sería cosa acertada, y fuese el marqués de los Vélez avisado dello, previniendo a la orden, quiso hacer la jornada, y envió secretamente a Tomás de Herrera a que reconociese el lugar y la cantidad de gente que había dentro; y mientras iba y venía, escribió a don Rodrigo de Benavides que, dejando buena guardia en la ciudad de Guadix, se viniese con toda la otra gente a la Calahorra, porque pensaba hacer una importante entrada. Hizo reseña general, y apercibió todas las cosas necesarias para ella; mas venido Tomás de Herrera, fue de calidad la relación que le trajo que le hizo mudar parecer, fuese por tener poca gente, siendo menester mucha para cercar y acometer el lugar por diferentes partes, como era necesario que se hiciese, por estar repartido en tres barrios arredrados uno de otro, y metidos entre asperísimas sierras, o porque entendió que don Juan de Austria saldría luego de Granada, y llevando consigo a Luis Quijada, vendrían a juntarse de necesidad; cosa que él procuraba excusar todo lo posible. Sea como fuere, él despidió la gente de Guadix, agradeciendo la voluntad con que habían venido, y dijo a don Rodrigo de Benavides que brevemente le enviaría a llamar para otra cosa de mayor importancia; y ansí, se dejó de hacer la jornada de Guéjar por entonces, hasta que después hubo de hacerla don Juan de Austria por su persona.
De la entrada que el marqués de los Vélez hizo en el Boloduí
Cuatro días después desto vinieron unas espías al marqués de los Vélez con aviso como Aben Aboo había enviado gran número de mujeres a coger la aceituna en los lugares del río del Boloduí, y ochocientos moros de guardia con ellas; y tornando a enviar a llamar a don Rodrigo de Benavides con su gente, y a los caballeros de la ciudad de Guadix, juntó un campo de dos mil y quinientos infantes y trecientos caballos, con el cual partió de la Calahorra dos horas antes de mediodía, sin dar parte a nadie de lo que iba a hacer. Aquella tarde llegó a la villa de Fiñana, y a las nueve de la noche, cuando entendió que la gente había ya cenado, mandó tocar las cajas y las trompetas a recoger, y que luego marchasen los escuadrones de la infantería, llevando don Pedro de Padilla la vanguardia y don Juan de Mendoza la retaguardia; y con la caballería y las guías por delante tomó la vuelta de Santa Cruz del Boloduí, donde decían las espías quedaban las moras y los moros que Aben Aboo había enviado. Este camino quisiera hacer el marqués de los Vélez con mucha brevedad para ir a amanecer sobre los enemigos, que estaban cinco leguas de allí; mas iban los soldados tan desmayados de hambre y de enfermedad, y hacía una noche tan áspera de frío, que no fue posible, especialmente habiendo de pasar el río más de diez veces por aquel camino. El cual, viendo que la infantería se iba quedando y que aclaraba ya el día, envió a decir a don Pedro de Padilla que anduviese todo lo que pudiese; y poniendo las piernas a su caballo, corrió al galope hasta meterse en la rambla donde están aquellos lugares del Boloduí y Santa Cruz; mas con toda esta diligencia, cuando llegó habían descubierto las atalayas y comenzado a hacer ahumadas por las sierras, apellidando la tierra. Viendo pues que había sido sentido, envió a don Rodrigo de Benavides con cien caballos por la rambla abajo; y atajando él por una vereda harto áspera y fragosa, fue a ponerse encima del lugar del Boloduí sobre el proprio río, en un cerro alto que descubría toda aquella tierra. Desde allí hizo ir los caballos en seguimiento de los moros, que iban huyendo por aquellas sierras arriba, llevando las mujeres por delante; los cuales alcanzaron algunos hombres y los mataron, y captivaron mucha cantidad de moras, y tomaran muchos bagajes. Don Rodrigo de Benavides fue siguiendo el alcance por la rambla abajo hasta cerca de Guécija, y recogió muchas mujeres, y mató algunos moros de los que habían [304] acudido hacia aquella parte; porque siendo sobresaltados de aquella manera, huían cada cual hacia donde la fortuna le echaba, y andaban los cristianos como en montería tras dellos. En este tiempo los moros que había enviado Aben Aboo en guardia de las mujeres acudieron a las ahumadas, y entreteniendo la caballería con escaramuza, hicieron alguna resistencia, y dieron lugar a que se pusiesen en cobro muchas dellas. Llegó la infantería como a las nueve de la mañana, y viendo el marqués de los Vélez que no era ya de efeto, y podría serlo si los moros acudiesen, mandó que hiciese alto en la rambla, puesta en su ordenanza, y que ningún soldado se desmandase de las banderas, so pena de la vida, hasta que, siendo ya más de mediodía, hizo que las trompetas tocasen a recoger. Venía a este tiempo don Rodrigo de Benavides retirándose por unas lomas abajo a dar a un paso, por donde forzosamente había de bajar al río; el cual, era tan angosto, que de necesidad habían de pasar los caballos uno a uno a la hila, y venían siguiéndole muchos moros con tanta determinación, que algunos llegaban a echar mano de las colas de los caballos. Y como el Marqués los vio venir de aquella manera, mandó a gran priesa que veinte soldados arcabuceros tomasen un cerro, donde le pareció que estarían bien para asegurar el paso a los nuestros; los cuales llegaron a tan buen tiempo, que repararon el daño, y don Rodrigo de Benavides y los que con él venían se pudieron retirar. Recogida la gente y la presa, mandó el marqués de los Vélez al auditor Navas de Puebla que con treinta de a caballo fuese a tomar un paso de la vereda, por donde dijimos que había entrado, temiendo que se irían por allí los soldados desmandados con las moras, y causarían al desorden; el cual llevó consigo al capitán Juan Zapata, vecino de Albacete, y otros capitanes sus amigos; y deteniéndose en el camino más de lo que convenía, cuando llegó a lo alto halló que los moros le tenían tomado el paso; y, queriendo romper por ellos para juntarse con la otra gente, al pasar mataron de un escopetazo en la frente al capitán Juan Zapata, y desbarataron a los demás. Hubo algunos que acudieron a la retaguardia de la infantería, donde iba don Pedro de Padilla; y otros, tomando por guía un escudero que sabía la tierra, volvieron el río abajo y fueron a parar a la ciudad de Almería, y con ellos el licenciado Navas de Puebla. El marqués de los Vélez no pudo volver a socorrerlos, aunque se tocó arma, porque iba muy adelante y se daba priesa por subir a tomar lo alto antes que fuese de noche, y dejar aquellos lugares angostos, donde no podían los caballos rodearse. Y no siendo más seguido de los enemigos, fue a alojarse aquella noche a la venta de Doña María, donde estuvieron los soldados con las armas en las manos, y con una tempestad de nieve de viento tan grande, que perecieron de frío algunas criaturas de las que llevaban las moras. Otro día pasó a Fiñana, y allí se detuvo dos días, y al tercero llegó a la Calahorra. Murieron en esta jornada docientos moros, y fueron captivas ochocientas mujeres y niños, y tomáronse mucha cantidad de bagajes. De los cristianos faltaron diez y ocho, y hubo algunos heridos.
