HISTORIOGRAFÍA ARTÍSTICA LECRINESA

Inicio

El patrimonio histórico-artístico del Valle de Lecrín, como ha quedado manifiesto lo largo de los anteriores capítulos, es de una riqueza, variedad y originalidad excepcional. Estas magníficas cualidades sin duda lo hacen digno de exhaustivas investigaciones y de rigurosos proyectos de gestión patrimonial, que apuesten por su valorización, conservación y mejor entendimiento; desgraciadamente, hasta la fecha no le han canjeado una especial atención, permaneciendo sumido en el más profundo de los olvidos y anonimato, incluso para sus naturales, incapaces en muchos casos de apreciar cabalmente sus ricas heredades.

Afortunadamente en los últimos años, quizás como reacción al proceso de desaparición y cambio que se está dando en el espacio rural, junto a la necesidad de buscar nuevos caminos de desarrollo social y económico para estas zonas deprimidas; se está produciendo una mayor sensibilización con este original conjunto, tanto por parte de las administraciones como del ámbito académico y de la población autóctona, iniciándose una serie de trabajos de diversa índole que esperemos pronto den sus frutos: declaraciones de Bienes de Interés Cultural (B.I.C), proyecto para la declaración de Sitio Histórico de toda la comarca del Valle de Lecrín (en trámite), rehabilitaciones de destacados inmuebles con fines culturales o turísticos, tesis doctorales, propuestas a nivel local para acercar este legado a los habitantes de las localidades, etc.

Cuando me refiero al patrimonio del Valle de Lecrín como un conjunto, no lo hago de forma circunstancial o caprichosa, sino que conscientemente pretendo incidir en la idea de una serie de bienes culturales de naturaleza muy homogénea, con unas cualidades y valores muy próximos, distribuidos por toda la comarca y que de forma similar asumen un fuerte papel referencial e identitario para sus habitantes. De este modo, se puede hablar casi de forma global de las iglesias del Valle de Lecrín, disfrutando cada una de su propia singularidad, pero forjando un conjunto muy unitario a nivel histórico y artístico; de su arquitectura popular y de producción, de sus infraestructuras hidráulicas, arquitectura defensiva medieval, patrimonio etnológico o incluso gastronómico, entre otras manifestaciones, reflejándose de este modo y a través de sus bienes, la unidad comarcal que ha distinguido la zona desde antiguo.

Como se ha manifestado, el Valle de Lecrín es una de las zonas más olvidadas por los investigadores, haciéndose extensiva esta afirmación al ámbito de la Historia del Arte, que aunque ha generado una cierta producción de notable calidad, aún tiene un largo camino que recorrer abordando el estudio de la mayor parte de este conjunto y proporcionando nuevos enfoques más esclarecedores. Entre los distintos investigadores, sin lugar a dudas destaca uno, tanto por la calidad de sus estudios como por el número de éstos, me refiero a D. José Manuel Gómez-Moreno Calera, profesor titular del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Granada, que hasta la fecha se ha mostrado como el mejor conocedor del conjunto de iglesias y ermitas del Valle de Lecrín, así como de sus bienes muebles, no escapándosele tampoco el estudio de obras señeras de la arquitectura nobiliaria como la Casa Grande de Padul. Entre sus estudios, útiles y necesarios para el conocimiento patrimonial del Valle, podemos destacar los libros: La Arquitectura religiosa granadina en la crisis del Renacimiento (1560-1650). Diócesis de Granada y Guadix-Baza255 y El arquitecto granadino Ambrosio de Vico256, junto con algunos de sus artículos, ponencias o participaciones en obras de carácter general: “Las Iglesias del Valle de Lecrín: Estudio Arquitectónico I” y “Las Iglesias del Valle de Lecrín (Granada). Estudio arquitectónico (II)”257, ambos publicados en la revista Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada; “Las iglesias del Valle de Lecrín, Arte e Historia258 divulgado en El Valle de Lecrín. Periódico Joven del Valle de Lecrín; “Arte y marginación. Las Iglesias de Granada a fines del siglo XVI259, ponencia impartida en las III Jornadas de religiosidad popular, celebradas en Almería en abril de 2001; el capítulo dedicado a la comarca en la Guía Artística de Granada y su provincia II260, coordinada por D. Rafael López Guzmán; el texto que estudia y acompaña sendos dibujos de la Casa Grande de Padul hechos por Antonio Puchol, conservados en el Legado Gómez-Moreno y que se incluyeron en la obra Dibujos arquitectónicos granadinos del Legado Gómez-Moreno261, o el artículo titulado “La herencia de Machuca en la pintura del Renacimiento Granadino: el retablo de San Francisco del Padul y las tablas de un primitivo sagrario262, publicado en la revista Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, y que nos acerca a una de las mejores obras de pincel del Renacimiento granadino.

Otros historiadores del arte destacados que han abordado igualmente el estudio del patrimonio del Valle de Lecrín, aunque no con tanta profusión como D. José Manuel Gómez-Moreno Calera, han sido D. Miguel Ángel Sorroche Cuerva, del que ya citamos en el apartado dedicado a “Arquitectura defensiva islámica” su artículo, “Urbanismo tradicional y fortificaciones en la provincia de Granada263. Su producción referida al Valle se centra especialmente en el urbanismo y arquitectura tradicional y productiva del lugar, junto a algunas otras cuestiones representativas de su rico patrimonio etnográfico, pudiéndose citar el artículo, “Urbanismo y arquitectura popular en Andalucía Oriental. Interpretación del patrimonio etnográfico y propuestas de dinamización social y cultural: el Valle de Lecrín (Granada)264, y la ponencia “Aproximación al conocimiento del territorio a través de los molinos. El caso del Valle  de Lecrín265, ofrecida dentro de las III Jornadas Nacionales de Molinología celebradas en Cartagena en el año 2001.

Otra estudiosa destacada es Dña. Mª Pilar Bertos Herrera que dedicó dos artículos, publicados en Cuadernos de Arte, a la población de Padul, el titulado “Algunos aspectos sobre el Libro de Constituciones de la Hermandad del Santísimo del Padul266 y “El Castillo-Palacio del Padul: un ejemplo de rescate del patrimonio artístico”267.

Junto a estos tres autores, que en mayor o menor medida han trabajado algunos aspectos histórico-artísticos del Valle de Lecrín, hay que citar una serie de publicaciones, ya en forma de artículos, que centran su atención particularmente en la zona, como obras generales, que le dedican algún capítulo u epígrafe. De los primeros, se debe mencionar el artículo de D. Manuel Capel Margarito y D. Francisco Martín Padial, titulado “Inventario artístico del municipio de Lecrín268, publicado en Cuadernos de Arte en el año 1992 y el de D. José Linares Palma, “El Castillo de Padul”269, divulgado en el Boletín de la Asociación Española de Amigos de los Castillos de 1963.

Respecto al segundo conjunto de obras, podemos citar dos libros importantes para el estudio de las parroquias del lugar, en primer lugar el titulado Arquitectura Mudéjar Granadina270 de D. Ignacio Henares Cuellar y D. Rafael López Guzmán, junto con el de Miguel A. López, Las Parroquias de la Diócesis de Granada (1501-2001)271.

Por otra parte, contamos con la publicación Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Granada272, de los autores Nicolás Torices Abarca y Eduardo Zurita Povedano, en la que se recogen y analizan parte de los cortijos y molinos más significativos del Valle de Lecrín, que forman parte del catálogo a nivel autonómico encargado por la Consejería de Obras Públicas y Transportes de la Junta de Andalucía.

Para finalizar esta introducción a la bibliografía artística lecrinesa, no quiero dejar de citar el libro de D. Mateo Carrasco Duarte, El Padul273, que dentro de la línea de producciones autóctonas que engloban materiales heterogéneos para propiciar un acercamiento sencillo y entretenido al conocimiento global de dicha localidad, es una buena obra con colaboraciones importantes y que merece ser consultada; igualmente merece una mención especial el artículo-relato escrito por D. José Miguel Puerta Vílchez publicado en Cuadernos de la Alhambra, “Un asceta en la corte nazarí. Los siete misterios de los sentidos, la imaginación y la creatividad274, que en forma de recreación literaria nos aproxima a una serie problemas estéticos surgidos durante la construcción del Palacio de Comares de la Alhambra, de mano del místico, natural de Cónchar, Ibn Yáafar al Qunyi, del que tenemos algunos datos gracias a la escueta biografía que del asceta hizo Ibn al-Jatib en la Ihata, y que nos sirve para conocer el nombre de este ilustre hombre que nació y se crió en la Valle de Lecrín del siglo XIV.

