Sacado de Historia del [sic] rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada Luis de Mármol y Carvajal

Capítulo XV

Cómo Aben Aboo, procurando que nuestro campo no pasase a socorrer a Órgiba, peleó con él entre Acequia y Lanjarón

     Usaba de muchas mañas Aben Aboo para entretener al duque de Sesa que no pasase a socorrer a Órgiba, porque entendía que los cristianos que estaban dentro no podían dejar de perderse muy en breve, faltándoles los bastimentos. Hacía grandes representaciones de gentes por aquellos cerros, fingía cartas exagerando el poder de los moros, y aún echaba fama que ya era perdido el fuerte y que eran muertos todos los cristianos de hambre. Estas cosas divulgaban los moriscos de paz en Granada, las espías en el campo, y los unos y los otros tan disimuladamente, que tenían suspenso al duque de Sesa, no se determinando si pasaría con la gente que allí tenía, o si esperaría la que venía de las ciudades, que no acababa de llegar. Estando pues con este cuidado, deseoso de prender algún moro de quien tomar lengua, Pedro de Vilches, Pie de palo, se le ofreció que se lo traería, dándole licencia para ello. Quisiera el Duque excusarle de aquel trabajo, por ser hombre impedido y hacer la noche escura y tempestuosa de agua y viento: mas el animoso Vilches porfió tanto con él, y la necesidad era tan grande, que hubo de darle la licencia que pedía, enviando con él a Francisco de Arroyo, otro cuadrillero, con su gente. Los cuales salieron a prima noche, y emboscándose con los soldados en unas trochas que sabían, cuando vino el día tenían ya presos seis moros que venían hacia donde estaba Aben [298] Aboo con cartas suyas. Con esta presa volvieron al campo; y queriendo saber el duque de Sesa lo que se contenía en aquellas cartas, porque estaban en arábigo y no había allí quien las supiese leer, escribió luego al Presidente que le enviase un romanzador que las declarase; el cual envió al licenciado Castillo, que las romanzó, y eran, según lo que después nos dijo, para los alcaides de Guéjar, Albuñuelas y Guájaras, diciéndoles que al bien de los moros convenía que recogiesen luego toda la gente de sus partidos, y se fuesen a juntar con él, porque quería dar batalla al duque de Sesa, que estaba en Acequia con fin de pasar a socorrer a Órgiba, y sin duda le desbaratarían; y que se había dejado de proseguir en el cerco de Órgiba para venirle a esperar en el paso; y que los cristianos quedaban ya de manera, que no podrían dejar de perderse brevemente. Y en la carta que iba para el alcaide Xoaybi de Guéjar decía otra particularidad más: que saliese con seis mil moros de los que allí tenía, y tomando el barranco entre Acequia y Lanjarón, cuando el campo del Duque hubiese pasado, cortase el camino a las escoltas, que de necesidad habían de ir con bastimento, porque esto solo bastaría para desbaratarle. Por otra parte había hecho que se divulgase en Granada que el fuerte era ya perdido y que los cristianos habían sido todos muertos, para que don Juan de Austria mandase al duque de Sesa que retirase el campo, o a lo menos le entretuviese en aquel alojamiento; y habíalo sabido hacer de manera que, para que se diese más crédito, había escrito que lo dijese algún morisco a un religioso en forma de confesión; y estando un día don Juan de Austria solo en su aposento, llegó a él un fraile a decírselo por cosa muy cierta. Esta nueva puso en harto cuidado al animoso Príncipe, y mandando juntar luego consejo, propuso lo que el fraile le había dicho, para ver el remedio que se podría tener; y dando y tomando sobre el negocio, jamás se pudo persuadir el presidente don Pedro de Deza a que fuese verdad, diciendo que sin duda era algún trato de moros; porque si otra cosa fuera, no era posible dejar de haber venido alguna persona que depusiera de vista; y tanto más dejó de creerlo cuando don Juan de Austria le dijo