Jorge Alonso García
La conquista del Reino de Granada por los Reyes Católicos produjo unos efectos demográficos negativos, que se acentuaron después con la rebelión de los moriscos y su posterior expulsión. Las cifras estimadas para los que murieron en las guerras, los desaparecidos y los expulsados superan las cien mil personas. Una sangría tan enorme, que había dejado a pueblos y ciudades medio vacías. Lógicamente esta falta de elementos humanos se tradujo en catastróficas consecuencias sociales y económicas por todo el Reino de Granada. Este artículo pretende dar una visión de lo sucedido en el Valle de Lecrín, una de las unidades perfectamente individualizadas del antiguo estado musulmán. Por fortuna, se cuenta con los datos e información adecuadas, para elaborar un cuadro bastante preciso del problema.
Como ejemplo de la situación a que se había llegado basta citar el caso de la alquería de las Acequias del Valle de Lecrín, que en Junio de 1572 quedó totalmente desierta cuando, "en tiempos de moriscos avía sesenta y seis vecinos" [sic]. Una de las causas de esta singular devastación obedecía a un campamento militar levantado en su vecindad, que había dejado "las casas inhabitables, los olivos y morales cortados, y los molinos uno de agua y otro de viga, caídos y perdidos". El desastre no era tan intenso en otros lugares del Valle; pero el número de viviendas destrozadas; viñas, morales y olivos talados y pequeños negocios como molinos, hornos, instalaciones de riego inutilizadas, verdaderamente elevado en todas partes.
Conscientes los gobernadores de Granada de la gravedad del problema, se tomaron medidas para remediar los efectos de guerras y expulsiones. Entre las principales decisiones cabría comentar, la de proteger el mayor número de árboles frutales posible; reedificar las casas y construcciones públicas, pero fundamentalmente: "traer repobladores". Porque como deducían las autoridades de la capital: "de no haber repobladores, los morales, las viñas y demás árboles serán muy malos de volver en sí y las casas muy malas de reedificar". En consecuencia, los mecanismos de repoblación, se pusieron rápidamente en marcha, si se tiene en cuenta la proverbial lentitud de la burocracia de todas las épocas. Un Consejo instalado en Granada ciudad, se encargó de vigilar la ejecución de los planes de repoblación. Éstos fueron diseñados a nivel comarcal, siendo el de Lecrín una magnífica muestra, al punto de haber servido de referencia para los estudios del tema.
Se enviaron "reclutadores" a los reinos del norte peninsular, con la intención de traer "cristianos viejos" que cumplieran una serie de requisitos.' Era indispensable que los candidatos se establecieran en el Valle con toda su familia; se tratase de personas casadas y mayores de edad; que presentaran buenos informes como individuos de carácter estable y genio poco turbulento. Como aliciente para sacarles de sus patrias chicas: se les ofrecía un lote de tierra donde además de las parcelas de secano se incluían viñas, huertas y olivares, sin olvidar su parte de árboles frutales. Aparte, claro está, de la correspondiente vivienda. A cambio, los colonos se comprometían a cultivar estas tierras según los productos obtenidos, y una especie de renta por la casa. El tributo se duplicaba al veinte por ciento, por las cosechas de los olivares y morales. Uno de los principales recursos del Valle de Lecrín. No hay que olvidar que los morales servían para alimentar al gusano de seda, riqueza no sólo del Valle sino de la vecina Alpujarra.
A la hora de la verdad se produjo cierta desilusión por el resultado de la recluta. Las familias campesinas del norte no se interesaban por la repoblación de las regiones granadinas. Unas, quizás consideraban peligrosa aventura el desarraigarse de sus pueblos nativos; otros no parecían entusiasmados con la oferta de tierras, en un país tan alejado; algunos alegaban que en sus villas no pagaban ni servicios ni alcabalas. Lo cierto es, que debido a los esfuerzos hechos por los organizadores, se esperaba una afluencia de castellanos-leoneses, asturianos, vascos, y sobre todo gallegos, que no tuvo lugar.
Con los datos extraídos del archivo de Simancas se ha llevado a cabo recientemente un examen de los 883 repobladores del Valle de Lecrín. En su conjunto se puede decir, que mayoritariamente procedían de Andalucía; en concreto de Córdoba, Jaén y la propia Granada. La Junta Organizadora, a la vista del escaso éxito en las provincias norteñas, admitió aspirantes locales. De Castilla la Nueva se incorporaron al Valle 93 personas de las cuales 41 se apuntaron en Valdepeñas. De Cataluña llegó 1, de Aragón 8, del País Vasco 6, de Asturias 2 y de Navarra ninguno. Castilla-León aportó un contingente de 40 individuos y Galicia 46. Estos últimos, reclutados entre las capas más pobres, llegaron a Granada en estado muy lamentable de salud, después del largo viaje. Muchos regresaron rápidamente a sus puntos de origen y otros tuvieron serias dificultades para sacar adelante sus lotes de tierras. A título de curiosidad es interesante anotar, que acudieron también al Valle 2 vecinos de Italia, 3 de Francia, 3 de Argelia y 11 de Portugal.
Jorge Alonso García
Por la falda meridional de Sierra Nevada se extiende el privilegiado Valle de Lecrín; no sólo una de las comarcas más hermosas de la provincia de Granada, sino también de las que gozan de un clima excelente. La buena temperatura y las aguas abundantes la convierten además en un auténtico vergel. Este valle, que comprende casi una veintena de poblaciones, posee una variada toponimia, que refleja las sucesivas ocupaciones, desde los ascentrales clanes ibéricos hasta los tiempos musulmanes y la reconquista cristiana. La presencia islámica, que se prolongó durante casi ocho siglos, dejó lógicamente profundas raíces.
Los geógrafos árabes hicieron referencia de este valle en numerosas ocasiones, por lo que es, posible conocer con cierto detalle su descripción. Otros historiadores y políticos como el ministro y poeta Ibn alJatib, personaje de rango en la corte granadina, nos han trasmitido también la denominación de sus principales, núcleos urbanos. El Valle de Lecrín era uno de los distintos "Iglin" o distritos del reino, que los especialistas han definido como una unidad agrícola y fiscal. Se trataba ya desde los primeros repartos entre los invasores islámicos de un lugar privilegiado, por su capacidad para generar producto agrícola, y en el se establecieron los "damascanos", una élite guerrera de origen sirio.
Estos soldados procedían en su mayoría de unos valles fértiles con manantiales abundantes, siéndoles asignada la región granadina y sus feraces vegas, por la similitud con sus tierras de origen. Algunas de las actuales ciudades del Valle, pertenecían sin embargo a distintos distritos como Órgíva y Lanjarón que formaron parte del 'Iglim Buraira'. Uno de los más prósperos, porque como decían algunos escritores árabes, eran una "mina de seda", que enriquecía a sus habitantes y llenaba las arcas del tesoro. Tuvo el Valle de Lecrín distintos nombres, pues se le conocía como el distrito de "Al Asar" o "Al-Usar", pero algunos historiadores le llamaban el "Iglim, garnata", alusión que curiosamente llevaba el nombre primitivo de la ciudad de Granada. El cronista Yaqut, le apellidaba por su parte, el Iglim Al-Qasb" o "Distrito de la caña de azúcar". De lo cual se deduce, que el Valle de Lecrín durante algún tiempo estuvo también como las llanuras costeras de Salobreña y Motril, dedicado a la producción de la caña. Hay también varias citas, donde se relaciona al Valle de Lecrín-con otros cultivos de tipo subtropical como el plátano.
" El Valle de Lecrín durante algún tiempo estuvo dedicado a la producción de la caña"
Los árabes llamaron a Padul, con el nombre de AIBadul, pero no fue fundación suya, pues existía al menos desde los tiempos romanos. El topónimo que se ha conservado como raíz de su denominación es el término latino "padule", incorporado también a la lengua ibérica, y que quiere decir "pantano". No cabe pues duda alguna, de que las tierras próximas a la localidad fueron en' su día un pastizal o laguna.
Dúrcal, otro núcleo importante del Valle, no parece que tuviera tampoco nombre de origen árabe, por lo que habría que pensar en un posible antecedente ibérico. No es este el caso de otras localidades como "Cerrillo de Pago", alquería de donde era originario un ilustre personaje musulmán llamado Ibn Haytam, de quien tomó el nombre. De ahí que los musulmanes la conocieran como "Bagu Ibn Haytam", transformando la palabra latina "pagus", es decir "pago", en "Bagu". Talará, otro de los términos del Valle de Lecrín que a la llegada de los cristianos, era uno de los lugares, fue nombrada "Atalarab",' que los arabistas han traducido como "Barrio de los Árabes". Por lo que se refiere a Mondújar, lugar donde existía una importante fortaleza para la defensa del sector, y donde la mujer del rey Boabdil, poseía numerosos bienes en el lugar llamado "Alguaday", podría interpretarse como el "Monte de la Roca". Lanjarón cuya grafía islámica era la de "Al-Anymrun", o "Lanyarum", situado en una posición bastante montañosa del Valle de Lecrín, no parece toponimia árabe. Según Simonet, es nombre de origen ibérico o céltico, emparentada con el vocablo latino "laguna", cuya alusión a charcos de agua o terrenos de aguas remansadas cuadra bien con la existencia de sus conocidos manantiales.
El espacio restringido de este artículo, no permite desafortunadamente extendernos en el comentario de los varios lugares y pueblos que componen el Valle de Lecrín, pero es de suponer que en futuros trabajos, se podrá completar la relación toponímica que hoy dejamos pendiente.
EL LEGADO ANDALUSÍ Ruta de al~Idrisi
Une la primera localidad conquistada, Algeciras; con la última que abandonaron, Granada
Jaime Maciá
Al- Idrisi es el nombre de un geógrafo y viajero infatigable, nacido en Ceuta en 1.099, en el seno de una familia de reyes. Educado en Córdoba, llegó a conocer casi todo lo que hoy se llama España, el norte de África y Asia Menor. Vivió largo tiempo en Sicilia, lugar al que tuvo que exilarse por motivos políticos y religiosos, muriendo en el año de 1.164. En esta última ciudad, trabajó al servicio del rey Roger II, para quien fabricó un globo terrestre de plata y escribió el que luego será conocido como Libro de Roger.
La ruta parte de Algeciras, primera localidad conquistada por los musulmanes, hasta llegar a Granada, última que abandonaron. El tramo costero que discurre entre Málaga y Motril, gracias a su clima benigno, permitió el cultivo de especies agrícolas traídas por los árabes, como la caña de azúcar, que invadió la zona y cambió el paisaje.
La ruta completa transcurre por los siguientes pueblos: Algeciras, Estepona, Marbella, Fuengirola, Málaga, Torrox, Nerja, Almuñécar, Salobreña, Motril, Vélez de Benaudalla, Lecrín, Mondújar, Nigüelas, Padul, Alhendín y Granada.
El viajero, viniendo en dirección norte, una vez atravesada la sierra de Las Albuñuelas, se adentra en el Valle de Lecrín. El camino abandona la ribera del río Guadalfed apareciendo a su paso el río Izbor y el embalse de Béznar. La red hidrográfica de este valle está formada por los ríos Dúrcal. Torrente y Las Albuñuelas que se unen al Izbor, para ir a desembocar al río Guadalfeo.
Esta zona es eminentemente agrícola, predominando el cultivo arbóreo de los cítricos. Su cultivo se remonta a la época musulmana. Según la documentación encontrada, en los años anteriores a la conquista cristiana la toa de Valdelecrin contaba con 2.000 vecinos. Este importante núcleo de población se explicaría por la posible afluencia de musulmanes huidos de lugares ya tomados por los cristianos y por su proximidad al mar, que les facilitaría en poco tiempo embarcarse hacia África.
Luis de Mármol, hace una descripción completa del valle y de los lugares que formaban parte de él en el siglo XVI:
""Llámase valle de Lecrín la quebrada que hace la sierra mayor tres leguas a poniente de Granada, donde comienza a levantarse la Sierra nevada.. Tiene a poniente la sierra de la Manjara, que confina con el río de Alhama; al cierzo la vega de Granada y los llanos del Quempe, al mediodía confina con las Guájaras que caen en lo de Salobreña, y con la tierra de Motril; y a levante con la toa de Orgiva. Hay en este valle veinte lugares, llamados Padul, Dúrcal, Nigüelas, Acequia, Mondújar, Harta, Alarabat el Chite, Béznar, Tablate, Lanjarón, Ixbor, Concha, Guzbixar, Melexix, Mulchas, Restabal, Las Albuñuelas, Saleres, Luxar, Pinos de Rich o del Valle ".
En la actualidad estos lugares se agrupan en torno a varios términos municipales. El de Lecrín agrupa a las localidades de Talará, Mondújar, Chite, Murchas, Acequias y Béznar.
Béznar, con una población aproximada de 500 habitantes, está dividido en tres barrios. Su actividad principal es el cultivo de almendros, olivos y cítricos. Destaca la Iglesia de San Antón, construida en el siglo XVI.
Chite, apenas separada por un kilómetro de Talará, provoca el que parezcan un sólo núcleo urbano. Posee una casa señorial del siglo XIX y la Iglesia Parroquial, siglo XVI, construida bajo la advocación de la Inmaculada Concepción.
Talará o Barrio de los Árabes posee la Ermita del Santo Cristo del Zapato.
Murchas de 300 habitantes, cuenta con un castillo musulmán, alejado del pueblo unos kilómetros, desde donde se divisa una espléndida vista del valle del río Dúrcal.
El pueblo de Mondújar poseía el Cementerio Real de los nazaríes, del que hoy sólo quedan res tos, lugar especial porque Boabdil, camino de su destierro, se detuvo en este lugar, posiblemente a visitar los restos de los miembros de la dinastía nazarí. Es de destacar también el Castillejo, de origen árabe, las Termas Romanas de la villa de Feche, siglo I a. de C., y la Iglesia, del siglo XVI, con influencias de Diego Siloé.
Por último, Acequias, que conserva varios molinos de harina y aceite de distintas épocas.
Nigúelas, población con más de 1.000 habitantes, está emplazada a los pies de una de las estribaciones de Sierra Nevada, conocida como el Zahor, y surcada por el río Torrente. Pueblo eminentemente agrícola, en el que destacan el cultivo del olivo, el almendro y la patata. En esta localidad quedan huellas de un buen número de monumentos. El Castillejo, hoy bastante transformado por los distintos movimientos sísmicos habidos en la zona, sólo conserva restos de sus muros. Dentro del típico Barrio de la Cruz hay una torre de planta rectangular que parece ser la torre de la alquería. Además, esta la Iglesia Parroquial, del siglo XVI, la Casa de la Familia Zayas, siglos XVIII y XIX, distintas acequias del casco urbano y restos de molinos, uno de ellos en perfecto estado.
Cerrando el Valle de Lecrín, y sólo a unos 15 kilómetros de Granada, se encuentra el Padul. El origen de su topónimo se encuentra en la palabra latina padule, pantano, haciendo referencia a la laguna que quedó muy reducida tras su desecación en 1.779. Con una población de unos 6.500 habitantes, sus principales actividades económicas son las agrícolas, cultivo de cereales, y la fabricación de materiales de construcción, gracias a las arenas extraídas del monte El Manar. Fue escenario de numerosas incursiones de los castellanos durante la fase final de la Guerra de Granada, pues, su ocupación suponía tener libre la entrada hacia la Costa y las Alpujarras de un lado, y hacia la capital granadina de otro. Monumentos a visitar serán la Iglesia de Santa María la Mayor, siglo XVI, y el Castillo de los Condes de Padul, siglo XVII. Por el pueblo se puede uno encontrar con fuentes y jardines como la Fuente de los Cinco Caños, de 1556, y el Calvario.
En el plano gastronómico, en toda esta zona hay una amplia gama de pucheros de hinojos, coles, garbanzos y lentejas. Plato típico es el remojón de naranja. Para endulzarnos, encontraremos los roscos fritos y la torta de chicharrones. También son conocidos sus excelentes embutidos de cerdo que se acompañan muy bien con el vino artesanal de la comarca.
Historias y tradiciones del Valle de Lecrín (II)
Este relato es parte del libro de las Tradiciones de Granada, publicado en 1888. Su autor es el historiador y literato Francisco de Paula Villa-Real y Valdivia, nacido en Mondújar en 1848, autor de numerosos libros y que fue miembro de la Real Academia de las Ciencias y Artes de Cádiz y director de la Sociedad Económica de Amigos del país, entre otras cosas
(continúa del número anterior)
Corrían los años 1456 a 1467. Floreciente la raza de los Alhamares, continuaba con su poderoso imperio en la corte de Granada. La feliz administración de Ismael II y su bondadoso carácter fueron causa de que los moros tomasen grandes bríos en sus empresas y que validos del natural de Enrique IV de Castilla perdiesen poco a poco la dependencia y obligado denigrante vasallaje en que antes se encontraban para con los monarcas cristianos. No fue pequeño auxiliar para el rey de Granada, el infante Muley, que en sus diversas campaña, antes de ser elevado al solio, probó su actitud para la guerra y las prendas de que se hallaba adornado para regir los destinos de su pueblo; el haber hecho prisioneros al obispo de Jaén y al conde de Castañeda, así como su valor en la batalla del Madropo, razones fueron más que. suficientes para que el pueblo entusiasmado le aclamase su señor a la muerte de Ismael, sin presumir siquiera que su arrogancia y su valor serían más tarde causa de la pérdida de su poder y de su grandeza.