Partiendo de esta bibliografía, se puede extraer una clara conclusión: el patrimonio del Valle de Lecrín, rara vez se ha tratado como un ente individual en la diversas publicaciones, y cuando se ha hecho, a sido a través de artículos, que aunque de gran calidad y cientificidad, son los primeros pasos de una larga senda aún por recorrer. Por otra parte, estos estudios son realmente selectivos en su temática, centrándose principalmente en el análisis de su arquitectura religiosa culta, es decir, sus iglesias y ermitas, y haciendo brevísimas referencias a sus riquezas pictóricas u escultóricas, siendo meras anécdotas. Cuando se pretende un acercamiento a otro tipo de bienes, como el destacado conjunto de arquitectura civil o nobiliaria dispersa por los distintos pueblos, se encuentra un gran vacío, habiéndose sólo estudiado de forma pormenorizada la casa-palacio de Padul. El olvido se hace más acuciante, si nuestro interés se centra en bienes relacionados con la arquitectura defensiva medieval, sus infraestructuras hidráulicas, urbanismo tradicional, arquitectura popular, de producción, industrial, obras de ingeniería, etc. Aunque algunos investigadores hayan dedicado algún capítulo a estos aspectos, no dejan de ser brevísimas pinceladas que presentan un tema aún por estudiar y elaborar.

Ante este panorama, y tomando toda la bibliografía anteriormente citada, he intentado trazar una serie de puntos en los que analizaré de forma más detallada el estado de estas cuestiones. En un primer lugar me centraré en el estudio de la bibliografía que fija su atención en la arquitectura religiosa cristiana, continuaré con la arquitectura civil, diferenciando entre arquitectura nobiliaria y de producción. A continuación y para finalizar este capítulo, intentaré profundizar en el examen de las artes plásticas y orfebrería de la comarca.

ARQUITECTURA RELIGIOSA CRISTIANA

En este epígrafe, intentaré dejar constancia de todas aquellas publicaciones que, de una forma u otra, han estudiado la arquitectura religiosa cristiana del Valle de Lecrín, a la par que seleccionaré las más relevantes intentando ofrecer un análisis de la información aportada. Al citar los nombres de los distintos estudiosos, historiadores del arte, que de alguna forma han trabajado cuestiones relacionadas con el patrimonio de esta comarca, hice hincapié en señalar a D. José Manuel Gómez-Moreno Calera como un autor clave; y si nos centramos, como es el caso, en el estudio de la arquitectura religiosa cristiana, entendiendo por ello las iglesias parroquiales y ermitas de las distintas localidades, sus trabajos se hacen imprescindibles, tanto por su calidad, como por su singularidad, al ser pioneros y únicos, constituyendo la base de las contadas publicaciones posteriores que de forma abierta los han empleado. Igualmente, sus escritos, que aunque breves están bien documentados y resultan un primer acercamiento muy esclarecedor al rico conjunto templario comarcal, son continuamente usados por la prensa, páginas web, guías y demás materiales informativos, que de alguna forma pretenden acercar al turista, al lugareño o a cualquier interesado en la región, la riqueza de su patrimonio adquiriendo de este modo su obra el valor divulgativo, capaz de llegar a todo tipo de público por su claridad y precisión.

Con lo dicho, creo que queda justificado que en esta revisión me centre específicamente en los trabajos de dicho autor, que los podemos fijar en dos magníficos artículos publicados en la revista Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada275, que constituyen la única monográfica existente sobre los templos lecrineses. A estos hay que añadir otros trabajos, como un artículo que se incluyó en el Periódico Joven del Valle de Lecrín276 del mes de abril de 1989, tras una conferencia impartida en el I.E.S. Alonso Cano de la localidad de Dúrcal; también es interesante el capítulo dedicado a la comarca que Gómez-Moreno elaboró para la Guía Artística de Granada y su provincia II277, la ponencia que dio en las III Jornadas de religiosidad popular278, celebradas en Almería en abril de 2001, así como sus dos libros, La arquitectura religiosa granadina en la crisis del Renacimiento (1560-1650)279 y El arquitecto granadino Ambrosio de Vico280. A pesar de que fijaré mi atención principalmente en los trabajos del profesor Gómez-Moreno Calera, no quiero dejar de citar dos obras que ayudan a completar este panorama bibliográfico; por un lado la titulada Arquitectura Mudéjar Granadina281, de los Catedráticos de Historia del Arte de la Universidad de Granada, D. Ignacio Henares Cuellar y D. Rafael López Guzmán, fundamental para adentrarse en el conocimiento de la arquitectura mudéjar que se desarrolla en Granada después de su conquista y durante toda la Edad Moderna y que incluye un capítulo breve, pero esclarecedor del conjunto de iglesias mudéjares del Valle de Lecrín. Finalmente, hay que mencionar el libro del canónigo de la Catedral de Granada, D. Miguel A. López Rodríguez titulado Las parroquias de la Diócesis de Granada (1501-2001)282, en el que, a modo de fichas catalográficas, incluye el estudio de cada uno de los templos de la comarca aportando datos sobre su evolución histórica y morfología, además de informar sobre los fondos documentales conservados en sus archivos parroquiales, lo cual resulta útil a la hora de emprender una investigación.

Cuando hablo de arquitectura religiosa cristiana del Valle de Lecrín, me refiero principalmente a un conjunto más o menos homogéneo de templos parroquiales levantados entre 1520 y 1568, que se vieron fuertemente afectados por los destrozos, quemas y saqueos acaecidos en la rebelión morisca de 1568, y que por este motivo tuvieron que ser reparados y reconstruidos con grandes dificultades en los años posteriores a este trágico acontecimiento. Estas iglesias, tanto por su cronología, como por formar parte del magno proyecto edilicio que se dio tras la conquista del Reino, van a responder a una estética mudéjar, estilo constructivo de bajo coste, fuertemente regido por los gremios e idóneo para organizar una forma de trabajo eficaz, capaz de producir rápida y económicamente una serie de escenarios cultuales-simbólicos necesarios para alcanzar el éxito en el adoctrinamiento, asimilación y control político-religioso de la clase morisca, tan numerosa en este Valle.

El comienzo del siglo XVI, con la reciente imposición del estado cristiano en el Reino de Granada, no supuso un cambio drástico para las gentes del Valle de Lecrín, moriscos en su inmensa mayoría, que siguieron disfrutando de sus modos de vida, costumbres, lengua y mezquitas, que en 1501 tras la primera revuelta y el forzado bautismo al que se sometieron, fueron ligeramente reformadas y bendecidas comenzando a funcionar como iglesias283.

Para toda la comarca, según informa D. José Manuel Gómez-Moreno, se erigieron 20 iglesias parroquiales con 12 eclesiásticos, siendo cabeza de vicaría Béznar.

Unos años más tarde, quizás por la sencillez e incapacidad espacial de estos edificios, se comenzó la construcción de los nuevos templos comarcales, realizándose los primeros entre 1525 y 1533 y continuándose el resto entre 1550 y 1560, estando algunos en obras cuando estalló la rebelión morisca que tan dramáticamente castigó la zona. Estos templos, se distinguieron por su gran modestia, reducido tamaño y simplicidad estructural, sin grandes alardes arquitectónicos, dado el inmenso proyecto constructivo que estaba llevando a cabo la Diócesis y los problemas económicos por los que atravesaba.

Pero estas dificultades se van a agudizar y tornar en tragedia con el levantamiento morisco de 1568, episodio fundamental para contextualizar el conjunto arquitectónico que estamos tratando. Los moriscos del Valle de Lecrín, cansados de los abusos del nuevo estado y de los fuertes tributos que tenían que pagar, muchas veces empleados para la construcción de aquellos edificios símbolos de su represión, se van a ensañar con ellos, no escatimando en destrozos, quemas, saqueos y destrucciones de obras de arte y ornamentos, dejando tras de sí un panorama desolador. A estos desfavorables acontecimientos hay que unir la posterior expulsión morisca, la desastrosa repoblación y la aguda crisis económica y social que afectará inevitablemente a la elaboración de la necesarias reparaciones y en ocasiones reconstrucciones que se emprendieron tras el conflicto, contando con un bajísimo presupuesto, que evidentemente propicio una simplicidad y humildad mayor en estas estructuras284.