Cómo el marqués de los Vélez tuvo orden de su majestad para acudir al partido de Baza, y cómo el Maleh fue sobre Güéscar, y lo que sucedió estos días hacia aquella parte
Vuelto el marqués de los Vélez a la Calahorra, tuvo orden de su majestad para ir a lo de Baza, y que con la gente que allí tenía, y la que había en aquella ciudad a orden de don Antonio de Luna, y mil hombres que el marqués de Camarasa había enviado aquellos días de las villas del adelantamiento de Cazorla, procurase poner freno al enemigo, que andaba campeando. El cual partió de aquel alojamiento a 23 días del mes de noviembre deste año de 1569, con mil infantes y docientos caballos, porque ya no le habían quedado más. Don Antonio de Luna salió de Baza con orden de don Juan de Austria, y volvió a servir su oficio de general de la gente que estaba alojada en la vega de Granada. El marqués de los Vélez estuvo algunos días en aquella ciudad apercibiendo las cosas necesarias para ir adelante. Y en este tiempo Jerónimo el Maleh fue con más de seis mil hombres a la villa de Orce, y sacando todos los moriscos que vivían en ella, los envió con sus mujeres y hijos y bienes muebles a la villa de Galera; y no pudiendo ocupar la fortaleza de Oria, que se la defendió el alcaide Serna, y le mató algunos moros, pasó a Castilleja y recogió también los moriscos de aquella villa, y los metió en Galera; y pensando hacer allí la masa de la guerra, encerró dentro gran cantidad de trigo, cebada y harina y otros bastimentos. Ordenó un molino de pólvora, y atajando las calles, comenzó a fortalecer aquella villa con toda diligencia, entendiendo en la fortificación aquel capitán turco que dijimos, llamado Caravajal, que era hombre ingenioso en cosas de guerra; y pareciéndole buena ocasión para ocupar a Güéscar, fue a ponerse una noche en emboscada en unas viñas cerca del pueblo con más de cinco mil hombres, para en amaneciendo, antes de ser sentido, hallarse en las calles y casas, y ponerles fuego y cercar la fortaleza, donde sabía que estaban los moriscos encerrados en los sótanos; y cuando no los pudiese sacar de allí ni ganarla, hacer todo el daño que pudiese en los cristianos y llevarse las moriscas. Sucedió pues que a 18 días del mes de diciembre entre las siete y las ocho horas de la mañana, estando veinte de a caballo forasteros en la plaza, que habían madrugado para irse a la fortaleza de Orce, vieron venir corriendo la calle adelante un fraile de santo Domingo, revestido para decir misa, tocando arma y diciendo que los moros entraban por las calles; y como se hallaron a punto, juntándose con ellos otros diez o doce de a caballo de los vecinos, corrieron hacia donde les dijo que venían, y cuando llegaron, andaban ya muchos moros poniendo fuego a las casas, y apenas habían sido sentidos, porque Güéscar es un pueblo grande, llano y desparramado, y no tiene cercado más que la villa vieja y el castillo, y habían podido llegar encubiertos a entrar por las calles, donde no había guardias ni defensa de muros que se lo impidiese. Mas presto acudió el verdadero muro, que son los ánimos de los hombres esforzados, y recogiéndose obra de docientos arcabuceros con calor de la gente de caballo, se les opusieron, y pelearon valerosamente con ellos más de tres horas y acudiendo siempre gente [305] de refresco en favor de los cristianos, que peleaban por sus proprias casas, mujeres y hijos; y al fin los enemigos fueron desbaratados y puestos en huida, con muerte de más de cuatrocientos dellos y de solos cinco cristianos. Traía el Maleh docientos turcos escopeteros, que fueron siempre haciendo rostro mientras su gente se retiraba, y si no fuera por ellos recibiera mucho más daño; el cual se recogió a Galera, y dejando bastante número de gente dentro, y a Caravajal con ciento y cuarenta turcos, pasó con la otra gente al río de Almanzora. Los de Güéscar quedaron alegres y muy regocijados, dando infinitas gracias a Dios por haberlos librado de aquel peligro y dádoles tan señalada vitoria. Tres días después desto les llegó el socorro de Caravaca, Cehegín y Moratalla, que eran cuarenta de a caballo y quinientos infantes muy bien en orden; y queriendo el alcalde mayor ir a cercar a Galera, le envió a mandar el marqués de los Vélez que no fuese. Y dende a ocho días partió él de Baza con cuatro mil infantes y docientos caballos, y pasando por junto a Galera, dejó allí al capitán Diego Álvarez de León con cantidad de gente, entendiendo que los moros se irían y no osarían aguardar el cerco; y fue a media noche a Güéscar a dar orden en las cosas que le pareció convenir. Y dende a tres días, viendo que se estaban quedos los moros, salió con todo el campo y cercó aquella villa, y la batió con seis piezas de bronce y dos lombardas de hierro, aunque con poco efeto, porque salían los moros fuera cada día, y hacían daño sin recebirlo, y no hubo asalto ni cosa memorable. Dejémosle agora aquí, y vamos a lo que se hacía a la parte de Granada.
Cómo Tello González de Aguilar desbarató los moros de Guéjar que venían a correr a Granada
Estos mesmos días salieron de Guéjar cuatrocientos moros con el Choconcillo, y llegaron hasta la casa de las Gallinas cerca de la ciudad de Granada, día de San Nicolás, a 16 de diciembre. Y como las centinelas del cerro del Sol los descubrieron y tocaron arma, Tello González de Aguilar salió con los escuderos de Écija, de su cargo, por la puerta de Fraxal Leuz, y bajando al río Darro, subió luego al cerro donde estaban las cuadrillas, y siendo avisado que los moros se iban retirando la vuelta de Guéjar y que iban cerca de allí, tomó consigo veinte arcabuceros y se puso en su seguimiento. Los moros iban recogidos, caminando poco a poco, y como descubrieron los caballos, comenzaron a echar ahumadas por los cerros, y dando muestras de querer pelear, reparar en la cumbre de un cerro, haciendo las algazaras que suelen. Tello de Aguilar, porque venían los escuderos atrás, que no le habían podido seguir más de veinte caballos, hizo también alto, y mandó tocar las trompetas para que se diesen priesa a caminar. No tardó mucho que se juntaron ochenta de a caballo; y porque algunos decían que detrás del cerro donde los moros se habían parado había emboscada, envió dos escuderos que le reconociesen, el uno hacia el río Genil, donde había grandes quebradas, y el otro a la parte alta del cerro, los cuales partieron sin saber uno de otro. Y venido el que había ido a la parte de Genil, dijo que no había en todo aquello más moros de los que se descubrían; y el segundo diferentemente refirió que había más de cuatro mil moros emboscados detrás del cerro; mas luego se entendió que el primero decía verdad, porque si hubiera gente emboscada, era cierto que los enemigos no hicieran ahumadas; y que si las hacían, era llamando socorro. Poniendo pues Tello de Aguilar los caballos en orden, mandó tocar las trompetas y dio Santiago. Los moros hicieron rostro, y en la primera rociada de las escopetas, porque no se les dio lugar a tirar otra, hirieron dos escuderos y mataron tres caballos, y a él le pasaron el adarga por la embrazadura; mas luego los atropelló la caballería, y desbaratándolos, mataron cincuenta moros y hirieron muchos: los otros dieron a huir echándose por aquellas quebradas hacia Genil, y dejaron muchas escopetas y ballestas por ir más ligeros. Los caballos los siguieron gran rato, y del pie de las sierras de Guéjar les tomaron cien vacas y treinta bagajes vacíos, y con esta presa no pensada se retiraron la vuelta de Granada. A este tiempo acudieron muchos moros a las ahumadas, y cargando a nuestra gente, fueron escaramuzando con ellos, y les necesitaron a que dejasen parte de la presa, no la pudiendo guiar toda por aquellos lugares ásperos y fragosos; mas llegando al cerro del Sol, donde los caballos podían mejor revolverse, no osaron pasar adelante. Este efeto fue importante para refrenar los moros del presidio de Guéjar, porque de allí adelante salían menos veces, y no se atrevían llegar a hacer daño tan cerca de la ciudad.
Cómo su majestad mandó formar dos campos contra los alzados, y que don Juan de Austria fuese con el uno
El poco efeto que nuestro campo hacía en Galera, y la dilación del castigo de los alzados, dio materia a que don Juan de Austria, mancebo belicoso y de grande ánimo, cargase la mano con su majestad, como agraviado de que le hubiese enviado a Granada, y le tuviese allí metido en tiempo que todos andaban ocupados, y él solo estaba ocioso, siendo el que menos convenía holgar. Representábale el deseo que tenía de emplear su persona, el entretenimiento de los moros en la Alpujarra, el espacio con que se hacía la guerra en el río de Almanzora, el peligro que había de que el rebelión pasase a los reinos de Murcia y Valencia si los enemigos se afirmaban en las plazas de Serón, Tíjola, Purchena, Tahalí, Gérgal, Cantoria, Galera y otras que tenían ocupadas, lo mucho que convenía tomar el negocio de la guerra con calor, y la merced tan particular que recibiría en que se le diese licencia para salir de Granada y ir a acabarla por su persona. Considerando pues su majestad todas estas cosas, y condescendiendo con tan buenos deseos, ordenó que se formasen de nuevo dos campos, uno a la parte del río de Almanzora, donde andaba el marqués de los Vélez, y que fuese en su lugar don Juan de Austria, y otro a la parte de Granada, para que entrase en la Alpujarra el duque de Sesa por aquella parte. Hiciéronse grandes prevenciones, y proveyéronse muchos bastimentos, armas y municiones para esta jornada. Salieron alcaldes de corte y de chancillería a proveer en las comarcas todas las cosas necesarias, y a mí se me ordenó que fuese a las ciudades de Úbeda y Baeza y al adelantamiento de Cazorla, a dar orden en la provisión de bastimentos y municiones, [306] que de allí habían de ir, y los cabildos nombraron comisarios de sus ayuntamientos, y se les dejó dinero para ellos y para los bagajes. El comendador mayor de Castilla fue a traer de Cartagena artillería, armas y municiones, y mucha cantidad de bastimentos por tierra. Nombráronse nuevos capitanes con condutas para hacer gente. Apercibiose a las ciudades que rehiciesen las compañías con que servían, y a las que no las habían enviado, que las enviasen. Fue grande el regocijo de la gente de guerra cuando se publicó la salida de don Juan de Austria en campaña. Acudieron al campo muchos caballeros y soldados particulares que hasta entonces no se habían movido: hinchiéronse los ánimos de las gentes de buena esperanza, y temieron los moros, pronosticando su perdición, por ver que con la autoridad de un tan gran príncipe cesaría la dilación que los entretenía y les era tan favorable. Y porque, habiendo de salir de Granada don Juan de Austria, no era bien dejar atrás a Guéjar, determinó de ir por su persona a expugnar aquella ladronera antes que partiese; y aunque tuvo algunas contradiciones en ello, la expugnó, como diremos adelante. Vamos a lo que en este tiempo se hacía a la parte de Bentomiz.
