Conversión
de Blas San
Blas nació en Sebaste, ciudad de Armenia, en la segunda mitad del siglo
III, de padres nobles y honrados, que le inculcaron máximas saludables.
Por naturaleza era dulce, modesto, prudente, honesto de costumbre, llamaba
la atención del pueblo. Pudieron tanto
estas reflexiones en su animo, y la cercanía del dolor hizo que se
conmoviera su corazón, que el joven médico se hizo cristiano. Este paso
fundamental en su vida acrecentó más y más el celo que ya desplegaba en
el ejercicio de su profesión, hasta tal punto, que su vida pudo resumirse
en dos palabras: Abnegación y caridad. Deseosos sus padres
de que fuese no sólo de conciencia recta pero también hombre útil al
estado, le procuraron sólida instrucción filosófica, en la que salió
tan consumado, que era la admiración de los sabios.
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Fotografía de San Blas. 1961 |
Mientras
se dedicaba Blas a curar enfermos, una nueva tempestad se desencadenó sobre la
iglesia: la décima persecución, más terrible que las anteriores, decretada
por Diocleciano. La ciudad de Sebaste fue sumamente probada, mereciendo por ello
ser apellidada la ciudad de los Mártires. Su número, en esta ocasión, fue de
diecisiete mil y hay que adjudicar la responsabilidad de tan sangrienta obra a
Arícola, gobernador de Capadocia y Armenia.
Bien convencido el tirano
de que un rebaño sin pastor fácilmente se dispersa, empezó dando muerte al
obispo; pero al obrar así confesaba su total desconocimiento de la
vitalidad imperecedera de la iglesia. Sin pérdida de tiempo se congregan los
fieles y unánimemente queda elegido Blas en sustitución del mártir. Semejante
elección era un presagio, pues el nuevo obispo había de mostrarse no menos
consumado médico de las almas que los fuera de los cuerpos hasta entonces. Pero
viendo la imposibilidad de ejercer su ministerio en un ambiente donde habría de
ser descubierto al instante, por inspiración divina decidió salir de la ciudad
y retirarse a una gruta del monte Argeo, a unas millas de Sebaste.
Blas distribuía sus
horas en aquella soledad entre la oración y el cuidado de las almas. No
tardaron las bestias fieras en descubrir el camino de su retiro; amansadas
repentinamente ante su vista, convirtiéronse en compañeras suyas. Si alguna
padecía enfermedad o achaques, Blas las curaba por la virtud de la señal de la
cruz, y sin su bendición de allí no partían. Un cuervo le llevaba cada día
pan para su sustento.
Halló Blas delicias en
las cuevas, obediencia en las fieras, seguridad en los monstruos, abundancia en
los desiertos y deleite en la soledad.
Pero el obispo no se
desentendía de su rebaño espiritual; varias veces dejó su retiro para ir a
consolar y sostener el ánimo de los fieles, llegando hasta las cárceles donde
los confesores de la fe gemían en espera del martirio.
El edicto de Milán, por
el que el emperador Constantino devolvió la libertad a los cristianos, permitió
a Blas entrar en su sede episcopal. Pero eso no era más que una tregua. No habían
transcurrido ni dos años, cuando el envidioso Liciano, al ver que Constantino
apoyaba al clero, comenzó a combatir a la iglesia para mejor destronar a su
rival. En tal coyuntura, Blas emprendió por segunda vez el camino al monte
Argeo.
Blas
es arrestado
El
propósito de Agrícola era acabar con los cristianos que tenían presos y
hacerlos despedazar por las fieras. Para esto envió a sus esbirro al ojeo por
los bosques para cazar cuantas fieras pudieran. En sus corrías por el monte
Argeo, fueron a dar a la cueva donde el prelado se guarecía. Allí
sorprendieron al santo sentado y arrobado en contemplación. No se atrevieron a
echarle mano y se volvieron a la ciudad a dar razón al gobernador de lo que habían
visto con sus propios ojos. Sin pérdida de tiempo él envió soldados que
subieron al monte y hallaron a Blas en idéntica forma que los cazadores habían
contado. Llamáronle por su nombre y le dijeron:
“Ven con nosotros, que
el gobernador Agrícola te llama”
“¡Bienvenidos seáis,
hijos míos! (respondió Blas). Hace mucho tiempo que seseaba con ansias vuestra
llegada.