Junto a este mayoritario grupo de iglesias mudéjares, tan representativas de la zona y que se tratarán seguidamente, hay que mencionar otros templos, tanto parroquias como ermitas de una cronología posterior (siglos XVIII y XIX), que citaré pero que no estudiaré en detalle por salirse del marco cronológico de análisis propuesto285. Aún así, merece la pena un acercamiento a estas construcciones, que en muchos casos sustituyeron a otras estructura más antiguas. Éste es el caso de la magnífica iglesia neoclásica de San Sebastián de Pinos del Valle, erigida en los primeros años del siglo XIX, bajo el patrocinio del cardenal de Toledo D. José Bonel y Orbe, natural de este pueblo, y que se asentó en el solar de una modesta ermita que en la visita de Pedro de Castro (1591) fue calificada como una antigua mezquita muy pequeña. Tampoco debemos dejar de hacer referencia al importante conjunto de pequeñas capillas y hornacinas devocionales-populares que salpican las calles de estas localidades, junto a cruces y calvarios que en muchos casos son restos de antiguos vía crucis callejeros, hoy casi desaparecidos.

Estas manifestaciones, que se mueven entre lo arquitectónico, escultórico e incluso urbanístico no han sido estudiadas esta la fecha, siendo altamente representativas de la esencia rural de la comarca y de la sacralización espacial que se persigue con su presencia, situadas en variados lugares, como pilares de agua, mercados, calles principales, plazoletas de vecinos, etc286.

A continuación, vamos a intentar hacer una breve reflexión sobre los distintos escritos publicados por D. José Manuel Gómez-Moreno Calera sobre las iglesias y ermitas del Valle de Lecrín, poniendo especial énfasis en sus dos artículos publicados en la revista Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada287, pues como se indicó, constituyen la principal bibliografía escrita sobre el tema. Varios fueron los motivos que movieron al autor a la hora de elaborar estos trabajos, por una parte, la conferencia titulada “Las iglesias del Valle de Lecrín, Arte e Historia”, que en 1989 impartió en el I.E.S. Alonso Cano de Dúrcal, a su vez, ese mismo año vieron la luz dos importantes obras que dedicaban algunos puntos al estudio de este rico conjunto monumental, haciéndolo de forma muy general sin una mayor profundización y dejando fuera de su análisis importantes construcciones que no respondían a los periodos y estilos propuestos; me estoy refiriendo a su libro La arquitectura religiosa granadina en la crisis del Renacimiento288 y al de los profesores Henares Cuellar y López Guzmán Arquitectura Mudéjar granadina289.

Finalmente, en 1992 apareció un artículo290 en Cuadernos de Arte que proponía un inventario artístico del municipio de Lecrín, aportando algunos datos interesantes pero, como el mismo Gómez-Moreno señala, “con una deficiente base documental y análisis histórico”291. Este panorama lo motivó a elaborar los dos artículos propuestos para esta revisión, en ellos trató de estudiar de forma global la rica arquitectura eclesiástica de la comarca, informando de las características morfológicas, secuencias constructivas y evolución histórica de cada templo. De este modo, y tras una buena introducción a la historia y naturaleza de estos bienes, Gómez-Moreno Calera estructura sus escritos en forma de diccionario o lista alfabética de las distintas poblaciones, proporcionando un breve estudio a cada uno de los templos y ermitas del lugar, de forma muy clara, sintética y bien documentada, tomando la mayor parte de los datos de los libros de Contaduría del Arzobispado de Granada (Libros de Mayordomías, Habices, Contaduría Mayor, Cuarta Decimal, Fábricas, etc.), conservados en el Archivo de la Curia Eclesiástica de Granada.

No es mi cometido realizar un estudio detallado de este rico conjunto patrimonial, pero será adecuado, a la luz de los trabajos del profesor Gómez-Moreno Calera, esbozar una serie de datos generales que nos acerquen de forma breve y sencilla a estos templos. En primer lugar, hay que indicar el conocimiento desigual que se tiene de cada una de estas estructuras, estando algunas muy bien documentadas siendo posible conocer su construcción y evolución posterior, caso de la iglesia de Béznar; frente a otras en las que el vacío documental es casi total, como la iglesia de Dúrcal, que presenta diversas modificaciones y ampliaciones difíciles de precisar.

Tras la bendición y acondicionamiento de las mezquitas al rito cristiano, pronto se mostraron inadecuadas por su pequeño tamaño y fragilidad estructural, lo que motivó la construcción de nuevas parroquias que en el Valle de Lecrín se erigieron en dos momentos más o menos definidos:

Con posterioridad a estas fechas muchos han sido los sucesos acaecidos y las reparaciones, añadiduras y modificaciones efectuadas, que posteriormente se comentarán. El estilo escogido para levantar estas iglesias fue el mudéjar, con aportaciones puntuales del último gótico, destacando la iglesia de Béznar, quizás la más antigua de las construidas en el Valle de Lecrín (1520-1530), que se configura con tres naves separadas por pilares circulares en los que se disponen dos baquetones para la descarga de los arcos formeros apuntados; o la portada lateral gótica de la iglesia de Restábal, resto notable del primer edificio que se levantó.

Otras aportaciones a estas fábricas son las renacentistas, sobre todo en sus portadas, como las de Melegís, que muestran influjo siloesco, o las de Mondújar que siguen modelos serlianos.

El año 1568 trae consigo uno de los acontecimientos más violentos y destructivos acaecidos en el lugar, la rebelión de los moriscos del Reino de Granada, que como se refirió, fue un episodio desastroso no sólo a nivel humano o económico, sino también artístico, tornándose foco principal de ataque aquellos edificios recién terminados que tantas connotaciones negativas tenían para ellos. Grandes fueron los destrozos, saqueos e incendios acontecidos y mayores los esfuerzos que hubieron de hacerse para su reconstrucción después de la contienda.

La desastrosa repoblación del lugar provocó una fuertísima crisis demográfica, y el tipo de personas que se asentaron, generalmente de clase muy baja y humilde, que nada tenían que perder al salir de su tierra; fueron evidentemente factores negativos a la hora de efectuar y costear las reconstrucciones los templos, pues el vacío poblacional unido a la falta de donaciones e interés por estos edificios, puso en una situación aún más crítica al Arzobispado de Granada, que debía de atender, nuevamente, otro ingente programa de reparaciones y construcciones.

Primeramente, como medida provisional ante la falta de medios económicos, se decidió cubrir las iglesias quemadas con un “colgadizo” o pequeño techo de madera que cobijaba únicamente la capilla mayor. Por fin, en los últimos años del siglo XVI y primeros del XVII se van a acometer las reparaciones de los techos y armaduras de las parroquias, primando la sencillez y funcionalidad sin dar cabida a alardes superfluos.

De estos años son las armaduras de Saleres, Chite, Melegís, Cozvíjar, Lanjarón, Tablate, parte de la de Nigüelas, Mondújar y Dúrcal, quizás más tardía de mediados del siglo XVII.

Aún así, hay que señalar que algunas de estas estructuras han sufrido importantes modificaciones y restauraciones, como la de Mondújar o Chite, la de Cónchar que es moderna imitando la antigua o la de Restábal que se rehizo tras el incendio que sufrió la iglesia en 1965.

Otros templos, sin embargo necesitaron importantes reconstrucciones, como la iglesia antigua de Albuñuelas que en los años 1603, 1606 y 1617 se sometió a la reparación de su muro septentrional con informes redactados por Vico292, o la de Cónchar, que fue reconstruida por completo entre 1610 y 1614, a excepción de su campanario, con traza y condiciones también dadas por Ambrosio de Vico.

Con posterioridad a la rebelión morisca y a los arduos años de reconstrucciones, van a ir surgiendo una serie de circunstancias que propiciarán notables modificaciones en las fábricas de algunos templos lecrineses. Un factor muy importante será el considerable crecimiento poblacional de algunas localidades, que hizo necesaria la ampliación de sus parroquias con capillas mayores y naves laterales, tal fue el caso de las iglesias de Dúrcal, Padul y Lanjarón o la Concepción de Pinos del Valle, a la que se le añadió crucero y capilla mayor en el siglo XVIII.

En otros pueblos, esta circunstancia motivó la construcción de nuevas parroquias, como sucedió en Talará, que tras derribar su pequeña e incapaz iglesia, levantó una nueva diseñada por Ventura Rodríguez entre 1783 y 1788; o en el Barrio Alto de Pinos del Valle, que se sustituyó su pequeña ermita dedicada a San Sebastián por una imponente construcción neoclásica, de las mejores de la provincia, realizada bajo el mecenazgo del Cardenal Bonel y Orbe, natural de dicha localidad entre los años 1815 y 1830.

Un caso diferente se dio en Murchas, pues su iglesia hubo de reconstruirse en 1879 al presentar importantes problemas estructurales.