Enorgullecido y altivo, al par que sabio y prudente, ocupó el solio de sus mayores el decimonoveno rey de los granadinos: pacífico y floreciente se mantuvo su poder, sembrando el terror en las avanzadas cristianas hasta el punto de responder temerario a los embajadores de los monarcas católicos, que ya en 1478 ocupaban el solio de Castilla por muerte de Enrique IV. No reflexionó ciertamente el valeroso Muley lo que su respuesta entrañaba. pues de otro modo hubiera evitado la desolación y el llanto que trajo consigo la espantosa guerra comenzada por su arrogante desafío y concluida más tarde en el reinado de su hijo con la pérdida de la ciudad querida del Profeta en manos del ejército de la Cruz.
La administración de su pueblo y el arreglo interior de su palacio fueron las primeras aspiraciones del orgullo de Muley Hacem: cediendo éste a las exigencias de su familia y obedeciendo pactos anteriores, decidióse a aceptar por esposa y elevar al rango de sultana a su ambiciosa prima Aixa, que si bien sus buenas cualidades le valían ya el calificativo honroso de Horra (la Honesta), su carácter emprendedor y su insaciable ambición fueron causa más tarde de amargar los últimos días del rey su esposo y de sembrar de llanto y de desolación las calles de Granada, en aras de su ambición unas veces, de su corazón herido otras, hasta el punto de alzar una barrera entre los bandos por su causa levantados, y desorganizar por tanto las fuerzas de¡ reino, que fueron más adelante no pequeña ayuda para el desenlace de la sangrienta lucha entonces comenzada.
El corazón de Muley no estaba halagado ya por el amor de su esposa: su inteligencia soñaba sólo en conquistas, esto, unido al natural desvío que la altanería de Aixa le inspiraba, causas fueron ciertamente del acontecimiento que más había de influir en los destinos de su vida. Halagado por sus cortesanos y siempre rodeado de placeres, se le ofreció como su esclava, por su valido Aben Farrax, una hermosísima doncella que venida no hacía mucho a la corte del monarca, era ya la admiración de todos por unir a su semblante la belleza de las hijas del cristiano, así como la sensual conformación de las huríes prometidas por el Profeta.
Enardecido el monarca por tan halagüeña relación, ardió en deseos de poseer tan preciada joya y sólo puso tres semanas de término para que se le presentase la doncella en su palacio a hacer la vida de infeliz concubina.
Entretanto la desgraciada Isabel, que este era su nombre, lloraba amargamente su des ventura y la pérdida dolorosa de su anciano padre. Hija única de¡ comendador de Martos, fue educada bajo las más severas prácticas de la piedad cristiana, y prometida a D. Alonso de Venegas, groseramente se le arrebató de los brazos de su padre por una desenfrenada turba de agarenos que asaltando temerarios el castillo entró en el mismo a sangre y fuego llevando como trofeo de su hazaña a la hermosa Isabel, la que desmayada se la transportó a Granada, casa de su aya la conversa Artaja, directora, a no dudarlo, del infame atentado en el castillo realizado.
Trasladada la pobre huérfana a una mezquina casa del Albaicín, su salud se debilitaba al paso que su meridional fantasía iba concibiendo dichas sin cuento en el paraíso que servía de palacio a los reyes de Granada. Bien conocía la astuta Artaja el carácter de la castellana de Martos; ya empezó desde luego a calcular cuál sería el fruto de su infamia, pero sin sospechar siquiera que albergara en su casa la mujer que había de hacer caer por su base el poderoso reino de Alhamar.
En tal ocasión fue cuando el valido Abel supo la existencia de esta mujer peregrina, y de acuerdo con la infame renegada, ordenaron el medio de ir convenciendo a Isabel para que bajo el pretexto de placer se arrojase descuidada en las redes amorosas que el monarca le preparaba.
Todo fue artificio y engaño para seducir a esta inocente joven. Se le hizo ver las delicias mayores del universo anidando en el palacio de los reyes; se halagó su natural ambición de mujer y, venciendo ésta a todas las consideraciones sociales, caminó decidida al palacio de la Alhambra, no del todo extraña a las aspiraciones del monarca.
Su belleza y su candor enloquecieron a Muley Hacem: quedó desde entonces preso en el corazón de Isabel y ya pudo ésta conceptuarse dueña de los destinos de Granada. Bien lo comprendió ella cuando después de alejados todos y sola en presencia del rey, arrodillándose a sus plantas, le pidió su protección y su cariño ya que en el mundo no tenía nadie que pudiera defenderla.
El encanto de su voz y la belleza de su rostro, dicen los autores árabes que de esto se ocupan, entusiasmaron de tal modo al padre de Boabdil que en un arranque de amoroso transporte le dijo con entusiasmo:
-Mi vida y mi reino serán tuyos, no quiero que seas un momento. mi esclava, pues que desde el instante que te vi reina has sido de mi corazón. Dispón a tú capricho de palacios y jardines, tu voluntad es la ley de mi reino, no queriendo, en cambio de lo que te concedo. sino que sientas por mi la ardorosa pasión que tu belleza me ha inspirado: siéntela y entonces al nombre de mi amada que hoy te otorgo añadiré gustoso el soberano título de, reina de Granada.
- Ni me ciega la ambición ni me atormenta el orgullo, contestó resuelta la encantadora Isabel. Si algo ambicioné en la vida fue un cariño verdadero, una pasión vehemente, tal como mi corazón puede satisfacerla, siéntela por mí, poderoso rey, y la posesión completa de tu cariño será para mí título más glorioso que las coronas y palacios que en tu delirio me ofreces.
-Mi cariño ya lo tienes, sultana de mi corazón, tengo yo el tuyo en absoluto y te presentaré a mi pueblo como su predilecta señora.
-Otorgado lo cual se separaron para soñar el uno con el amor de su esclava y para pensar la otra en cuán cerca tenía de un monarca y hacer la vida de¡ Oriente en la ciudad que había siempre halagado su fantasía.
(continuación del nº anterior)
Poco tiempo llevaba la desgraciada Isabel de morar en el palacio de la Alhambra, ya era de todos públicamente conocida y el entusiasmo general la aclamaba por su singular belleza con el significativo nombre de Zoraya, lucero dé la mañana; opuesto su dulce carácter al rencorosa y atrevido de Aixa, iba ganando en la pública opinión, como aquélla perdía sucesivamente en consideración y en respeto de reina; tales desavenencias habían de producir en el corazón de la legítima soberana espantosos proyectos de venganza que realizados más tarde amargarían la inconcebible felicidad que ante todos disfrutaban el monarca granadino y su dichosa cautiva.
Ya rayaba en la locura lo que éste mostraba públicamente por aquélla, pues a más de la solicitud cariñosa y tierna con que velaba el satisfacer los más , insignificantes caprichos de Zoraya, no perdía ocasión de ofrecer a su pueblo un señalada muestra de la felicidad que embargaba su alma. Tan pronto era la reina de los torneos de Biba-Rambla y la que adjudicaba el merecido premio, como la que con languidez de todo punto oriental divertíase recostada en los salones del Generalife escuchando los cantores y juglares o procuraba adormecer su exaltada imaginación con las escenas marítimas y las continuas partidas de placer que en su obsequio se daban, con frecuencia en los misteriosos palacios de Aynadamar. Tenía sin embargo una aspiración continua: soñaba siempre con un castillo suntuoso donde, recordando el que le vio nacer, fuera ella la legítima señora y construido para su regalo no turbase en él su dulce calma sino los enamorados suspiros de su amante.
No se hizo mucho tiempo esperar la realización de este deseo, pues que estando un día medio adormecida con el delicioso encanto de los perfumes y olorosas flores que cubrían los pebeteros orientales
(Este relato es parte del libro de las Tradiciones de Granada, publicado en 1888. Su autor es el historiador y literato Francisco de Paula Villa-Real y Valdivia, nacido en Mondújar en 1848, autor de numerosos libros y que fue miembro de la Real Academia de las Ciencias y Artes de Cádiz y director de la Sociedad Económica de Amigo, del País, entre otras cosas Recopilado por Ramón Castillo Román del suntuoso salón del Generalife), pudo en ella más el deseo de la modestia y halagando el cariño del rey le dijo con suplicante pero encantadora voz -Dueño y señor mío: agradecido os está mi corazón a los continuos favores que os dignáis dispensarme; ya veis correspondo con lealtad a vuestro desinteresado cariño y que la pasión que hace algún tiempo os juré ni ha sido engañadora ni tiene otra aspiración que corresponder con vehemencia a la que por mi sentís. Gozo como nunca pude soñar con las delicias sin cuento de que me rodeáis, pero tengo un deseo hace tiempo que realizarlo nos proporciona algunas puras alegrías en la vida y más tarde tal vez fuese nuestro predilecto retiro.
-Habla y serás servida, dueña absoluta de mi alma, que tu voz en son de súplica se deje escuchar y hasta mi corona arrojaré tu voz en son de súplica se deje escuchar y hasta mi corona arrojaré a tus plantas para que se satisfagan tus más pequeños caprichos. Pero creo adivinar, mi predilecta Isabel, cuales son tus aspiraciones: He sorprendido tu secreto no hace mucho y ya tengo preparado hasta el lugar en que se edifique el suntuoso castillo con que soñabas en el que podamos libremente gozar de nuestro amor y donde tal vez disponga Alah que retirados pasemos los últimos días de nuestra vida.
En efecto, apenas iban trascurridas quince lunas de la anterior conversación, cuando un día presentóse de improvisto Muley Hacem en el tocador de su sultana favorita y con la infantil alegría de todo corazón verdaderamente enamorado anunció a Zoraya tener ya del todo concluido el castillo retirado y misterioso que soñaba en su imaginación. Se o presentó edificado en el centro del Valle de Lecrín, llamado así por haber colocado el Profeta en dicho valle las alegrías y los placeres todos que e el mundo se disfrutan en el cerro que domina al pueblo de Mondújar y desde donde su, vista podía gozar del panorama delicioso que la naturaleza ofrece.
Enloquecida Isabel con tan halagüeña nueva solicitó de su señor visitarle cuanto antes, fajándose el día de la primera fiesta, el del aniversario del entronizamiento de Muley para que a su expansión interior se uniese también el público regocijo que entusiasmado aclamase a la reina de su corazón.
Sería difícil describir la fiesta primera celebrada en el castillo. La corte toda de Granada acompañó a los felices amantes a esta partida de placer, quedando entre tanto la rencorosa Aixa llorando lágrimas de sangre en el más retirado aposento de la Alhambra y tramando el modo de alzar a su pequeño Boábdil en contra de su padre Muley.
Bien ajenos de esto se hallaban todos divirtiéndose en el castillo de Mondújar. Nada en él faltaba al refinamiento oriental, habiendo traído para edificarle los mejores arquitectos de las cercanías y bien pronto los sencillos aldeanos de aquellas comarcas vieron elevarse los muros y altísimos torreones de la regia morado que tan precipitadamente se construía.
Con no disimulado encanto cogió Muley a su pequeña Isabel y fue enseñándole una por una las habitaciones todas del castillo; allí había salones grandiosos perfectamente alhajados y con unas luces hermosísimas; veíase también un suntuoso mirab, copia del palacio de Damasco; las termas eran deliciosas, así como puro y encantador el ambiente de los jardines, pero donde puso todo su esmero el enamorado Muley fue en el tocador de Zoraya que por su elegancia y suntuosidad estuvo llamado a competir con el tocador de la reina del palacio de Alhamar. No se descuidó. por esto la natural fortificación del castillo pues que sus sólidos muros cubiertos estaban de aspilleras por donde defenderse pudieran de cualquier acometida
-Aquí lo tienes como lo soñabas, predilecta de mi alma, dijo Muley, tuyo es como tuyo es de antiguo mi corazón. Que tu eterno cariño sea la recompensa que me ofrezcas en cambio del título de reina con que públicamente te, proclamo.
-Mi corazón sabes que ya es tuyo bondadoso rey, soñaba con un palacio y despierto en el paraíso, este retiro y tu amor valen más que todas las coronas que puedas , ofrecerme, quedémonos en esta delicia pues presiento que en Granada nos amenazan días de negro infortunio y horas de sangre y exterminio.
No se engañaba ciertamente el corazón de Zoraya. El grito de rebelión se dejaba oír por las calles de la ciudad y dando por pretexto la desgraciada expedición de Muley, la pérdida de la ciudad de Alhama y las correrías de rey Fernando, hizo que los abencerrajes, acaudillados secretamente por Aixa, se apoderasen de Boabdil a quien su madre descolgó por la torre de Comarech, y poniéndose frente a frente del rey y de sus parciales les declaró formal batalla que duró toda la noche del 13 de mayo de 1482, siendo adversa a los derechos de Muley que impotente por el amor de Zoraya permanecía con ella impasible en el palacio de los Al-lijares esperando el desenlace de la fatal contienda que se libraba en las plazas y en las calles.
La guardia negra al mando de Abul-Cacim Venegas y los amigos que no habían perecido notificaron al amanecer al rey el triste desenlace de la acción y el estruendo del populacho en su contra, y sirviéndole de escolta le acompañaron de nuevo al castillo de Mondújar de donde no había mucho habían salido con el corazón lleno de ilusiones.
-Sólo en este sitio y en tu compañía es como disfruto verdadera tranquilidad, dijo Isabel al afligido rey; quedémonos aquí mi querido Muley y deja a Boabdil y a los suyos que medren en sus deseos.
-Antes moriría que verle vencerme por completo. Ya saldremos de aquí triunfantes, ya nuevamente reinaremos en Granada y entonces te juro por Alah que públicamente celebraremos nuestro enlace y público será también el abandono de Aixa. Dijo, y el monarca se internó en sus habitaciones imaginando el modo de destruir a sus contrarios.
(continuará)
Historias y tradiciones del Valle de Lecrín (IV)
Este relato parte del libro de las Tradiciones de Granada, publicado en 1888. Su autor es el historiador y literato Francisco de Paula Villa-Real y Valdivia, nacido en Mondújar en 1848, autor de numerosos libros y que fue miembro de la Real Academia de las Ciencias y Artes de Cádiz y director de la Sociedad Económica de Amigos del País, entre otras cosas.
Recopilado por Ramón Castillo Román
(continuación del n° anterior)
IV
Poco tiempo permaneció el rey de Granada y su favorita Isabel en el Castillo de Mondújar. Bien pronto se presentaron en él algunos grandes señores de Almería y Baza que ofreciendo desinteresadamente su leal apoyo a Muley Hacem enardecieron sus abatidos ánimos y le decidieron a acometer la empresa más temeraria de su vida. Reunida cuanta gente recogieron de aquellas cercanías se vinieron a la ciudad y escalando los muros de la Alhambra entraron en el palacio sembrando la desolación y el llanto por donde pasaban. Ya no se circunscribió la matanza a la regia morada: los acometedores se extendieron por las calles y las plazas trabándose en ellas una lucha fantástica en que vencidos por el número los secuaces de Muley debieron, como el anciano rey, su salvación a la fuga, huyendo precipitadamente a la ciudad de Málaga donde bien pronto se le reunió Zoraya que más de una vez le impidió tomase parte en el peligro y que de haber escuchado sus ruegos más feliz hubiera sido con no haber llevado a cabo las correrías de Tarifa y Gibraltar.
Pero la suerte inconstante hace que los moros partidarios de Muley salgan vencedores en la lucha de la Ajarquía y la loca muchedumbre aclama con ardoroso entusiasmo al que poco antes era objeto de sus odios y sus maquinaciones. Bien comprende entonces Boabdil cuál era el destino que le aguardaba y para evitar su desgraciada suerte organiza una expedición numerosa contra los cristianos, que dando por resultado una completa derrota, es hecho prisionero el infeliz esposo de Zoraida.
No perdonó ciertamente el valeroso Muley esta ocasión favorable para volver a colocarse en el trono de sus mayores. Aprovechando la debilidad e impotencia de los secuaces de Boabdil, presentose de repente con Zoraya en Bib-Rambla y el pueblo veleidoso que un año antes le arrojó del trono, le aclamaba entusiasmado y decidido le acompaña hasta el palacio de la Alhambra el 13 de mayo de 1.483.
Sólo Aixa, la orgullosa esposa del monarca, no tomó parte entonces en el público regocijo. Recordaba por un lado preso a su hijo predilecto en el castillo de Lucena y veía por otro arrebatadas las caricias de su esposo por la cristiana cautiva y herido su corazón por los sufrimientos de madre y los terribles celos de ofendida esposa, abandonó altanera el palacio de sus antepasados yendo a esconder sus sufrimientos en una modesta casa del Albaicín.
Tal determinación fue juzgada por Muley como un signo del más refinado desprecio y jurando vengarse de su altiva esposa determinó publicar fiestas en Granada en celebración de su vuelta al trono y para obsequiar por su pasada desgracia a la cristiana ¡sabe¡. Grandes justas y torneos se celebraron en la ciudad; luminarias sin cuento alegraron más y más los hermosos jardines de la Alhambra; simulacros de regatas y combates navales tuvieron lugar en los grandiosos estanques de Ainadamar. En todos ellos Zoraya era la reina de la fiesta, probando con sus halagos y don sus dulces maneras cuán feliz procuraba hacer la vida del abatido rey. Sus dos hijos Cad y Nazar dieron bien a conocer la ardorosa sangre que corría por sus venas venciendo, a pesar de su corta edad, en los torneos de Biba-Rambla, y gozoso el padre con el prematuro valor de sus hijos soñaba al ver en ellos sucesores dignos de su poder y grandeza.
Amargaba sin embargo la ardorosa pasión de Muley el ver que aunque aparecía Zoraya practicando los ritos del Corán, más de una vez en secreto la había sorprendido orando a la usanza cristiana y besando con religioso respeto unas reliquias que le acompañaban siempre como recuerdo de la piedad de su difunta madre.