Partamos en nombre del Señor”
Dicho esto se puso
en marcha con los soldados.
Durante el camino, los
exhortaba a que se convirtieran al cristianismo, confirmando sus palabras con
numerosos milagros, pues por doquiera que pasaba le presentaban a los niños
para que los bendijera y las plazas se hallaban ocupadas por un sin número de
enfermos que con tono lastimero imploraban su valimiento. Conmovido les imponía
las manos, bendecía a los niños y sanaba a los enfermos, lo que determinó la
conversión de una multitud de paganos.
Uno de los milagros
llevados a cabo por Blas en esta memorable jornada del monte Argeo a la cárcel
de Sebaste, fue éste:
Una mujer de las cercanías
tenía un hijo único, que al comer pescado, se tragó una espina con tan mala
suerte que vino a quedar atravesada en la garganta. El niño iba a morir y la
madre, loca de dolor, no sabía ya que hacer. En esta coyuntura acertó a pasar
por allí Blas y, enterada la madre de los milagros que obraba, tomó al niño
en sus brazos, corrió en busca de Blas y, llena el alma de fe, colocó a sus
pies al niño rogándole con lágrimas que lo curara. Enternecido Blas hasta las
entrañas, impone las manos al enfermo, hace las señal de la cruz en la
garganta y suplica a Nuestro Señor que dé salud al pobre niño. El niño quedó
curado de inmediatamente.
Interrogatorio
y Martirio
“Bienvenido seas, Blas,
queridísimo amigo mío y de los dioses inmortales”
Blas le respondió:
“Dios te guarde, oh gobernador, y para que te guarde, yo te ruego que no
llames dioses a los demonios que han de atormentar un día a todos los que los
adoran. Ya ves que no puedo ser tu amigo, pues no quiero arder con ellos para
siempre.
Irritado Agrícola por la
resuelta actitud del Santo, mandó que le golpearan con varas; y así lo
hicieron los sayones con gran fuerza por varias horas, mientras el Santo
permanecía con gran constancia y alegría, y, burlándose del presidente, decíale:
“¡Oh desatinado engañador de las almas!, ¿piensas que por tus tormentos me
he de apartar de Dios? No, no; que el mismo Señor está conmigo, y me conforta;
por tanto, haz de mí lo que quieras”
Mandó el presidente
volverlo a la cárcel, y, pasados algunos días, el funcionario imperial ordenó
a Blas que compadeciera por segunda vez ante el tribunal y le dijo: “Elige una
de estas dos alternativas: o adoras a nuestros dioses, y eres amigo nuestro; o
bien te niegas, y en tal caso se te aplicarán los más espantosos suplicios y
perecerás a mano airada”
Blas respondió: “Ya te
he dicho y te vuelvo a repetir que las estatuas que adoráis no son dioses, sino
representaciones de los demonios, y, por lo tanto, no puedo adorarlos”.
Viéndole Agrícola
inflexible en su propósito, mandó que le ataran al potro mientras traían
peines de hierro como los que usaban los cardadores de lana, y con ellos le
desgarraron las espaldas y el cuerpo entero. Corrían por el suelo raudales de
sangre, caían las carnes a jirones, los verdugos mismos estaban conmovidos y
hasta lloraban. Mientras tanto el mártir, volviéndose al gobernador, le dijo:
“Esto es lo que ansiaba mucho tiempo, que mi alma se desprendiera de la tierra
y mi cuerpo fuera elevado en alto. Próximo ya a las eterna moradas, desprecio a
todo lo vano y caduco y me burlo de ti y tus suplicios. Estos sufrimientos sólo
durarán un instante, mientras que el premio será eterno.”
Las torturas, lo único
que conseguían era exaltar el ánimo de Blas, y notándolo el gobernador, mandó
que le soltaran y le condujeran a la cárcel.
Entre el público que había
contemplando el tormento había siete mujeres paganas que, profundamente
afectadas por el proceder del mártir, le siguieron a la cárcel recogiendo la
sangre que manaba de sus heridas Al saber lo que hacían fueron arrestadas y
llevadas al gobernador: “¡Somos cristianas!”, exclamaron todas a una voz.
Agrícola procuró atraérselas con promesas, y luego intimidarlas con amenazas.
Respondieron ellas que enviase sus dioses a la laguna próxima a Sebaste, para
que lavándose ellas en el agua, les pudiesen con limpieza ofrecer sacrificio.