Los diseñadores de estos templos se desconocen, exceptuando el de Cónchar, Ambrosio de Vico y el de Talará, Ventura Rodríguez. El profesor Gómez-Moreno Calera tras sus minuciosas investigaciones, propone como arquitecto de las primeras iglesias de la comarca al maestro mayor y veedor del arzobispado entre 1505 y 1537, Rodrigo Hernández. Por su parte, resulta más complejo establecer una posible autoría para las levantadas entre 1540 y 1568, estimando Gómez-Moreno que “debieron ser proyectadas por algún aventajado alarife como Francisco Hernández de Móstoles o el propio Jerónimo García, supervisadas muchas de ellas por el maestro mayor de las iglesias Juan de Maeda293.

Estructuralmente se van a definir por su simplicidad y modestia, participando principalmente de las técnicas mudéjares, con muros de cintas y rafas de ladrillo y cajones de tapial o mampostería, plantas sencillas entre las que se distinguen distintas tipologías:

Las portadas generalmente adoptan sencillos esquemas mudéjares de ladrillo o piedra, presentando en ocasiones ciertos influjos estilísticos góticos (portadas de Béznar y lateral de Restábal) y clasicistas (Melegís y Mondújar).

Finalmente, la mayor parte de las iglesias se cubren con armaduras, a excepción de los templos construidos en los siglo XVIII y XIX, que lo hacen con bóvedas y cúpulas (Albuñuelas, Talará, San Sebastián de Pinos) y algunos que sufrieron modificaciones y ampliaciones posteriores (la Concepción de Pinos cubierta con bóvedas encamonadas, o las naves laterales de la iglesia de Dúrcal dispuestas con bóvedas rebajadas y su gran bóveda esquifada coronando el crucero).

Las armaduras, generalmente de lima bordón, repuestas tras los sucesos de 1568, van a primar la funcionalidad sin prestar excesiva atención a lo decorativo, aún así destacan algunas por su mayor ornamento, como la que cubre la capilla mayor de la iglesia de Nigüelas, quizás antigua salvada de la quema cuando la revuelta, la armadura de limas mohamares de Acequias, con motivos de lazo en los tirantes y en los cabos del almizate que también sobrevivió a la insurrección o la que se dispone sobre el altar mayor de Mondújar, ochavada y con labor de lazo.

No hay que dejar de hacer referencia a las numerosas ermitas que pueblan este Valle, son estructuras muy sencillas y humildes, en su mayoría fechables hacia el siglo XVIII, que posiblemente sustituyeron a estructuras anteriores. Destacan las de San Sebastián de Padul y Albuñuelas, advocación muy presente en la comarca que al parecer fue instaurada por D. Juan de Austria cuando visitó estas tierras para sofocar el levantamiento morisco. También hay que citar la ermita de la Virgen de la Cabeza de Cozvíjar, las dos dedicadas al Cristo del Zapato, una en Talará y otra en Pinos del Valle y sobre todo la de San Blas de Dúrcal, más monumental que el resto, con un magnífico camarín y una elegante composición espacial y volumétrica.

Se puede advertir el amplio conjunto arquitectónico eclesiástico que alberga la pequeña comarca, siendo quizás estos edificios los más destacados y representativos de estas poblaciones que han organizado y organizan en torno a ellos, no sólo su urbanismo y caserío, sino su vida cotidiana y festejos. La sencillez estructural y humildad arquitectónica que los caracteriza, no se debe de entender como una falta o debilidad, sino como una huella indeleble de los acontecimientos y adversidades que vivió esta comunidad rural, y el Reino de Granada en general, en un momento determinado de su historia.

Por esta misma razón, por la originalidad de algunas estructuras y su gran valía patrimonial, en los últimos años se ha procedido a la declaración de varios de estos templos como Bienes de Interés Cultural con la categoría de Monumentos, la iglesia de San Juan Evangelista de Melegís, la de la Inmaculada Concepción de Acequias y la de la Concepción de Pinos del Valle. Aunque la bibliografía sobre este corpus edilicio es de calidad y muy ilustrativa, no deja de ser una mera aproximación a su historia y morfología que no aclara un sin fin de cuestiones aún por estudiar.

Por otra parte, hasta el momento se ha dejado de lado el análisis de otro tipo de bienes religiosos arquitectónicos de gran valor, no tanto por su realidad material, sino simbólica y devocional, que en un futuro deberán de abordarse pues constituyen quizás el mejor conjunto de manifestaciones de religiosidad popular de la provincia de Granada, y que desgraciadamente los tiempos modernos están acelerando su pérdida y descontextualización.

ARQUITECTURA CIVIL

Tras haber acometido la revisión bibliográfica de los trabajos que centran su atención en las construcciones dedicadas al culto religioso cristiano, voy ahora a abordar el análisis de aquellos textos que de alguna forma nos acercan al conocimiento de otro tipo de manifestaciones arquitectónicas, las que comúnmente denominadas arquitectura civil, dando cabida bajo este título a una serie de bienes que se han venido entendiendo como “cultos”, o ligados a las esferas de poder socio-económico y estatal que resultan altamente representativos y visibles en sus lugares de asentamiento, junto a los comúnmente citados como “populares”, vinculados más específicamente a las clases medias rurales y a sus actividades agropecuarias, vida cotidiana, doméstica, etc.

Cuando se pretende abordar el conocimiento de este tipo de bienes, tan abundantes en el Valle de Lecrín, nos encontramos la reiterada falta de estudios y trabajos, topándonos con unos pocos artículos que prestan su atención exclusivamente a obras muy concretas, tal es el caso de la casa-palacio de Padul, conocida por los lugareños como Casa Grande, que ha sido tratada en las siguientes publicaciones: el artículo de D. José Linares Palma de 1963 divulgado en el Boletín de la Asociación española de amigos de los Castillos, titulado “El Castillo de Padul294, interesante principalmente por sus fotografías que nos muestran la casona antes de su restauración; el de 1987, “El Castillo-Palacio del Padul: un ejemplo de rescate del patrimonio artístico” de Dña. Mª Pilar Bertos Herrera295, que además de brindarnos una aclaradora historia y descripción del monumento, nos acerca a su proceso de rehabilitación emprendido en 1984; y finalmente el análisis más moderno y completo que D. José Manuel Gómez-Moreno Calera realizó al hilo del examen de dos dibujos que de esta casa-fuerte trazó Antonio Puchol en el primer cuarto del siglo XIX, conservados en el Legado Gómez-Moreno296.

Las obras y escritos que ofrecen algún estudio sobre los bienes que se pueden considerar como arquitectura popular del Valle de Lecrín, van a ser aún más escasos, centrándose en hacer alguna brevísima reseña a ciertos edificios ligados a la producción y transformación de los rendimientos agrícolas; molinos, haciendas o algún cortijo. Se puede señalar la ponencia de D. Miguel Ángel Sorroche Cuerva, “Aproximación al conocimiento del territorio a través de los molinos. El caso del Valle de Lecrín297, impartida en las III Jornadas Nacionales de Molinología celebradas en Cartagena en el año 2001; o algunos datos sobre ciertas estructuras agropecuarias incluidas en la publicación Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias de Andalucía. Provincia de Granada298.

Partiendo de este escueto corpus bibliográfico, he intentando establecer dos puntos fundamentales de revisión: uno primero que tratará sobre la Arquitectura Nobiliaria en el Valle de Lecrín, fijando exclusivamente la atención en la Casa Grande de Padul, único monumento que hasta la fecha ha merecido diversas investigaciones; para continuar con el segundo apartado dedicado a la Arquitectura de Producción o Agraria, en el que se darán unos breves apuntes sobre destacados inmuebles que de alguna forma han sido apreciados por los estudiosos, como la almazara de la Laerillas o la Casa Zayas de Nigüelas.

Según se puede observar, el vacío de estudios y trabajos sobre este tipo de arquitectura es realmente grande, quedando en el tintero multitud de magníficos edificios y obras públicas que esperan en el futuro un mayor reconocimiento, como destacadas casas nobles blasonadas, interesantes ejemplos de arquitectura doméstica dónde sobresalen exponentes moriscos y de los siglos XVII y XVIII, un numeroso elenco de construcciones relacionadas con las actividades agropecuarias, antiguas casas consistoriales, lavaderos, aljibes, albercas, pilares y demás manifestaciones, que si bien son de notable valor y singularidad, hasta ahora no han merecido demasiada atención, ni por parte del mundo académico ni por el de las propias autoridades competentes.