No dejaba de comprender la discreta Isabel cuánto sufría el monarca al no identificarse co él en creencias religiosas. Mucho tiempo pudo luchar con su cariño, venciendo más eh ella su ferviente entusiasmo cristiano, pero después de la desgraciada jornada que les condujo a Málaga fueron tales las indicaciones de Muley para que públicamente abjurase la religión de sus padres que no pudo menos de prometerle que así lo efectuaría cuando solemnemente pudiera hacerlo en su castillo de Mondújar.
Llegado el caso del vencimiento y en medio de las fiestas en su obsequio celebradas, acercose Muley a Zoraya y le recordó con cariñoso ademán el cumplimiento de su palabra.
-Fijad el día, le contestó resuelta la cautiva; decid cuándo partiremos a mi retirado castillo.
-Al momento que tú quieras, contestó el monarca. Señalóse el día de la ceremonia y en él parecía el castillo verdaderamente la corte de Granada; la muchedumbre se agrupaba por aquellos alrededores celosa de admirar la incomparable belleza de Isabel que en aquellos momentos iba a dejar tal nombre para tomar el significativo de Zoraya.
Inútil sería describir el sufrimiento sordo de esta infeliz mujer en la noche que precedió a su sacrificio religioso. Veía por un lado la figura de su padre maldiciéndola desde la tumba por su infernal apostasía; escuchaba por otro las encantadoras palabras de Muley ofreciéndole los tesoros de su amor, a sus hijos, suplicándole que complaciesen a su padre, y al recordar que cuanto era en el mundo a éste se lo debía no vaciló un momento más y tranquila se presentó en el mirab del castillo con la sonrisa en los labios pero destrozada el alma y abjurando su antigua religión entró en la de Mahoma para soñar en su delirio con ilusorios paraísos y ofrecernos un ejemplo de los tristes efectos de una pasión reprobada cuando ésta no es corregida por las saludables máximas. de la piedad cristiana.
(continuará)
(Continuación del n° anterior)
Este relato es parte del libro de las Tradiciones de Granada, publicado en 1888. Su autor es el historiador y literato Francisco de Paula Villa-Real y Valdivia, nacido en Mondújar en 1848, autor de numerosos libros y que fue miembro de la Real Academia de las Ciencias y Artes de Cádiz y director de la Sociedad Económica de Amigos del País, entre otras cosas.
Recopilado por Ramón Castillo Román
No bien concluyó la desgraciada Isabel de pronunciar la última palabra de su traidor perjurio cuando cayó desmayada en los brazos del viejo rey que con fuerzas superiores a su avanzada edad la llevó a su cuarto y arrodillándose a su lado la dejó recostada en una cómoda arcatifa. Un prolongado suspiro fue la señal de haber vuelto en sí la nueva mahometana cuando ya a su lado le decía con entusiasmo el anciano Muley Hacem:
Bien comprendo lo que vale tu sacrificio, encantadora Zoraya...... mas por lo mismo que sé cuanto éste significa no quiero dilatar el merecido premio de la ofrenda que hoy me ha presentado tu corazón. Mañana partiremos a la Alhambra y público será nuestro matrimonio ante todo el pueblo de Granada.
Más me concedes con esa publicidad, rey y señor mío, que todos los tesoros de la tierra; que aunque la hija del comendador Solís fue tu mujer antes que tu amante, éste ha sido hasta ahora el título con que se le señaló por la muchedumbre amargando más y más el orgullo de mi raza que encuentra más nobleza en ser la esposa de un hombre labriego que la ambiciosa manceba de un poderoso monarca.
En efecto, al día siguiente el palacio de la Alhambra ofrecía el espectáculo más grandioso que nunca pudo presentar. Toda la corte estaba allí reunida deslumbrando a la belleza de las encantadoras jóvenes atraídas por el espectáculo la singular hermosura de Zoraya con su riquísimo traje nupcial y ciñendo la diadema de reina parecía una misteriosa creación del fantástico autor del las Mil y una noches. Comenzada la ceremonia y colocado Muley Hacem a la derecha de Zoraya, entró el venerable Cadí del Consejo y con voz mesurada a la par que grave leyó la decidida voluntad del rey de hacer público su matrimonio, previo el repudio de la sultana Aixa que a continuación se lo comunicaría ya que era pública la determinación del monarca.
Todo fue júbilo en aquellos momentos en el palacio fundado por Alhamar; los vítores se sucedían unos a otros y el entusiasmo no podía contenerse a pesar de encontrarse todos en presencia de los reyes; sólo Zoraya sentía en su alma algo que la afligía: tenía como el presentimiento de días de luto y de tristeza, pero se guardó muy bien de participárselo a su esposo.
Encargose por éste a Aben Hamet el comunicar a Aixa lo ocurrido y presuroso desempeñó la comisión del rey, no sin que en su alma ardiesen los más espantosos deseos de venganza.
-.A traeros vengo, sultana de Granada, la más infausta nueva que nunca pudisteis escuchar, dijo Aben Hamet en presencia de la primera esposa del monarca.
-¿Ha muerto acaso Boabdil?. ¿Le amenaza algún peligro?.
-No señora, que vive para vengaros, pero os traigo el acta oficial de vuestro repudio y del casamiento de Muley con su esclava renegada.
Nunca creí que a tanto se atreviesen, aunque secretamente y ya de antiguo todo eso lo sabía; pero yo juro a esa cristiana maldita que o me borraré el nombre con que se me conoce o muy poco ennoblecerá sus sienes la real diadema que hoy torpemente me arrebata.
Siempre podéis contar con vuestros Abencerrajes, dijo Aben Hamet en un arranque de felicidad y entusiasmo.
-Con ellos siempre cuento, respondió Aixa, y sabed estoy dispuesta a entregar a Isabel la perla de Occidente antes que verla regida por su impotente rey y su relegada esposa.
Separándose al momento de preferir estas palabras para tramar el plan que había de colocar otra vez en el trono al desventurado Boabdil y abrir las puertas de Granada a los reyes de Castilla,
V
Tiempo hacía que se encontraba prisionero Boabdil en poder de los cristianos. Receloso y pensativo arreglaba en su imaginación los medios de recobrar su perdido poderío, cuando por mediación de su madre Aixa y los acertados consejos de los capitanes cristianos decidiéronse los Católicos monarcas a poner en libertad al regio prisionero, previo el pleito homenaje de su desinteresada adhesión y con el laudable propósito de que atizando los bandos y disensiones civiles les hubiese más fácil la conquista de Granada.
Con no pequeña impaciencia llegó el rey desventurado a la frontera de su reino: allí supo con sorpresa haber quedado reducido su partido a unos cuantos leales servidores que agrupados en torno de su madre vivían casi olvidados en un modesto albergue en el barrio del Albaicín. No le arredó la noticia ni le hizo ceder en sus ambiciosos proyectos, sino que entrando presuroso cuando descuidados se encontraban los habitantes de su ciudad querida enarboló la bandera de la rebelión y en menos de dos horas hallábanse teñidas de sangre de zegríes y abencerrajes las plazas y las calles: salió vencedor en esta refriega el viejo rey: hizo pacto con su hijo de cederle parte de su poder en Almería a donde iría Boabdil a establecerse acompañado de sus secuaces y de la inflexible Aixa.
No fue bastante para Zoraya ver desaparecer de Granada a su terrible enemiga; la edad y los sufrimientos iban debilitando ya su valor y sólo quedaba vivo en su alma el ardoroso cariño hacia su esposo. Las últimas escenas de sangre y de desolación que había presenciado entristecieron de tal modo su espíritu que la alegría iba por momentos huyendo de su lado y parecía haber desaparecido la felicidad para dar entrada sólo al sufrimiento y a la pena.
(Continuará)
Este relato es parte del libro de las Tradiciones de Granada, publicado en 1888. Su autor es el historiador y literato Francisco de Paula Villa-Real y Valdivia, nacido en Mondújar en 1848, autor de numerosos libros y que fue miembro de la Real Academia de las Ciencias y Artes de Cádiz y director de la Sociedad Económica de Amigos del País, entre otras cosas.
Recopilado por Ramón Castillo Román
(Continuación del n° anterior)
Poco tardó el sagaz Muley en advertir los sufrimientos de su adorada Zoraya atribuyéndolo al sentimiento de la pasada lucha, y deseando halagarla con una nueva victoria proyectó una correría por los campos de Utrera y los de Ronda, que siendo desgraciada para los moros, vino a trastornar todos los proyectos del rey y a sumir en espantosa tristeza el abatido ánimo de Zoraya. Viendo ésta el precipicio a que se inclinaban y obedeciendo a los impulsos de su corazón presentose un día ante su esposo y con cariñoso ademán le dijo:
-Bien sabes, poderoso Muley, cuáles han sido mis aspiraciones desde que quiso Alhah que nos conociéramos: tu cariño ha sido sólo mi única felicidad y ni la corona real me ha deslumbrado, ni los tiempos de amargura me han hecho proyectar vengativos planes, tu reino bambolea ya por los partidos como la palma se mueve ligera al impulso de contrarios vientos. Sólo nos queda estable el manantial riquísimo de nuestro cariño y el religioso respeto con que nos tratan nuestros hijos. Tomemos una determinación decisiva y que no vuelva más a correr por nuestra causa sangre de tus súbditos por las calles de Granada.
-Ya había yo pensado en eso, mi querida Zoraya, dijo Muley, pero la idea de arrancar de tus sienes la diadema real que con tanta dignidad ostentas y el pensar que ha de sucederme mi ambicioso hijo me detienen y me detendrán siempre en mis proyectos. Dame un remedio a tantos males y satisfechas serán tus aspiraciones.
-Separa de tu imaginación la idea de mis sufrimientos, le contestó la atribulada Zoraya; el brillo de una corona vale mucho menos que la tranquila paz que debes a tu pueblo. Y respecto a los designios de Boabdil, destrúyelos en buena hora, pero sea colocando en tu lugar al digno walí de Málaga, al que te ayudó a vencer en la Ajarquía a tu hermano Abdalá el Zagal; con él se acabarán las disensiones civiles y mientras gozaremos nosotros de la calma de mi adorado castillo.
-Acepto como buenas tus razones, contestó Muley. dentro de dos semanas se alzará en la Alhambra el estandarte de mi hermano y nosotros saldremos con nuestra corte al castillo de Mondújar.
En efecto, transcurrido aquel plazo se presentaba el zagal en el regio alcázar y públicamente se proclamaba la abdicaión de Muley Hacem y el entronizamiento del nuevo rey. El desgraciado padre de Boabdil salía entretanto acompañado de su esposa e hijos a buscar en la soledad el lenitivo parasus pesares.
Llegados al castillo que otras veces había sido el asiento del placer y de la alegría comenzó Muley a sollozar amargamente pensando en su adorada ciudad.
No fue bastante el inmenso amor y los solícitos cuidados de Zoraya y de sus hijos para volver al viejo rey la alegría que había perdido. Poco más de tres meses permaneció triste y reflexivo en la regia morada aspirando el balsámico olor de las flores y el aire puro de las montañas, pero ya a mediados de octubre de 1.484 su salud se quebrantó de tal modo que llamando alrededor de su lecho a su esposa e hijos les habló de esta manera:
-Es llegada la hora de mi muerte. Muero sin embargo tranquilo, amargando s,olo mis últimos momentos tu espantosa soledad, Zoraya mía, y la tristeza de vuestra posición, hijos de mi alma. Presiento la pérdida no lejana de la ciudad querida del Profeta, si esto ocurre, vuelve más bien a tus antiguos lares, pobre Isabel, que seguir sufriendo el más afrentoso desprecio en la negra suerte que a los hijos de Alhah se les destine; antes vuelvas a ser cristiana, encantadora hurí de mis desvelos, que verte nunca desde la tumba ser la desgraciada esclava de mi hijo.
-No te aflijas por nosotros, le replicó Zoraya, este castillo que nos pertenece será nuestro retiro y antes viviré como súbdita de Isabel de Castilla y volveré a profesar su religión que consentir nunca en llevar el nombre de la asquerosa amante de Boabdil.
-Oid ya entonces mis últimas palabras: "Es mi voluntad ser enterrado en el cerro, más alto de mi reino".
Dijo, y la voz había espirado en su garganta. El reino de Granada quedó sin su legítimo rey y la infeliz Zoraya sin su adorado esposo. Todo fue llanto y desolación en el castillo; los servidores recordaban las buenas prendas del rey que había muerto y más de cien esclavos lograron su libertad en aquel día tristísimo para llorar las prendas nada comunes del que fue su señor.
No bien supo el Zagal la muerte de su hermano cuando presente en Mondújar ordenó se cumpliesen todas sus disposiciones. Trasladado el cuerpo a la ciudad quiso colocarse en la rauda de los reyes, pero a ello se opuso Zoraya y tuvo su enterramiento en el pico más alto del cerro del Solair, que desde entonces es llamado el cerro de Muley Hacem. Allí encontró la soledad que sólo podía darle la deseada calma; allí, lejos de sus enemigos, estuvo exento de envidia y de las demás pasiones y pudo ver antes que nadie la vergonzosa entrega que de su trono había de hacer al cabo de ocho años el hijo que amargara los últimos días de su existencia.
Entretanto Zoraya permaneció tranquila en el castillo de Mondújar ajena a las disensiones políticas y sólo atenta al bienestar de sus hijos, gozaba cariñosa con los desvelos de éstos y únicamente atribulaba su existencia el recuerdo de sus pasadas alegrías.
VI
Habían transcurrido ocho años desde la muerte de Muley Hacem y la situación interior y exterior del reino granadino había cambiado por completo. Enardecido el bando de Boabdil con la muerte del rey su padre alzose poderoso en contra del Zagal y después de una lucha de cerca de tres años entró por fin triunfante y sin obstáculos en el palacio de sus mayores.
(Continuará
Este relato es parte del libro de las Tradiciones de Granada, publicado en 1888. Su autor es el historiador y literato Francisco de Paula Villa-Real y Valdivia, nacido en Mondújar en 1848, autor de numerosos libros y que fue miembro de la Real Academia de las Ciencias y Artes de Cádiz y director de la Sociedad Económica de Amigos del País, entre otras cosas.
Recopilado por Ramón Castillo Román
(Continuación del n° anterior)
Se le reservó al Zagal una sombra de soberanía en algunos pueblos de Almería y Málaga y así viéronse por fin apaciguados los bandos civiles de Granada.
Pero un enemigo más encarnizado llamaba a las puertas de la ciudad santa y anunciaba con sus victorias la completa ruina del imperio de Alhamar. El atrevido reto de Muley iba produciendo sus efectos y el estandarte de Castilla se alzaba ya orgulloso por los campos de Granada. Las sucesivas conquistas de Fernando e Isabel sobrecogieron de tal modo el abatido espíritu de Boabdil que con traidora cobardía y desobedeciendo temeroso los consejos varoniles de su madre Aixa y del valiente Muza entregó la capital de su reino a los monarcas Católicos el 2 de enero de 1.492.
Más caballero y más digno que su padre le creía, no olvidó en las capitulaciones con los cristianos celebradas hacer más llevadera la desgraciada suerte de Zoraya y de sus hijos a quienes nunca trató sino como cariñoso hermano. Reservole a ésta el castillo de Mondújar con sus riquísimas posesiones, y para sus hijos una dilatada y fértil región en la táa de Orgiva.
No poco agradeció Zoraya el delicado obsequio de su pasado enemigo. Quiso dar también las gracias de estos beneficios a la magnánima Isabel y pasando a la ciudad para besarle las manos, deshecha en llanto contó a la reina su desgraciada historia. La belleza y el singular talento de Zoraya cautivaron a los católicos monarcas y cariñosos la trataron haciéndola algún tiempo permanecer en su compañía.
Era el principal objeto de los reyes al seguir tal conducta no sólo rendir justo tributo a la desgracia, sino también ver de atraer a la religión cristiana aquella alma arrebatada por la pasión. Los consejos de los reyes y la prudencia del primer arzobispo de Granada lograron tal resultado, haciendo que a los dos meses de estar Zoraya en la corte se reconciliase con sus antiguas creencias volviendo a tomar el nombre de Isabel en solemne acto apadrinado por los monarcas de Castilla. Sus hijos también abrazaron la fe católica tomando el apellido de la ciudad que los vio nacer, y enlazados con las más nobles casas de España fueron ascendientes de los actuales marqueses de Campotéjar y de otras lustres familias.
Sin embargo, no satisfacían a Isabel de Solís las delicias de la corte; absorta su alma en el recuerdo y sin más esperanzas ya que las que el cielo pudiera inspirarle, pensando que únicamente en la soledad hallaría lenitivo a sus pesares, solicitó y obtuvo de los reyes permiso para retirarse a su castillo sin pensar siquiera que no muy tarde había de experimentar allí el mayor de los sufrimientos. Transformó por completo el mirab en católica capilla y al mismo tiempo que se bendecía el templo levantado en Mondújar por la piedad de los reyes tenía sanción religiosa el oratorio de Isabel.
