Trabajo de MIGUEL LUÍS LÓPEZ-GUADALUPE MUÑOZ
Este estudio ofrece una visión global de la diócesis de Granada a través de los documentos derivados de las visitas postorales de los arzobispos entre 1760 y 1800. De gran interés resulta la información relativa al clero rural; diversos datos permiten tratamientos estadísticos. El resultado es un panorama valioso sobre la estructura de la diócesis, el clero parroquial e incluso la situación general de la religiosidad de los fieles. Las tres visitas permiten una visión de los esfuerzos pastorales en el siglo XVIII. Representan una medio de inspección, pero también una forma de contacto.
Los arzobispos de Granada de la segunda mitad del siglo XVIII, personas de noble cuna por lo general, adornados por los cronistas con un claro acento paternalista, 'aparecen —escribe Miguel A. López— como grandes señores, haciendo gala de su dignidad y riqueza con limosnas y donaciones, en medio de un pueblo religioso y empobrecido' . Es cierto que Granada conoció cierta recuperación desde las últimas décadas del siglo XVII, pero también lo es que muchas comarcas permanecían deprimidas, y los propios prelados pudieron constatarlo a lo largo de sus visitas pastorales.
Sin embargo, la visita de las vicarías del Valle y Costa y, sobre todo, de la Alpujarra en sentido amplio, precisaban un viaje por lo general largo y accidentado (véanse los itinerarios en los mapas adjuntos). Estas zonas agrupaban a más de la mitad de las parroquias de la diócesis: el 15% entre el Valle de Lecrín y la Costa y casi el 38% toda la Alpujarra. La concentración de parroquias en la Alpujarra y en la Vega obedece tanto a las características del hábitat como a la estrategia de evangelización/aculturación de los inicios de la diócesis.
Las tres visitas, con presencia en mayor o menor número de pueblos, se extendieron al territorio completo de la diócesis; sólo la de 1763-66 dejó sin visitar la vicaría septentrional de Montejícar. Por el contrario, las vicarías del Valle de Lecrín, la Costa y las Alpujarras fueron objeto de visitas minuciosas. Por ello, las visitas pastorales se muestran de gran utilidad para profundizar en la realidad geográfica diocesana, como también ocurre, a un nivel más general, con las visitas ad limina
En los registros de la visita de 1778-85 se recogen asimismo los mandatos sobre el estado material de los templos. Son realmente minuciosas las indicaciones tanto sobre la fábrica, como sobre el ajuar de los templos. Ornamentos sacerdotales y otros enseres necesarios para el culto y la decencia de los altares faltaban en muchos lugares, como se manifiesta en las iglesias del Valle de Lecrín o de la vicaría de Santa Fe. En Chauchina, perteneciente a dicha vicaría, se decretaba también la prohibición de cencerradas en las bodas.
Los curas constituyen la piedra angular de la labor pastoral diocesana. Siempre correspondió a ellos, como indica su nombre, la cura animarum (predicación, administración sacramental, celebración litúrgica de la misa dominical —o misa pro populo— y vigilancia de la enseñanza de la doctrina). Pero, además, su figura se va reforzando a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, si bien con dificultades serias para superar el obstáculo mayor: la conveniente dotación económica de los curatos, en detrimento de los beneficios de las parroquias, tarea abordada en fecha tardía y retrasada en su aplicación por lógicas y tenaces resistencias. El mismo arzobispo concedió algunas veces simultáneamente ambos empleos —curato y beneficio—, en régimen de tenencia, a un mismo presbítero, como ocurrió con José de Robles en Acequias (1779) o con Francisco José de la Morena en Bayárcal (1797)
Desde un punto de vista geográfico, los nombramientos afectaron en gran medida a las parroquias de las vicarías de Andarax (12 títulos), Valle de Lecrín (13), Motril (15), Pitres (16), Granada (17), Berja (18), Ugíjar (22; cinco sólo para Murtas), Marchena (26; en cinco ocasiones para Nacimiento) y Juviles (28; cinco títulos para Mecina Bombaron y otros tantos para Válor).
Los empleos de ermitaños y capellanes a veces se simultaneaban para el sostenimiento de los clérigos. A Manuel López lo encontramos como ermitaño de la ermita de S. Roque en Loja en 1778. Un año después se había trasladado a Dúrcal, donde disfrutaba de una memoria de misas, a la vez que se ocupaba del cuidado de la ermita de S. Blas de esa localidad; poseía licencia para demandar por el Valle y Temple para el sostenimiento de la ermita. El oficio de ermitaño podía ser un paso previo para otro empleo eclesiástico. José Martínez López, un presbítero de Ohanes, se ocupaba como capellán del santuario de Ntra. Sra. de la Consolación en 178068; en 1797 figuraba como teniente de cura de esa localidad, con un sueldo de 150 ducados anuales.
En 1763, por ejemplo, salieron del colegio de los jesuítas de Granada ocho misiones, cinco de ellas para el arzobispado de Granada: Armilla (padres Francisco Gutiérrez y Alonso Nieto), dos en la Vega (Alonso Nieto y Antonio de León), Lanjarón (Vicente Márquez y Alonso Nieto) y Alpujarra (Alonso Nieto y Antonio de León). Ésta última duró casi dos meses. La comisión del arzobispo era a veces muy específica: los citados Nieto y León realizaron en junio de 1763 una misión en Montejícar, 'a causa de unas graves discordias, las que quedaron sosegadas a satisfacción de Su Ilustrísima'. En 1765 —¿signo de los nuevos aires que corrían?— no menciona en su relación ad limina los servicios de jesuítas en la enseñanza de la doctrina en las áreas rurales, sino los de franciscanos recoletos.