Cómo los moros de la sierra de Bentomiz volvieron a poblar sus casas, y quemaron la fortaleza de Torrox, y hicieron otros daños en la tierra
Luego como el comendador mayor de Castilla ganó el fuerte de Fregiliana, Martín Alguacil y Hernando el Darra y los otros caudillos de los moros de la sierra de Bentomiz se recogieron a la Alpujarra; los cuales anduvieron muchos días con Aben Humeya, y después con Aben Aboo, ganando sueldo; y todo lo que hay desde 11 de junio hasta 13 de diciembre estuvo despoblada la sierra, y tan segura, que andaban los de Vélez por ella sin peligro ni sospecha dél, buscando las cosas que habían dejado los alzados escondidas; y como había ganancia, a esta fama acudió tanta gente a la ciudad, que parecía haber en ella un grueso presidio, de cuya causa los moros no osaban volver a la tierra; y ansí padecían trabajo y hambre los que estaban en la Alpujarra; y andaban ya tan necesitados por tierras ajenas, que el Xorairan se determinó de ir con sesenta compañeros a reconocer la sierra y ver cómo estaba; y hallándola sola y llena de frutos, volvió a ellos y les dijo como sus casas estaban solas, los árboles que se desgajaban de fruta, y que aun pájaros no había que les enojasen; y con esta nueva se vino luego el Darra con toda la gente a Competa, y de allí se repartieron el Xorairan a Sedella, y los capitanes cada uno a su lugar. Lo primero que hicieron con ejemplo de lo que habían visto en la Alpujarra, fue quemar las iglesias, y corriendo la tierra, de allí adelante hicieron grandes daños, captivando y matando cristianos, y llevándoles los ganados; y demás desto, pusieron en tanto aprieto la fortaleza de Canilles de Aceituno, que era menester gruesa escolta para proveería, y obligaron a que el marqués de Comares viniese en persona con más de mil hombres de la villa de Lucena a. requerirla y proveerla, porque el Darra vino a tener más de siete mil hombres de pelea en la sierra, con que desasosegaba a todas horas la ciudad de Vélez, llegando hasta las proprias casas, y retirándose a su salvo, por serles el tiempo y la disposición de la tierra favorables. Luego se publicó que fortalecían a Competa para poner allí su frontera contra Vélez, y que no aguardaban otra cosa los lugares de la jarquía y hoya de Málaga para alzarse; mas fue nueva fabricada por personas a quien pesaba de ver aquellos pueblos pacíficos, por el provecho que de su inquietud les podía venir. Arévalo de Zuazo, entendiendo ser verdad lo que le decían de Competa, juntó mil y seiscientos infantes y ciento y sesenta caballos de su corregimiento, y trecientos soldados de las galeras, que le dieron don Sancho de Leiva y, don Berenguel Dornos, y con toda esta gente fue a amanecer sobre aquel lugar; mas los moros fueron avisados con tiempo, y no osando aguardar, se retiraron a la sierra. Tomáronseles muchos bastimentos, bagajes y ganados; y no consintiendo que la gente pasase del puerto Blanco en su seguimiento, mandó destruir el lugar, donde no había fuerte ni señal de quererle hacer, y se volvió a Vélez. No mucho después envió el Darra novecientos moros, que quemaron el lugar de Alfarnatejo, y de vuelta mataron veinte soldados que el alcaide de Canilles enviaba de escolta con un alguacil, donde dicen la Tinajuela de Canilles. Y teniendo aviso como los cristianos que vivían en Torrox se recogían en la fortaleza, y que de día salían a hacer las labores en el campo, y dejaban un hombre solo con las mujeres, envió cantidad de moros que de parte de noche se emboscasen en las casas del lugar, y aguardando a tiempo que estuviesen fuera los cristianos, la ocupasen. Los cuales se emboscaron, y cuando les pareció tiempo, hicieron ladrar un perro, y saliendo a ver qué ruido era aquel un hombre poco avisado, llamado Hernando de la Coba, le mataron de una saetada; y poniendo fuego a la puerta de la fortaleza, las temerosas mujeres, que no tenían quien las defendiese, se rindieron, y las llevaron captivas a la Alpujarra; y no les pareciendo que podrían defender la fortaleza, le pusieron fuego y se volvieron a la sierra.
Cómo don Juan de Austria fue sobre el lugar de Guéjar, y lo ganó
Guéjar es un lugar grande, que, como queda dicho, está repartido en tres barrios, metidos en el seno de una sierra muy fragosa que procede de la Sierra Nevada, al pie de la umbría que los moros llaman Hofarat Gihenen, de donde proceden las fuentes principales del río Genil; el cual corriendo por entre aquellas sierras, baja por asperísimas peñas con el lecho pedregoso y desigual, hasta llegar al lugar de Pinillos, y poco más abajo se junta con Aguas Blancas, que viene por los lugares de Quéntar y Dúdar, por un valle más llano y apacible; y juntos van a dar a la alcaría de Cenes, y de allí a la ciudad de Granada; y sale a una vega llana, la más fresca y graciosa que puede ser para el deleite de la vista, porque sus huertas y arboledas parecen un solo jardín en que naturaleza, con la diversidad de frutas que allí puso, se quiso deleitar en su pintura; por manera que la sierra de Guéjar es la que cae entre estos dos ríos, y fenece donde se vienen a juntar. Queriendo pues don Juan de Austria salir en campaña a la parte de Baza y río de Almanzora, y estando acordado que se hiciese primero la empresa de Guéjar, nacieron algunas [307] dificultades en el Consejo. Los que habían diputados para el efeto principal quisieran desviarla, como cosa que podría ser menos útil que dañosa; porque, si sucedía bien, paraba en solo expugnar aquel presidio, y no había donde ir adelante por aquella parte; y si mal, se venía a perder mucha reputación, siendo aquella la primera jornada que don Juan de Austria hacía por su persona. Y el presidente don Pedro de Deza, a cuyo cargo había de quedar lo de Granada, decía que convenía ante todas cosas quitar de allí aquella ladronera para asegurar la ciudad de correrías y no dejar enemigo atrás; que no era tanta la aspereza del sitio, la fortificación que los moros habían hecho, ni el presidio era tan grande como se publicaba, y que parecía cosa impertinente querer ir a buscar al enemigo a otra parte tan lejos, dejándole cerca de casa. Era negocio de mucha consideración este, especialmente en aquella coyuntura; y por dificultarse tanto, don Juan de Austria mandó llamar al Consejo a don Antonio de Luna, y a don Juan de Mendoza Sarmiento, y a don Diego de Quesada, hombre nacido y criado entre aquellas sierras y muy plático en todas ellas, para que, juntamente con los del Consejo, platicase lo que más convenía hacer en él. Y como no se acabasen de resolver, por no tener certidumbre de lo que había en Guéjar, don Diego de Quesada se ofreció de traerles dos o tres moros del proprio lugar, que pudiesen dar razón de lo que se deseaba; y como don Juan de Austria le dijese que no quería ponerle en aquel peligro, respondió que peligro no lo había, trabajo sí; mas que los pies lo pagarían. Esto pareció muy bien a todos, y quedando a su cargo la diligencia, se mandó también a don García Manrique y a Tello González de Aguilar que con docientos caballos fuesen a reconocer el lugar por el camino de Aguas Blancas; mas este reconocimiento solamente sirvió para aventar parte del presidio que allí había, como adelante diremos. Don Diego de Quesada tomó consigo doce hombres bien sueltos, y rodeando por la villa de Hiznaleuz, y por las sierras de la Peza, donde era natural, fue a pie a dar a unas trochas que él sabía a las espaldas de la sierra de Guéjar, y prendiendo tres moros que venían del mesmo lugar, dio luego vuelta con ellos a Granada. Estos dieron noticia de la fortificación que los moros hacían, y dijeron como estaba dentro el Xoaybi con cuatrocientos escopeteros de la tierra y sesenta turcos y moros berberiscos, con aquel capitán turco llamado