Tranquila y confiada pasó poco más de un año en su solitario retiro y hasta separada de sus hijos que ganosos de nombre seguían la Corte de Castilla cuando a mediados de 1.494 y apenas transcurridos dos de la conquista, se alzaron temerarios los moros de Mondújar bajo pretexto de ser oprimidos por las justicias y soldados y en son de ataque acometieron el destacamento cristiano, haciéndose después fuertes en la nueva iglesia. No fue en vano esta precaución, pues que sabedor Hernan Pérez del Pulgar del peligro en que estaba la guarnición de Mondújar, acomete furioso con los caballeros de su mando a aquella desenfrenada turba, que rechazándoles en la acometida les hicieron encerrarse en una de las principales casas del pueblo donde pasaron la noche expuestos a morir a no haber sido por el valor de Pulgar que esperando recursos se defendió con denuedo hasta el nuevo día en que los clarines anunciaron la llegada del socorro. Llegó éste en efecto traído por el Gran Capitán: salvaron a los heroicos cristianos y destrozaron a los moros que en su infernal rabia quemaron el techo de la iglesia (como aún hoy se advierte), escapando a esconder su humillación y su vergüenza en las escabrosas crestas de Sierran Nevada.
Atónita y llena de estupor había presenciado la infeliz Isabel la pasada refriega; desde su castillo pudo seguir los movimientos de la lucha, dispuesta a escapar hacia la sierra a la menor señal de acometida, hasta el siguiente día en que conocedora del vencimiento de los cristianos brindó con su alojamiento a los esforzados capitanes Pulgar y Gonzalo de Córdoba. Presurosos fueron ellos a ofrecer sus respetos a la noble dama ganosos de conocer el ponderado palacio de los árabes; algunos de la escolta acompañaron a los jefes y no fue pequeña la admiración y el espanto de todos cuando al entrar la comitiva en el regio salón y apercibir Isabela uno de los guerreros recién venidos de Castilla desmayose de repente lanzando un grito penetrante y agudo.
La palidez del caballero puso a todos en deseo de conocer aquella historia misteriosa descifrada más tarde cundo volvió en sí la desmayada señora y a sus plantas se arrojó el esforzado capitán Alonso de Venegas.
-Es posible, Isabel de mi alma, que te encuentre ahora para perderte? De qué me sirve buscarte sin cesar si ahora despiertas a mi presencia en brazos de la muerte?
-He muerto para ti, mi prometido de otros tiempos;' la edad de las ilusiones ya ha pasado y sólo queda en mi corazón un recuerdo de agradecimiento por el que tanto quise. Ve a buscar en la guerra una distracción a tus pesares y no te acuerdes de mi sino para llorar mi desventura.
Fue tal el decidido ademán con que la noble señora pronunció estas palabras que el esforzado guerrero no pudo escuchar más aquella voz que tanto le enloquecía y saliendo presuroso de la estancia, donde creyó hallar la dicha, desapareció de sus compañeros, sabiéndose mucho después su desgraciada muerte acaecida en el fragor del combate.
No consintió Pulgar que permaneciese más tiempo Isabel de Solís en el castillo. Los dolorosos recuerdos la mataban y así, obligándole a dar el último adiós a aquel asilo misterioso de sus placeres y alegrías la acompañó hasta la corte, yendo después a morir practicando las más esclarecidas virtudes en un pequeño pueblo de Castilla.
Jorge Alonso García
Después de la conquista del Reino de Granada, permanecieron en sus tierras y casas, numerosos habitantes musulmanes. Es preciso recordar, que la rendición de éste Último bastión islámico en la península, se llevó a cabo mediante un pacto, que permitía a los Últimos moradores conservar bienes, costumbres y religión. Permanecieron pues miles de familias, no sólo en la ciudad de Granada, sino en sus vegas, Alpujarra, costas y como no, también en el Valle de Lecrín. Estos. súbditos de origen arábigo recibieron el nombre de "moriscos". Algunos, se convirtieron por voluntad propia al cristianismo; otros, se bautizaron debido a la presión social; y una gran mayoría continuó practicando la religión mahometana. Con el paso de los años, los gobernantes del país conquistado, fueron quebrantando el espíritu y la letra de los acuerdos, presionándose al colectivo "morisco",. para que abandonara sus vestiduras, costumbres, lengua y las viejas creencias. El descontento de las gentes "moriscas" alcanzó tal grado de intensidad, que a principios del año 1.568 estalló una sublevación a gran escala, que bañó en sangre muchas de las comarcas granadinas. Entre los moriscos más activos, se encontraban los residentes del Valle de Lecrín, que en compañía de los procedentes de la Vega, subían a más de ocho mil, conjurados para apoderarse de la ciudad de Granada.
El golpe de mano para degollar a los habitantes cristianos de Granada fracasó el 23-24 de Diciembre, debido a una fuerte nevada que impidió que los sublevados de Lecrín y la Vega se unieran a los insurrectos del Albaicín. Pero si el degüello y saco de los cristianos viejos había fracasado, no impidió que se produjeran multitud de alteraciones en muchas de las poblaciones del Valle y las Alpujarras. Con el apoyo de ciertos grupos de bandoleros que llamaban "montís", se cometieron muchos actos de barbarie, que seguramente pretendían comprometer a los "moriscos" más pacíficos. "En Murtas, Conjayar, Padules, los cristianos viejos fueron abofeteados, y expuestos descalzos y desnudos á la vergüenza pública, corriéndoles por los lugares a palos y de pedradas con algazara grande de sus verdugos que acudían en masa y a modo de fiesta, sonando atabalejos y dulzinas". mal presagio de lo que iba a ser una terrible guerra civil.. caracterizada por el encarnizamiento y la crueldad. En Lanjarón, Jubar y Baryárcal, se actuó contra los religiosos y sus familias, con un furor satánico propio de naciones bárbaras. Infelices arcabuceados.. muchachos desollados vivos, mujeres arrojadas por los barrancos, religiosos asados a fuego lento o deshechos por la voladura con pólvora. En lugares como Orgiva donde la población cristiana era numerosa, consiguió agruparse, para hacer frente a las bandas moriscas. Los crímenes de la sublevación llenaron de espanto las comarcas andaluzas donde residían moriscos. Y la reacción no se hizo esperar. El Marqués de Mondéjar, gobernador de Granada, después de impedir una batalla campal en el Albaicín, entre las dos comunidades religiosas, quiso poner en orden el Valle de Lecrín, y auxiliar la villa de Orgiva. Envió primero al Valle una compañía de arcabuceros, que se acuarteló en Padul, para vigilar el estratégico puente de Tablate, llave de las Alpujarras, Comarca donde se había nombrado rey de Granada a un tal Aben Humaya, supuesto descendiente de los omeyas a quien los cristianos conocían como Fernando de Valor. Este cabecilla pretendió sorprender a los soldados de Padul y la caballería que patrullaba por los lugares de Lecrín. Pero como la situación empeorase por momentos, tuvo que presentarse el propio Marqués de Mondéjar en persona, con una tropa de dos mil infantes y' cuatrocientos caballos reclutados entre la nobleza de Granada, y algunos aventureros. Después de proveerse de víveres y municiones en Padul, pasó a Dúrcal y luego se dirigió hacia Orgiva, que se defendía a duras penas de unas bandas moriscas con más de tres mil hombres. Tuvo sin embargo que detenerse en Tablate, donde grupos de moriscos estaban derribando el puente, Después de una escaramuza consiguió abrirse camino con las armas, hasta alcanzar los pasos de Lanjarón, punto en el propio Aben Humaya le esperaba con la flor y nata de sus tropas para impedirle el socorro de Orgiva. Después de varias cargas, lograron los soldados del Marqués avanzar hacia la plaza sitiada, no sin vencer las continuas emboscadas, y un temporal de frío y nieve. Roto el sitio de Orgiva, la columna cristiana continuó persiguiendo a los moriscos, saqueando sus patrullas Poqueira y Ferreira, y otras poblaciones de las Alpujarras, que fueron arrasadas y muchos de sus habitantes muertos. Trescientos moriscos entre hombres y mujeres fueron asesinados sin contemplaciones por la soldadesca, haciendo bueno el dicho de que la bestia negra de la guerra civil, no perdona a ninguno de los bandos. De regreso a Granada, el Marqués de Mondéjar reconoció lo peligroso de la rebelión, y las dificultades que sería preciso vencer para restablecer el orden. Consciente de la gravedad de aquella situación, el rey Felipe II decidió enviar a su también hermanastro Don Juan de Austria con plenos poderes y los tercios de elite de sus ejércitos, para acabar sin contemplaciones con la sublevación.
Conocida la gravedad de la rebelión de los moriscos, y la confusión que reinaba entre las autoridades de Granada, Felipe II envió como generalísimo a una persona de sangre real, su hermanastro D. Juan de Austria. Este, inició su campaña concentrando diversos tercios de Nápoles y España, reclutando algunas banderas en Castilla y Andalucía, y acogiendo a los distintos aventureros que acudían de todos los puntos del país. Los rebeldes por su parte habían enviado emisarios al Rey, de Fez y al Gran Turco de Constantinopla, alistando un pequeño ejército de voluntarios norteafricanos y turcos. En el Valle de Lecrín se habían alzado unos dos mil moriscos, que desde las montañas cercanas amenazaban las poblaciones y hasta la Vega de Granada. Capitaneaban estos hombres un par de jefes llamados Rendati y Girón muy prácticos en las emboscadas y en las guerrillas de la montaña. Como los moriscos que aun permanecían en sus casas no eran muy de fiar, y las comunicaciones con la costa exigían tener libres los caminos del Valle, el Consejo que residía en Granada determinó reforzar las guarniciones de Tablate, Dúrcal y Padul con mil infantes y doscientos caballos, al mando de un militar de prestigio: D. Antonio de Luna. Este se enfrentó con las bandas que operaban desde el poblado de las Albuñuelas, llevando a cabo algunas correrías hasta la población de Santa Fe, donde robaron ganado y prendieron fuego algunos cortijos. Por su parte, las banderas cristianas con base en el valle, arrasaban a sangre y fuego las aldeas de los sublevados, deportando a los moriscos pacíficos. En los enfrentamientos entre "monfíes", rebeldes huidos a la sierra y las compañías de D. Antonio de Luna, llevaron alguna vez los cristianos la peor parte. Murió en los combates mucha gente principal y entre ellos el capitán Céspedes, que mandaba una compañía de doscientos hombres, hijo del Comendador Orcajo de la Mancha. La soldadesca del Valle, consiguió por su parte apoderarse de la mujer y las hijas de Redanti, que se 'habían ocultado en la Cueva de Moriana, de donde fueron desalojadas con hogueras de humo, junto con otras ciento cincuenta mujeres moriscas.
El Valle de Lecrín es escenario de una de las más terribles tragedias de esta guerra. El reyezuelo de los moriscos, Fernando de Válor, pretendía apoderarse de un puerto, que le abriera las comunicaciones con las naciones musulmanas del Mediterráneo. Eligió la costa de Almuñécar, donde varias ciudades: Motril, Salolobreña, Almuñécar, se prestaban a sus propósitos. Ordenó a los soldados de Girón y Redanti en número de tres mil el asalto de aquellas plazas. Suponiendo que D. Juan de Austria enviaría rápidamente refuerzos, mandó a un primo suyo llamado Aben Aboo, con el escuadrón turco, al Valle de Lecrín para que impidiera el paso de las tropas cristianas. Sin embargo este cabecilla, sospechando alguna maniobra por parte de su pariente se sintió traicionado, induciendo a los oficiales turcos a terminar con la vida de Aben Humeya, es decir, de Fernando de Válor. El llamado rey de Andalucía fue estrangulado, siendo reconocido como sucesor el propio Aben Aboo. El cerco de Almuñécar terminó en fracaso, pero las operaciones en el Valle de Lecrín causaron muchísimos destrozos por parte de musulmanes y cristianos. Fue entonces cuando el maestre D. Luis de Córdoba destruyó Rectual, Valecox, Cacha y otros lugares de Lecrín que las luchas del anterior jefe o D. Antonio de Luna había dejado enteros.
Cuando D. Juan de Austria partió con un poderoso, ejército hacia la comarca de Baza y Guadix, para sitiar Galera, el Duque de Sesa se presentó en Padul con unos efectivos próximos a los diez mil hombres. los jefes de turcos y moriscos le dejaron pasar, para luego caer sobre su retaguardia. La lucha se recrudeció junto a Lanjarón, y luego en las proximidades de Orgiva que había caído en las manos de los moriscos, extendiéndose a varios lugares de la Alpujarra. Las muertes, saqueos, incendios que siguieron provocaron un fuerte cansancio en las poblaciones arábigas, cuyos jefes empezaron a pensar en la rendición. Y aunque el Valle de Lecrín fue de vez en cuando escenario de golpes de mano y asaltos a pequeñas ciudades cristianas a soldados entregados al pillaje, la lucha se fue alejando de aquellos, parajes. La rebelión. fue pronto perdiendo fuerza, y la serie de rebeliones entre los cabecillas huida de los contingentes mercenarios, y rendiciones de grupos rebeldes, pacificando la región granadina.
En los Padules se rindió uno de los principales moriscos, que recibió con todos los suyos, la clemencia de D. Juan de Austria. Fueron autorizados a residir en cualquier parte de Granada con sus familiares salvo en las comarcas alpujarreñas. A pesar de que la guerra continuó por parte de Aben Aboo, otros montíes de renombre iban abandonando las armas, acogiéndose al indulto del hermanastro del rey Felipe. Finalmente Aben Aboo murió a manos de sus secuaces, que se habían rendido, jurando acabar con la vida del reyezuelo. Los moriscos del Valle de Lecrín fueron conducidos con escolta a las regiones de Extremadura y Galicia.
En el Nomenclátor de 1.514, dos años antes de morir el rey Fernando "el Católico", ya aparecieron relacionados todos los pueblos de este valle tan personal y tan hermoso bajo el nombre genérico de VALDELECRÍN. Bellos y altisonantes topónimos de rancia e inconfundible fonética: Nigüelas, Melegís, Restábal, Talará, Mondújar, Béznar, Albuñuelas, Murchas..., sierras de las Guájaras y Almijara,...
Lo dejó dicho el historiador Henríquez de Jorquera: "El origen de los pueblos del Valle es de varios tiempos y los más, de los moros". Y para darle la razón, ahí están sus inequívocas señas de identidad: calles retorcidas, arquillos inesperados, ciegos rincones, callejas angostas, el agua murmurando por los canales, ventanucos asomados a los callejones umbríos y florecillas infantiles en macetas y tiestos inverosímiles. Yesos deliciosos y entrañables huertos frutales alimentados por las acequias que sangran la vega.
El poblamiento del Valle es muy antiguo, pero su época más brillante la vivió en la etapa, final del reino de Granada, cuando era continua la afluencia de musulmanes que huían de las tierras conquistadas por los cristianos. Son estos musulmanes quienes comenzaron darle forma a la peculiar geografía del Valle. Naranjos, limoneros y toda clase de árboles frutales, mezclados con los olivos y los almendros, diseñaron este paisaje, único e irrepetible, saturado de luz, de color y de placidez.
Cuando la sublevación de los moriscos, reinando Felipe II, en la segunda mitad del s. XVI, el Valle de Lecrín se quedó a medio camino entre los ejércitos cristianos de Granada y los insurrectos moriscos alpujarreños.
Fue en Béznar, precisamente, donde se eligió rey moro a Fernando de Antequera con el apelativo de ABEN HUMEYA.
El Valle se sublevó parcialmente y el puente de Tablate se convirtió en el bastión enseña a defender o a conquistar. Hoy aún se conmemora la defensa heroica que los mosqueteros de Béznar hicieron de la Eucaristía en una tradición que se mantiene viva no sólo en el recuerdo sino en las armas y en la indumentaria.
Tras la victoria de Felipe II, los moriscos del Valle, unos cinco mil, fueron deportados a Córdoba en primer lugar y luego, a Galicia y Extremadura, mientras que pobladores de otros lugares de Andalucía, Castilla y Galicia, sustituyeron a los expatriados. Este hecho incidió negativamente en la agricultura pues los nuevos colonos, al desconocer las técnicas moriscas, se dedicaron a otra clase de cultivos, poniendo de moda los cereales.
Durante los siglos XVII y XVIII crece la población a pesar de las crueles epidemias que asolaron nuestras tierras. La Desamortización de Mendizábal no supuso cambios significativos. En este siglo XVIII soplaron vientos adversos con la terrible epidemia de cólera que diezmó el Valle y la filoxera que arrasó los viñedos de Pinos.
Es hoy el Valle de Lecrín un apacible mosaico de tierras multicolores y personas afables, donde el verde brillante de los naranjos y limoneros se mezcla con el verde ceniciento de los olivos en una sinfonía espléndida que alcanza su punto culminante, en las mañanas adolescentes de Primavera, ebrias de color y de luz, de sonidos y de olores, de majestuosidad y de intimismo, de nostalgia y de vida.
El Valle es el camino natural que nos conduce a la Costa y a la Alpujarra. Una tierra de transición que comienza en el Suspiro del Moro y finaliza en el Puente de Ízbor.
Es el Valle una comarca sorprendente, de belleza serena y arrogante, donde la más desolada garganta o el barranco más árido yacen, codo a codo, con los huertos frutales, con las risas juveniles del agua por las acequias y con el aroma dulzón del azahar que todo lo impregna.
El Valle de Lecrín aparece como una simbiosis, que podría ser anárquica y es deliciosamente equilibrada, de la aspereza de las sierras cercanas y el verdor de la vega.
Son éstas las tierras de la legendaria cora del Elvira, sembradas de pueblos y de vitalidad, cerradas al mar por el monte del Cristo del Zapato, en Ízbor y Pinos, y abiertas al azul del cielo tras el pico del Caballo, el impresionante murallón bajo el que se adormece Nigüelas.