de quién y cómo lo había sabido. Dando pues todavía priesa al duque de Sesa que pasase adelante, determinó de hacerlo; y enviando a Pedro de Vilches con ochocientos infantes a que reconociese el barranco que atraviesa el camino real y baja a dar a Tablate, le mandó que tomase lo alto dél, y se pusiese donde el camino de Lanjarón hace vuelta cerca de Órgiba, y desde allí diese aviso a Francisco de Molina; y para asegurarle envió luego en su resguardo ochocientos hombres, y él siguió con todo el resto del ejército, que serían poco más de cuatro mil infantes y trecientos caballos, sospechando que los unos y los otros habrían menester socorro. Luego que los enemigos vieron caminar nuestra gente, repartiendo la suya en dos partes, el Huscein y el Dali, capitanes turcos, fueron a encontrar a nuestro cuadrillero con la una, y la otra quedó de retaguardia; y encubriéndose los delanteros, antes de llegar a ellos comenzó Dali a mostrarse tarde y a entretenerse escaramuzando; y entre tanto apartaron seiscientos hombres, trecientos con el Rendati, para que se emboscase a las espaldas, y trecientos con el Macox, que fuese encubiertamente a ponerse junto al camino de Acequia, donde dicen Calat el Haxar, que quiere decir atalaya de las piedras: cosa pocas veces vista, y de hombres muy práticos en la tierra, apartarse con gente estando escaramuzando, y emboscarse sin ser sentidos de los que estaban a la frente ni de los que venían a las espaldas. Cayó la tarde, y cargó Dali reforzando la escaramuza a la parte del barranco cerca del agua, de manera que a los nuestros pareció retirarse hacia donde entendían que venía el Duque. A este tiempo se descubrió el Rendati, y fue cargando sobre ellos; los cuales, hallándose lejos del socorro y viendo que cerraba ya la noche, se retiraron a un alto cerca del barranco con propósito de parar allí hechos fuertes; y pudieran estar seguros, aunque con algún daño, si el capitán Perea, natural de Ocaña, tuviera sufrimiento; mas en viendo el socorro que les iba, desamparó el cerro, y bajando el barranco abajo, fue seguido de los enemigos y muerto peleando con parte de los soldados que iban con él. Los otros pasaron adelante, siguiéndolos los moros, hasta que llegaron donde estaba el Duque ya anochecido, el cual los socorrió y retiró; mas dando en la segunda emboscada del Macox, y hallándose por una parte apretado de los enemigos, y por otra incierto del camino y de la tierra, con la escuridad y confusión, y con el miedo de la gente que le iba faltando, fue necesario hacer frente al enemigo con su persona. Quedaron con el Duque don Gabriel de Córdoba y don Luis de Córdoba, y don Luis de Cardona, Pagan de Oria, hermano de Juan Andrea de Oria, y otros caballeros y capitanes, muchos de los cuales se apearon con la infantería, y con la mejor orden que pudieron se retiraron al alojamiento casi a media noche. Hubo algunas opiniones que si los moros cargaran como al principio, corrieran peligro de perderse todos los nuestros; mas el daño estuvo en que Pedro de Vilches partió a hora que no le bastó al Duque el día para llegar a Órgiba ni para socorrer, porque le faltó el tiempo: cosa que engañó a muchos en el reino de Granada, que no le median bien por la aspereza de la tierra, hondura de barrancos y estrechura de caminos. Murieron cuatrocientos cristianos y hubo muchos heridos, y perdiéronse muchas armas, según lo que los moros decían; pero según nosotros, que en esta guerra nos enseñamos a disimular y encubrir la pérdida, solos sesenta fueron los muertos, no con poco daño de los enemigos y con mucha reputación del Duque, que de noche, sospechoso de la gente, apretado de los enemigos, impedido de la persona, tuvo libertad para poner en ejecución lo que se ofrecía proveer a todas partes, resolución para apartar los enemigos y autoridad para detener a los soldados, que habían ya comenzado a huir.