Caravajal, que dijimos que andaba con el Maleh el cual se había salido estos días de Galera, diciendo a los moros que la desamparasen, porque se perdería y que también estaba allí el Rendati y el Partal, y otros capitanes moros con sus cuadrillas; que todos se velaban con mucho cuidado, y tenían atajado el camino que sube de Aguas Blancas con una trinchea de piedra ancha y más alta que un estado, que atajaba la silla del portichuelo de un cerro a otro, que está como un tiro de ballesta del primer barrio a la parte del cierzo; y que en el barrio de en medio, donde antiguamente estaba el castillo, andaban haciendo un muro de tapias en la frente del cerro, por donde era menos dificultosa la entrada, por estar todo lo demás cercado de una alta peña tajada que asombra las aguas de Genil. Habiéndose pues tomado lengua de los tres moros, que fueron conformes en lo que dijeron, cosa pocas veces vista en esta guerra, don Juan de Austria mandó llamar los adalides y algunos hombres pláticos en la tierra; de los cuales se entendió que, poniéndose un poco de más trabajo, se podría entrar en el lugar por dos partes, sin tocar en los caminos ni en la trinchea, partiendo la gente de manera, que mientras los unos subiesen por el cuchillo de la sierra que sube de la parte del río de Aguas Blancas, los otros, tomando un largo rodeo, viniesen a entrar por la parte de levante a un mesmo tiempo, salvando los unos y los otros la entrada de la Silla, y bajando entre ella y el lugar por las laderas de los dos cerros, sin que los enemigos diesen en ello, estando confiados en que no era posible entrarles por otra parte que por los caminos. Finalmente, se tomó resolución en que la jornada se hiciese, y porque se ofreció una diferencia honrosa entre el conde de Tendilla y el corregidor Juan Rodríguez de Villafuerte sobre cuál había de llevar a su cargo la gente de la ciudad, el uno como alcaide, y el otro como corregidor, y se hubo de remitir esta duda al supremo Consejo, se dilató hasta que vino orden que el Corregidor fuese con ella. Estando pues todo puesto a punto para partir, don Juan de Austria hizo dos partes de la gente de guerra, que eran nueve mil infantes y setecientos caballos; y con la una, en que iban cinco mil infantes y cuatrocientos caballos, salió de Granada viernes a 23 días del mes de diciembre a las tres de la tarde, para tomar el rodeo que se había de hacer, y entrar por la parte de levante; y por el lugar de Veas, donde cenó y reposó un rato aquella noche, prosiguió su camino. La otra dejó a cargo del duque de Sesa con cuatro mil infantes y trecientos caballos, y con orden que partiese a medianoche, porque tenía menos camino que andar. Iban con don Juan de Austria los tercios de la infantería pagada y parte de la gente de la ciudad. Llevaba la vanguardia Luis Quijada con dos mil infantes, y él con ella; don García Manrique iba con la caballería, y en la retaguardia, donde iba su guión, el licenciado Pedro López de Mesa, y con la artillería y bagaje don Francisco de Solís, proveedor general. El duque de Sesa llevaba las compañías de milicia de la ciudad; de vanguardia iba don Juan de Mendoza y su persona; el Corregidor con la caballería; el artillería y bagaje a su cargo, y algunas compañías de infantería de retaguardia, y delante de todo el campo las cuadrillas de la gente suelta. Detúvose un gran rato el duque de Sesa en el camino para que don Juan de Austria tuviese lugar de hacer su rodeo, y cuando le pareció tiempo, por junto a la puente que dijimos, que está donde el río de Aguas Blancas se junta con Genil, tomó una cordillera y cuchillo de la sierra de Guéjar, yendo siempre por las cumbres más altas, y mandando hacer almenaras de fuegos para que don Juan de Austria, que iba de la otra parte, viese dónde llegaba, y hiciese la diligencia de manera, que por las señales de los fuegos pudiesen llegar a un tiempo. Los adalides que don Juan de Austria llevaba guiaron por camino tan fragoso y rodearon tanto, que no fue posible llegar al cerro de levante de la Silla hasta que ya el día iba bien alto; y en este tiempo los soldados de las cuadrillas que guiaban la vanguardia del Duque, como tuvieron menos que andar y por mejor camino, llegaron más presto al cerro de poniente, por donde había de bajar, y entre dos albas [308] fueron a dar con las centinelas de los moros, que estaban en la cumbre dél; y por la parte de dentro, como si les fueran mostrando ellos mesmos el camino por donde habían de entrar, fueron huyendo a dar rebato en el cuerpo de guardia que tenían puesto en la trinchea. Siguiéronlos los soldados sin orden y con tanta determinación, que no les dieron lugar a poder resistir, y dieron todos a huir la vuelta del lugar. Cargando pues toda nuestra gente, caminaron al otro fuerte, que también desampararon luego los moros; y llevando por delante las mujeres y algunos bagajes cargados de ropa, se subieron a la Sierra Nevada, cuya guarida tenían tan cerca, que no hay más que el cristalino Genil en medio. El Duque, viendo entrado el lugar y el fuerte, pasó al barrio bajo y al vado del río, donde los moros escopeteros hacían rostro para dar lugar a que las mujeres se adelantasen. Aquí mataron al capitán Quijada de una pedrada en la cabeza, y treinta y cinco soldados que con cudicia de atajar las moras y los bagajes que iban huyendo se desmandaron; y fuera mayor el daño si el día que llegó don García Manrique no se hubieran ido los turcos, y después el Rendati y el Partal y los otros caudillos con la mayor parte de los tiradores; porque estos hombres ladrones, que no buscaban más que robar, y para esto habían ido allí por la comodidad de las sierras, no quisieron ponerse en peligro de defender el lugar, tomando por ocasión que iban a recoger más gente para dar en las espaldas de nuestro campo, si fuese sobre él. Murieron este día cuarenta moros, y fue poca la presa que nuestros soldados hicieron, habiendo poco que saquear. Con todo eso se les tomó cantidad de ganado mayor y menor, y algunos bastimentos y ropa que tenían metido en sitos. En la casa donde posaba el alcaide Xoaybi, hallé yo muchos papeles, y entre ellos la carta que Aben Humeya le había escrito mandándole que no alzase más alcarías hasta que se lo mandase, como queda dicho atrás. Ya los moros eran idos y el lugar ganado cuando don Juan de Austria asomó por el cerro donde había de bajar; y viendo que no le había dejado el Duque nada que hacer, mostró mucho sentimiento dello. Pusiéronsele los ojos encendidos como brasa, de puro coraje; no sabía si culparía a los adalides por haberle guiado mal, o al Duque por no haber aguardado a que llegase; el cual se desculpó y satisfizo muy bien con que desde el camino le había enviado un billete con un soldado, diciendo que le parecía que se detenía mucho, y si aclaraba el día y los moros habían sentimiento, podría perderse ocasión; que viese lo que era servido que hiciese; y le había respondido que hiciese lo que mejor le pareciese; no embargante que tampoco había sido en su mano, porque los soldados de las cuadrillas habían dado de improviso sobre las centinelas de los enemigos, y no se había podido dejar de seguirlos. Con todo eso don Juan de Austria no quiso detenerse allí, y mandando a don Juan de Mendoza que se quedase en el fuerte que los moros habían comenzado a hacer en el barrio de enmedio, mientras se proveía quien había de estar en él de presidio, sin comer bocado en todo aquel día se volvió a la ciudad de Granada. No mucho después fue allí don Juan de Alarcón, señor de Buenache, con cuatro compañías de su cargo y algunos caballos; el cual estuvo hasta que don Luis de Córdoba y el capitán Oruña redujeron el fuerte en menor ámbito, y quedó en él don Francisco de Mendoza con quinientos infantes.