ARQUITECTURA NOBILIARIA: LA CASA GRANDE DE PADUL

Tal como he indicado, tres son los estudios que se han efectuado sobre esta magnífica casa-palacio-fortín de la localidad de Padul, villa importante y puerta de entrada al Valle de Lecrín desde el Suspiro del Moro. El más antiguo y que poco aporta a nuestro estudio es el de D. José Linares Palma299, únicamente destacable por sus fotografías, que ilustran gráficamente una serie de estructuras arquitectónicas que el palacio tenía anejas antes de ser restaurado; el artículo de Mª Pilar Bertos300, mucho más interesante desde el punto de vista histórico y artístico, y el escrito de D. José Manuel Gómez-Moreno Calera, en relación a unos dibujos que de esta casona se conservan en el Legado Gómez-Moreno, siendo este último estudio el más extenso y prolijo en sus datos.

Por la naturaleza y características de estas tres publicaciones, considero conveniente centrarme principalmente en el análisis de las dos últimas, más modernas y consecuentes con mis pretensiones investigadoras. A pesar de ser trabajos bien documentados y muy ilustrativos, se pueden considerar, como la mayor parte de la bibliografía que versa sobre patrimonio lecrinés, meras aproximaciones al objeto artístico, breves artículos que evidentemente suponen un aporte destacable pero no elaboran detalladamente el tema de estudio, quedando totalmente abierto a futuras investigaciones que no sólo aborden su estudio histórico y morfológico, sino que vayan más allá, entendiendo la verdadera esencia y significado de tan magnifica obra en una pequeña villa y comarca; pues indudablemente la Casa Grande de Padul, no es sólo el mejor ejemplo de arquitectura nobiliaria del Valle de Lecrín, sino que representa por sus características un ejemplo único y singular en la provincia de Granada.

El origen de esta construcción hay que situarlo en los primeros años después de la conquista del Reino de Granada. Padul, por su situación estratégica, había jugado un importante papel durante los años anteriores y según parece, los Reyes Católicos en agradecimiento a la familia Aróstegui por los servicios prestados durante la contienda, les donó una finca en el lugar tanto para su disfrute como para asegurarse el control de aquella villa, puerta principal de entrada al Valle de Lecrín y a la Alpujarra. En estas tierras suponemos que los Aróstegui construirían una primera vivienda, que según algunos autores se asentó sobre los restos de alguna fortificación islámica301, aunque esto es algo discutible, tanto por su ubicación topográfica, a media ladera, como por contradecirse con el relato de Mármol Carvajal, que sitúa un fortín cerca de la iglesia y narra el asedio que sufrió la casa, que no fortaleza, por parte de los insurrectos, defendiéndola valerosamente D. Martín Pérez de Aróstegui, acompañado de cuatro cristianos y tres moriscos amigos suyos302, gesta que también se recogió en una cartela de mármol situada en el dintel de la puerta principal de la casa.

También es curioso el dato que nos da Mármol Carvajal, respecto a otra estructura distinta al fuerte cristiano de la iglesia y a la casa de Martín Pérez de Aróstegui, se trata de una “atalaya que los enemigos tenian puesta á la parte de Granada”303, que quizás pueda indicarnos la existencia de una antigua torre hoy totalmente desaparecida que se ubicaría en el actual Cerro de la Atalaya de Padul.

La casa que ha llegado hasta nosotros, sustituyó a la anterior y fue construida por D. Antonio Pérez de Aróstegui y Zazo, caballero de Santiago y secretario del Consejo de Guerra y de Estado del rey Felipe III, según reza en la placa de la puerta. Posiblemente se decidiera a hacer esta magnífica construcción, tras la concesión en el año 1613 de las alcabalas y tercias del lugar de Padul como agradecimiento por su colaboración y prestaciones al rey Felipe III304, reafirmándose y legitimándose aún más ante la población paduleña y dejando una huella imborrable de las hazañas pasadas de su familia en dicha localidad.

Por su estilo constructivo podemos fechar la casa hacia principios del siglo XVII, en un estilo sobrio, elegante y adusto cercano a los influjos escurialenses. Se erige como una casa-fortaleza, primando el aparato defensivo y residencial frente al de disfrute y deleite más presente en los tradicionales palacios. Este caserón se dispone con una fuerte cerca que lo envuelve protegiendo sus flancos, en ésta se abre una gran puerta de madera con una viga que indica “Año 1864”. A través de ésta, se accede a una gran explanada que en el pasado se empleó como tierra de labranza y que posteriormente se vio ocupada por diversas construcciones que fueron derribadas en la restauración de los años 80 del siglo XX.

Hoy el caserón se alza en soledad situado en la zona Suroeste de la parcela, destacando por su mayor concesión decorativa la elegante portada de entrada, adintelada con finas pilastras laterales que acogen gruesos pilares almohadillados. Sobre la puerta, posiblemente la original pero muy restaurada, se sitúa la placa conmemorativa antes referida y coronando el conjunto una gran heráldica familiar hecha en mármol.

El resto de los paños exteriores del edifico se van a caracterizar por su sencillez y austeridad, adornándose únicamente con cintas de sillería trabada al estilo vitruviano en las esquinas, y por el empleo de piedra igualmente en sus cornisas y ventanas.

La casona se organiza con dos cuerpos que forman una planta en forma de L, alzando dos pisos.

En el lado menor se dispone la entrada al interior del edificio atravesando un zaguán y una estancia que da paso a las habitaciones nobles de la planta baja y que también daría acceso a las habitaciones superiores por una escalera desparecida y que aún no se ha repuesto, quedando la planta superior inaccesible, a no ser que se emplee una escalera de mano.

A la derecha del zaguán se organiza el cuerpo principal de la casa que presenta una crujía abrigada por dos torres cuadradas en sus extremos. Desde el zaguán también se accede a un patio rectangular con un pozo, al que se abren ventanas de las dependencias anejas con su característico marco de piedra.

Este patio a su vez, comunica con otro segundo que aparece vacío, aunque en los dibujos de Puchol se pone de manifiesto que tuvo algún tipo de estructura.

La fábrica de todo el edificio, exceptuando las esquinas y marcos de los vanos que son de cantería, era de grandes mampuestos enlucidos con mortero de cal; que después de la no muy acertada restauración fueron cubiertos con cemento, pudiéndose apreciar este aparejo únicamente en los cubos de su cerca, que con anterioridad tenían varios cuerpos y se coronaban con bóvedas de media naranja, hoy perdidas tras el terremoto de 1884, levantando sólo un cuerpo sin techar.

En el interior nada queda, siendo incluso difícil determinar la distribución interna de las habitaciones. Únicamente nos han llegado sus techos dispuestos con jácenas de madera y pequeñas bovedillas de ladrillo y yeso.

De este modo, la casa-fortín de Padul es un monumental cascarón hoy vacío de contenido. El paso del tiempo y su uso como finca rústica, le aparejó numerosos añadidos arquitectónicos destinados a actividades agrícolas, además de presentar adosado en su lado Norte una casa convento de principios del siglo XIX. Todas estas estructuras se derribaron en 1984, cuando se comenzó la restauración de la casa, emprendida y costeada por el que entonces era su dueño D. José María Pérez de Herrasti y Narváez, descendiente del Conde de Padul. Durante este proceso, además de eliminar los añadidos, se rehicieron las cubiertas que estaban muy dañadas y se enlució el edificio exterior e interiormente, resultando una actuación loable por parte de su propietario pero desafortunada en cuanto a los métodos empleados en la reparación, poco respetuosos con la estructura y con sus técnicas y materiales originales, pudiéndose considerar como una actuación irreversible que ha desfigurado en parte este importante monumento.

ARQUITECTURA AGRARIA Y DE PRODUCCIÓN

Cuando hablo de Arquitectura Agraria y de Producción, quiero hacer referencia a un conjunto de edificaciones de mayor o menor entidad que por sus funciones están estrechamente ligadas con el mundo agrícola y con la transformación de sus frutos y cosechas, y que ateniéndome a la cronología propuesta para mi análisis, se pueden incluir dentro del llamado “Patrimonio Preindustrial”. La variedad y singularidad de estos bienes en el Valle de Lecrín es muy notable, pudiéndose citar como exponentes más destacados las almazaras y molinos harineros de la comarca, de gran tradición y antigüedad, junto con un importante número de casonas solariegas y cortijos que sin denotar una gran envergadura ni monumentalidad aparecen recogidos en diversas fuentes, como los Libros de Apeo de las distintos lugares o el Catastro del Marqués de la Ensenada, quedando constancia de su existencia pasada vinculada a determinadas explotaciones agro-pecuarias. Este tipo de arquitectura está íntimamente ligada con su medio circundante y con la población rural que los configuró y usó hasta hace pocas décadas, siendo vestigios de una base económica tradicional hoy casi extinguida.