Tierras dulces y tierras duras, escenarios de amoríos, de rondallas, de cantos de ánimas, de carnavales y de monfíes, como el célebre "Nacoz de Nigüelas", quien en la guerra de los Moriscos se comprometió, nada más y nada menos, que a reconquistar la Alhambra escalándola por las murallas.
Tierras duras de gente fuerte y sacrificada, y tierras dulces, de vinos yaguas limpias, de frutas, de gastronomía diversa, de azahar por las vegas y geranios en los balcones.
Tierras que conjugan, en plenitud armónica, el esplendor de sus campiñas y las asperezas de sus barrancos, los escopetazos de los mosqueteros de Béznar y la explosión primaveral de los encuentros de Polifonía de Nigüelas.
Tierras de Mondújar, en cuyo castillo se amaron Zoraya y Muley Hacem, bajo el Monte de la Luz y tierras de suntuosas casas coloniales que los indígenas enriquecidos erigían al volver de las Américas.
Hermoso Valle de Lecrín, eternamente adormecido a los pies de Sierra Nevada, anclado a medio camino entre la Alhambra, la nieve y el mar, entre moros y cristianos, entre las escopetas y las canciones, entre el vendaval y la brisa, entre las águilas y las palomas, entre la luz y la penumbra, entre la manzanilla serrana y las cerezas, entre el tomillo, la sahareña, las amapolas y el azahar.
Juan Gallego Tribaldos
"Tiene 25 km de longitud y 6-10 km de anchura. Sus principales municipios, son Padul y Lanjarón"
JOHANNES J.REIN, geógrafo alemán de la Universidad de Bonn, visitó Sierra Nevada en 1892. Fruto de aquel viaje escribió el libro "Aportación al estudio de Sierra Nevada", que ha sido publicado ahora por La General y la Junta.
El Valle de Lecrín está situado entre Granada y Motril, cuyo trayecto, de 66 kilómetros, se realiza en correo o diligencia en 7-8 horas. Constituye la frontera Suroeste de Sierra Nevada desde el Suspiro del Moro hasta la embocadura del río Izbor en el Guadalfeo. Se trata de un valle de 25 km. de longitud y 6-10 km de anchura, orientado de noroeste a sureste y cuyos principales municipios son Padul y Lanjarón, Hacia el Oeste está limitado por las estribaciones de la Sierra de Tajeda, especialmente por la región conocida como Sierra de Guájares. Al Este está limitado por las montañas calizas más occidentales de Sierra Nevada.
La magnífica carretera nueva a Granada discurre a poca distancia del río, que queda totalmente oculto debido a la espesa vegetación. En la Laguna Ventorrillos o Laguna de Padul confluyen los riachuelos que desaguan las precipitaciones de la vertiente Sur del Suspiro del Moro. Aquí comienza el río de La Laguna, que cruza el Valle de Lecrín, "Valle de la tranquilidad", según Alarcón. El discreto arroyo es también llamado por los habitantes de la zona río Grande, lo que puede dar lugar a equívocos, ya que también se le da al Guadalfeo y a otros ríos españoles, aunque no siempre hagan justicia al nombre. Por esta razón es preferible dar a su curso bajo el nombre de río Ízbor, como aparece en el mapa.
El Izbor o Río Santo se une al de la Laguna junto a la localidad de Restábal, después de recibir al barranco del Marchal, que al igual que él nace en la Almijara. Desde Sierra Nevada y por la izquierda del río de Padul se unen a éste el río Dúrcal, el Torrente y el río de Lanjarón. El Dúrcal nace en la vertiente Oeste del cerro del Caballo, a partir de dos torrentes que confluyen en el extremo occidental de la Loma Media para atravesar, por un profundo barranco, las montañas calizas. La loma que parte del Cerro del Caballo hacia la localidad de Dúrcal, y que lleva este mismo nombre, separa al torrente izquierdo del río Torrente mientras que la Loma de Dílar separa al torrente derecho del Río Dílar. El Torrente nace en la vertiente suroeste del Cerro del Caballo, siguiendo también en dirección suroeste. Sin embargo, el afluente más largo e importante es el Río de Lanjarón. Nace en una pequeña laguna en la vertiente Sur de los Tajos Altos (Cerro de los Tajos Altos) y sigue en dirección SSO hasta la localidad de Lanjarón, surcando un profundo y estrecho barranco.
Paralelamente y a la derecha discurre la cresta de Sierra Nevada, que comprende los cerros de Caballo y Bordada y llega a las proximidades de Lanjarón, desde donde baja una gran pendiente hasta la ciudad. No muy lejos de la cima del Cerro del Caballo, hacia la mitad de la empinada vertiente, se encuentra otra laguna, de contorno casi circular, que a comienzos de septiembre de 1892 mostraba un considerable talud de nieve procedente de los aludes. Por aquí se puede descender sin peligro desde la cresta hasta el fondo del valle.
Al Oeste del río discurre paralelamente a la cresta, y también con gran pendiente, la Loma de Veleta; que constituye la loma más occidental de las .Alpujarras. A la salida de la Sierra, el río bordea la localidad de Lanjarón y dirigiéndose más hacia el Oeste, también la peña calcárea sobre la que se elevan las ruinas de un viejo castillo moro, Poco después recibe por la derecha al pequeño Salado, ya nombrado anteriormente, siguiendo dirección Sur y alcanzando al Izbor, que a su vez desemboca poco más abajo en el Guadalfeo.
El Valle de Lecrín posee un clima sano, suave, en el extremo sur incluso cálido, subtropical; su suelo es en proporción muy fértil, con cultivos de secano y también de regadío. En tiempos de los moros era un granero, y hoy día aún produce grandes cantidades de verduras, cereales, frutas y aceite. Esto ha dado prosperidad a la región, al menos a aquellas localidades cercanas a la carretera. Su historia está estrechamente ligada con la de las Alpujarras. Tras la conquista de Granada, los moros de ambas regiones compartieron un mismo destino y llegaron a luchar mano a mano contra los cristianos, cuando éstos, rompiendo acuerdos y juramentos, intentaron oprimir a este pueblo y privarle de su fe, sus costumbres y otras libertades otorgadas por los Reyes Católicos.
La diligencia a Motril, que parte de Granada a las ocho de la mañana, cruza el Genil y el Monachil, atraviesa luego la primera estación, Armilla, y cruza también el río Dílar, que después del verano lleva muy poca agua. Diez minutos después llega a la pequeña localidad de Alhendín, tras un recorrido que dura en total tres cuartos de hora.
Johannes J. Rein
En una semillería del lugar (Alhendín) leemos el rótulo SEMILLAS DE REMOLACHA. El viejo observador pronto caerá en la cuenta de que este cultivo es muy abundante por aquí. Después de otros quince minutos de viaje abandonamos completamente la Vega de Granada. Ahora la carretera serpentea y sube progresivamente, por terreno montañoso y poco fértil, hacia una llana loma que se extiende hacia la derecha, por donde sube aún más, y que es conocida como "El último suspiro del moro". Sus tajos permiten ver areniscas rojas y amarillas, en finos estratos orientados hacia el NE. En Alhendín estas areniscas están cubiertas por conglomerados marinos
González y Tarín calcula que toda la formación data del Mioceno. La loma presenta también estas formaciones, paro aquí, en el Suspiro del Moro, los conglomerados son más irregulares, presentan forma lenticular y están incrustados en la arenisca. Estos conglomerados están compuestos de las distintas rocas que se encuentran en Sierra Nevada: esquistos micáceos, cuarzos y calcitas, por lo que su origen deja pocas dudas.
El último suspiro del moro hace alusión a Boabdil, último rey moro de Granada, cuya historia -de trágico y no del todo inmerecido final- ha sido embellecida por la imaginación popular. Según la leyenda, después de entregar la llave de la ciudad' a los Reyes Católicos, el 2 de enero de 1492, Boabdil emprendió camino hacia el S. Al llegar a este cerro, a 15 km de Granada y ya en el límite mismo de la Vega, se volvió para contemplar por última vez la ciudad de la Alhambra.
Entonces, entre suspiros, lágrimas y recriminaciones de su madre, que achacaba su desgracia actual a su cobardía, cabalgó por fin por el Valle de Lecrín hasta llegar a las Alpujarras. Pero no hallando aquí la paz que ansiaba, decidió volver a Marruecos.
La altitud de 1.000 m. que frecuentemente se asigna al Suspiro del Moro no se basa en mediciones fiables y es claramente exagerada. Los 820 m. que propone De Rute se acercan mucho más a la verdad. La loma parte del Cerro del Caballo en dirección O, por lo que la mayoría de los geólogos y geógrafos la consideran el extremo occidental de la cresta de Sierra Nevada.
Por mi parte, basándome en datos orográficos y petrográficos, discrepo de esta opinión, pues la Loma de Lanjarón constituye el tramo final de la cresta por el SO. Esta loma forma la divisoria entre el Barranco de Lanjarón y el Torrente, y se extiende desde el Caballo hasta la Bordada, al N de Lanjarón, que es la última montaña esquitosa y que alcanza los 1.471 m. de altitud.
Esta hipótesis está avalada por la orientación, la altura y la naturaleza petrográfica de la Loma. Al igual que el macizo central, se compone de esquistos cristalinos, que no desaparecen hasta la gran depresión entre Sierra Nevada y la Sierra de la Almijara.
Después de cruzar la loma y un pequeño torrente del Río de Laguna, la carretera pasa por una venta, llegando poco después a Padul, a 18 km. de Granada y según Von Drasche a 925 m. sobre el nivel del mar, aunque tengo mis dudas sobre este dato. Nos encontramos de nuevo en el Valle de Lecrín, que comprende 19 poblaciones en 16 municipios que antaño formaban un distrito dependiente administrativamente de Granada, yo hoy día pertenecen al partido judicial de Órgiva, como las poblaciones más occidentales de las Alpujarras. A continuación damos el nombre de la población de estos 16 municipios según datos del censo de 1887: Albuñuelas 1.961, Béznar 953, Cónchar 511, Cozvíjar 531, Chite y Talará 968, Dúrcal 2.765, Ízbor y Tablate 729, Lanjarón 4.286, Melegís 518, Mondújar 507, Murchas 349, Nigüelas y Acequias 1.178, Padul 3.880, Pinos del Valle 1.866, Restábal 696 y Saleres 483, En total 22.173 habitantes.
También el viajero de paso recibe esta impresión. A ello contribuye el grande y centenario olivar en la ladera de la montaña, al E la carretera, la impresionante vega, con sus cultivos que llegan a lo más alto de la vertiente O, y el suave y sano clima, de eterna primavera, que reina en la región.
El agua, que afluye en cantidad a la vega, queda en parte recogida en la laguna, pues ésta queda por debajo, formando una especie de pantano, rodeado de juncos y espadañas de hoja estrecha
(Continuará)
JOHANNESJ REIN, geógrafo alemán de la Universidad de Bonn, visitó Sierra Nevada en1892" Fruto de aquel viaje escribió el libro "Aportación al estudio de Sierra Nevada", que ha sido publicado ahora por la General y la Junta. A él pertenece este fragmento
Johannes J.Rein
(En el presente fragmento se continúa hablando de la localidad de Lanjarón)
El nombre de Calle Real para este único camino, mal empedrado y de feas casas de
tejados planos e incluso las facciones de los habitantes, evoca su pasado moro,
como también la ruinas del viejo castillo, en lo alto de una empinada peña junto
a la garganta, recuerdan las batallas que hubieron de librar los castellanos
para conquistarlo (1568).. En el curso de estos combates la ciudad quedó
destruida, y tuvieron que pasar muchos años hasta su reconstrucción.
Las fuentes minerales de Lanjarón se encuentran a 1 km al O, a la derecha del camino y a ambos lados del Barranco del Río Salado. Se trata en parte de manantiales calientes (30º) de clorhidratos de sodio y magnesia y en parte de manantiales fríos, acídulos, alcalinos y más o menos ferruginosos. Son de aplicación interna, especialmente en el tratamiento de afecciones hepáticas y tópica.. Los manantiales brotan de un terreno de talquitas y esquistos arcillosos erosionados. La Duquesa de Santoña fue durante mucho tiempo propietaria de los manantiales, pero no hizo nada por promocionar el lugar. El balneario que se encuentra en la margen derecha del arroyo es bastante discreto y sólo ofrece unas pocas habitaciones. Con razón Packe (70, p.122) lo llama "un pequeño caserón" ("a little cottage"). La temporada de baños comienza el 1 de junio y acaba el 30 de septiembre. se dice que durante esta época se dobla la población de Lanjarón, pero esta no es sino otra de las muchas exageraciones. En cualquier caso pone de manifiesto que los clientes españoles del balneario se conforman con poca cosa, puesto que si bien Lanjarón ofrece, eso sí, mucho aire puro y una temperatura suave, que pocas veces sobrepasa los extremos de 6 y 30º, por lo demás no hay en todo el balneario ni en sus alrededores una sola avenida, ni siquiera un buen árbol que proporcione fresca sombra. Y por supuesto, nada de casino ni de orquesta, como en los balnearios europeos. Lo que desgraciadamente no resulta exagerado es la aseveración de que los caminos que llevan a las huertas que bordean este "paraíso terrenal de Lanjarón" son sólo comparables al infierno. Especialmente si se calza botines de charol. Es por esto que los sufridos clientes del balneario se pierden lo mejor del lugar: acercarse a la naturaleza, comprobar la inmensa variedad vegetal que nos ofrece la naturaleza y extasiarse en su contemplación.
A lo sumo, pueden escalar fácilmente la pequeña colina que queda al E de la aldea y del Barranco, juntó al camino nuevo que lleva a Orgiva, y contemplar el panorama, magnífico desde luego, que desde aquí se ofrece a los ojos, y que se extiende a O y NO (24). Aún más impresionante es la vista desde las ruinas del viejo castillo moro, especialmente hacia el N. En primer plano aparecen los naranjales y limonares; por, las hileras de casas blanqueadas, Lanjarón, y más plantaciones de árboles frutales; final- mente, las cumbres del Caballo y el Veleta, con sus neveras. Willkomm también describe este paisaje en (3, 11, p. 118) y (6, pp. 192-193).
El camino que parte de Lanjarón y sigue por la loma, en dirección N, para llegar a la Bordada y al Cerro del Caballo entraña bastante dificultad. Llegamos a él en principio a través de la plantación de frutales, donde curiosamente todo crece fabulosamente sin necesidad de cuidados especiales. Vamos siempre montaña arriba, por trechos a modo de escalones que el agua ha erosionado y que aparecen sembrados de guijarros. Encontramos sarmientos que han trepado por las ramas de los árboles, y cuyas hermosas uvas se descuelgan, en racimos, en todo su esplendor. Junto a éstas, higos maduros, verdes morados, igualmente apetitosos y tentadores. Más allá, olivos, almendros y moreras crean un contraste de color en su alternancia con el maíz y diversas hortalizas. Más arriba encontramos diversos frutales y finalmente nogales y castaños. Una vez cruzados éstos llegamos a campo abierto, con sembrados de trigo, de legumbres y, a mayor altura, de patatas y centeno. Nos encontramos en la zona más alta de los cultivos. Al S, a lo lejos se divisa ya el mar, tan azul; al N, el Cerro de Caballo y otras cumbres nevadas; al NE, Granada y su vega.
JOHANNES J. REIN, geógrafo alemán de la Universidad de Bonn, visitó Sierra Nevada en 1892. Fruto de aquel viaje escribió el libro "Aportción al estudio. de Sierra Nevada", que ha sido publicado ahora por la . Caja General de Ahorros de . Granada y por la Junta de Andalucía. A él pertenece este fragmento. .
Alí Athar, vendedor de especias y general famoso, con sus hazañas alcanzó las mayores honras ríazaríes. Alcaide de Loja, señor de Xagra, primer mayordomo de la Alhambra y alguacil mayor del reino de Granada, culminó sus aspiraciones al convertirse en suegro del Rey. Efectivamente, su hija Morayma, de 15 años, casó con Boabdil, heredero del trono alhamar. Siendo muy rico vivió pobre, ya que sus rentas las invertía en la defensa del Reino. "Para probar los sacrificios de este rico alcalde y su patriotismo, escribe Lafuente Alcántara, baste decir que su hija Morayma, el día de las bodas, tuvo que engalanarse con vestidos y joyas prestadas". Un cronista, invitado a la fiesta nupcial, cuenta que la novia vestía saya y chal de paño negro y una toca blanca que casi le ocultaba el rostro, "Iástima, dice, porque sus facciones son muy lindas y seductoras':. Y un poeta musulmán asegura que Morayma tenía ojos grandes y expresivos en un rostro admirable y conjetura, "através de las tupidas ropas adivinábanse unos hombros, unos brazos, unas cadras y un talle clásicos y opulentos contornos".