Del fin que hubo el traidor de Farax Aben Farax
Bien vemos que habrá ido pidiendo cuenta el letor de lo que hacía en este tiempo Farax Aben Farax, habiendo sido principal autor deste rebelión, creyendo que nos hemos olvidado dél; y porque no quede atrás cosa que se pueda desear, diremos su discurso en este lugar, que no será lo menos agradable desta historia. Ya dijimos como Aben Humeya, cuando en el valle le dieron los de Béznar el vano nombre de rey, por desechar de sí este mal hombre, le envió a que recogiese la plata, oro y dinero que los alzados hubiesen tomado a los cristianos de la Alpujarra y de las iglesias; el cual hizo tantas tiranías y crueldades por toda la tierra, con favor de docientos monfís que traía consigo, que temió que se le alzaría con el gobierno y mando de los moros. Y haciéndole venir al lugar de Láujar, le mandó que entregase todo el dinero, oro y plata que tenía recogido, a Miguel de Rojas, su suegro, que, como queda dicho, le había hecho su tesorero; y enviando los docientos monfís a diferentes partes, so color de servirse dellos y aprovecharlos, le mandó a él que no se partiese del campo sin su licencia y mandado, so pena de la vida; y desta manera le trajo consigo muchos días, hasta tanto que el marqués de Mondéjar desbarató el campo de los moros y se comenzó a reducir la tierra. Entonces el solene traidor, hallándose tan aborrecido de los moros como de los cristianos, por las insolencias y crueldades que con los unos y con los otros había usado, se retiró al lugar de Guéjar, Y allí estuvo encubierto hasta que Aben Humeya se hizo con nuestras desórdenes y tornó a resucitar la guerra. Y viendo que si volvía a él le iría mal, y si se iba a los cristianos peor, no sabiendo a qué parte se echar, tomó por remedio presentarse en el santo oficio de la Inquisición y pedir misericordia de sus culpas, entendiendo que allí no le matarían, dándole alguna pena corporal. Dando pues cuenta de su determinación a un mal cristiano tintorero que andaba en su compañía, le dijo desta manera: «Hermano, nosotros andamos ya aborrecidos de las gentes; nuestro negocio no ha correspondido como pensábamos, porque los moros, malamente conformes, no se han sabido gobernar; hannos despreciado, y traemos el cuchillo de Aben Humeya cerca de las gargantas. Si los cristianos nos prenden o nos vamos a ellos, tampoco nos faltará la soga. Solo un remedio tenemos para sustentar algunos días esta miserable vida, y es irnos a poner en manos de la Inquisición, donde si nos dieren algún castigo en penitencia de nuestras culpas, no nos matarán. Yo soy muy conocido en Granada, y no podrá ser menos sino que entrando por la ciudad me maten o prendan, y lo mesmo harán a ti yendo conmigo. Pues para evitar este inconveniente, me parece que vayas tú solo delante, y presentándote ante los inquisidores, les pidas de mi parte que manden venir un familiar o dos por mí, con quien pueda ir seguro». Esto pareció bien al compañero, y quedaron de acuerdo que en anocheciendo partiría de una cueva donde estaban escondidos, y iría a Granada. Mas en este tiempo, Farax Aben Farax se echó a dormir, y el compañero, enfadado [309] de traerle tanto tiempo consigo, o por ventura pensando ganar el perdón más fácil con su muerte, determinó de acabar con él y con sus maldades; y alzando una piedra muy grande que halló par de sí, le dio en la cabeza tantos golpes, que le quebró los dientes y las muelas y las quijadas, y le deshizo las narices y la boca y los ojos y toda la cara; y creyendo que le dejaba muerto, se fue derecho a Granada, y no parando hasta la sala del aposento del Arzobispo, dijo a un paje que entrase a su señoría, y le dijese como estaba allí un soldado que quería darle parte de cierto negocio importante en confesión; el cual le oyó, y le envió luego a los inquisidores, en cuyo poder le dejaremos. Volviendo pues a Aben Farax, estuvo dos noches y un día en la cueva sin sentido, como hombre muerto, hasta que llegando acaso por allí unos moros de Guéjar, y viendo aquel hombre tendido con la cabeza y la cara hinchada, y las heridas llenas de gusanos, llegaron a reconocer si era moro o cristiano, y hallándole vivo y retajado, le llevaron a su lugar sin poderle conocer; y siendo curado, vino a sanar de las heridas, y quedó como monstruo tan disforme, que no tenía después semejanza de hombre humano; y cuando había de comer o beber, le habían de echar el agua y el mantenimiento con un cañuto de caña por un pequeño agujero que le había quedado en el lugar de la boca. Y cuando don Juan de Austria ganó a Guéjar, como queda dicho en el capítulo precedente, estaba allí, y huyó con los otros moros, y anduvo después por la Alpujarra pidiendo limosna; y en la redución general se redujo con los moros del valle de Lecrín, y con ellos le metieron la tierra adentro. No pudimos saber lo que fue dél ni en qué paró, aunque lo procuramos con toda diligencia entre los que fueron con él.
Cómo don Juan de Austria fue a la jornada del río de Almanzora, y el marqués de los Vélez alzó el cerco de sobre Galera
Para la salida que don Juan de Austria había de hacer se apercibieron y aprestaron muchas cosas. Hiciéronse gran cantidad de provisiones en los pueblos comarcanos al reino de Granada, cometiéndolas a los proprios concejos, y enviándoles dineros para ello, por excusar los robos, sobornos y cohechos, que con mayor disolución de lo que aquí podríamos decir hacían los comisarios y los alguaciles de las escoltas. Y porque convenía quedar recaudo en la ciudad de Granada, antes de su partida diputó cuatro mil infantes que le guardasen; con los cuales, estando ya los moriscos fuera, Guéjar por nosotros, la Vega con su guarda, y andando las cuadrillas corriendo la tierra, quedó suficientemente asegurada, y lo estuvo todo el tiempo que duró la guerra. Partió don Juan de Austria a 29 días del mes de diciembre del aho del Señor 1569 con tres mil infantes y cuatrocientos caballos, llevando consigo a Luis Quijada y al licenciado Birviesca de Muñatones, del consejo y cámara de su majestad, que por su mandado asistía en el Consejo, y dejando lo de aquella ciudad a cargo del duque de Sesa hasta que fuese tiempo de salir con el otro campo; el cual se pasó luego a su aposento, y comenzó a dar orden, juntamente con el Presidente, en la provisión y en las otras cosas necesarias para la expedición de la guerra. El primer día fue don Juan de Austria a la villa de Hiznaleuz; que está cinco leguas de allí, el segundo a Guadix, que los antiguos llamaron Aciurge, y los moros Guer Aix, el tercero a Gor, donde hallaron a don Diego de Castilla con todas las moriscas del lugar encerradas en el castillo, porque no se las llevasen a la sierra, y aun para tener seguridad de los moriscos que no se alzasen. El cuarto día llegó a la ciudad de Baza, que los moros llaman Batha, y los antiguos Basta, y a la provincia bastetana. Allí estaba el comendador mayor de Castilla esperando; el cual había venido de Cartagena, y traído la artillería, armas, munición y bastimentos que dijimos, y de paso se había visto con el marqués de los Vélez y proveídolo de algunas cosas destas, que le había pedido. Estuvo don Juan de Austria en aquella ciudad pocos días, esperando gente y proveyendo otras cosas que convenían, siendo mucha la priesa que llevaba; y porque para ir a combatir a Galera se había de hacer la máquina de la guerra en Güéscar, envió delante, dos días antes que partiese, todos los carros y bagajes que había en el ejército, cargados de los bastimentos y municiones, con orden que volviesen luego a llevar lo que quedaba en su partida. Toda esta diligencia se hacía con recelo que el marqués de los Vélez, agraviado de la idea de don Juan de Austria, en sabiendo que partía de Baza, alzaría el cerco de sobre Galera; y por ventura le habían oído decir algunas palabras personas que habían avisado dello; porque fue ansí, que la noche antes que partiese la primera escolta de Baza, despojó aquel alojamiento, donde con adverso favor de la fortuna había estado muchos días, y alzó el campo y se retiró a Güéscar, dejando a los moros libres para poder salir donde quisiesen; y pudiera correr riesgo de perderse la escolta, donde iban setecientos carros y mil y cuatrocientos bagajes cargados de armas y municiones si tuvieran aviso de dar en ella, porque no llevaba más de trecientos caballos de guardia y ninguna infantería. Esta escolta iba a mi cargo, y siendo avisado en el camino de la retirada del marqués de los Vélez y de como los moros andaban fuera de Galera, no quise aventurarme a pasar sin que se me enviase mayor número de gente de guerra, y me recogí aquella noche al cortijo de Malagón sobre el río de Benzulema y avisé a don Juan de Austria y al marqués de los Vélez, para que me asegurase el paso de una atalaya que estaba cerca de Galera; y con dos compañías de infantería, que estaban alojadas en Benamaurel, y una de caballos que don Juan de Austria me envió, proseguí otro día bien de mañana mi camino; por manera que en medio día de dilación se aseguró la escolta; y llegando a Güéscar aquella noche, torné a enviar luego los carros [310] y bagajes a Baza. Partió don Juan de Austria con todo el campo, y en una jornada fue a Güéscar, que son siete leguas por el camino derecho, y nueve por el carril. Pasose grandísimo trabajo este día, porque los moros, soltando las acequias, habían empantanado todas las vegas, y héchose tan grandes atolladeros, que no podían salir los carros ni los bagajes. Salió el marqués de los Vélez a recebir a don Juan de Austria como un cuarto de legua con algunos caballeros, dejando mandado a sus criados que mientras iba y volvía cargasen su recámara para irse a su casa, porque aun no había desocupado los aposentos del castillo, donde había de aposentarse don Juan de Austria, y había entretenido al licenciado Simón de Salazar, alcalde de casa y corte, que tres días antes había ido a hacer el alojamiento. No podía el marqués de los Vélez disimular el sentimiento que tenía de la ida de don Juan de Austria; y aunque se había visto con el comendador mayor de Castilla y dádose buenas palabras de ofrecimientos, sabía muy bien que le hacía poca amistad, y que había escrito a su majestad que no le parecía a propósito para dar fin a aquella empresa; y por ventura habían venido a su noticia las cartas primero que a las de su majestad, y lo había disimulado; y por esta causa huía de hallarse en un consejo con él y con Luis Quijada, y solamente quiso hacer el cumplimiento de salir a recebir a don Juan de Austria, y sin apearse tomar el camino para su casa, como en efeto lo hizo; porque habiendo llegado a besarle las manos y a darle el parabién de su venida, volvió con él hasta la puerta de la fortaleza, dándole cuenta del estado de las cosas de la guerra; y sin apearse se despidió dél y de todos aquellos caballeros que le acompañaban, y se fue de camino a la villa de Vélez el Blanco con la gente de su casa y una compañía de caballos de Jerez de la Frontera, cuyo capitán era don Martín de Ávila.