En estos edificios se vislumbra no sólo la importancia que determinados cultivos han tenido en la zona, como el olivar, el cereal, la vid o los pequeños bancales y huertos de regadío, sino que su localización hay que vincularla directamente con los espacios hidráulicos y unidades tecnológicas aparejadas (acequias, captaciones, albercas, acueductos…), anteriormente comentadas y entendidas como medievales, configurando un paisaje que aunque vivo, supone un vestigio del pasado a tener en cuanto a la hora de intentar una reconstrucción del territorio y devenir histórico lecrinés.

De este modo podemos decir, que gracias al mantenimiento de gran parte de la configuración medieval urbana y agrícola del Valle de Lecrín, que ha salvaguardado en pleno funcionamiento su red hidráulica e infraestructuras asociadas, acequias, canales, captaciones, molinos y almazaras accionadas por agua, perímetros de riego que incluyen pagos o explotaciones agrícolas relacionadas con algún edificio más o menos emblemático, tierras de cultivo históricas, etc.; conservamos un destacadísimo legado arquitectónico, tecnológico, paisajístico y etnológico, que en los últimos años se está viendo fuertemente afectado por la pérdida de su sentido funcional, ocasionado por las importantes transformaciones acaecidas en el ámbito rural con el progresivo declive del sector primario en favor del servicios, por los cambios que ha conllevado la mecanización del campo, la desaparición del ganado de labor y la reducción de la mano de obra necesaria para los trabajos, la industrialización de los ingenios de transformación, o el paulatino despoblamiento de algunos núcleos en favor de otros mejor comunicados y que ofrecen mayores servicios y prestaciones.

Estas circunstancias junto a otras, como la falta de valorización de muchos de estos bienes por parte de algunos vecinos del Valle de Lecrín, que los entienden como un recuerdo de tiempos pasados marcados por las dificultades y las incalculables fatigas, han favorecido la diversa suerte de estos inmuebles, que en muchos casos se han visto abocados a la ruina y desaparición, en otros se han modificado para albergar distintos usos como los de cochera, almacén, uso hostelero o segunda residencia, destacando los que han corrido la gran fortuna de ser restaurados para albergar algún tipo de actividad cultural o museística.

Al igual que sucede en los distintos apartados que se han ido tratando en esta revisión, el patrimonio arquitectónico ligado a las actividades agrícolas y productivas del Valle de Lecrín es de una más que destacable riqueza, como sucede con todo el conjunto de arquitectura popular en el que lo podemos englobar; pero sin embargo, nuevamente, la falta de estudios y trabajos pormenorizados y de envergadura es grande, disponiendo únicamente de un par de escritos que básicamente inciden en cuestiones muy generales o catalogan sintéticamente algunas obras muy destacadas. Por lo tanto en esta revisión va a quedar fuera la mayor parte de este amplio conjunto arquitectónico, pudiéndonos únicamente centrar en dos inmuebles altamente significativos, no sólo a nivel local-provincial sino incluso nacional, como la Almazara de las Laerillas, uno de los molinos aceiteros más antiguos y mejor conservados de España, y la Casa de Zayas, ambas estructuras en la población de Nigüelas.

Los trabajos en los que me detendré para hacer este breve análisis son dos, primeramente la ponencia “Aproximación al conocimiento del territorio a través de los molinos. El caso del Valle de Lecrín”, que D. Miguel Ángel Sorroche Cuerva305 impartió en la III Jornadas Nacionales de Molinología, celebradas en Cartagena en el año 2001, interesante como introducción a esta tipología arquitectónica siempre en relación con el urbanismo tradicional y el paisaje histórico en que se engloban, y el libro Cortijos, haciendas y lagares. Arquitectura de las grandes explotaciones agrarias en Andalucía. Provincia de Granada306, que en forma de fichas catalográficas emprende el análisis de algunas estructuras rurales del Valle, fijándonos únicamente en las que por su cronología se corresponden con nuestro estudio. Como podemos ver, la bibliografía es escasa y aunque de calidad, es de poca envergadura, por lo queme ceñiré estrictamente a comentar aquellos bienes de los que se refiere algún dato, dejando para trabajos posteriores el estudio de estructuras tan importantes como el molino del Sevillano de Acequias, posiblemente de origen medieval y restaurado en el marco del Programa Aramis para convertirlo en “Sede del Museo del Agua y de los Molinos del Mediterráneo”307, el recién rehabilitado molino de Mondújar con su magnífica torre de prensado, los exiguos restos del Molinillo de Mondújar, vestigios originales de una estructura de molienda andalusí, los numerosísimos molinos de Dúrcal y Padul, o cortijos ligados a grandes explotaciones de tierra tan emblemáticos como el del Marchal en Albuñuelas, que posiblemente pueda rastrearse su existencia desde época romana, entre otros muchos bienes que serían difíciles de enumerar en este breve apartado.

ALMAZARA DE LAS LAERILLAS DE NIGÜELAS

La almazara de las Laerillas se puede considerar sin lugar a dudas, el exponente más sobresaliente del amplio conjunto de edificios que conforman el rico legado de arquitectura popular lecrinesa. Se trata de un molino aceitero medieval con dos magnificas prensas de viga que estuvo funcionando hasta las últimas décadas del siglo XX. Algunos datos sobre su antigüedad los podemos localizar en el Libro de Apeo y Repartimiento de la localidad en el que se señala: “dos molinos de aseyte del rey el uno perdido. Ay en el dicho lugar dos molinos de aseyte que hieran de moriscos dentro del pueblo, el uno de ellos está bueno y con todos los aderezos, tienenlo los vecinos arrendado por doce mil y quinientos m(ara)v(edi)s cada año de los tres años del arrendamiento…308.

En esta fuente se citan además cinco molinos de pan que habían sido de los moriscos y pasaron a manos del rey, pudiéndose notar la gran importancia que se les daba a estas estructuras indispensables para los núcleos de población medievales y modernos por su trascendencia económica, social y tecnológica, al tratarse de ingenios de transformación eficaces para la elaboración de productos de primera necesidad como la harina o el aceite, y a su vez ser una fuente de ganancias excepcional. De este modo, podemos constatar que sus estructuras se reutilizaron y reconstruyeron continuamente perdurando algunos de estos edificios, como la almazara de las Laerillas, hasta nuestros días o al menos documentándonos la ubicación más o menos próxima de las antiguas construcciones hoy sustituidas por fábricas más modernas.

La almazara de las Laerillas es una construcción de planta trapezoidal que se integra en el casco urbano del pueblo de Nigüelas, no lejos de la plaza de la iglesia. En un lateral de su planta se dispone un patio alargado con trojes para el apilamiento de la aceituna y jamileras o pozuelos para el alpechín.

El molino de aceite propiamente dicho se sitúa enfrentado longitudinalmente al patio con forma de nave rectangular resuelta en fábrica mudéjar y cubierta con armadura de par y nudillo con tirantes y viguería escuadrada. Lo más destacable son sus dos prensas de viga con dos capillas bajo su torre de contrapeso, de planta rectangular y cubierta de teja. Junto a ésta se sitúa el empiedro de un molino que acciona su rodezno gracias al salto del agua que hace la acequia del Canalón que discurre por debajo de la instalación. Existe dentro del edificio una pequeña dependencia exenta en la que se dispone un molino de sangre o de tracción animal, de una sola piedra con solera circular y muela vertical giratoria, que se cubre con una armadura de parhilera con nudillo y tirantes.

Según Torices Abarca y Zurita Povedano, en este complejo de molienda se pueden distinguir dos fases constructivas bien diferenciadas, una primera que debió iniciarse hacia el siglo XIII, fecha en que se construyó el molino de sangre; y otra segunda hacia el siglo XV, en la que se levantaría la almazara. Por su parte, el tipo de fábrica conservada y la solución de sus armaduras nos acercan como cronología acertada a finales del siglo XV y principios del XVI. Este molino, tras haber pertenecido a la familia Zayas, fue cedido en el año 1987 al Ayuntamiento de Nigüelas que lo restauró y convirtió en un magnífico museo.