Se alegró mucho de esto el presidente y mandó que así se hiciese; más las
santas mujeres tomaron los dioses del presidente, y los echaron en la laguna,
diciéndoles: “Salvaos, si sois verdaderamente dioses”. Sabedor Agrícola de
lo que pasaba y de cómo se habían burlado de él, entró en furor y condenó a
las culpables a suplicios atroces. Una de ellas iba acompañada de sus dos
hijitos de tierna edad, que clamaban llorando: “Madrecita, dame tu fe, no nos
dejéis huérfanos, llévanos contigo al cielo”
Para acabar de una vez
con la resistencia de las siete cristianas las condenó a ser decapitadas. Antes
de morir rezaron largo rato y confiaron la custodia de los dos niños al obispo.
Al cabo de unos día, fue
sacado Blas nuevamente de la cárcel y presentado ante el tribunal del
gobernador, este le dijo: “Tiempo has tenido para deliberar; ven y sacrifica a
los dioses, pues de no hacerlo, sábete que acabaré contigo. Este Cristo que
dices es tu Dios no te ha de liberar si te mando arrojar a lo más profundo de
la laguna.”
“¡Infeliz!-le contestó
Blas-, tú que adoras a los ídolos ignoras el poder de mi Dios. ¿No caminó
Jesucristo sobre las aguas como si fuera tierra firme, e invitó a Pedro a hacer
lo mismo? Pues bien; lo que hizo con Pedro, bien puede volver a hacerlo conmigo,
aunque sea el último de sus siervos.”
Herido vivamente en su
amor propio, ordenó el gobernador que condujeran a Blas a orillas de la laguna,
donde le siguió un gentío inmenso. El obispo trazó la señal de la cruz sobre
las aguas, que al instante se volvieron sólidas como el hielo espeso y capaz de
sostenerle. Se puso a caminar entonces a paso ligero como si fuera tierra firme,
llegando al centro de la laguna. Una vez allí, se sentó e interpeló al
gobernador y demás asistentes de esta manera: “Si vuestros ídolos tienen algún
poder, o si tenéis en ellos la más pequeña confianza, entrad también en la
laguna y en nombre de vuestros dioses caminad por encima de las aguas para que
su poder quede de manifiesto”.
Al oír estas palabras
setenta y cinco personas, invocando el auxilio de sus dioses, se precipitaron
con arrojo hacia él, pero se fueron al fondo y se ahogaron.
Muerte
de Blas
En
aquel instante un ángel descendió del cielo envuelto en luz brillantísima que
deslumbró a todos los presentes, y dijo: “ Ánimo, valiente atleta de Cristo,
sal del agua y apresúrate a recoger la corona que Dios te tiene preparada”.
Blas se levantó y,
del mismo maravilloso modo que se había internado en la laguna, salió de ella,
y todo el pueblo que se agolpaba en la orilla le vio resplandeciente de luz y
radiante de alegría. Se le unieron los dos huerfanitos de la víspera, hijos
suyos adoptivos. Por última vez, Agrícola planteó a los tres este dilema
terrible: o sacrificar a los dioses o morir; y ante su inquebrantable decisión,
los condenó a ser atravesados por la espada.
Oída la sentencia,
se apresuró Blas hacia el lugar de la ejecución acompañado del verdugo y allí
pidió licencia para orar, lo cual le fue concedido.
Inmediatamente
fueron decapitados el obispo de Sebaste y los dos huérfanos. Este fue el fin
glorioso del obispo. Era el 3 de Febrero del año 316, y este día celebra la
iglesia su fiesta. Los cristianos tomaron su cuerpo, y le enterraron con gran
devoción.
Milagros en Dúrcal :
Himno de San Blas
Desde el trono de amor, oh, San Blas, en que brillas y luces cual sol, te bendice y te aclama este pueblo, que te quiere y te ama con fervor (Bis) A tus plantas, San Blas, hoy postramos, te aclamamos por nuestro Patrón, te entregamos la vida y el alma con afecto, ternura y amor.
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¡Gloria a ti, que supiste, humilde, conquistarte la gloria de Dios! ¡Gloria a ti, que conservas piadoso de tu luz el destello y fulgor. Desde el trono de amor, oh, San Blas, en que brillas y luces cual sol, te bendice y te aclama este pueblo, que te quiere y te ama con fervor (Bis)
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