Los conventos de procedencia dejan clara la preeminencia de la ciudad de Granada en el número de fundaciones por encima del resto de la diócesis: 85 religiosos proceden de cenobios de Granada (70,2%), frente a 6 de Ugíjar, 5 de Sta. Fe, otros 5 de Motril, y en cantidades menores de Alhäma, La Zubia, Loja, Montefrío, Íllora, Albuñuelas, Laujar, Almuñécar, e incluso Antequera, fuera de la diócesis granadina. Con excepción de dos conventos de Loja (franciscanos descalzos y mínimos) y el de agustinos calzados de Huécija, los restantes cenobios de mendicantes dieron predicadores para esta misión cuaresmal.
Lo más normal es que los frailes de los distintos conventos se encargaran de misionar en lugares aledaños o bastante cercanos: los de Alhama en Alhama y Cacín; los de La Zubia en Gójar y La Zubia; los de Loja en Salar y Zagra; los de Albuñuelas en Ízbor, Nigüelas, Jete, Mondújar y los Guájares; los de Motril en Salobreña, Lobres, Lújar, Gualchos y Fregenite; los de Ugíjar en Jorairátar, Bayárcal, Turón, Cádiar, Válor y Ugíjar; los de Almuñécar, Íllora, Laujar o Montefrío en sus localidades respectivas... En algunos casos, sin embargo, como ocurre con los agustinos de Santa Fe, realizaban misiones en lugares más alejados, concretamente en la Alpujarra; ello ocurría también obviamente con los abundantes religiosos de conventos de la ciudad de Granada.
Sólo tres clérigos seculares son designados para esta misión: el beneficiado de Huécija, José Amat Cortés, para misionar en esa localidad (¿por desconfianza hacia los agustinos del lugar o sencillamente por cambiar de predicador una vez al año?) y el anejo de Alicún; el cura ecónomo de Rágol, Juan de Murcia, para misionar allí mismo, y un presbítero de Granada, Ángel Dorado, a quien se le asigna la predicación en Béznar y Chite.
Las misiones cuaresmales, organizadas con vista a una asistencia masiva de los fieles, suponían, para la mayoría de los lugares de la diócesis la única ocasión anual de profundizar en la doctrina cristiana a través de sermones y ejercicios, y aún de acudir a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía. Salvo excepcionales colaboraciones permanentes, era ésta la forma más habitual de cooperación de las órdenes religiosas en la cura animarum, en el ámbito de la parroquia. Licencias para misionar se concedieron también en 1781 a religiosos del convento de Albuñuelas de franciscanos descalzos, especializados en ese cometido (Manuel de Salas y Pedro de Alcántara López).
Mayor significación tenía el paso del prelado por aquellos pueblos, cuando su estancia coincidía con festividades importantes del calendario litúrgico. Entonces, las funciones de iglesia quedaban resaltadas por la presencia arzobispal.
Las festividades de los últimos meses del año sorprendían al arzobispo, con frecuencia, fuera de laLaujar, 1780; partido de la Sierra, 1781; Loja, 1791; nuevamente comarca de Alhama, 1791; Nacimiento, 1797) o la Purísima Concepción de María (Laroles, 1763; Motril, 1779; Terque, 1780; otra vez Motril, 1784; Benecid, 1797).
Y en un terreno más personal, las mismas onomásticas de los prelados coincidieron a veces con la visita pastoral: Barroeta en Acequias (1764), Villanueva de Mesía (1765) ó Íllora (1766); Jorge y Galbán en Loja (1779) ó Ventas de Huelma (1780); Moscoso en Béznar (1797). Este aspecto personal no debe pasarse por alto, pues, en definitiva, la sustancia de la visita era ese contacto directo entre personas, el pastor de un lado, los fieles y el clero de otro.
Los datos de población son importantes, porque, a causa de los prolongados intervalos entre visitas, se hallaba muy extendida la costumbre de que casi todos los vecinos se confirmasen cuando llegaba el arzobispo, aunque hubieran sido confirmados antes, sin recordarlo. Medir este extremo, sin embargo, es difícil. Por eso, el uso de estas anotaciones para análisis demográficos debe realizarse con la debida cautela. Aunque la confirmación se recibía casi en la niñez —según costumbre muy extendida en España y Portugal—, debe excluirse de esas cifras a los niños de menor edad.
En todo caso, los datos numéricos son buena expresión del hábitat disperso que caracteriza a la diócesis. Con exclusión de la ciudad de Granada, menos de las cuarta parte de los núcleos de población supera la cifra de 500 habitantes. En la visita del arzobispo Jorge y Galbán sólo superan el millar de confirmados las localidades de Murtas (1.060), Adra (1.200), Almuñécar (1.700), Albuñol (1.800), Berja (2.000), Dalias (2.100), Montefrío (2.200), Alhama (2.361) y Loja (3.510). Lástima que falten referencias numéricas para otras poblaciones como Íllora o Motril. Hasta ocho localidades registran menos de cien confirmados durante esa visita (Mondújar, Alhendín, Deifontes, Barja, Belicena, Bayacas, Acequias y Tablate), dominando las situadas en la Alpujarra y el Valle de Lecrín.