![]() |
El nombre de Morayma lo /leva hoy en día una alquería en Cádiar y un restaurante en Granada |
Los historiadores, más adelante, se refieren a ella como la tierna Morayma y como la sufrida esposa del Rey Chico. "Pocas mujeres ha habido, sin duda, tan desgraciadas como ella", recuerda Fidel Fernández. A pocos días de la boda, Muley Hacén encarcela a su hijo Boabdil y "separa brutalmente a la jovencísima esposa", confinándola en un carmen próximo a la cuesta del Chapiz. Después de la batalla de Lucena, en la que muere Alí Athar y es hecho prisionero Boabdil, Morayma, con su hijo Ahmed de poco más de un año, se retira nuevamente al carmen, donde sobrelleva "los largos meses del cautiverio de su esposo en Porcuna". Al fin, .los castellanos liberan al Rey Chico, tras un pacto en el que, entre otras condiciones, ha de entregar como rehén a su primogénito. Ahmed, acababa de cumplir dos años, no le será devuelto a su madre hasta la entrega de Granada, cuando tiene nueve, no conoce el árabe, es cristiano y atiende por el "infantico", mote que le impuso Isabel la Católica. Morayma se recogerá, dos veces más, en el carmen del Albayzín y, por último, con su esposo, mientras esperan la salida hacia el destierro del Andarax, señorío alpujarreño que le asignaron los castellanos,
Marcharon al Andarax y allí permanecieron hasta que los de Castilla, en una nueva traición, decidieron expulsarlos de España, lo que sucedió "al término de las calores del verano de 1493". Así, en octubre, Boabdil, su madre Fátima, su hermana, sus hijos Ahmed y Yusef y algunos amigos y criados, salieron del puerto de Adra camino de Africa. Morayma, "el único amor de Boabdil", no se le conoce otro, afirma un cronista, "el único ser que hubiera podido hacerle soportable la pena del destierro", moría días antes de abandonar las Alpujarras.
Y fue enterrada en la mezquita de Mondújar, rauda a la que ha habían trasladado, desde la Alhambra, los restos de los sultanes Mohammad II, Yusef I, Yusef lll y Abú Saad, según consta en el folio 28 del libro de Apeo (1.577) de dicho lugar. El cadáver de Morayma se llevó a Mondújar para que reposara junto a los de los reyes nazaríes y, al mismo tiempo, Boabdil dispuso la entrega de ciertos bienes al alfaquí de Mondújar para que rezara dos veces en semana ante la tumba de Morayma y una renta. importante a los ulemas a fin de que oraran diariamente por su esposa en dicha mezquita (según el pelito sostenido entre la iglesia del pueblo y doña Guiomar de Acuña, heredera de don Pedro de Zafra, alcalde de Mondújar, en el año de 1.500, manuscrito que se conserva en el Arzobispado de Granada.
Apenas embarcado Boabdil para su destierro en Marruecos, dice Fidel Fernández los cristianos se incautaron de los bienes destinados a oraciones por Morayma y, con ellos, levantaron una iglesia sobre el solar de la mezquita, que no tuvieron inconveniente en demoler. Ultima amargura en el recuerdo de Morayma, cuyo cadáver recorrió, en el mayor de los secretos, los sometidos y calurosos valles que van desde Andarax hasta Mondújar.
Jorge Alonso García
El Valle de Lecrín, antesala de la Alpujarra y tierra de paso para acceder a la costa, ha sido recorrido por numerosos viajeros, que nos han dejado sus impresiones. A veces se trata de los eternos trotamundos ingleses, tan aficionados a estas tierras, que más de uno se ha quedado a vivir en ellas. Otros son personajes románticos que han querido conocer a fondo la ruta de los Alpes Alpujarreños. Y no faltan los enamorados de los paisajes bellos, vendedores de biblias de las religiones protestantes, o turistas hacia las ciudades del litoral. Todos de esa época que decía Teófilo Gautier era la ideal para viajar pues la rapidez de los medios de transportes quitaba todo el encanto a la ruta y el placer de viajar consistía en ir y no en llegar.
Estos viajeros evocan las cosas sencillas de sus excursiones a lo largo de caminos por torrentes de aguas cristalinas; caminatas a través de barrancas y precipicios de cuyos frondosos bosques salía un perfume intenso pero imposible de definir. Algunos recuerdan la experiencia de beber un vaso de agua helada a la sombra de un caserío o junto a una pequeña fuente. Quienes poseían un espíritu más poético ensalzaban la obra de una naturaleza que había superado en aquel valle de privilegio muchas de sus maravillas.
El Valle de Lecrín que empieza en el cerrillo donde Boabdil lanzó su famoso suspiro termina con el encuentro de las primeras brisas del Mediterráneo. La vegetación tropical y las arboledas acompañan desde Padul. Hermosa localidad en medio de una vega que aún resuma humedad herencia de su pasado como lodazal. Las crestas nevadas de la sierra habitualmente blancas en casi todas las temporadas del año son visibles desde algunos puntos. Aunque el tiempo se presente caluroso, en el valle corre una brisilla que alivia los furores de un sol casi tropical.
El Valle de Lecrín les llamaba la atención por sus bancales a rebosar de árboles frutales, muchos de especies como el naranjo, no excesivamente de la comarca granadina. Otros comentan la escasez de moreras, planta de la que efectivamente hubo abundancia durante los siglos musulmanes ya que constituía la base de su más próspera industria: la seda. Algunos confiesan haber visto granadas en las cunetas cuya cosecha al parecer nadie recogía, adelfas silvestres reventando de flores, pero sobre todo haber encontrado árboles grandiosos. Un viajero llamado Guglieri recordaba que en el Valle de Lecrín se conservaban tres corpulentos castaños con troncos de cuatro metros de diámetro. En su opinión se trataba de ejemplares milenarios que habrían conocido el paso de los ejércitos árabes. Las raíces de estos gigantes causaban la sensación de pulpos vegetales cuyos tentáculos emergían del fondo de la tierra. Hacía además este señor una interesante reflexión añadiendo que de semejantes ejemplares, en cuanto pasaban del siglo se perdía la cuenta de su edad. Los más viejos del lugar siempre los habían visto allí y nadie era capaz de precisar sus años ni siquiera de manera aproximada, convirtiéndose en un monumento ecológico, y por qué no en un símbolo mítico y casi sagrado.
Aunque desde mediado el siglo XIX los peligros que acechaban a los viajeros pertenecían más al reino de la fantasía que al de la realidad, el misterio de lo exótico hacía aún vibrar los corazones. Casi todos ellos cuentan en sus memorias algunas aventuras acaecidas en su diligencia, con las escoltas de escopeteros y en cada etapa de pueblos y ventas. Además, para cruzar el Valle de Lecrín y descubrir el Mediterráneo o las excelencias de la Alpujarra era preciso llevar unas buenas alforjas. Rodar por los caminos polvorientos con mayorales sin prisa y unos vaivenes semejantes a los de un barco en el océano, una experiencia digna de ser contada. Si bien no tan interesante como las que se referían durante las tertulias de ventas y fondas. Allí se mezclaban relatos de hechos históricos, viejos sucesos y leyendas adornadas con docenas de detalles procedentes de la imaginación popular. No faltaba nunca un manantial en el que se produjo una matanza de moros; las ruinas de un pueblo morisco sin otro habitante que un fantasma islámico secuestrador de cristianos extraviados; o el pequeño cortijo de campo protagonista de un crimen pasional.
Día siete de agosto. Lanjarón, dos de la tarde.
Con dos o tres compañeros de viaje en el interior de la diligencia: muchísimo polvo y temperatura agradable más bien fresca a la madrugada, hemos recorrido el trayecto de Granada a Lanjarón en unas seis horas de casi completo insomnio. La oscuridad de la noche impedía disfrutar de los pintorescos puntos de vista que íbamos dejando atrás y sólo allá por la mañana al despuntar el día he podido entrever las sinuosidades de la carretera al salvar los enmarañados y casi pelados montes que preceden a la población en que escribo. Sólo me ha llamado la atención una roca aislada y angulosa que sostiene las ruinas de un castillejo, dando juntos cierto colorido romántico al paisaje,
Ya en el pueblo, del que sólo he visto a esta hora una parte de su gran calle principal y las casas de los médicos Sres Águila y Atolló, me instalo en la fonda Granadina (cuarto 10), deshago en parte mi equipaje, me cambio de ropa exterior y organizo mi trabajo con tal fortuna, gracias a la decidida protección de mis amigos, que habiendo llegado a las cinco de la mañana, antes de las ocho he medido ya niños en casa del Sr. Atolló y a las 10 he recogido hasta 23 observaciones abreviadas, no habiendo continuado por el cansancio, pues chicos que medir me sobraron gracias a unos bizcochos hábilmente repartidos por el Sr. Atolló.
Y ahora después de almorzar bastante bien y de dormir una hora de siesta bastante mal por el calor y las chinches, no puedo menos que contemplar con admiración el lindo más que extenso paisaje que se descubre desde los antepechos e mi habitación y que corresponde a la parte norte del pueblo.
Primero, inmediatos al muro de la fonda, huertos casi llanos de maíz y frutales; luego, escalonadas en un monte de bastante declive, primorosas fajas de tierra labrada, cuyos maizales y árboles variados y frondosos cubren toda la ladera de verdura; a derecha e izquierda nuevos montes más encumbrados, pero menos ricos en vegetación; grandes chorros de agua que en diversos sitios caen con estrépito de un escalón a otro partiéndose en numerosos arroyuelos que hábiles regadores conducen por los sembrados; suave murmullo de brisa como si fuera la misteriosa lengua que hablan las anchas hojas de maíz agitadas por el viento en armonioso concierto con el rumor de las aguas despeñadas y el piar de algún que otro pajarito en la espesura.
11 noche. No han llegado mis circulares a este pueblo pero el párroco y arcipreste Sr. Martínez se ha mostrado tan propicio a mis trabajos gracias a la mediación de Águila Castro y sobre todo a su natural afición a las indagaciones científicas. (.... )
El Sr. Martínez ha hecho en la costa y aún aquí mismo una observación muy curiosa: los hombres al sentarse en silla tienden a encoger las piernas, y apoyar los talones en el travesaño, como si continuara en parte la costumbre adquirida de estar en cuclillas. Hay una memoria del Dr. Medina sobre las aguas minerales en que se incluyen algunos datos históricos interesantes de Lanjarón; mañana consultaré el libro original de donde proceden parte de estos datos.
Vamos luego a las aguas siguiendo el camino de Granada y contemplando hacia - el Sur un magnífico panorama: huertas, restos de un edificio empezado para fonda y baños; fachadas laterales sin encalar de todo un barrio pobre; el tajo colorado a la izquierda, un cinturón dé montes en gran parte labrados hacia la derecha, el castillo roquero que veré mañana en el centro; la alta barrera de Sierra de Lújar, don el eje inclinado de nordeste a sudoeste y más allá entre los picos de la sierra, cortadura por la que según los del país se descubre el mar a simple vista.(.....)
8 de agosto. 10 noche. Hoy he aprovechado bien el día. Vestido y aseo de cinco a seis de la mañana; medición completa de siete jornaleros del Sr. Molió en casa de éste e incompleta de otras ocho personas; retrato en grupo de siete adultos en la calle real (.... ) revisión de los libros de defunción, que no empiezan hasta bien entrado el siglo 17 y los censos o padrones (..... )
FEDERICO OLORIZ, catedrático de Anatomía de la Universidad de Madrid, visitó Lanjarón y La Alpujarra para hacer un estudio antropológico que nunca llegó a ver la luz. Ahora sus notas acaban de ser publicadas por primera vez por la Fundación Caja de Granada.
Lanjarón en el año 1894 (II) (Crónica del viaje del doctor Olóriz)
No quiero acostarme sin consignar algunas ideas e impresiones que los trabajo y espectáculos del día me han suscitado y que podrían borrarse si los dejara para mañana.
Aquí abundan los crímenes de sangre; mi amigo Aguila me dará la historia médico-legal de estos últimos años, en que se cuenta un número extraordinario por lo excesivo de autopsias por delito; pero aparte de este dato, hay perfecta unanimidad en reconocer que las heridas, muertes y hasta asesinatos con agravantes, como los fratricidios, son en Lanjarón mucho más frecuentes que en otras localidades. Y este hecho contrasta con la falta de robos, que son muy raros, a pesar de la miseria extrema en que vive la mayor parte del pueblo; lo cual parece indicar un fondo de moral contradictorio con lo que la estadística moral enseña.
Me han explicado el fenómeno por el uso y aún abuso del aguardiente, la costumbre de llevar siempre consigo armas blancas y de fuego, lo cual facilita el desenlace sangriento de las disputas; el carácter naturalmente pendenciero y bravucón de los mozos; el vigor de las malas pasiones, sobre todo el deseo de venganza y por encima de todo esto la viciosa educación y ejemplo que se da a los niños. Cuando riñen estos, el que lleva peor parte no encuentra consuelo entre los suyos, sino reproches por haberse dejado pegar y estímulos para indemnizarse devolviendo con creces los golpes, y el que pega no suele hallar el freno a su conducta en la corrección paterna, sino el aplauso y la estimación por la energía demostrada. Esto debe, si es como lo cuentan, engendrar un pueblo bravo, altivo y despreciador de los peligros, pero temo mucho que sólo engendre gente pendenciera, vengativa y quizás traidora.
Un detalle hace un retrato. Es frecuente, en los mozos, jugar a las coces; lo cual consiste en que uno se coge a una reja y dando coces furibundas rechazar a los que pretenden sujetarlo y atarle los pies. Este es casi su único juego gimnástico y calcúlese lo ocasionado que debe ser a reyertas de malas consecuencias. Me duermo.
9 de agosto. 5 mañana He dormido bien y si I os perros han reñido yo no me he enterado. Aprovecho este ratito para continuar los comentarios suspendidos anoche por el sueño.
"Hay un juego de cartas que llaman Paulo y cuya carta de más valor es el 4 de bastos, al que llaman el amo del valle, aludiendo sin duda al Valle de Lecrín del que Lanjarón forma parte"
La moralidad en general es bastante inferior a la religiosidad aparente; pues la masa de población de uno y otro sexo asiste a la iglesia, frecuenta los sacramentos y cumple las prácticas religiosas; pero en sus actos privados y aún públicos no se ajusta a tan sanas prácticas. Son frecuentes los nacimientos de hijos ilegítimos, más aún el que los casamientos se realicen cuando ya está fecundada la esposa; no parece que sean muy sólidos los lazos de familia y abundan las perturbadas por hondas disensiones.
Realmente la clase popular no tiene juegos habituales, ni aún los domingos; por Navidad y otras épocas análogas forman los mozos en la plaza ranchos o coros donde juegan a las charpas, que son pares de monedas que se tiran al alto y según caigan de cara o de cruz así gana o pierde el banquero la puesta de cada uno de los puntos. Hay un juego de cartas especial en la comarca, al que llaman el Pablo (Paulo dicen ellos) y entre los nombres convenidos que suelen dar a las cartas de más valor está el de amo del valle, que dan al cuatro de bastos, aludiendo sin duda al Valle de Lecrín, del que Lanjarón forma parte. El 4 de bastos es el Paulo.
Por Navidad son las mujeres las que organizan grandes partidas de monte; Un caballero hace de banquero, las muchachas hacen sus apuestas con verdadero tesón y los jóvenes se asocian a ellas entre sí formando pelotas o parejas de suerte común; Las sesiones de tal juego con larguísimas y duran hastal4 horas aunque supongo que se renovará el personal, pero los intereses que se arriesgan no deben ser grandes, pues una señora alardeaba de muy atrevida en el juego, porque hacía apuestas de a real; al cabo de una temporada suele subir a cinco duros la pérdida o ganancia total del banquero.
FEDERICO OLÓRIZ, catedrático de Anatomía de la Universidad de Madrid, visitó Lanjarón y La Alpujarra para hacer un estudio antropológico que nunca llegó a ver la luz. Ahora sus notas acaban de ser publicadas por primera vez por la Fundación Caja de Granada
Situado sobre un estrecho tajo de unos cien metros de profundidad y cuyas paredes parecen tocarse en algunos puntos, este lugar fue escenario de la más importante y decisiva batalla de la Guerra de las Alpujarras, el 10 de enero de 1569, cuando las tropas cristianas del Marqués de Mondéjar desarbolaron a los moriscos sublevados bajo el mando de Abén-Humeya. Pedro Antonio de Alarcón, tras su literato viaje alpujarreño de 1872, describía así su impresión del lugar:
"El terreno se angostó al poco rato, formando una profunda garganta, y minutos después pasamos el imponente y sombrío Puente de Tablate, cuyo único, brevísimo ojo, tiene nada menos que ciento cincuenta pies de profundidad. El Tablate, más que río, es un impetuoso torrente que se precipita de la Sierra en el Río Grande, abriendo un hondísimo tajo vertical, tan pintoresco como horrible. Aquella cortadura del único camino medio transitable que conduce a la Alpujarra es una de las principales defensas de este país, su llave estratégica, el toso de aquel ingente castillo de montañas".
Evidentemente, la existencia de un puente en Tablate debe de ser muy antigua, ya que toda ruta posible de Granada a la Costa o a la Alpujarra ha de hacerse forzosamente a través del Valle de Lecrín -paso natural por donde el Neolítico penetró en Andalucía Oriental- y siempre ha existido allí el problema del barranco. Pero no ha habido uno solamente, sino muchísimos puentes sucesivos en lo que hoy llamamos Puente de Tablate: "Quemados unos -dice Alarcón-, volados otros, y todos cubiertos de sangre de fenicios, cartagineses, romanos, godos, árabes, moriscos, austríacos o franceses, y, por supuesto, de españoles de todos los siglos". Porque Tablate, por su condición estratégica y clave, ha sido a lo largo de la Historia escenario de numerosas acciones de combates importantes batallas, en las que siempre hubo que subordinar el plan de campaña al perpetuo fenómeno topográfico.