Cómo don Juan de Austria fue sobre la villa de Galera, y la cercó
Habiéndose acrecentado el campo a número de doce mil hombres, don Juan de Austria mandó al capitán Francisco de Molina, que había venido de Motril por su mandado a servir en la jornada, que con diez compañías de infantería se fuese a poner en la villa de Castilleja, una legua de Galera, que estaba despoblada, porque era importante tenerle tomado a los enemigos aquel paso, por donde había de ser la entrada del socorro o se habían de retirar. Luego partió con el resto de la gente, y a 19 días del mes de enero de 1570 años caminó la vuelta de Galera. Esta villa era muy fuerte de sitio: estaba puesta sobre un cerro prolongado a manera de una galera, y en lo más alto dél, entre levante y mediodía, tenía los edificios de un castillo antiguo cercado de torronteras muy altas de peñas, que suplían la falta de los caídos muros. La entrada era por la mesma villa; la cual ocupando toda la cumbre y las laderas del cerro, se iba siempre bajando entre norte y poniente hasta llegar a un pequeño llano, donde a la parte de fuera estaba la iglesia que dijimos, con una torre nueva muy alta, que señoreaba el llano, y un río que bajando de la villa de Orce, se junta con el de Güéscar, y viene a romper las aguas en la punta baja de Galera, y desviándose luego, cerca el llano donde estaba la iglesia, y poco a poco corre hacia la villa de Castilleja. No estaba cercada de muros, mas era asaz fuerte por la dificultosa y áspera subida de las laderas que había entre los valles y las casas, las cuales estaban tan juntas, que las paredes eran bastante defensa para cualquier furioso asalto, no se pudiendo hacer en ellas batería que fuese importante, porque estaban puestas unas a caballero de otras en las laderas, de manera que los terrados de las primeras igualaban con los cimientos de las segundas, y el fundamento era sobre peñas vivas, alzándose hasta la más alta cumbre; y por esta causa eran los terrados tan desiguales, que no se podía subir ni pasar de uno en otro sin muy largas escalas; y teniendo los moros hechos muchos reparos y defensas en las calles, tampoco se podía andar por ellas sin manifiesto peligro. Había dos calles principales que subían desde la puerta de la villa que salía a la iglesia, hasta el castillo; las cuales, demás de ser muy angostas, las tenían los moros barreadas de cincuenta en cincuenta pasos, y hechos muchos traveses de una parte y de otra en las puertas y paredes de las casas, para herir a su salvo a los que fuesen pasando; y para poderse socorrer los unos a los otros en tiempo de necesidad, las tenían horadadas y hechos unos agujeros tan pequeños, que apenas podía caber un hombre a gatas por ellos: por manera que aunque faltaban los muros, no se tenían por menos fuertes con esta fortificación que si los tuvieran muy buenos. Y porque dentro no había pozos ni fuentes, habían hecho una mina, que iba cubierta desde las casas bajas hasta el río, donde salían a todas horas a tomar agua, sin que se les pudiese defender. Habiendo pues de cercar don Juan de Austria esta fuerte villa, donde había más de tres mil moros de pelea, y algunos turcos y berberiscos entre ellos, antes de asentar su campo quiso reconocerla por su persona; y tomando consigo al comendador mayor de Castilla y a Luis Quijada, con toda la gente de a caballo y algunos arcabuceros sueltos, la rodearon por unos cerros altos que la señorean a lo largo. Y puestos en una cumbre, donde mejor se descubría, entendieron que para tenerla bien cercada convenía repartir la gente en tres partes y ponerle tres baterías: la una hacia el mediodía, por la parte del castillo; la otra hacia levante, donde había un padrastro que tomaba la villa por través; y la tercera al norte, hacia la iglesia. Y para que se pudiesen socorrer mejor estos cuarteles, y los alojamientos estuviesen más acomodados, asentó el campo poco más arriba de donde el marqués de los Vélez había tenido el suyo, cubierto con un cerro que cae a la parte de levante cerca del río, y seguro de los tiros de los enemigos; y mandando al maese de campo don Pedro de Padilla que se pusiese con su tercio a la parte del norte por bajo de la iglesia, quedó la villa cercada por todas partes. Este mesmo día murió en Güéscar el licenciado Birviesca de Muñatones, de enfermedad; cuya muerte se sintió mucho en el campo, porque era hombre de valor y de consejo; y habiendo andado mucho tiempo fuera destos reinos en servicio del cristianísimo emperador don Carlos, había dado buena cuenta de los cargos que había tenido, y era muy prático y experimentado en las cosas de la guerra y de gobernación. [311]
Cómo se plantaron las baterías contra la villa de Galera y se dieron dos asaltos, uno a la iglesia y otro a la villa
Teníanse todavía los enemigos la iglesia y la torre del campanario; y porque hacían daño en el cuartel de don Pedro de Padilla con las escopetas, y convenía echarlos luego de allí, don Juan de Austria mandó que ante todas cosas Francisco de Molina, que ya servía el oficio de capitán de la artillería, y en su lugar había ido a Castilleja don Alonso Porcel de Molina, regidor de Úbeda, hiciese traer de Güéscar la artillería que había venido de Cartagena y estaba a cargo de Diego Vázquez de Acuña, y les plantase batería; el cual puso tanta diligencia en hacer lo que se le mandó, que en una noche hizo un carril desde Güéscar a Galera, y dos pontones de madera sobre el río, por donde pasaron las carretas, y una plataforma cubierta con sus cestones de rama terraplenados; y antes que amaneciese comenzó a batir la iglesia con dos cañones gruesos. A pocos tiros se hizo en la pared un portillo alto y no muy grande, y juntándose con don Pedro de Padilla, el marqués de la Favara y don Alonso de Luzón y otros caballeros animosos, dieron el asalto y la entraron con muerte de los moros que la defendían, y no sin daño de los cristianos; y metiendo en la torre dos escuadras de arcabuceros, hicieron una trinchea, por donde podían llegar los soldados encubiertos de los tiros de los enemigos. Luego se puso en obra otra trinchea a la parte de mediodía, que bajaba por la ladera abajo, dando vueltas hasta el valle cerca del castillo, donde se hizo otra plataforma y se plantaron seis piezas de artillería para batir un golpe de casas que estaban a las espaldas dél, puestas sobre la torrontera que le cercaba a la parte de fuera. A esta obra atendía personalmente y con grandísimo cuidado don Juan de Austria, haciendo oficio de soldado y de capitán general, porque habiéndose de ir por la atocha de que se hacía la trinchea a unos cerros algo apartados, a causa de que los enemigos habían quemado la que había por allí cerca, para que los soldados se animasen al trabajo, iba delante de todos a pie, y traía su haz a cuestas como cada uno, hasta ponerlo en la trinchea. Demás desta plataforma se puso otra con diez piezas de artillería en el padrastro que dijimos, que tomaba la villa por través a la parte de levante, para batir por allí las casas y unos paredones viejos del castillo, y quitar las defensas a los enemigos, echándoles los edificios encima cuando se diese el asalto por las otras baterías, porque por esta no había arremetida, aunque se tenía todo el costado de la villa a caballero, porque había en medio un valle muy hondo fragoso. Estando pues las cosas en estos términos, no faltaron animosos pareceres que importunaron a don Juan de Austria que mandase dar un asalto por el cuartel de don Pedro de Padilla, diciendo que pues los de Güéscar habían entrado por aquella parte hasta cerca de la plaza, lo mesmo harían nuestros soldados; y sería de mucha importancia ir ganando a los moros algunas casas, y llevarlos retirando a lo alto. Este consejo parecía ir fundado en alguna manera de razón a lo que se veía desde fuera, porque todas las casas que estaban delante de la iglesia eran de tapias de tierra y no se descubría otra defensa; mas entrando dentro, estaba la fortificación bien diferente de lo que parecía, porque ni la artillería podía hacerles daño ni los nuestros ir adelante; y ellos podían hacer mucho mal a los que iban entrando, con las escopetas y con piedras desde lo alto, estando siempre encubiertos. Diose el infelice asalto, habiendo hecho algunos portillos en las paredes con la artillería; y como los capitanes y soldados hallasen los impedimentos dichos, y grandísima resistencia en los enemigos, después de haber peleado un buen rato, se hubieron de retirar con daño, dejando dentro acorralados muchos hombres principales, que porfiaron por ir adelante. Uno dellos fue don Juan Pacheco, caballero del hábito de Santiago y vecino de la villa de Talavera de la Reina, el cual fue preso por los enemigos, y viendo el hábito que llevaba en los pechos, le despedazaron miembro a miembro con grandísima ira. Había llegado este caballero al campo dos horas antes que se diese el asalto, y no había hecho más de besar las manos a don Juan de Austria en la trinchea, y bajar a visitar a don Pedro de Padilla, que era su deudo y de su tierra; y hallando que querían dar el asalto, quiso hacerle compañía; y pasó tan adelante, que cuando se hubo de retirar no pudo.