CASA DE ZAYAS OSORIO

Los datos que se nos aportan de esta magnífica casa nobiliaria ligada a una explotación de olivos, son igualmente muy escasos, consistiendo en una descripción de sus características formales haciendo hincapié en su vinculación con las actividades agrícolas sin detenerse minuciosamente en otro tipo de cuestiones. La Casa de Zayas o Casa Zayas, denominada así por pertenecer a este noble linaje, es una buena casona originariamente situada en las afueras del pueblo, aunque hoy se ve incluida en su contexto urbano. Además de las funciones propias de una residencia acomodada, que dispone sus dependencias domésticas en torno a un magnífico patio porticado en tres de sus lados con columnas toscanas que sostienen zapatas manieristas, y alza un segundo cuerpo con galería abierta con pies derechos biselados y zapatas también manieristas; dispone igualmente una serie de espacios destinados a las funciones que conllevaba un construcción ligada a un olivar, por ello, tras acceder al edificio por su elegante portada de dos cuerpos coronada por la heráldica familiar, se accede a un zaguán que comunicaba con una bodega de aceite y con las dependencias agrícolas destinadas a cuadras y nave de prensado de la almazara, hoy desmantelada, sencillo cuerpo rectangular cubierto por un alfarje que alojaba dos capillas y dos prensas de viga, hoy perdidas.

A su vez, todo este conjunto estaría rodeado de fincas y huertas hoy desaparecidas, en nuestros días en su parte posterior se le ha añadido un hermoso jardín de trazado geométrico perteneciente a la Casa de los Müller.

Este complejo puede datarse hacia mediados del siglo XVII, aunque sufriría una importante remodelación a mediados del siglo XIX. Tras varias obras de rehabilitación llevadas a cabo en los años 90 del siglo XX, la Casa Zayas Osorio se ha convertido en la sede del Ayuntamiento del pueblo de Nigüelas, albergando también diversos usos culturales.

PATRIMONIO MUEBLE DEL VALLE DE LECRÍN

En este nuevo epígrafe titulado “Patrimonio Mueble del Valle de Lecrín” voy a analizar la bibliografía existente que versa sobre los bienes muebles, tanto civiles como religiosos de la comarca, que se distinguen por sus valores históricos, artísticos y culturales en general; entiéndase esculturas, pinturas, retablos, libros corales, objetos litúrgicos, artes decorativas, piezas de orfebrería o mobiliario, entre otras muchas manifestaciones. Sin lugar a dudas, estos bienes de naturaleza tan dispar son los grandes olvidados y desconocidos de la zona, influyendo en esta circunstancia distintos factores, como haber pasado inadvertidos en la mayor parte de los estudios realizados hasta la fecha, salvando algunas referencias y un artículo dedicado al retablo de San Francisco de Padul y a las tablas de su primitivo sagrario, escrito por D. José Manuel Gómez- Moreno Calera309; o el que se trate de un conjunto muy heterogéneo de obras que la mayoría de las veces son de propiedad particular o de alguna institución como la Iglesia.

Este hecho en ocasiones dificulta enormemente su acceso y conocimiento, a la vez que en el pasado favoreció su pérdida, expolio, robo o destrucción, al tratarse de piezas fáciles de transportar, desmontar o vender, además de haber sufrido diversos desastres como incendios o desafortunados acontecimientos históricos y bélicos, (la Rebelión de los moriscos del Reino de Granada, la Guerra de la Independencia, las desamortizaciones llevadas a cabo en el siglo XIX o la terrible Guerra Civil). Evidentemente, todas estas circunstancias han mermado y maltratado el patrimonio mueble del Valle de Lecrín a lo largo de los siglos de forma irreversible, produciéndose incluso en nuestros días desafortunados acontecimientos, como el robo que en el año 2006 se dio en la iglesia de Dúrcal perdiéndose varias piezas de orfebrería, entre ellas la corona y clavos de plata que adornaban la talla de la Virgen de los Dolores de la localidad.

Aún así, nos enfrentamos a un conjunto de piezas verdaderamente grande y variado que contiene obras de gran originalidad y valía, destacando por su cantidad y calidad las pertenecientes al ámbito religioso, frente a las civiles totalmente desconocidas hasta la fecha y de las que me es imposible ofrecer ningún tipo de comentario. De este rico legado eclesiástico y ritual podemos citar:

Este breve resumen con el que he pretendido introducir el tipo de bienes existentes en la comarca, ha obviado algunas de las obras más interesantes de todo el conjunto patrimonial mueble del Valle de Lecrín, por un lado el retablo de San Francisco y dos tablas de pincel con los Santos Juanes de la iglesia de Padul y por el otro, el excepcional retablo mayor de la iglesia de Acequias. El hecho de citarlas a posteriori no implica un menoscabo para estas piezas ni para las anteriores, sino que ha venido determinado por ser estas últimas obras las únicas que han merecido algún tipo de atención por parte de los estudios histórico-artísticos.

De este modo, podemos aseverar que contamos con un minúsculo corpus de trabajos que tratan sobre determinadas y concretas manifestaciones plásticas comarcales, quedando relegadas el resto al más profundo desconocimiento, siendo en ocasiones citadas de forma circunstancial por determinados escritos que abordan algún otro tema311.

Las publicaciones principales con las que contamos para el conocimiento de los retablos y pinturas antes indicadas son el artículo de Gómez-Moreno Calera, “La herencia de Machuca en la pintura del renacimiento granadino: el retablo de San Francisco del Padul y las tablas de un primitivo sagrario312, incluido en la revista Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada del año 1994 y el apartado que le dedica al retablo de la iglesia de Acequias en su libro La Arquitectura religiosa granadina en la crisis del Renacimiento. A continuación realizaré un breve comentario a estas obras excepcionales dentro de las riquezas muebles y plásticas de la comarca.

EL RETABLO DE SAN FRANCISCO DE LA IGLESIA DE PADUL

Este pequeño retablo ubicado en una nave lateral de la iglesia de Santa María la Mayor de Padul, es una de las pocas y más excepcionales obras de pintura de nuestro Renacimiento granadino. Como se ha señalado, mereció la atención y estudio del profesor Gómez-Moreno Calera, que lo trató en un interesante artículo que va más allá de las pertinentes reflexiones estéticas, introduciendo acertadas hipótesis de trabajo que intentan establecer su desconocida autoría y su posible vinculación con alguna capilla funeraria particular de la que hoy no queda ninguna huella.

El retablo de San Francisco, denominado así por albergar en su hornacina central la figura de este santo añadida posteriormente, es una obra renacentista de mediados del siglo XVI vinculable con la escuela de Pedro Machuca. Se trata de una estructura de pequeñas dimensiones, pero muy armónica en sus proporciones y composición a pesar de haber sufrido ciertas mutilaciones a lo largo de su historia.

Consta de banco, dos pisos y tres calles, aunque hay que suponer que los distintos cambios que ha experimentado a lo largo del tiempo han desvirtuado su disposición y dimensiones originales. En el banco se sitúan tres pinturas que se enmarcan con cuatro pedestales salientes sobre los que apoyan las columnas superiores. Estos pedestales presentan labor de talla con bustos de santas mujeres con manto y aureola. Entre estos pedestales se disponen tres encasamientos con sus correspondientes tablas pintadas; en los laterales aparecen representados los Santos Padres leyendo y comentando las Escrituras, y en el centro un magnífico Cristo muerto yacente junto a la calavera de Adán. El banco muestra ciertas torpezas fruto de posibles mutilaciones, tanto en su estructura de madera como en la pintura del Cristo que parece haber sufrido algún tipo de recorte en su parte superior e inferior.

El primer piso se organiza con tres calles separadas por estilizadas columnas corintias, en el centro se ubica una hornacina adaptada en un momento posterior con un San Francisco del siglo XVII, que según Gómez-Moreno Calera sustituyó a una Santa Úrsula313. Las calles laterales se dividen en dos recuadros superpuestos, disponiendo cuatro espacios en total que cobijan las pinturas de los Evangelistas. En los dos encasamientos de la calle izquierda se sitúan San Mateo con el ángel y San Marcos con el león. En la calle izquierda aparece San Juan con el águila y un San Lucas moderno, obra de Allan Dorian Clark que se colocó durante la restauración a la que se sometió el retablo a mediados de los años 90 del siglo XX, para paliar la falta de la pintura original perdida en algún momento desconocido y que tradicionalmente se había sustituido por una obra que representaba a Cristo en majestad con una Santa. Este primer piso se corona con un friso decorado con bichas enfrentadas separadas por pequeños discos.

