El 'secreto' de los moriscos

  • PAISAJES PARA EL VERANO

  • En los tajos del castillo de Lanjarón viven plantas e insectos únicos, especies que aprovechan las rocas de una atalaya que guardó el alfanje de Aben Humeya

  • Sus torres se levantan sobre un inaccesible picacho que domina los caminos que desde la costa se adentran en la Alpujarra y las cumbres de Sierra Nevada

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  • JUAN ENRIQUE GÓMEZ

    MERCHE S. CALLE

    Sacado de Ideal. 20 agosto 2015

    Castillo de Lanjarón

  • El viento del sur trae una brisa cálida con olor a marina y plantas aromáticas. Llega hasta las piedras que aún resisten en pie en la torre del homenaje del castillo de Lanjarón. Lo hace a través de los valles y cauces de ríos y arroyos que bajan desde las cumbres de Sierra Nevada y forman barrancos y vaguadas en las que desde la prehistoria, el hombre trazó caminos para comunicar el mar con la montaña, vías de transporte, avituallamiento y acceso para los ejércitos, amigos y enemigos, senderos que desde el delta del Guadalfeo ascendían entre sierras bajas para conectar con el Valle de Lecrín, la Alpujarra y las cumbres de Sierra Nevada, un eje que solo era posible contemplar desde las laderas de Lanjaron y el picacho sobre el que en el siglo XIV se construyó una pequeña fortaleza defensiva que respondía al intento de Yusuf I y Mohamed V de fortificar algunos enclaves y cerrar los accesos a puntos estratégicos como el Valle de Lecrín y Órgiva. Este enclave se convirtió tras la caída del Reino de Granada en un refugio de moriscos que realizaban incursiones contra los asentamientos cristianos en el Valle y en algunos puntos de la Alpujarra, por lo que el propio Fernando el Católico dirigió en 1.500 las tropas que cruzaron las sierras para caer sobre el picacho y desalojar a los insurrectos de una posición que consideró clave para el control de toda la cara sur del macizo nevadense. Más tarde, entre 1568 y 1570 fue un elemento básico en el desenlace de la rebelión de los moriscos, de la guerra de las Alpujarras, encabezada por dos musulmanes convertidos: Muhammad ibn Umayya , llamado Hernando de Válor y Córdoba, y a su muerte por Aben Aboo, que era Diego López de Mecina Bombarón.

    La historia del castillo de Lanjarón es difusa. No era más que una posición de vigilancia y defensa del paso hacia la Alpujarra desde el sur, pero después de que Aben Humeya convirtiese la Taha de Órgiva en su plaza fuerte, otorgó al picacho de Lanjarón una importancia que no reconocen los historiadores pero sí las leyendas que atribuyen a sus paredes el ‘honor’ de haber guardado y protegido uno de los símbolos de la rebelión de los monfíes, la espada del rey de las Alpujarras, el alfanje de Aben Humeya, que permaneció oculto bajo las piedras del gran aljibe que ocupa los sótanos de la fortaleza y del que aún quedan vestigios recuperados tras las últimas restauraciones que se han realizado en este enclave. Un ‘tesoro’ considerado como un secreto para los que tras la derrota morisca fueron expulsados y viajaron al otro lado del mar de Alborán. (...)

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