Cómo se dio otro asalto a la villa de Galera, en que murió mucha gente principal
Con el infelice suceso deste asalto no se alteró nada don Juan de Austria; antes viendo que la artillería hacía poco efeto en las casas, y que solamente horadaba las paredes de tapias, y no derribaba tanta tierra que pudiese hacer escarpe por donde poder subir la gente, acordó de hacer una mina al lado derecho de la batería alta, que entrase por debajo dellas y alcanzase parte del muro del castillo; porque se veía que volando todo aquel trecho, haría escarpe suficiente la ruina, por donde la infantería pudiese subir arriba y tomar a caballero a los enemigos en la villa. Esta obra se cometió al capitán Francisco de Molina, el cual hizo la mina con mucha diligencia; y habiendo acabado el horno y metido dentro cantidad de barriles de pólvora, y algunos costales llenos de trigo y de sal para que el fuego surtiese con mayor furia, a 20 días del mes de enero se mandó a las compañías de la infantería que bajasen a las trincheas, y diesen muestra de querer acometer a subir por unos portillos que había hecho la artillería, y por las casas que estaban a las espaldas del castillo, que caían encima de la mina, para llamar a los enemigos hacia aquella parte y poderlos volar; y por si fuese menester acudir con mayor fuerza para cualquier suceso, se puso don Juan de Austria con un escuadrón de cuatro mil infantes a la mira de lo que se hacía por frente del enemigo. Estaban los moros muy descuidados de que los nuestros pudiesen minar por aquella parte, donde había tan grande altura de peñas, que parecía cosa imposible poderlas levantar el fuego; los cuales, viendo entrar las banderas en las trincheas y ponerse las otras en escuadrón, entendieron que sin duda querían darles algún asalto por los portillos de la batería; y acudiendo luego a la defensa, se metieron más de setecientos escopeteros y ballesteros en las casas que estaban sobre la mina, y comenzaron a tirar con las escopetas a unos soldados que andaban descubiertos. [312] Cuando pareció ser tiempo, dio señal para que se pusiese fuego a la mina, la cual disparó con tanta violencia, que voló la peña y las casas y mató más de seiscientos moros, y hizo una ruina tan grande de la tierra, piedras y maderos que voló, que parecía que el escarpe daba entrada larga y capaz para cualquier número de gente. Luego envió los reconocedores, por si fuese menester quitar algunas defensas antes que la gente acometiese el asalto; y había sido bien acordado, si los animosos soldados que estaban en las trincheas no quisieran serlo ellos mismos. Era gran contento ver salir algunos moros de entre el polvo, como cuando se cae alguna casa vieja; mas presto se aguó, porque los soldados se desmandaron tras dellos, y comenzaron a subir por la ruina de la mina sin orden, hasta llegar al muro del castillo. A este tiempo don Juan de Austria mandó dar la señal del asalto, y acometiendo los alféreces con las banderas en las manos, se comenzó una pelea menos reñida que peligrosa. Los nuestros trabajaban por ocupar un portillo que la artillería había hecho en el muro del castillo, no hallando entrada por otra parte, porque la mina no había pasado tan adelante como convenía, y solamente había volado la peña y las casas que estaban a la parte de fuera, dejando los enemigos más fortalecidos; los cuales estaban prevenidos de manera, que para cada casa era menester un combate, según las tenían atajadas y puestas en defensa. Acudiendo pues los enemigos a la defensa del portillo, y siendo forzoso que los alféreces y soldados reparasen al pie del muro, era grande el daño que recebían de los traveses y de las piedras que les arrojaban a peso desde un reducto alto donde estaban los moros berberiscos, y entre ellos algunas moras que peleaban como varones, siendo bien proveídas de piedras de las otras mujeres y de los muchachos, que se las traían y daban a la mano. Habiendo pues estado detenida nuestra gente recibiendo el daño que hemos dicho, los animosos alféreces se adelantaron, y subiendo a raíz del muro uno tras de otro, porque no podían ir de otra manera, fueron a entrar por el portillo, siendo el delantero el de don Pedro Zapata, que puso su bandera sobre el enemigo muro con tanto valor, que si la disposición de la entrada diera lugar a que le pudieran seguir dos o tres de los otros se ganara la villa aquel día; mas como no pudo ser socorrido, los moros cargaron sobre él, y dándole muchas heridas, le derribaron por la batería abajo, llevando siempre la bandera entre los brazos, que no se la pudieron quitar, aunque le tiraban reciamente della. Luego cerraron a gran priesa el portillo con maderos, tierra y ropa, y le fortalecieron de manera, que no se pudo llegar más a él. Estaba en este tiempo don Juan de Austria mirando todo lo que se hacía, y pareciéndole que se podía entrar la villa por los terrados de las casas que caían a la parte de levante, mandó a los capitanes don Pedro de Sotomayor, don Antonio de Gormaz y Bernardino de Quesada, que con los arcabuceros de sus compañías fuesen a intentarlo, y que procurasen quitar del reducto del castillo los moros y moras que hacían daño con las piedras; los cuales, aunque conocían el peligro que llevaban, rindiéndole las gracias por la merced que les hacía en darles muerte tan honrosa, se adelantaron luego, y llegando a la batería, procuraron hacer lo que se les mandaba, tentando la entrada por diferentes partes; mas era por demás su trabajo, porque los enemigos, esperándolos encubiertos con sus reparos, los herían de mampuesto desde los traveses con las escopetas y ballestas, y matando más de ciento y cincuenta soldados, fueron también los capitanes heridos. Estando pues nuestra gente con esta dificultad descubiertos a la ofensa de los enemigos sin hacer otro efeto, y habiendo durado el asalto más de dos horas, don Juan de Austria, viendo la resistencia que había, y que convenía hacer mayor batería, mandó tocar a recoger, y se retiró la gente a tiempo que no iba mejor a los soldados del tercio de don Pedro de Padilla, que habían acometido a entrar por su cuartel. Murieron este día muchas moros, aunque fue mayor el daño de los cristianos, porque mataron cuatrocientos soldados y hubo más de quinientos heridos, y entre ellos muchos hombres de cuenta, que como el ánimo es de personas nobles que desean honra, mataban y herían en ellos como en hombres destroncados, antes de poder llegar a mostrar su valor. Murieron los capitanes Martín de Lorite, Juan de Maqueda, Baltasar de Aranda, Alonso Beltrán de la Peña, Carlos y Fadrique de Antillón, hermanos, y Pedro Mírez, alférez de don Antonio de Gormaz, y otros; y fueron heridos don Juan de Castilla, de escopeta en un brazo; don Antonio de Gormaz, vecino de Jaén, de muchas pedradas, y el capitán Abarca, de otra escopeta en el rostro, y murieron dentro de pocos días de las heridas. Fueron también heridos don Pedro de Padilla y su alférez Bocanegra, el marqués de la Favara, don Luis Enríquez, sobrino del almirante de Castilla; Pagan de Oria, don Luis de Ayala, y los capitanes don Alonso de Luzón, Juan de Galarza, Lázaro de Heredia, don Antonio de Peralta, y su alférez y sargento don Pedro de Sotomayor, y don Diego Delgadillo, su alférez; Bernardino de Quesada, Diego Vázquez de Acuña, don Luis de Acuña, su hijo; Bernardino Duarte, Bernardino de Villalta y su hermano Melchor de Villalta, Francisco de Salante y su alférez Portillo, Alonso de Alvarado, alférez de don Alonso de Vargas; Velasco, alférez de don Juan de Ávila Zimbrón, y otros muchos que por excusar prolijidad no ponemos aquí.