"El puente viejo es de finales del XVI o principios del XVII"
Sin duda, el hecho más llamativo ocurrido en Tablate fue el protagonizado por un fraile franciscano en la fecha antes señalada, durante la guerra contra los moriscos. Sucedió que, a los 17 días de la coronación de Abén-Humeya y encontrándose ya éste en el corazón de la Alpujarra con la mitad del reino granadino alzada en su favor, el 10 de enero del 1569 llegó a la vista del puente el Marqués de Mondéjar con un cuerpo de ejército de 2.000 infantes y 400 caballos. Los rebeldes, en número de 3.500, según narran las crónicas de Diego Hurtado de Mendoza, habían roto el puente y se atrincheraron al otro lado del barranco, en la seguridad de que sería imposible atravesar por allí. Para su sorpresa, sin embargo, según cuenta el historiador, y así lo transcribe Alarcón, surgió entonces el arrojo religioso:
"Dio entonces ejemplo a los soldados y terror a los moriscos, un fraile francisco llamado Fray Cristóbal Molina, el cual, con un crucifijo en la mano izquierda, una espada en la derecha, los hábitos cogidos en la cinta y una rodela a la espalda, llegó al paso, se apoyó en un madero, saltó, y, cuanto todos esperaban verle caer, se admiraron de contemplarle salvo en la orilla opuesta. Siguiéronle dos soldados animosos: uno cayó y murió en lo hondo; el otro fue más afortunado. Recompusieron éstos los maderos al abrigo del fuego de los arcabuceros, facilitaron el paso a otros, y últimamente, rechazados los moros y consolidado el puente con tablones y piedras, pasó toda la división con caballos, carros y artillería, y se alojó en Tablate".
En la actualidad, el puente viejo, que aún se conserva como una auténtica reliquia del pasado, es una obra relativamente moderna y tosca, construido casi con toda probabilidad a finales del siglo XVI o principios del XVII. El puente nuevo, por su parte, data del año 1859 y constituyó en su día uno de los elementos fundamentales de la carretera de Granada a la Costa. De bastante más reciente creación es la ermita levantada al otro extremo de este puente en 1957, por iniciativa del RACE (Real Automóvil Club de España) para honrar a la patrona granadina, la Virgen de las Angustias, a la que nunca faltan en el lugar flores frescas y linternas de aceite encendidas en su honor.
De la ermita, precisamente, tomaría su nombre actual la Venta de las Angustias, situada unos metros más adelante, justo en el punto donde la carretera hacia Lanjarón y la Alpujarra sé bifurca de la nacional Bailén-Motril. Tradicional-mente conocida como Venta de Tablate o de Luis Padilla, aquí era donde antiguamente los viajeros alpujarreños realizaban el empalme con la diligencia de la Costa, por lo que la parada en ella era del todo obligatoria, como luego también lo sería para los usuarios de los autobuses de línea, que siempre aprovechaban para reconfortarse de los muchos traqueteos del camino con su buen vino del terreno y sus no menos afamadas raciones de longaniza frita o choto al ajillo.
(Este texto pertenece a la "Guía general de la Alpujarra" de Eduardo Castro, editada por la Caja General
Francisco García Duarte
Bajando desde Granada hacia la costa por la carretera de Motril y una vez pasado el llamado puerto del "Suspiro del Moró", se extiende ante el viajero una depresión que conforman las sierras de El Manar, al norte, de las Albuñuelas al oeste; de los Guájares, al Sur y de Sierra Nevada al este. Es la comarca del Valle de Lecrín, que según una extendida y bonita aunque falsa creencia quiere decir "Valle de la Alegría", pero según otra teoría viene de "Valle de Al-Iglim" o Valle del distrito. En realidad no es un valle uniforme sino un conjunto de valles a altitudes diferentes conformados por ríos que le dan una singular belleza. La climatología es la típica mediterránea pero con diferencias sustanciales entre la parte norte de la depresión del Padul, más cercana al clima continental de la Vega granadina, y la parte sur que se abre a los vientos cálidos del mar, suavizando su clima.
"Su nombre, según una bonita aunque falsa teoría quiere decir Valle de la Alegría, pero según otra teoría viene de Valle de Al-Iglin o Valle del Distrito"
Su posición geográfica le ha dado carácter de comarca de paso a lo largo de la historia entre la Vega de Granada, por un lado, y la Costa y la Alpujarra por otro. Aunque existen restos muy antiguos, incluso del paleolítico, el auge económico y demográfico le llega a la comarca durante la época musulmana. Los andalusíes le saben sacar un buen partido a la riqueza en agua y al clima suave d eta zona. De todas maneras, es de. destacar la cantidad de restos de animales prehistóricos que se están encontrando en la antigua laguna desecada de Padul, entre los que hay que destacar los restos de mamuts. También hay algunos restos catalogados de época romana como el estratégico puente de Tablate y el antiguo puente sobre el río Dúrcal.
" El auge económico y demográfico le llega a la comarca durante la época musulmana. Los andalusíes le supieron sacar buen partido a su riqueza de agua y clima "
La antigua Laguna (en latín padul-lis) da nombre al primero de los pueblos del Valle, El Padul, que es también el de más población (casi siete mil habitantes). Dúrcal es el otro municipio con mayor población del Valle. Los otros pueblos de la comarca, más pequeños, tienen nombres tan sugestivos como Cozvíjar, Cónchar, Nigüelas, Acequias, Mondújar, Talará (una degeneración de Hat- al- Arab), Chite, Béznar, Tablate, Ízbor, Pinos del Valle. Restábal, Melegís, Saleres y Las Albuñuelas. También hay discusión si los Guájares se encuadran en la comarca o no. Lo mismo pasa con Lanjarón, a medio camino entre el Valle y La Alpujarra.
La población del Valle había sufrido una fuerte recesión a lo largo de los años sesenta por la emigración a Cataluña, pero en la actualidad se ha estabilizado e incluso se nota una ligera recuperación. Su economía está ligada a la agricultura y a la construcción.
La economía de la zona ha sufrido diversos altibajos en este siglo. Atrás queda la imagen que tenía de niño de ver los vagones del tranvía en la estación de Padul llenos de remolacha que eran transportados a las azucareras de la Vega de Granada. Industria azucarera que ha pasado al olvido por esas extrañas políticas del régimen de Franco que vendía manufacturas industriales al régimen cubano de Fidel a cambio del azúcar de Cuba.
"Atrás queda la imagen que tenía de niño de los vagones del tranvía en la estación de Padul llenos de remolacha con destino a las azucareras de la Vega de Granada"
El tranvía hasta Dúrcal y el teleférico hasta Motril, que también han pasado al olvido, fueron en su momento un buen vehículo de desarrollo al que no acompañó una buena carretera y una buena política de reparcelación agraria, pues uno de los principales problemas de la agricultura del Valle es su excesivo minifundismo por esa costumbre de trocear las fincas cada vez que los hijos heredaban del padre. De todas maneras, hoy aparece un atisbo de esperanza en la economía del Valle si se sigue una política de unión de los agricultores en cooperativas como se está dando en el caso de los cítricos y las almendras y se buscan otros cultivos.
Este artículo fue publicado por el paduleño Francisco García Duarte el pasado mes de marzo en el boletín de la asociación cultural Almenara, de Barcelona
Francisco García Duarte
La industria relacionada con la construcción cada vez tiene más pujanza en la zona sobre todo por la materia prima de alta calidad que suponen las canteras de arena de la sierra del Manar, aunque esta actividad extractora tiene unos altos costes medioambientales.
Una de las alternativas de la zona puede ser el turismo rural sacando partido a la belleza de sus paisajes, al tipismo de sus pueblos y a la abundancia de agua, tanto de sus ríos como del embalse de Béznar o las lagunas de Padul, uno de los pocos humedales de la provincia de Granada.
"Una de las alternativas del Valle puede ser el turismo rural, sacando partido a la belleza de sus paisajes, al tipismo de sus pueblos y a la abundancia de agua"
En este sentido, el Valle de Lecrín debe sacar partido a su cercanía a la capital y a la Costa del Sol haciéndose una debida promoción. Es de aplaudir la iniciativa de turismo rural que varias empresas privadas de Dúrcal han puesto en marcha con la "ruta de los molinos", rutas turístico-gastronómicas por antiguos molinos restaurados, entre los que destaca uno acondicionado como restaurante que es sede del Centro Andaluz de Investigaciones Gastronómicas.
Calle típica del Valle. |
En "el molino", que así se llama el restaurante, se lleva a cabo la investigación y recuperación práctica de la cocina tradicional andaluza, entre la que destaca la andalusí. En él podemos hacer una degustación, en pequeñas proporciones, de los más variados sabores de nuestra cocina. Aunque también podemos acercarnos vadeando el río Dúrcal por el antiguo puente romano hasta el "Chambao el Vizco" donde podemos degustar distintos platos típicos del Valle a la sombra de los árboles, en verano, o a la vera de la lumbre, en invierno.
El plato típico por excelencia de todo el Valle es el remojón, en sus distintas versiones, pero que tienen en común unos elementos esenciales: la naranja del Valle, el bacalao seco y la aceituna negra arrugá, a ser posible de variedad lechín, del Valle.
"Es de aplaudir la iniciativa de turismo rural que varias empresas privadas de Dúrcal han puesto en marcha con la Ruta de los Molinos"
Después podemos proseguir con unas migas con acompañamientos de pescaítos de Motril, torreznos, o para los más golosos, con chocolate. No nos podemos olvidar del puchero de hinojos o del potajillo de castañas o de Nochebuena o simplemente nos podemos conformar con unas papas a lo pobre acompañadas de longaniza frita y un gazpacho.
En los postres tenemos los de tradición andalusí como los pestiños "esmelaos", o los mantecaos de almendra o los roscos de anís. Para beber, un mosto de la comarca, de Cónchar o del Padul.
"El plato tipico por excelencia es el remojón, en sus distintas versiones, pero con con naranja del Valle, bacalao seco y aceituna negra arrugá, de variedad lechín""
Entre las fiestas tradicionales, además de las tradicionales de cada pueblo, podemos des tacar la noche de serenatas del sábado de gloria en la que los mozos manifiestan los sentimientos hacia su amada colgándole ramitas en la ventana: de olivo, "que no te olvido"; de azahar, "que me quiero casar"; de laurel, "que te quiero ver".
También están las fiestas campestres de los hornazos y de las "mauracas". En la Semana Santa es curiosa la procesión del Júas" en la que se cuelgan en las calles por las que tiene que pasar el Jesús resucitado muñecos rellenos de harina o paja, que representan al Judas traidor.
Este artículo fue publicado por el paduleño Francisco García Duarte el pasado mes de marzo en el boletín de la asociación cultural Almenara, de Barcelona.
Francisco Terrón
Hay periodos en la vida de los pueblos que son especialmente significativos, y la desamortización de Madoz, en el siglo pasado, lo fue para el Valle de Lecrín, donde las expropiaciones produjeron cambios en la estructura de la propiedad de la tierra y con ello en la economía y la sociedad de la comarca. No existen estudios concretos acerca de la incidencia que aquel periodo tuvo en el Valle de Lecrín, pero sí podemos encontrar algunos significativos en un estudio del profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada, Miguel Gómez Oliver, que fue publicado hace algunos años por el Centro de Estudios Históricos y por la Diputación Provincial.
![]() |
Pilar de Dúrcal. Foto KWON MARY |
Digamos ante todo que la desamortización fue llevada a cabo por los gobiernos liberales con el objetivo de rentabilizar económica y socialmente terrenos improductivos o mal explotados, en su mayoría en manos de la Iglesia pero también propiedades del mismo Estado y otras instituciones laicas, como la instituciones de beneficencia o de la propia Universidad, según explica el profesor Gómez Oliver.
El primer periodo de expropiaciones lo llevó a cabo Madoz, ministro de Hacienda de Isabel II. Precisamente esta reina había recibido la "Rosa de oro", como hija predilecta de la Iglesia. Hay que señalar que el pilar de la plaza de Dúrcal se construyó en 1868, bajo el reinado de Isabel II. Hay poco datos acerca de su construcción, pero bien pudo ser en agradecimiento a la reina por la desamortización, que sacó de no pocos apuros económicos a numerosos ayuntamientos.
Las fincas expropiadas fueron sacadas en subasta pública y sus beneficios de las fincas fueron en buena medida a cubrir el déficit del Estado y a financiar obras públicas. También se destinaron 30 millones de reales a la reparación de iglesias. Y en otros casos se destinó a la compra de deuda pública al 3%, a nombre de las instituciones expropiadas.
Todo este proceso ocasionó algunos conflictos con la Iglesia, que consiguió rescatar de su enajenación gran cantidad de bienes.
"En 1.856, a petición del Arzobispado de Granada, se suspendieron algunas ventas, y al arzobispo impidió la enajenación de la casa del cura de Dúrcal
En 1.856, a petición del Arzobispado de Granada, se suspendieron las ventas en cuatro pueblos. Entre ellos Dúrcal, donde se impidió la enajenación de la casa del cura.
La primera fase desamortizadora se llevó a cabo en el llamado Bienio Progresista (1.8551.856). Dos de las mayores compras de las propiedades del clero se produjeron en nuestra comarca. Se sabe que Juan Nepomuceno Torres, rector de la Universidad de Granada, compró seis casas en Nigüelas, procedentes de la Sacristía y Beneficio de este pueblo.
El periodo siguiente de desamortización que analiza Gómez Oliver en su obra es el de 1.859-1.974, que es en el que se ponen a la venta en masa los bienes desamortizados. El proceso continuaría después, pero con muy escasa incidencia en nuestra provincia y por tanto también en nuestra comarca. Coincide con el periodo en el que Andalucía en general y Granada en particular pierden peso específico en las decisiones y poder político en lo que algunos autores han calificado como el "giro al norte" de la política española.
Juan Nepomuceno Torres, rector de la Universidad de Granada, compró seis casas en Nigüelas, procedentes de la Sacristía y Beneficio del pueblo"
En este periodo se le desamortizan al clero en el Valle d Lecrín siete fincas urbanas: cuatro en Albuñuelas, una en Béznar, una en Padul y una en Restábal.
Respecto a las fincas, la mayor parte son rústicas, llegándose a expropiar un total de 28 en nuestra comarca, que se distribuyen así: cuatro en Albuñuelas (15 marjales y 33 fanegas); dos en Cónchar(1 Ha y 46 áreas); una en Cozvíjar (13 marjales); una en Dúrcal (6 marjales); 3 eh Lanjarón (11 fanegas y 6 celemines); 4 en Restaba¡ (38 marjales y 60 estadales); y 13 en Saleres (41 marjales, 80 estadales, 26 fanegas y 10 celemines).
Respecto a las órdenes religiosas, a las monjas de la Encarnación les fueron expropiados en el Valle 13 marjales, vendidos por 11.000 escudos, y 21 marjales y 55 estadales a las Monjas de Santa Catalina.
Francisco Terrón
En este período de desamortizaciones (1.859-1.874) el labrador durqueño Manuel Castillo compró siete fincas en Dúrcal y una en Motril. Fueron escrituradas, según Gómez Oliver, el 28 de octubre de 1.856 ante el notario de Granada Bernardo Gómez. También en este período Jacinto Collantes, de Montefrío, compró cuatro fincas por 31.880 reales en Mondújar y Montefrío, reuniendo 44 marjales de tierras, procedentes todas ellas de las Monjas Bernardas de Granada.
Otras fincas subastadas fueron una de las Monjas de la Piedad, de Lanjarón, de 18 mar jales, que fue adjudicada en 16.400 reales, y otra de la Universidad de Beneficiados, de 17 marjales, de Dúrcal, que se vendió en 10.400 reales.
En el Valle de Lecrín fueron escasas las hectáreas vendidas, todas de regadío: procedían de Beneficios y Sacristía de Nigüelas, Beneficio de Padul, Hermandad del Rosario de Nigüelas y Monjas de Zafra de Lanjarón.
Hasta aquí la desamortización durante el llamado Bienio Progresista, es decir, de 1.855 a 1.856. El período siguiente analizado , 1.959-1.974, es en el que se venden en masa los bienes desamortizados. El proceso continúa después, pero con muy escasa incidencia en nuestra provincia.
"Al clero se le desamortizaron en este período en el Valle de Lecrín siete fincas, urbanas: cuatro en Albuñuelas, una en Béznar, una en Padul y una en Restábal"
Coincide con el período en que Andalucía en general y Granada en particular pierden peso específico en las decisiones y poder político, en lo que algunos autores han calificado como el "giro al norte" de la política española.
Al clero se le desamortizan en el Valle de Lecrín en este período siete fincas urbanas: 4 en Albuñuelas, una en Béznar, una en Padul y una en Restaba¡. Aunque las mayor parte de las fincas desamortizadas corresponde a fincas rústicas, que se distribuyen según el cuadro n°- 2.
![]() |
|
Respecto a las órdenes religiosas, a las Monjas de la Encarnación les fueron enajena dos 13 marjales, vendidos por 11.000 escudos; 21 marjales y 55 estadales a las Monjas de Santa Catalina, que fueron vendidos por 11.000 reales, 1.300 escudos y 2.312 pesetas (las diferentes monedas corresponden a la moneda oficial española en distintas épocas); y una fanega
Globalmente, en el Valle de Lecrín se desamortizaron un total de 74 fincas: 5 en Albuñuelas, 3 en Béznar, 2 en Cónchar, 24 en Chite, 1 en Dúrcal, 7 en Ízbor, 7 en Lanjarón, 7 en Melegís, 4 en Restaba] y 13 en Saleres.
De entre los compradores se conocen sólo el nombre de algunos. Entre ellos, un tal Francisco Bueno, de Lanjarón, que compró una finca en 4.000 pesetas, y José López Ávila, también de Lanjarón, que compró dos fincas, valoradas en 21.300 pesetas.