El segundo piso se divide en tres encasamientos también de pintura separados por medias columnas corintias. En la calle central se ubica un bello Calvario terminado en medio punto que parece mutilado tanto en su parte inferior como superior; a la derecha del Calvario se sitúa la escena de la Conversión de San Pablo y a la izquierda Santiago en la batalla de Clavijo. La coronación del retablo es sencilla y armónica. En la calle central, justo encima del Calvario, se sitúa un frontón triangular que en 1994, según informa Gómez- Moreno Calera, albergaba la representación de una paloma, símbolo del Espíritu Santo, que habría sustituido en un momento determinado a un Dios Padre314. Hoy tras la restauración mencionada, se ha cambiado la paloma por la que posiblemente fue su iconografía original. Recostadas sobre el frontón aparecen las alegorías de la Fortaleza y la Fe, ambas de talla. Las naves laterales se rematan con medios tondos decorados con dos relieves de santas mártires. La mártir de la izquierda se identifica como Santa Catalina, por portar una rueda, siendo imposible determinar la identidad de la mártir de la derecha que ostenta un libro abierto y una palma.

Sin lugar a dudas, lo más destacado de este retablo son sus bellas pinturas, de gran fuerza, expresividad, buena composición y delicadas veladuras que se enmarcan en una carpintería algo más convencional con finos grutescos de poco resalte cercana al estilo de Esteban Sánchez315. Respecto a la autoría de las obras de pincel, Gómez- Moreno propone una tríada de nombres destacando uno por encima de los demás: primeramente cita al propio iniciador de la escuela Pedro Machuca, por su “perfecta composición y la riqueza expresiva de las figuras que nos descubre un pintor de fuerte dominio del clasicismo y aun del primer manierismo italiano316, en segundo lugar da cabida a Luis Machuca, hijo del anterior del que no conocemos ninguna obra, para apostar más fuertemente por la autoría de Juan de Palenque, por su tendencia a la gesticulación y al artificio en algunas de sus actitudes, junto con otros rasgos como la forma de representar el cabello de los personajes, la agitación de los paños o los forzados escorzos.

Dejando a un lado el tema de la posible autoría difícil de determinar, lo interesante es fijarse en estas obras pictóricas excepcionales por la elegancia de sus figuras, atrevida composición y buena técnica, influidas por la estética rafaelesca y que constituyen verdaderas joyas de la aún desconocida pintura renacentista granadina.

Muy interesante también es el estudio de la iconografía empleada en la composición del retablo, que como bien indica Gómez-Moreno Calera podría haber formado parte de una capilla funeraria vinculada a alguna importante familia del momento, pues tenemos constancia de que esta obra no se labró para el altar mayor, en aquellos momentos ornamentado con un dosel de guadamecí hecho por Hernando y Juan de Orihuela que cobijaba el primitivo sagrario317.

Igualmente, en la visita de Pedro de Castro (1591) se cita la existencia de un retablo de pincel y de una capilla servida con su capellán, lo que avala aún más la hipótesis propuesta por D. José Manuel Gómez-Moreno. Si analizamos detenidamente los temas que se tratan en las pinturas, destacando el Cristo muerto del banco, la Conversión de San Pablo y Santiago en la batalla de Clavijo, podemos entender una posible vinculación con una capilla funeraria de algún personaje militar de la época, que sin lugar a muchas dudas podría corresponderse con D. Martín Pérez de Aróstegui,el de las hazañas”, que defendió valerosamente su casa de un fuerte ataque morisco.

Si damos por buena esta hipótesis, tendríamos que plantearnos la profunda significación de la iconografía empleada para la obra, nada azarosa y muy meditada, que no sólo ensalza al militar fallecido como un nuevo “Santiago matamoros”, sino que propone la vía de la conversión de los infieles, como le sucedió a San Pablo, para poder apreciar la única verdad que se encuentra en los Evangelios (figuras de los cuatro Evangelistas), en la Iglesia (Padres de la Iglesia) y evidentemente en la pasión y muerte de Cristo.

Por su parte, la aparición de tondos con Santas, referencias a mujeres mártires o alegorías a la fe y a la fortaleza, entiendo que le sirven al promotor para presentarse como un héroe de la fe, a la vez que pueden también indicar el enterramiento de su esposa, vista como una santa mujer.

Si aceptamos estas reflexiones, habría que entender esta obra como una auténtica provocación a la población morisca tan numerosa en esta villa, que no podrían sentirse menos que amenazada y aludida ante tan mordaz mensaje pictórico que no proponía solución alguna, excepto la conversión o la violenta lucha representada por Santiago en su caballo alzando su espada y pisoteando a sus semejantes. Como se puede observar esta pequeña obra aún tiene mucho que decir, por su calidad técnica, por su significado y por ser un vestigio que nos informa como se vivió una turbulenta etapa de la historia granadina.

LAS TABLAS DEL PRIMITIVO SAGRARIO DE PADUL

Estas dos pequeñas tablas con la representación de los Santos Juanes se encuentran en los laterales del altar mayor de la iglesia de Padul y fueron también estudiadas por D. José Manuel Gómez-Moreno Calera318 en relación a unas evidencias documentales que le permitieron establecer sus artífices y su función original.

Son dos pequeñas tablitas pintadas que se enmarcan con una estructura adintelada con arco sobre pilastrillas toscanas, lo que indicaba su procedencia de alguna obra de ensamblaje y no exentas como las conocemos hoy día.

Gómez-Moreno Calera recoge ciertos datos, como que en 1566 se pagaba cierta cantidad a Esteban Sánchez, ensamblador y escultor, y a Francisco de Aragón, pintor, por la realización de una custodia para el Padul. Un año después, se le vuelve a pagar a Esteban Sánchez por acrecentar dicha obra y a Francisco de Aragón por su pintura y estofa319.

Este sagrario, que se encontraría bajo el dosel de guadamecí que adornaba el altar mayor de la iglesia de Padul a finales del siglo XVI y principios del XVII, también se cita en la visita de Pedro de Castro. Por tanto, Gómez-Moreno asevera que estas dos tablas serían los laterales del primitivo sagrario del templo paduleño, hoy desaparecido y que fueron pintadas por Francisco de Aragón, siendo éstas su única obra documentada. La carpintería correría a cargo de Esteban Sánchez, prolífico artista del que nos han llegado escasísimas obras pues muchas fueron destruidas en la rebelión morisca.

RETABLO DE LA IGLESIA PARROQUIAL DE ACEQUIAS

Esta sobresaliente obra también ha merecido un breve estudio por parte de D. José Manuel Gómez-Moreno Calera en su libro La Arquitectura religiosa granadina en la crisis del Renacimiento320, que centra más su atención en los aspectos arquitectónicos del retablo atribuido a Ambrosio de Vico, por su gran semejanza con otros diseñados por el, que a las obras pictóricas que alberga en sus encasamientos321.

El retablo, que presenta un magnífico estado de conservación, se conforma con banco, dos pisos y tres calles, en la línea clasicista de finales del siglo XVI, datado por Gómez-Moreno Calera hacia 1600 o 1603322. En el banco se sitúan los escudos del arzobispo Pedro de Castro que flanquean al sagrario ochavado, decorado con una cartela encima de su puerta y sobre el que se alza un manifestador con columnillas y frontón.

El primer piso dispone sus calles laterales con grandes encasamientos rectangulares ocupados con obras de pincel, reservando el central para escultura; modula sus espacios con cuatro columnas jónicas que en el segundo piso se tornan en corintias.

Este segundo piso ordena sus tres calles con decoración pictórica, destacando el encasamiento central de mayor tamaño, terminado en medio punto y en el que se representa un Calvario. Las otras cuatro pinturas narran escenas de la vida de San Benito, toda ellas son óleos sobre tabla muy del estilo de Raxis que permanecen muy oscurecidas a la espera de una pronta limpieza. A pesar de no tener constancia de los autores de dicha obra, Gómez-Moreno Calera propone como ensamblador a Miguel Cano, que participó usualmente en los trabajos de Vico y como pintor, dorador y estofador a Pedro de Raxis o a algún artista de su escuela.

Como se puede advertir estas obras citadas son buenos ejemplos de un rico patrimonio aún por descubrir y considerar que constituyen verdaderos documentos sobre nuestra histórica. De nuevo hay que reiterar el profundo olvido en que se encuentran, dándose en ocasiones verdaderos acontecimientos indeseables que merman de manera irreversible nuestro conjunto patrimonial y nos alertan sobre las numerosas carencias que aún tenemos que solventar, como ocurrió no hace mucho años en la abandonada iglesia del despoblado de Tablate, que sufrió un brutal expolio que se palió en parte, trasladando los bienes que no se perdieron a las iglesias de Béznar e Ízbor. Evidentemente todo no es malo y cada vez existe una mayor conciencia de la importancia y riquezas albergadas en estos templos, fomentando acciones encaminadas a su limpieza, restauración y conservación.



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