Cómo don Juan de Austria mandó hacer otras dos minas en la villa de Galera, y la combatió y ganó por fuerza de armas
No paró en lágrimas ni en gemidos el dolor que don Juan de Austria sintió cuando vio tantos cristianos muertos y heridos; antes, furioso, con justa y santa piedad hizo enterrar a los unos y llevar a curar los otros. Y mandando juntar luego a los del Consejo, les dijo desta manera: «La llaga de hoy nos ha mostrado la cierta medicina. Yo hundiré a Galera y la asolaré y sembraré toda de sal, y por el riguroso filo de la espada pasarán chicos y grandes, cuantos están dentro, por castigo de su pertinacia y en venganza de la sangre que han derramado. Apercíbanse luego los ingenieros, y el capitán de la artillería no repose hasta tener hechas otras dos minas, que entren tanto debajo del castillo, que vuelen el rebellin de donde hemos recebido el daño, por manera que quede la entrada abierta a nuestra infantería por aquella parte; que sin duda no habrá resistencia que se lo impida. Y si se pone la diligencia [313] que conviene en ello, yo espero en Dios que con la infelice nueva llegará juntamente la de la vitoria a oídos del Rey mi señor». Diciendo estas palabras el animoso mancebo, su voz fue recebida del consentimiento de todos y muy loada; y acrecentó tanto el ánimo y ardor del ejército, que los capitanes y soldados, menospreciando el peligro, no deseaban cosa más que volver a las armas con los enemigos para tomar entera venganza por sus manos. Mientras de nuestra parte se trabajaba en las minas, los cercados no se descuidaban en la obra de sus reparos y en todo aquello que entendían serles necesario para su defensa; mas faltábales ya la munición, que era lo principal, habiéndola gastado en los asaltos, y habían perdido la mayor parte de la gente de guerra; y con todo eso pensaban poderse defender, confiados en la vana promesa que el Maleh les había hecho, de que los vendría a socorrer con todo el poder de los moros. Salieron una noche docientos moros a impedir la obra de una de las minas, donde acertó a hallarse el capitán Francisco de Molina, y con él el alférez Rincón y obra de veinte soldados, que todos hubieron menester menear bien las manos, porque llegaron determinadamente a la boca della y hirieron algunos de los nuestros; mas como se tocase luego arma, fueron retirados con daño, y no se atrevieron a salir más, ni contraminaron, teniendo por imposible que la pólvora pudiese volar un monte tan grande y tan alto como aquel sobre que estaba edificado el castillo, y entendieron que reventaría por lo más flaco antes de llegar a él. Esto es lo que después nos dijeron algunos moros, aunque lo más cierto fue que no se atrevieron a hacer la contramina, porque fuera necesario cavar más de cuarenta estados en hondo para ir a dar con ella. Sea como fuere, ellos no hicieron diligencia en este particular, habiendo hecho muchas en las otras defensas. Estando ya a punto las ruinas para poderlas volar, don Juan de Austria mandó batir con la artillería todas las defensas por cuatro partes. Don Luis de Ayala batió con cuatro cañones a la parte de mediodía, las casas y los muros del castillo que se podían descubrir. Los capitanes Bernardino de Villalta y Alonso de Benavides batieron con otras cuatro piezas el castillo por través, y las casas que se descubrían de un cerro algo relevado que está a la parte de poniente. Don Diego de Leiva, con dos piezas, las casas y defensas bajas por el cuartel de don Pedro de Padilla, a la parte del norte; y Francisco de Molina con diez piezas de artillería batía por través el castillo y unos paredones antiguos de la torre del homenaje, donde los enemigos tenían puesta la cabeza del capitán León de Robles, natural de Baza, que lo habían muerto estando allí el marqués de los Vélez, y todas las casas de la villa que caían en la ladera que responde a la parte de levante. Habíase salido de Galera huyendo estos días un muchacho morisco, y dado muy cierto aviso del estado en que estaban las cosas de los moros, y de la fortificación que tenían hecha, certificando a don Juan de Austria que la mina pasada había muerto más de setecientos moros escopeteros y ballesteros. El cual, entendiendo que acudirían a ponerse a la defensa en parte que las nuevas minas pudiesen volar, los que quedaban, a 10 días del mes de febrero mandó que toda la infantería bajase a las trincheas, y que la gente de a caballo se pusiese al derredor de la villa, por si los enemigos acometiesen a salir; y estando todos a punto con las armas en las manos, los que tenían cargo de las minas pusieron fuego a la primera, que estaba junto con la mina vieja; la cual salió con tanta furia, que voló peñas, casas y cuanto halló encima; mas no llegó al Castillo ni hizo daño en los moros, que, escarmentados de lo pasado, se habían retirado a la parte de dentro en una placeta que se hacía allí junto, dejando solos tres hombres de centinela en lo alto, echados de pechos, que no podían estar de otra manera, con orden que en viendo subir a nuestra gente les diesen aviso, para acudir con tiempo a la defensa. Volada la una mina, la artillería no dejó de tirar sin intervalo, y dende a un rato salió la otra, que estaba hacia poniente; la cual hizo tanta ruina, que los enemigos, atemorizados del gran terremoto y temblor de tierra que hizo estremecer todo el cerro, no subieron a descubrir al castillo, creyendo por ventura que aun no eran acabadas de salir todas las minas, ni las centinelas osaron aguardar en lo alto, porque venían tan espesas las pelotas sobre ellos de todas partes, que no tenían donde poderse guarecer. A este tiempo envió don Juan de Austria tres soldados a que reconociesen si las minas habían hecho suficiente entrada para el asalto, y si quedaba algún impedimento que lo estorbase; uno de los cuales llegó hasta el proprio muro del castillo, donde a la parte de poniente tenían los enemigos puesta una bandera grande colorada; y sin hallar quien se la impidiese, la tomó y se bajó con ella en la mano hasta la trinchea. Viendo pues los soldados que el capitán Lasarte, que así se llamaba el que trajo la bandera a la trinchea, había subido hasta arriba y tomádola sin resistencia, pareciéndoles que no había para qué perder tiempo, sin esperar otra señal salieron de las trincheas; y subiendo por las baterías, antes que los enemigos acudiesen a la defensa, ya tenían ocupado lo alto del castillo; y tomándolos a caballero, les fueron ganando las calles y las casas, saltando de unos terrados en otros por los mesmos pasos que ellos se retiraban. Ayudó mucho para divertirlos y desanimarlos el acometimiento que a un mesmo tiempo hizo por la parte baja don Pedro de Padilla con su tercio; el cual pasando a largo de la villa por la ladera de poniente, entró animosamente por los portillos que la artillería había hecho en las paredes de las casas; por manera que siendo los moros cercados y combatidos por muchas partes, desatinados con la niebla del temor, se iban a meter huyendo por las armas de nuestros soldados; y temiendo de caer en ellas, daban ellos mesmos consigo en la muerte. Estaba una placeta junto a la puerta principal, donde se iban recogiendo, y en ella acabaron de morir la mayor parte dellos. Fueron de mucho efeto las diez piezas de artillería con que batía Francisco de Molina, porque entró por allí el golpe de la gente; y como se descubrían los terrados por través, no dejaban parar moro en ellos, y los soldados, con las proprias escalas que tenían los enemigos aparejadas para ir de unos terrados en otros, subieron y se los fueron ganando; y horadando los techos de las casas con maderos, los arcabuceaban y se las hacían desamparar, y les fueron ganando la villa palmo a palmo, hasta acorralar más de dos mil moros en aquella placeta que dijimos, Recogiéronse algunos en una casa pensando darse a partido; [314] mas todos fueron muertos, porque aunque se rendía, no quiso don Juan de Austria que diesen vida a ninguno; y todas las calles, casas y plazas estaban llenas de cuerpos de moros muertos, que pasaron de dos mil y cuatrocientos hombres de pelea los que perecieron a cuchillo en este día. Mientras se peleaba dentro en la villa, andaba don Juan de Austria rodeándola por defuera con la caballería; y como algunos soldados, dejando peleando a sus compañeros, saliesen a poner cobro en las moras que hablan captivado, mandaba a los escuderos que se las matasen; los cuales mataron más de cuatrocientas mujeres y niños; y no pararan hasta acabarlas a todas, si las quejas de los soldados a quien se quitaba el premio de la vitoria, no le movieran; mas esto fue cuando se entendió que la villa estaba ya por nosotros, y no quiso que se perdonase a varón que pasase de doce años: tanto le crecía la ira, pensando en el daño que aquellos herejes habían hecho, sin jamás haberse querido humillar a pedir partido; y ansí hizo matar muchos en su presencia a los alabarderos de su guardia. Fueron las mujeres y criaturas que acertaron a quedar con las vidas cuatro mil y quinientas, así de Galera como de las villas de Orce y Castilleja y de otras partes. Hallose tanta cantidad de trigo y cebada, que bastara para sustento de un año, y ganaron los capitanes y soldados rico despojo de seda, oro y aljófar, y otras cosas de precio, que aplicaron para sí. Luego despachó don Juan de Austria correo con la segunda nueva de la vitoria, que no fue menos bien recebida en la corte de lo que había sido mal oída la primera. Alcanzó a su majestad en Nuestra Señora de Guadalupe, que iba de camino para la ciudad de Córdoba