Leonardo Villena
Durante el siglo XVI, una vez reconquistado, el Reino de Granada ejerció gran atractivo sobre las gentes menos pudientes del resto de España. Las causas de esa influencia fueron la riqueza de sus tierras e industrias, que habían alcanzado justa fama, y las muchas leyendas que se habían tejido a su alrededor. La Vega de Granada, El Valle de Lecrín y Las Alpujarras, arcaicos emporios de riqueza, sufrían en este siglo una fuerte decadencia. La habían originado las permanentes guerras, los conflictos políticos y la huida de los vencidos.
El Valle de Lecrín y Las Alpujarras, con otras comarcas granadinas, habían exportado sedas a todo el mundo conocido. La Historia dice que los senderos granadinos fueron maestros de los italianos. Por ello, estas dos comarcas recibieron conjuntamente el nombre poético de Rasis, que quería decir "Tierra de la Seda".
Animados por la nueva tierra de promisión, muchas familias de labradores y artesanos, conquistado el reino y desaparecido el rey moro, buscaron aquí nueva y mejor vida; y bastantes, no todos, la hallaron.
Buena parte de estos repobladores fueron hidalgos de diferentes orígenes. Al asentarse en El Reino de Granada, con cargo al tesoro real, se les facilitaba una caballería ("Los moriscos del Reino de Granada". Julio Caro Baroja), aperos de labranza y las semillas imprescindibles en la primera sementera. Además, se les entregaba una casa abandonada o se les ayudaba económicamente a construirla; unos marjales de regadío (Marjal. Medida agraria del reino moro de Granada. Equivale a 528 metros cuadrados. Está sacada de la extensión exacta del Patio de los Leones, poéticamente llamado "El Marjal"), donde habrían de criar vituallas, y las tierras de secano que fueran capaces de roturar. (Lo normal eran una o dos suertes por colono).
![]() |
Casa Grande. (Foto A. Roda) |
Los primeros repobladores cristianos de Padul se asentaron en las viviendas que se les proporcionaron. Eran casas de moros emigrados al África, pequeñas por lo general, incómodas y ubicadas en calles estrechas y tortuosas..
Martín Pérez fue uno de ellos, estaba habituado a vivir en una casona vasca. Rehusó la que le adjudicaron y se construyó otra, al estilo de su tierra, en unos amplios terrenos de las afueras de la villa.
Los colonos rompieron las cañadas de secano; y algunos, tras varios años sin recoger las cosechas esperadas, o quizá hostigados por la Santa Inquisición, optaron por la aventura americana. No les cabía otra alternativa porque a estas familias se les prohibía reasentarse en cualquier otro lugar del Reino de Granada.
En la Villa de Padul, apartada como media legua, tal vez menos, del camino real, la vida transcurría monótona y tranquila, pacífica y bucólica. Solamente la inquietaban las noticias, casi siempre preocupantes, que les llegaban desde La Costa, de Las Alpujarras y del resto del Valle de Lecrín. El cura párroco, que explotaba a medias con los moriscos una de las panaderías del lugar, vigilaba atentamente a la feligresía, que completaban los anejos o pedanías de Dúrcal, Cozvíjar, Cónchar y Nigüelas (Acta de reinstauración de la archidiócesis granadina). Esta panadería había sido anteriormente propiedad de la mezquita local. Además de la panadería, para fundar una mezquita, la leyes nazaríes exigían que se construyeran también unos baños públicos. Y de sus ingresos, y de las rentas de los bienes hábices, se costeaban los gastos de las mezquitas y de sus servidores.
La guarnición de la fortaleza local protegía a los colonos. Era una especie de medina que rodeaba la plaza de la iglesia, anteriormente mezquita musulmana que fue consagrada para el nuevo culto.
Los colonos cristianos no eran demasiado trabajadores, frente a los laboriosos moriscos vivaces, que eran capaces dé extraerle rendimiento hasta las piedras. Si las faenas se lo permitían, los cristianos viejos se dedicaban al deporte de la caza, abundantísima en los secanos, o se abastecían de leña para los duros inviernos. Hay que tener presente que El Padul, a caballo entre las dos sierras y la laguna, sufría los rigores del frió como ningún pueblo de la comarca (en la villa de Padul no se construyó ninguna iglesia, sino que se habilitó para el culto cristiano la antigua mezquita. Fue y es la nave central de la actual iglesia. El minarete era la parte antigua de la torre. El único lienzo de murallas que sobrevive es "el pretil d ela iglesia").
Cuando Felipe II dictó las normas restrictivas contra los hábitos moriscos, había en El Padul sobre una docena de cristianos viejos, un reducido sedimento mozárabe y bastantes moriscos (El profesor Villegas Molina, en su obra "El Valle de Lecrín", los cifra en unos 180 vecinos).Don Fernando de Válor huyó, cruzando la sierra por la senda de Ermita Vieja, y organizó la resistencia alpujarreña. Masacró a cristianos viejos y a mozárabes y luchó por sus tradiciones, por la propiedad de la tierra y por reinstaurar un nuevo reino musulmán.
Martín Pérez es parte de "Cuentos y Leyendas del Valle de Lecrín", de reciente edición, del que es autor el paduleño Leonardo Villena
Leonardo Villena
A principios del año 1.569 el marqués de Mondéjar fuera elevado por don Juan de Austria como capitán general del Reino de Granada. Desde tal fecha, hasta que "Jeromín" recibió licencia para entrar en campaña, transcurrieron ocho largos meses de escasa operatividad cristiana. Envalentonados por la aparente desidia estatal y por la descoordinación de sus acciones, los moriscos aumentaron las propias.
Aben Humeya, que ya había recibido importantísimos refuerzos del norte de África, decidió sitiar la ciudad de Motril. Para distraer a las huestes que lo hostigaban, envió al Valle de Lecrín un fuerte contingente de tropas. Las reforzaron los rebeldes de la zona, hasta alcanzar el número de dos mil combatientes. Los moriscos paduleños, pacíficos y sumisos, estaban ya cansados de abastecer a todas las expediciones cristianas que se desplazaban hacia el sur. Saturados por las molestias y vejaciones de las tropas expedicionarias, que debían albergar en sus casas, recabaron licencia a don Juan de Austria para desplazarse hacia el interior, a Castilla preferentemente, con sus mujeres e hijos. Pero el beneficiado de Gájar les aconsejó que pidieran cobijo en ese lugar, abandonado por los naturales, que habían huido la sierra; y les había otorgado el favor.
Mientras ellos marchaban, los moriscos del Valle de Lecrín y Las Alpujarras, y los refuerzos norteafricanos, reunidos en Las Albuñuelas, decidieron expugnar la fortaleza y la Villa del Padul y degollar a colonos y soldados. Para ello, salieron de ese lugar en la noche del 21 de agosto. Sobrepasaron El Padul y atacaron la villa por la parte norte, cogiendo desprevenidos a sus moradores. Caminaron lentamente, como si viajaran en son de paz, abatidos los pendones e imitando a las compañías granadinas de escolta. Los centinelas que había en la torre de la iglesia, el viejo minarete musulmán, los columbraron al instante, clareando el día, y dieron la voz de alarma con toques de rebato. Los soldados de presidio no los creyeron ni aprestaron la defensa porque les parecía inconcebible que los asediaran moriscos procedentes de Granada. Pero éstos cayeron sobre el pueblo con gran ímpetu.
Mataron a treinta y seis soldados y aprehendieron treinta caballos de la compañía del capitán don Alonso de Valdelomar (Mármol y Carvajal. "Rebelión y Castigo de los Moriscos"). Saquearon y arrasaron la mayor parte de las casas. Se apropiaron de despojos y dinero y acometieron el fuerte, creyéndolo poco defendido.
El capitán don Pedro de Rodrován, subgobernador, y don Juan Chacón, vecino de Antequera, lo habían reforzado dos días antes, por orden de don Juan de Austria, con ciento cincuenta soldados. Además, los capitanes don Pedro de Vílchez y don Juan Chaves de Orellana rehacían sus compañías en El Padul, tras los descalabros que habían sufrido en Tablate. Y se defendieron valerosamente, eliminando a muchos asaltantes.
Al verse rechazados, los moriscos enviaron a más de quinientos hombres a traer leña de las viñas. Incendiaron todas las casas de la villa y creyeron que podrían quemar también los accesos a la medina. Estando. a cubierto por las llamas y el humo, intentaron asaltarla horadando los muros, batalla en la que unos y otros exhibieron enorme valor.
Un grupo de asaltantes se aproximó a la vivienda de Martín Pérez, en las afueras, (era una casa normal, de labor, y no la casa grande actual) y lo conminaron a que se rindiera. Como todos los paduleños, este hombre había conocido previamente el importante desembarco africano y había enviado cautelarmente a sus esposa e hijos a Granada. Por ello aquella noche se hallaba acompañado por tres mozos cristianos y tres moriscos, amigos suyos, de los que no se habían ido a Gójar, que se quisieron hospedar con él. Como el ataque fue tan imprevisto que no les permitió refugiarse en el fuerte, aprestaron la defensa de la casa reforzando las puertas con maderas y piedras. Viéndose en gran peligro porque en el interior había una sola escopeta, les recordó a los atacantes que siempre los había favorecido. Le prometieron, por ello, que nada les harían si les rendían las armas y les entregaban el dinero. Él les aseguró que carecía de riquezas y que la escopeta debería ir junta con su cabeza. Los enemigos atacaron y la cercaron de fuego, intentando horadar un portillo en la pared
con picos y hazadones. Viendo Martínez Pérez la imposibilidad de defender la vivienda a través de las ventanas, por el abundante fuego de escopetas y ballestas, hizo echar agua sobre las puertas incendiadas. Como esta labor fuera insuficiente, disparó la escopeta por los agujeros. Y se dio tan buena maña en el tiro que, cuando hubo abatido a ocho asaltantes, los demás ordenaron la retirada. El asedio duraba más de cuatro horas cuando los vigías moriscos columbraron a los socorros procedentes de Granada y huyeron sin hacerles frente.
Un escudero de los de Córdoba salió del Padul cuando los moros surgieron. Atravesando sus filas, había notificado el ataque a don García Manrique, que descansaba en Otura, alquería de la vega, trasladando inmediatamente la alarma a don Juan de Austria, en la ciudad. Los refuerzos persiguieron a los moriscos y alancearon a los rezagados.
También acudió el Duque de Sesa al Padul, donde habían muerto un total de cincuenta soldados y muchos más habían quedado heridos. Sin embargo, se. magnificó la resistencia de Martín Pérez, en detrimento y olvido de la gesta de la medina.
La concurrencia de fuertes contingentes africanos y esta batalla hubieron de hallar gran resonancia en toda España. Y es posible que influyera en el ánimo del rey Felipe II para que se decidiera a pertrechar la fuerte armada que exterminó el poderío otomano en Lepanto, "La ocasión más grande que han vista los siglos", según Miguel de Cervantes. Alejaba así, de una vez por todas, el peligro de una nueva invasión musulmana sobre España.
A raíz de estos hechos, el rey Felipe II ordenó a los labradores del Padul que adquirieran escopetas para "practicar el ejercicio de la caza". Algunos de ellos "podrían disparar con bolas (balas) cuidando la integridad de sus convencinos". (Carta escrita por el rey Felipe II, desde el Escorial, "el último día de septiembre de 1.570").
Martín Pérez es una de los relatas del libro Cuentos y Leyendas del Valle de Lecrín, de reciente aparición, del que escritor el profesor paduleño Leonardo Villena.
|
La Cruz del Correo, en el Barranco de La Pileta, recuerda la memoria del correo del Valle de Lecrín. Foto ANTONIO RODA |
Leonardo Villena
Al lado derecho de la carretera Granada-Motril, junto a la senda que fue camino real, al final de una suave pendiente que desemboca en un barranco antes de llegar al Padul, hay una pequeña cruz de piedra blanca. Olvidada y solitaria, está destrozada y semioculta entre los árboles: es la Cruz del Correo.
Hace muchos años, quizá más de un siglo y medio, había un cartero, nadie conocía su origen, que subía a Granada cada tres días. Recogía la correspondencia y regresaba por el camino de La Costa, dejando el correo en los pueblos del recorrido. Entregaba en El Padul la valija propia y la de Las Albuñuelas. En Dúrcal, depositaba las de Nigüelas, Cozvíjar y Cónchar. Servía en Mondújar las de los pueblos del Hoyo del Valle y seguía la ruta en su mula torda, hacia su pueblo de origen. En verano o invierno, con calor o con frío, nunca faltaba a las citas. Hacía el recorrido inverso al tercer día de haber pasado y recibía el correo que habían aportado desde los pueblos de la zona.
"Depositaba en Padul la valija propia y la de Las Albuñuelas, en Dúrcal las de Nigüelas, Cozvíjar y Cónchar y en Mondújar las del Hoyo del Valle"
Además de cumplir puntualmente, el hombre informaba sobre el estado de la caña de azúcar, sobre las previsiones que había para la zafra y hacía pequeños encargos, que anotaba en una sucia y vieja libreta.
Descabalgaba en la entrada del pueblo, antes de rendir cuentas al portillero. Sujetaba el ronzal de la mano y tiraba de su acémila. Y los portilleros, bien servidos cuando los había precisado, casi nunca le revisaban el serón. El hombre pasaba los encargos sin pagar plaza y añadía algunos chavicos a su parco caudal...
Atraído por la proximidad de la sierra, se cernió un fuerte temporal de hielo y nieve sobre la parte alta de la comarca. Parecía como si la climatología no existiera para él. Unas veces andando, para combatir el frío, y otras a horcajadas de la mula, abrigado siempre por una manta de fabricación casera, el correo menospreció los elementos.
Una noche de tormenta, con las furias desatadas durante varios días, el animal se presentó sólo en la puerta de la posada. Unos arrieros de paso, que esperaban la escampada, advirtieron la presencia. Despertaron al posadero, que la encerró y despachó. Aguardaron largo rato al dueño, y cuando vieron que la tardanza era excesiva, avisaron al alcalde, que organizó una partida de hombres. Arreciaron la nieve, los rayos y los truenos en las proximidades del lindero del pueblo. Ante el temor de que alguno de ellos pereciera en la búsqueda, la
aplazaron hasta el día siguiente. Por la mañana, antes de que el alba despuntara, había voluntarios en la posada. Algunos llevaban la escopeta en bandolera. Copearon mientras aguardaban que la luz del día les permitiera auxiliar al hombre perdido. Habían acordado indagar en los pueblos vecinos, Otura y Alhendín. Pero, al asomar al barranco de La Pileta, lo venteó un caballo, que avisó de su presencia con relinchos y cabriolas. Descendieron unos metros y vieron que el correo yací congelado, junto a la boca del puente, acurrucado y envuelto en una manta. Lo cargaron en su propia mula, lo trasladaron al depósito de cadáveres y enviaron un mensajero a su familia. Al día siguiente, cuando declinaba la tarde, bajo un cielo despejado y con las nubes en retirada, resultaron los familiares. Acompañaban a la viuda y al mayor de los hijos ... La escena fue trágica...
"Cada día, durante mucho tiempo, por el Día de Todos los Santos, subís la viuda y limpiaba y encalaba la humilde tumba"
Como portear el cadáver hasta su lugar de origen se les antojó que era un problema invencible, decidieron sepultarlo en El Padul. Y cada año, duran te mucho tiempo, por el día de Todos los Santos, subía la viuda y limpiaba y encalaba la humilde tumba. Antes de irse, entregaba unas monedas al sepulturero para que alimentara de aceite durante todo el mes, los vaso de las mariposas.
NOTA: La Cruz del Correo es uno de los relatos recogí,, dos en el libro "Cuentos Leyendas del Valle de Lecrín' y del que es autor el profesor paduleño Leonardo Villena.
Alrededor del año 409 habían penetrado en al Península Ibérica dos pueblos vándalos, Asdingos y Silingos. Los primeros se establecieron en Galicia, compartiendo territorio con los Suevos. Los Silingos, que eran un pueblo germánico, se establecieron en la Bética (en plena decadencia del Imperio Romano) y se hicieron cargo de una rústica administración. Hacia el año 411, siete años después, fueron casi totalmente aniquilados por el rey visigodo Valía, al mismo tiempo que los Asdingos, después de diversos choques con sus vecinos Suevos.
Hacia el 430 el rey Genserico decidió el traslado de su pueblo al Norte de África, donde quedaron establecidos. Algunos autores hacen derivar el vocablo árabe Al Ándalus de una supuesta denominación germánica, Wandalenhaus, que se debería al paso de los vándalos por la Península, antes de su establecimiento en África del Norte. Pese a lo breve de su estancia en España, habrían dado ese nombre a la Bética romana, de donde derivaría Vandalucía y de ahí Andalucía. Lo invasores árabes destruyeron casi totalmente la obra del pueblo vándalo, desposeyendo de la "V" a Vandalucía. Posibilidades no faltan, por tanto, para un origen germánico del vocablo Andalucía. No obstante, algunos autores y entre ellos el eminente arabista francés Lévi-Provengal, creen más probablemente un origen árabe de la palabra.
Por Al Ándalus conocían los autores árabes la España musulmana; de este modo, amedida que iba avanzando la Reconquista se reducía la extensión del territorio así denominado hasta quedar concretado a la actual Andalucía. Igualmente los musulmanes establecidos en España son siempre llamados andaluces, es decir, "Ahlal-Andalus".
El empleo de la denominación Al Ándalus se remonta a la época misma de la Reconquista árabe, apareciendo ya esta expresión en un dinar bilingüe acuñado en el año 716, con la doble leyenda "Acuñado en Spania" y "Acuñado en AI-Ándalus". Por tanto, aún sin olvidar un posible origen vándalo, parece más probable que la raíz del nombre Andalucía tenga su punto de partida en la cultura musulmana.
Mariano Martínez Grimán